Los personajes de Card Captor Sakura pertenecen a CLAMP.


Summary completo: Sakura Kinomoto, de veinticuatro años, lleva a cuestas un matrimonio fracasado y algunos problemas judiciales. Se ha vuelto a casar, pero con su trabajo. Las vueltas de la vida la llevarán a trabajar en la Preparatoria Aoiya, donde Shaoran Li, hombre casado de veintiocho, enseña matemáticas. Ella no cree en los hombres ni él en los psicólogos. Involucrarse con los pacientes es bueno... ¿pero hasta qué punto?


En terapia

Capítulo I

"De psicólogos y profesores"


El graznido de las bocinas a sus espaldas era la sinfonía perfecta para una llegada tan destartalada como la suya. Habiendo conducido su modesto auto a través del tráfico inclemente de Tokio, Sakura Kinomoto lo estacionó del mismo modo que se levantó: a las prisas, y sin la más mínima noción de lo que estaba haciendo.

—¡Tenía que ser mujer!

—Si tienes problemas con esa chatarra yo te llevo, bonita.

Quiso gritarles a aquellos energúmenos al volante que el ser mujer no justificaba en absoluto su atolondramiento vehicular, y que se metieran los chistes machistas donde les cupiera, y que su auto no era ninguna chatarra (en el mundo civilizado y culto, se le llamaba "antigüedad"), pero pronto se recordó a sí misma que era una psicóloga y aquello iba en contra de su política diplomática; así que se apresuró a apearse y llegar a las puertas del edificio que se erigía frente suyo.

—Buenos días, señorita Kinomoto —La saludó el anciano señor Kawabura, portero del lugar—. ¿Cómo se encuentra?

—Muy bien, con la energía suficiente para comenzar el día —Le sonrió al hombre, enseñando una larga fila de dientes alineados y blancos. A pesar de su retraso, no podía evitar ser amable con alguien tan inmensamente simpático y servicial—. ¿Y usted?

—Del mismo modo, aunque creo que lleva más prisa que yo —apuntó, divertido, habiéndola visto salir de su auto como un torbellino. Le abrió la puerta con rapidez.

—Lo estoy, muchas gracias. ¡Adiós, señor! —exclamó, antes de comenzar a subir las escaleras hacia el tercer piso.

Aquel edificio era tan viejo, que Sakura incluso lo recordaba de alguno que otro paseo por Tokio en su infancia, cuando Fujitaka cogía el Ford color café y llevaba a la familia a algún restaurante tradicional. Era un macizo gigante de cemento, una de las primeras construcciones de aquella tan lejana pequeña capital, que sin saberlo, el pasar de las décadas había convertido en metrópoli.

—Los ascensores de este lugar tienen más años que mi abuela. Debería poder subirme a uno y estar segura de que no se caerá y moriré aplastada por la inercia, o que se detendrá y me quedaré atascada toda la semana —Esas fueron las primeras palabras que salieron de su boca, luego de haber subido tres pisos a fuerza de sus propias piernas, al llegar a la sala.

—Tienes veinte minutos de retraso —anunció Chiharu, haciendo caso omiso de lo dicho—, pero no ha aparecido nadie todavía, así que no te angusties. Esas quejas de vieja renegada esconden una pésima noche de sueño, licenciada.

—No te equivocas —Suspiró cansinamente, dejando su bolso sobre el escritorio con pesadez—. He estado hasta medianoche haciendo números. Nunca te cases, Chiharu. O si lo haces, recuerda firmar antes un maldito contrato prenupcial.

—Rompería la magia. ¿Qué hay con eso de la confianza?

—¿Qué magia? Desaparece al primer momento que eructa y habla de flatulencias. Y en cuanto a la confianza, se esfuma cuando te planta la palabra "divorcio" en la cara y se fuga con una rubia —Acomodó su cabello en el espejo de mano y tocó las ojeras bajo sus ojos, como si quisiera disimularlas—. Me veo como un panda.

