33Los mortífagos

A la mañana siguiente estaban todos desayunando cuando James S. pregunto:

Quien lee hoy

Le toca a Hagrid – dijo Molly

Voldemort apartó la vista de Harry y empezó a examinar su propio cuerpo. Las manos eran como grandes arañas blan cas; con los largos dedos se acarició el pecho, los brazos, la cara. Los rojos ojos, cuyas pupilas eran alargadas como las de un gato, refulgieron en la oscuridad. Levantó las manos y flexionó los dedos con expresión embelesada y exultante. No hizo el menor caso de Colagusano, que se retorcía san grando por el suelo, ni de la enorme serpiente, que otra vez había aparecido y daba vueltas alrededor de Harry, emi tiendo sutiles silbidos. Voldemort deslizó una de aquellas manos de dedos anormalmente largos en un bolsillo de la túnica, y sacó una varita mágica. También la acarició sua vemente, y luego la levantó y apuntó con ella a Colagusano, que se elevó en el aire y fue a estrellarse contra la tumba a la que Harry estaba atado. Cayó a sus pies y quedó allí, des madejado y llorando. Voldemort volvió hacia Harry sus ro jos ojos, y soltó una risa sin alegría, fría, aguda.

Bueno después de saber lo feo que es – se burló James S.- y de quedarnos claro que estaba enamorado de sí mismo, porque todo el mundo lo seguía?

La túnica de Colagusano tenía manchas sanguinolen tas, pues éste se había envuelto con ella el muñón del brazo.

—Señor... —rogó con voz ahogada—, señor... me prome tisteis... me prometisteis...

—Levanta el brazo —dijo Voldemort con desgana.

—¡Ah, señor... gracias, señor...!

Alargó el muñón ensangrentado, pero Voldemort volvió a reírse.

—¡El otro brazo, Colagusano!

—Amo, por favor... por favor...

Ves lo que les sucede a las ratas asquerosas – remugo Sirius

Y tú sabes que no te escucha, verdad- se burló Hugo

Voldemort se inclinó hacia él y tiró de su brazo izquier do. Le retiró la manga por encima del codo, y Harry vio algo en la piel, algo como un tatuaje de color rojo intenso: una ca lavera con una serpiente que le salía de la boca, la misma imagen que había aparecido en el cielo en los Mundiales de quidditch: la Marca Tenebrosa. Voldemort la examinó cui dadosamente, sin hacer caso del llanto incontrolable de Co lagusano.

—Ha retornado —dijo con voz suave—. Todos se ha brán dado cuenta... y ahora veremos... ahora sabremos...

Que eres tonto, eso es lo que sabremos – pregunto entre burlas Rose

Apretó con su largo índice blanco la marca del brazo de Colagusano.

La cicatriz volvió a dolerle, y Colagusano dejó escapar un nuevo alarido. Voldemort retiró los dedos de la marca de Colagusano, y Harry vio que se había vuelto de un negro azabache.

Con expresión de cruel satisfacción, Voldemort se ir guió, echó atrás la cabeza y contempló el oscuro cemente rio.

No entiendo porque lo siguieron – pregunto frustrado Teddy

—Al notarlo, ¿cuántos tendrán el valor de regresar? —susurró, fijando en las estrellas sus brillantes ojos ro jos—. ¿Y cuántos serán lo bastante locos para no hacerlo?

Comenzó a pasear de un lado a otro ante Harry y Colagusano, barriendo el cementerio con los ojos sin cesar. Des pués de un minuto volvió a mirar a Harry, y una cruel sonrisa torció su rostro de serpiente.

Como toque a mi bebe lo mato – gritaron tres pelirrojas a la vez (Ginny, Lilly y Molly)

—Estás sobre los restos de mi difunto padre, Harry —dijo con un suave siseo—. Era muggle y además idiota... como tu querida madre. Pero los dos han tenido su utilidad, ¿no? Tu madre murió para defenderte cuando eras niño... A mi padre lo maté yo, y ya ves lo útil que me ha sido des pués de muerto.

Voldemort volvió a reírse. Seguía paseando, observán dolo todo mientras andaba, en tanto la serpiente describía círculos en la hierba.

Oye que mi abuela no es idiota – protestaron todos los nietos de los Potter- además el idiota aquí eres tu – añadió Lidia

—¿Ves la casa de la colina, Potter? En ella vivió mi pa dre. Mi madre, una bruja que vivía en la aldea, se enamoró de él. Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que era ella: no le gustaba la magia.

»La abandonó y se marchó con sus padres muggles an tes incluso de que yo naciera, Potter, y ella murió dándome a luz, así que me crié en un orfanato muggle... pero juré en contrarlo... Me vengué de él, de este loco que me dio su nom bre, Tom Ryddle.

Eso no es del todo cierto- comento Harry

Siguió paseando, dirigiendo sus rojos ojos de una tum ba a otra.

—Lo que son las cosas: yo reviviendo mi historia fami liar... —dijo en voz baja—. Vaya, me estoy volviendo sen timental... ¡Pero mira, Harry! Ahí vuelve mi verdadera familia...

El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Vol demort y le besó el bajo de la negra túnica.

—Señor... señor... —susurró.

Pero qué asco – comento Anabel

Los mortífagos que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando de rodillas, y le besaron la tú nica antes de retroceder y levantarse para formar un círcu lo silencioso en torno a la tumba de Tom Ryddle, de forma que Harry, Voldemort y Colagusano, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro. Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente. Voldemort, sin embargo, no parecía aguardar a na die más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círcu lo, haciendo crujir las túnicas.

Ahora veremos lo valientes que eran todos – remugo James

—Bienvenidos, mortífagos —dijo Voldemort en voz baja—. Trece años... trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero seguís acudiendo a mi lla mada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así?

Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agu jeros de la nariz, que tenían forma de rendijas.

—Huelo a culpa —dijo—. Hay un hedor a culpa en el ambiente.

Si es que estaba de moda la "eua de culpe" – se burlo George

Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.

—Os veo a todos sanos y salvos, con vuestros poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?

Nadie habló. Nadie se movió salvo Colagusano, que no dejaba de sollozar por su brazo sangrante.

—Y me respondo —susurró Voldemort—: debieron de pensar que yo estaría acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado por ino cencia, por ignorancia, por encantamiento...

Para que preguntas si te auto respondes – observo Rose

»Y entonces me pregunto a mí mismo: ¿cómo pudieron creer que no volvería? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que sabían las precauciones que yo había tomado, tiempo atrás, para preservarme de la muerte? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que habían sido testigos de mi poder, en los tiempos en que era más poderoso que ningún otro mago vivo?

»Y me respondo: quizá creyeron que existía alguien aún más fuerte, alguien capaz de derrotar incluso a lord Volde mort. Tal vez ahora son fieles a ese alguien... ¿tal vez a ese paladín de la gente común, de los sangre sucia y de los mug gles, Albus Dumbledore?

Perdona pero mi novio te puede – rugió Ginny

A la mención del nombre de Dumbledore, los integran tes del círculo se agitaron, y algunos negaron con la cabeza o murmuraron algo.

Voldemort no les hizo caso.

—Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento de cepcionado...

Uno de los hombres avanzó hacia Voldemort, rom piendo el círculo. Temblando de pies a cabeza, cayó a sus pies.

—¡Amo! —gritó—. ¡Perdonadme, señor! ¡Perdonadnos a todos!

Voldemort rompió a reír. Levantó la varita.

¡Crucio!

Eso es manera de tratar a tu familia – ironizo Javier

El mortífago que estaba en el suelo se retorció y gritó. Harry pensó que los aullidos llegarían a las casas vecinas. «Que venga la policía —pensó desesperado—; cualquiera, quien sea...»

Voldemort levantó la varita. El mortífago torturado ya cía en el suelo, jadeando.

—Levántate, Avery —dijo Voldemort con suavidad—. Levántate. ¿Ruegas clemencia? Yo no tengo clemencia. Yo no olvido. Trece largos años... Te exigiré que me pagues por estos trece años antes de perdonarte. Colagusano ya ha pa gado parte de su deuda, ¿no es así, Colagusano?

Bajó la vista hacia éste, que seguía sollozando.

—No volviste a mí por lealtad sino por miedo a tus anti guos amigos. Mereces el dolor, Colagusano. Lo sabes, ¿ver dad?

Esto es justicia poética – comento Remus – él nos traiciona y lo castiga la persona por la que nos traiciono

—Sí, señor —gimió Colagusano—. Por favor, señor, por favor...

—Aun así, me ayudaste a recuperar mi cuerpo —dijo fríamente Voldemort, mirándolo sollozar en la hierba—. Aunque eres inútil y traicionero, me ayudaste... y lord Vol demort recompensa a los que lo ayudan.

Espera que todavía lo mata – comento Fred

Volvió a levantar la varita e hizo con ella una floritura en el aire. Un rayo de lo que parecía plata derretida salió brillando de ella. Sin forma durante un momento, adquirió luego la de una brillante mano humana, de color semejante a la luz de la luna, que descendió y se adhirió a la muñeca sangrante de Colagusano.

Los sollozos de éste se detuvieron de pronto. Respi rando irregular y entrecortadamente, levantó la cabeza y contempló la mano de plata como si no pudiera creerlo. Se había unido al brazo limpiamente, sin señales, como si se hubiera puesto un guante resplandeciente. Flexionó los brillantes dedos y luego, temblando, cogió del suelo una pequeña ramita seca y la estrujó hasta convertirla en polvo.

—Señor —susurró—. Señor... es hermosa... Gracias... mil gracias.

Si lo que te faltaba para echar al traste todo tu atractivo – comento burlona Lilly

Avanzó de rodillas y besó el bajo de la túnica de Volde mort.

—Que tu lealtad no vuelva a flaquear, Colagusano —le advirtió Voldemort.

—No, mi señor... nunca.

Colagusano se levantó y ocupó su lugar en el círculo, sin dejar de mirarse la mano nueva. En la cara aún le brillaban las lágrimas. Voldemort se acercó entonces al hombre que estaba a la derecha de Colagusano.

—Lucius, mi escurridizo amigo —susurró, deteniéndose ante él—. Me han dicho que no has renunciado a los viejos modos, aunque ante el mundo presentas un rostro respeta ble. Tengo entendido que sigues dispuesto a tomar la inicia tiva en una sesión de tortura de muggles. Sin embargo, nunca intentaste encontrarme, Lucius. Tu demostración en los Mundiales de quidditch estuvo bien, divertida, me atre vería a decir... pero ¿no hubieras hecho mejor en emplear tus energías en encontrar y ayudar a tu señor?

Te tienes que sentir orgulloso no – le pregunto Sirius a Draco – tu papa sale en el libro

—Señor, estuve en constante alerta —dijo con rapidez la voz de Malfoy, desde debajo de la capucha—. Si hubiera visto cualquier señal vuestra, una pista sobre vuestro para dero, habría acudido inmediatamente a vuestro lado. Nada me lo habría impedido...

—Y aun así escapaste de la Marca Tenebrosa cuando un fiel mortífago la proyectó en el aire el verano pasado —lo interrumpió Voldemort con suavidad, y el señor Mal foy dejó bruscamente de hablar—. Sí, lo sé todo, Lucius. Me has decepcionado... Espero un servicio más leal en el futuro.

—Por supuesto, señor, por supuesto... Sois misericor dioso, gracias.

Lame culos – espeto James

Voldemort se movió, y se detuvo mirando fijamente al hueco que separaba a Malfoy del siguiente hombre, en el que hubieran cabido bien dos personas.

—Aquí deberían encontrarse los Lestrange —dijo Vol demort en voz baja—. Pero están en Azkaban, sepultados en vida. Fueron fieles, prefirieron Azkaban a renunciar a mí... Cuando asaltemos Azkaban, los Lestrange recibirán más honores de los que puedan imaginarse. Los dementores se unirán a nosotros: son nuestros aliados naturales. Y lla maremos a los gigantes desterrados. Todos mis vasallos de votos volverán a mí, y un ejército de criaturas a quienes todos temen...

Bueno lo que nos faltaba – remugo Sirius – la loca de mi prima suelta por el mundo

Siguió su recorrido. Pasaba ante algunos mortífagos sin decir nada, pero se detenía ante otros y les hablaba:

—Macnair... Colagusano me ha dicho que ahora te de dicas a destruir bestias peligrosas para el Ministerio de Ma gia. Pronto dispondrás de mejores víctimas, Macnair. Lord Voldemort te proveerá de ellas.

—Gracias, señor... gracias —musitó Macnair.

—Y aquí —Voldemort llegó ante las dos figuras más grandes— tenemos a Crabbe. Esta vez lo harás mejor, ¿no, Crabbe? ¿Y tú, Goyle?

Se inclinaron torpemente, musitando:

—Sí, señor...

—Así será, señor...

Ya sabemos a quién se parecen sus hijos – se burlo Ron

—Te digo lo mismo que a ellos, Nott —dijo Voldemort en voz baja, desplazándose hasta una figura encorvada que estaba a la sombra del señor Goyle.

—Señor, me postro ante vos. Soy vuestro más fiel servi dor...

—Eso espero —repuso Voldemort.

Llegó ante el hueco más grande de todos, y se quedó mi rándolo con sus rojos ojos, inexpresivos, como si pudiera ver a los que faltaban.

Debía de estar recordando cuantas ovejitas le faltaban – se burló George

—Y aquí tenemos a seis mortífagos desaparecidos... tres de ellos muertos en mi servicio. Otro, demasiado cobar de para venir, lo pagará. Otro que creo que me ha dejado para siempre... ha de morir, por supuesto. Y otro que sigue siendo mi vasallo más fiel, y que ya se ha reincorporado a mi servicio.

Los mortífagos se agitaron. Harry vio que se dirigían miradas unos a otros a través de las máscaras.

—Ese fiel vasallo está en Hogwarts, y gracias a sus es fuerzos ha venido aquí esta noche nuestro joven amigo...

Qué joven amigo si son todos más viejos que matusalén – pregunto Albus S.

»Sí —continuó Voldemort, y una sonrisa le torció la boca sin labios, mientras los ojos de todos se clavaban en Harry—. Harry Potter ha tenido la bondad de venir a mi fiesta de re nacimiento. Me atrevería a decir que es mi invitado de honor.

Se hizo el silencio. Luego, el mortífago que se encontra ba a la derecha de Colagusano avanzó, y la voz de Lucius Malfoy habló desde debajo de la máscara.

—Amo, nosotros ansiamos saber... Os rogamos que nos digáis... como habéis logrado... este milagro... cómo habéis logrado volver con nosotros...

—Ah, ésa es una historia sorprendente, Lucius —con testó Voldemort—. Una historia que comienza... y termina... con el joven amigo que tenemos aquí.

Para que quiere tu padre saber cómo ha regresado – le pregunto Remus a Draco

Yo que se – contesto este

Se acercó a Harry con desgana, y ambos fueron enton ces el centro de atención. La serpiente seguía dando vueltas alrededor de Harry.

—Naturalmente, sabéis que a este muchacho lo han llamado «mi caída» —dijo Voldemort suavemente, clavan do sus rojos ojos en Harry; la cicatriz empezó a dolerle tanto que éste estuvo a punto de chillar de dolor—. Todos sabéis que, la noche en que perdí mis poderes y mi cuerpo, había querido matarlo. Su madre murió para salvarlo, y sin saberlo fue para él un escudo que yo no había previsto... No pude tocarlo.

En ese momento el matrimonio Potter estaba abrazado y murmurándose cosas.

Voldemort levantó uno de sus largos dedos blancos, y lo puso muy cerca de la mejilla de Harry.

—Su madre dejó en él las huellas de su sacrificio... esto es magia antigua; tendría que haberlo recordado, no me ex plico cómo lo pasé por alto... Pero no importa: ahora sí que puedo tocarlo.

Harry sintió el contacto de la fría yema del dedo largo y blanco, y creyó que la cabeza le iba a estallar de dolor.

No lo toque – rugió Lilly

Voldemort rió suavemente en su oído; luego retiró el dedo y siguió dirigiéndose a los mortífagos.

—Me equivoqué, amigos, lo admito. Mi maldición fue desviada por el loco sacrificio de la mujer y rebotó contra mí. Aaah... un dolor por encima de lo imaginable, amigos. Nada hubiera podido prepararme para soportarlo. Fui arrancado del cuerpo, quedé convertido en algo que era menos que espíritu, menos que el más sutil de los fantasmas... y, sin embargo, seguía vivo. Lo que fui entonces, ni siquiera yo lo sé... Yo, que he ido más lejos que nadie en el camino hacia la inmortalidad. Vosotros conocéis mi meta: conquistar la muerte. Y entonces fui puesto a prueba, y resultó que algu no de mis experimentos funcionó bien... porque no llegué a morir aunque la maldición debiera haberme matado. No obstante, quedé tan desprovisto de poder como la más débil criatura viva, y sin ningún recurso que me ayudara... por que no tenía cuerpo, y cualquier hechizo que pudiera haberme ayudado requería la utilización de una varita.

Pero allí teníamos al bondadoso de Colagusano, dispuesta a ayudar en lo que haga falta – ironizo James

»Sólo recuerdo que me obligué a mí mismo a existir, sin desfallecer. Me establecí en un lugar alejado, en un bosque, y esperé... Sin duda, alguno de mis fieles mortífagos trata ría de encontrarme... alguno de ellos vendría y practicaría la magia que yo no podía, para devolverme a un cuerpo. Pero esperé en vano.

Un estremecimiento recorrió de nuevo el círculo de los mortífagos. Voldemort dejó que aquel estremecimiento cre ciera horriblemente antes de continuar:

Le encanta someter a todo a su yugo – comentó Frank

—Sólo conservaba uno de mis poderes: el de ocupar los cuerpos de otros. Pero no me atrevía a ir a donde hubiera abundancia de humanos, porque sabía que los aurores se guían buscándome por el extranjero. En ocasiones habité el cuerpo de animales (por supuesto, las serpientes fueron mis preferidos), pero en ellos no estaba mucho mejor que siendo puro espíritu, porque sus cuerpos son poco aptos para reali zar magia... y, además, mi posesión de ellos les acortaba la vida. Ninguno duró mucho.

Y lo dice como si nada el muy capullo – exclamó ofendida Lilly L. – pobrecitos de todos los animales

Lilly no vuelvas a usar ese lenguaje – le regaño Lilly

»Luego... hace cuatro años... encontré algo que parecía asegurarme el retorno. Un mago joven y confiado vagaba por el camino del bosque que había convertido en mi hogar. Era la oportunidad con la que había estado soñando, pues se trataba de un profesor del colegio de Dumbledore. Fue fá cil doblegarlo a mi voluntad... Me trajo de vuelta a este país, y después de un tiempo ocupé su cuerpo para vigilarlo de cerca mientras cumplía mis órdenes. Pero el plan falló: no logré robar la piedra filosofal. Perdí la oportunidad de ase gurarme la vida inmortal. Una vez más, Harry Potter frus tró mi intento...

Muy bien hijo- lo felicito James

Volvió a hacerse el silencio. Nada se movía, ni siquiera las hojas del tejo. Los mortífagos estaban completamente inmóviles, y en las máscaras les brillaban los ojos, fijos en Voldemort y en Harry.

—Mi vasallo murió cuando dejé su cuerpo, y yo quedé tan debilitado como antes —prosiguió Voldemort—. Volví a mi lejano refugio temiendo que nunca recuperaría mis po deres. Sí, aquéllos fueron mis peores días: no podía esperar encontrarme otro mago cuyo cuerpo pudiera ocupar... y ya había perdido toda esperanza de que mis mortífagos se preocuparan por lo que hubiera sido de mí.

Claro si nadie te echaba de menos – comento Sirius

Uno o dos de los enmascarados hicieron gestos de inco modidad, pero Voldemort no hizo caso.

