Capítulo XXXVIII: Años de historia

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Ren recorrió con sus dedos la espalda desnuda de la mujer que dormitaba relajadamente a su lado. La observó respirar a un ritmo constante y lento, se deleitó con el movimiento de sus pechos expandiéndose y contrayéndose contra el colchón al ritmo de su respiración, se divirtió con la mueca de molestia al notar como le arrebataba la sábana que cubría la parte inferior de su cuerpo dejándola totalmente expuesta.

Sonrió y se levantó. No era especialmente tarde pero no le apetecía seguir durmiendo y cómo siguiese tirado en la cama lo único que haría sería molestar a Kyoko.

— ¿Por qué me escogiste a mí? — Kyoko le miraba atentamente habiéndose tapado con la sábana arrebatada. Su voz sonaba algo ronca y se refrotaba los ojos, desperezándose.

Ese hombre… le iba a gruñir pero ni siquiera la luz del sol que se filtraba a través de las cortinas era tan radiante como él en boxers.

Sin el filtro de coherencia y prudencia que le daba el llevar alguna hora despierta, pudo preguntar sin ningún tapujo lo primero que le vino a la cabeza y eso era una de sus dudas existenciales: ¿por qué de entre todas las bellas, enigmáticas, inteligentes y fantásticas mujeres del mundo, había sido escogida ella?

—Es curioso, yo me pregunto lo mismo— sonrió él

—Ya veo, fue simple azar— eso tenía su cierta lógica, si lo pensaba bien.

—Tonta, ya sabes a lo que me refiero— rió mientras se volvía a tumbar junto a ella— ¿por qué yo?

— ¿De qué hablas? — preguntó indignada— ¿Quién es el famoso actor codiciado? ¿por culpa de quien hay tanto revuelo?

—Exagerada— comentó relajadamente, como si simplemente le hubiese hecho un halago, mientras se dedicaba a contornear los hombros desnudos.

"¿¡Exagerada!? ¿¡La estaba llamando exagerada!?" pensó Kyoko con asombro. Cómo se notaba que no era a él a quien no se cansaban de preguntarle "¿cómo lo has conseguido?" Como si ella se hubiese dedicado a tejer una enmarañada tela de araña alrededor de un inocente y descuidado animalillo ¡Ja! Si supieran…

—Me voy a duchar— decidió, muy adecuadamente el hombre, al ver que el comentario no había caído del todo bien y Kyoko se enfrascaba en una de sus profundas y siniestras reflexiones.

Y es que según Kyoko, Ren tenía una percepción un tanto distorsionada de esos últimos, fatídicos y agotadores meses. Lo que para él había sido un alivio y una maravillosa idea, para ella estaba siendo otro calvario.

"¡Oh, mundo cruel! ¿¡por qué te ensañas con las mujeres!? ¿¡por qué, sociedad déspota y absurda, preguntas lo que puedes preguntar a un hombre y una mujer por igual, por qué te empeñas en preguntarlo una y otra vez a una mujer!? ¡no somos tan volubles como nos hacéis parecer!"

Y es que tras los últimos acontecimientos, Kyoko había descubierto su faceta más feminista. A demás de volverse cauta y veloz. Sumamente veloz.

Había sido cuestión de supervivencia. Después de tropezar cuatro o cinco veces en su escaso y a la vez eterno camino a la recogida de su premio como mejor actriz de dorama, había decidido en un monologo interno, que sería infinitamente favorable, mejorar su condición motora y física en general de ahora en adelante. Tal vez también tendría que revisar su psique.

Recogió el dorado trofeo con manos temblorosas sin un discurso que dar en la memoria. Se aclaró la garganta y parpadeó repetidamente agradeciendo que las múltiples luces que la enfocaban impidieran ver al público y el retumbar de su corazón en sus oídos escuchar los murmullos de la gente.

—Yo… estoy realmente agradecida de estar aquí— murmuró con voz temblorosa y sintiendo arder su cara. Tragó saliva— He amado interpretar a Tsukasa, a ésta Tsukasa que no existiría sin el director, que es muy buen director— rió— y todos mis compañeros que han hecho posible una serie como esta. A todos ellos, Kishi-san, Hizumo-san, Tsuruga-san ¡muchísimas gracias por todo el esfuerzo! — reverenció— No ha sido un camino fácil y estoy segura de que seguirá sin serlo, pero espero, de verdad, lo único que espero y deseo es poder seguir caminando por él ¡muchas gracias!

Recordó como había vuelto prácticamente corriendo a su asiento con ojos llorosos. El mentón le temblaba y su mano no dejaba de agarrar fuerte el premio como si fuese algo que se fuese a desvanecer en cualquier momento. Nunca se sintió tan orgullosa como ese día.

Esa misma noche, premiaron a Ren como mejor actor en película por "Tragic Makers" y en Dorama por "Dramatic Love Album". Por supuesto no faltaron las indirectas ni las directas en la gala. Cuando Ren fue premiado la primera vez, el presentador bromeó con un "Es tu turno Kyoko-san", ella se sonrojó y se quedó paralizada ante los ojos de la audiencia clavados en ellos, pero lo que más nerviosa le puso fue Ren esperando con una sonrisa, suspiró y acariciando suavemente sus mejillas le rozó suavemente los labios.

Aún no se podía creer que hubiese hecho eso. ¡Había tanta gente! "¡Y lo grabaron!" pensó todavía avergonzada, echándose de golpe en la cama y dándose contra la cabecera de madera.

Y sí, efectivamente había sido el video más visto, repetido y comentado durante los últimos meses, todavía se mantenía entre los primeros puestos.

—Shh, duele— siseó sobándose la cabeza, aguantando las lágrimas.

Habría agradecido si después de semejante evidencia, nadie hubiese preguntado nada más, pero su deseo no fue satisfecho ni de lejos. La prensa estaba interesada, muy interesada. Sólo ahora, seis meses después, con una relación más que confirmada, con fotógrafos, fans, periodistas, actores y el mundillo en general, acostumbrados a ellos como pareja, es que podían vivir.

Pero todavía faltaba algo.

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En la pantalla se veía a la joven actriz besar con timidez al hombre galardonado. El video duraba casi un minuto y las sugerencias que mostraba su buscador eran muy similares. La pareja de moda. Múltiples videos de ambos, la mayoría fuera de entrevistas, siendo magnificados pequeños roces o miradas que hasta el momento habían pasado perfectamente desapercibido, excepto para él, él lo sabía desde hacía mucho tiempo.