—¿Café? —Le alcanzó una taza llena hasta el borde. Sakura sintió revivir un poco con el primer sorbo y la fragancia amarga llenó sus pulmones de algo parecido a la vitalidad.

—Esto es hipócrita, generalmente aconsejo a mis pacientes no consumir cafeína —habló sosegadamente, mirando el contenido oscuro. Chasqueó la lengua—. Qué demonios, Dios bendiga a Colombia.

Chiharu rodó los ojos.

—El mejor café —añadió, riendo.

—Así es —Paseó la mirada por el techo. En ese momento, dieron las nueve, y dijo—. Esta infusión debe ser suficiente para ponerme en marcha y continuar el papeleo de anoche. Los números no cesan —Esbozó una expresión de disgusto.

—Esperemos que los pacientes tampoco. A las doce paramos para almorzar —Le recordó, como siempre, y ambas se metieron en sus respectivas consultas.

Su consulta se encontraba sólo separada por una pared de la de Chiharu, pero aquella era una construcción sólida, y no podía escuchar nada de lo que ocurría del otro lado. Esa intimidad acústica, sumada a las proporciones espaciales de cinco metros por seis, su pequeña biblioteca empotrada contra el empapelado, su confortable silla de oficina de cuero negro y, por supuesto, el pequeño ventilador que entregaba una brisa suave y refrescante, eran algunas de las razones por las que Sakura no se arrepentía de haber escogido ese lugar. Ya había pasado más de un año desde que, recién egresada en Psicología en la Facultad de Tokio, había acudido a ese edificio después de revisar los clasificados. Andaba en busca de un pequeño espacio que hiciera de oficina. Los inicios habían sido difíciles: costearse el alquiler sola había significado mucho sacrificio, no sólo porque debía hacerse de una cantidad considerable de pacientes que acudieran regularmente a verla, sino porque debió llenar espacios vacíos buscándose otro trabajo para llegar a fin de mes. Unos meses después, cuando creía firmemente que sucumbiría a las horas extra y las dobles jornadas, su amiga Chiharu se había graduado. Ésta la contactó e inmediatamente se convirtieron en socias. Había conocido a Chiharu Mihara durante su primer semestre en la universidad, y pronto se habían hecho muy cercanas. Compartieron unas cuantas sesiones de estudio, e igual cantidad de salidas para aliviar el estrés de la vida del estudiante.

—Algún día, cuando la lógica freudiana lo crea conveniente, seremos socias, Sakura. Tendremos un pequeño mundo feliz repleto de divanes —Le había dicho una noche, bromeando. Y había sido una mujer de palabra.

Debía admitir que compartir los gastos hacía las cosas más fáciles: ahora tenía tiempo para ella misma, y había abandonado su segundo trabajo. Y también contaba con una modesta pero creciente clientela. Pero lo que más le agradaba a Sakura era la mutua compañía. Era el tipo de persona que pensaba que todo se volvía mucho más llevadero con alguien al lado.

—Pase —dijo, cuando dos golpes en la puerta anunciaron a su primer paciente del día.

Apareció frente suyo una mujer de unos cincuenta años, enfundada en un largo vestido veraniego con flores amarillas estampadas. Toda su gran extensión se desplomó en la silla frente a Sakura.

—Buenos días, Iori —Le dijo con amabilidad.

—¿Qué tienen de buenos, doctora? —Comenzó ella, y Sakura prontamente se concentró en prestarle atención— He pasado una velada horrible. Akira me ha invitado a cenar anoche, y lo único que escucho es "trabajo, trabajo, trabajo". Llevo treinta años casada, doctora, y usted sabe lo que una mujer casada intuye que será una cena en Eijo —dijo, refiriéndose a un restaurante muy conocido de la zona. Sus pequeños ojos oscuros se entrecerraron—. Usted lo sabe, ¿verdad?

Sakura se acomodó en su silla.

