Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece.
Advertencias: Insinuaciones sexuales bastante explícitas.
Parejas involucradas: Francia/Inglaterra.
Palabras: 1,264. Típica idea corta xD
Resumen: El inglés, de cejas espesas y desordenado cabello rubio se dio por vencido al terminar de beber su café. Nunca estaría con alguien tan guapo como aquel hombre.
Sucesos históricos relacionados: Ninguno. Este es un AU 8D.
Nota de autor: Emm. Vuelvo por acá con un one-shot (aunque puede ser que tenga continuación, secuela, o algo más adelante) que se me ocurrió de repente. Si no he podido seguir con Notting Hill por ahora es por una resequedad que me atacó específicamente con eso y porque Tumblr me absorbe xD ¡Espero que sea de su agrado! Y no sé si será mucho pedir algún comentario de parte de ustedes C:
Love at first sight
El acordeonista tocaba tan rápido que Arthur no alcanzaba a ver bien todos sus movimientos. O era eso o era que su belleza era realmente un factor que distraía muchísimo. Porque sí, el acordeonista que aparecía sentado junto a la puerta de un cafecito de Montmartre era un rubio que de pie podría superar fácilmente el metro con setenta de estatura, de una melena larga y ondulada del dorado más hermoso que Arthur hubiese visto nunca, sólo comparable al oro que teñía tantas lámparas en el interior del Palacio de Versalles; melena recogida en una cola baja, que asomaba por su hombro.
Sus ojos eran del mismo color que ya hacía tres años había visto pasar bajo el avión, en el Canal de la Mancha, aquel color océano que se hacía tan profundo en medio del barrio bohemio de París. En sus largos y finos dedos estaban las marcas de una sólida unión de años a una damisela. El anillo dorado que antes estaba en la zurda ahora brillaba en su mano derecha, casi tan brillante como el día del funeral de la joven Jeanne, la que le había dejado solo con un bebé del cual cuidar. Un bebé que ahora tenía siete años recién cumplidos.
Arthur grabó en su mente la imagen de la barba del acordeonista, de una textura que debía ser gratificante. Corta y aparentemente descuidada. Le daba un aire maduro al músico. Sus ropas, sin ser elegantes, eran lo más cercano que Arthur estaría nunca de una pasarela llena de modelos de moda callejera para hombres. Pantalones abombachados con suspensores, una polera algo larga con líneas horizontales que dejaba el cuello y parte del hombro al descubierto, unos botines preciosos de un color que poco importaba, y un sombrero negro de tela, que yacía en el suelo desde hace algún rato, esperando recibir alguna moneda.
El músico acabó la pieza y un joven de cabellos blancos se le aproximó desde el café para darle el cigarrillo que llevaba en los labios y murmurarle algo en alemán. Los ojos de mar sonrieron, de sus labios escapó el humo recién aspirado y el cigarrillo permaneció en su lugar, entre unos labios rosáceos que provocaban a Arthur con su aparente tersura.
El albino soltó una carcajada fuerte, casi estridente y observó hacia el café. Con un solo chiflido apareció un joven moreno, de piel tostada, que sonriendo quiso llevarse al alemán mientras el acordeonista reía de buena gana. Le tironeó del brazo y el rubio le devolvió su cigarrillo. Los jóvenes comenzaron a correr, el acordeonista se rio nuevamente, haciéndoles una seña.
- À bientôt, Gilbert! – Le gritó al albino, mientras les veía doblar en la esquina.
Arthur se sonrojó levemente; la voz grave del francés –porque su acento no daba lugar a dudas- era aún más hermosa que el sonido que escapaba de su acordeón cuando lo hacía sonar.
El inglés, de cejas espesas y desordenado cabello rubio se dio por vencido al terminar de beber su café. Nunca estaría con alguien tan guapo como aquel hombre. Era muy poca cosa, enflaquecido por su propia comida y por el estrés de tantas horas de trabajo, de tanto dinero gastado y por gastar en Alfred. Poco a poco, su vida iba cayendo en un círculo vicioso.
- La Valse des Monstres. – Le oyó decir en voz alta al francés, que se acomodaba el acordeón sobre las piernas.
