Disclaimer: Full Metal Alchemist no me pertenece, semejante obra ha sido creada por la gran Hiromu Arakawa. Sólo hago esto por diversión y sin ánimo de lucro.

Bueno, me vuelvo a meter por este fandom tras releerme el manga hace poco, y con una historia de varios capítulos. ¡Milagro! Como no puede ser de otra manera es un Royai, sobre cómo se conocieron y demás.

Espero que la disfruten y ya, sin más dilación les dejo con el primer capítulo.

Our Story

Capítulo I

Él tenía catorce años cuando la conoció, ella sólo diez. Roy la había visto escondida en la oscuridad de la casa, mirándole fijamente con esos ojos ámbar. Berthold, su mentor, le dijo que era su hija y que era demasiado tímida.

- En la cena la conocerás, no podrá huir de ti entonces –añadió empezando a subir las escaleras.

Roy la miró unos segundos antes de seguir a su maestro. Berthold no dijo nada más de su hija, ni tan siquiera su nombre. Sin embargo, se puso a hablar de los horarios que reinaban en la casa y de cómo se hacían las cosas. Todos debían cooperar.

- Mi hija de diez años es capaz de meterse en la cocina, así que espero lo mismo de ti. Ella te ayudará los primeros días –le explicó-. Para comprar iréis los dos juntos, y en tu tiempo libre puedes hacer lo que quieras –concluyó.

Roy asintió. Era un hombre estricto, pero no había nada que hacer, quería aprender alquimia y necesitaba ayuda para ello, leer libros en su casa ya no era suficiente si quería prosperar. Además, desde hacía un tiempo había tenido un sueño, y quería hacerlo realidad. Y había escuchado vagos rumores sobre aquel alquimista que hablaban de su inteligencia y de sus magnificas investigaciones.

- Bueno, ve colocando las cosas, en un rato cenaremos.

Cuando su nuevo maestro se fue, Roy pudo respirar tranquilo. Berthold tenía la extraña capacidad de ponerle tenso, sentía que debía estar alerta continuamente. Pensó en su hija y en lo que debía suponer para ella eso.

A la hora de la cena, bajó y se encontró con la mesa ya puesta y a la chica terminando de colocar los cubiertos. Roy sabía que no tenía sirvientes ni ninguna ayuda para aquella casa tan grande, hecho que le extrañó. Su madre le iba a dar una buena suma de dinero por su educación, así que podría haberse conseguido alguna ayuda para una casa tan grande.

La chica entonces le miró con aquellos ojos ámbar. Y Roy dudó. Si no recordaba mal, Berthold le había dicho que tenía una hija, pero de repente lo dudaba. Aquella supuesta niña tenía el pelo corto e iba vestida con unos pantalones y una camiseta de colores apagados. Se fijó en ella hasta que vio sus pendientes, definitivamente era una chica, aunque no lo parecía.

Roy esperó a que dijese algo, pero ella se limitó a terminar de colocar la mesa y huir a la cocina. Cuando volvió a salir llevaba un plato e iba acompañada de su padre. Berthold le indicó donde poner la comida y ella se limitó a hacerlo, ni una sonrisa, ni una mirada.

- Bueno, Roy, te presento oficialmente a mi hija, Riza Hawkeye –dijo a modo de presentación-. Riza, él es mi nuevo aprendiz, Roy Mustang.

La chica dio unos pasos cortos hasta colocarse frente a él y extenderle la mano.

- Un placer –dijo cuando él le apretó la mano.

- El placer es mío –replicó Roy con una suave sonrisa que no fue correspondida.

La chica se fue rápidamente a su sitio para sorpresa de Roy que la miró extrañado. Debía ser extremadamente tímida.

Aquella cena fue rara, apenas se habló y Roy vio que entre padre e hija existía un formalismo que provocaba que, visto desde fuera, pareciese una relación fría.

Al día siguiente, su maestro empezó a ponerle actividades sobre alquimia. Actividades bastante difíciles para Roy que empezó a hacerlas poco convencido. Aquel día, Riza revoloteó a su alrededor al no tener nada que hacer aún. Su presencia no le molestaba en absoluto, pero Roy esperaba a que hablase en cualquier momento, y la expectación le dificultaba concentrarse.

- Una está mal –dijo al asomarse a sus papeles finalmente.

