¡Hola a todos y a todas! Aquí estoy una vez más, disculpándome por mi lentitud para actualizar. Aunque tengo una buena noticia, ¡ya he terminado las clases! Solamente tengo que enfrentarme a la selectividad dentro de unos días y estaré completamente libre, ¡así que no tardaré tanto en terminar el fic! ...o Por lo menos eso espero. Muchas gracias por seguir leyéndolo, ¡espero que os guste este capítulo!

También quiero aprovechar para mencionar que cuando termine esta historia comenzaré a re-editarla, mejorando los errores que he detectado en los capítulos anteriores. Y aunque suene demasiado arriesgado, ya tengo varias ideas en mente para futuras historias JoKerísticas. Por ahora, espero que os guste este episodio aunque sea un poquito corto. ¡Un abrazo de hamburguesa!


–¿Está listo ya?

–¡Aún no, idiota! ¡No seas tan impaciente!

Alfred se llevó las manos al estómago y se tumbó en el sofá.

–¡Pero no puedo esperar más!

–¿¡No puedes esperar cinco minutos!? ¡Y no pongas los pies en el sofá!

Arthur estaba en la cocina, con un delantal sobre la ropa y un cucharón en una mano. Miraba a Alfred desde la ventaba que comunicaba ambas habitaciones, y Alfred estaba seguro de que ese olor que salía de detrás del inglés no podía ser algo saludable.

Sin embargo, tenía hambre. Y cuando Alfred tenía hambre, podía incluso comer aquella cosa que escuchaba burbujear desde el salón.

Aunque ahora, casi por primera vez en la vida, estaba bastante enfadado con su estómago.

Hacía solo una media hora, Arthur y él habían continuado aquél pequeño juego de besos que había ido convirtiéndose poco a poco en unos besos más profundos, más largos, incluso más inconscientes... Pero todo había cambiado cuando, de repente, se escuchó por toda la casa un rugido salir del estómago de Alfred, rompiendo total y rotundamente el escenario romántico, y devolviendo a los dos la atención al mundo real. Se disculpó con insistencia y extrema vergüenza, pero Arthur había mantenido una actitud enfadada y molesta aún cuando se había ofrecido para preparar el almuerzo.

–¡Escucha, no lo hago porque tengas hambre! ¡Es que no he comido nada en todo el día! ¡Lo hago por mi, no por ti!

Así que se había encerrado en la cocina y había dejado al americano solo en el sofá... Y lo peor era que Alfred ni siquiera había tenido respuesta de su confesión.

–Estúpido estómago -Murmuró, enterrando el rostro en un cojín.

Mientras el silencio llenaba la sala, no pudo quitarse de la cabeza la situación de hacía solo unos minutos. Todavía podía sentir el sabor de Arthur en su boca, y sentía muy fuerte su olor a pesar de que estuviera a varios metros de él. ¿Tal vez no le había escuchado? ¿O le había ignorado para no tener que darle un incómodo rechazo? La verdad era que ya no sabía qué pensar.

El sonido de la puerta de la cocina le trajo de vuelta de sus pensamientos. Alzó la mirada para ver al inglés llevando a la pequeña mesa del madera del comedor dos platos con un contenido que se parecía muy ligeramente a unos ravioli. Aunque estaba seguro de haber visto algo violeta.

–...¿Qué es eso? -Preguntó acercándose al inglés.

–¿Es que no lo ves? -El inglés alzó la cabeza para mirarle con una de sus grandes cejas levantada- Es pasta.

–¿Sabes? Si yo fuera italiano, me sentiría insultado ahora mismo.

–¿¡Qué quieres decir!?

Sin responder a su pregunta, se limitó a sentarse con una sonrisa delante del plato. Y la verdad, se sintió bastante afortunado de ser un héroe genial e invencible, ya que supuso que cualquier ser humano o incluso animal hambriento normal ya se había desmayado por el olor que desprendía aquella... "pasta".