—Y entonces, no hace ni un año, cuando ya había aban donado toda esperanza, sucedió al fin: un vasallo volvió a mí. Colagusano, aquí presente, que había fingido su propia muerte para huir de la justicia, fue descubierto y decidió volver junto a su señor. Me buscó por el país en que se rumo reaba que me había ocultado... ayudado, claro, por las ratas que fue encontrando por el camino. Colagusano tiene una curiosa afinidad con las ratas, ¿no es así? Sus sucios ami guitos le dijeron que, en las profundidades de un bosque al banés, había un lugar que evitaban, en el que animales pequeños como ellas habían encontrado la muerte al que dar poseídos por una sombra oscura.

Mira que yo no sabía que se entendiera también con las ratas – razono Remus

»Pero su viaje de regreso a mí no careció de tropiezos, ¿verdad, Colagusano? Porque una noche, hambriento, en las lindes del mismo bosque en que esperaba encontrarme, paró imprudentemente en una posada para comer algo... ¿y a quién diríais que halló allí? A la mismísima Bertha Jor kins, una bruja del Ministerio de Magia.

Y la pobre se tropezó con la peor persona que pudiera encontrar – comento Alicie

»Ahora veréis cómo el hado favorece a lord Voldemort: aquél podría haber sido el final de Colagusano y de mi últi ma esperanza de regeneración, pero Colagusano (demos trando una presencia de ánimo que nunca habría esperado hallar en él) convenció a Bertha Jorkins de que lo acompa ñara a un paseo a la luz de la luna; la dominó... y la trajo hasta mí. Y Bertha Jorkins, que podría haberlo echado todo a perder, resultó ser un regalo mejor del que hubiera podi do soñar... porque, con un poco de persuasión, se convirtió en una verdadera mina de información.

Pero que mala suerte tiene esta chica – exclamo Tonks

»Fue ella la que me dijo que el Torneo de los tres magos tendría lugar en Hogwarts durante este curso, y también la que me habló de un fiel mortífago que estaría deseando ayu darme, si conseguía ponerme en contacto con él. Me dijo mu chas cosas... pero los medios que utilicé a fin de romper el encantamiento que le habían echado para borrarle la memo ria fueron demasiado fuertes, y, cuando le hube sacado toda la información útil, tenía la mente y el cuerpo en tan mal es tado que no había arreglo posible. Ya me había servido. No podía encarnarme en su cuerpo, así que me deshice de ella.

Claro dándosela de merendar a tu mascota – remugo Lilly L.

Voldemort sonrió con su horrenda sonrisa. Sus rojos ojos tenían una mirada cruel y extraviada.

—El cuerpo de Colagusano, por supuesto, era poco ade cuado para mi encarnación, puesto que todos lo creían muerto y, de ser visto, atraería demasiado la atención. Sin embargo, él fue el vasallo que yo necesitaba, dotado de un cuerpo que puso a mi servicio. Y, aunque no es un gran mago, pudo seguir las instrucciones que le daba y que me fueron devolviendo a un cuerpo, al mío propio, aunque débil y rudimentario; un cuerpo que podía habitar mientras aguardaba los ingredientes esenciales para el verdadero re nacimiento... Uno o dos encantamientos de mi invención, un poco de ayuda de mi querida Nagini... —los ojos de Vol demort se dirigieron a la serpiente, que no dejaba de dar vueltas—, una poción elaborada con sangre de unicornio, y el veneno de reptil que Nagini nos proporcionó... y retomé enseguida una forma casi humana, y me encontré lo bas tante fuerte para viajar.

Según tú lo que entiendas por aspecto humano – se burló Fred

»Ya no había esperanza de robar la piedra filosofal, por que sabía que Dumbledore se habría ocupado de destruirla. Pero estaba deseando abrazar de nuevo la vida mortal, an tes de buscar la inmortal. Así que me propuse expectativas más modestas: me conformaría con retornar a mi antiguo cuerpo, y a mi antigua fuerza.

»Sabía que para lograrlo (la poción que me ha revivido esta noche es una vieja joya de la magia oscura) necesitaría tres ingredientes muy poderosos. Bueno, uno de ellos ya es taba a mano, ¿verdad, Colagusano? Carne ofrecida por un vasallo...

»El hueso de mi padre, naturalmente, nos obligaba a desplazarnos a este lugar, donde está enterrado. Pero la sangre de un enemigo... Si por Colagusano hubiera sido, ha bría utilizado la de cualquier mago, ¿verdad? Cualquier mago que me odiara... ¡y hay tantos que todavía lo hacen! Pero yo sabía a quién tenía que usar si quería ser aún más fuerte de lo que había sido antes de mi caída: quería la san gre de Harry Potter, quería la sangre del que me había des provisto de fuerza trece años antes, para que la persistente protección que una vez le dio su madre residiera también en mis venas.

Te juro que te matare con mis propias manos antes de dejar que le pongas un dedo encima a mi familia –amenazo Lilly

»Pero ¿cómo atrapar a Harry Potter? Porque ha estado mejor protegido de lo que incluso él imagina, protegido por medios ingeniados hace tiempo por Dumbledore, cuando se ocupó del futuro del muchacho. Dumbledore invocó magia muy antigua para asegurarse de que el niño no sufría daño mientras se hallaba al cuidado de sus parientes. Ni siquiera yo podía tocarlo allí... Luego, naturalmente, estaban los Mundiales de quidditch. Pensé que su protección se debilita ría en el estadio, lejos de sus parientes y de Dumbledore, pero yo todavía no me encontraba lo bastante fuerte para intentar secuestrarlo en medio de una horda de magos del Ministerio. Y después el muchacho volvería a Hogwarts, donde desde la mañana a la noche estaría bajo la nariz aguileña de ese loco amigo de los muggles. Así que ¿cómo podía atraparlo?

Bueno tú tampoco me caes bien, si tengo que ser sincero – comento Albus

»Pues, por supuesto, aprovechándome de la informa ción de Bertha: usando a mi único mortífago fiel, estableci do en Hogwarts, para asegurarme de que el nombre del muchacho entraba en el cáliz de fuego, usándolo para ase gurarme de que el muchacho ganaba el Torneo... de que era el primero en tocar la copa, la Copa que mi mortífago habría convertido en un traslador que lo traería aquí, lejos de la protección de Dumbledore, a mis brazos expectantes. Y aquí está... el muchacho que todos vosotros creíais que había sido «mi caída».

Voldemort avanzó lentamente, y volvió su rostro a Harry. Levantó su varita.

¡Crucio!

No eso sí que no – rugió James

Fue un dolor muy superior a cualquier otro que Harry hubiera sufrido nunca: los huesos le ardieron, la cabeza pa recía que se le iba a partir por la cicatriz, los ojos le daban vueltas como locos. Deseó que terminara... perder el conoci miento... morir...

Y luego cesó. Su cuerpo quedó colgado, sin fuerzas, de las cuerdas que lo ataban a la lápida del padre de Volde mort, y miró aquellos brillantes ojos rojos a través de una especie de niebla. Las carcajadas de los mortífagos resona ban en la noche.

—Creo que veis lo estúpido que es pensar que este niño haya sido alguna vez más fuerte que yo —dijo Voldemort—. Pero no quiero que queden dudas en la mente de nadie.

Si no estuviera muerto ya, lo mataría con mis manos – afirmo Molly que estaba abrazando a Lilly que estaba temblando

Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demos traré mi poder matándolo, aquí y ahora, delante de todos vosotros, sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar, y no os quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Sólo un poquito más, Nagini —susurró, y la ser piente se retiró deslizándose por la hierba hacia los mortífagos—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

No puede matarlo – rugió Ginny que también temblaba

No estoy muerto recuerdas – le comento Harry cogiéndole la cara con las dos manos – mírame, mírame y tócame, no estoy muerto Ginny, estoy aquí contigo.

El capítulo ha terminado – dijo Hagrid

34 Priori incantatem

Te toca leer Ron – dijo suavemente Hermione

Dame el libro Hagrid- le pidió Ron

Colagusano se acercó a Harry, que intentó sacudirse su aturdimiento y apoyar en los pies el peso del cuerpo antes de que le desataran las cuerdas. Colagusano levantó su nueva mano plateada, le sacó la bola de tela de la boca, y luego, de un solo golpe, cortó todas las ataduras que sujeta ban a Harry a la lápida.

Y ni siquiera lo ayudo – remugo Sirius

Durante una fracción de segundo, Harry podría haber pensado en huir, pero la pierna herida le temblaba, y los mortífagos cerraban filas, tapando los huecos de los que fal taban y formando un cerco más apretado en torno a Volde mort y él. Colagusano se dirigió hacia el lugar en que yacía el cuerpo de Cedric, y regresó con la varita de Harry, que le puso con brusquedad en la mano, sin mirarlo, para volver luego a ocupar su sitio en el círculo de mortífagos.

—¿Te han dado clases de duelo, Harry Potter? —pre guntó Voldemort con voz melosa. Sus rojos ojos brillaban a través de la oscuridad.

Gracias a Merlín que si – aseguro Hermione

Aquellas palabras le hicieron recordar a Harry, como si se tratara de una vida anterior, el club de duelo al que había asistido brevemente en Hogwarts dos años antes... Todo cuanto había aprendido en él era el encantamiento de desarme, Expelliarmus. ¿Y qué utilidad podría tener quitarle la varita a Voldemort, si es que conseguía hacer lo, cuando estaba rodeado de mortífagos y serían por lo menos treinta contra uno? Nunca había aprendido nada que fuera adecuado para aquel momento. Sabía que se iba a enfrentar a aquello contra lo que siempre los había prevenido Moody: la maldición Avada Kedavra, que no se podía interceptar. Y Voldemort tenía razón: aquella vez su madre no se encontraba allí para morir por él. Estaba completamente desprotegido...

Tú no te preocupes mi vida que yo siempre estaré a tu lado – afirmo Lilly

—Saludémonos con una inclinación, Harry —dijo Volde mort, agachándose un poco, pero sin dejar de presentar a Harry su cara de serpiente—. Vamos, hay que comportarse como caballeros... A Dumbledore le gustaría que hicieras gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Harry.

Los mortífagos volvieron a reírse. La boca sin labios de Voldemort se contorsionó en una sonrisa. Harry no se incli nó. No iba a permitir que Voldemort se burlara de él antes de matarlo... no iba a darle esa satisfacción...

Creo que has llevado tu orgullo demasiado lejos Potter- comento Draco

—He dicho que te inclines —repitió Voldemort, alzando la varita.

Harry sintió que su columna vertebral se curvaba como empujada firmemente por una mano enorme e invisible, y los mortífagos rieron más que antes.

—Muy bien —dijo Voldemort con voz suave, y, cuando levantó la varita, la presión que empujaba a Harry hacia abajo desapareció—. Ahora da la cara como un hombre. Tieso y orgulloso, como murió tu padre...

Sera hijo de su puta madre – rugió James

»Señores, empieza el duelo.

Voldemort levantó la varita una vez más, y, antes de que Harry pudiera hacer nada para defenderse, recibió de nuevo el impacto de la maldición cruciatus. El dolor fue tan intenso, tan devastador, que olvidó dónde estaba: era como si cuchillos candentes le horadaran cada centímetro de la piel, y la cabeza le fuera a estallar de dolor. Gritó más fuerte de lo que había gritado en su vida.

Y luego todo cesó. Harry se dio la vuelta y, con dificul tad, se puso en pie. Temblaba tan incontrolablemente como Colagusano después de cortarse la mano. En su tambaleo llegó hasta el muro de mortífagos, que lo empujaron hacia Voldemort.

Es un niño, porque no lo deja en paz – en la voz de Molly había suplica

—Un pequeño descanso —dijo Voldemort, dilatando de emoción las alargadas rendijas de la nariz—, una breve pausa... Duele, ¿verdad, Harry? No querrás que lo repita, ¿a qué no?

Harry no respondió. Moriría como Cedric. Aquellos ojos rojos despiadados se lo estaban diciendo: iba a morir, y no podía hacer nada para evitarlo. Pero a lo que no estaba dis puesto era a doblegarse. No iba a obedecer a Voldemort... no iba a implorarle...

—Te he preguntado si quieres que lo repita —dijo Vol demort con voz suave—. ¡Respóndeme! ¡Imperio!

Y, por tercera vez en su vida, Harry sintió la sensación de que su mente se vaciaba de todo pensamiento... Era una ben dición, no pensar; era como flotar, soñar... Di simplemente «no, por piedad»... Di «no, por piedad»... Simplemente dilo...

«No lo haré —dijo otra voz más fuerte desde la parte de atrás de la cabeza—; no responderé...»

Di «no, por piedad»...

«No lo haré, no lo diré...»

Di «no, por piedad»...

—¡NO LO HARÉ!

Eso es papa – le felicitaron sus hijos

Y estas palabras brotaron de la boca de Harry. Retum baron en el cementerio, y la somnolencia desapareció tan de repente como si le hubieran echado un jarro de agua fría. Pero regresaron inmediatamente los dolores que la maldi ción cruciatus le había dejado en todo el cuerpo, y la con ciencia del lugar y la situación en que se encontraba.

—¿No lo harás? —dijo Voldemort en voz baja, y los mor tífagos no se rieron aquella vez—. ¿No dirás «no, por pie dad»? Harry, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte... ¿tal vez con otra pequeña do sis de dolor?

Aquí las únicas personas que tienen que enseñarle algo, somos nosotros – rugieron Lilly y James

Voldemort levantó la varita, pero aquella vez Harry es taba listo: con los reflejos adquiridos en los entrenamientos de quidditch, se echó al suelo a un lado. Rodó hasta quedar a cubierto detrás de la lápida de mármol del padre de Volde mort, y la oyó resquebrajarse al recibir la maldición dirigida a él.

—No vamos a jugar al escondite, Harry —dijo la voz sua ve y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que es tás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? Sal, Harry... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni si quiera sea doloroso, no lo sé... ¡Como nunca me he muerto...!

No, pero morirás y te dolerá – vaticino Lilly – ya me encargare yo de que te duela

Harry permaneció agachado tras la lápida, compren diendo que había llegado su fin. No había esperanza... nadie iba a ayudarlo. Y, al oír a Voldemort acercarse aún más, sólo supo una cosa que escapaba al miedo y a la razón: que no iba a morir agachado como un niño que jugara al escon dite, ni iba a morir arrodillado a los pies de Voldemort. Mo riría de pie como su padre, intentando defenderse aunque no hubiera defensa posible.

Bueno Harry cuando te dicen que te pareces a tu padre, la gente no quiere que llegues a esos límites – se burló Fred en un intento de relajar la situación

Antes de que Voldemort asomara la cabeza de serpien te por el otro lado de la lápida, Harry se había levantado; agarraba firmemente la varita con una mano, la blandía ante él, y se abalanzaba al encuentro de Voldemort para en frentarse con él cara a cara.

Voldemort estaba listo. Al tiempo que Harry gritaba «¡Expelliarmus!», Voldemort lanzó su «¡Avada Kedavra!».

Por lo menos se defiende – comento con orgullo Sirius

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire. Repentinamente, la varita de Harry empezó a vibrar como si la recorriera una descarga eléctrica. La mano se le había agarrotado, y no habría podido soltarla aunque hubiera querido. Un estrecho rayo de luz que no era de color rojo ni verde, sino de un dorado intenso y brillante, conectó las dos varitas, y Harry, mirando el rayo con asombro, vio que tam bién los largos dedos de Voldemort aferraban una varita que no dejaba de vibrar.

Claro las varitas son gemelas – dijo con alegría Lilly – no se pueden hacer daño sin que las varitas se resistan

Y entonces (nada podría haber preparado a Harry para aquello) sintió que sus pies se alzaban del suelo. Tanto él como Voldemort estaban elevándose en el aire, y sus varitas seguían conectadas por el hilo de luz dorada. Se alejaron de la lápida del padre de Voldemort, y fueron a aterrizar en un claro de tierra sin tumbas. Los mortífagos gritaban pidién dole instrucciones a Voldemort mientras, seguidos por la serpiente, volvían a reunirse y a formar el círculo en torno a ellos. Algunos sacaron las varitas.

No podrán hacerle nada – cometo Lilly

El rayo dorado que conectaba a Harry y Voldemort se escindió. Aunque las varitas seguían conectadas, mil rami ficaciones se desprendieron trazando arcos por encima de ellos, y se entrelazaron a su alrededor hasta dejarlos ence rrados en una red dorada en forma de campana, una especie de jaula de luz, fuera de la cual los mortífagos merodeaban como chacales, profiriendo gritos que llegaban adentro amortiguados.

—¡No hagáis nada! —les gritó Voldemort a los mortí fagos.

Si no vayan a ayudar a Harry – comento James

Harry vio que tenía los ojos completamente abiertos de sorpresa ante lo que estaba ocurriendo, y que forcejea ba en un intento de romper el hilo de luz que seguía unien do las varitas. Harry agarró la suya con más fuerza utilizando ambas manos, y el hilo dorado permaneció in tacto.

—¡No hagáis nada a menos que yo os lo mande! —volvió a gritar Voldemort.

Y, entonces, un sonido hermoso y sobrenatural llenó el aire... Procedía de cada uno de los hilos de la red finamente tejida en torno a Harry y Voldemort. Era un sonido que Harry pudo reconocer, aunque antes sólo lo había oído una vez: era el canto del fénix.

Claro tu varita es de fénix y el sonido es el canto de un fénix- le explico Lilly a su hijo

Para Harry era un sonido de esperanza... lo más hermo so y acogedor que había oído en su vida. Sentía como si el canto estuviera dentro de él en vez de rodearlo. Era un sonido que lo conectaba a Dumbledore, como si un amigo le ha blara al oído...

No rompas la conexión.

Gracias, Harry – dijo Albus – por considerarme amigo tuyo

No ha de que – respondió Harry que tenía abrazada a Ginny por la cintura

«Lo sé —le dijo Harry a la música—, ya sé que no debo.» Pero, en cuanto lo hubo pensado, se convirtió en algo bas tante más difícil de cumplir. Su varita empezó a vibrar más fuerte que antes... y el rayo que lo unía a Voldemort había cambiado también: era como si unos guijarros de luz se des lizaran de un lado a otro del rayo que unía las varitas. Harry notó que su varita se sacudía en el interior de su mano mientras los guijarros comenzaban a deslizarse hacia su lado lenta pero incesantemente. La dirección del movi miento del rayo era de Voldemort hacia él, y notaba que su varita vibraba con enorme fuerza...

No sueltes hijo – susurraron Lilly y James

Cuando el más próximo de los guijarros de luz se acercó a la varita de Harry, la madera que tenía entre los dedos se puso tan caliente que a Harry le dio miedo que se prendiera. Cuanto más se acercaba el guijarro, con más fuerza vibraba la varita de Harry. Tuvo la certeza de que, en cuanto tocara la varita, ésta se desharía. Parecía a punto de hacerse astillas entre sus dedos...

Concentró cada célula de su cerebro en obligar al guija rro a retroceder hacia Voldemort, con el canto del fénix en los oídos y los ojos furiosos, fijos. Lentamente, muy lenta mente, los guijarros se fueron deteniendo, y luego, con la mis ma lentitud, comenzaron a desplazarse en sentido opuesto... y entonces fue la varita de Voldemort la que empezó a vibrar con terrible fuerza. Voldemort parecía anonadado y casi te meroso.

Claro su varita se comporta de forma extraña que esperabas – comento James

Uno de los guijarros de luz temblaba a unos centíme tros de distancia de la varita de Voldemort. Harry no sabía por qué lo hacía, no sabía qué podría sacar de aquello... pero se concentró como nunca en su vida en obligar a aquel guija rro de luz a ir hacia la varita de Voldemort, y despacio, muy despacio, el guijarro se movió a través del hilo dorado, tem bló por un momento, y luego hizo contacto.

