( ¡Hola a todos y a todas! Soy May y esta es la primera vez que subo un fic... ¡Espero que les guste!

La idea surgió a partir de un manga con el mismo nombre que este fan fic, pero solamente seguiré la base (además no me acuerdo mucho de como era!). Como es obvio, será USUK... Y no sé si añadiré alguna pareja secundaria. Por el momento, supongo que no.

¡Dicho esto, espero que disfruten de la historia! )


Lunes

–Oye, oye... ¡Ya es Lunes! ¿Crees que deberíamos intentarlo?

–¿A qué te refieres?

–¿Cómo? ¿No lo sabes?

–¡Es imposible estar en esta escuela y no saberlo!

–¿Pero vais a decírmelo ya?

–Conoces a ese estudiante de último año, Kirkland, ¿verdad?

–¿Eh? Sí, ¿no es el presidente del consejo estudiantil?

–¡Ese mismo!

–¿Y no sabías que todas las semanas acepta a la primera chica que le pida salir con él?

–¿Cómo que la acepta?

–¡Sí, sí! No importa quién se lo pida, si eres la primera en pedírselo el Lunes, saldrá contigo.

–¿Entonces por qué estáis tan contentas?

–¡Porque sus relaciones solo duran una semana! Después de esta semana se aburre de ellas y las deja. ¡Y vuelve a empezar!

–¿Y aún así las chicas siguen pidiéndole salir? ¿No es un poco denigrante?

–Bueno, tal vez pero... ¡Se dice que no puedes graduarte sin haber tenido tu semana Kirkland!

Esas eran las voces que llenaban los pasillos cada vez que comenzaba una nueva semana. Recorrían todas las aulas, y todas las estudiantes parecían intentar llenarse de ánimos para ver quién sería la primera en pedir salir a Arthur Kirkland esa semana.

Y la verdad, es que aún dejando a parte su cambio semanal de pareja, Arthur Kirkland no era un estudiante como otro cualquiera. Había sido transferido desde Inglaterra hacía un par de años y fue el presidente del consejo estudiantil desde su segundo año en la escuela. Sacaba las mejores notas de su clase, era un perfecto caballero y además de eso, a pesar de las enormes cejas que poblaban su rostro, era bastante atractivo. Por eso era que todas las semanas habían chicas intentando encontrarle después de clase, en el descanso para comer, o antes de que tuviera que ir a la sala del consejo estudiantil, para pedirle que pasara la semana con ellas.

El parloteo de las tres chicas cesó cuando el profesor de la primera hora de la mañana entró en el aula, dejando la clase en un silencio solo interrumpido por los lápices escribiendo y las hojas de las libretas y los libros al pasarse. Mientras tanto, en una esquina, Alfred pensaba en la conversación que sus vecinas de pupitre compartían todas las semanas.

¿Qué podía llevar a alguien a comenzar una relación con una chica, si no iba a durar más de una semana? Fuese quien fuese la chica, lo importante era que fuera la primera en pedírsela, ¿y entonces qué? Nunca había escuchado que le fuera infiel a las chicas, y al parecer cumplía su tarea de novio como el más perfecto de los caballeros. ¿Eso era suficiente para las chicas como para aceptar que su relación durase únicamente una semana? Tampoco había escuchado que hubiera durado nunca menos. Lunes a Domingo, ese era el trato. Era un total misterio qué podía pasar por la mente de ese chico, o de las chicas que le pedían salir.

–La clase terminó hace cinco minutos -Sus pensamientos fueron distraídos por su cuarto vecino de pupitre- Deberías dejar de hacer garabatos en la libreta.