—Cada quien tiene una percepción distinta de las cosas, Iori. A mí me gustaría saber lo que tú piensas.

La aludida bufó sonoramente, como si se esperara esa respuesta, aunque parecía complacida de exponer su punto de vista:

—¡Sexo, doctora, sexo! —exclamó, como si fuera obvio— Eijo no es un lugar al que vas simplemente para pedir sushi. Puedes escuchar los acordes del biwa mientras degustas exquisitos manjares tradicionales —describió—. Es un lugar para murmurar palabras dulces y encender el fuego. Luego, cuando llegan a casa, te lleva a su lecho y te hace el amor —Suspiró largamente—. ¿No es hermoso? Desde luego, Akira dista ampliamente del semental que solía ser. Se ha convertido en un anciano con la sexualidad de un potus. Un potus senil. Mi hija ha cambiado de novio recientemente, y me ha traído a casa a un vándalo —soltó, cambiando de tema y hablando airadamente—. Tiene todas esas cosas blasfemas en el cuerpo, doctora. Tatuajes y unos aros horrendos en las orejas, ¿cómo era?... Expansores. Mi hija los encuentra atractivos. Yo creo que podría caber una lata de refresco en esos agujeros. Ella me dice que estoy siendo anticuada, pero yo soy una mujer conservadora, ¿sabe, doctora? Una de las pocas que quedan. Si la trajera aquí a ella, a mi hija, usted lo vería con sus propios ojos. Le digo, ese delincuente juvenil le va a dejar un hijo en cualquier momento, y yo no seré quien cambie sus pañales, no, no. Entre ella, Akira y el trabajo, terminaré por enloquecer. Pero gracias a Dios la tengo a usted, doctora. Mi hija debería aprender de usted, siempre tan correcta y en control de sí misma. Usted siempre sabe qué decir.

La mañana había transcurrido de ese modo. Luego de Iori Sagawa, habían llegado otros tres pacientes más, y para ese momento, Sakura se sentía exhausta de repetir:

—Esta ansiedad que experimenta es propia del estrés. Relájese, tómese unas horas al día para despejar su mente, verá que sus relaciones mejorarán notablemente. No se sobre-exija.

—Señora, su insomnio es producto de su ansiedad. Se relaciona directamente con el estrés. Si permite que continúe así, vivirá en un estado de tensión constante. Debe mejorar sus hábitos alimenticios, establecer una rutina de ejercicio, ordenar sus tiempos y sólo así se distenderá.

—Está sufriendo síntomas típicos del estrés. Cuénteme sus preocupaciones, ¿qué lo aqueja?

Estrés. Estrés. Estrés.

—Veo esa palabra hasta en la sopa —Le dijo a Chiharu, llevándose una gran cantidad de fideos a la boca—. ¿Qué ocurre con la gente, por Dios?

—Es el capitalismo, Sakura —razonó su socia, reclinándose en el sofá.

—Me siento mal de sólo escucharlo. La última que vino ha llorado en mi diván porque ayer se hizo la manicura para una cita y se le ha corrido el esmalte a último momento —Dejó los palillos a un lado y sorbió sonoramente el caldo de verduras de su sopa—. El sólo cobrar por escuchar esto me apena.

—Quieren ser escuchados, Sakura. Y para eso hemos estudiado: para escuchar, diagnosticar y dar soluciones. Tú les has dicho que es llanamente estrés, y las soluciones son simples. Si vienen a ti, es porque quieren.

—Al menos Nanami y Yuu han hecho algunos progresos —Pensó, levemente más animada consigo misma—. Oye, ¿dónde consigues esta sopa instantánea? Es deliciosa.

—He ido al almacén de Riki —Se puso de pie y arrojó su propio paquete al bote de la basura—. Todo sabe mucho mejor después de psicoanalizar gente.

Sakura debió darle la razón.