De inmediato, la varita de Voldemort prorrumpió en es tridentes alaridos de dolor. A continuación (los rojos ojos de Voldemort se abrieron de terror) una mano de humo denso surgió de la punta de la varita y se desvaneció: el espectro de la mano que le había dado a Colagusano. Más gritos de dolor, y luego empezó a brotar de la punta de la varita de Voldemort algo mucho más grande, algo gris que parecía hecho de un humo casi sólido. Formó una cabeza... a la que siguieron el pecho y los brazos: era el torso de Cedric Diggory.

Priori incantatem – susurro Lilly

Esto conmocionó a Harry de tal manera, que si en algún momento podría haber soltado la varita habría sido aquél, pero el instinto se lo impidió, de manera que el rayo de luz dorada siguió intacto, aunque el espeso espectro gris de Ce dric Diggory (¿era un espectro?, ¡parecía corpóreo!) salió en su totalidad de la punta de la varita de Voldemort como de un túnel muy estrecho. Y aquella sombra de Cedric se puso de pie, miró a ambos lados el rayo de luz dorada, y habló:

—¡Aguanta, Harry! —dijo.

Por lo menos te dio ánimos – cometo Fred

La voz resonó distante. Harry miró a Voldemort, que contemplaba atónito la escena, con los ojos abiertos como platos. Aquello lo había cogido tan de sorpresa como a Harry. Éste oyó los apagados gritos de terror de los mortífa gos, que rondaban fuera de la campana dorada.

Surgieron nuevos gritos de dolor de la varita, y luego algo más brotó de la punta: la densa sombra de una segunda cabeza, rápidamente seguida de los brazos y el torso. Un viejo al que Harry había visto en cierta ocasión en un sueño salía de la punta de la varita exactamente igual que había hecho Cedric... Su espectro, o su sombra, o lo que fuera, cayó junto al de Cedric y, apoyándose sobre su cayado, examinó con alguna sorpresa a Harry, a Voldemort, la red dorada y las varitas conectadas.

—Entonces, ¿era un mago de verdad? —dijo el viejo, fi jándose en Voldemort—. Me mató, ése lo hizo... ¡Pelea bien, muchacho!

Guerrero el hombre – comento George

Pero ya estaba surgiendo una nueva cabeza... y aqué lla, gris como una estatua de humo, era la de una mujer. Soportando las sacudidas con ambas manos para no soltar la varita, Harry la vio caer al suelo y levantarse como los otros, observando.

La sombra de Bertha Jorkins contempló con los ojos muy abiertos la batalla que tenía lugar ante ella.

—¡No sueltes! —le gritó, y su voz retumbó al igual que la de Cedric, como si llegara de muy lejos—. ¡No sueltes, Harry, no sueltes!

Eso Harry tu no sueltes – susurro Sirius

Ella y los otros dos fantasmas comenzaron a deambular por la parte interior de la campana dorada, mientras los mortífagos hacían algo parecido en la parte de fuera... Las víctimas de Voldemort cuchicheaban rodeando a los duelis tas, le susurraban a Harry palabras de ánimo y le decían a Voldemort cosas que Harry no alcanzaba a oír.

Y entonces otra cabeza salió de la punta de la varita de Voldemort... Harry supo quién era en cuanto la vio, lo comprendió como si la hubiera estado esperando desde el momento en que Cedric había surgido de la varita, lo com prendió porque la mujer que salía era la persona en la que más había pensado aquella noche...

Gracias hijo – susurro Lilly

La sombra de humo de una mujer joven de pelo largo cayó al suelo tal como había hecho Bertha, se levantó y lo miró... y Harry, con los brazos temblando furiosamente, devolvió la mirada al rostro fantasmal de su madre.

—Tu padre está en camino... —dijo ella en voz baja—. Quiere verte... Todo irá bien... ¡ánimo!...

Gracias por anunciarme, amor – le susurro James a Lilly

Y entonces empezó a salir: primero la cabeza, luego el cuerpo, alto y de pelo alborotado como Harry. La forma eté rea de James Potter brotó del extremo de la varita de Volde mort, cayó al suelo y se puso de pie como su mujer. Se acercó a Harry, mirándolo, y le habló con la misma voz lejana y resonante que los otros, pero en voz baja, para que Voldemort, cuya cara estaba ahora lívida de terror al verse rodeado por sus víctimas, no pudiera oírlo:

—Cuando la conexión se rompa, desapareceremos al cabo de unos momentos... pero te daremos tiempo... Tienes que alcanzar el traslador, que te llevará de vuelta a Hog warts. ¿Has comprendido, Harry?

—Sí —contestó éste jadeando, haciendo un enorme es fuerzo por sostener la varita, que se le resbalaba entre los dedos.

Vamos a salvarlo James – susurro Lilly

Lo dudabas – le sonrió James

—Harry —le cuchicheó la figura de Cedric—, lleva mi cuerpo, ¿lo harás? Llévales el cuerpo a mis padres...

—Lo haré —contestó Harry con el rostro tenso por el es fuerzo.

—Prepárate —susurró la voz de su padre—. Prepárate para correr... ahora...

—¡YA! —gritó Harry.

No hubiera podido aguantar ni un segundo más. Le vantó la varita con todas sus fuerzas, y el rayo dorado se partió. La jaula de luz se desvaneció y se apagó el canto del fénix, pero las víctimas de Voldemort no desaparecie ron: lo cercaron para servirle a Harry de escudo.

Corre – gritaron todos en la sala

Y Harry corrió como nunca lo había hecho en su vida, golpeando a dos mortífagos atónitos para abrirse paso. Corrió en zigzag por entre las tumbas, notando tras él las maldiciones que le arrojaban, oyéndolas pegar en las lápi das: fue esquivando tumbas y maldiciones, dirigiéndose como una bala hacia el cuerpo de Cedric, olvidado por completo del dolor de la pierna, concentrado con todas sus fuer zas en lo que tenía que hacer.

—¡Aturdidlo! —oyó gritar a Voldemort.

No lo conseguirás – rugió Sirius – rata asquerosa

A tres metros de Cedric, Harry se parapetó tras un ángel de mármol para evitar los chorros de luz roja. La punta de una de las alas del ángel cayó rota al ser alcanzada por las maldiciones. Agarrando más fuerte la varita, salió corriendo.

¡Impedimenta! —gritó, apuntando con la varita por encima del hombro a los mortífagos que lo perseguían.

Por un grito amortiguado, pensó que había dado al me nos a uno de ellos, pero no tenía tiempo de pararse a mirar. Saltó sobre la Copa y se echó al suelo al oír más maldiciones tras él. Nuevos chorros de luz le pasaron por encima de la cabeza mientras, tumbado, alargaba la mano para coger el brazo de Cedric.

Venga Harry date prisa – exclamo Aidil

—¡Apartaos! ¡Lo mataré! ¡Es mío! —chilló Voldemort.

La mano de Harry había aferrado a Cedric por la muñe ca. Entre él y Voldemort se interponía una lápida, pero Ce dric pesaba demasiado para arrastrarlo, y la Copa quedaba fuera de su alcance.

Los rojos ojos de Voldemort destellaron en la oscuridad. Harry lo vio curvar la boca en una sonrisa, y levantar la va rita.

¡Accio! —gritó Harry, apuntando a la Copa de los tres magos con la varita.

La Copa voló por el aire hasta él. Harry la cogió por un asa.

Hermione te debemos una – le gritaron cuatro mujeres a la vez

Oyó el grito furioso de Voldemort en el mismo instante en que él sentía la sacudida bajo el ombligo que significaba que el traslador había funcionado: se alejaba de allí a toda velocidad en medio de un torbellino de viento y colores, y Cedric iba a su lado. Regresaban...

se ha terminado el capítulo – dijo Ron- quien lee ahora

Creo que lo mejor es comer algo y después pensamos en quien lee que os parece – comento Aidil – creo que hemos soportado más tensión de la que podemos.

Conviene que comamos todos algo – la apoyo Harry.

35 La poción de la verdad

Bueno ahora que ya hemos comido- pregunto Molly- quien lee

Te toca Hermy – le informo Ron

Vale – contesto Hermione

Harry cayó de bruces, y el olor del césped le penetró por la nariz. Había cerrado los ojos mientras el traslador lo trans portaba, y seguía sin abrirlos. No se movió. Parecía que le hu bieran cortado el aire. La cabeza le daba vueltas sin parar, y se sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco. Para sujetarse, se aferró con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Cedric. Tenía la impresión de que si los soltaba se hundiría en las tinieblas que envolvían su cerebro. El horror sufrido y el agotamiento lo mantenían pegado al suelo, respirando el olor del césped, aguardando a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera... Notaba un dolor vago e incesante en la cicatriz de la frente.

Vamos Harry, tienes que levantarte – comento James

El estrépito lo ensordeció y lo dejó más confundido: ha bía voces por todas partes, pisadas, gritos... Permaneció donde estaba, con el rostro contraído, como si fuera una pe sadilla que pasaría...

Un par de manos lo agarraron con fuerza y lo volvieron boca arriba.

—¡Harry!, ¡Harry!

Abrió los ojos.

Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se en contraba a su lado, agachado. Los rodeaban las sombras os curas de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.

Con lo aturdido que estabas pudiste notar todo eso – exclamo Hermione sorprendida

Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.

Harry soltó la Copa, pero agarró a Cedric aún con más fuerza. Levantó la mano que le quedaba libre y cogió la mu ñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.

—Ha retornado —susurró Harry—. Ha retornado. Vol demort.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.

—¡Dios... Dios mío, Diggory! —exclamó—. ¡Está muer to, Dumbledore!

Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!».

—Suéltalo, Harry —oyó que le decía la voz de Fudge, y notó dedos que intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó.

Amor suéltalo ya no puedes hacer nada por el – le dijo Lilly con voz suave

Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.

—Ya no puedes hacer nada por él, Harry. Todo acabó. Suéltalo.

—Quería que lo trajera —musitó Harry: le parecía im portante explicarlo—. Quería que lo trajera con sus padres...

—De acuerdo, Harry... Ahora suéltalo.

Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a Harry del suelo y lo puso en pie. Harry se tambaleó. Le iba a esta llar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo. Alrededor de ellos, la multitud daba em pujones, intentando acercarse, apretando contra él sus oscu ras siluetas.

Habría que contener a eso muchachos – comento con desaprobación Alicie

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? ¡Diggory está muerto!

—¡Tendrán que llevarlo a la enfermería! —dijo Fudge en voz alta—. Está enfermo, está herido... Dumbledore, los padres de Diggory están aquí, en las gradas...

—Yo llevaré a Harry, Dumbledore, yo lo llevaré...

—No, yo preferiría...

—Amos Diggory viene corriendo, Dumbledore. Viene para acá... ¿No crees que tendrías que decirle, antes de que vea...?

—Quédate aquí, Harry.

Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La es cena vaciló ante los ojos de Harry...

—Ya ha pasado, hijo, vamos... Te llevaré a la enfermería.

—Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Harry. La cicatriz de la frente lo hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.

—Tienes que acostarte. Vamos, ven...

No vayas Harry, quédate donde estas – ordeno Lilly

Mama mi yo del libro no te escucha – comento Harry

Y alguien más alto y más fuerte que Harry empezó a llevarlo, tirando de él por entre la aterrorizada multitud. Harry oía chillidos y gritos ahogados mientras el hombre se abría camino por entre ellos, llevándolo al castillo. Cruza ron la explanada y dejaron atrás el lago con el barco de Durmstrang. Harry ya no oía más que la pesada respiración del hombre que lo ayudaba a caminar.

—¿Qué ha ocurrido, Harry? —le preguntó el hombre al fin, ayudándolo a subir la pequeña escalinata de piedra.

Bum, bum, bum. Era Ojoloco Moody.

Bueno es de fiar – comento Frank

No lo es – contesto James – ha desobedecido una orden de Albus, no es de fiar

—La Copa era un traslador —explicó, mientras atrave saban el vestíbulo—. Nos dejó en un cementerio... y Volde mort estaba allí... lord Voldemort.

Bum, bum, bum. Iban subiendo por la escalinata de mármol...

—¿Que el Señor Tenebroso estaba allí? ¿Y qué ocurrió entonces?

—Mató a Cedric... lo mataron...

—¿Y luego?

Bum, bum, bum. Avanzaban por el corredor...

—Con una poción... recuperó su cuerpo...

—¿El Señor Tenebroso ha recuperado su cuerpo? ¿Ha retornado?

—Y llegaron los mortífagos... y luego nos batimos...

—¿Que te batiste con el Señor Tenebroso?

—Me escapé... La varita... hizo algo sorprendente... Vi a mis padres... Salieron de su varita...

Harry no sigas, detente – mustio Sirius

—Pasa, Harry... Aquí, siéntate. Ahora estarás bien. Bé bete esto...

Harry oyó que una llave hurgaba en la cerradura, y se encontró una taza en las manos.

—Bébetelo... Te sentirás mejor. Vamos a ver, Harry: quiero que me cuentes todo lo que ocurrió exactamente...

Moody lo ayudó a tragar la bebida. Harry tosió por el ardor que la pimienta le dejó en la garganta. El despacho de Moody y el propio Moody aparecieron entonces mucho más claros a sus ojos. Estaba tan pálido como Fudge, y tenía ambos ojos fijos, sin parpadear, en el rostro de Harry:

—¿Ha retornado Voldemort, Harry? ¿Estás seguro? ¿Cómo lo hizo?

—Cogió algo de la tumba de su padre, algo de Colagusa no y algo mío —dijo Harry. Su cabeza se aclaraba; la cicatriz ya no le dolía tanto. Veía con claridad el rostro de Moody, aunque el despacho estaba oscuro. Aún oía los gritos que llegaban del distante campo de quidditch.

Sal del despacho – murmuro Remus- por favor Harry sal de allí

—¿Qué fue lo que el Señor Tenebroso cogió de ti? —pre guntó Moody.

—Sangre —dijo Harry, levantando el brazo. La manga de la túnica estaba rasgada por donde la había cortado Co lagusano con la daga.

Moody profirió un silbido largo y sutil.

—¿Y los mortífagos? ¿Volvieron?

—Sí —contestó Harry—. Muchos...

—¿Cómo los trató? —preguntó en voz baja—. ¿Los per donó?

Pero Harry acababa de recordar repentinamente. Ten dría que habérselo dicho a Dumbledore, tendría que haber lo hecho enseguida...

—¡Hay un mortífago en Hogwarts! Hay un mortífago aquí: fue el que puso mi nombre en el cáliz de fuego y se ase guró de que llegara al final del Torneo...

Mal paso – comento James

Harry trató de levantarse, pero Moody lo empujó contra el respaldo.

—Ya sé quién es el mortífago —dijo en voz baja

—¿Karkarov? —preguntó Harry alterado—. ¿Dónde está? ¿Lo ha atrapado usted? ¿Lo han encerrado?

—¿Karkarov? —repitió Moody, riendo de forma extra ña—. Karkarov ha huido esta noche, al notar que la Marca Tenebrosa le escocía en el brazo. Traicionó a demasiados fieles seguidores del Señor Tenebroso para querer volver a verlos... pero dudo que vaya lejos: el Señor Tenebroso sabe cómo encontrar a sus enemigos.

—¿Karkarov se ha ido? ¿Ha escapado? Pero entonces... ¿no fue él el que puso mi nombre en el cáliz?

—No —dijo Moody despacio—, no fue él. Fui yo.

No – exclamo el matrimonio Longbottom

Harry lo oyó pero no lo creyó.

—No, usted no lo hizo —replicó—. Usted no lo hizo... no pudo hacerlo...

—Te aseguro que sí —afirmó Moody, y su ojo mágico giró hasta fijarse en la puerta. Harry comprendió que se es taba asegurando de que no hubiera nadie al otro lado. Al mismo tiempo, Moody sacó la varita y apuntó a Harry con ella—. Entonces, ¿los perdonó?, ¿a los mortífagos que que daron en libertad, los que se libraron de Azkaban?

—¿Qué?

Harry miró la varita con que Moody le apuntaba: era una broma pesada, sin duda.

Demasiado pesada para mi gusto – exclamo furioso James S.

—Te he preguntado —repitió Moody en voz baja— si él perdonó a esa escoria que no se preocupó por buscarlo. Esos cobardes traidores que ni siquiera afrontaron Azkaban por él. Esos apestosos desleales e inútiles que tuvieron el sufi ciente valor para hacer el idiota en los Mundiales de quid ditch pero huyeron a la vista de la Marca Tenebrosa que yo hice aparecer en el cielo.

—¿Que usted...? ¿Qué está diciendo?

Por qué te negabas a creer, Harry – pregunto Ginny

—Ya te lo expliqué, Harry, ya te lo expliqué. Si hay algo que odio en este mundo es a los mortífagos que han quedado en libertad. Le dieron la espalda a mi señor cuando más los necesitaba. Esperaba que los castigara, que los torturara. Dime que les ha hecho algo, Harry... —La cara de Moody se iluminó de pronto con una sonrisa demente—. Dime que re conoció que yo, sólo yo le he permanecido leal... y dispuesto a arriesgarlo todo para entregarle lo que él más deseaba: a ti.

—Usted no lo hizo... No puede ser.

—¿Quién puso tu nombre en el cáliz de fuego, en repre sentación de un nuevo colegio? Yo. ¿Quién espantó a todo aquel que pudiera hacerte daño o impedirte ganar el Tor neo? Yo. ¿Quién animó a Hagrid a que te mostrara los dra gones? Yo. ¿Quién te ayudó a ver la única forma de derrotar al dragón? ¡Yo!

Se puede saber por qué te cuenta todo esto – pregunto Albus S.- no le iría mejor callarse

El ojo mágico de Moody dejó de vigilar la puerta. Estaba fijo en Harry. Su boca torcida sonrió más malignamente que nunca.

—No fue fácil, Harry, guiarte por todas esas pruebas sin levantar sospechas. He necesitado toda mi astucia para que no se pudiera descubrir mi mano en tu éxito. Si lo hu bieras conseguido todo demasiado fácilmente, Dumbledore habría sospechado. Lo importante era que llegaras al labe rinto, a ser posible bien situado. Luego, sabía que podría li brarme de los otros campeones y despejarte el camino. Pero también tuve que enfrentarme a tu estupidez. La segunda prueba... ahí fue cuando tuve más miedo de que fracasaras. Estaba muy atento a ti, Potter. Sabía que no habías desci frado el enigma del huevo, así que tenía que darte otra pis ta...

—No fue usted —dijo Harry con voz ronca—: fue Cedric el que me dio la pista.

No – sentencio Ron – el obligo a Diggory

—¿Y quién le dijo a Cedric que lo abriera debajo del agua? Yo. Sabía que te pasaría la información: la gente decente es muy fácil de manipular, Potter. Estaba seguro de que Cedric querría devolverte el favor de haberle dicho lo de los dragones, y así fue. Pero incluso entonces, Potter, incluso entonces pa recía muy probable que fracasaras. Yo no te quitaba el ojo de encima... ¡Todas aquellas horas en la biblioteca! ¿No te diste cuenta de que el libro que necesitabas lo tenías en el dormi torio? Yo lo hice llegar hasta allí muy pronto, se lo di a ese Longbottom, ¿no lo recuerdas? Las plantas acuáticas mági cas del Mediterráneo y sus propiedades. Ese libro te habría explicado todo lo que necesitabas saber sobre las branquialgas. Suponía que le pedirías ayuda a todo el mundo. Long bottom te lo habría explicado al instante. Pero no lo hiciste... no lo hiciste... Tienes una vena de orgullo y autosuficiencia que podría haberlo arruinado todo.

Hey, no te metas con su orgullo que lo ha salvado de morir – comento Fred

»¿Qué podía hacer? Pasarte información por medio de otra boca inocente. Me habías dicho en el baile de Navidad que un elfo doméstico llamado Dobby te había hecho un regalo. Así que llamé a ese elfo a la sala de profesores para que recogiera una túnica para lavar, y mantuve con la pro fesora McGonagall una conversación sobre los retenidos, y sobre si Potter pensaría utilizar las branquialgas. Y tu amiguito el elfo se fue derecho al armario de Snape para pro veerte...