Sho, apagó su móvil con un suspiro resignado.

Dolía. Verla feliz con otro hombre, dolía.

Ya no era su juguete, ya no era su posesión… ni siquiera era su amiga.

—Shotaro…

—¡Yo! — Saludó el cantante casualmente, como si no llevase una hora sentado en esa mesa esperando a que ella terminase su entrevista para poder abordarla— No pareces sorprendida de verme.

—Digamos que te estaba esperando—Habló quedamente mientras se sentaba frente a él ante una invitación inherente.

—Entonces… sabes a lo que vengo— probó él observándola atentamente. No había cambiado nada sin embargo parecía más hermosa, más madura. La vio tensarse ante sus palabras ¿aún podría jugar? ¿aún tenía una oportunidad?—Me hiciste una promesa ¿recuerdas?

—…

—Si te enamoras de Tsuruga Ren… volverás a Kyoto…

La actriz cerró los ojos por un momento. Masticando, rumiando, tragando y digiriendo las palabras de aquel hombre, ese hombre que nunca dejaba de sorprenderla. Porque pensó, ingenuamente creyó que no cruzaría esa línea, que no sería tan mezquino… pero ahí estaba, con el rostro más serio que nunca, retándole a que se retractara, ella, la que no mentía, la que no se equivocaba, la que le había insultado una y mil veces por engañarla.

—No puedo hacer eso— declaró seriamente, sintiendo el amargor de la humillación en la punta de su lengua ser tragado hasta indigestionarla.

—Lo sé— su tono era serio, sin un ápice de burla. Sonaba casi conmocionado, desesperanzado.

Kyoko lo miró sin entender. El rubio había perdido la pose confiada que tenía y un halo de tristeza lo rodeaba. Sus cartas se habían agotado y su camino ya no tenía salida, dar marcha atrás no era una opción.

—¿Qué es… lo que quieres… Shotaro?

Los ojos claros la atravesaron, como hacía mucho tiempo que no lo hacían. Estaba cansada de sus artimañas, de sus jugarretas, de su egoísmo tan inmenso y cruel…

—¿Serviría de algo pedirte perdón? — Preguntó el rubio con voz silenciosa, casi tímida.

Kyoko cerró la boca abierta y contrajo las cejas con pesar, reponiéndose de la sorpresa.

—…No lo sé— contestó con sinceridad— pero estaría bien.

Sho parpadeó indeciso. No se había preparado para eso. No había pensado lo que había dicho y estaba avergonzado. No es como si espesarse que ella le perdonase pero tampoco se imaginó nunca a si mismo pidiéndole disculpas.

Dio media vuelta con torpeza y se dirigió hacia la salida.

Kyoko suspiró al verlo tan aturdido. ¿Éste es el momento que había estado esperando durante tanto tiempo? ¿Esto es lo que tanto había ansiado ver? Ridículo. Era… ella había sido completamente ridícula desde el principio.

Negó con la cabeza y se dirigió de vuelta a la empresa cuando un murmullo la paró.

—¿Qué?

—Lo siento— repitió el cantante con esfuerzo y la cabeza gacha, no para enfatizar su arrepentimiento sino porque realmente no podía verla a los ojos— Todo lo que he hecho y dicho hasta ahora… el daño, lo siento.

No hubo más palabras, gestos o miradas, después de eso simplemente se marchó.

Kyoko no sabría describir la soledad que esos pasos retumbantes le causaron. La espalda que siempre se alejaba de ella, irse una vez más, para siempre.

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Los siguientes meses fueron ruidosos y caóticos. La película extranjera de Tsuruga Ren era todo un éxito y aún como actor secundario, se le había hecho un gran reconocimiento. Por su parte Tragic Makers se lanzó a América y Europa donde tuvo una gran acogida como película de suspense combinada con las codiciadas artes marciales, a partir de ahí la carrera de Tsuruga Ren dio un salto al ámbito internacional y empezó a ser un frecuente en las pantallas extranjeras.

Fue cuestión de tiempo. Él lo supo. Ella lo entendió. El presidente se alegró. Sus padres temieron. El mundo entero se estremeció.

Llegó la hora. El tiempo que tan deprisa había empezado a correr, ese que parecía escapar de él, ese que un día se paró en seco en un reloj cuyas agujas habían marcado varios años muertos de su vida, había vuelto a correr tan pronto como decidió quitárselo de la muñeca.

Siempre recordaría haber pensado, en medio de esa inmensa sala de conferencias rodeado de tantos periodistas, lo irónico que resultaba tener que volver atrás, escarbar en su pasado, para poder tener una posibilidad de futuro. Sincero. Real.

—Lo harás bien— había dicho Kyoko segundos antes.

Sintió tanto miedo. Se sintió tan desamparado y desnudo al abrir sus ojos verdes ante esas cámaras escrutadoras. Su mano tembló nerviosamente al retirarse el rubio cabello de la cara, su mirada se volvió hacia ella, la que estaba tras bambalinas dándole coraje, apoyándole silenciosamente.

Tenía un discurso preparado que se le olvidó en múltiples ocasiones, un vaso de agua que se le agotó demasiado pronto para su garganta reseca, una voz que amenazaba con desquebrajarse en cualquier momento y preguntas escritas en las caras de todos los asistentes… pero pudo hacer llegar su mensaje. Su verdadero nombre era Kuon Hizuri. Hijo de Kuu y Jullie Hizuri, emigró desde EEUU a Japón para realizar su sueño de convertirse en actor por su propia fuerza, fuera de la influencia de su padre. Cambió su nombre, su apariencia, incluso su historia para que esto fuera posible. Debía muchas disculpas a todos aquellos que, comprendía, pudiesen sentirse defraudados con él, había cometido muchos errores en su vida, pero ese no era uno de ellos, lo único que lamentaba era el castigo que había supuesto para sus padres. De ahora en adelante se ganaría el derecho a volver a ser nombrado Hizuri Kuon.

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Y el mundo siguió girando y girando. Dando vueltas hasta marearla, haciendo que sus intestinos decidiesen emigrar al fondo del wáter, haciéndola arquearse, dejándola sin fuerzas.