Una larga tarde después, se montaba en su viejo Torino blanco y conducía por las calles de Tokio. La marcha de los autos había aminorado, y al bajar la ventanilla, se respiraba un aire fresco y primaveral, y el tránsito de los neumáticos a lo lejos sonaba como un murmullo distante. Aparcó frente a su pequeña casa, una más de toda la hilera de viviendas minimalistas del barrio. Ese era su lugarcito, su orgullo, pagado cada centavo con el sudor de su frente y años de ahorros. Entró y fue recibida inmediatamente por una atmósfera cálida, otorgada por las pulcras paredes en colores pasteles, los muebles antiguos de madera tallada, y el perfume floral que invadía cada habitación. Una decoración simple: ni recargado, ni soso.

—Hola, Kero, ¿tienes hambre? —Divisó una bola de pelos dorada acercarse desde el sofá a su encuentro. Lo tomó en sus brazos y acarició su pelaje sedoso— Hoy fue uno de esos días tediosos y rutinarios, ¿sabes? Necesito una buena comida y un largo baño.

Ya no se molestaba en pensar en lo deprimente que debía verse hablando con un gato: Sakura se había dicho que, ya que vivía sola y se pasaba ocho horas escuchando problemas ajenos, necesitaba alguien a quien confiarle los suyos. Y Kero había resultado ser el psicólogo perfecto: no le decía ni una palabra, la dejaba explayarse en la amplitud de su hartazgo, y encima, no le entendía ni jota.

—Nadie sale perjudicado de esto, amigo —Le dijo—. Tú me escuchas, yo te doy comida —Se escuchó un maullido—. Todos ganamos.

Se hizo una cena no muy elaborada, pues no tenía demasiadas ganas de cocinar, y luego se internó en la bañera alrededor de una hora. Estaba dejando que el vapor caluroso y la fragancia cítrica de las sales de baño la adormecieran lentamente, cuando su celular, al que mantenía siempre cerca de ella, pues no sabía cuándo un paciente podría necesitarla, comenzó a timbrar.

—¿Diga?

—¡Sakura! ¿Cómo estás? —La voz de su madre sonó efusivamente del otro lado de la línea.

—Ah, mamá —dijo, con los ojos cerrados—. Estoy bien. En realidad, estoy en la bañera. Si sueno como una adicta a las metanfetaminas, es porque las sales de limón que he comprado me tranquilizan demasiado —arrastró las palabras, complacida por la calidez del agua.

—Ya sabía yo que mi hija no es del tipo que se entrega a los estupefacientes.

—Me has criado bien.

—¿Ha sido un día duro?

Suspiró.

—No demasiado —mintió, sin querer preocuparla— ¿Y el tuyo? ¿Están todos bien allí?

Habló haciéndose la imagen mental de su pequeña casa en Tomoeda, el pueblito de su infancia. Un precioso jardín de jazmines, cuidado con esmero, la recibía. Una delicada puerta de madera se abría, trayéndole cada habitación hermosas memorias de sus años más felices. La luz primaveral filtrándose por las amplias ventanas de la sala, y su madre sentada frente a un elegante piano de cola, entonando mágicas melodías. Fujitaka, su padre, a un lado, viéndola con ojos de amor; y Touya, su hermano, esperándola para molestarla con alguna de sus bromas. Sonrió.

—Más que bien. Tu padre ha sido recomendado para dar un seminario muy importante en la Universidad. No da más de la felicidad —Sakura se imaginó a Fujitaka hablando frente a cientos de jóvenes de lo que más le apasionaba: la arqueología—. Touya vendrá este fin de semana a casa, parece tener buenas noticias, pero no quiere decirme nada hasta ese día —dijo emocionadamente—. En cuanto a mí, Sakura, temo que estaré muy ocupada —expresó con alegría—. Y planeo contarte sobre mis tareas este sábado, querida, porque vendrás a almorzar con nosotros.

—¿El sábado? —preguntó, repasando sus compromisos y concluyendo felizmente que no tenía nada importante que hacer— Suena bien. ¿Una pista?

Nadeshiko Kinomoto rió.