Mira Snape, Harry no se dedicaba a robarte en tu armario – le espeto Sirius

La varita de Moody seguía apuntando directamente al corazón de Harry. Por encima de su hombro, en el reflector de enemigos colgado en la pared, vio que se acercaban unas formas nebulosas.

—Tardaste tanto en salir del lago, Potter, que creí que te habías ahogado. Pero, afortunadamente, Dumbledore tomó por nobleza tu estupidez y te dio muy buena nota. Qué respiro.

»Por supuesto, en el laberinto tuviste menos problemas de los que te correspondían —siguió—. Fue porque yo esta ba rondando. Podía ver a través de los setos del exterior, y te quité mediante maldiciones muchos obstáculos del cami no: aturdí a Fleur Delacour cuando pasó; le eché a Krum la maldición imperius para que eliminara a Diggory, y te dejé el camino expedito hacia la Copa.

Mira que utilizar a chicos inocentes para todas sus barbaridades – exclamo Tonks

Harry miró a Moody. No comprendía cómo era posible que el amigo de Dumbledore, el famoso auror, el que había atrapado a tantos mortífagos... No tenía sentido, ningún sentido.

Las nebulosas formas del reflector de enemigos se iban definiendo. Por encima del hombro de Moody vio la silueta de tres personas que se acercaban más y más. Pero Moody no las veía. Tenía su ojo mágico fijo en Harry.

De algo servirá que este enamorado de ti – comento George para romper la tensión

—El Señor Tenebroso no consiguió matarte, Potter, que era lo que quería —susurró Moody—. Imagínate cómo me recompensará cuando vea que lo he hecho por él: yo te en tregué (tú eras lo que más necesitaba para poderse regene rar) y luego te maté por él. Recibiré mayores honores que ningún otro mortífago. Me convertiré en su partidario pre dilecto, el más cercano... más cercano que un hijo...

El ojo normal de Moody estaba desorbitado por la emo ción, y el mágico seguía fijo en Harry. La puerta había queda do cerrada con llave, y Harry sabía que jamás conseguiría alcanzar a tiempo su varita para poder salvarse.

No te preocupes – le aseguro Lilly – Albus va a rescatarte

—El Señor Tenebroso y yo tenemos mucho en común —dijo Moody, que en aquel momento parecía completamen te loco, erguido frente a Harry y dirigiéndole una sonrisa malévola—: los dos, por ejemplo, tuvimos un padre muy de cepcionante... mucho. Los dos hemos sufrido la humillación de llevar el nombre paterno, Harry. ¡Y los dos gozamos del placer... del enorme placer de matar a nuestro padre para asegurar el ascenso imparable de la Orden Tenebrosa!

—¡Usted está loco! —exclamó Harry, sin poder conte nerse—, ¡está completamente loco!

Te ha costado darte cuenta, he cuñadito – se burló Fred

—¿Loco yo? —dijo Moody, alzando la voz de forma in controlada—. ¡Ya veremos! ¡Veremos quién es el que está loco, ahora que ha retornado el Señor Tenebroso y que yo es taré a su lado! ¡Ha retornado, Harry Potter! ¡Tú no pudiste con él, y yo podré contigo!

Moody levantó la varita y abrió la boca. Harry metió la mano en la túnica...

¡Desmaius!

Hubo un rayo cegador de luz roja y, con gran estruendo, echaron la puerta abajo.

Ves ya han venido a ayudarte – comento Lilly

No esta mama demasiado tranquila – le susurro Harry a Aidil

Pues tu veras le he echado poción relajante en el té de esta mañana y en el de después de comer – le comento en un susurro Aidil

Moody cayó al suelo de espaldas. Harry, con los ojos aún fijos en el lugar en que se había encontrado la cara de Moody, vio a Albus Dumbledore, al profesor Snape y la pro fesora McGonagall mirándolo desde el reflector de enemi gos. Apartó la mirada del reflector, y los vio a los tres en el hueco de la puerta. Delante, con la varita extendida, estaba Dumbledore.

Los tres mosqueteros – comento Lidia

En aquel momento, Harry comprendió por vez primera por qué la gente decía que Dumbledore era el único mago al que Voldemort temía. La expresión de su rostro al observar el cuerpo inerte de Ojoloco Moody era más temible de lo que Harry hubiera podido imaginar. No había ni rastro de su be névola sonrisa, ni del guiño amable de sus ojos tras los cris tales de las gafas. Sólo había fría cólera en cada arruga de la cara. Irradiaba una fuerza similar a la de una hoguera.

Te has enamorado del director, Potter – pregunto Draco

No – le contesto Harry – y tú de tu Señor

Entró en el despacho, puso un pie debajo del cuerpo caí do de Moody, y le dio la vuelta para verle la cara. Snape lo seguía, mirando el reflector de enemigos, en el que todavía resultaba visible su propia cara. Dirigió una mirada feroz al despacho.

La profesora McGonagall fue directamente hasta Harry.

—Vamos, Potter —susurró. Tenía crispada la fina línea de los labios como si estuviera a punto de llorar—. Ven con migo, a la enfermería...

Menos mal que a alguien se le ocurre que necesita una cura – ironizo James

—No —dijo Dumbledore bruscamente.

—Tendría que ir, Dumbledore. Míralo. Ya ha pasado bastante por esta noche...

—Quiero que se quede, Minerva, porque tiene que com prender. La comprensión es el primer paso para la acepta ción, y sólo aceptando puede recuperarse. Tiene que saber quién lo ha lanzado a la terrible experiencia que ha padeci do esta noche, y por qué lo ha hecho.

—Moody... —dijo Harry. Seguía sin poder creerlo—. ¿Cómo puede haber sido Moody?

—Éste no es Alastor Moody —explicó Dumbledore en voz baja—. Tú no has visto nunca a Alastor Moody. El ver dadero Moody no te habría apartado de mi vista después de lo ocurrido esta noche. En cuanto te cogió, lo comprendí... y os seguí.

En eso tiene toda la razón – comento Alicie

Dumbledore se inclinó sobre el cuerpo desmayado de Moody y metió una mano en la túnica. Sacó la petaca y un llavero. Entonces se volvió hacia Snape y la profesora McGonagall.

—Severus, por favor, ve a buscar la poción de la verdad más fuerte que tengas, y luego baja a las cocinas y trae a una elfina doméstica que se llama Winky. Minerva, sé tan amable de ir a la cabaña de Hagrid, donde encontrarás un perro grande y negro sentado en la huerta de las calabazas. Lleva el perro a mi despacho, dile que no tardaré en ir y lue go vuelve aquí.

Bueno Sirius ahora te pondrán al corriente de todo – comento Remus

Pero si ya sé que ha pasado – contesto Sirius

Si Snape o McGonagall encontraron extrañas aquellas instrucciones, lo disimularon, porque tanto uno como otra se volvieron de inmediato, y salieron del despacho. Dum bledore fue hasta el baúl de las siete cerraduras, metió la primera llave en la cerradura correspondiente, y lo abrió. Contenía una gran cantidad de libros de encantamientos. Dumbledore cerró el baúl, introdujo la segunda llave en la segunda cerradura, y volvió a abrirlo: los libros habían desa parecido, y lo que contenía el baúl era un gran surtido de chivatoscopios rotos, algunos pergaminos y plumas, y lo que parecía una capa invisible que en aquel momento era de co lor plateado. Harry observó, pasmado, cómo Dumbledore metía la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta llaves en sus respectivas cerraduras, y volvía a abrir el baúl para revelar en cada ocasión diferentes contenidos. Luego introdujo la séptima llave, levantó la tapa, y Harry soltó un grito de sor presa.

Que has descubierto papa – pregunto James S.

Había una especie de pozo, una cámara subterránea en cuyo suelo, a unos tres metros de profundidad, se hallaba el verdadero Ojoloco Moody, según parecía profundamente dor mido, flaco y desnutrido. Le faltaba la pata de palo, la cuenca que albergaba su ojo mágico estaba vacía bajo el párpado, y en su pelo entrecano había muchas zonas ralas. Atónito, Harry pasó la vista del Moody que dormía en el baúl al Moody inconsciente que yacía en el suelo del despacho.

Dumbledore se metió en el baúl, se descolgó y cayó sua vemente junto al Moody dormido. Se inclinó sobre él.

—Está desmayado... controlado por la maldición impe rius... y se encuentra muy débil —dijo—. Naturalmente, ne cesitaba conservarlo vivo. Harry, échame la capa del impostor: Alastor está helado. Tendrá que verlo la señora Pomfrey, pero creo que no se halla en peligro inminente.

Por lo menos está vivo – comento Frank

Harry hizo lo que le pedía. Dumbledore cubrió a Moody con la capa, asegurándose de que lo tapaba bien, y volvió a salir del baúl. Luego cogió la petaca que estaba sobre el es critorio, desenroscó el tapón y la puso boca abajo. Un líquido espeso y pegajoso salpicó al caer al suelo.

—Poción multijugos, Harry —explicó Dumbledore—. Ya ves qué simple y brillante. Porque Moody jamás bebe si no es de la petaca, todo el mundo lo sabe. Por supuesto, el impostor necesitaba tener a mano al verdadero Moody para poder seguir elaborando la poción. Mira el pelo... —Dum bledore observó al Moody del baúl—. El impostor se lo ha estado cortando todo el año. ¿Ves dónde le falta? Pero me imagino que con la emoción de la noche nuestro falso Moody podría haberse olvidado de tomarla con la frecuencia nece saria: a la hora, cada hora... ya veremos.

Dumbledore apartó la silla del escritorio y se sentó en ella, con los ojos fijos en el Moody inconsciente tendido en el suelo. Harry también lo miraba. Pasaron en silencio unos minutos...

Por qué no te sientas, tío Harry, estas herido – pregunto Vicky

Luego, ante los propios ojos de Harry, la cara del hom bre del suelo comenzó a cambiar: se borraron las cicatrices, la piel se le alisó, la nariz quedó completa y se achicó; la larga mata de pelo entrecano pareció hundirse en el cuero cabellu do y volverse de color paja; de pronto, con un golpe sordo, se desprendió la pata de palo por el crecimiento de una pierna de carne; al segundo siguiente, el ojo mágico saltó de la cara reemplazado por un ojo natural, y rodó por el suelo, girando en todas direcciones.

Se estaba pasando el efecto de la poción – observo Arthur

Harry vio tendido ante él a un hombre de piel clara, algo pecoso, con una mata de pelo rubio. Supo quién era: lo había visto en el pensadero de Dumbledore, intentando con vencer de su inocencia al señor Crouch mientras se lo lleva ba una escolta de dementores... pero ya tenía arrugas en el contorno de los ojos y parecía mucho mayor...

Se oyeron pasos apresurados en el corredor. Snape vol vía llevando a Winky. La profesora McGonagall iba justo detrás.

—¡Crouch! —exclamó Snape, deteniéndose en seco en el hueco de la puerta—. ¡Barty Crouch!

—¡Cielo santo! —dijo la profesora McGonagall, parán dose y observando al hombre que yacía en el suelo.

Eso son reacciones y lo demás son tonterías – comento Hugo

A los pies de Snape, sucia, desaliñada, Winky también lo miraba. Abrió completamente la boca para dejar escapar un grito que les horadó los oídos:

—Amo Barty, amo Barty, ¿qué está haciendo aquí?

—Se lanzó al pecho del joven—. ¡Usted lo ha matado! ¡Usted lo ha matado! ¡Ha matado al hijo del amo!

—Sólo está desmayado, Winky —explicó Dumbledore—. Hazte a un lado, por favor. ¿Has traído la poción, Severus?

Snape le entregó a Dumbledore un frasquito de cristal que contenía un líquido totalmente incoloro: el suero de la verdad con el que había amenazado en clase a Harry. Dum bledore se levantó, se inclinó sobre Crouch y lo colocó senta do contra la pared, justo debajo del reflector de enemigos en el que seguían viéndose con claridad las imágenes de Dum bledore, Snape y McGonagall. Winky seguía de rodillas, temblando, con las manos en la cara. Dumbledore le abrió al hombre la boca y echó dentro tres gotas. Luego le apuntó al pecho con la varita y ordenó:

¡Enervate!

Eso es hora de que confieses – declaro Teddy

El hijo de Crouch abrió los ojos. Tenía la cara laxa y la mirada perdida. Dumbledore se arrodilló ante él, de forma que sus rostros quedaron a la misma altura.

—¿Me oye? —le preguntó Dumbledore en voz baja.

El hombre parpadeó.

—Sí —respondió.

—Me gustaría que nos explicara —dijo Dumbledore con suavidad— cómo ha llegado usted aquí. ¿Cómo se escapó de Azkaban?

Crouch tomó aliento y comenzó a hablar con una voz apagada y carente de expresión:

—Mi madre me salvó. Sabía que se estaba muriendo, y persuadió a mi padre para que me liberara como último favor hacia ella. Él la quería como nunca me quiso a mí, así que accedió. Fueron a visitarme. Me dieron un bebedizo de poción multijugos que contenía un cabello de mi madre, y ella tomó la misma poción con un cabello mío. Cada uno ad quirió la apariencia del otro.

Su madre se sacrificó para nada – comento con voz dura James

Winky movía hacia los lados la cabeza, temblorosa.

—No diga más, amo Barty, no diga más, ¡o meten a su padre en un lío!

Pero Crouch volvió a tomar aliento y prosiguió en el mismo tono de voz:

—Los dementores son ciegos: sólo percibieron que ha bían entrado en Azkaban una persona sana y otra moribun da, y luego que una moribunda y otra sana salían. Mi padre me sacó con la apariencia de mi madre por si había prisione ros mirando por las rejas.

»Mi madre murió en Azkaban poco después. Hasta el fi nal tuvo cuidado de seguir bebiendo poción multijugos. Fue enterrada con mi nombre y mi apariencia. Todos creyeron que era yo.

Parpadeó.

—¿Y qué hizo su padre con usted cuando lo tuvo en casa?

—Representó la muerte de mi madre. Fue un funeral sencillo, privado. La tumba está vacía. Nuestra elfina doméstica me cuidó hasta que sané. Luego mi padre tuvo que ocultarme y controlarme. Usó una buena cantidad de en cantamientos para mantenerme sometido. Cuando recobré las fuerzas, sólo pensé en encontrar otra vez a mi señor... y volver a su servicio.

No es la manera de ayudar a una persona – comento Lilly

—¿Qué hizo su padre para someterlo? —quiso saber Dumbledore.

—Utilizó la maldición imperius. Estuve bajo su control. Me obligó a llevar día y noche una capa invisible. Nuestra elfina doméstica siempre estaba conmigo. Era mi guardiana y protectora. Me compadecía. Persuadió a mi padre para que me hiciera de vez en cuando algún regalo: premios por mi buen comportamiento.

—Amo Barty, amo Barty —dijo Winky por entre las manos, sollozando—. No debería decir más, o tendremos problemas...

—¿No descubrió nadie que usted seguía vivo? —pre guntó Dumbledore—. ¿No lo supo nadie aparte de su padre y la elfina?

—Sí. Una bruja del departamento de mi padre, Bertha Jorkins, llegó a casa con unos papeles para que mi padre los firmara. Mi padre no estaba en aquel momento, así que Winky la hizo pasar y volvió a la cocina, donde me encontra ba yo. Pero Bertha Jorkins nos oyó hablar, y escuchó a es condidas. Entendió lo suficiente para comprender quién se escondía bajo la capa invisible. Cuando mi padre volvió a casa, ella se le enfrentó. Para que olvidara lo que había averi guado, le tuvo que echar un encantamiento desmemorizante muy fuerte. Demasiado fuerte: según mi padre, le dañó la memoria para siempre.

Pobrecita la señora – comento Dorea- sin bebérselo ni comérselo le toco pagar el pastel

—¿Quién le mandó meter las narices en los asuntos de mi amo? —sollozó Winky—. ¿Por qué no nos dejó en paz?

—Hábleme de los Mundiales de quidditch —pidió Dum bledore.

—Winky convenció a mi padre de que me llevara. Nece sitó meses para persuadirlo. Hacía años que yo no salía de casa. Había sido un forofo del quidditch. «Déjelo ir!», le ro gaba ella. «Puede ir con su capa invisible. Podrá ver el partido y le dará el aire por una vez.» Le dijo que era lo que hubiera querido mi madre. Le dijo que ella había muerto para darme la libertad, que no me había salvado para darme una vida de preso. Al final accedió.

»Fue cuidadosamente planeado: mi padre nos condujo a Winky y a mí a la tribuna principal bastante temprano. Winky diría que le estaba guardando un asiento a mi pa dre. Yo me sentaría en él, invisible. Tendríamos que salir cuando todo el mundo hubiera abandonado la tribuna prin cipal. Todo el mundo creería que Winky se encontraba sola.

Pobre Winky obligada a estar en un sitio que le daba miedo para que el viera en partido – comento Sirius

»Pero Winky no sabía que yo recuperaba fuerzas. Empezaba a luchar contra la maldición imperius de mi pa dre. Había momentos en que me liberaba de ella casi por completo. Aquél fue uno de esos momentos. Era como si des pertara de un profundo sueño. Me encontré rodeado de gente, en medio del partido, y vi delante de mí una varita mágica que sobresalía del bolsillo de un muchacho. No me habían dejado tocar una varita desde antes de Azkaban. La robé. Winky no se enteró: tiene terror a las alturas, y se ha bía tapado la cara.

—¡Amo Barty, es usted muy malo! —le reprochó Winky. Las lágrimas se le escurrían entre los dedos.

Claro que es malo – opino Dominic- era seguidor de la culebra esa

—O sea que usted cogió la varita —dijo Dumbledore—. ¿Qué hizo con ella?

—Volvimos a la tienda. Luego los oímos, oímos a los mortífagos, los que no habían estado nunca en Azkaban, los que nunca habían sufrido por mi señor, los que le dieron la espalda, los que no fueron esclavizados como yo, los que estaban libres para buscarlo pero no lo hacían, los que se conformaban con divertirse a costa de los muggles. Me des pertaron sus voces. Hacía años que no tenía la mente tan despejada como en aquel momento, y me sentía furioso. Con la varita en mi poder, quise castigarlos por su desleal tad. Mi padre había salido de la tienda para ir a defender a los muggles, y a Winky le daba miedo verme tan furioso, así que ella usó sus propias dotes mágicas para atarme a ella. Me sacó de la tienda y me llevó al bosque, lejos de los mortí fagos. Traté de hacerla volver, porque quería regresar al campamento. Quería enseñarles a los mortífagos lo que sig nificaba la lealtad al Señor Tenebroso, y castigarlos por no haberla observado. Con la varita que había robado proyecté en el aire la Marca Tenebrosa.

Si con La varita de mi padre – informo Lilly L. - ladrón

»Llegaron los magos del Ministerio, lanzando por to das partes sus encantamientos aturdidores. Uno de esos encantamientos se coló por entre los árboles hasta donde nos encontrábamos Winky y yo. Quedamos los dos desma yados y con las ataduras rotas por el rayo del encanta miento.

»Cuando descubrieron a Winky, mi padre comprendió que yo tenía que estar cerca. Me buscó entre los arbustos donde la habían encontrado a ella y me halló echado en el suelo. Esperó a que se fueran los demás funcionarios, me volvió a lanzar la maldición imperius, y me llevó de vuelta a casa. A Winky la despidió porque no había impedido que yo robara la varita y casi me deja también escapar.

Ni que tuviera la culpa la elfina – exclamo ofendida Hermione

Winky exhaló un lamento de desesperación.

—Quedamos solos en la casa mi padre y yo. Y enton ces... entonces... —la cabeza de Crouch dio un giro, y una mueca demente apareció en su rostro —mi señor vino a bus carme.