Notablemente herido en su orgullo, Arthur se sentó en el asiento que estaba frente al americano y se quedó en silencio durante un momento, mientras Alfred terminaba de examinar aquella extraña mezcla.

–¿No vas a comer? -El pequeño murmullo del mayor hizo que alzara la cabeza. Y al hacerlo, se encontró con los brillantes verdes del inglés fulminándole directamente. Se encogió de hombros y sonrió antes de darle un último vistazo al plato.

–¡Buen provecho! -Exclamó con el tono que había escuchado a los dibujos que le gustaba ver en la televisión, pinchó uno de los raviolis con el tenedor y se lo llevó a la boca.

Se le escapó un suspiro de sorpresa y abrió los ojos más de lo humanamente posible. Poco a poco devolvió la mirada al inglés, que parecía ocultar una mirada de expectativa, aunque tuvo la sensación de que su reacción le había echado un poco hacia atrás. Masticó lentamente y, después de medio minuto, tragó.

–Co... ¿cómo está? -El mayor preguntó con cierta timidez.

–Esto... ¿Lo has cocinado tú? -Arthur asintió lentamente.

Era cierto que no estaba especialmente rico. Y posiblemente alguien normal todavía habría tenido que enjuagarse la boca después de probarlo. Pero Alfred recordaba todavía el sabor que le habían dejado los scones de hacía unos días. Y en comparación, la transformación del sabor era extrema.

–A... Arthur... -Fijó la mirada en el rostro indeciso y expectante del inglés- Esto... No está exactamente bueno, pero es comestible.

Las pobladas cejas del mayor se levantaron junto a sus labios, en lo que estaba camino a convertirse en una sonrisa, pero que rápidamente se transformó en un gesto de enfado.

–¿Se supone que eso es un halago o un insulto?

–¡Para una persona normal sería un insulto, pero para ti es un halago! -Respondió con una gran sonrisa.

El inglés estuvo en silencio durante un momento, hasta cruzar los brazos sin cambiar de expresión. Con un gesto de enfado, se llevó también parte de la comida de su plato a la boca.

Y Alfred estuvo casi seguro de que las lagrimillas que estuvieron por escapar de los ojos del inglés significaban que estaba asombrado de sus propios resultados con ese plato.

–De cualquier manera... -Después de un momento de silencio, Arthur volvió a la normalidad- Cuando terminemos de comer tendrás que empezar a estudiar.

El americano ladeó la cabeza, confundido.

–¿Eftufiar?

–¡No hables con la boca llena! -Soltó un largo suspiro- No me digas que ya lo has olvidado.

–¿Olvidar qué? -Alfred parpadeó un par de veces después de tragar la comida que tenía en la boca.

–Ayer te dije que hoy te ayudaría a estudiar, ¿no te acuerdas? -Alzó una ceja como respuesta al gesto confundido del americano- No sabes leer.

De pronto el menor soltó el tenedor y parpadeó varias veces mientras miraba al inglés. Había estado tan ocupado enamorándose de él que casi había olvidado el detalle de que Arthur conociera su secreto.

–Así que te habías olvidado... -Una vez más, un largo suspiro escapó de la boca del mayor- Bueno, tampoco es que me sorprenda.

–Ah... ¡No, no! ¡No lo había olvidado! -Alfred se apresuró a interrumpir- ¡Pero he estado pensando en muchas cosas como para prepararme!

–De cualquier manera no tenía la más mínima esperanza en que fueras a prepararte -Vio al británico levantarse de su silla y recogió el plato del americano, que para sorpresa de ambos, ya estaba totalmente vacío- Siéntate en el sofá. Lavaré esto e iré a por algo de papel.


