Konichiwa! ·w· Antes de nada quiero decir que este es mi primer fic y es sobre mi OTP Asakiku 3 así que espero que os divirtáis mucho y que os guste la historia ^^ Y no os olvideis de poner reviews .

Aclaraciones:

Kkaeeo: Despierta (en coreano)

Nihao: Hola (en chino)

Personajes:

Yong: Corea del Sur

Mei: Taiwán

Xiao: Hong Kong

Heracles: Grecia

Adnan: Turquía

Solo queda decir que Hetalia no es mío ·_· sino del asombroso Himaruya-sama *reverencia*


Abrí los ojos pero no tardé en entrecerrarlos por causa de la luz que llegaba de la ventana, ya que su intensidad era demasiada para mis ojos recién abiertos. Al principio miraba a los lados sin recordar nada. Era una pequeña habitación de hospital. Intenté recordar quien era y que hacía allí y, poco a poco conseguí recordar las escenas de ese y otros días, pero, mientras recordaba, segundo tras segundo, se me llenaban de lágrimas los ojos y de tristeza el corazón.


Era un día normal. Me había despertado y decidí ir a la cocina, ya acicalado y vestido, a prepararle el desayuno a mi hermano, Yong. Preparé café y unas tostadas untadas con mantequilla ya que él tendría que marcharse a trabajar en unos instantes. Aún teniendo 23 años, Yong ya llevaba 5 de ellos trabajando para sostenernos. Mis padres habían muerto por enfermedad y, un mes después, mi hermano terminó preparatoria y decidió ponerse a trabajar.

Mientras tanto, yo seguí estudiando y entré en la universidad de Tokio para graduarme en historia mundial. Siempre me ha gustado la historia y desde temprana edad adoraba todo lo relacionado con ella. Guerras, monumentos, revoluciones… todo era maravilloso desde mis ojos. Todas aquellas personas que trabajaban en grandiosos monumentos y luchaban en guerras y revoluciones interminables. Todas aquellas personas que, directa o indirectamente, habían hecho de nuestro un mundo mejor y más fácil de vivir gracias a avances en medicina y tecnología.

Cualquier país era merecedor de grandes privilegios y alabanzas pero, para mí, el que realmente se las merecía era Gran Bretaña, también llamado comúnmente Inglaterra. Desde siempre fue un gran y poderoso país pero, en la época Victoriana, resplandeció como ninguna otra hegemonía que haya existido. Y, esa majestuosa hegemonía había hecho una alianza con mi país, la alianza anglo-japonesa, el 30 de enero de 1902. En ese momento teníamos a alguien en quien confiar, teníamos a una gran potencia como compañeros, como hermanos. Pero, el 17 de agosto de 1923, dejó de ser valido y ambos países lucharon como enemigos en la Segunda Guerra Mundial; pero, ¿realmente querían luchar contra Inglaterra? ¿Por qué tuvieron que elegir el bando opuesto? ¿Para expander el territorio japonés? ¿Por qué no quedaron neutrales? ¿Por qué…?

-¡Kiku-chan Kkaeeo !-gritó mi hermano- Vuelve a la Tierra y deja tu mundo de "animelandia" un momento, que tu hermanito te tiene que decir una cosita.

-¡No estaba en mi mundo de "animelandia", sino repasando para el examen que tengo hoy! - quise añadirle un "idiota" pero mi hermano me miraba como si no se tragase una palabra; obvio, era mentira- y además, no me llames "Kiku-chan", ¡Qué ya tengo 21 años!

-Pues aún sigues siendo muy bajito, Kiku-chan -dijo, rematándolo con una risita.

Era cierto, desde secundaria no había crecido ni un mísero centímetro y seguía con 1'65 m desde aquella. A veces deseaba ser más alto para que, así, mi hermano me dejase de llamar así; aunque sabía que no se callaría nunca.

-E-eso no tiene nada que ver…-espeté, con un leve sonrojo en las mejillas- ¿de que me querías hablar?

-¡Aah, es verdad!- recordó mi hermano golpeando su mano cerrada con la otra abierta- ¿Te acuerdas de que querías un trabajo para ayudarme a pagar la comida y todas esas historias?

-Si, aún me acuerdo, aunque hace más de dos años que te lo he pedido.-dije, haciendo que mi hermano se diera un pequeño golpe en la cabeza mientras me chequeaba la lengua y cerraba un ojo.

Después de la muerte de la muerte de mis padres, Yong había estado trabajando de sol a sol para que no nos sobrara nada. Y yo, aunque tenía una beca de estudios, no llegaba a cubrir todos los gastos de la universidad, por lo que quería un trabajo para que mi hermano no tuviera que trabajar tanto. Aún así, no había tenido mucha suerte ya que, o bien querían a una persona de más edad y con experiencia, o no podía compaginar el trabajo con la universidad.