—No te diré nada. Sólo debes saber que vendrá la tía Sonomi junto con Tomoyo, y Touya se traerá a Yukito.

—Oh, esa es una gran indicación. ¿Se van a casar esos dos, al fin?

—¡Sakura!

—Vamos, mamá, no es más obvio porque no se han dado el lote frente tuyo. Pero lo harán —añadió, con una sonrisa victoriosa.

—Yukito es adorable, ambas lo sabemos —concedió—, pero aún no puedo ver la relación de la que me hablas. Yo pienso que son muy buenos amigos, casi hermanos.

—Sí, así empiezan. Confía en mí, madre, soy psicóloga.

Ambas se rieron.

—¿Cuento contigo el sábado entonces, hija?

—Por supuesto. Los extraño.

—Y nosotros a ti —Nadeshiko sonrió dulcemente, aunque su hija no pudiera verla—. Bien, no te importuno más. Sigue relajándote. Mucha suerte en todo, Sakura. Saluda a Chiharu por mí.

—Igualmente, mamá. Saluda a todos allá. Los quiero.

Su madre se despidió con besos sonoros, y cortó.

Sakura salió del baño entonces, habiéndose puesto el albornoz, y se dispuso a peinarse el cabello y recostarse. No tenía planeado sacrificar otra noche de buen sueño pensando en Ryo y todo lo que había pasado. Su divorcio podía esperar, Morfeo estaba primero. Además, no fuera que se le hacía costumbre desvelarse, y terminaba estresada como uno de sus pacientes. Con ese pensamiento en la cabeza, a los pocos minutos de las diez de la noche, se quedó dormida.


El estómago le rugió tan fuertemente que tosió para disimular, por si alguien lo había escuchado. En su camino al aula que le correspondía, Shaoran Li se preguntaba cuándo vendría su golpe de suerte. Porque, de momento, lo único que había recibido, eran golpes. No había sido suficiente con haberse esguinzado el tobillo practicando Muay Thai: también tenía que soportar los reproches continuos de Yuuko, que le presagiaban un matrimonio al borde del abismo, y ni hablar de los niños con los que debía tratar a diario.

—Buenos días —saludó Shaoran Li al curso, conformado por unas treinta personas. Todos los presentes se pusieron de pie—. Bien, no perdamos tiempo. Saquen una hoja, hoy es la evaluación —Dejó su maletín en el escritorio. En el fondo del aula, un joven levantó la mano—. ¿Sí, Harada?

—¿Puede darnos quince minutos para repasar?

Una sonrisa sardónica cruzó sus labios, pronunciando unas facciones masculinas muy atractivas que llamaron la atención de algunas alumnas.

—Ya, y también dime qué quieres para Navidad. Avisé con tres semanas de anticipación, si mal no recuerdo, Harada —El chico no dijo nada, encogiéndose en su asiento. Shaoran miró al resto del curso—. ¿Alguien más quiere hacerle perder a sus compañeros valiosos minutos antes de comenzar? —Nadie habló— Perfecto.

Anotó cinco ejercicios en la pizarra y se sentó en su escritorio, después de indicarles que podían empezar. Shaoran Li enseñaba matemáticas en la Preparatoria Aoiya de Tokio. Tenía veintiocho años, y llevaba dos impartiendo clases en el mismo lugar. A menudo recordaba sus viejas épocas como universitario: había decidido estudiar los números porque era lo que más le agradaba y lo que mejor se le daba. Durante lo que había sido su confusa vida como estudiante, había estado tanto tiempo desempleado, que aquella escuela era un regalo caído del Cielo. En el establecimiento, se lo conocía como un hombre puntual, disciplinado, de modales formales e inflexible en la enseñanza. A Shaoran no le agradaba la altivez en los estudiantes. Si la utilizaban entre ellos por alguna clase de instinto de preservación, le daba lo mismo, pero era su profesor, y le debían respeto no sólo a él, sino a la materia que impartía.