–Eh? -El rubio alzó la mesa para mirar a Kiku, la persona que tenía la mesa a su derecha, y el que además había sido su mejor amigo desde que se mudó desde Estados Unidos a Japón al inicio del curso escolar. Volvió a posar su mirada en la hoja de sus libreta y comprobó las líneas que su portaminas había hecho en las anteriores horas de clase- Ah! ¿Entonces ya es la hora de comer? -Sonrió, llevando una mano a su bolso para sacar la bolsa de plástico en la que su madre solía dejarle la comida- ¡Vamos a la terraza, hoy hace muy buen día como para quedarnos en el aula! -Cerró su libreta y la metió en el bolso, levantándose y mirando a su amigo, que seguía sentado y respondió a su propuesta llevándose una mano al mentón.

–Me gusta su idea, pero me parece que no es muy conveniente...

–¿Hm? ¿Por qué?

El dedo de Kiku le señaló el entrecejo, y no pudo evitar acordarse de esas series policíacas, como si su amigo le estuviera diciendo que se estaba olvidando de un dato muy importante.

–Alfred-san, para subir a la azotea deberíamos pasar por el pasillo que se encuentra justo encima de nosotros -El dedo de Kiku ahora pasó a señalar el techo del aula dónde se encontraban- Donde se encuentran las clases de tercer curso. Y hoy es Lunes, eso significa que el pasillo estará lleno de chicas jóvenes deseando encontrarse con Kirkland-san.

Los ojos de Alfred se abrieron por la deducción del pelinegro y asintió a sus palabras, convencido.

–¡Tienes razón, tienes razón! -Suspiró y volvió a sentarse en su silla, apoyando un codo en la mesa.

–Aún así podríamos ir al jardín. No suele haber mucha gente, y estoy seguro de que Matthew-san también habrá decidido ir hacia allí...

–Oye Kiku.

Alfred tenía ese don para desconcentrarse de las cosas en cuanto tenía la menor oportunidad. Para ser honestos, le pasaba todos los Lunes desde que había llegado a aquella escuela y escuchó los rumores sobre Arthur Kirkland.

Al principio no le pareció nada importante, pero luego todo el mundo a su alrededor parecía insistir en el tema y no pudo quedarse atrás. Comenzó a preguntarse qué podía llevar a alguien como era el presidente del consejo estudiantil a salir con cualquier chica durante una semana, por qué lo hacía, o por qué las chicas seguían pidiéndoselo...

Y, sin darse cuenta, comenzó a preguntarse también cosas como qué sería salir con él. ¿Qué clase de citas tendría con esas chicas? ¿Las acompaña a sus casas y les daba un beso de despedida? A pesar de que estaba seguro de que a la mayoría de chicas que salían con él no las conocía de nada... Había una pregunta que Alfred no había podido sacarse de la cabeza durante bastante tiempo.

–¿Y si le pido salir?

El rostro del japonés mostró confusión al escuchar las palabras de su amigo y le miró un momento, desconcertado.

–¿Perdón?

Entonces los ojos de Alfred se posaron en el rostro del japonés a través de sus gafas. Seguía con la misma expresión perdida, como si en vez de hablarle directamente a él estuviera más bien pensando en voz alta.

–Kirkland. ¿Y si le pido salir? ¿Crees que aceptaría?

–¿E-Eh? -El rostro del japonés fue un poema. Se marcó de total confusión y luego, por un motivo que Alfred no logró entender, se marcó de un rojo profundo- ¡A-Alfred-san! ¿Cómo puede hacer esa pregunta? -Se acercó a él hablando en susurros, como si Alfred acabara de decir algo demasiado polémico en voz demasiado alta.

–Bueno, ¡siempre sale con la primera persona que se lo pide el Lunes! ¿Verdad? -Su expresión cambió a ser la típica sonrisa que adornaba el rostro del americano casi las veinticuatro horas del día- ¿Y si esa persona fuera yo?

–¡P-Pero ambos son hombres! -A pesar del tono con el que lo dijo Kiku, parecía más sorprendido en el buen sentido que alarmado en el malo.

–¡No sería justo que me discriminara por mi sexo! -Alfred levantó el dedo, señalando un punto que, a su parecer era muy importante- Al menos me gustaría ver cómo responde si se lo pido.