»Llegó a casa una noche, bastante tarde, en brazos de su vasallo Colagusano. Había averiguado que yo seguía vivo. Había apresado en Albania a Bertha Jorkins, la había torturado y le había extraído mucha información: ella le ha bló del Torneo de los tres magos y de que Moody, el viejo au ror, iba a impartir clase en Hogwarts; luego la torturó hasta romper el encantamiento desmemorizante que mi padre le había echado, y ella le contó que yo me había escapado de Azkaban y que mi padre me tenía preso para impedir que fuera a buscar a mi señor. Y de esa forma supo que yo se guía siéndole fiel... quizá más fiel que ningún otro. Mi señor trazó un plan basado en la información que Bertha le había pasado. Me necesitaba. Llegó a casa cerca de medianoche. Mi padre abrió la puerta.

Una sonrisa se extendió por el rostro de Crouch, como si recordara el momento más agradable de su vida. A través de los dedos de Winky podían verse sus ojos desorbitados. Estaba demasiado asustada para hablar.

Bueno no lo mato de inmediato – comento Sirius

—Fue muy rápido: mi señor le echó a mi padre la maldi ción imperius. A partir de ese momento fue mi padre el pre so, el controlado. Mi señor lo obligó a ir al trabajo como de costumbre y a seguir actuando como si nada hubiera ocurri do. Y yo quedé liberado. Desperté. Volvía a ser yo mismo, vivo como no lo había estado desde hacía años.

—¿Qué fue lo que lord Voldemort le pidió que hiciera?

—Me preguntó si estaba listo para arriesgarlo todo por él. Lo estaba. Ése era mi sueño, mi suprema ambición: ser virle, probarme ante él. Me dijo que necesitaba situar en Hogwarts a un vasallo leal, un vasallo que hiciera pasar a Harry Potter todas las pruebas del Torneo de los tres magos sin que se notara, un vasallo que no lo perdiera de vista, que se asegurara de que conseguía la Copa, que convirtiera aquella copa en un traslador y capaz de llevar ante él a la primera persona que lo tocara. Pero antes...

—Necesitaba a Alastor Moody —dijo Albus Dumbledo re. Le resplandecían los ojos azules, aunque la voz seguía impasible.

Hombre el interrogatorio se está haciendo un poco largo – comento Molly – no pueden dejar a Harry que se siente

—Lo hicimos entre Colagusano y yo. De antemano ha bíamos preparado la poción multijugos. Fuimos a la casa, Moody se resistió, provocó un verdadero tumulto. Justo a tiempo conseguimos reducirlo, así que lo metimos en un compartimiento de su propio baúl mágico, le arrancamos unos pelos y los echamos a la poción. Al beberla me convertí en su doble, le cogí la pata de palo y el ojo, y ya estaba listo para vérmelas con Arthur Weasley, que llegó para arreglar lo todo con los muggles que habían oído el altercado. Cambié de sitio los contenedores de la basura y le dije a Weasley que había oído intrusos en el patio, andando entre los contene dores. Luego guardé la ropa y los detectores de tenebrismo de Moody, los metí con él en el baúl y me vine a Hogwarts. Lo mantuve vivo y bajo la maldición imperius porque quería poder hacerle preguntas para averiguar cosas de su pasado y aprender sus costumbres, con la intención de engañar incluso a Dumbledore. Además, necesitaba su pelo para la po ción multijugos. Los demás ingredientes eran fáciles. La piel de serpiente arbórea africana la robé de las mazmorras. Cuando el profesor de Pociones me encontró en su despacho, dije que tenía órdenes de registrarlo.

Bueno ya sabes quién te robo – le recrimino Lilly- te dije que no había sido mi hijo.

—¿Y qué hizo Colagusano después de que atacaron us tedes a Moody? —preguntó Dumbledore.

—Se volvió para seguir cuidando a mi señor en mi casa y vigilando a mi padre.

—Pero su padre escapó —observó Dumbledore.

—Sí. Después de algún tiempo empezó a resistirse a la maldición imperius tal como había hecho yo. Había momen tos en los que se daba cuenta de lo que ocurría. Mi señor pensó que ya no era seguro dejar que mi padre saliera de casa, así que lo obligó a enviar cartas diciendo que estaba enfermo. Sin embargo, Colagusano fue un poco negligente, y no lo vigiló bien. De forma que mi padre pudo escapar. Mi señor adivinó que se dirigiría a Hogwarts. Efectivamente, el propósito de mi padre era contárselo todo a Dumbledore, confesar. Venía dispuesto a admitir que me había sacado de Azkaban.

»Mi señor me envió noticia de la fuga de mi padre. Me dijo que lo detuviera costara lo que costara. Yo esperé, atento: utilicé el mapa que le había pedido a Harry Potter. El mapa que había estado a punto de echarlo todo a perder.

—¿Mapa? —preguntó rápidamente Dumbledore—, ¿qué mapa es ése?

Esa es una buena pregunta – observo Lilly

—El mapa de Hogwarts de Potter. Potter me vio en él, una noche, robando ingredientes para la poción multijugos del despacho de Snape. Como tengo el mismo nombre que mi padre, pensó que se trataba de él. Le dije que mi padre odiaba a los magos tenebrosos, y Potter creyó que iba tras Snape. Esa noche le pedí a Potter su mapa.

»Durante una semana esperé a que mi padre llegara a Hogwarts. Al fin, una noche, el mapa me lo mostró entrando en los terrenos del castillo. Me puse la capa invisible y bajé a su encuentro. Iba por el borde del bosque. Entonces llega ron Potter y Krum. Aguardé. No podía hacerle daño a Pot ter porque mi señor lo necesitaba, pero cuando fue a buscar a Dumbledore aproveché para aturdir a Krum. Y maté a mi padre.

—¡Nooooo! —gimió Winky—. ¡Amo Barty, amo Barty!, ¿qué está diciendo?

—Usted mató a su padre —dijo Dumbledore, en el mis mo tono suave—. ¿Qué hizo con el cuerpo?

Se lo comió con patatas – comento con tono agrio Draco

—Lo llevé al bosque y lo cubrí con la capa invisible. Llevaba conmigo el mapa: vi en él a Potter entrar corriendo en el castillo y tropezarse con Snape, y luego a Dumbledore con ellos. Entonces Potter sacó del castillo a Dumbledore. Yo volví a salir del bosque, di un rodeo y fui a su encuentro como si llegara del castillo. Le dije a Dumbledore que Snape me había indicado adónde iban.

»Dumbledore me pidió que fuera en busca de mi padre, así que volví junto a su cadáver, miré el mapa y, cuando todo el mundo se hubo ido, lo transformé en un hueso... y lo enterré cubierto con la capa invisible en el trozo de tierra recién cavada delante de la cabaña de Hagrid.

Oye que el huerto de Hagrid no es un cementerio – protestaron los del futuro

Entonces se hizo un silencio total salvo por los conti nuados sollozos de Winky.

Luego dijo Dumbledore:

—Y esta noche...

—Me ofrecí a llevar la Copa del torneo al laberinto an tes de la cena —musitó Barty Crouch—. La transformé en un traslador. El plan de mi señor ha funcionado: ha recobrado sus antiguos poderes y me cubrirá de más honores de los que pueda soñar un mago.

La sonrisa demente volvió a transformar sus rasgos, y la cabeza cayó inerte sobre un hombro mientras Winky so llozaba y se lamentaba a su lado.

Encima se quedó dormido que fuerte – comento Ron

He terminado – comento Hermione

Bueno podemos leer otro e ir a cenar – comento Ginny que no soltaba a Harry para nada

Vale – contestaron los otros

36 Caminos separados

Bueno le toca leer a Ginny – dijo Hermione

Dame el libro por favor – le pidió Ginny

Dumbledore se levantó y miró un momento a Barty Crouch con desagrado. Luego alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado. Se diri gió entonces a la profesora McGonagall.

—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Harry?

—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a al guien. Sin embargo, cuando sacó la varita y apuntó con ella a Barty Crouch, su mano estaba completamente firme.

Que pensabas que me iba a temblar el pulso – le pregunto Minerva

—Severus, por favor, dile a la señora Pomfrey que ven ga —indicó Dumbledore—. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Corne lius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personal mente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora.

Snape asintió en silencio y salió del despacho.

—Harry... —llamó Dumbledore con suavidad.

Piensa llevarlo de una vez a la enfermería – exigieron dos pelirrojas (Lilly y Molly)

Harry se levantó y volvió a tambalearse. El dolor de la pierna, que no había notado mientras escuchaba a Crouch, acababa de regresar con toda su intensidad. También se dio cuenta de que temblaba. Dumbledore lo cogió del brazo y lo ayudó a salir al oscuro corredor.

—Antes que nada, quiero que vengas a mi despacho, Harry —le dijo en voz baja, mientras se encaminaban hacia el pasadizo—. Sirius nos está esperando allí.

Por lo menos va a llevarlo ante alguien que lo escuche y le apoye – comento James

Harry asintió con la cabeza. Lo invadían una especie de aturdimiento y una sensación de total irrealidad, pero no hizo caso: estaba contento de encontrarse así. No quería pensar en nada de lo que había sucedido después de tocar la Copa de los tres magos. No quería repasar los recuerdos, demasiado fres cos y tan claros como si fueran fotografías, que cruzaban por su mente: Ojoloco Moody dentro del baúl, Colagusano desplo mado en el suelo y agarrándose el muñón del brazo, Volde mort surgiendo del caldero entre vapores, Cedric... muerto, Cedric pidiéndole que lo llevara con sus padres...

—Profesor —murmuró—, ¿dónde están los señores Diggory?

—Están con la profesora Sprout —dijo Dumbledore. Su voz, tan impasible durante todo el interrogatorio de Barty Crouch, tembló levemente por vez primera—. Es la jefa de la casa de Cedric, y es quien mejor lo conocía.

Pobre gente – comento con tristeza Lilly

Llegaron ante la gárgola de piedra. Dumbledore pro nunció la contraseña, se hizo a un lado, y él y Harry subie ron por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.

Sirius se encontraba allí, de pie. Tenía la cara tan páli da y demacrada como cuando había escapado de Azkaban. Cruzó en dos zancadas el despacho.

—¿Estás bien, Harry? Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?

Las manos le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, más apremiante.

Si no podemos cambiar las cosas por lo menos sabemos que hay gente que le quiere – observo Lilly

Dumbledore comenzó a contarle a Sirius todo lo que ha bía dicho Barty Crouch. Harry sólo escuchaba a medias. Estaba tan agotado que le dolía hasta el último hueso, y lo único que quería era quedarse allí sentado, que no lo moles taran durante horas y horas, hasta que se durmiera y no tuviera que pensar ni sentir nada más.

Oyó un suave batir de alas. Fawkes, el fénix, había aban donado la percha y se había ido a posar sobre su rodilla.

—Hola, Fawkes —lo saludó Harry en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándolo. Había algo recon fortante en su cálido peso.

Por lo menos no echa al pájaro a patadas – se burló Fred

Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, mira ba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarlo. Le haría revivirlo todo.

—Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Harry —le dijo.

—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a observar Sirius. Le había puesto a Harry una mano en el hombro—. Dejémoslo dor mir. Que descanse.

Lo embargó un sentimiento de gratitud hacia Sirius, pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia él. Muy a desgana, Harry levantó la cabeza y encontró aque llos ojos azules.

Bueno Harry puedes agradecérmelo ahora – dijo Sirius en broma

—Harry, si pensara que te haría algún bien inducién dote al sueño por medio de un encantamiento y permitien do que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad—. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te rue go que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.

El fénix soltó una nota suave y trémula. Tembló en el aire, y Harry sintió como si una gota de líquido caliente se le deslizara por la garganta hasta el estómago, calentándolo y tonificándolo.

Tienes unas sensaciones muy rara – comento James S.

Respiró hondo y comenzó a hablar. Conforme lo hacía, parecían alzarse ante sus ojos las imágenes de todo cuanto había pasado aquella noche: vio la chispeante superficie de la poción que había revivido a Voldemort, vio a los mortífa gos apareciéndose entre las tumbas, vio el cuerpo de Cedric tendido en el suelo a corta distancia de la Copa.

En una o dos ocasiones, Sirius hizo ademán de decir algo, sin dejar de aferrar con la mano el hombro de Harry, pero Dumbledore lo detuvo con un gesto, y Harry se alegró, porque, habiendo comenzado, era más fácil seguir. Hasta se sentía aliviado: era casi como si se estuviera sacando un ve neno de dentro. Seguir hablando le costaba toda la entereza que era capaz de reunir, pero le parecía que, en cuanto hu biera acabado, se sentiría mejor.

Venga mi amor sigue – lo animo Ginny con un susurro

Sin embargo, cuando Harry contó que Colagusano le había hecho un corte en el brazo con la daga, Sirius dejó es capar una exclamación vehemente, y Dumbledore se levan tó tan de golpe que Harry se asustó. Rodeó el escritorio y le pidió que extendiera el brazo. Harry les mostró a ambos el lugar en que le había rasgado la túnica, y el corte que tenía debajo.

—Dijo que mi sangre lo haría más fuerte que la de cual quier otro —explicó Harry—. Dijo que la protección que me otorgó mi madre... iría también a él. Y tenía razón: pudo to carme sin hacerse daño, me tocó en la cara.

Por un breve instante, Harry creyó ver una expresión de triunfo en los ojos de Dumbledore. Pero un segundo des pués estuvo seguro de habérselo imaginado, porque, cuando Dumbledore volvió a su silla tras el escritorio, parecía más viejo y más débil de lo que Harry lo había visto nunca.

Pobre profesor a cada momento que pasa con mi padre lo hace más viejo – se burló Albus S.

—Muy bien —dijo, volviéndose a sentar—. Voldemort ha superado esa barrera. Prosigue, Harry, por favor.

Harry continuó: explicó cómo había salido Voldemort del caldero, y les repitió todo cuanto recordaba de su discur so a los mortífagos. Luego relató cómo Voldemort lo había desatado, le había devuelto su varita y se había preparado para batirse.

Cuando llegó a la parte en que el rayo dorado de luz ha bía conectado su varita con la de Voldemort, se notó la gar ganta obstruida. Intentó seguir hablando, pero el recuerdo de lo que había surgido de la varita de Voldemort le anega ba la mente. Podía ver a Cedric saliendo de ella, ver al viejo, a Bertha Jorkins... a su madre... a su padre...

Pequeño – dijo suavemente Lilly- tienes que hablar, cuéntaselo todo

Se alegró de que Sirius rompiera el silencio.

—¿Se conectaron las varitas? —dijo, mirando primero a Harry y luego a Dumbledore—. ¿Por qué?

Harry volvió a levantar la vista hacia Dumbledore, que parecía impresionado.

Priori incantatem —musitó.

Sus ojos miraron los de Harry, y fue casi como si hubie ran quedado conectados por un repentino rayo de compren sión.

—¿El efecto de encantamiento invertido? —preguntó Sirius.

Sirius no sabía que conocidas el encantamiento – se burlo Lilly

—Exactamente —contestó Dumbledore—. La varita de Harry y la de Voldemort tienen el mismo núcleo. Cada una de ellas contiene una pluma de la cola del mismo fénix. De ese fénix, de hecho —añadió señalando al pájaro de color oro y escarlata que estaba tranquilamente posado sobre una rodilla de Harry.

—¿La pluma de mi varita proviene de Fawkes? —excla mó Harry sorprendido.

—Sí —respondió Dumbledore—. En cuanto saliste de su tienda hace cuatro años, el señor Ollivander me escribió para decir que tú habías comprado la segunda varita.

El Sr. Ollivander le cuenta a todo aquel que quiera oírlo que el vendió la varita que paro a Voldemort- menciono Lidia

—Entonces, ¿qué sucede cuando una varita se encuen tra con su hermana? —quiso saber Sirius.

—Que no funcionan correctamente la una contra la otra —explicó Dumbledore—. Sin embargo, si los dueños de las varitas las obligan a combatir... tendrá lugar un efecto muy extraño: una de las varitas obligará a la otra a vomitar los en cantamientos que ha llevado a cabo... en sentido inverso, pri mero el más reciente, luego los que lo precedieron...

Miró interrogativamente a Harry, y éste asintió con la cabeza.

—Lo cual significa —añadió Dumbledore pensativa mente, fijando los ojos en la cara de Harry— que tuvo que reaparecer Cedric de alguna manera.

Harry volvió a asentir.

—¿Volvió a la vida? —preguntó Sirius.

—Ningún encantamiento puede resucitar a un muerto —dijo Dumbledore apesadumbrado—. Todo lo que pudo ha ber fue alguna especie de eco. Saldría de la varita una som bra del Cedric vivo. ¿Me equivoco, Harry?

—Me habló —dijo Harry, y de repente volvió a tem blar—. Me habló el... el fantasma de Cedric, o lo que fuera.

A esas alturas te entro miedo, Potter – chincho Draco

—Un eco que conservaba la apariencia y el carácter de Cedric —explicó Dumbledore—. Adivino que luego apare cieron otras formas: víctimas menos recientes de la varita de Voldemort...

—Un viejo —dijo Harry, todavía con un nudo en la gar ganta—. Y Bertha Jorkins. Y...

—¿Tus padres? —preguntó Dumbledore en voz baja.

—Sí —contestó Harry.

Sirius apretó tanto a Harry en el hombro que casi le ha cía daño.

Sirius tienes que apoyar a Harry, no hacerle daño – comento Remus

—Los últimos asesinatos que la varita llevó a cabo —dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza—, en orden in verso. Naturalmente, habrían seguido apareciendo otros si hubieras mantenido la conexión. Muy bien, Harry: esos ecos... esas sombras... ¿qué hicieron?

Harry describió cómo las figuras que habían salido de la varita habían deambulado por el borde de la red dorada, cómo le dio la impresión de que Voldemort les tenía miedo, cómo la sombra de su padre le había indicado qué hacer y la de Cedric, su último deseo.

En aquel punto, Harry se dio cuenta de que no podía continuar. Miró a Sirius, y vio que se cubría la cara con las manos.

Tiene que ser espantoso escuchar como tu sobrino te cuenta esas cosas – lo apoyo Remus – pero debes demostrar entereza por él.

Harry advirtió de pronto que Fawkes había dejado su rodilla y había revoloteado hasta el suelo. Apoyó su hermo sa cabeza en la pierna herida de Harry, y derramó sobre la herida que le había hecho la araña unas espesas lágrimas de color perla. El dolor desapareció. La piel recubrió lisa mente la herida. Estaba curado.

—Te lo repito —dijo Dumbledore, mientras el fénix se elevaba en el aire y se volvía a posar en la percha que había al lado de la puerta—: esta noche has mostrado una valen tía superior a lo que podríamos haber esperado de ti, Harry. La misma valentía de los que murieron luchando contra Voldemort cuando se encontraba en la cima de su poder. Has llevado sobre tus hombros la carga de un mago adulto, has podido con ella y nos has dado todo lo que podíamos esperar. Ahora te llevaré a la enfermería. No quiero que vayas esta noche al dormitorio. Te vendrán bien una po ción para dormir y un poco de paz... Sirius, ¿te gustaría quedarte con él?

Sirius asintió con la cabeza y se levantó. Volvió a trans formarse en el perro grande y negro, salió del despacho y bajó con ellos un tramo de escaleras hasta la enfermería.

No debería ser capaz de comportarse como un adulto – se quejó Lilly – es solo un niño

Cuando Dumbledore abrió la puerta, Harry vio a la se ñora Weasley, a Bill, Ron y Hermione rodeando a la señora Pomfrey, que parecía agobiada. Le estaban preguntando dónde se hallaba él y qué le había ocurrido.

Todos se abalanzaron sobre ellos cuando entraron, y la señora Weasley soltó una especie de grito amortiguado:

—¡Harry!, ¡ay, Harry!

Ya está la suegra protectora – se burló Fred

Fue hacia él, pero Dumbledore se interpuso.