Se levantó como pudo, blanca como el papel exceptuando los ojos rojos, llorosos y sanguinolentos por el esfuerzo. Se enjuagó la boca con abundante agua para quitarse ese mal sabor y se miró al espejo que le devolvió la imagen de una joven de veintitrés años, cuyo premio de belleza y glamour otorgado hace un mes escaso sería completamente anulado si algún fan la viese en semejantes condiciones.

—Lo harás bien…—murmuró— Está bien, todo está bien— pronto las lágrimas empezaron a anegarse en sus ojos— todo está bien… Kuon.

Se tapó la cara con las manos ahogando los sollozos que no la dejaban respirar. No había nadie en casa, así que nadie la oiría llorar pero tampoco quería oírse ella…

Kuon acababa de volver de Los Ángeles después de estar dos meses de rodaje, así que tenía numerosas entrevistas a las que acudir antes de volver a marcharse.

Resbaló por la fría pared hasta quedarse sentada en el suelo con las piernas pegadas al pecho. Se sentía tan sola…

Las lágrimas amargas rodaban por sus mejillas sin contemplaciones, erosionando ese cuerpo débil con la acidez que desprendían. Se sentía cansada. Tanto mental como físicamente. Por pensar sin parar. Por las noches en vela. Los vómitos. Los dolores de cabeza.

Y después de todo eso, tener que aparentar. Aparentar estar normal, trabajar diligentemente, seguir el ritmo diario como siempre… como si su cabeza no fuese a explotar… como si no estuviera embarazada.

No lo podía creer. No lo quería creer.

Tenía miedo.

Escuchó como la puerta de la entrada se abría y se levantó, lavándose una vez más la cara y saliendo del baño.

—¿Aun estas despierta? — Preguntó Kuon, dándole un suave beso en la frente.

—Ya me iba a acostar— contestó ella en voz baja.

—¿Ha pasado algo? ¿Has estado llorando? Tus ojos están muy rojos— interrogó el actor examinándole la cara con una mano sujetándole la barbilla.

A Kyoko le tembló el labio inferior ante tal escrutinio.

—¿Qué ha pasado?

—Es una tontería— sonrió con esfuerzo—El director me ha dicho que debo adelgazar— murmuró casi inteligiblemente, ante la mirada insistente.

Era una tontería. Lo sabía. Pero era la primera vez desde su debut que le llamaban la atención por algo y que fuese por eso… era realmente humillante.

Kuon abrió los ojos y respiró profundamente, intentado serenarse.

—Bueno, no te preocupes por eso— la cogió de las manos y la acercó a él hasta abrazarla— definitivamente no puedes adelgazar y falta poco para que termine el rodaje, así que aguanta un poco ¿vale?

—Hmm— Kyoko se agarró a su camisa y se dejó acunar. Sabía que Kuon estaba enfadado y se lo estaba guardando. Otra vez.

Porque todo sería más fácil si dijera que estaba embarazada, seguro que todos lo entenderían y la felicitarían, pero lo cierto es que no era tan sencillo.

Sólo unas pocas personas estaban enteradas de su delicada condición, y eso era principalmente porque Kyoko todavía no se había mentalizado.

Cuando se descubrió que estaba embarazada fue por sugerencia de Moko-san, quien le había propuesto hacerse una prueba de embarazo tras dos meses sin menstruar. Tras el positivo de la prueba estuvo una semana entera haciéndose test de diferentes marcas, convencida de que aquello era simplemente imposible, de que no podía ser madre.

No estaba preparada. No lo había decidido. No lo quería.

Así que, definitivamente, no estaba embarazada.

Lo había soportado sola durante un mes, ya que Kuon estaba rodando en el extranjero. Fue un tiempo duro, tal vez el peor de su vida. Siempre pensó que ser madre no iba con ella, le estaba prohibido, no tenía ese amor especial ni la capacidad para desarrollarlo. Esa infraestructura se había quedado atrofiada en su infancia.

Cuando Kuon volvió las cosas cambiaron.

Él se alegró. Mucho. Tanto, tanto, que por primera vez, pensó que, a lo mejor… podría hacerlo. Sin embargo, había días como estos en los que todo salía mal. Él se preparaba para irse una vez más, la regañaban en el trabajo, las náuseas y los mareos volvían… todo aquello le recordaba lo débil que era en esos momentos.

—Vamos a dormir ¿de acuerdo? — susurró el rubio en su oído.

La arropó y se recostó junto a ella. Rápidamente se había quedado dormida, rendida ante el cansancio.

Kuon suspiró agotado y agobiado por su propia torpeza.

Se quedó observando el rostro dormido. Profundas ojeras mellaban sus ojos haciéndose eco del cansancio acumulado. La recorrió con la mirada hasta llegar al vientre. Ahí estaba, a penas visible, una pequeña curvatura y sin embargo alguien le habían regañado por ella.

Apretó los dientes con fuerza. No podía evitarlo. Esa situación lo tenía más que irritado. Kyouko sufría y él no sabía que más hacer para ayudarla.

—…Madre…—Hipó ella contra su pecho. Kuon pudo notar como ella masticaba con amargor esa palabra — ¿Qué es una madre, Kuon? ¿Qué es eso? No lo entiendo, no lo entiendo—Kyouko levantó levemente la cabeza y lo miró con infinita desesperación— ¿Qué debo hacer?

Incluso le había pedido ayuda. Recordó con dolor. Había confiado en él y había compartido ese gran peso, esa espina clavada que la había atormentado durante tanto tiempo y ahora se permitía punzarla más.

Kyouko tenía miedo de no ser una buena madre. De no ser capaz de dar aquellos sentimientos porque ella no los tuvo. Kuon comprendía su miedo, sinceramente, él tampoco era un modelo de persona, tenía miedo de no ser alguien digno como padre, pero tenía a quien seguir y a quien pedir consejo, sin embargo Kyouko…

"¿Qué puedo hacer? ¿De verdad Kyouko no tenía nadie en quien confiar?" cerró los ojos con desesperación, sintiendo de repente una terrible lástima por aquella niña que debió pasar durante años, comidas solitarias, navidades solitarias, cumpleaños solitarios…

Abrió los ojos repentinamente, se había quedado medio dormido entre sus pensamientos pero había uno, uno muy importante. El cumpleaños número diecisiete. El primer cumpleaños que pasaron juntos. Ese… ese cumpleaños, en ese cumpleaños ¿acaso no asistió su familia?