Su amigo no pudo hacer más que suspirar, aún con un sonrojo en sus mejillas.

Por suerte para el japonés, el hermano gemelo de Alfred entró al aula justo a tiempo. La conversación quedó en el aire, y ninguno de los dos insistió en ello mientras bajaban hacia el jardín de la escuela, saludaban a unos compañeros del club de periodismo de Kiku que se unieron a comer con ellos, o Alfred le pedía a Matthew que le dejara un poco de su comida porque ya había terminado con la suya y seguía teniendo hambre.

Aunque, por primera vez, Kiku no pudo evitar observar la suave sonrisa que pasó por el rostro del americano mientras, delante de ellos, pasaba sin decir una palabra y sin ninguna clase de compañía el presidente del consejo estudiantil, a quien Alfred siguió con la mirada hasta desaparecer.

Sin embargo, no observó ningún movimiento alarmante por parte del estadounidense durante el resto del día. No se unió al grupo de chicas que seguían a Kirkland dónde fuera que vaya, aunque ninguna de ellas tenía el valor suficiente para pedirles salir – o simplemente eran una de las tantas chicas con las que Arthur ya había salido. Y cuando terminó el descanso para comer y volvieron a comenzar las clases, su amigo continuó siendo el mismo chico de siempre, el mismo chico que no prestaba atención en clase y se dedicaba a garabatear con una sonrisa en el rostro, sorprendido leyendo un cómic de superhéroes cuando el profesor le pidió que continuara la lectura, y guardando sus cosas alegremente cuando las clases terminaron.

–Oh, ¿te vas ya a tu club, Kiku? -Alzó la cabeza, viendo cómo el pelinegro recogía sus cosas y se levantaba.

–Así es... Si nos encontramos después de las actividades del club, podríamos ir todos juntos a casa...

–Ah, si es por eso puedes ir adelantándote e ir con Matthew cuando termine en el club de hockey -Alfred también se levantó, cargando su bolsa a un hombro, y ambos caminaron hasta el final del pasillo, que conectaba su edificio con el edificio de los clubes, donde estaba el club de periodismo del que Kiku formaba parte- Creo que hoy voy a quedarme hasta más tarde, no hace falta que me esperéis.

–¿Seguro? -El japonés miró al americano alzando una ceja un momento. Y cuando el pensamiento de lo que habían hablado aquella mañana llegó a su mente, volvió a tener aquél sonrojo que Alfred no entendía- ¿No... estarás pensando en...?

Pero todo lo que tuvo por respuesta fue una brillante sonrisa por parte del rubio, guiñándole uno de sus azules ojos.

–¡Pronto comenzarán los campeonatos! ¡Debemos entrenar mucho si queremos ganar! Right?

Kiku suspiró y se despidió de su amigo levantando una mano, dirigiéndose hacia su club mientras Alfred bajaba a las canchas de béisbol.

Por lo menos, si la ilógica idea de Alfred funcionaba, Kiku tenía asegurada una primera página para el periódico escolar.

Las horas pasaron más rápido de lo que se suponía que lo harían. Era como si cada vez que golpeaba una bola hubiera pasado media hora, y en lo que terminó de hacer su tercera carrera el cielo ya estaba teñido de naranja. Todo el mundo debía haberse ido ya a casa, excepto el club de béisbol, que debía entrenar para los campeonatos que no tardarían en comenzar.

–¡Bien, Jones! ¡Es tu última bola, así que atento! -La voz del capitán del equipo llegó a los oídos de Alfred mientras se colocaba mirando fijamente la bola- Recuerda, queremos un home run, ¿lo has entendido?

Solo tuvo tiempo de asentir con la cabeza cuando vio la pelota a toda dirección hacia él. Pero Alfred era un bateador estrella, y como tal eso no podía sorprenderle. Era como si el bate fuera una extensión de su cuerpo, y se moviera como una maquinaria de perfecto engranaje al sentir una bola hacia él. Sin embargo, pasó algo.