Eran las primeras palabras que le dirigía desde que fueron presentados en la cena. Roy alzó la vista de sus papeles y se encontró con sus ojos. Ahora que podía verla más de cerca, no entendió cómo pudo haberla confundido con un niño. Tenía su pelo rubio corto, pero lo demás, pese a su corta edad, eran los rasgos de una chica. No hablaba del cuerpo sin formas de niña que tenía, pero su rostro era femenino. Su expresión le recordaba a la de su padre, pero más dulce. Tenía unos rasgos afilados en general, aunque la forma de su cara era más bien redonda, su nariz era afilada, de un tamaño perfecto; sus labios eran gruesos, jugosos; y sus ojos eran increíblemente grandes adornados con unas largas pestañas que recalcaban el color ámbar de sus ojos y sobresaltaban más a causa de su piel pálida. Roy se sintió hipnotizado por el esos ojos de tan extraño color. Berthold tenía el mismo color que ella, pero sus ojeras le daban un aspecto siniestro, justo lo contrario a lo que le ocurría a los de su hija, que brillaban con fuerza.

- ¿Perdona? –preguntó al haberse perdido en los ojos de la niña.

- Que uno de los ejercicios está mal.

Roy sonrió confiado, aunque fuese su hija, Roy dudaba que pudiese comprender aquellos ejercicios tan complicados. Pero su sonrisa desapareció cuando ella le señaló el fallo.

- ¿Cómo lo has sabido?

Ella se encogió de hombros.

- Eres muy buena. ¿Tu padre te está enseñando alquimia?

Riza negó con la cabeza.

- No me lo permite, aunque tampoco es que quiera.

- Debería enseñarte –replicó.

La chica no dijo nada sobre aquello.

- Espero que dures más que el último –dijo entonces-. Me has caído mejor que los anteriores y no me gustaría que llegase otro nuevo.

- ¿Ha habido muchos antes?

Ella asintió y enumeró algunos nombres.

- Mi padre es muy estricto, pero me alegro de que echase al último. Era un portento, pero era algo estúpido y brabucón.

- ¿No es esa una palabra muy difícil para una niña de tu edad?

Riza volvió a encogerse de hombros. Y antes de que Roy pudiese decir nada, ya se estaba yendo. Era una chica bastante rara y poco habladora, sin duda en eso se parecía a su padre.

Terminó los ejercicios y fue a ver a su maestro para dárselos. Roy sabía que debería haberse callado el hecho de que Riza le había ayudado, pero realmente creía que la chica se merecía aprender alquimia si mostraba buenas dotes.

- Es muy buena, me ha corregido en uno de los ejercicios.

Su maestro asintió.

- Es una niña con talento –aceptó.

Roy al escucharle no entendió nada. ¿Por qué la mantenía alejada de la alquimia? ¿Por qué se la prohibía entonces?

- ¿Por qué no hace nada si lo sabe?

Le miró fijamente.

- Porque hice una promesa –contestó dejando de escribir-. Le prometí a mi esposa que no le dejaría ser alquimista.

Roy no entendía nada. ¿Por qué prohibir a una niña aprender alquimia cuando su padre era un portento y ella demostraba tener parte de los dones de su padre? Permaneció en silencio, esperando a que explicase su respuesta.

- Parece ser que nos parecemos más de lo que a Riza le gustaría. Su madre siempre decía que tenía el mismo brillo que mis ojos, y que eso no es bueno.

Seguía sin entender nada, y conforme más le explicaba menos entendía. Ya no era el hecho de que Riza no pudiese aprender alquimia, sino también el que su madre se casase con su profesor para prohibirle a su hija aprender algo tan extraordinario como la alquimia.

- Somos demasiado pasionales –dijo tras unos segundos de silencio-. Nos dejamos arrastrar por nuestras pasiones y anhelos, eso es lo que decía mi esposa –añadió volviendo entonces a su trabajo.

- Pero eso no es malo –replicó, jamás había escuchado a nadie decir que apasionarse era malo.

Hawkeye le miró de soslayo sin decir nada. La conversación había terminado. Berthold sabía que su esposa tenía razón en lo que decía, y no quería aprisionar a su hija en la misma jaula que él, por mucho que eso pudiese unirlos. Era mejor una relación distante, que arrastrarla al mismo pozo en él que se encontraba atrapado.

- Me alegro de que hayas empezado a hablar con ella, es muy tímida y no siempre consigue llevarse bien con todos. Espero que os llevéis bien –dijo antes de que Roy se fuese-. Mañana haremos algo diferente.