Había ido capaz de ir a su casa, estando ahí los dos solos y además durante horario escolar, y de ver cómo se comportaba cuando nadie le veía, algo bastante alejado del Arthur Kirkland al que las personas de la escuela estaban acostumbradas. Había podido besarle varias veces, sin que opusiera resistencia, y había comido algo preparado expresamente para él. Ahora estaban juntos sentados en el sofá de su casa. De alguna manera, todo sonaba como la más típica de las fantasías domésticas de una adolescente.

–Pero entonces, ¿por qué se siente tan... distinto?

Como respuesta a su suspiro, recibió una agresiva mirada por parte del inglés.

–¡Presta atención! -Su dedo señaló al papel sobre la mesa, que estaba ya casi lleno de palabras y frases escritas por el inglés, muchas de ellas bastante confusas para Alfred- ¿Cómo es posible que no te sepas ni siquiera los kanjis más básicos? ¿Es que no tomaste clases de japonés antes de venir a vivir aquí?

–Durante unos meses -Respondió, encogiéndose de hombros- ¡Pero las clases eran demasiado complicadas y aburridas!

–¿¡U-Unos meses!? ¿¡Cómo puedes entender lo que la gente te dice con solo unos meses de clases!?

–Vi bastante anime -El americano se encogió de hombros, restándole importancia- ¿Sabías que hay una versión de Iron Man en la que uno de los protagonistas parece un conejito rosa?

Arthur se dejó caer sobre el respaldo del asiento, atónito por lo que acababa de escuchar.

Y es que Alfred no mentía. En cuanto habían comunicado a su padre que sería trasladado a Japón, su madre se había apresurado en asegurarse de que toda la familia aprendía el idioma, empezando por los gemelos. Pero la excesiva seriedad de las clase había llevado a Alfred a abandonarlas por aburrimiento. Unos meses antes del traslado, su madre obligó a toda la familia a hablar exclusivamente en japonés mientras estuviera en casa, y Alfred se dedicó a aprender viendo anime.

Ante el asombro de toda su familia, profesores y pedagogos, el joven podía mantener conversaciones fluidas sin ningún problema antes del viaje.

–Tú... ¿estás diciendo de de verdad que hablas japonés por haber estado todo el día delante del ordenador?

–¡Sip!

La sonrisa del americano era tan brillante que el inglés tuvo que apartar la mirada.

–Bueno... Eso explica por qué no sabes leer -Suspiró, encogiéndose de hombros.

–¡Es que esa parte es demasiado complicada! ¡Tiene demasiadas flechitas y rayitas

–Por poco que te gusten, Alfred... Si no aprendes al menos los kanjis más comunes no vas a aprobar jamás ni un solo examen.

El menor se cruzó de brazos y frunció el ceño.

–¡Pero es demasiado aburrido! ¿No hay ningún juego para hacerlo mejor?

–¡Perdona por ser tan aburrido! -Arthur replicó con un tono amargo en la voz- Si tanto te aburro puedes marcharte a tu casa a leer manga -Añadió con sarcasmo.

Alfred se quedó en silencio un momento, ligeramente retraído por las palabras del otro rubio. Sin embargo, de repente abrió los ojos asombrado de su propia inteligencia. ¡Sí, exactamente! ¡Era el héroe más listo del mundo, solo a él se le había podido ocurrir algo como eso! ¡Era la solución perfecta!

–¡Dame un premio! -Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, llena de orgullo por su mente privilegiada. El inglés le miró alzado una ceja.

–¿Eh?

–¡Así será mucho más divertido! -Levantó un dedo para seguir explicando, sin relajar nunca su enorme sonrisa- Cada vez que escriba bien una frase me tiene que dar un premio... ¡Así me animaré mucho más!

–Tú... -El mayor soltó un largo suspiro por enésima vez aquél día- ¿Te das cuenta de que te estás poniendo al mismo nivel que un niño pequeño?