—Molly —le dijo levantando la mano—, por favor, escú chame un momento. Harry ha vivido esta noche una horri ble experiencia. Y acaba de revivirla para mí. Lo que ahora necesita es paz y tranquilidad, y dormir. Si quiere que estéis con él —añadió, mirando también a Ron, Hermione y Bill—, podéis quedaros, pero no quiero que le preguntéis nada has ta que esté preparado para responder, y desde luego no esta noche.

La señora Weasley mostró su conformidad con un gesto de la cabeza. Estaba muy pálida. Se volvió hacia Ron, Her mione y Bill con expresión severa, como si ellos estuvieran metiendo bulla, y les dijo muy bajo:

—¿Habéis oído? ¡Necesita tranquilidad!

No había manera de desobedecerla – comento Bill

—Dumbledore —dijo la señora Pomfrey, mirando fija mente el perro grande y negro en el que se había convertido Sirius—, ¿puedo preguntar qué...?

—Este perro se quedará un rato haciéndole compañía a Harry —dijo sencillamente Dumbledore—. Te aseguro que está extraordinariamente bien educado. Esperaremos a que te acuestes, Harry.

Harry sintió hacia Dumbledore una indecible gratitud por pedirles a los otros que no le hicieran preguntas. No era que no quisiera estar con ellos, pero la idea de explicarlo todo de nuevo, de revivirlo una vez más, era superiora sus fuerzas.

Hay mi pequeñín – dijo Molly, enterrando a Harry y Ginny en un abrazo

—Volveré en cuanto haya visto a Fudge, Harry —dijo Dumbledore—. Me gustaría que mañana te quedaras aquí hasta que me haya dirigido al colegio.

Salió. Mientras la señora Pomfrey lo llevaba a una cama próxima, Harry vislumbró al auténtico Moody acosta do en una cama al final de la sala. Tenía el ojo mágico y la pata de palo sobre la mesita de noche.

—¿Qué tal está? —preguntó Harry.

—Se pondrá bien —aseguró la señora Pomfrey, dándole un pijama a Harry y rodeándolo de biombos.

Él se quitó la ropa, se puso el pijama, y se acostó. Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sentaron a ambos lados de la cama, y el perro negro se colocó junto a la cabecera. Ron y Hermione lo miraban casi con cautela, como si los asustara.

—Estoy bien —les dijo—. Sólo que muy cansado.

A la señora Weasley se le empañaron los ojos de lágri mas mientras le alisaba la colcha de la cama, sin que hicie ra ninguna falta.

Molly, no sufras está bien – le dijo Lilly y abrazo a la suegra de su hijo

La señora Pomfrey, que se había marchado aprisa al despacho, volvió con una copa y una botellita de poción de color púrpura.

—Tendrás que bebértela toda, Harry —le indicó—. Es una poción para dormir sin soñar.

Harry tomó la copa y bebió unos sorbos. Enseguida le en tró sueño: todo a su alrededor se volvió brumoso, las lámpa ras que había en la enfermería le hacían guiños amistosos a través de los biombos que rodeaban su cama, y sintió como si su cuerpo se hundiera más en la calidez del colchón de plu mas. Antes de que pudiera terminar la poción, antes de que pudiera añadir otra palabra, la fatiga lo había vencido.

Ginny no te conviene dejar que Harry pase mucho tiempo en la enfermería – se burló George – le tiran los tratos las lámparas

Harry despertó en medio de tal calidez y somnolencia que no abrió los ojos, esperando volver a dormirse. La sala se guía a oscuras: estaba seguro de que aún era de noche y de que no había dormido mucho rato.

Luego oyó cuchicheos a su alrededor.

—¡Van a despertarlo si no se callan!

—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no?

Harry abrió perezosamente los ojos. Alguien le había quitado las gafas. Pudo distinguir junto a él las siluetas bo rrosas de la señora Weasley y de Bill. La señora Weasley es taba de pie.

—Es la voz de Fudge —susurraba ella—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?

Harry también los oía: gente que gritaba y corría hacia la enfermería.

—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta.

Que pasa – pregunto Alicie

—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...

Harry oyó abrirse de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.

Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Snape y la profesora McGonagall.

—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a la señora Weasley.

—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...?

Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.

—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué es táis molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch...

Eso Minerva, ese no es un comportamiento adecuado para una profesora – se burlo Fred

—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!

Harry no había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí: tenía las mejillas coloradas, los puños apre tados y temblaba de furia.

—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atra pado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad per sonal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despa cho en que Barty Crouch...

—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...

—¡Mi querida señora! —bramó Fudge, que de igual ma nera parecía más enfadado de lo que Harry lo había visto nunca—. Como ministro de Magia, me compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede resultar peligroso...

Ya veréis como todavía le arrea – cometo Sirius

Pero la voz de la profesora McGonagall ahogó la de Fudge:

—En cuanto ese... ese ser entró en el despacho —gritó ella, temblorosa y señalando a Fudge— se echó sobre Crouch y... y...

Harry sintió un escalofrío, en tanto la profesora McGo nagall buscaba palabras para explicar lo sucedido. No nece sitaba que ella terminara la frase, pues sabía qué era lo que debía de haber hecho el dementor: le habría administrado a Barty Crouch su beso fatal. Le habría aspirado el alma por la boca. Estaría peor que muerto.

Ya sé en qué se parece papa a los dementores – se burló James S.- su besos son fatales en publico

—¡Pero, por todos los santos, no es una pérdida tan gra ve! —soltó Fudge—. ¡Según parece, es responsable de unas cuantas muertes!

—Pero ya no podrá declarar, Cornelius —repuso Dum bledore. Miró a Fudge con severidad, como si lo viera tal cual era por primera vez—. Ya no puede declarar por qué mató a esas personas.

—¿Que por qué las mató? Bueno, eso no es ningún mis terio —replicó Fudge—. ¡Porque estaba loco de remate! Por lo que me han dicho Minerva y Severus, ¡creía que actuaba según las instrucciones de Voldemort!

Sirius ataca – se burló James

Oye cornamenta no te pases – exclamo con fingida indignación Sirius

—Es que actuaba según las instrucciones de Volde mort, Cornelius —dijo Dumbledore—. Las muertes de esas personas fueron meras consecuencias de un plan para res taurar a Voldemort a la plenitud de sus fuerzas. Ese plan ha tenido éxito, y Voldemort ha recuperado su cuerpo.

Fue como si a Fudge le pegaran en la cara con una maza. Aturdido y parpadeando, devolvió la mirada a Dum bledore como si no pudiera dar crédito a sus oídos. Enton ces, sin dejar de mirar a Dumbledore con los ojos desorbitados, comenzó a farfullar:

Ya verás cómo tendremos que evitar que este sea ministro de magia – comento Frank

—¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Absurdo. ¡Dum bledore, por favor...!

—Como sin duda te han explicado Minerva y Severus —dijo Dumbledore—, hemos oído la confesión de Barty Crouch. Bajo los efectos del suero de la verdad, nos ha rela tado cómo escapó de Azkaban, y cómo Voldemort, enterado por Bertha Jorkins de que seguía vivo, fue a liberarlo de su padre y lo utilizó para capturar a Harry. El plan funcionó, ya te lo he dicho: Crouch ha ayudado a Voldemort a regresar.

—¡Pero vamos, Dumbledore! —exclamó Fudge, y Harry se sorprendió de ver surgir en su rostro una ligera sonrisa—, ¡no es posible que tú creas eso! ¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Vamos, vamos, por favor... Una cosa es que Crouch creyera que actuaba bajo las órdenes de Quien-tú-sabes... y otra tomarse en serio lo que ha dicho ese luná tico...

La cosa es que no le extrañe que se fugara de la prisión – comento Lilly

—Cuando Harry tocó esta noche la Copa de los tres ma gos, fue transportado directamente ante lord Voldemort —afirmó Dumbledore—. Presenció su renacimiento. Te lo ex plicaré todo si vienes a mi despacho. —Miró a Harry y vio que estaba despierto, pero añadió: Me temo que no puedo con sentir que interrogues a Harry esta noche.

La sorprendente sonrisa de Fudge no había desapareci do. También él miró a Harry; luego volvió la vista a Dum bledore, y dijo:

—¿Eh... estás dispuesto a aceptar su testimonio, Dum bledore?

No estará insinuando que mi hijo es un mentiroso – pregunto Lilly

Hubo un instante de silencio, roto por el gruñido de Sirius. Se le habían erizado los pelos del lomo, y enseñaba los dientes a Fudge.

—Desde luego que lo acepto —respondió Dumbledore, con un fulgor en los ojos—. He oído la confesión de Crouch y he oído el relato de Harry de lo que ocurrió después de que to cara la Copa: las dos historias encajan y explican todo lo suce dido desde que el verano pasado desapareció Bertha Jorkins.

Fudge conservaba en la cara la extraña sonrisa. Volvió a mirar a Harry antes de responder:

—¿Vas a creer que ha retornado lord Voldemort porque te lo dicen un loco asesino y un niño que...? Bueno...

Le dirigió a Harry otra mirada, y éste comprendió de pronto.

—Señor Fudge, ¡usted ha leído a Rita Skeeter! —dijo en voz baja.

Bueno, a esa bruja la voy a coger y – pero Lilly no termino su amenaza porque James la estaba besando.

Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sobresalta ron: ninguno se había dado cuenta de que Harry estaba des pierto. Fudge enrojeció un poco, pero su rostro adquirió una expresión obstinada y desafiante.

—¿Y qué si lo he hecho? —soltó, dirigiéndose a Dumble dore—. ¿Qué pasa si he descubierto que has estado ocultando ciertos hechos relativos a este niño? Conque habla pársel, ¿eh? ¿Y conque monta curiosos numeritos por todas partes?

—Supongo que te refieres a los dolores de la cicatriz —dijo Dumbledore con frialdad.

—¿O sea que admites que ha tenido dolores? —replicó Fudge—. ¿Dolores de cabeza, pesadillas? ¿Tal vez... aluci naciones?

Tú sí que vas a tener pesadillas, pero conmigo – declaró Lilly

—Escúchame, Cornelius —dijo Dumbledore dando un paso hacia Fudge, y volvió a irradiar aquella indefinible fuerza que Harry había percibido en él después de que había aturdido al joven Crouch—. Harry está tan cuerdo como tú y yo. La cicatriz que tiene en la frente no le ha reblandeci do el cerebro. Creo que le duele cuando lord Voldemort está cerca o cuando se siente especialmente furioso.

Fudge retrocedió medio paso para separarse un poco de Dumbledore, pero no cedió en absoluto.

—Me tendrás que perdonar, Dumbledore, pero nunca había oído que una cicatriz actúe de alarma...

—¡Mire, he presenciado el retorno de Voldemort! —gri tó Harry. Intentó volver a salir de la cama, pero la señora Weasley se lo impidió—. ¡He visto a los mortífagos! ¡Puedo darle los nombres! Lucius Malfoy...

Snape hizo un movimiento repentino; pero, cuando Harry lo miró, sus ojos estaban puestos otra vez en Fudge.

Bueno hijo si te vas a poner a nombrarlos no terminaras nunca – comento James

—¡Malfoy fue absuelto! —dijo Fudge, visiblemente ofendido—. Es de una familia de raigambre... y entrega do naciones para excelentes causas...

—¡Macnair! —prosiguió Harry.

—¡También fue absuelto! ¡Y trabaja para el Ministerio!

—Avery... Nott... Crabbe... Goyle...

—¡No haces más que repetir los nombres de los que fue ron absueltos hace trece años del cargo de pertenencia a los mortífagos! —dijo Fudge enfadado—. ¡Debes de haber visto esos nombres en antiguas crónicas de los juicios! Por las bar bas de Merlín, Dumbledore... Este niño ya se vio envuelto en una historia ridícula al final del curso anterior... Los cuen tos que se inventa son cada vez más exagerados, y tú te los sigues tragando. Este niño habla con las serpientes, Dum bledore, ¿y todavía confías en él?

—¡No sea necio! —gritó la profesora McGonagall—. Ce dric Diggory, el señor Crouch: ¡esas muertes no son el tra bajo casual de un loco!

Dele duro profesora – exclamo toda la sala

—¡No veo ninguna prueba de lo contrario! —vociferó Fudge, igual de airado que ella y con la cara colorada—. ¡Me parece que estáis decididos a sembrar un pánico que deses tabilice todo lo que hemos estado construyendo durante tre ce años!

Harry no podía dar crédito a sus oídos. Siempre había visto a Fudge como alguien bondadoso: un poco jactancioso, un poco pomposo, pero básicamente bueno. Sin embargo, lo que en aquel momento tenía ante él era un mago pequeño y furioso que se negaba rotundamente a aceptar cualquier cosa que supusiera una alteración de su mundo cómodo y ordenado, que se negaba a creer en el retorno de Voldemort.

—Voldemort ha regresado —repitió Dumbledore—. Si afrontas ese hecho, Fudge, y tomas las medidas necesarias, quizá aún podamos encontrar una salvación. Lo primero y más esencial es retirarles a los dementores el control de Azkaban.

—¡Absurdo! —volvió a gritar Fudge—. ¡Retirar a los dementores! ¡Me echarían a puntapiés sólo por proponerlo! ¡La mitad de nosotros sólo dormimos tranquilos porque sa bemos que ellos están custodiando Azkaban!

Bueno elimínalos, si lo prefieres – exigió Teddy

—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más pe ligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledo re—. ¡No te serán leales, Fudge, porque Voldemort puede ofrecerles muchas más satisfacciones que tú a sus apetitos! ¡Con el apoyo de los dementores y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años!

Fudge abría y cerraba la boca como si no encontrara pa labras apropiadas para expresar su ira.

—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiem po —siguió Dumbledore—, es enviar mensajeros a los gi gantes.

—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge, recupe rando la capacidad de hablar—. ¿Qué locura es ésa?

Bueno que te parece que estén de nuestro lado, en vez del de Voldy –comento Fred

—Debes tenderles una mano ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Dumbledore—, o de lo contrario Voldemort los persuadirá, como hizo antes, de que es el único mago que está dispuesto a concederles derechos y libertad.

—No... no puedes estar hablando en serio —dijo Fud ge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándo se un poco más de Dumbledore—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigan tes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi ca rrera...

—¡Estás cegado por el miedo a perder la cartera que os tentas, Cornelius! —dijo Dumbledore, volviendo a levantar la voz y con los ojos de nuevo resplandecientes, evidencian do otra vez su aura poderosa—. ¡Le das demasiada impor tancia, y siempre lo has hecho, a lo que llaman «limpieza de sangre»! ¡No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo! Tu demen tor acaba de aniquilar al último miembro de una familia de sangre limpia, de tanta raigambre como la que más... ¡y ya ves lo que ese hombre escogió hacer con su vida! Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con car tera o sin ella, como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos tenido; pero, si no lo ha ces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportuni dad de destruir el mundo que hemos intentado construir!

Amen a sus palabras – concedió Remus

—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco...!

Se hizo el silencio. La señora Pomfrey estaba inmóvil al pie de la cama de Harry, tapándose la boca con las manos. La señora Weasley seguía de pie al lado de Harry, ponién dole la mano en el hombro para impedir que se levantara. Bill, Ron y Hermione miraban a Fudge fijamente.

—Si sigues decidido a cerrar los ojos, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo también actuaré como crea conveniente.

La voz de Dumbledore no sonó a amenaza, sino como una mera declaración de principios, pero Fudge se estreme ció como si Dumbledore hubiera avanzado hacia él apun tándole con una varita.

—Veamos pues, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador—. Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estu diantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar con tra mí...

—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es lord Voldemort. Si tú estás contra él, en tonces seguiremos del mismo lado, Cornelius.

Es que necesita una declaración jurada o que – pregunto Aidil

Fudge no encontró respuesta a aquello. Durante un ins tante se balanceó hacia atrás y hacia delante sobre sus pe queños pies, e hizo girar en las manos el sombrero hongo. Al final, dijo con cierto tono de súplica:

—No puede volver, Dumbledore, no puede...

Snape se adelantó, levantándose la manga izquierda de la túnica. Descubrió el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.

—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasa ba, pero aún puede verla. El Señor Tenebroso marcó con ella a todos sus mortífagos. Era una manera de reconocer nos entre nosotros, y también el medio que utilizaba para convocarnos. Cuando él tocaba la marca de cualquier mortí fago teníamos que desaparecernos donde estuviéramos y aparecernos a su lado al instante. Esta marca ha ido ha ciéndose más clara durante todo este curso, y la de Karka rov también. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. Karkarov teme la venganza del Señor Tenebroso porque traicionó a demasiados de sus compañeros mortífagos para esperar una bienvenida si volviera al redil.

Después de esta grata explicación de la forma en la que Voldy llama a sus ovejitas – se burló George – será mejor que no pensemos en lo que hubiera podido enseñar nuestro queridísimo Snape, si Voldemort se la hubiera puesto en el culo.

Fudge también se alejó un paso de Snape, negando con la cabeza. Daba la impresión de que no había entendi do ni una palabra de lo que éste le había dicho. Miró fija mente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. A continuación, levantó la vista hacia Dumbledo re y susurró:

—No sé a qué estáis jugando tú y tus profesores, Dum bledore, pero creo que ya he oído bastante. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto contigo mañana, Dum bledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.

Casi había llegado a la puerta cuando se detuvo. Se vol vió, regresó a zancadas hasta la cama de Harry.

—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsi llo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama de Harry—. Mil galeones. Tendría que haber ha bido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstan cias...

Oye que mi hijo no tiene la culpa de que no te guste reconocer que ha vuelto- se quejó Lilly

Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, ce rrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.

—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?

—Por supuesto que no se equivoca —respondió la seño ra Weasley. Hasta los labios se le habían quedado pálidos, pero parecía decidida—. Arthur conoce a Fudge. Es su inte rés por los muggles lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que care ce del adecuado orgullo de mago.

—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dum bledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a to dos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.

Ves Draco como solo tú y tu padre pensáis que mi padre no tiene ninguna posición en el ministerio – le dijo Ron

—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, levantándose—. Iré ahora.

—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocu rrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...

—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.

Le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla, se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.

—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despa cho tan pronto como sea posible. Y también... si consiente en venir, a Madame Maxime.

La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.

Si la pobre Minnie estaba enfadada por que no la obedecieron – se burló Albus S.

—Poppy —le dijo Dumbledore a la señora Pomfrey—, ¿serías tan amable de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que pue das por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.

—Muy... muy bien —contestó la señora Pomfrey, asus tada, y también salió.

Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerra da, y de que los pasos de la señora Pomfrey habían dejado de oírse, antes de volver a hablar.

—Y, ahora —dijo—, es momento de que dos de noso tros se acepten. Sirius... te ruego que recuperes tu forma habitual.

El gran perro negro levantó la mirada hacia Dumbledo re, y luego, en un instante, se convirtió en hombre.

La señora Weasley soltó un grito y se separó de la cama.

Veo que no te alegras de verme primita – se burló Sirius

—¡Sirius Black! —gritó.

—¡Calla, mamá! —chilló Ron—. ¡Es inocente!

Snape no había gritado ni retrocedido, pero su expre sión era una mezcla de furia y horror.

—¡Él! —gruñó, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado—. ¿Qué hace aquí?

Menos mal que no he perdido la cabeza y me mantengo en las mías – comento Sirius

—Está aquí porque yo lo he llamado —explicó Dumble dore, pasando la vista de uno a otro—. Igual que tú, Seve rus. Yo confió tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olvidéis vuestras antiguas diferencias, y confiéis también el uno en el otro.

Harry pensó que Dumbledore pedía un milagro. Sirius y Snape se miraban con intenso odio.

—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostili dades —dijo Dumbledore con un deje de impaciencia—. Daos la mano: ahora estáis del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.

Muy despacio, pero sin dejar de mirarse como si se de searan lo peor, Sirius y Snape se acercaron y se dieron la mano. Se soltaron enseguida.