Eran las dos de la madrugada, sin duda estaría dormida, pero tenía que hablar con Kotonami-san.

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—¿A dónde vamos? — Preguntó Kyouko mirando por la ventanilla del copiloto y comprobando que no iban hacia su departamento.

—Ayer estuve pensando— murmuró Kuon— hemos estado tan ocupados con el trabajo y los últimos acontecimientos que no hemos tenido tiempo para descansar un poco, ni siquiera salir a cenar fuera, así que, hay un lugar al que me gustaría llevarte— ¿Por cierto mi madre te sigue molestando con la boda?

—Molestar dices…— se apenó ella.

—Sí, molestar— insistió el actor. Sabía cómo era su madre— Si quieres una boda estilo japonés tradicional, se hará así.

"Era fácil para él decirlo" pensó Kyouko mirando por la ventanilla. En cuanto anunciaron su compromiso secreto hace ya un año, Jullie-san había decidido encargarse de todo (lo cual le daba mucho miedo). Kyouko sólo había pedido que fuese al estilo tradicional japonés, Jullie-san había hecho pucheros y había aceptado bajo la condición de que el banquete tuviese lugar con vestidos occidentales. Kyouko accedió, aunque le parecía un gasto innecesario de dinero, sin embargo así tendría contenta a su suegra.

Suspiró. Si hacía esos preparativos con la boda ¿Qué pasaría cuando supieran lo del bebé?

Los grandes edificios de metal fueron quedando atrás, junto con los lujos de los barrios centrales. Cada vez el coche se alejaba más y el sol se iba escondiendo, pronto iban a dar las seis y media, muchos de los comercios cerraban y otros abrían. Las casas de madera empezaron a aparecer, junto con edificios de pisos cada vez más pequeños, las calles se volvían intrincadas y los coches de alta gama se sustituían por familiares y múltiples bicicletas.

Kyouko pronto reconoció ese barrio. Allí había estado viviendo varios años. No muchos pero tal vez los más importantes. Vio la verdulería donde solía ir a comprar los recados de los jefes, también estaba el carnicero que tan bien sabía afilar los cuchillos. La tienda de pastelillos que siempre admiraba al pasar pero donde nunca llegó a entrar, la perfumería, la joyería, la tienda de ropa de mil yen, la carpintería… todo estaba en su lugar.

Una vez más hizo el recorrido en ese coche. Como si fuera un déjà vu, subieron la cuesta hasta aparcar en frente de ese pequeño restaurante de comida tradicional, escondido en una callejuela, con clientela habitual y escasa, pero que se mantenía en pie por su comida de calidad y sus bondadosos dueños.

Kyouko fue la primera en salir del coche, quedándose parada frente al letrero donde se podía leer Darumaya. Se sintió estúpida al emocionarse hasta las lágrimas por volver a ese lugar desde hacía tanto tiempo ¿Por qué había sido tanto tiempo?

—Entremos— Kuon entrelazaba su mano con la de ella y miraba sus ojos aguados con una sonrisa en la cara.

La puerta se abrió antes de que ellos la pudiesen tocar y Okami-san embutió en sus brazos a la chica.

—¿Qué estáis haciendo ahí fuera con este frio? — Voceó el jefe desde la barra del local— Entrad de una vez.

—Fufu… ¿has visto eso, Kyouko-chan? — sonrió la jefa— está tan feliz de verte que no puede contenerse.

La actriz sonrió como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

Paseó la mirada por el restaurante, con melancolía y recuerdos acumulados. Casi se podía ver a sí misma, con dieciséis años, un delantal y una coleta en su largo y encrespado pelo negro, correteando de una mesa para otra.

—Les he traído esto, acépenlo por favor— Kuon extendió una botella de vino y una caja con pastelillos tradicionales.

El jefe acogió los regalos con un asentimiento de cabeza y los llevó a la cocina.

—¿Por qué no hay nadie todavía? — Preguntó Kyouko repentinamente. Había estado ensimismada, sumergida en sus recuerdos pero había algo que era extraño en ese lugar, algo que faltaba.

—Dos estrellas como vosotros causan mucho revuelo— contestó el hombre emergiendo desde la cocina— así que hemos cerrado por hoy.

—¿Sabíais que… íbamos a venir?

—Yo se lo he pedido esta mañana— contestó el rubio ante la sorpresa de la morena. Se acercó a ella y bajó la voz un poco pero no lo suficiente para que los demás lo oyeran— creo que hay algo que tenemos que decir.

—¿Algo que decir? ¿Qué es Kyouko-chan? — preguntó expectante la jefa.

—Las cosas se hablan después de cenar— interrumpió el jefe, con el agradecimiento de la muchacha, llenando una de las mesas con diversos platillos.

Comieron, charlaron, rememoraron viejos tiempos y planificaron nuevos.

Kuon se encontraba junto al jefe sentados en el escalón de la entrada al restaurante. Allí el viento de la noche corría frío y contrastaba con el sake caliente que compartían en silencio desde hacía rato.

—Cuando vine aquí por primera vez le prometí que sería todo lo que ella necesitase— Kuon hablaba en tono bajo y grabe, mirando hacia la luna— ahora me doy cuenta de lo grandes que son esas palabras.

El jefe sorbió tranquilamente el fuerte caldo y dirigió la mirada hacia el cielo.

—Nadie puede ser tanto pero, dentro de lo que somos, siempre podemos intentar dar un poco más— su tono era severo, al igual que su expresión— lo estás haciendo bien.

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Primero había llorado a mares, después se había disculpado nuevamente por no haberlos podido visitar ese año, por no haberles dicho nada de su embarazo y en ese instante, ya más calmada y con un té en las manos, esperaba en su antigua habitación a okami-san.

—Estoy segura de que será preciosa…— escuchó entrar a la mujer.

—¿Qué?

La jefa sonrió y se sentó frente a la muchacha.

—Tienes cara de niña— le confió ante la sorprendida mirada.

—Es un poco pronto para eso— murmuró girando la cabeza con incomodidad.

—Ah, entonces ¿prefieres un niño? — Preguntó la mujer.