–¡No puedo creer que no haya tenido valor para pedírselo!

–No te preocupes Miyuki, es muy posible que alguna se nos haya adelantado esta semana.

–¡El Lunes que viene lo haré!

Fue un golpe limpio, perfecto, y el más fuerte que había hecho desde que entró al club de béisbol. Pero un fallo de unos milímetros, esa pequeña distracción, fue suficiente para que en lugar de dirigirse hacia delante y perderse en las pistas del club de tenis que tenían justo delante, diera un giro inesperado. No pudo hacer más que girar la cabeza cuando vio su bola elevarse varios metros y salir con fuerza justo hacia atrás, hacia el edificio de la escuela. Y se encogió al escuchar el ruido de una ventana rota.

–¡Jones! -El grito de su enfadado capitán le obligó a volver al campo.

–Ah... ¡Lo siento, lo siento! ¡Iré a por ella! -Se encogió de hombros y se dirigió a la salida del campo, dejando su bate con el resto de sus cosas.

–Los demás podéis recoger e iros a casa, ya es bastante tarde -Escuchó la última orden del capitán mientras se dirigía hacia el edificio.

La verdad es que, para llevar solo unos meses en el instituto, Alfred ya se había aprendido bastante bien las aulas de ese edificio, y sabía identificar cuál era cuál desde fuera. Tal vez esto era debido a que se pasó el primer mes del club simplemente recogiendo pelotas, hasta el día en que le dejaron tomar un bate y descubrieron la fuerza casi inhumana con la que bateaba, la velocidad con la que podía recorrer todas las bases, y los efectos que sabía darle a las bolas. Por eso no le costó reconocer el aula en el que había caído su pelota perdida, a pesar de que solo estuviese parado frente a una puerta.

"Consejo Estudiantil"

Suspiró mirando a la puerta y se dedicó un momento para admitirlo. Perder la concentración por el comentario de unas chicas había sido estúpido por su parte, pero no había podido evitarlo. No escuchó nada detrás de la puerta, así que supuso que estaría cerrada y no habría nadie allí.

Pero al abrir la puerta se encontró directamente con un par de ojos verdes que le miraban echando fuego. El ceño fruncido, los labios formando una mueca, y la pelota que estaba buscando en la mano derecha.

–Ah... -Alfred solo pudo murmurar al encontrarse cara a cara con Arthur Kirkland.

–¿Os parece que estas son horas de seguir jugando? Todo el mundo debería haberse ido a casa ya -No era la primera vez que escuchaba la voz de Kirkland, y tampoco la primera vez que le decía eso. Ya que la ventana del consejo estudiantil tenía una especie de imán para las pelotas de béisbol, y Alfred siempre era el enviado para recogerlas.

–¡Perdona, ha sido culpa mía! -Sonrió entrando a la habitación.

–Siempre es tu culpa -El inglés dejó la pelota sobre la mesa con un golpe secó y señalo su escritorio- ¿Tienes idea del tiempo que me había llevado ordenar estos papeles? Ahora tendré que volver a comenzar por vuestra culpa

–Perdona, pero estamos entrenando para las competiciones...

–Como sigáis estrellando pelotas contra esa ventana me veré obligado a prohibir que el club de béisbol se quede entrenando hasta tan tarde.

–¡Pero un error lo tiene cualquiera!

–Pero tu pequeño error me va a costar aún más horas encerrado en esta habitación.

–No era nuestra intención...

–Estoy demasiado ocupado como para tener que volver a comenzarlo todo desde el principio solo porque un estúpido cabeza de chorlito falle una bola y...

–¿Quieres salir conmigo?

El rostro de Arthur se congeló. Al igual que lo hizo el de Alfred, antes de que ambos pudieran asimilar lo que acababa de decir, y el rojo se apoderase de las mejillas del americano. Y juraría que también vio un ligero resplandor rubí en el rostro del otro.