Uno, dos segundos, y lo vio comenzar, abriendo el fuelle con una mirada de cariño dedicada al teclado de su instrumento. Era un ambiente tan íntimo, y el francés emanaba tal calidez que Arthur podía quedarse toda su vida escuchándole, quitándose el peso de los problemas de su vida de encima por completo, sintiendo que sólo existían él, el acordeón y el músico de ojos color océano y nariz más bien prominente, que aún así era tan perfecta para su rostro.
Hubieron de pasar unos tres minutos para que la pieza acabase. El francés sonrió cuando algunos de los clientes del café aplaudieron. Gente que pasaba dejaba monedas de regalo en su sombrero. Era la rutina de todos los días. Arthur bendijo la hora en la que se le ocurrió darse un paseo por Montmartre en vez de sentarse en la silla de siempre, en el café de siempre de los Champs-Élysées.
Dejando pagada la cuenta, se acercó al francés que bebía de una botella de agua. Él no se detuvo para mirarle, pero Arthur frenó justo frente a él, como esperándole.
El acordeonista dejó la botella a un lado. Sus manos volvieron a su posición en el instrumento. Y entonces sus ojos azules se encontraron con aquella mirada verde que sólo en sus sueños había visto. Sonrió con dulzura.
- Bonjour, Monsieur. – Le saludó el francés, ladeando la cabeza.
Arthur no dijo nada. Sus ojos seguían posados en los color océano del gabacho, entrecerrándose hasta llegar a parecer seductores. Era una mirada realmente potente ante los ojos del músico.
El inglés sacó una moneda de su bolsillo y la aventó al sombrero. Sus ojos se abrieron levemente, el ceño frunciéndose. El británico se cruzó de brazos.
- Play something.
Y aunque el francés no sabía palabra alguna de inglés, inconscientemente supo que debía tocar. Sus dedos acariciaron las teclas que formaban la melodía de La Veillée, otra canción de Yann Tiersen. Esta vez sus ojos dejaron de observar sus propios movimientos, y se quedaron prendados a los verdes de Arthur. A los ojos de un joven vestido de oficinista, que a pesar de llevar años viviendo en Francia, sabía menos francés que cualquiera que llegase de vacaciones a aquel país.
Era una sensación muy extraña, definitivamente. Fue entonces que Francis, como el acordeonista se llamaba, comprendió a la perfección de qué se trataba todo eso.
A pesar de que el joven que hacía de crítico espectador no era tan agraciado como a él le hubiese gustado, sin duda, tenía cierta belleza exótica. Sus ojos eran de esos fríos e inquebrantables, su voz emanaba una desconfianza desmesurada y un carácter evidentemente competitivo.
Pero su piel, sus labios, parecían tan tersos, suaves y delicados, que Francis hubiese querido quedarse con él, besándole en alguna habitación de hotel durante toda la noche y todo el día siguiente; haciéndole el amor sólo para oír aquella dura voz volverse blanda e incoherente en medio de una sinfonía de gemidos, viendo sus verdes ojos cerrarse con fuerza ante algún movimiento inesperado, su espalda arqueándose en un ángulo exquisito tras una estocada sorpresiva. Sintiendo su sudor mezclarse con el suyo mientras el aroma del sexo se hacía presente. Subyugándole por medio del placer. Dominándole en posiciones indecorosas y viendo el cabello dorado del inglés desordenarse, aún más de lo que ya estaba, contra la almohada. Mordiéndole el cuello y succionándole para marcarle como suyo, sintiendo, de paso, el sabor de su piel aterciopelada.
Y más que eso, Francis logró imaginar de qué modo podría haber vivido con el británico. Bebiendo café juntos en su apartamento, abrazados y reconfortados bajo una manta cálida, observando París desde la altura del sexto piso.
La pieza acabó. Arthur no se molestó en aplaudir. Le miró por una última vez y le vio desaparecer por la calle, caminando entre la gente.
Por primera vez, Francis se sintió realmente descorazonado. Y comprendió que el amor a primera vista sí existía. Aunque se tratase de un amor imposible, pues probablemente no pudiese volver a verle.
Y se encontró sorprendido por la vibración de su móvil, con la llamada de su hijo para que lo fuese a buscar al colegio.