–¡Nada de eso, nada de eso! -Se cruzó de brazos un momento y alzó la cabeza con convicción. Después le dio la vuelta al papel que estaba sobre la mesa y le dio la vuelta, para mirar la cara completamente blanca que todavía no había sido utilizada- Por ejemplo... -Sin pedir permiso, tomó el bolígrafo que Arthur tenía en su mano y empezó a escribir- "¿Esa persona quién es?" -Narró mientras escribía- "Esta persona es canadiense"... -Observó el resultado con una sonrisa y lo tomó para enseñárselo al inglés. O, mejor dicho, se lo puso directamente en la cara- ¿Ves? ¿Está bien?

–Ah... -El mayor quitó con brusquedad el papel de su cara y lo colocó a una distancia normal para poder mirarlo. Después de leer las frases, devolvió su mirada al estadounidense- Están... Bien escritas -La sorpresa era obvia en su voz era evidente- ¡Pero antes no entendías ni siquiera este kanji! ¡Ni los contadores! ¿Qué demonios has hecho?

–¡No he hecho nada! -La enorme sonrisa de Alfred hizo que el británico retrocediera ligeramente- Solamente demuestro mi poder como héroe -Se encogió de hombros y alzó el brazo en dirección a Arthur- ¡Ahora tienes que darme un premio!

El rubio dudó un momento y después dejó escapar un largo suspiro de sus labios.

–Está bien, está bien... -Asintió y se encogió de hombros- ¿Qué quieres? ¿Una galleta?

¡Eh! ¿¡Cómo que "una galleta"!? ¡Aquello era, cuanto menos, insultante! Puede que Alfred no tuviera una mente demasiado privilegiada, o que por lo menos no la utilizase a menudo, pero estaba claro que desde que había mencionado la palabra "premio" había tenido planeado el resultado de aquél pequeño juego en su cabeza. ¡Y esta vez no iba a permitir que su estómago le interrumpiera! Sabía perfectamente lo que quería que Arthur le diera como recompensa por su esfuerzo, y además estaba completamente dispuesto a conseguirlo.

–Una... galleta me parece bien.

Pero al parecer, a su cerebro le apetecía jugar en modo difícil.

–Hm... -El inglés se mostró dudoso un momento- Está bien, voy a por las galletas. Ahora vuelvo.

Y dicho esto, se levantó del sofá y se dirigió a la cocina, dejando a Alfred hecho piedra en su sitio.

Había sido completamente derrotado por su estúpido subconsciente. Era verdad que el simple pensamiento del premio que había en su cabeza le hacía sonrojarse y ponerse un poco nervioso, ¡pero aquello había sido demasiado horrible!

Estaba claro que no estaba nada contento con el final que habían tenido los besos de aquella mañana... Aunque le diera demasiada vergüenza intentar pensar en qué habrían terminado si su cuerpo no dejase de intentar empeorarle el enamoramiento. Además...

Frunció el ceño y se inclinó hacia el papel. Apretó el lápiz con fuerza y apretó los labios mientras escribía una nueva frase en un tamaño más grande que las que acababa de escribir. Ciertamente le costó, y no solo porque estuviera nervioso y la mano le temblara, sino porque el kanji era metafóricamente complicado.

–¿Qué estás haciendo? -La voz de Arthur peligrosamente cerca le sobresaltó tanto que se irguió como un resorte, casi saltando y pálido de la sorpresa. Giró la cabeza mecánicamente para mirar al inglés, que tenía entre las manos una caja de cartón. No tenía tapa, así que en el interior podían verse varias galletas, de esas que había visto en alguna página web que se usaban para acompañar el té, aunque no eran sus preferidas.

–Ah... -Alfred miró un momento al papel y lo recogió rápidamente, ocultándolo contra su pecho- Esto... ¿Está bien?

Ladeó la cabeza hasta mirar al suelo y extendió el brazo para que el inglés pudiera ver lo que había escrito. El papel impedía que hubiera podido ver la reacción de Arthur aún si hubiera mirado en su dirección, pero de repente... Sentía algo de miedo.

Durante unos momentos, reinó el silencio.