Albus yo le hecho algo para que me trate así – pregunto indignado Sirius

—Con eso bastará por ahora —dijo Dumbledore, colo cándose una vez más entre ellos—. Ahora, tengo trabajo que daros a los dos. La actitud de Fudge, aunque no nos pi lle de sorpresa, lo cambia todo. Sirius, necesito que salgas ahora mismo: tienes que alertar a Remus Lupin, Arabella Figg y Mundungus Fletcher: el antiguo grupo. Escóndete por un tiempo en casa de Lupin. Yo iré a buscarte.

Bueno ya sabemos que estas bien – comento James

—Pero... —protestó Harry.

Quería que Sirius se quedara. No quería decirle otra vez adiós tan pronto.

—No tardaremos en vernos, Harry —aseguró Sirius, volviéndose hacia él—. Te lo prometo. Pero debo hacer lo que pueda, ¿comprendes?

—Claro. Claro que comprendo.

Sirius le apretó brevemente la mano, asintió con la ca beza mirando a Dumbledore, volvió a transformarse en pe rro, y salió corriendo de la sala, abriendo con la pata la manilla de la puerta.

Bueno por lo menos sé que mi ahijado me quiere un montón – comento Sirius

—Severus —continuó Dumbledore dirigiéndose a Sna pe—, ya sabes lo que quiero de ti. Si estás dispuesto...

—Lo estoy —contestó Snape.

Parecía más pálido de lo habitual, y sus fríos ojos ne gros resplandecieron de forma extraña.

—Buena suerte entonces —le deseó Dumbledore, y, con una mirada de aprehensión, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius.

Pasaron varios minutos antes de que el director volvie ra a hablar.

—Tengo que bajar —dijo por fin—. Tengo que ver a los Diggory. Tómate la poción que queda, Harry. Os veré a to dos más tarde.

Todo rápido y sin rechistes – satisfecha Lilly se apoyó en su marido

Mientras Dumbledore se iba, Harry se dejó caer en las almohadas. Hermione, Ron y la señora Weasley lo miraban. Nadie habló por un tiempo.

—Te tienes que tomar lo que queda de la poción, Harry —dijo al cabo la señora Weasley. Al ir a coger la botellita y la copa, dio con la mano contra la bolsa de oro que estaba en la mesita—. Tienes que dormir bien y mucho. Intenta pensar en otra cosa por un rato... ¡piensa en lo que vas a comprarte con el dinero!

—No lo quiero —replicó Harry con voz inexpresiva—. Cogedlo vosotros. Quien sea. No me lo merezco. Se lo mere cía Cedric.

Aquello contra lo que había estado luchando por mo mentos desde que había salido del laberinto amenazaba con ser más fuerte que él. Sentía una sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos. Parpadeó y miró al techo.

—No fue culpa tuya, Harry —susurró la señora Weas ley.

—Yo le dije que cogiéramos juntos la Copa —musitó Harry.

En aquel momento tenía aquella sensación ardorosa también en la garganta. Le hubiera gustado que Ron des viara la mirada.

Es que Ron, ya te vale mira que mirarle a la cara – se burló George – tenías que mírale a la frente

La señora Weasley posó la poción en la mesita, se in clinó y abrazó a Harry. Él no recordaba que nunca ningún ser humano lo hubiera abrazado de aquella manera, como a un hijo. Todo el peso de cuanto había visto aquella noche pa reció caer sobre él mientras la señora Weasley lo aferraba. El rostro de su madre, la voz de su padre, la visión de Cedric muerto en la hierba, todo empezó a darle vueltas en la cabe za hasta que apenas pudo soportarlo y su rostro se tensó para contener el grito de angustia que pugnaba por salir.

Te dije que tu hijo era tonto no – le pregunto Molly a Lilly – pues me equivocaba es imbécil, mira que aguantarse las ganas de llorar

Yo de ti le daba un coscorrón, a ver si aprende a expresar sus sentimientos – comento Lilly

Me temo que toda la culpa la tenemos nosotros – dijo por primera vez en un par de horas Petunia

Se oyó un ruido como de portazo, y la señora Weasley y Harry se separaron. Hermione estaba en la ventana. Tenía algo en la mano firmemente agarrado.

—Lo siento —se disculpó.

—La poción, Harry —dijo rápidamente la señora Weas ley, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Harry se la bebió de un trago. El efecto fue instantáneo. Lo sumergió una ola de sueño grande e irresistible, y se hundió entre las almohadas, dormido sin pensamientos y sin sueños.

Un una ola de sueño – le susurro Ginny – es lo que voy a necesitar yo para poder dormir bien esta noche

He terminado de leer, a quien le toca – pregunto en voz alta Ginny

Nos toca cenar – comento Lilly – yo me muero de hambre y Harry no se está quieto

37 El comienzo

Mama te toca leer a ti – le dijo Aidil a su madre

No están los bebes muy tranquilos- pregunto Lilly

Están todos cambiados y han comido, ahora duermen – le contesto Ginny

Incluso un mes después, al rememorar los días que siguie ron, Harry se daba cuenta de que se acordaba de muy pocas cosas. Era como si hubiera pasado demasiado para añadir nada más. Las recapitulaciones que hacía resultaban muy dolorosas. Lo peor fue, tal vez, el encuentro con los Diggory que tuvo lugar a la mañana siguiente.

No lo culparon de lo ocurrido. Por el contrario, ambos le agradecieron que les hubiera llevado el cuerpo de su hijo. Durante toda la conversación, el señor Diggory no dejó de sollozar. La pena de la señora Diggory era mayor de la que se puede expresar llorando.

Pobrecitos, yo no sé cómo actuaria si uno de mis hijos muriera – comento Lilly

—Sufrió muy poco, entonces —musitó ella, cuando Harry le explicó cómo había muerto—. Y, al fin y al cabo, Amos... murió justo después de ganar el Torneo. Tuvo que sentirse feliz.

Al levantarse, ella miró a Harry y le dijo:

—Ahora cuídate tú.

Harry cogió la bolsa de oro de la mesita.

—Tomen esto —le dijo a la señora Diggory—. Tendría que haber sido para Cedric: llegó el primero. Cójanlo...

Pero ella lo rechazó.

—No, es tuyo. Nosotros no podríamos... Quédate con él.

Por qué no querías el dinero papa – le pregunto Lilly L. a su padre

Porque no me lo merecía, si no hubieran confundido al cáliz yo no hubiera participado nunca en el torneo – le contesto Harry

Harry volvió a la torre de Gryffindor a la noche siguiente. Por lo que le dijeron Ron y Hermione, aquella mañana, du rante el desayuno, Dumbledore se había dirigido a todo el colegio. Simplemente les había pedido que dejaran a Harry tranquilo, que nadie le hiciera preguntas ni lo forzara a con tar la historia de lo ocurrido en el laberinto. Él notó que la mayor parte de sus compañeros se apartaban al cruzarse con él por los corredores, y que evitaban su mirada. Al pa sar, algunos cuchicheaban tapándose la boca con la mano. Le pareció que muchos habían dado crédito al artículo de Rita Skeeter sobre lo trastornado y posiblemente peligroso que era. Tal vez formularan sus propias teorías sobre la ma nera en que Cedric había muerto. Se dio cuenta de que no le preocupaba demasiado. Disfrutaba hablando de otras cosas con Ron y Hermione, o cuando jugaban al ajedrez en silen cio. Sentía que habían alcanzado tal grado de entendimien to que no necesitaban poner determinadas cosas en pala bras: que los tres esperaban alguna señal, alguna noticia de lo que ocurría fuera de Hogwarts, y que no valía la pena es pecular sobre ello mientras no supieran nada con seguri dad. La única vez que mencionaron el tema fue cuando Ron le habló a Harry del encuentro entre su madre y Dumbledo re, antes de volver a su casa.

Conociendo a Molly, lo más seguro es que le recriminara todo lo que había pasado – comento Arthur

—Fue a preguntarle si podías venir directamente con nosotros este verano —dijo—. Pero él quiere que vuelvas con los Dursley, por lo menos al principio.

—¿Por qué? —preguntó Harry.

—Mi madre ha dicho que Dumbledore tiene sus moti vos —explicó Ron, moviendo la cabeza—. Supongo que tene mos que confiar en él, ¿no?

La única persona aparte de Ron y Hermione con la que se sentía capaz de hablar era Hagrid. Como ya no había pro fesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, tenían aquella hora libre. En la del jueves por la tarde aprovecharon para ir a visitarlo a su cabaña. Era un día luminoso. Cuando se acercaron, Fang salió de un salto por la puerta abierta, la drando y meneando la cola sin parar.

que mono – dijo Lilly L.- podemos tener un perro papa

No lo sé me lo pensare durante los próximos diecinueve años – le contesto Harry

—¿Quién es? —dijo Hagrid, dirigiéndose a la puerta—. ¡Harry!

Salió a su encuentro a zancadas, aprisionó a Harry con un solo brazo, lo despeinó con la mano y dijo:

—Me alegro de verte, compañero. Me alegro de verte.

Al entrar en la cabaña, vieron delante de la chimenea, sobre la mesa de madera, dos platos con sendas tazas del ta maño de calderos.

—He estado tomando té con Olympe —explicó Hagrid—. Acaba de irse.

—¿Con quién? —preguntó Ron, intrigado.

—¡Con Madame Maxime, por supuesto! —contestó Hagrid.

—¿Habéis hecho las paces? —quiso saber Ron.

—No entiendo de qué me hablas —contestó Hagrid sin darle importancia, yendo al aparador a buscar más ta zas.

Después de preparar té y de ofrecerles un plato de pas tas, volvió a sentarse en la silla y examinó a Harry deteni damente con sus ojos de azabache.

—¿Estás bien? —preguntó bruscamente.

—Sí —respondió Harry.

—No, no lo estás. Por supuesto que no lo estás. Pero lo estarás.

Ha Hagrid no le engaña nadie – comento James

Harry no repuso nada.

—Sabía que volvería —dijo Hagrid, y Harry, Ron y Her mione lo miraron, sorprendidos—. Lo sabía desde hacía años, Harry. Sabía que estaba por ahí, aguardando el mo mento propicio. Tenía que pasar. Bueno, ya ha ocurrido, y tendremos que afrontarlo. Lucharemos. Tal vez lo reduzca mos antes de que se haga demasiado fuerte. Eso es lo que Dumbledore pretende. Un gran hombre, Dumbledore. Mientras lo tengamos, no me preocuparé demasiado.

Hagrid alzó sus pobladas cejas ante la expresión de in credulidad de sus amigos.

—No sirve de nada preocuparse —afirmó—. Lo que venga, vendrá, y le plantaremos cara. Dumbledore me con tó lo que hiciste, Harry. —El pecho de Hagrid se infló al mi rarlo—. Fue lo que hubiera hecho tu padre, y no puedo dirigirte mayor elogio.

Harry le sonrió. Era la primera vez que sonreía desde hacía días.

Bueno Hagrid te puedes sentir orgulloso – se burló Fred – lo hiciste sonreír

—¿Qué fue lo que Dumbledore te pidió que hicieras, Hagrid? Mandó a la profesora McGonagall a pediros a ti y a Madame Maxime que fuerais a verlo... aquella noche.

—Nos ha puesto deberes para el verano —explicó Ha grid—. Pero son secretos. No puedo hablar de ello, ni siquiera con vosotros. Olympe... Madame Maxime para vosotros... tal vez venga conmigo. Creo que sí. Creo que la he convencido.

—¿Tiene que ver con Voldemort?

Hagrid se estremeció al oír aquel nombre.

—Puede —contestó evasivamente—. Y ahora... ¿quién quiere venir conmigo a ver el último escreguto? ¡Era broma, era broma! —se apresuró a añadir, viendo la cara que po nían.

Hagrid eso es una broma de muy mal gusto – lo regaño Lilly

La noche antes del retorno a Privet Drive, Harry preparó su baúl, lleno de pesadumbre. Sentía terror ante el banquete de fin de curso, que era motivo de alegría otros años, cuando se aprovechaba para anunciar el ganador de la Copa de las Casas. Desde que había salido de la enfermería, había pro curado no ir al Gran Comedor a las horas en que iba todo el mundo, y prefería comer cuando estaba casi vacío para evi tar las miradas de sus compañeros.

Cuando él, Ron y Hermione entraron en el Gran Come dor, vieron enseguida que faltaba la acostumbrada decora ción: para el banquete de fin de curso solía lucir los colores de la casa ganadora. Aquella noche, sin embargo, había col gaduras negras en la pared de detrás de la mesa de los pro fesores. Harry no tardó en comprender que eran una señal de respeto por Cedric.

Ya verás cómo te repones antes de que te des cuenta – lo animo James

El auténtico Ojoloco Moody estaba allí sentado, con el ojo mágico y la pata de palo puestos en su sitio. Parecía ex tremadamente nervioso, y cada vez que alguien le hablaba daba un respingo. Harry no se lo podía echar en cara: era ló gico que el miedo de Moody a ser víctima de un ataque se hubiera incrementado tras diez meses de secuestro en su propio baúl. La silla del profesor Karkarov se encontraba vacía. Harry se preguntó, al sentarse con sus compañeros de Gryffindor, dónde estaría en aquel momento, y si Volde mort lo habría atrapado.

Madame Maxime seguía allí. Se había sentado al lado de Hagrid. Hablaban en voz baja. Más allá, junto a la profe sora McGonagall, se hallaba Snape. Sus ojos se demoraron un momento en Harry mientras éste lo miraba. Era difícil interpretar su expresión, pero parecía tan antipático y mal humorado como siempre. Harry siguió observándolo mucho después de que él hubo retirado la mirada.

Está claro que mi penitencia será vivir eternamente con los malos pensamientos de los Potter – remugo Snape

¿Qué sería lo que Snape había tenido que hacer, por orden de Dumbledore, la noche del retorno de Voldemort? Y ¿por qué... por qué estaba tan convencido Dumbledore de que Snape se hallaba realmente de su lado? Había sido su espía, eso había dicho Dumbledore en el pensadero. Y se ha bía pasado a su lado, «asumiendo graves riesgos persona les». ¿Era ése el trabajo que había tenido que hacer? ¿Había entrado en contacto con los mortífagos, tal vez? ¿Había fingi do que nunca se había pasado realmente al bando de Dum bledore, que había estado esperando su momento, como el propio Voldemort?

Los pensamientos de Harry se vieron interrumpidos por el profesor Dumbledore, que se levantó de su silla en la mesa de profesores. El Gran Comedor, que sin duda había estado mucho menos bullanguero de lo habitual en un ban quete de fin de curso, quedó en completo silencio.

—El fin de otro curso —dijo Dumbledore, mirándolos a todos.

Es una pena, cuando el curso termina – comentó Remus

Hizo una pausa, y posó los ojos en la mesa de Huffle puff. Aquélla había sido la mesa más silenciosa ya antes de que él se pusiera en pie, y seguían teniendo las caras más pálidas y tristes del Gran Comedor.

—Son muchas las cosas que quisiera deciros esta noche —dijo Dumbledore—, pero quiero antes que nada lamentar la pérdida de una gran persona que debería estar ahí senta da —señaló con un gesto hacia los de Hufflepuff—, disfru tando con nosotros este banquete. Ahora quiero pediros, por favor, a todos, que os levantéis y alcéis vuestras copas para brindar por Cedric Diggory.

Así lo hicieron. Hubo un estruendo de bancos arrastra dos por el suelo cuando se pusieron en pie, levantaron las copas y repitieron, con voz potente, grave y sorda:

—Por Cedric Diggory.

Harry vislumbró a Cho a través de la multitud. Le caían por la cara unas lágrimas silenciosas. Cuando volvie ron a sentarse, bajó la vista a la mesa.

Y otra vez la cazafortunas esa – se quejo Ginny

—Cedric ejemplificaba muchas de las cualidades que distinguen a la casa de Hufflepuff —prosiguió Dumbledo re—. Era un amigo bueno y leal, muy trabajador, y se com portaba con honradez. Su muerte os ha afligido a todos, lo conocierais bien o no. Creo, por eso, que tenéis derecho a sa ber qué fue exactamente lo que ocurrió.

Harry levantó la cabeza y miró a Dumbledore.

—Cedric Diggory fue asesinado por lord Voldemort.

Un murmullo de terror recorrió el Gran Comedor. Los alumnos miraban a Dumbledore horrorizados, sin atre verse a creerle. Él estaba tranquilo, viéndolos farfullar en voz baja.

Hombre no iba a ponerse como un poseso a gritarlo – se rio Fred

—El Ministerio de Magia —continuó Dumbledore— no quería que os lo dijera. Es posible que algunos de vuestros padres se horroricen de que lo haya hecho, ya sea porque no crean que Voldemort haya regresado realmente, o porque opinen que no se debe contar estas cosas a gente tan joven. Pero yo opino que la verdad es siempre preferible a las men tiras, y que cualquier intento de hacer pasar la muerte de Cedric por un accidente, o por el resultado de un grave error suyo, constituye un insulto a su memoria.

En aquel momento, todas las caras, aturdidas y asusta das, estaban vueltas hacia Dumbledore... o casi todas. Harry vio que, en la mesa de Slytherin, Draco Malfoy cuchicheaba con Crabbe y Goyle. Sintió un vehemente acceso de ira. Se obligó a mirar a Dumbledore.

Le hubiera pegado en ese momento – comento Harry

—Hay alguien más a quien debo mencionar en relación con la muerte de Cedric —siguió Dumbledore—. Me refiero, claro está, a Harry Potter.

Un murmullo recorrió el Gran Comedor al tiempo que algunos volvían la cabeza en dirección a Harry antes de mi rar otra vez a Dumbledore.

—Harry Potter logró escapar de Voldemort —dijo Dum bledore— Arriesgó su vida para traer a Hogwarts el cuerpo de Cedric. Mostró, en todo punto, el tipo de valor que muy pocos magos han demostrado al encararse con lord Volde mort, y por eso quiero alzar la copa por él.

Dumbledore se volvió hacia Harry con aire solemne, y volvió a levantar la copa. Casi todos los presentes siguieron su ejemplo, murmurando su nombre como habían murmu rado el de Cedric, y bebieron a su salud. Pero, a través de un hueco entre los compañeros que se habían puesto en pie, Harry vio que Malfoy, Crabbe, Goyle y muchos otros de Slytherin permanecían desafiantemente sentados, sin to car las copas. Dumbledore, que a pesar de todo carecía de ojo mágico, no se dio cuenta.

quiso hacer como que no se daba cuenta – reflexiono Lilly

Cuando todos volvieron a sentarse, prosiguió:

—El propósito del Torneo de los tres magos fue el de promover el buen entendimiento entre la comunidad mági ca. En vista de lo ocurrido, del retorno de lord Voldemort, tales lazos parecen ahora más importantes que nunca.

Dumbledore pasó la vista de Hagrid y Madame Maxi me a Fleur Delacour y sus compañeros de Beauxbatons, y de éstos a Viktor Krum y los alumnos de Durmstrang, que estaban sentados a la mesa de Slytherin. Krum, según vio Harry, parecía cauteloso, casi asustado, como si esperara que Dumbledore dijera algo contra él.

—Todos nuestros invitados —continuó, y sus ojos se de moraron en los alumnos de Durmstrang— han de saber que serán bienvenidos en cualquier momento en que quieran volver. Os repito a todos que, ante el retorno de lord Volde mort, seremos más fuertes cuanto más unidos estemos, y más débiles cuanto más divididos.

Bueno creo que Krum no tuvo la culpa de que lo hechizaran – comento Teddy

»La fuerza de lord Voldemort para extender la discor dia y la enemistad entre nosotros es muy grande. Sólo pode mos luchar contra ella presentando unos lazos de amistad y mutua confianza igualmente fuertes. Las diferencias de costumbres y lengua no son nada en absoluto si nuestros propósitos son los mismos y nos mostramos abiertos.

»Estoy convencido (y nunca he tenido tantos deseos de estar equivocado) de que nos esperan tiempos difíciles y os curos. Algunos de vosotros, en este salón, habéis sufrido ya directamente a manos de lord Voldemort. Muchas de vues tras familias quedaron deshechas por él. Hace una semana, un compañero vuestro fue aniquilado.

