Queridas lectoras,

¡Otra vez por estos lados!, después de unos meses de concluir Hada de Alas Azules y quedarme media vacía de ideas (¿les ha pasado alguna vez?).

Ahora, mis personajes preferidos Edward y Bella, hijos de la fabulosa creación de Stephenie Meyer, vuelven a revivir en mi cabeza con una nueva idea. Sin embargo, está vez Bella ya es un tantito más "adulta" (sólo un poco), pero su mente gira y gira en su propio fuero interno, con otras "maduras" y transversales emociones que le harán reflexionar y cometer uno que otro error.

¡Espero que les guste…! Espero sus comentarios.

Y a mi querida Beta Jo ¡Mil gracias por aceptar, otra vez…!

Besotes!

Karen

Capítulo beteado por Jocelynne Ulloa, Betas FFAD.

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Summary

Bella es una chica de veinticuatro años que, aún no ha podido terminar su carrera, pero trabaja y es independiente. Siente que, este último tiempo, no ha sido nada novedoso y que vive un periodo de letargo emocional, fruto de una relación que rompió hace más de tres meses.

Nada la hace vibrar, todo parece igual y la gente no le resulta interesante, pero descubre, en su propia inercia, que tener un poco de dominio sobre otro es agradable, una dulce adicción que la consume y de la que no se podrá zafar fácilmente. Su víctima: un ex compañero de la secundaria, Edward Cullen. Nada muy especial (o eso cree…)

Capítulo I

Traspiés de aburrida

El aburrimiento es el peor aliado de la ansiedad. Y ese día estaba sola, mis nuevos libros de temáticas antiguas no me parecían atractivos y, mucho menos, la triste y miserable realidad. Anhelaba una emoción, algo que diese un giro en mi vida, pero me estaba enfocando mal.

Abrí mi Facebook en busca de matar el tiempo con una frase, una fotografía que, al menos, llamara medianamente mi atención, pero nada ni nadie lograba moverme una pizca de esa adrenalina que buscaba. Todo me parecía tedioso, aburrido y, a medida que eso se acrecentaba mi ánimo se volvía inquieto, vulnerable y extraño.

Miré al chat en busca de un personaje relativamente "entretenido" para hablar porque, a estas alturas, ya me había comido más de medio paquete de galletas, sólo de fastidiada. Sin embargo, recorría uno por uno los nombres y mientras los observaba, imaginaba las temáticas: Alice me hablaría de sus nuevas conquistas y de los últimos tres chicos con que se había acostado durante las últimas dos semanas, como siempre, agregaría que eran pésimos en la cama y que, en realidad, no le entusiasmaba ninguno. No había novedad.

Continué y pasé por Gabriela, eterna depresiva; Emmett, un ser extraordinariamente femenino en ocasiones y que, a pesar de su contextura robusta y su voz grave, sospechaba que bien en el fondo era gay. Demasiado quisquilloso para ser un hombre básico, de los comunes.

Uno con problema de identidad se cambió el nombre, aunque lo traicionó la foto. Ni siquiera me animaba a preguntarle porqué lo había hecho. Sin gran esfuerzo por mover la cabeza y limitarme a mover la cuenca de los ojos, seguí el recorrido… Mike, un ex guapetón de la escuela que ya se había puesto gordo y daba la impresión que también medio insalubre con esa barba espesa y el cabello desordenado.

¡Uf, valor! ¿Qué se hace en estos momentos de aburrimiento extremo? Eché un vistazo al televisor: un anochecer limpio, con cielo aún azul, pero sin sol. El mar había adquirido un tono similar. Un hombre sentado en la orilla de una terraza, sin casa, observaba las olas agitarse contra la orilla, mientras se abrigaba con una pequeña fogata y un labrador fiel se acurrucaba a sus pies. Quise estar ahí. Cerré los ojos e intenté transportarme con el poder de la mente hacia las sensaciones que despertarían en mí aquel lugar: aire fresco, tan limpio que abrumaba mis fosas nasales al inspirarlo, el calor del fuego me pegaba de frente en el rostro, mientras el viento helado se colaba por mi espalda en el leve espacio entre el jeans y la chaqueta que, en ese momento, me di cuenta no era suficientemente larga. Sentí frío también.