Roy salió de la habitación, liberado de todo lo que tuviese que hacer. Aquel primer día sólo le había dado unos ejercicios para poder guiar su aprendizaje. El resto del día lo tenía libre. Pensó en ir al pueblo, aunque no estaba muy seguro de cómo llegar.

Pasó al lado de una habitación y se encontró a la chica, que estaba leyendo algún libro. Llamó a la puerta para captar su atención. Ella le miró.

- Voy al pueblo –empezó a decir-. ¿Podrías decirme cómo llegar?

Ella pensó unos segundos.

- Si quieres puedes acompañarme –le propuso recordando las palabras de su maestro.

Riza dudó.

- ¿Estás seguro?

- Me vendrá bien la compañía. No conozco a nadie aquí.

Ella asintió entonces más tranquila. Dejó el libro en su sitio y se puso los zapatos. Roy esperó pacientemente apoyado en el resquicio de la puerta a que ella fuese.

- El camino no es muy difícil, lo aprenderás pronto, sólo hay un par de cruces.

Roy la siguió. Durante el camino la chica no habló demasiado, dejándole a Roy iniciar conversaciones que acababan siendo monólogos sobre su vida con su madrastra y hermanastra a las que adoraba.

- En mi caso, mi madrastra es buena y adorable, aunque con mucho carácter.

- ¿Es cómo tu madre? –preguntó Riza.

- Es mi madre, no conocí a la mía, así que ella lo es para mí.

Roy la vio suspirar y durante un instante pensó que quizás había metido la pata al hablar de su familia. Aún no sabía cuál era la situación de la familia Hawkeye, pero por lo que había visto no podía ser muy buena. Intuía que su madre había fallecido, pero nada más allá de eso.

- Mi madre era muy dulce –dijo entonces ella-. Cuando vivía todo era muy distinto en mi casa, aunque no me acuerdo demasiado de aquellos años.

- ¿Falleció hace mucho? –preguntó tras unos segundos de silencio.

- Hace tres años. Desde entonces todo ha perdido color –dijo mirando de soslayo hacia la casa que estaban dejando atrás.

Roy no quería ser indiscreto, pero quería saber si su madre tenía algún problema con la alquimia.

- ¿Tu padre practicaba alquimia?

- Por supuesto –contestó como si fuese evidente.

- ¿Le gustaba a tu madre?

Riza le miró fijamente entonces.

- Mi padre siempre ha estado entregado a la alquimia, y mi madre lo aceptaba, siempre le animaba a continuar… la alquimia de fuego de mi padre es espectacular –contestó-. Pero desde que murió mi madre…

No terminó la frase, pero no hizo falta para Roy. Berthold estaba obsesionado con la alquimia, y desde que muriese su esposa seguramente habría perdido el control. Aún así no entendía por qué no le enseñaba alquimia a su hija. Roy habría seguido preguntando, pero se abstuvo, no quería seguir cotilleando y mucho menos, remover un pasado doloroso para la chica.

Se le notaba afectada al hablar de su madre. Roy estaba seguro de que las cosas habían cambiado desde la muerte de la esposa de su mentor. Decidió cambiar de conversación entonces.

- ¿Es muy grande el pueblo?

- Es un pueblo, por definición no es muy grande.

Roy miró a la chica que había soltado aquel comentario tan alegremente dejándole por idiota. Aquel fue el primero de los muchos comentarios cortantes que recibiría de ella, aunque eso sí, no solían ir con mala intención. La chica no destacaba sus habilidades sociales.

OoOoOoOoOoOoOoO

Tras un par de meses en la casa, Roy se había acostumbrado a la rutina que allí reinaba. Todas las semanas recibía una carta de su familia, y los miércoles bajaba al pueblo con Riza a comprar comida y demás materiales necesarios. Por las mañanas estaba estudiando alquimia, y por la tarde podía dedicarse a lo que quisiese, generalmente a leer. Ayudaba a Riza con la cocina y la limpieza, ya que su maestro cada vez se desentendía más de todo aquello.

En aquel tiempo había celebrado, si aquello se podía llamar celebración, el cumpleaños de Riza, y el suyo propio. Se sintió terriblemente mal al ver el pequeño regalo de la chica cuando él no le había dado nada. Roy apuntó en su calendario el cumpleaños de Riza para el futuro.