—Quedan quince minutos —advirtió, después de que hubo pasado un lapso de tiempo considerable.

Observó las expresiones alarmadas y concentradas. Algunos se veían confiados, y eso lo complacía. Otros, llanamente miraban la hoja en blanco con resignación, y los más valientes, se habían rehusado a tomar la prueba.

A Shaoran se le había inculcado férreamente que todo se aprende, siempre y cuando se le dedicase la correcta atención y respeto. Su Maestro, aquel que le había enseñado tanto artes marciales como máximas que aplicaría toda su vida, siempre se lo recalcaba. Y así, Shaoran Li había terminado siendo muy bueno en casi todo, y ahora gozaba de un sueldo respetable, una salud de hierro y un matrimonio. Sobre eso último, por momentos pensaba que todo se desmoronaba, pero, de algún modo, quizás podría arreglarse. No supo si se lo dijo para convencerse o porque realmente lo creía, y tampoco tuvo tiempo para ponerse a meditar, pues el timbre del receso sonó, al unísono con sus tripas. Todos los alumnos antes sentados se levantaron de un golpe y dejaron sus evaluaciones encima de su escritorio.

—Hasta mañana, profesor Li —Le dijo una alumna, Hotaru Kou, ondeando su melena oscura, y así un par más, saliendo del salón. Shaoran no respondió y se resignó a la desfachatez de las jovencitas.

—Mírate nada más, Shaoran, estás pálido —Una voz lo recibió al ingresar a la sala de profesores.

—Buenos días —Le dijo a Yamazaki Takashi, su colega, una vez que se sentó.

Inmediatamente sacó de su maletín una caja que rezaba "Panadería Aya", que cuando la abrió, enseñó brillantes donas bañadas en todos los colores glaseados.

—Presiento que me morderás si te pido comer una —dijo Yamazaki.

Él no se equivocaba: Shaoran estaba tan hambriento que podría comerse cuatro cajas de esas y aún no estar satisfecho. Pero, en cambio, propuso:

—Come. Esto sabe bien con el café.

Yamazaki advirtió que tenía su taza llena, pero Shaoran aún no tomaba nada, así que se apresuró a la vieja cafetera que descansaba en un costado, y le tendió una generosa cantidad.

—Por tu benevolencia —Le cantó teatralmente.

—Alabado sea Shaoran Li —bromeó, aunque no sonaba jocoso en absoluto.

Casi nadie pasaba tiempo en la sala de profesores durante los recesos en estación de primavera. Las tardes eran preciosas, demasiado cálidas como para ignorarlas luego de ser víctimas del despiadado invierno nipón todos los años. Generalmente pasaba sus ratos de descanso fuera de la escuela, donde se iba a algún parque a disfrutar de la brisa perfumada, o se quedaba en un café y volvía luego de un rato. Pero había veces como esa, en las que no tenía ánimos para trasladarse a ningún lado, pues todo le irritaba. Y Yamazaki siempre aparecía ahí, en la sala de profesores.

—Tienes suerte de ser una de esas personas que no logra fastidiarme en días como estos —confesó, verbalizando sus pensamientos.

Rió.

—¿Te tocó una mañana difícil con los chicos? —Hizo referencia a sus alumnos— ¿O fue tu esposa esta vez?

Suspiró cansinamente, dándole un largo sorbo al café.

—Un poco de ambos.

Había discutido con Yuuko la noche anterior. Esa vez, la discusión había surgido por Meiling, su prima. Se había enterado hacía poco que se mudaba a Japón. La joven, tan aventurera y despreocupada como podía serlo con la edad que tenía, había decidido probar suerte en tierra extranjera. Shaoran se sintió reconfortado por la sensación de tener a alguien tan querido para él, viviendo en su misma ciudad, Tokio, cuando generalmente estaba acostumbrado a visitas ocasionales en vacaciones y no mucho más. Le había sugerido a su esposa recibirla con una cena tradicional japonesa que él prepararía, pero ella había enloquecido en negaciones, alegando la vida alocada de su prima:

—No puedes apañar su actitud, Shaoran. Tiene veintitrés años y aún no ha sentado cabeza. ¿A cuántos hombres crees que ve por semana? Es promiscua —Había dicho.