Abrí los ojos y no había novedad. Contemplé el paisaje que me ofrecía la incipiente noche tras el suave algodón de las cortinas blancas. La lámpara de noche estaba encendida, iluminando a medias, como en este momento sentía era mi vida. Nada nuevo, más de lo mismo. Y en el fondo de todo, una profunda soledad. Ya nada me erizaba la piel y nadie me movía el piso. ¿Acaso la estabilidad me volvió mal agradecida? Por esta vez me quise dar la oportunidad de dejar fluir mis emociones, debía dejar de pensar en los otros y avocarme en mí. Lo necesitaba de manera imperiosa.

Miré nuevamente a la derecha de la pantalla. Cincuenta puntos verdes me indicaban que había harta gente conectada, pero nadie que llamara mi atención. Le di la oportunidad de nuevo a ese listado tedioso, ahora de abajo hacia arriba. Suspiré decepcionada, hasta que me encontré con el nombre de un viejo amigo de la escuela: Edward Cullen.

Creo que en todo este tiempo no había hablado jamás con él. Ni siquiera me di el trabajo de mirar sus fotografías cuando me contactó por Facebook. Lo recordaba como un chico tranquilo, flacuchento y un poco deslavado, pero animoso, inteligente y caballero. Nada muy atractivo, pero sí, dueño de una mirada tierna y silenciosa. Sus ojos miel claro, calzaban a la perfección con ese cabello castaño cobrizo y las mejillas rosadas. Su sola existencia me dio curiosidad por una vez en la vida. ¡Sí, lo sabía! Todo era fruto del aburrimiento, pero qué más daba… no tenía nada más que hacer.

Mis dedos caminaron sobre el cuadrado del laptop, moviendo la flecha hacia la derecha justo para pinchar el nombre de mi sorteo mental. Di un toquecito más intenso y la ventanilla se desplegó. Sin grandes expectativas escribí:

¡Hola, Edward! ¿Cómo estás?

Esperé una respuesta, pero ni siquiera apareció el ticket que me aseguraba que revisó el mensaje. Definitivamente no era mi día, no hoy. Salí de Facebook y abrí una página web de una librería. Revisé una docena de títulos nuevos y busqué la continuación de un par de sagas que tenía incompletas. Un par estaban a la venta. Mañana me daría una vuelta para revisarlas en in situ.

Eché otro vistazo al televisor y me encontré con un programa de cocina. Un chef regordete agitaba el contenido dentro de un sartén, mientras sujetaba el resto de los ingredientes con la mano izquierda. A pesar de que me gustaba cocinar, no había colocado la suficiente atención desde el principio, y no sabía qué preparaba realmente, menos ahora que batía unos huevos dentro de un bol de cristal.

Miré un libro, que recién comenzaba a leer, sin muchas ansias y después coloqué la atención en una revista que tampoco abrí, porque en esta edición no había escrito el periodista que me gustaba.

Ya resignada a la condena del aburrimiento cerré las ventanas de Internet y dejé, como siempre, las redes sociales para el final. Para mi sorpresa, antes de cerrarla, la ventana parpadeó.

Hola, Bella. ¿Cómo va? Tanto tiempo…

¡Cullen se dignó a contestar! Qué curiosidad. Sonreí con un atisbo de morbo y perversidad. ¿Continuaría siendo medio pánfilo? Encontré divertido estar hablando con él, porque a pesar de que pasaran cien años, cuando uno contactaba a sus viejos amigos, sobre todo los del colegio, seguía existiendo esa relación de cierto poder sobre ellos.

