Epílogo:

Habían transcurrido siete años desde que terminó la batalla contra Naraku. Por un momento habían estado a punto de perder después de todo lo que habían luchado. Ahora bien, sus esfuerzos se vieron recompensados en el último segundo y gracias a un combo perfecto consiguieron sus objetivos. Debía admitir que tuvo miedo cuando Kikio regresó y eso que la hizo regresar ella misma, pero permitir que muriera cuando ella era la única persona que podía salvarla hubiera sido mucho peor. Ella volvió a distanciarlos durante un corto período, pero su amor venció e Inuyasha la puso por delate de todas las cosas una vez más.

Lo peor de todo fue su separación durante tres años. Al terminar la batalla pensaron que al fin podrían estar juntos, pero el pozo come huesos los separó, impidiéndoles viajar a través de él para poder verse. A los tres años sin saber exactamente la razón volvió a funcionar y pudieron volver a estar juntos. Para aquel entonces, Miroku y Sango ya estaban cansados y tenía un par de adorables gemelas y un niño recién nacido. Shippo se estaba convirtiendo en un gran demonio ilusionista. Kohaku había recuperado su vida y se estaba convirtiendo en un gran exterminador. Sesshomaru dejó a Rin con Kaede para que aprendiera a vivir en el mundo humano y escogiera su futuro ella misma. Inuyasha y ella se casaron.

A los nueve meses de su casamiento fueron bendecidos con sus trillizos. Dos niños llamados Setsu y Takeo y una niña llamada Izayoi en honor a la madre de Inuyasha. Los niños eran igualitos a su padre y la única forma de diferenciarlos era por el color de los ojos. Uno de ellos tenía sus ojos color chocolate. Izayoi se parecía mucho a ella pero tenía los ojos de su padre y un adorable mechón plateado entre sus rizos azabaches.

Acababa de echar los fideos en la sopa cuando Inuyasha entró en la cabaña con el pescado que prometió pescar. Traía muy buenas piezas y los niños se emocionaron al verlo. Él dejó el pescado en la zona de la cocina, le dio a ella un beso en los labios y se apresuró a atender a sus hijos. ¿Quién diría que a Inuyasha iban a gustarle tanto los niños? Alguna vez perdía la paciencia, pero en general, estaba siendo muy concesivo y los tenía muy mimados a los tres, especialmente a Izayoi por ser su ojito derecho.

- ¡Papá!

Setsu lo embistió con la cabeza e Inuyasha simuló un grito de dolor y cayó al suelo de rodillas. Entonces, Takeo se tiró sobre él y lo tumbó por completo.

- ¡Me habéis matado!

Era sorprendente verlo jugar así con los niños, todavía no terminaba de acostumbrarse.

- Yo curaré a papá.

Inuyasha no pudo evitar sonreír aún cuando se estaba haciendo el muerto al escuchar a su hija y en cuanto ella se acercó, la cogió entre sus brazos, la levantó y frotó su nariz contra la de ella como lo hacían los esquimales. Izayoi rió encantada y le dio un beso en la mejilla a su padre.

- ¿Qué tal el día?- le preguntó al fin- Veo que has tenido una buena pesca…

- Sí, había mucho pescado. – agachó la cabeza al sentir a uno de sus hijos trepando por su espalda- Igual hay algún demonio suelto no muy lejos de aquí. Parecía que huían.

- Bueno, supongo que después de comer tendremos que ir a echar un vistazo.

Ellos no habían dejado su trabajo. Todavía se reunía su antiguo grupo formado por un hanyou, una sacerdotisa, una exterminadora, un monje, un demonio zorro y una gata para enfrentarse a los demonios que podían estar acechando la aldea de la anciana Kaede. En esos momentos, dejaban a sus hijos con Kaede y con Rin y cuando volvían, ella estaba agotada de lidiar con las traviesas gemelas, los trillizos y el niño de Sango.

- ¿Sabes? Hoy hace ocho años.

- ¿Ocho años de qué?

No pudo evitar reírse al volverse hacia su marido. La tierna escena familiar le ablandó por completo el corazón. Inuyasha sostenía a una Izayoi muy tranquila contra su pecho mientras que uno de los gemelos estaba subido a su hombro tirando de sus orejas caninas y el otro se colgaba del otro hombro para tirarle de la nariz. A Shippo le hubiera dado unos cuantos capones por comportarse de esa manera.

- ¿Kagome?

Se le había olvidado contárselo.

- Hace ocho años desde que nos enfrentamos al shogun, a Hakuron.