—Una delicada manera de decir que mi prima es una puta, ¿verdad, querida esposa?

—¡Shaoran! —Le reprendió— No seas grosero.

Se rió sarcásticamente.

—¿Yo soy grosero? ¿Acaso te estás escuchando, Yuuko? No has hablado ni tres veces con Meiling en todo lo que estamos casados, ¿y aún así te refieres a ella de ese modo?

—Pues por algo no he querido entablar una relación.

A Shaoran le hervía la sangre siempre que se metían con alguien que fuera de su familia. Sus hermanas, su prima, y sus pequeños sobrinos eran las personas que siempre lo habían apoyado, sin importar la circunstancia. Le enfermaba que su propia esposa hablara así de su prima (y aparentemente de cualquier persona o ente que le despertara afecto), sin conocerla lo suficiente.

—Si te hubieras molestado en hacer algo más que prejuzgar, Yuuko, como se ve que adoras hacerlo, sabrías por qué Meiling hace lo que hace. Y ninguno de tus prejuicios impedirá que ella venga este sábado a cenar a casa.

—Ha pasado años en China, ¿por qué se aparece en Japón ahora? —Bufó ella, sacudiendo su cabello azabache.

—Esto es como hablar con la pared —Sólo dijo, y se fue a su estudio antes de montar en cólera, romper con su moralidad, e insultar a una mujer.

Así que, a la mañana siguiente, como no había subido a su habitación a dormir con ella, su esposa había decidido marcharse temprano a la casa de una amiga, a hacer compras por la tarde, como le había dejado dicho en una nota pegada al refrigerador:

"Iré a lo de Hanako, saldremos de compras. Me he llevado las tarjetas. Adiós"

Pero no, su mujer no se había llevado sólo las tarjetas... Sino todo el dinero destinado para comprar comida en la casa. Volvería seguramente con tantas bolsas de ropa y otros artículos innecesarios que apenas podría pasar por la puerta. Shaoran no había tenido tiempo de ir al supermercado. La heladera estaba vacía, y se había quedado dormido y sin tiempo de prepararse algo para comer. Y para colmo, aún no podía descargar toda aquella frustración en el ring, porque no terminaba por curarse. Así que Shaoran no se encontraba en las mejores condiciones, y en su cabeza sólo podía repetir una frase, como un mantra: "Aguántalo, aguántalo".

—Tranquilo, hombre —Le dijo Yamazaki en un momento, colocándole una mano en el hombro. Y entonces alzó su dedo, y habló sabiamente—. Mira, los antiguos egipcios tenían una milenaria solución para los problemas de pareja: consigue una tortuga, hiérvela, y báñate en ese caldo por tres días y tres noches. Eso despierta el espíritu del Dios Testudo, conocido en la Antigüedad por personificar la templanza y la determinación de la tortuga cuando emprende su marcha lenta, pero segura, por los terrenos escabrosos. Verás que el amor florece como un pétalo de Cerezo.

Shaoran no sabía de dónde sacaba él datos tan interesantes, pero se dijo a sí mismo que ese Yamazaki era bastante culto. Entonces sonó el tono de mensajes de su celular. Abrió la tapa y leyó el texto en letras negras:

"Mandé a volar a Makoto. Todo iba bien, hasta que me habló de parejas swingers, y ahí me dije: 'Meiling, chica, huye si sabes lo que es bueno'. Creo que hice bien. Los japoneses son extraños, espero que a ti no se te hayan pegado esas mañas. ¿Puedo verte el sábado?"