¡Edward Cullen! ¿Cómo has estado? —exclamé eufórica, era mi momento de asesinar el abatimiento.

Muy bien y tú, ¿qué es de tu vida, en qué estás? —continuó y mi risa se ensanchaba cada vez más.

Buuu, harta agua bajo el puente, jejeje —contesté sin decir nada realmente, quería que él lanzara la primera piedra. —Y tú, ¿alguna novedad, terminaste tu carrera de…?

En realidad no lo recordaba bien, fueron sólo palabras de buena crianza porque nunca me importó de verdad.

Jajaja —respondió, creo que se había percatado. —De periodista.

¿En serio? Y, ¿qué tal? ¿Ejerces? —seguí el hilo de la conversación para pasar el bochorno, lo más bajo perfil posible.

Sí, ahora trabajo en el área de reportajes en "La quinta noticia". Llevo un par de años aquí. Y tú, ¿qué haces?

¡Uf, bueno…! yo estudié Relaciones Públicas, pero no he podido terminar, así que trabajo de asistente comercial en un banco. Parece que ambos estamos en esto de las comunicaciones.

Ah, qué bien. —Dijo Edward, pero podría jurar que no le interesaba en absoluto. Pensé en cortar la conversación, pero él la finiquito antes. — Bells, te dejo, voy saliendo con unos amigos.

¡Buuu! Hasta aquí me había llegado la gran conversación de la noche.

¡Qué te vaya bien! —me despedí.

Pero, mira, ¿te parece que nos juntemos a conversar? Podríamos reírnos de nuestra época de colegio —sugirió.

Su oferta no me pareció nada mal, después de todo, se trataría de una plática distinta al resto de los personajes que veía a diario. Aceptaría.

Claro, dime cuándo y dónde —espeté.

¿Sigues viviendo en el barrio central?

Ajá.

El Bar Capuccino, ¿lo conoces?

A un par de compañeros en el trabajo les oí hablar un par de veces de este pub. ¿Sabía llegar que era lo importante, no?

Claro…

El jueves a las nueve, ¿está bien?

Nos vemos ahí —me despedí.

Un beso. —Concluyó la conversación.

Cerré la ventana y ya estaba medio arrepentida de aceptar la invitación. Después me di ánimo sola pensando que ver a un personaje del pasado, podía convertirse en una pequeña distracción. En verdad decidí no cuestionarme nada más. No valía la pena.

Rosalie me llamó cerca de las ocho para que fuésemos a bailar. Había unos chicos polacos recién llegados a la casa de un amigo suyo. Pero estaba medio cansada, así que decidí quedarme en cama. Por supuesto, Rose me gruñó por el teléfono antes de cortar. En menos de media apareció frente a mi puerta.

El chirrido agudo del timbre lo oí entre sueños y pesadillas. Aún grogui me levanté descalza, a tientas en medio de la oscuridad. La puerta entrecerrada de mi habitación me jugó una mala pasada y me golpeó el dedo pequeño del pie, dándome una punzada del maligno.

— ¡Auuuuuuuuuuch, mierda! —aullé y le pegué a la puerta inerte que se devolvió como burlándose de mí. — ¿Quién es? —continué ya iracunda.

—Soy yo, ridícula, ¡Ábreme, ya! —ordenó Rose del otro lado del muro.

¡Oh, por Dios, Rose! Pero qué insistente era… ¡Valor! Inspiré profundo y giré la manilla para destrabar la puerta. Rose se lanzó como un gato sobre mí, anulando cualquier posibilidad de volver a cerrar la puerta y obligarla a irse.

—Vístete, Bells, ¿Es que no sabes lo guaaaaapo que están esos polacos? Tengo uno que está de ensueño.

La contemplé superada y moví la cabeza de un lado, mientras exhalaba. Rose hizo caso omiso a mi rostro, pasó por delante de mí y encendió la ducha. Volvió a mi cuarto y se cruzó de piernas sobre la cama, en tanto se observaba las perfectas uñas rojas.