–Normalmente... Escuchó que la voz del inglés comenzaba dudosa, en un pequeño y suave hilo- No dirías algo así. De hecho ni siquiera creo que sepas lo que significa... -Alfred se encogió de hombros durante un momento, sintiendo como su cabeza se volvía más y más roja- Además, has escrito mal el kanji.

Alfred no podía creerlo. Apartó la hoja del rostro del mayor para poder observarla más detenidamente con el ceño fruncido. Además, sintió que sus mejillas se teñían una vez más, aunque esta vez de vergüenza por su error.

–¿D-De verdad?

–Supongo que nunca has tenido que escribirlo -Arthur se encogió de hombros Por lo que el americano era capaz de observar, el mayor no se había percatado ni un poquito de lo que había intentado decirle- Como he dicho... Aishiteru es demasiado formal para un japonés normal...

–A-Ah... -Alfred titubeó. Su plan acababa de fracasar estrepitosamente por segunda vez. Y además esta vez no tenía un plan B. Tampoco era que lo hubiera tenido antes, pero esta vez sentía que le era necesario.

–De cualquier manera, las otras frases están bien -El mayor se encogió de hombros y abrió la caja de galletas. Sacó una de las pastitas y se la entregó al norteamericano, esperando que la recogiera- Here you go.

Alfred parpadeó y suspiró por su derrota. ¿Podía ser que de verdad Arthur no tuviera idea de lo que quería decirle? ¿O que ni siquiera le hubiera escuchando hacía unas horas, las palabras que había dicho entre los besos?

–Entonces... -Observó la galleta que tenía entre sus dedos y la bajó antes de darle un mordisco. Levantó la mirada para centrarse en los ojos verdes- ¿Cómo podría decirlo?

–¿Ah? -Arthur parpadeó- ¿Decir qué?

–Hm... -El menor ladeó la cabeza durante un momento- ¿Cómo podría decirle a alguien que le quiero?

El inglés le miró fijamente durante unos segundos. Tomó fuerzas y volvió a verle, ahora acercándose unos centímetros hacia él

–¿Cómo... puedes decirle a alguien que te gusta? No... ¡Algo mucho más que eso!

–A... ¿Alfred? -Los ojos verdes demostraron preocupación al notar el acercamiento del menor. Pero también pudo distinguir otro tipo de brillo en los ojos que observaba fijamente... Un brillo que no logró identificar.

–Arthur, yo...

Pero antes de que pudiera continuar, sus palabras fueron calladas por los dulces labios del mayor. Sin embargo, no había sido él... No se había acercado más... Notó durante un momento que los ojos de Arthur estaban cerrados con fuerza, casi con miedo. ¿Estaba intentando callarle con un beso? Quiso resistirse, liberarse y hacer que le viera. Liberarse de esa espina que experimentaba por primera vez en el pecho y confesarle directamente lo que sentía.

Sin embargo, esos labios... Eran demasiado cautivadores. Tenían un poder hipnótico que solo podía dar la experiencia, demasiado poderosos como para que Alfred pudiera resistir sus impulsos y evitar cerrar los ojos.

Fue un beso superficial que apenas duró un minuto, pero en su cabeza duró muchísimo más. Su corazón aumentó todavía más su velocidad y volvió a tener la necesidad de tocarle, de acariciarle...

Pero cuando sus labios se separaron, los ojos de Arthur estaban mirando fijamente hacia el suelo y sus manos estaban fuertemente cerradas sobre sus piernas.

–Ya... Tienes que irte -Fue un murmullo tan suave que pareciera que no siquiera que le escuchara, pero llegó a los oídos del americano. Durante un segundo, tuvo la sensación de que la frase iba a quebrarse en un llanto.

–Ah... A-Arthur, yo...

Los puños del inglés se apretaron más fuertemente sobre la tela de su pantalón.

–¡Vete! -Su voz se alzó mientras sus ojos se cerraban con fuerza. Este repentino cambio de actitud hizo que Alfred retrocediera ligeramente.