Sonrió sinceramente, negando con la cabeza. Escribió:

"Claro. Yuuko se ha rehusado a mi idea de que cenes en casa, como supuse que lo haría, pero no necesitamos que ella arruine tu llegada a Japón con sus comentarios. Conozco un buen lugar para hablar de todo lo que debamos. Luego te aviso cómo llegar."

La réplica no tardó:

"Tu esposa no me agrada, eso ya lo sabes, así que en cierto punto me alegra. De acuerdo, Xiao Lang, ¡nos vemos!"

Luego de una jornada larga de trabajo, y después de acompañar a Yamazaki a la estación de tren, Shaoran se dirigió a su casa en su modesta 4x4 negra. Atrasó el viaje lo más que pudo, sintiéndose a menudo agradecido por las interrupciones del tráfico y los semáforos que lo obligaban a detenerse. La residencia Li le dio la bienvenida: un amplio lote de dos pisos, decorado al más puro estilo oriental. A Shaoran siempre le había parecido hermosa la fusión entre su cultura China natal y el Japón.

—Otra vez tarde, ¿eh? Debiste haber llegado hace una hora.

Yuuko lo miraba desde la sala con los brazos cruzados, con una expresión que la hacía parecer afligida. No se sintió afectado en absoluto.

—Cuando vives en Tokio, tienes este problema llamado tráfico, ¿te suena conocido?

Se dispuso a dejar sus cosas en el sofá y se desajustó un poco la corbata, fatigado.

—Te extrañé anoche, lobito.

Él sonrió, sin que la emoción le llegara a los ojos.

—Yo extrañé mi dinero esta mañana.

Los ojos celestes de Yuuko brillaron enigmáticamente. Su esposa tenía ojos hermosos de forma felina y largas pestañas, tan oscuras y abundantes como su melena ébano. Se acercó a él, con pasos igual de gatunos. Estaba ataviada en una lujosa bata de seda turquesa, uno de los regalos que habían recibido el día de su boda.

—Lo siento, Shaoran. Estaba enojada. Sabes que digo y hago muchas cosas estúpidas cuando me enojo. Soy una tonta —susurró, tanteando para abrazarlo.

Shaoran se dejó rodear por sus brazos.

—Si continúas riñéndome por todo, Yuuko, seré yo el que termine enojándose —murmuró, sintiéndose muy cansado.

—Yo te amo, Shaoran —Le dijo al oído, y lo siguiente que hizo fue dejar caer la seda que la cubría, quedando desnuda ante él—. Lo siento mucho.

La voz de su esposa sonaba como un hechizo que debía repetirse varias veces para que hiciera efecto. Yuuko le había dicho eso tantas veces, que ya había perdido la cuenta. No pudo decirle que la amaba también, pero simplemente se dijo a sí mismo que, si quizás aguantaba un poco más; si quizás le daba una nueva oportunidad, el hechizo funcionaría, y volvería a ser la mujer de la que se había enamorado.


Notas de la autora:

¡Hola a todos! He vuelto con una historia nueva. Comenzando a escribir "En la oscuridad", me di cuenta que mis pensamientos estaban girando demasiado en torno a lo sombrío (digamos que me contagié de la atmósfera de mi propia historia xDD), así que en una de esas noches de insomnio, empecé a maquinar ideas extrañas respecto a una Sakura psicóloga y un Shaoran que enseña matemáticas. Al día siguiente, salió ésto, y al siguiente, otro más: puedo decir felizmente que estoy trabajando en el quinto capítulo de esta historia nueva, así que voy bastante avanzada. Necesitaba agregarle un toque de humor a mi vida, y me pone muy contenta presentar este segundo proyecto.

Espero que este primer capítulo les agrade. Es bastante cortito en comparación a los que escribí después, pero creo que como introducción a las vidas de ambos personajes, está bien. Me encantaría saber qué les pareció a través de sus reviews, ¡no cuesta nada! Sólo pulsar algunas teclas y decirme si se aburrieron o se divirtieron xDD Así que, sin irme por las ramas, los dejo, niños. Nos leemos próximamente :D

¡Chauuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!