La relación padre-hija que existía seguía siendo de lo más extraña para él, pues veía que apenas existía entre ellos. Pero aquello fue algo que no preocupó demasiado a Roy, no tanto al menos como el hecho de que Riza no solía sonreír. La había visto hacer amagos de sonrisa, pero jamás le había visto curvar sus labios hasta enseñar sus dientes en una genuina sonrisa de felicidad.

Riza era reservada, y no tenía muchos amigos de su edad, al parecer su padre atemorizaba a todos los niños y temían acercarse demasiado a ella.

- Me da igual –le dijo un día ella restándole importancia al asunto-. No quiero amigos que sean unos cobardes.

- No creo que esa manera de pensar sea muy buena –replicó Roy.

- Tú tampoco tienes muchos amigos de tu edad.

- Pero es distinto, yo llevo aquí unos meses…

- Sólo te escribe y te llama tu madre –le cortó con rapidez.

Roy de repente se sintió vencida por aquella cría. Había escuchado lo que le había pasado al anterior aprendiz, Carl, un chico con talento pero que no consiguió llevarse demasiado bien con Riza. Berthold le había echado de su casa alegando que no estaba preparado para adquirir sus conocimientos ni comprenderlos, pero Roy estaba seguro de que la expulsión se debió a las malas relaciones con su hija.

Berthold le había demostrado que no era un padre ejemplar, era nefasto para eso y quedaba constancia en la falta de relación entre ellos, pero se preocupaba por ella a su extraña y negligente, en ocasiones, manera. No le enseñaba alquimia, pero se preocupaba por que tuviese una educación exquisita e incluso le recomendaba libros para leer.

Pero volviendo al tema de Carl, Roy podía intuir por qué el chico no había podido llevarse bien con Riza. Roy quería a la niña, pero debía admitir que a veces era duro estar con ella, no estaba seguro de si lo hacía queriendo, pero la verdad era que a veces podía tener unas réplicas ingeniosas, y tenía la capacidad de encontrar respuesta para todo.

- A veces entiendo a ese chico, Carl –dijo entonces.

Riza alzó la mirada de su libro.

- No puedes contestar a todo.

- Carl era idiota, y se merecía que le contestase a todo. Mi padre habría perdido el tiempo con él.

- Entiendo que no te hablase bien a veces si continuamente le replicabas.

- Si una niña de ocho años te vence dialécticamente cuando tienes quince creo que eso denota que no tienes muchas luces, ¿no? Por lo tanto se lo merecía.

Roy aceptó que tenía parte de razón, aunque seguía siendo demasiado contestona.

- Además, él era realmente idiota –agregó.

- Pero volviendo al tema inicial, yo empiezo a tener amigos aquí.

Riza le miró incrédula.

- El sábado saldré con ellos.

- ¿Los hermanos McCoy?

Roy asintió.

- Son buenos chicos –aceptó.

- Yo estoy haciendo amigos, así que haz tú lo mismo.

- Al menos te tengo a ti –dijo sonriendo levemente.

Roy querría haberle dicho que él no era un amigo de verdad, que no era de su edad, pero decidió callarse. Riza era feliz con aquel pensamiento, y Roy no pensaba contradecirla. Además le había dedicado una de sus leves sonrisas y, ante eso, él no podía decir nada.

Roy se fue en navidades de la casa para ver a su familia. Volver a ver a su madrastra y su hermana le alegró, pero se fue preocupado al dejar a la pequeña familia Hawkeye. Riza le comentó sus planes para Nochebuena, no eran muy alentadores, padre e hija estarían juntos, pero poco más.

Aunque estaba preocupado, al estar entre los brazos se olvidó de la pequeña y su maestro. No podía pensar en nada más cuando su hermana lo colmaba de caprichos, y su estricta madre le consentía.

Las Navidades pasaron rápidamente y cuando volvió a la casa volvió a su rutina.

- Tuvimos una cena fantástica.

- Se nota, has engordado.

Roy miró mal a Riza.

- Eso es bueno –dijo ella con rapidez al ver su mirada.

- No lo siento como algo bueno.

- Eso es que tu madre te ha cuidado bien y te ha cocinado los mejores platos...

- No es mucho de cocinar.

- Pues te ha llevado a los mejores sitios.

Podría haberle dicho algo más, pero Roy no tenía ganas de pelear con ella en aquel instante. Además, como solía ocurrir con ella, no lo decía con mala intención, sino todo lo contrario.