–¡Espera un momento Arthur!

Pero el británico no parecía querer escucharle. Se levantó de su sitio y comenzó a caminar en dirección a la puerta. El menor dudó durante un momento, pero se vio obligado a seguirlo.

–¡Arthur, repóndeme!

La puerta de la casa se abrió con un sonoro golpe y dejó entrar todo el frío, el viento y la lluvia que había comenzado hacía unas horas.

–Pronto oscurecerá. Tus padres podrían preocuparse por ti -Arthur seguía sin mirarle, su vista centrada en el suelo.

–¡No quiero irme todavía, Arthur! ¡No hasta que escuches lo que tengo que decir!

–¡No quiero que estés más tiempo molestándome en mi casa! ¡Vete de aquí inmediatamente!

El grito resonó por toda la casa, y posiblemente también por buena parte de la calle. Alfred se encogió levemente y no pudo evitar retroceder un paso. La lluvia empezaba a mojar no solo sus ropas, sino también el suelo de la casa, y el viento estaba despeinando por igual a ambos.

–¡Arthur! -Sin siquiera poder pensar, agarró los hombros del inglés. No quería comenzar a gritar él también, pero había algo... Algo en la voz del mayor le hacía sentir que solamente le escucharía si no podía fingir que no le oía- ¡Por favor, escúchame! ¡Yo de verdad...!

–¡Vete de una vez! -Las palabras de Alfred volvieron a ser silenciadas, una vez más, por las acciones del inglés. Pero en lugar de aquél beso, ahora sentía a Arthur temblar debajo de sus manos.

Le sentía... frágil, increíblemente frágil. Como si fuera un pequeño muñeco de porcelana. Era como si de repente se hubiera hecho mucho más pequeño, mucho más frágil. Las lágrimas que comenzaron a caer por sus mejillas aumentaron esta sensación, y pronto se le sumó un suave hipo.

Era como una pequeña figura de cristal a punto de romperse bajo sus manos.

Tal vez, otra persona, habría entendido que Arthur no quería verle, habría captado sus palabras y se habría marchado antes de que el frío viento y la helada lluvia les hiciera enfermar a ambos.

Y puede que él no fuera exactamente la persona que mejor entendía los sentimientos de otras personas. Puede que siempre le hubiera costado darse cuenta del ambiente, que no supiera el efecto que sus palabras podían producir en la gente, cuando alguien se expresaba con ironía o cuando alguien o mostraba claramente sus sentimientos. Pero por una vez su mente podía intentar hacer una excepción.

Por aquél inglés sorprendemente débil, siempre solo aunque estuviese acompañado de una mujer diferente cada mes. El mismo Arthur Kirkland que le había gritado cada vez que rompía su ventana con una pelota de béisbol y había intentado hacer una comida que le complaciera. Era el pequeño y orgulloso presidente del Consejo Estudiantil al que siempre había observado, llevado por la curiosidad. La primera persona a la que había pedido salir, y también su primer amor.

No podía simplemente dejar que siquiera al punto de romperse en pedazos.

Soltó las manos sin decir una palabra. Y antes de que Arthur pudiera añadir algo más, le rodeó con ambos brazos, obligándole a colocar la cabeza sobre su hombro.

Tal vez no pudiera comprenderle, puede que todo aquello tuviera una explicación mucho más profunda de lo que él podría descubrir en lo que quedaba de semana, o puede que nunca fuera capaz de entenderlo. Pero mientras sentía las manos de su primer amor agarrarle la chaqueta con fuerza y temblar pegándose más a él, un pensamiento alentador pasó por su cabeza. El sonido del corazón su corazón contra el suyo le hizo relajarse y cerrar los ojos. Si su pensamiento era cierto, entonces tal vez era el único que podía ayudarle.

Tal vez, todo lo que Arthur necesitaba era un héroe.