—¡No! Bueno… yo, ni siquiera he pensado en eso— su rostro se contrajo con preocupación, de verdad, ni siquiera lo había pensado…

—Recuerdo el primer día que te vi— rememoró la mujer— tenías quince años, tan joven y tan madura. Pidiendo trabajo a tiempo parcial los fines de semana por la noche, al jefe y a mí nos sorprendió mucho, no parecías una muchacha que quisiese el dinero para jugar.

Kyouko sonrió. En aquel entonces, necesitaba dinero, mucho dinero, para unos gastos completamente estúpidos. Una enorme casa solitaria, unos lujos que no disfrutaba nadie y una vida que no era la suya. Y aun así… era feliz.

—Me aceptasteis sin preguntarme nada— contestó ella con un hilo de voz. En ese entonces no se dio cuenta de lo que aquello significaba, pero estaban contratando a una menor para trabajar de noche, no lo pensó, simplemente pidió el trabajo y agradeció porque la aceptaran— Y un año más tarde me acogisteis en vuestra casa como si fuese vuestra hija.

Si no fuese por ellos… si los jefes no hubiesen estado allí, no habría podido convertirse en lo que era en esos momentos. No habría llegado a ser actriz, ni siquiera habría llegado a ser una persona completa. Cuando fue tirada a la calle, los únicos en los que pensó, los únicos con los que podía contar fueron los jefes que nunca la abandonaron.

Un suspiro tembloroso salió de sus labios, Okami-san dejó el té en la mesa y se acercó hasta abrazarla.

—Por su puesto. Nosotros te consideramos una hija ¿no lo sabias? — la mujer la sintió sollozar contra su hombro— Puedes venir cuando quieras, puedes pedir ayuda cuando la necesites, nosotros siempre seremos tu familia, siempre estaremos aquí para ti.

Esas palabras ¿eran las de una madre? eso era lo que hacía una madre ¿verdad?

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La lujosa sala del trono lucía vacía y desmantelada. La joven emperatriz avanzaba con pasos rápidos y cortos, tanto como su voluminoso kimono lo permitía, pero los oía tras de ella.

"Traidores" Pensó con amargura, traspasando aquel grandioso salón destartalado.

Esquivó el cadáver de un soldado, luego otro, y otro más… Una masacre que no terminaba.

"Absurdo" Todo aquello era absurdo. Pero era real. El emperador destronado, muerto. Su esposo.

Maldijo con exasperación y cogiéndose los bajos del kimono empezó a correr.

Si tan sólo la hubiera escuchado… ahora estaría con vida. Maldito hombre, ella había pasado por tantas cosas y ahora iba a morir de aquella manera… por su culpa.

Paró súbitamente al entrever a los guardias de palacio, se escondió entre la pared y la columna sobresaliente. Desde ahí escuchaba murmullos pero no los entendía, su respiración era demasiado sonora.

Cerró los ojos. Tenía que tranquilizarse, tenía que salir de allí.

Del siguiente cadáver recogió una katana. Hacía tiempo que no tenía una entre sus manos, pero confiaba en que su cuerpo recordaría todo el dolor pasado en sus días de contrabandista, antes de ser vendida como concubina, antes de bajar un nivel más en el infierno.

El viento sopló furioso cuando consiguió llegar al patio exterior. Evaluó su situación. La salida estaba taponada por guardias. Los muros eran infranqueables, en cuanto a su milicia personal… ya no sabía si contaba con tal recurso. Su única opción pasaba por deshacerse de esa ropa tan llamativa y pasar por un hombre más. Viró con intención de esconderse y tomar la armadura de algún muerto pero no llego a dar ni dos pasos cuando él se paró a escasos metros de ella.

Esperaba que hubieses escapado, Suiko

Un hombre de cabellera larga semirrecogida en un moño alto y ataviado con la armadura militar de palacio. Su rostro era hermoso y calmo, con un cierto aire de sabiduría y magnetismo.

Sushun…— siseó ella dando un paso hacia atrás y alzando la espada al frente.

Ese hombre… ese desgraciado hombre. Desde que lo conoció, su miserable vida de plebeya se había vuelto una desgracia. Aquel compañero de armas que finalmente la salvó de un trabajo que la llevaría a la muerte, se había cobrado su deuda vendiéndola como concubina. Definitivamente, tonto no era.

El nudo en la garganta era insoportable. El escozor en los ojos era humillante. Quiso salir de allí, pero él… encontrarse con él después de tanto tiempo, simplemente no lo podía dejar pasar.

Con la katana alzada y un fuerte grito se lanzó hacia él.

El filo de la espada sobresalía por su espalda, regado de sangre. Miró con sorpresa los ojos de aquel hombre que tanto había amado, aquel que la había traicionado, por segunda vez. Siempre se preguntó por qué; ¿por qué lo amó? ¿por qué la traicionó? ¿Por qué la ayudo y luego la vendió al emperador, su hermano? ¿y por qué… por qué ahora se alzaba en un golpe de estado? Él… quién dijo no desear poder…

Con un rápido movimiento, el guerrero extrajo la espada del cuerpo de la mujer, sin dejar de fijar la vista en sus ojos ambarinos. Sintió como ella apoyaba todo su peso en él. Como, sin la espada, la sangre comenzaba a emanar a través de su estómago libremente. Sintió sus uñas en su cuello y sus filosos ojos clavándose como dagas mientras, un hilo de sangre caía de sus labios.

La vería morir. Por lo menos, tendría eso. La tendría en sus brazos, por una vez…

Su cuerpo pesaba. Su garganta, antes reseca, ahora estaba empapada. El dolor la nublaba.

Pero… no podía, no podía morir así…

Él lloraba. Abrazándola con fuerza, lloraba. Se mordió el labio con ira. ¿Él lloraba? Utilizando sus últimas fuerzas y todo el rencor acumulado, sacó una daga de su kimono. Mirándolo directamente, con un último mensaje se apuñaló a sí misma. "No serás tú quien me mate".

—¡Nooooo! — Gritó toda la clientela repentinamente.

—¡Suiko-samaaaa! — se lamentaba un hombre llevándose las manos a la cabeza.

—¡Kyoko-samaaaa! — otro joven se intentaba pegar a la pantalla

—¡Silenció, que no dejáis oír el final! — gritó una mujer secándose con un pañuelo las lagrimas

El jefe del Darumaya puso mala cara ante el escándalo. Si no fuese porque era una serie de Kyouko ya habría apagado la televisión. Frunció aún más el ceño ante la escena y siguió fregando los platos hasta que su mujer lo interrumpió.