—Te doy veinte minutos. Ni un segundo más…

Se colocó de pie y comenzó a hurguetear mi closet.

— ¿Acaso no tienes algo más sensual? ¡Por Dios, te has vuelto un vejestorio! —se quejó.

Coloqué un pie en la ducha, ya resignada. No se iría de aquí ni aunque la echara, estaba apernada y giraba como tornado por toda la habitación, en busca de la mejor tenida para la ocasión. ¡Ojalá tuviese razón y el polaco en cuestión mereciera el esfuerzo!

El agua me refrescó la somnolencia. Descolgué la toalla blanca y me envolví con ella, aún con el cabello estilando. Pasé la palma de la mano en el espejo para ver mi posible rostro de él y me encontré con una mujer aburrida. Linda, pero con falta de emoción. Pensar en una copa de champán era lo único que me alentaba a esta cruzada nocturna. Dudaba que el polaco superara una buena copa espumante y fría.

Sobre la cama estaba un vestido con escote v en el pecho y la espalda, con brillitos platinados sobre la tela morada suave. Un cinturón negro y horror ¡Unas pantaletas de encaje negro, que no usaba desde el tiempo del innombrable!

—No necesito esas bragas —las cogí en un puño, pero Rose me sujetó la mano, enarcó una ceja rubio y torció sus labios rojos con malicia.

—Nunca se sabe… ya ha pasado mucho tiempo desde que no "incursionas" con nadie. Es tiempo ya –soltó una carcajada.

—No tengo intenciones.

—Mmm, te aseguro que cuando lo veas no te arrepentirás. Es un guapetón de catálogo. Me lo agradecerás.

Esta noche mi amiga estaba más insistente que nunca. Estaba empecinada en que me acostara con quien fuera con tal de sacudirme del letargo en que estaba sometida. Finalmente, me coloqué cada una de las prendas que escogió para mí y partimos.

Llegamos al "Pitbull", un pub para sub treinta y caminamos a encontrarnos con nuestros objetivos de hoy. Por la hora, todos ya estaban "On fire", karaoke desafinados, chicas patéticas intentando conquistar chicos y hombres borrachos que aún se creían de quince. Un espectáculo penoso. Sólo la música salvaba, en algo, el tedio.

Pedimos unas copas de champán y nos sentamos. Rose cogió su Iphone 4 y llamó a sus contactos. De pronto, en medio de la muchedumbre aparecieron un par de chicos con pinta de estriptiseros, con camisas abiertas casi hasta el ombligo e incluso, uno de ellos llevaba una cadena de oro. No era feos, pero ¡Oh, Santo Cielo! Qué tipazos tan chabacanos.

Le eché un vistazo a Rose y ella sonrió, encogiéndose de hombros, claramente tampoco era lo que ella esperaba. Los chicos se acercaron hablando un inglés al estilo Tarzán, y que sólo mi amiga supo sortear bien. Tenían pinta de traficantes o cafiches, pero corrientes no parecían. Pidieron una botella de whisky —uno de ellos pagó en efectivo, extrayendo billetes de un grueso y sospechoso fajo—, y comenzaron sus conquistas toscas, con risotadas groseras y miradas intimidantes. A esas horas odiaba infinitamente a Rose.

Iba en mi cuarta copa de champán y ya no me parecían tan espantosos. Incluso me las di de descubridora y noté que uno de ellos tenía unos hermosos ojos verdes y una nariz respingona de envidia. No estaba tan mal como parecía. El más callado me cogió la mano y me arrastró a bailar. En menos de un segundo tenía su aliento caliente sobre mi oreja, de manera insistente y un tanto brusca, pero no desagradable. Su boca frenética se fue directo a mi cuello, subiendo por la clavícula y posándose finalmente en mis labios. Me besó rápidamente y sus brazos se cerraron en mi espalda. Tenía un cuerpo fuerte y no besaba nada mal. La música siguió y la noche se empezó a poner un poco más emocionante.