- ¿Y por aquí?

- Tuvimos una cena muy buena también –se limitó a decir.

Roy empezaba a ver cierta similitudes entre ambos, entre la que destacaba su capacidad de conversación. A veces se sentía como un policía que tenía que sonsacarle información. Suspiró pesadamente y empezó a hablar de sus días con su familia mientras le preguntaba de vez en cuando a ella.

Y aquello fue algo que apenas cambió a lo largo del tiempo. Pero Roy se acostumbró a sus largos silencios y contestaciones cortas. No iba a exigirle más de lo que podía dar, se conformaba con sus medias sonrisas y su mirada atenta cuando él hablaba. Se sentía bien así, sabía que poco a poco las cosas seguirían cambiando, y era bueno ir conociéndola poco a poco, Riza era una chica llena de sorpresas. Pese a lo callada que era y seria, la chica estaba llena de buenas intenciones e ilusiones.

Aquel año hubo una feria cerca y Berthold le pidió que llevase a su hija, ya que él no podría ir. Y así lo hizo Roy. Todas las luces que había, el ruido, la gente pareció despertar algo en Riza que se animó estando allí. Nadie sabía quién era, nadie temía a su padre, ni le debía respeto. Riza se encontraba libre allí.

- Vamos a las casetas de tiro –dijo al verlas a lo lejos.

Riza se quedó mirando el puesto.

- ¿Quieres algo? –preguntó con una sonrisa al verla tan feliz.

Ella acabó asintiendo y señaló un peluche que había allí de un perro, aquello era lo más cerca que había estado Roy de ver un lado más femenino en ella. Y pagó para tener unos tiros, aunque no fue el héroe que habría querido ser.

- Bueno, no pasa nada, me alegra con que lo hayas intentado, estaba alto.

Aquello le hizo sentir peor, Riza le estaba reconfortando y ella jamás hacía eso.

- Si la señorita lo desea puede probar –dijo entonces el hombre del puesto.

Riza asintió encantada y, para asombro de todos, tiró el peluche. Una niña que apenas podía coger bien la escopeta de la feria y que llegaba al mostrador a duras penas, había tirado el peluche.

El hombre volvió a poner el peluche en su sitio para disgusto de la chica.

- El peluche es tuyo, pero me gustaría que volvieses a tirar.

Quería ver si había sido suerte. Pero para asombro, otra vez, de todos, no lo había sido. Riza tenía buena puntería. Muy buena.

- Si quieres algo dímelo –dijo entonces con una sonrisa, no era una amplia sonrisa como la que Roy quería verle, pero para Roy era suficiente como para olvidarse de la humillación y pedirle lo primero que se le ocurrió.

Riza estaba disfrutando con aquello, era buena y el hombre de la tienda parecía aterrorizado mientras gritaba que había creado un monstruo.

Y mientras volvían a casa, la vio reír por primera vez. Tras seis meses, había conseguido verla reír y era un sonido muy agradable y una vista hermosa. Riza debería reír más a menudo.

Al día siguiente volvieron a ir a la feria que estaría allí una semana, pero no se acercaron a la caseta de tiro, terminaron de ver todo el sitio y, con el dinero que le había dado el maestro, comieron algún dulce por allí. Roy pensaba ir otro día con los hermanos McCoy, pero en aquel instante se sentía bastante bien con la compañía de la pequeña.

- Eres el aprendiz que más ha aguantado a su lado.

- Me lo tomaré como un cumplido.

- Lo es.

- Muchas gracias por traerme hoy también.

Roy le restó importancia a aquel hecho. Estaba encantado con aquello.

- Siento que tengas que ser mi niñera.

- No me importa, me lo paso bien.

Realmente se lo pasaba bien con ella. Apenas tenía diez años, pero estar con ella era divertido. Tenía algo que le agradaba y le divertía su compañía, excepto cuando le hacía alguna buena réplica. Pero por lo demás era encantadora.

Cuando volvió con los hermanos McCoy, Roy se divirtió, pero no fue lo mismo. Quizás porque ya había estado con ella antes en todos lados, pero no se lo pasó tan bien, aunque pudo intentar otros juegos que se le dieron mucho mejor que disparar con una escopeta.

- ¿Y cómo sigues con Berthold-san?

Roy se encogió de hombros.

- Como siempre, con las clases y eso.