Inuyasha frunció el ceño al escucharla.

- No lo llames por su nombre con tanto cariño. – se quejó- Se merece lo que le sucedió.

- Tal vez, pero sabía cómo hablar con las mujeres. Ya le hubiera gustado al monje Miroku ser tan diestro en sus tiempos de soltería.

Ella se carcajeó de su broma, pero el hanyou frunció el ceño. Dejó a los niños en el suelo e ignoró sus quejas para mandarlos a jugar fuera. Los niños agarraron una pelota y corrieron al exterior bajo la promesa de que su padre se reuniría con ellos en seguida.

- ¿Por qué te has acordado de él?- puso los brazos en jarras- ¿Y cómo que era muy diestro con las mujeres?

- ¿Estás celoso?- sonrió.

- ¡Por supuesto que no!

Por supuesto que sí y eso le hizo sonreír. Inuyasha no había cambiado nada desde aquel día y aunque a veces se pusiera verdaderamente odioso con su compartimiento machista y caprichoso, era adorable.

- Sólo me acordé porque él nos unió…

- Hubiéramos acabado juntos igualmente.

El hanyou siempre tan arrogante.

- Bueno, pero gracias a él fue más rápido.

Eso no lo pudo negar así que se limitó a encogerse de hombros y suspirar. Era hora de darle la otra noticia.

- También hay otra cosa que tengo que decirte.

- ¿No son fideos instantáneos?- preguntó desilusionado.

Había cosas del hanyou que nunca cambiaban y ésa era una de ellas. A pesar de haber admitido que le encantaba su comida y de devorar ollas enteras él sólo, todavía se comportaba como si no le gustara y le pedía los fideos precocinados de su época.

- Haré como que no he escuchado nada o tú tendrás que escuchar algo que no te va a gustar nada.

Las orejas de Inuyasha se agitaron por sus palabras y él agachó la cabeza avergonzado.

- Inuyasha, estoy embarazada.

- ¿Otra vez?- se quejó.

- ¿Qué esperabas? ¡No hiciste nada para evitarlo!- se cruzó de brazos- ¿Acaso no quieres otro hijo?

- ¡No se puede evitar tener hijos! No si se hace… Bueno… - se sonrojó y ella se abstuvo a hablarle sobre métodos anticonceptivos porque la acusaría de no haberlos utilizado- ¡Y claro que lo quiero!

Entonces, no entendía su reacción. ¿Quería niños o no?

- Entonces, ¿cuál es el problema?- le discutió.

- ¡Tú!- la señaló- Te pones imposible cuando estás embarazada. No hay quien hable contigo, tienes un antojo tras otro y la última vez te pusiste muy gorda…

- ¿Qué esperabas? ¡Di a luz a tres hijos!- le gritó- Además, yo no me pongo insoportable…

- Claaaaro que no. – se burló.

Los dos gruñeron y se miraron con el ceño fruncido y los dientes apretados hasta que no pudieron soportarlo más y empezaron a reír. Hicieran lo que hicieran siempre acababan peleando, pero lo cierto era que también hacían las paces después y estaban más unidos aún si era posible.

- ¿Cuándo nacerá?- preguntó más relajado.

- Creo que en siete meses, tendré que ir al ginecólogo en mi época.

- ¡No me gusta que ese tipo te toque!- volvió a quejarse.

- ¿Te crees que a mí me encanta?- no pudo evitar reírse de él- Pero es lo mejor para el bebé. Nos dirá cuando nacerá y si estará sano y ya viste que fue una bendición tener a los trillizos allí.

En eso el hanyou tuvo que concordar ya que en esa época lo más probable hubiera sido que muriera en el parto. Hubo demasiadas complicaciones.

- ¿Por qué no vas a jugar con los niños mientras termino de preparar la comida?

- Si me necesitas llámame.

El hanyou preocupado por ella las veinticuatro horas del día volvía. Le esperaba un agotador pero maravilloso embarazo. Lo vio dirigirse hacia la puerta y justo cuando iba a salir, se detuvo con la esterilla levantada y la miró.

- Te amo, Kagome.

No era algo que Inuyasha dijera muy a menudo. Sabía que él la amaba, pero eran pocas las veces en las que se lo había dicho tan directamente, le costaba mucho expresarse. Ella le sonrió al escucharlo y no pudo evitar devolverle sus palabras.

- Yo también te amo, Inuyasha.

Él salió de la cabaña y lo escuchó gritar junto a sus hijos mientras jugaban. A veces, la vida te sonreía del modo más inesperado.