Sus manos ávidas de una calurosa noche se posaron en la parte alta de mis muslos, descendiendo poco a poco para tantear la mercancía. Daba lo mismo, esto ya estaba más excitante. En mi fuero interior le agradecí las bragas a Rose. Algo murmuró en su inglés poco claro. Incliné el oído para escucharlo mejor.

-V-a-m-o-s a h-ó-t-e-l

Lo dudé un segundo, pero un apretón suave que se cerró sobre mi cintura me hizo decidir.

-Ok.

Sonrió satisfecho y me cogió la mano para arrastrarme hasta la salida. Sin embargo, antes le recordé que tenía que buscar mi chaqueta a la mesa donde estaba Rose. Se lamió los labios y asintió. A estas alturas y con todo ese alcohol sobre el cuerpo era un verdadero galán que valía la pena degustar.

Me hice espacio entre la gente que se apretujaba entre sí, cuando de pronto vi un extraño espectáculo. Rose se había abalanzado sobre el otro polaco y lo ¡estrangulaba! Tenía sus finas manos cerrados sobre la manzana de adán del individuo, mientras él esbozaba una perversa sonrisa de diversión. Estaba tan rojo como ebrio y al parecer se entretenía con la ira de Rose. ¡Esto no podía estar pasando! ¡Qué bochorno!

—Rose, ¿qué pasa?

Ella se giró furiosa, entrecerró los ojos y le dio un empujón al sujeto robusto. Él levantó las manos divertido. ¿Acaso no sabía Rose lo ridícula que se veía, intentando ahorcar a ese hombrón? Si era una hormiga amenazando un elefante.

Rose cogió su bolso, tomó mi chaqueta y me la lanzó.

—Nos vamos —anunció, roja de ira.

— ¿Por qué, qué pasó? —pregunté descolocada, mientras mi acompañante se impacientaba.

— "Éstos" piensan que somos unas rameras…

Estallé en una carcajada, ¿desde cuándo Rose era moralista? Si se había acostado con más chicos que la suma de sus dedos y los míos —incluyendo los de los pies—. Le hice un gesto al polaco y él frunció el ceño, molesto. Pero nada, con ella había llegado y con ella me iría.

Cuando subimos al coche, Rose arrancó furiosa, tanto que por poco quedamos estampadas contra un Volvo que andaba por la calle principal.

— ¡Idiota! —se quejó de mal humor.

— ¿Me puedes explicar qué fue lo que te molestó tanto?

—No soy una prostituta, ¿acaso lo parezco?

Observé su vestido negro que, con suerte le tapaba los glúteos, y las botas de taco alto sobre las rodillas.

— ¿Quieres que te conteste de verdad? —le pregunté de broma.

Pero ella lo tomó mal, muy mal.

—Si fuese así, tú también lo pareces…

—De acuerdo —asentí para no seguir discutiendo.

Mi respuesta irónica la ofuscó aún más. Encendió la radio y la dejó a todo volumen, con la idea de no escucharme. A veces mi amiga sufría de unos cambios de humor, espantosos. Cada día comprobaba más la teoría de que los psicólogos están más fritos del seso que uno.

Estacionó fuera de mi edificio sin decirme nada. Sin embargo, antes de partir bajó el vidrio de su lado y gritó.

—Hablamos mañana.

Asentí, sin mayor gracia. De verdad ya había superado mi cuota de la noche. Por mí, me hubiese quedado durmiendo en mi camita tibia. Y así fue, al otro día llegó a la hora de almuerzo con una bandeja de sushi y mucha Coca-Cola Light para la resaca. Como supuse en algún momento su actitud tenía más relación con su etapa de periodo hormonal que con los comentarios del polaco. Pero ya había pasado y estábamos disfrutando un delicioso café colombiano, con unos pastelillos de chocolate de postre.