-Pues he encontrado un trabajo que te irá de perlas -dijo mi hermano con una sonrisa resplandeciente en la cara.

-¿En serio? ¿Y como lo has encontrado?

-Tengo mis contactos- bufó con superioridad, seguramente se lo contó alguien del trabajo- En fin, están buscando un ayudante para una tienda griega, y pensé que tu serías el mejor candidato ya que sabes esas cosas de Zeus, Thor, Júpiter y esas historias.

-Para tu información, de los que has dicho, solo Zeus es griego. Júpiter era el dios del cielo para los romanos, y lo habían sacado de Zeus. Mientras tanto Thor era el dios nórdico del trueno y…

-Vale, vale.-exclamó mi hermano- Así nunca encontrarás novia y, además, ya es hora de que me marche- dijo, mirando hacia el reloj- Aquí tienes la tarjeta para pasarte por ahí si quieres, ¡chao!- gritó, despidiéndose después de darme un beso en la mejilla.

Me dispuse a prepara todo para ir a la universidad ya que, aunque faltara poco más de una hora, tenía que ir andando y la distancia era considerable. Pero, antes de disponerme a salir, le dí un vistazo a la tarjeta. "Tienda Griega. Consiga todo lo que necesite sobre nosotros", seguidos de un teléfono y una dirección. Desde mi punto de vista, la frase del principio no conseguía enganchar a los clientes por lo que, si conseguía el trabajo, intentaría a cambiarlo por algo más carismático como: "Aquí tenéis la tienda helena, la cual abarca desde Esparta a Atenas", o algo por el estilo. Metí la tarjeta en el bolsillo del pantalón y me dispuse a ir a la universidad.


Cuando llegué me encontré con Mei y Xiao. Me estaban esperando en la entrada, como el primer día de clase. Eran buenos amigos, aunque ninguno daba la misma carrera que yo, ya que Mei estudiaba ciencias políticas y Xiao medicina, pero en ocasiones coincidimos en alguna clase.

-Nihao, Kiku!- me saludó Mei- ¿Qué tal estás?

-Bien -respondí- ¿Y vosotros?

-También bien - contestó Xiao con su tono de dejadez particular.

-¡Genial! - exclamó la castaña con una gran sonrisa- Por cierto, aún no me habéis dicho nada. ¿Estáis ciegos o qué?- preguntó con cara preocupada pero, a la vez, pícara y sonriente.

-¿De que nos tendríamos que dar cuenta? - respondimos al unísono.

-¿De que va a ser? ¡De mi peinado! - dijo, dando vueltas sobre sí misma- ¿No os gusta?

Xiao y yo la miramos de cabeza a pies. Era cierto, su larga melena había desaparecido dejando lugar a una corta mata de pelo y, sus flores rosas que siempre llevaba en su cabello fueron substituidas por unas pinzas azules en forma de estrella que combinaban con su vestido blanco con estampado de flores azules.

Pero, aunque se hubiese cortado el pelo, seguía intacto su extraño rulo, el cual llamaba poderosamente la atención.

-Oh, lo siento mucho, Mei-san - me disculpé- pero te queda muy bien el pelo corto.

-¿¡E-en serio!? - exclamó, un poco sonrojada, la pelicorta- ¿Y que piensas tú, Xiao?

-No importa si es corto o largo, tu pelo sigue siendo un estropajo usado con un estúpido rulo y un montón de accesorios inútiles.- contestó, indiferente, el hongkonés.

-¡¿Qué dijiste?!- estalló la taiwanesa.

Aún siendo los tres amigos, Mei y Xiao ya se conocían desde la infancia y, por tanto, sabían todo el uno del otro, lo cual casi los convertía en hermanos. Pero, aun conociéndose desde muy niños, su relación era muy tensa y había alguna que otra riña todos los días. A veces no llegaba a saber si eran amigos, enemigos o una pareja de novios…

Y, cuando estaba a punto de empezar la 3º Guerra Mundial, con el ojimarrón a punto de encender unos explosivos y su contrincante llevando ya su propio bate (al cual llevaba a todas partes, igual que el hongkonés sus explosivos) toco el timbre de comienzo de las clases y la pausa de la guerra.


Después de las clases me despedí de mis amigos, aunque con alguna que otra riña por parte de la pelicorta por no ir a dar una vuelta con ellos, y tomé rumbo a la tienda. No estaba demasiado lejos, no tuve ni que andar 100 metros para divisarla al otro lado de la calle.

Antes de entrar me acicalé un poco con la ayuda de un espejo que había en la tienda, me arreglé la corbata y entré.