—¡Rá-rápido!—exigió quitándole las cosas de entre las manos— ¡Deja eso!

—¿Pero que pasa mujer?

Ella se acercó con toda la sutileza que el permitía su nerviosismo.

—Es Kyouko-chan—susurró—está en el hospital.

El hombre abrió los ojos sorprendido y apagó la televisión ante las quejas de la clientela.

—Estamos cerrando, gracias por su visita—avisó recogiendo rápidamente

—Espera jefe que sólo quedan cinco minutos para el final— replicó un hombre casi subiéndose sobre la barra.

—¡El capítulo final de la "Emperatriz escarlata"! La obra maestra del Hada Inmortal— dijo desesperadamente otro— No nos puede hacer esto…

La mujer volvió a encender la televisión para no armar una discusión y tan pronto terminó el drama, el local estuvo vacío.

En la sala de espera se encontraba una variopinta selección de personal. Por un lado Kanae, Chiori, María, Tomoko-san, Jullie-san y Okami-san charlaban tranquilas… y luego estaba el resto, es decir los hombres, quienes parecían al borde de un acantilado. Empezando por el futuro padre, que estaba sentado en la última silla de la fila, sujetándose la cabeza entre las manos a la altura casi de las rodillas, con un manager histérico rondando alrededor preguntándose en voz alta sobre el estado de Kyoko-chan y elaborando diversas teorías que parecían empequeñecer cada vez más al actor. El futuro abuelo estaba increíblemente serio mirando a la nada con la tensión de una estatua. El jefe del LME, emocionado, no dejaba de recibir lotes de regalos listos para madre e hijo.

—Hizuri-san— llamó el doctor después de cinco interminables horas más.

Kuon se levantó como un resorte de la silla y asustado miró al médico.

—Su prometida desea verlo.

Entró rápidamente en la sala de partos y fue directo hacia la joven quien le tendía una mano, sonriendo con delicadeza. Se veía tan cansada, tan débil…

—Sólo falta un poco más— dijo la enfermera—empuja

Kuon sintió su mano quebrarse ante esa cansada y débil mujer, que contraía cada musculo de su cuerpo para que ese bebé saliese de una vez. Apretó los dientes, como hacía ella, para no gritar de dolor hasta que escuchó un llanto y repentinamente su mano le fue devuelta... más o menos.

—Aquí está, aquí está— repitió la matrona. Rápidamente lo lavó y lo enrolló en una manta, acercándose a ellos— Primero la madre, felicidades, es una hermosa niña.

Kyouko acogió entre sus brazos el pequeño bulto rosáceo, con la respiración todavía agitada y el sudor cayéndole por la frente.

Era pequeña. Una cosa muy pequeña y blanda y fácilmente rompible. Le daba miedo sostenerlo. Respiraba. Los pulmones del bebé subían y bajaban muy rápidamente. Por su pequeña nariz absorbía todo el aire necesario para ese diminuto y complejo cuerpecillo. Tenía una boca preciosa, unos ojos grandes, con pestañas increíblemente largas, sentía curiosidad por saber de qué color serían su iris… A penas una leve pelusilla clara cubría su cabeza ¿sería rubia como su padre? Le gustaría que fuese así, adoraba el cabello de Kuon. Orejas pequeñas, manos y pies pequeños y completos, con uñas diminutas. Pasó un dedo por sus mofletes sonrosados, sorprendiéndose de la suavidad de esa piel; sonrió sin ser consciente de ello… era tan bonita.

—Es preciosa— murmuró la joven ensimismada.

—Claro que sí, tiene buenos genes— contestó el actor, a su lado.

Ella sonrió y le acercó al bebé para que la cogiera. Mientras el padre estaba absorto con su preciosa hija, todos los visitantes entraron en tropel a la habitación.

Kyouko sonrió ante el escándalo. Pese al cansancio, tener a todos quienes consideraba su familia allí, era lo más reconfortante y por fin… el nuevo miembro.

—¿Cómo se llama? — Preguntó María con una gran sonrisa en la cara

La actriz sonrió. Ella y Kuon habían estado hablando mucho sobre eso ¿nombre japonés o inglés? Personalmente quería un nombre japonés, pero creía que para Kuon era importante volver a sus raíces, de cierta forma.

—Layla Hizuri— sonrió Kyouko

—¿Reira? — repitió María

—Hizuri Reira en japonés, si— contestó Kuon

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Epilogo: Cuatro años después

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Rasgó por última vez las cuerdas de su guitarra haciéndolas vibrar y con un suspiró frustrado, se levantó del sofá de su lujosa habitación de hotel, donde se encontraba despatarrado. Sho se dirigió hacia la ventana y miró el paisaje primaveral.

A pesar de que estaba en Kyoto, su ciudad natal, había preferido alojarse en un hotel que en la posada de su familia, de hecho ellos ni siquiera sabían que él estaba pasando allí unos días de descanso. Había pasado ya catorce años desde que se fue de su casa junto con Kyouko, decidido a ser toda una estrella en el mundo de la música y lo consiguió, pero a un muy alto costo; perdió a Kyouko como amiga, como mujer... todo. Lo último que supo de ella es que se había casado con Tsuruga Ren, bueno Hizuri Kuon, como él mismo confesó, a los veinticuatro años y que había tenido una hija ¡una hija! increíble... seguro sería una buena madre.

Sho se echó a andar fuera del hotel. El día era realmente bueno, pero no concordaba para nada con su estado de ánimo, le hacía sentirse miserable, sin embargo no quería quedarse encerado en esa habitación con sus pensamientos entorno a lo que pudo ser y no fue.

Con ese hilo de pensamientos se fue adentrando en un espeso bosque, siguiendo el estrecho sendero marcado. Se concentró en oír el canto de los pájaros, el viento silbante contra las hojas de los árboles que se mecían y jugaban con la luz del sol, el ruido sordo de sus pasos sobre la tierra arenosa y sobre las piedras, el aire limpio que entraba a sus pulmones y llegaba hasta su estómago tornándose en una respiración profunda y relajante. A lo lejos empezó a oír el arrullo de un riachuelo que se hizo más nítido conforme se acercaba, pero no fue hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para divisarlo que escuchó lo que parecía ser la una melodiosa risa.