Era jueves en la mañana y si no fuese por el aviso de mi móvil, habría olvidado por completo la cita que esa noche tenía cita con Edward. Llegué a mi casa, me cambié ropa y me puse unos jeans de diseño con un top color oro envejecido y unos grandes aros a tono. Domestiqué un poco mi cabello castaño y salí para juntarme con él.

El bar no estaba muy ocupado. Sólo unas cuantas mesas con gente, pero se vislumbraba que habría buen ambiente. Me acomodé en la penúltima mesa y me pedí una copa de vino blanco, mientras lo esperaba. Daba por sentado que no me dejaría plantada.

Observé la vela blanca que ardía sobre un envase de vidrio, mientras las rodeaban pétalos de flores a los lados. Mis pensamientos volaron hacia Alex. Ya habían pasado tres meses desde que rompimos y nunca más supe de él. No distinguía si mis emociones se debían a que de verdad lo extrañaba o si eran fruto de la soledad. Lo único que sabía es que ese día que me dejó, y después de llorar como una idiota una noche entera, me juré a mí misma nunca más volver a enamorarme. Los hombres en mi vida se limitarían a pasarlo bien un rato, pero para nada más. Nunca más compartir mis emociones, ni mis proyectos, a menos que se tratase sólo de un amigo.

Cuando volví al aquí y ahora, miré por encima de las mesas y luego mi reflejo en la ventana. "Nada mal", dije para mí. Ya habían pasado quince minutos y él no aparecía. Cogí mi móvil y cuando me disponía a llamarlo, noté que se habría la mampara de vidrio con bordes de madera, de estilo clásico. Era él.

Observó un poco desorientado y cogió su teléfono. En menos de un segundo vibró el mío.

Bella, ¿llegaste? —preguntó, en tanto yo lo observaba con risa.

¿Dónde? —le dije sólo para asustarlo.

Se oyó un silencio inmediato tras el auricular. La escena era muy divertida porque yo podía ver su reacción en vivo y en directo, mientras él ignoraba mi posición. Se había paralizado y girado de nuevo hacia la puerta. ¿Para devolverse? ¿Tan luego se rendía?

Reí y seguí la conversación.

Estoy frente tuyo —musité.

Corté y elevé la mano para que me viera. Levantó la vista y me observó por sobre sus cejas espesas, sonriendo aliviado. Caminó hacia mí y a medida que se acercaba, podía ver lo guapo que se había puesto con los años. Seguía alto y delgado, pero notablemente fibroso, su cabello cobrizo relucía en medio de un estilo casual, sus ojos ambarinos parecían resaltar a la par que sus labios rojos y bien delineados. Venía perfectamente afeitado, con camisa a cuadros bajo una chaqueta de cuero oscuro y una gran sonrisa.

¡Oh, oh! Definitivamente valió la pena la espera. Mi morbo y curiosidad se exacerbaron al máximo cuando su mejilla rozó la mía y su aroma a perfume fresco de Calvin Klein One, mezclado con las hormonas casi imperceptibles, se internó por mi nariz, provocándome un delicioso estertor.

Se acomodó frente a mí y dejó su chaqueta en la silla del lado. Sonrió nervioso, esa reacción aún la mantenía conmigo y la disfruté momento a momento. Sus ojos miel me miraban fijos y sus pupilas estaban cada vez más dilatadas. Mmmm, muy buen indicio, le gustaba.

El camarero no tardó en llegar con mi copa de vino y él aprovechó el momento para pedir ron. Aún tenía costumbres de estudiante. Eso me agradaba, le daba un aire fresco y juvenil. Por educación dejé mi copa intacta sobre la mesa, mientras llegaba lo suyo. Hicimos un pequeño salud y sus mirada se colgó de la mía, sosteniéndola sin temor a la vergüenza. Sin duda, esta noche sería mía y de los viejos tiempos.