Los hermanos McCoy eran gemelos, y muy simpáticos. No solían preguntarle por su estancia en la casa Hawkeye, pero de vez en cuando surgía el tema. Los chicos no hacían jamás ninguna pregunta indiscreta, por lo que a Roy le daba igual.

- ¿Y su hija?

Aquello era nuevo, jamás le habían preguntado por la hija.

- Nuestro hermano pequeño dice que ya no da tanto miedo como antes.

Roy parpadeó sorprendido.

- ¿La chica daba miedo?

Riza alguna vez lo había comentado, pero Roy no había creído que realmente ella diese miedo.

- Es muy seria, y bueno, su padre es casi como un fantasma, pero desde que estás por allí ya no parece tan seria –rio el mayor de los hermanos, Frank.

- Como se nota que ya no está sola en esa lúgubre casa –añadió el pequeño, Mike.

Negó con la cabeza, estaban locos.

- La chica es muy buena, ya sabes que compra en nuestra carnicería y siempre la vemos, antes era más sombría.

- Lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta cómo es su padre.

- Desde que murió su madre, todo ha sido un poco raro en su casa.

- Pero ahora tiene un aprendiz estable y la verdad es que se nota en la chica. Nuestra madre le tiene cariño, así que está muy contenta.

Roy apreció las palabras de los hermanos, de alguna manera le estaban haciendo responsable de los cambios positivos en Riza, y eso le hacía sentirse orgulloso.

- ¿Cómo eran antes de morir la madre?

- Oh… -suspiró Frank-. Elizabeth era tan dulce, y se les veía a los tres muy bien juntos. Riza siempre estaba sonriendo, llevaba el pelo hasta los hombros.

- Eran los tiempos en los que Berthold-san aún salía de la casa y sonreía. La familia Hawkeye siempre ha sido una familia extraña, Berthold-san quedó huérfano y entonces conoció a Elizabeth, una dulzura que murió demasiado joven…

- El pobre Berthold-san no se ha recuperado desde entonces.

Roy asintió.

- Y la hija tampoco, pero ahora que estás tú todo es un poco mejor.

Roy les vio sonreír y sonrió con ellos orgulloso. Siempre había querido hacer feliz a la gente, y el saber que estaba haciendo feliz a esa chica le enorgullecía porque le demostraba que podía hacerlo, podía hacer feliz a la gente, y Riza era la prueba de ello.

Al día siguiente, Roy se enfrentó a sus actividades de muy buen humor. Cada vez se le daba mejor aquello de la alquimia, aunque era algo lento aún dibujando círculos. Pero Berthold era paciente y sabía cómo regañarle sin necesidad de enfadarse con él con absurdas actividades. Como dibujar distintos círculos de transmutación toda una semana para perfeccionar su técnica.

- ¿Sabes que si empiezas el círculo desde arriba no tienes que levantar la tiza y puedes empezar a hacer la estrella directamente? –le dijo Riza la tercera mañana.

Tenía buen ojo para esas cosas. Roy siguió su consejo. Al terminar el círculo alzó la mirada y la vio, con sus pantalones y su camiseta gastada.

- ¿Realmente es necesario que hagas eso?

Roy asintió.

- Un alquimista que tarda media hora en hacer un círculo no inspira confianza.

Ella asintió. Roy pensó que se quedaría un rato más hablando con él, pero no lo hizo. Pero sí cogió un libro y se puso cerca de él.

- Deberías ir al pueblo a jugar con los niños.

Riza asintió distraída.

- Mañana saldré con Christian y sus amigos.

- ¿No deberías ir con las chicas?

- No les caigo muy bien, dicen que no están seguras de si soy una chica o no. De todos modos, los chicos me aprecian porque se me da bien lanzar cosas con el tirachinas y juego bien al fútbol… y porque no digo tonterías de chica.

Roy suspiró, al menos iba a jugar con los de su clase. Y de alguna forma sintió que había sido él quien había logrado que la chica se relacionase con los niños, y aquel pensamiento le hizo inmensamente feliz.

Sonrió a Riza que le devolvió el gesto con una leve curvatura de labios. Qué bien se sentía todo aquello.

Capítulo I

Hasta aquí el primer capítulo. Espero no estar pifiándola y que la estén disfrutando. Y ya me despido pidiendo un reviews con sus opiniones y sensaciones, siempre serán bien recibidos.

Hasta el próximo!