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Cuando había llegado a aquel lugar con sus padres le pareció simplemente "Mágico", era tal y como lo describía su madre, todo estaba lleno de colores y parecía muy cálido y hogareño. Entraron a una hermosa posada, Ryokan, se llamaba según su mamá, ella le explicó que era donde había vivido cuando era pequeña y que los dueños eran como sus padres, así que debía portarse bien.

Como que se llamaba Hizuri Reira que podía jurar que había dado su mejor esfuerzo en mantener la compostura y mostrar su mejor sonrisa angelical a todo aquel que se le quedase mirando y le tirará de las mejillas o le tocase el cabello diciendo cosas como "Ara, que linda, ¿este color es natural?" "Parece una muñeca de porcelana, que piel tan blanca y que mejillas tan sonrosadas" "Esos ojos son realmente grandes, se nota que no es del todo japonesa" Ella simplemente sonreía y no decía nada, pero cuando su papá (qué la miraba de reojo de vez en cuando con una gota de sudor en su cabeza y ojos de compasión) le soltó la mano para saludar a los dueños, no pudo más y se escapó.

Corrió, corrió y corrió como si una manada de lobos la persiguieran, se sentía como caperucita roja o blanca nieves, teniendo que huir de ese hermoso castillo para que la bruja malvada, (en ese caso brujas) no la alcanzasen. Y siguiendo con su fantasiosa imaginación, patrocinada por Kyouko, se inmiscuyó en el bosque.

Waaa, si había creído que el distrito tradicional de Kyoto era mágico, el bosque, era simplemente "el bosque de los sueños".

En sus escasos cuatro años de vida Reira, al ser hija de super estrellas había viajado a muchos lugares del mundo, había visto muchos sitios increíbles y maravillosos, pero no tenían el encanto de aquel lugar, probablemente porque siempre estaba rodeada de gente. Siempre había alguien que la "cuidaba", o si no era algún conocido de sus padres que hacía que pasara lo que en la posada. Nunca podía estar un segundo sola, disfrutando de aquello nuevo que veía o conocía, pero en ese momento era diferente.

Siguió el sendero hasta llegar a un pequeño arrollo. Tan bonito… el río bajaba, sin mucha fuerza sin demasiada agua, lo suficiente para cubrir las piedras y aun así las más grandes sobresalían; alrededor sólo había árboles, todo ese bosque parecía querer proteger ese pequeño riachuelo.

¿¡Po… podía ser!? ¿¡Podía ser este el lugar donde su mamá conoció al príncipe de las hadas cuando era una niña!? La historia del hada Corn, la había escuchado una y mil veces ¡debía ser aquí! La descripción del lugar encajaba a la perfección.

Tan emocionada estaba que sin pensarlo se quitó sus zapatos de charol negro y sin importarle lo blanco impoluto de su vestido se fue directa al agua.

Tal vez… tal vez a ella también le aparecería un hada, Corn, o los hijos de Corn. No importa, ella estaba feliz por estar ahí, en el escondite secreto del hada Corn y su madre, por poder por fin saltar y gritar y reír, quería ensuciarse, no quería que nadie volviese a tocar su pelo ni a tirar de sus mejillas.

Disfrutaría del agua y se llenaría de barro, ¡sí! llenaría de barro ese pelo dorado y esa piel blanca que tanto le gustaba a todo el mundo, tendría tanto barro que no sentiría dolor aunque le tiraran con pinzas de sus mejillas. Sonrió de medio lado haciendo que sus ojos dorados tomaran un brillo de divertida maldad… y ese vestido, lo ensuciaría tanto que nadie tendría valor a volver a llamarla "muñeca de porcelana".

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Cuando Sho llegó hasta el lugar de donde provenía el rumor del agua, se encontró con el paso del río, surcado de piedras y alguna que otra flor que crecía entre ellas, pero lo que más le sorprendió, aquello que por siempre se le quedaría grabado en su retina y que más tarde le inspiraría una canción sería esa imagen.

"Un ángel" pensó él.

Era una pequeña niña, chapoteando en el agua, en medio del rio, giraba y saltaba meciendo su hermoso cabello rubio dorado, ondulado hasta la cintura. Hebras de oro se pegaban húmedas a sus mejillas sonrosadas y sucias, haciendo que resaltara el blanco de esa tierna piel, propia de un infante. Su vestido estaba completamente empapado, sucio y roto y los jirones de tela bailaban al son de sus saltos enloquecidos, que no parecían notar el frío del agua ni las piedras bajo sus pies.

Pero si hubo algo que resaltó de esa estampa fue cuando él avanzó un paso y fue descubierto. La niña, se volvió rápidamente, girando su melena, su vestido y mirándolo de frente con los ojos alerta.

Ojos dorados.

Esos ojos, él los había visto antes. Se quedó viendo a la niña fijamente clavando sus pupilas en las de ella. Claro que los había visto, eran inconfundibles, el mismo brillo, el mismo color, la misma belleza.

—Kyouko…—murmuró

La niña agrandó aún más sus orbes, habiendo oído su susurro.

"¿Ese es Corn?" pensó Reira mirando fijamente al hombre rubio que estaba semioculto entre los arbustos. "Mamá dijo que Corn era rubio y él lo es y además él ha nombrado a mamá"

Pero algo no le encajaba a la niña. Si bien esa persona era hermosa "aunque no tanto como papá" pensó, no tenía la elegancia y el aura de dignidad divina que se esperaba del hada Corn.

"Mmm… lo mejor es preguntar"

—Anno… ¿quién eres? — preguntó con su aflautada voz.

A Sho la pregunta le sacó de sus repentinos pensamientos sobre Kyouko. ¿Qué debería decir? En realidad no quería que nadie supiese que él estaba ahí y si esa niña era quien él creía, eso quería decir que entonces ella también estaría aquí.

—Antes de preguntar deberías presentarte ¿no crees? — respondió finalmente con un leve tono arrogante.

"Tsk, siempre igual, todos los adultos pidiendo formalidades para luego saltárselas ¿qué con el orden?" pensó sin poder evitar que una vena de frustración sobresaliera en su frente.

—Me llamo Layla— Prefirió dar nombre inglés y evitar su controvertido apellido— Y ahora ¿cómo te llamas?