–¿Qué...?

–Siempre lo haces, ¿verdad? -Alfred intentó sonar despreocupado, pero su corazón iba a mil por hora. No podía creerse que de verdad, de verdad, hubiera dicho lo que había estado planteando como una situación imposible durante un tiempo- ¿Alguien te lo ha pedido hoy?

–No, pero... -El rostro de Arthur se dirigió al suelo, intentando no fijarse en el americano que le miraba fijamente.

–¡Entonces saldrás conmigo!

–¿¡Qué te hace creer que quiero salir con un hombre, y más alguien que tiene por cerebro una pelota de béisbol!?

El rostro del inglés le recordó al de Kiku. Porque estaba rojo hasta las orejas, y Alfred no era capaz de entender el por qué. Intentó armarse se un poco de valor y caminar hacia él.

–Todas las semanas sales con la primera chica que te lo pida, así que... -Se encogió de hombros con una sonrisa- ¿Por qué no yo?

–Oye, ¿es que eres...?

–¡Solo dame una respuesta! -Apretó los puños y cerró los ojos, esperando que el bombeo de su corazón no fuera tan fuerte como para que Arthur lo escuchara.

El silencio fue tan largo y tan pesado, que pareció durar una eternidad en la que Alfred trató de recomponerse. Está bien, suponía que le rechazaría y entonces volvería a su casa y todo sería como siempre. Al fin y al cabo, las pocas veces que había hablado con este estudiante de último curso había sido para pedirle que le devolviera las pelotas de béisbol. No es como si un rechazo por su parte fuera a causarle un problema de corazón roto, ¿verdad?

El golpe de una pelota contra su pecho fue el que le hizo abrir los ojos y llevar una mano a la bola para que no cayera, casi por instinto. Levantó la cabeza y Arthur seguía igual de sonrojado, con los brazos cruzados y soltando un notable suspiro.

–¿En qué clase estás?

–¿Eh?

–Te he preguntado cuál es tu clase.

–Ah... 2-5... -Parpadeó un momento, intentando encontrarle el sentido a todo eso.

–Si vas a pedirme salir, no estaría mal que te presentaras. Hasta un estudiante de párvulos lo sabría, son puros modales.

–¡Alfred F. Jones! -La voz le salió bastante más fuerte de lo que esperaba- Clase dos cinco, miembro y bateador estrella del equipo de béisbol... ¡Me gustan los superhéroes y la arqueología y mi color favorito es el azul, mi número de la suerte el cincuenta, y mi lugar favorito cualquier restaurante de comida rápida!

De nuevo el silencio. Entonces escuchó la silla de Arthur moverse, y vio a este levantándose para acercarse a él.

–Muy bien, escucha. Mañana iré a tu aula para comer, ¿has entendido? El resto es cosa tuya.

El rostro de Alfred volvió a teñirse de rojo, aunque trató de controlarlo.

–Pero ya es muy tarde, pensé que tal vez...

Pero todo lo que obtuvo fue una mirada asesina por parte del británico.

–¿De verdad crees que puedo irme ahora a casa después del estropicio que has causado con tu tonta pelotita? -El inglés soltó un largo suspiro y se volvió hacia su aula- Mañana para comer, ¿te ha entrado en la cabeza?

–Ah... ¡Sí! -Alfred asintió con una sonrisa.

–Bien, ahora vete -Arthur se agachó para recoger uno de los papeles que habían caído al suelo por culpa de Alfred- No quiero ni pensar en la clase de desastres que puedes causar si te quedas en este aula cinco minutos más...

Y dicho esto, empezó a recoger los papeles como si Alfred hubiera dejado de existir y no fuera más que un cuerpo transparente, así que el americano solo se dio la vuelta para dirigirse a la puerta.

Aunque si ambos se hubieran dado la vuelta aunque solo hubiera sido por un momento, podrían haber visto la sonrisa que adornaba sus rostros de manera casi simétrica.