La tienda no era muy amplia, había varias estanterías llenas de libros y otras antigüedades. Las paredes estaban cubiertas por la bandera griega, que se podía mirar desde cualquier parte. Y, vieras por donde vieras, encontrabas unos cuantos gatos andando, jugando o durmiendo.

Me dirigí a la caja, donde había un hombre con el pelo marrón que le llegaba hasta los hombros y con una doble hélice en su cabeza. Su cuerpo estaba rodeado de gatos, pero parecía que dormía plácidamente.

-Ejem..-carraspeé, haciendo que se despertara.

-Oh, disculpe cliente-dijo, lentamente y un poco somnoliento- ¿Qué desea?

-Venía a por el trabajo señor…-empecé a decir, recordando que no sabía ni su nombre.

-Heracles, Heracles Karpusi.

-Kiku Honda, encantado- me presenté, estrechándole la mano.-"Hasta el dependiente es griego"- pensé

Y, después de hablar un rato y hacerme unas cuantas preguntas triviales sobre mi vida, cualidades para el trabajo y disponibilidad del mismo, decidió contratarme para ver como me desarrollaba. Pero, en el mismo instante en el que cogí el bolígrafo para firmar el contrato, llegó un hombre con una máscara blanca y una barba de tres días que, sin vacilar, se dirigió a mi con paso apresurado.

-Tú, ¿quieres trabajar? -dijo, señalándome con el dedo- si vienes a mi tienda cobrarás el doble; no, el triple incluso -ahora apuntaba a una tienda turca que había al otro lado de la calle- Así que, por favor, ven a mi tienda ¡te lo suplico!

-Es mi empleado, Adnan.- dijo el griego, con un deje de desprecio.

-Aún no ha firmado el contrato.- espetó el turco- así que aún está libre.

-No me importa, es mi empleado -declaró lentamente el ojiverde.

-No será el mío- exclamó el enmascarado.

-El mío.


Siguieron peleando hasta que, en un acuerdo que tomamos todos (aunque en realidad ellos solo asintieron mientras yo lo exponía ), en el cual decidiría que contrato tomar al día siguiente.

Volvía a casa, pensando todo lo que me había pasado. No una, sino dos personas querían que trabajase en su respectiva tienda, hasta tal punto de pelearse entre ellos y subirme el sueldo por las nubes. Pero, aun pensándolo un buen rato, seguía sin saber cual elegir, ya que, aun cayéndole bien el griego, después de la pequeña pelea que habían montado, había estado hablando con el turco, el cual también me resultó simpático.

El semáforo se puso rojo para los vehículos y verde para los peatones, por lo que me decidí a pasar cuando escuché sonar mi teléfono. Su melodía era reconocible, ya que, aun estando en Japón, a pocas personas se le ocurre poner el "Marisa Stole the Precious Thing" como tono de móvil, así que lo cogí y, sin siquiera verlo, conteste a la llamada mientras pasaba por el paso de peatones.

Ojalá nunca lo hubiera hecho.

-¿Es el señor Honda?- preguntó una voz desconocida.

-Sí. -respondí- ¿Quién es?

-Tengo malas noticias para usted- enunció, sin responder a mi pregunta.

"Será algún empleado de alguna de las tiendas para decirme que ya no me necesitan" pensé inconscientemente en ese momento. Me sorprendí, ya que los dueños de ambas habían insistido por que fuera su respectivo empleado.

Ojalá hubiera sido eso.

Ojalá, en ese preciso instante, se cortase la llamada.

O que fuese sordo por unos instantes.

Ojalá…

Pero no fue así, el mensaje se escuchó alto y claro, llegando a mis oídos y a mi cerebro con una velocidad asombrosa.

-Lo siento mucho, pero su hermano Yong ha fallecido.

Cuando lo escuché, mis pupilas se ensancharon y piernas y brazos se quedaron petrificados.

Mi hermano, la única familia que me quedaba, había muerto. Me quedé absorto intentando asimilar todas las palabras y sentimientos que corrían por mi cuerpo, tan absorto que no mi fijé en un coche negro que se aproximaba peligrosamente.

Las luces me cegaron completamente los ojos, por lo no podía mirar más que el coche negro que se acercaba a mí. Después recibí un gran golpe, el cual me hizo perder el equilibrio y me tiró a la carretera.

Pero, antes de caer en las fauces de un gran sueño profundo, conseguí ver al hombre que me había atropellado. Parecía demasiado bueno como para haberlo hecho a propósito. Con su pelo rubio, sus ojos verde esmeralda y unas cejas exageradamente extensas y sobresalientes. Poco a poco empecé a cerrar los ojos, dejando me inconsciente en las manos de ese extraño.