¿Sólo su nombre? ¡Su nombre no le servía para nada!, necesitaba el apellido para confirmar sus sospechas.

— ¿Tu apellido? — insistió el cantante

—¿Eso importa?, ya tienes algo con lo que llamarme ¿no? — contesto de malas maneras mirándole fijamente a los ojos, esa mirada junto con sus ropas desgarradas y manchadas la hacían parecer una bestia salvaje.

—Entonces llámame como quieras, si ese es el caso— contestó él

—Te llamare viejo desteñido, entonces— aceptó ella con maldad

—¿¡Por qué viejo desteñido!? — Era indignante, esa niña…

—Porque eres viejo y ese rubio es falso y es decolorado

—Sólo tengo veintiocho años para tu información y aún me veo como cuando tenía veinte.

—El maquillaje hace milagros…

—Maldita mocosa… tienes cara de muñeca angelical pero realmente eres un pequeño demonio.

—No soy yo la que no cumple su parte del trato, yo por lo menos te he dado mi nombre— encaró la niña con indignación.

—…Sharo, me puedes llamar Sharo— "La otra abreviación de Shotaro sería Taro, ¡me niego!, prefiero una mezcla"

¡Dios!, ¿¡en serio era la hija de Kyouko!? ¡No se parecía a ella en nada!, ni siquiera la Kyouko vengativa era así, esta niña era una completa grosera, tenía una inteligencia malvada brillando en sus ojos dorados y aires de superioridad.

—Entonces— dijo seria la niña con el ceño fruncido y señalándole directamente con el dedo— ¿Eres un hada?

"…Eres un hada…Eres un hada…" Se escuchó el eco por todo el bosque.

Vale, tal vez sí se parecía un poco a Kyouko.

Reira, estaba expectante con su dedo alzado y esperando una respuesta a su tan ansiada pregunta. Pero ese ser que tenía enfrente, de repente comenzó a temblar y a derrumbarse. Cuando ella dio un par de pasos hacia él, preocupada, le pareció oír una risa.

"¿No será capaz?" Se acercó un poco más y el hombre se rió tan fuerte que la tiró al suelo de una sola carcajada y él mismo empezó a rodar por entre las piedras, riendo y espantando todo ser vivo con sus fuertes alaridos ¡hasta lágrimas corrían por su rostro!

—¡Oye tú! — gritó la niña, totalmente avergonzada— no…no te atrevas a reírte de mí.

A Sho le costó un rato normalizarse, cuando se pudo sentar, se iba a burlar de ella, pero viéndola tan ruborizaba como estaba le pareció pasarse "Nah, es demasiado linda, se lo perdonaré"

—No soy un hada— declaró él y vio como la chica pareció desilusionarse y decidió cambiar de tema— Dime ¿has venido de vacaciones?

—Sí, con mis padres, es un lindo lugar

—Supongo que sí… hace mucho tiempo que no lo veo— dijo él con un tono levemente nostálgico

—¿No vives aquí? — Preguntó ella asombrada

—Vivía— dijo él

"Ahhh… ¿Puede ser…?" pensó Reira

—Pero cuando era joven cometí muchas imprudencias

"Puede… ser" pensó emocionada

—Me llevé a una persona muy importante conmigo por el camino para cumplir mi sueño y la perdí por mi egoísmo.

"¡Un fantasma!" Reira estaba sorprendida y feliz. No había encontrado un hada pero había encontrado un espectro errante y uno muy visible "Waw, mama, aquí hay de todo, increíble"

—Jejeje— rió felizmente ella

—¿¡De qué demonios te ríes!? ¡Es una historia trágica! — Gritó Sho "¿Que hay mal con ella?"

—Jejeje, lo sé, fuiste cruel en vida con la chica que amabas— resumió Reira con una sonrisa dulce en la cara para cambiarla a una de demonio— irás al infierno cuando cruces la puerta.

—¡Nooo! — Gritó él— ¡Lo he intentado reparar!

—El corazón roto de una mujer no se puede reparar fácilmente— dijo señalándolo acusadoramente

—Lo sé… lo sé…— suspiró Sho— pero ella ya está bien— volvió a hablar después de un largo silencio— encontró a otro hombre, uno que la amaba de verdad y que no le hacía daño, se casaron y tuvieron…—suspiró al mirarla— una linda hija.

—¿Y tú? — Preguntó ella, sentada frente a él apoyando su hermoso rostro en sus rodillas

—Yo… también estoy bien— contestó después de mirarla por unos segundos— ¿No deberías volver? Tus padres se preocuparán si no te ven.

Ella miró hacia la dirección por la que había llegado y luego viró su cabeza hacia él.

—Debo irme— declaró levantándose del suelo.

—Te acompañaré

—¡No me he perdido! — Se defendió ella, aunque en realidad no sabía muy bien donde estaba.

—Lo sé, lo sé— aceptó el cantante— sólo vamos por el mismo camino.

"¿Esa podría haber sido su hija?" Era una pregunta que se le había cruzado por la mente al encontrársela en aquel lugar, después de tantos años. Si él no hubiese terminado de aquella manera con Kyouko, si ella hubiese seguido enamorada de él ¿podrían haber tenido una hija como aquella? ¿podría él tener ese tipo de vida?

La linde del bosque se empezó a divisar a lo lejos y sus pensamientos se detuvieron.

Antes de que la niña empezara a correr, la detuvo y le dio los zapatos de charol que había dejado atrás y él había recogido.

—Yo me quedo aquí— dijo Sho, dándole una última mirada a esa niña.

"Es cierto, es un fantasma del bosque" pensó Reira.

—Te vendré a visitar si vuelvo, Sharo— se despidió ella, dedicándole una destellante sonrisa de esas que pocos veían.

"Ha sido bueno conocerte" pensó el cantante, poniendo rumbo a su hotel con una letra en su mente que un mes después se convertiría en su single más vendido "Reila".

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FIN

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Por fin el capítulo final (ha costado llegar hasta aquí). Bueno ¿qué decir después de más de dos años de fic? Muchas gracias a todos por haber leído, comentado, haber seguido esta historia, haberla puesto en vuestros favoritos, incluso a mí como autora. Os estoy muy agradecida por haberme acompañado en esta larga caminata y espero que nos volvamos a leer con algo aún mejor.

Hasta que nos volvamos a leer.