»Recordad a Cedric. Recordadlo si en algún momento de vuestra vida tenéis que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recordad lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el ca mino de lord Voldemort. Recordad a Cedric Diggory.

Un mensaje subliminal de que Voldemort le da igual todo – comento Aidil

El baúl de Harry estaba listo. Hedwig se encontraba de nuevo en la jaula, y la jaula encima del baúl. Con el resto de los alumnos de cuarto, él, Ron y Hermione aguardaban en el abarrotado vestíbulo los carruajes que los llevarían de vuelta a la estación de Hogsmeade. Era otro hermoso día de verano. Se imaginó que, cuando llegara aquella no che, en Privet Drive haría calor y los jardines estarían frondosos, con macizos de flores convertidos en un derro che de color. Pero pensar en ello no le proporcionó ningún placer.

Por qué volvías en verano si no te apetecía – le espeto Vernon

Por qué tu mujer vive contigo – le respondió Harry

—¡«Hagui»!

Miró a su alrededor. Fleur Delacour subía velozmente la escalinata de piedra para entrar en el castillo. Tras ella, vio a Hagrid ayudando a Madame Maxime a hacer recular dos de sus gigantescos caballos para engancharlos: el ca rruaje de Beauxbatons estaba a punto de despegar.

—Nos «volveguemos» a «veg», «espego» —dijo Fleur, tendiéndole la mano al llegar ante él—. «Quiego encontgag tgabajo» aquí «paga mejogag» mi inglés.

—Ya es muy bueno —señaló Ron con la voz ahogada.

Fleur le sonrió. Hermione frunció el entrecejo.

—Adiós, «Hagui» —se despidió Fleur, dando media vuelta para irse—. ¡Ha sido un «placeg conocegre»!

Su ingles lo quería perfeccionar con Bill- se burló George

El ánimo de Harry se alegró un poco, mientras contem plaba a Fleur volviendo a la explanada con Madame Maxi me. Su plateado pelo ondeaba a la luz del sol.

—Me pregunto cómo volverán los de Durmstrang —co mentó Ron—. ¿Crees que podrán manejar el barco sin Kar karov?

—«Karrkarrov» no lo manejaba —dijo una voz ronca—. Se quedaba en el «camarrote» y nos dejaba «hacerr» el «trra bajo». —Krum se había acercado para despedirse de Her mione—. ¿«Podrríamos hablarr»? —le preguntó.

—Eh... claro... claro... —contestó Hermione, algo confu sa, y siguió a Krum por entre la multitud hasta perderse de vista.

—¡Será mejor que te des prisa! —le gritó Ron—. ¡Los carruajes llegarán dentro de un minuto!

Papa eres un poco celoso – le comento Rose sonriendo

Pero dejó que Harry se ocupara de mirar si llegaban o no los carruajes, y él se pasó los minutos siguientes levan tando el cuello para vigilar a Krum y Hermione por encima de la multitud. No tardaron en volver. Ron observó a Her mione, pero su rostro estaba impasible.

—Me gustaba «Diggorry» —le dijo Krum a Harry de re pente—. «Siemprre erra» amable conmigo. «Siemprre.» Aunque yo «estuvierra» en «Durrmstrrang», con «Karrka rrov» —añadió, ceñudo.

—¿Tenéis ya nuevo director? —preguntó Harry.

Krum se encogió de hombros. Tendió la mano como ha bía hecho Fleur, y estrechó la de Harry y la de Ron.

Ron parecía inmerso en una lucha interna. Krum ya se iba cuando él le gritó:

—¿Me firmas un autógrafo?

Hermione se volvió, sonriendo, y observó los carruajes sin caballos que rodaban hacia ellos, subiendo por el cami no, mientras Krum, sorprendido pero halagado, le firmaba a Ron un pedazo de pergamino.

Y tú de que te reías – le susurro Ron a Hermione

De tu cara mientras se lo pedias – le contesto Hermione también entre susurros

El tiempo no pudo ser más diferente en el viaje de vuelta a King's Cross de lo que había sido a la ida en septiembre. No había ni una nube en el cielo. Harry, Ron y Hermione habían conseguido un compartimiento para ellos solos. Pigwidgeon iba de nuevo tapado bajo la túnica de gala de Ron, para que no estuviera todo el tiempo chillando. Hedwig dormitaba con la cabeza bajo el ala, y Crookshanks se había hecho un ovillo sobre un asiento libre, y parecía un peluche de color canela. Harry, Ron y Hermione hablaron más y más libre mente que en ningún momento de la semana precedente, mientras el tren marchaba hacia el sur. Parecía que el dis curso de Dumbledore en el banquete de fin de curso había hecho desaparecer la reserva de Harry. Ya no le resultaba tan doloroso tratar de lo ocurrido. Sólo dejaron de hablar de lo que Dumbledore podría hacer para detener a Voldemort cuando llegó el carrito de la comida.

Que ese momento es crucial – comento Sirius

Cuando Hermione regresó del carrito y guardó el dine ro en la mochila, sacó un ejemplar de El Profeta que llevaba en ella.

Harry lo miró, no muy seguro de querer saber lo que de cía, pero Hermione, al ver su actitud, le comento con voz tran quila:

—No viene nada. Puedes comprobarlo por ti mismo: no hay nada en absoluto. Lo he estado mirando todos los días. Sólo una breve nota al día siguiente de la tercera prueba di ciendo que ganaste el Torneo. Ni siquiera mencionaron a Cedric. Nada de nada. Si queréis mi opinión, creo que Fud ge los ha obligado a silenciarlo.

—Nunca silenciará a Rita Skeeter —afirmó Harry—. No con semejante historia.

—Ah, Rita no ha escrito absolutamente nada desde la tercera prueba —aseguró Hermione con voz extrañamente ahogada—. De hecho, Rita Skeeter no escribirá nada du rante algún tiempo. No a menos que quiera que le descubra el pastel.

Por qué me parece que esto nos va a gustar mucho a todos – comento James

—¿De qué hablas? —inquirió Ron.

—He averiguado cómo se las arregla para escuchar con versaciones privadas cuando tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio —dijo Hermione rápidamente.

Harry tuvo la impresión de que ella llevaba días mu riéndose de ganas de contarlo, pero que se reprimía por todo lo que había ocurrido.

—¿Cómo lo hacía? —preguntó Harry de inmediato.

—¿Cómo lo averiguaste? —preguntó a su vez Ron, mi rándola.

—Bueno, en realidad fuiste tú quien me dio la idea, Harry.

—¿Yo? ¿Cómo?

—Con tus micrófonos ocultos —contestó Hermione muy contenta.

—Pero los micrófonos no funcionan...

A ver si nos aclaramos mama o funcionan o no – le exigió Hugo

—No los electrónicos. No, pero Rita Skeeter es ella mis ma como un minúsculo micrófono negro... Rita Skeeter es una animaga no registrada. Puede convertirse... —Hermio ne sacó de la mochila un pequeño tarro de cristal cerrado— en un escarabajo.

—¡Bromeas! —exclamó Ron—. Tú no has... Ella no...

—Sí, ella sí —declaró Hermione muy contenta, blan diendo el tarro ante ellos.

Dentro había ramitas, hojas y un escarabajo grande y gordo.

—Eso no puede ser... Nos estás tomando el pelo —dijo Ron, poniendo el tarro a la altura de los ojos.

Así que un escarabajo – dijo Lilly

Esa mirada me da miedo – aseguro James

—No, en serio —afirmó Hermione sonriendo—. Lo cogí en el alféizar de la ventana de la enfermería. Si lo miráis de cerca veréis que las marcas alrededor de la antena son como las de esas espantosas gafas que lleva.

Harry miró y vio que tenía razón. Recordó algo.

—¡Había un escarabajo en la estatua la noche en que oímos a Hagrid hablarle a Madame Maxime de su madre!

—¡Exacto! —confirmó Hermione—. Y Viktor Krum me quitó un escarabajo del pelo después de nuestra conversa ción junto al lago. Y, si no me equivoco, Rita estaría en el al féizar de la clase de Adivinación el día en que te dolió la cicatriz. Se ha pasado el año revoloteando por ahí en busca de historias.

—Cuando vimos a Malfoy debajo de aquel árbol... —dijo Ron pensativo.

—Estaba contándole cosas, la tenía en la mano —conti nuó Hermione—. Por supuesto, él lo sabía. Así es como ella ha obtenido esas entrevistas tan encantadoras con los de Slytherin. A ellos les daba igual que ella estuviera haciendo algo ilegal mientras pudieran contarle cosas horribles sobre nosotros y Hagrid.

Bueno ya sabemos que saben unir cabos deprisa – observo Remus

Hermione cogió el tarro de cristal que le había pasado a Ron, y sonrió al escarabajo, que revoloteaba pegándose fu riosos golpes contra el cristal.

—Le he explicado que la dejaré salir cuando lleguemos a Londres. Al tarro le he echado un encantamiento irrompi bilizador, para que ella no pueda transformarse. Y ya sabe que tiene que estar calladita un año entero. Veremos si pue de dejar el hábito de escribir horribles mentiras sobre la gente.

Sonriendo serenamente, Hermione volvió a meter el es carabajo en la mochila.

La puerta del compartimiento se abrió.

—Muy lista, Granger —dijo Draco Malfoy.

Sabe Sr. Malfoy, su hijo es un encanto de persona – le espeto Rose – todo lo contrario a usted

Crabbe y Goyle estaban tras él. Los tres parecían más satisfechos, arrogantes y amenazadores que nunca.

—O sea que has pillado a esa patética periodista —aña dió Malfoy pensativamente, asomándose y mirándolos con una leve sonrisa en los labios—, y Potter vuelve a ser el niño favorito de Dumbledore. Mola. —Su sonrisa se acentuó. Crabbe y Goyle también los miraban con sonrisas malévo las—. Intentando no pensar en ello, ¿eh? ¿Haciendo como si no hubiera ocurrido?

—Fuera —dijo Harry.

No había vuelto a tener a Malfoy cerca desde que lo ha bía visto cuchichear con Crabbe y Goyle durante el discurso de Dumbledore sobre Cedric. Sintió un zumbido en los oí dos. Bajo la túnica, su mano agarró la varita.

Harry te prohíbo atacar a nadie – le dijo Lilly

—¡Has elegido el bando perdedor, Potter! ¡Te lo advertí! Te dije que debías escoger tus compañías con más cuidado, ¿recuerdas? Cuando nos encontramos en el tren, el día de nuestro ingreso en Hogwarts. ¡Te dije que no anduvieras con semejante chusma! —señaló con la cabeza a Ron y Her mione—. ¡Ya es demasiado tarde, Potter! ¡Ahora que ha re tornado el Señor Tenebroso, los sangre sucia y los amigos de los muggles serán los primeros en caer! Bueno, los primeros no, los segundos: el primero ha sido Digg...

Fue como si alguien hubiera encendido una caja de ben galas en el compartimiento. Cegado por el resplandor de los encantamientos que habían partido de todas direcciones, ensordecido por los estallidos, Harry parpadeó y miró al suelo.

Pero que habéis hecho – preguntaron todas las mujeres a la vez (menos Hermione)

Malfoy, Crabbe y Goyle estaban inconscientes en el hueco de la puerta. Harry, Ron y Hermione se habían pues to de pie después de lanzarles distintos maleficios. Y no eran los únicos que lo habían hecho.

—Quisimos venir a ver qué buscaban estos tres —dijo Fred como sin querer la cosa, pisando a Goyle para entrar en el compartimiento. Había sacado la varita, igual que George, que tuvo buen cuidado de pisar a Malfoy al entrar tras Fred.

—Un efecto interesante —dijo George mirando a Crab be—. ¿Quién le lanzó la maldición furnunculus?

—Yo —admitió Harry.

—Curioso —comentó George—. Yo le lancé el embrujo piernas de gelatina. Se ve que no hay que mezclarlos: se le ha llenado la cara de tentáculos. Vamos a sacarlos de aquí, no pegan con la decoración.

Esa es buena, chicos – los alabaron los merodeadores

Ron, Harry y George los sacaron al pasillo empujándo los con los pies. No se sabía cuál de ellos tenía peor pinta, con la mezcla de maleficios que les habían echado. Luego volvieron al compartimiento y cerraron la puerta.

—¿Alguien quiere echar una partida con los naipes ex plosivos? —preguntó Fred, sacando un mazo de cartas.

Iban por la quinta partida cuando Harry se decidió a preguntarles:

—¿Nos lo vais a decir? ¿A quién le hacíais chantaje?

—Ah —dijo George con cierto misterio—. ¡Eso!

—No importa —contestó Fred, moviendo la cabeza ha cia los lados—. No tiene importancia. Ya no la tiene, por lo menos.

—Hemos desistido —añadió George encogiéndose de hombros.

No tenéis que desistir nunca – los regaño Arthur

Pero Harry, Ron y Hermione siguieron insistiendo, hasta que Fred dijo al fin:

—Bien, de acuerdo. Si de verdad lo queréis saber... se trataba de Ludo Bagman.

—¿Bagman? —exclamó Harry con brusquedad—. ¿Quieres decir que estaba envuelto en...?

—Qué va —repuso George con un dejo sombrío—. Ni mucho menos. Es un cretino. No tiene bastante cerebro para eso.

—¿Entonces? —preguntó Ron.

Fred vaciló un momento antes de responder.

—¿Os acordáis de la apuesta que hicimos con él, en los Mundiales de quidditch? Apostamos a que ganaría Irlanda pero que Krum atraparía la snitch.

—Nos acordamos —dijeron Harry y Ron.

—Bien, el muy cretino nos pagó en oro leprechaun que había cogido de las mascotas del equipo de Irlanda.

—¿Sí?

—Sí —confirmó Fred con malhumor—. Y se desvane ció, claro. A la mañana siguiente, ¡no quedaba nada!

Que sin vergüenza – exclamo Molly

—Pero... habrá sido una equivocación, ¿no? —comentó Hermione.

George se rió con cierta amargura.

—Sí, eso fue lo que pensamos al principio. Creímos que si le escribíamos explicándole el error que había cometido, sol taría la pasta. Pero de eso nada. No hizo caso de nuestra car ta. Intentamos repetidamente hablar con él en Hogwarts, pero siempre tenía alguna excusa para marcharse.

—Al final se volvió bastante desagradable —explicó Fred—. Nos dijo que éramos demasiado jóvenes para apos tar, y que no nos daría nada.

—Así que le pedimos que al menos nos devolviera nues tro dinero.

—¡No se negaría a eso! —exclamó Hermione casi sin voz.

—¡Ya lo creo que se negó! —dijo Fred.

—Pero ¡eran todos vuestros ahorros!

Ves no tenéis que apostar nunca – les advirtió Lilly

—No nos lo tienes que explicar —dijo George—. Por su puesto, al final averiguamos lo que ocurría. El padre de Lee Jordan también había tenido muchos problemas para que Bagman le diera el dinero. Resulta que está metido en líos con los duendes. Le prestaron mucho dinero. Una banda de ellos lo acorraló en el bosque después de los Mundiales y le cogió todo el oro que llevaba con él, y aún no bastaba para pagar todo lo que les debía. Lo siguieron a Hogwarts para que no se les escabullera. Lo ha perdido todo en el juego. No tiene dónde caerse muerto. ¿Y sabéis cómo intentó pagar a los duendes?

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—Apostó por ti, tío —explicó Fred—. Apostó un montón contra los duendes a que ganabas el Torneo.

—¡Por eso se empeñaba en ayudarme! —exclamó Harry—. Bueno... yo gané, ¿no? ¡Así que ahora puede daros lo que os debe!

—Nones —dijo George, negando con la cabeza—. Los duendes juegan tan sucio como él: dicen que empataste con Diggory, y que Bagman apostó a que ganabas de manera absoluta. Así que Bagman ha tenido que darse a la fuga. Escapó después de la tercera prueba.

Eso le paso por jugar con niños – comento Bill

George exhaló un hondo suspiro y volvió a repartir cartas.

El resto del viaje fue bastante agradable. Harry hubiera querido que durara todo el verano, de hecho, para no llegar nunca a King's Cross... Pero, como había aprendido aquel úl timo curso, el tiempo no transcurre más despacio cuando nos espera algo desagradable, y el expreso de Hogwarts no tardó en acercarse al andén nueve y tres cuartos aminoran do la marcha. La confusión y el alboroto usuales llenaron los pasillos mientras los estudiantes se apeaban. Ron y Her mione pasaron con dificultad los baúles por encima de Mal foy, Crabbe y Goyle. Harry, en cambio, no se movió.

Ya sé que no te quieres ir con tus tíos pero tienes que salir del tren cariño –opino Lilly

—Fred... George... esperad un momento.

Los dos gemelos se volvieron. Harry abrió su baúl y sacó el dinero del premio.

—Cogedlo —les dijo, y puso la bolsa en las manos de George.

—¿Qué? —exclamó Fred, pasmado.

—Que lo cojáis —repitió Harry con firmeza—. Yo no lo quiero.

—Estás mal del coco —dijo George, tratando de devol vérselo.

—No, no lo estoy. Cogedlo y seguid inventando. Para la tienda de artículos de broma.

—Se ha vuelto majara —dijo Fred, casi con miedo.

—Escuchad: si no lo cogéis, pienso tirarlo por el váter. Ni lo quiero ni lo necesito. Pero no me vendría mal reírme un poco. Tal vez todos necesitemos reírnos. Me temo que dentro de poco nos van a hacer mucha falta las risas.

—Harry —musitó George, sopesando la bolsa—, aquí tiene que haber mil galeones.

—Sí —contestó Harry, sonriendo—. Piensa cuántas ga lletas de canarios se pueden hacer con eso.

Eso está muy bien hijo – lo felicito James

Los gemelos lo miraron fijamente.

—Pero no le digáis a vuestra madre de dónde lo habéis sacado... aunque, bien pensado, tal vez ya no tenga tanto empeño en que os hagáis funcionarios del Ministerio.

—Harry... —comenzó Fred, pero Harry sacó su varita.

—Mira —dijo rotundamente—, si no os lo lleváis, os echo un maleficio. He aprendido algunos bastante buenos. Pero hacedme un favor, ¿queréis? Compradle a Ron una tú nica de gala diferente, y decidle que es regalo vuestro.

Salió del compartimiento sin dejarlos decir ni una pala bra más, pasando por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle, que seguían tendidos en el suelo, con las señales de los maleficios.

Bueno, gane una túnica nueva – comento Ron

Tío Vernon lo esperaba al otro lado de la barrera. La se ñora Weasley estaba muy cerca de él. Al ver a Harry, ella le dio un abrazo muy fuerte y le susurró al oído:

—Creo que Dumbledore te dejará venir un poco más avanzado el verano. Estaremos en contacto, Harry.

—Hasta luego, Harry —se despidió Ron, dándole una palmada en la espalda.

—¡Adiós, Harry! —le dijo Hermione, e hizo algo que no había hecho nunca: le dio un beso en la mejilla.

Eso de estar a punto de que muriera hizo que nuestra cuñadita se desmelenara – se burló Fred

—Gracias, Harry —musitó George, mientras Fred, a su lado, asentía fervientemente con la cabeza.

Harry les guiñó un ojo, se volvió hacia tío Vernon y lo si guió en silencio hacia la salida. No había por qué preocupar se todavía, se dijo mientras se acomodaba en el asiento posterior del coche de los Dursley.

Como le había dicho Hagrid, lo que tuviera que llegar, llegaría, y ya habría tiempo de plantarle cara.

Eso es hijo – dijo James

Hemos terminado con el libro – suspiro Lilly

En ese momento apareció una nota, y Teddy se levantó a cogerla:

Querido presentes en la sala

Se les comunica que próximamente llegara otro libro contándoles el curso escolar de Harry.

Atentamente Ministro de Magia

Aquí tenéis los últimos capítulos del libro.