Disclaimer: ROTG/Guardians of Childhood no me pertenece, es propiedad de William Joyce y Dreamworks.

NOTA: Como dice el summary también me valgo de la información de los libros para hacer este fic. Podemos decir que intercalo y mezclo tanto la película como los libros (los ilustrados y las novelas) para crear conceptos, unir sucesos y especular.

Agradecimientos especiales a Solei Dantés por ser mi BETA, aguantarme y ser tan buena, pero sobretodo, por haber entregado esto revisado en menos tiempo del que creí posible. En serio querida, thanks :3


Con el paso de las estaciones, Jamie había crecido como era natural. Ya había perdido todos sus dientes de leche y la adolescencia empezaba a ser estragos en su cara, dándole algunos granos y espinillas de los cuales ocuparse, pero en recompensa –o eso le gustaba pensar a él- lo había vuelto más alto. Su madre de vez en cuando le decía que indudablemente crecería más, tenía tan sólo quince años y le quedaban alrededor de otros seis para seguir haciéndolo. Era en ese momento cuando el muchachito simplemente miraba a su madre sonriéndole de una manera forzada, pero de tan ensayada que estaba parecía más de bochorno. La mujer se daba por satisfecha creyendo que, una vez más, había alentado a su hijo habiéndole asegurado un futuro prometedor lleno de cambios para bien que lo terminarían convirtiendo en un adulto responsable. Adulto que indudablemente se volvería algo así como un nuevo soporte para ella misma y la pequeña Sophie. Escenario que estaba un tanto lejos de la propia realidad de Jamie, pero no le diría eso a su madre. La quería mucho como para desanimarla con sus verdaderos pensamientos. Él no tenía el valor de decirle a una madre soltera que su único hijo tenía gana de muchas cosas, excepto de seguir creciendo.

Menos si la principal razón era porque, aún a sus quince años, Jamie seguía creyendo en Jack Frost como si fuera un crío de cinco.

Verano

La potente voz retumbaba por todo el salón, ni si quiera las paredes eran suficientemente gruesas para filtrar tal volumen.

—Según el corolario, si el valor n…

Los adolescentes oían claramente la voz de la maestra, cada uno de ellos estaba consiente con la vista en aquel pizarrón en blanco abarrotado de ecuaciones hasta el más diminuto espacio disponible. Sin embargo, a la gran mayoría todo eso sólo le parecían una serie de números sin relación alguna y palabras cuyo significado verdadero era demasiado para procesar en esos momentos y darles coherencia. Tan metidos estaban en sus propios mundos y la maestra hablaba tan alto que fácilmente pudo pasar desapercibido el suspiro del chico de pelo castaño que se sentaba hasta el banco de enfrente. Al igual que sus compañeros tenía la mirada en el pizarrón, pero no su atención, esta se encontraba en otro lado.

Una vez más, se aseguró de que la maestra siguiera escribiendo antes de mirar por la ventana y toparse, como la vez anterior, con los árboles y el pasto del patio de la escuela cubierto con los residuos de nieve. Una leve sonrisa se formó en sus labios al encontrar ahí el centro de su atención.

Había caído una leve, y casi inexistente, nevada el día anterior. Podía asegurar que sería la última de la temporada. Y para Jamie eso sólo significaba una cosa: Jack estaba por irse.

La melancolía lo sorprendió, recordando con mucho gusto a tan curioso personaje del cual pocos sabían. Ese al que él y sus amigos atribuían las nevadas, al cual siempre agradecían un día nevado o culpaban de sus accidentes a causa del frío. Ese que ya tenía siete años sin ver [1].

Su mirada volvió al frente esperando no haber invertido más tiempo del conveniente en su distracción, pero la profesora seguía con la vista al pizarrón, así que todo bien. Justo cuando iba a distraerse una vez más se oyó el timbre que marcaba la hora de salida, provocando en él, y el resto de sus compañeros la reacción inmediata de guardar sus cuadernos, libros y útiles.

—Espero los ejercicios del punto 45 al 50 realizados para mañana.

El joven soltó un sonoro "sí", en representación del resto de la clase, lo cual le basto a la maestra para también empezar a guardar sus materiales.

—¡Jamie!

El chico que terminaba de cerrar su mochila levantó la vista en dirección de la persona que le llamaba. Era "La Peque", quien ya estaba con su chaqueta y bufanda puestas para salir al clima frío.

—Queremos ir a patinar en un rato más ¿Quieres venir?

Ni lo pensó dos veces, la verdad.

—Por supuesto, ¿En el lago de por mi casa?

—Así es —comentó Caleb, acercándose a donde estaban junto con su gemelo Claude, y atrás de ellos Pippa y Monty [2]

—Entonces nos vemos ahí, primero tengo que ir a casa.

—Sí, nosotros también —habló Pippa con obviedad, para después mirar al resto— vamos, el autobús no nos estará esperando todo el día. Hasta luego Jamie, me saludas a Sophie.

—Nos —agregó Peque.

—Claro.

Sus demás amigos se fueron. A diferencia de él, tomaban el autobús ¿Por qué? Porque su madre quería que el chico caminara. Después de todo, la escuela no estaba tan lejos como para que llegara tarde. Sólo cuando realmente lo ameritaba era llevado en auto, por ejemplo, cuando hacía demasiado frío. Lo cual ya no sucedería porque en menos de dos días sería primavera [3].

Habiendo aceptado su destino, salió del salón. Recorrió los casi abandonados pasillos hasta llegar a la salida de la escuela donde los adolescentes se aglomeraban en varios grupos. Siguió. Sus amigos ya habían tomado su autobús por lo que no tenía por qué quedarse. De vez en cuando, uno que otro le dirigía una mirada curiosa, él sólo sonreía, ignorándolos perfectamente bien.

Hace siete años, después de su aventura nocturna con sus amigos, los niños se la habían pasado hablando de ello como si no hubiera fin. Sus padres lo consideraron un loco sueño y un juego más de ellos. Los otros niños también, aunque era palpable la envidia por la emoción que había en ellos cuando hablaban al respecto. Con el paso del tiempo, esos que no lo vivieron los empezaron a evitar a él y su grupo. Sus amigos, a causa de esto, dejaron de hablar de ello. Jamie optó por lo mismo. En consecuencia, para ellos no era más que un sueño, pero un sueño que siempre que podían, recordaban para sonreír. Era un tesoro demasiado valioso para ellos como para permitir que los demás lo opacaran.

En el momento en que entraron a la secundaria, y después a la preparatoria, niños que antes eran amigos ya no lo eran más. Y enemigos jurados de la infancia eran amigos. Las relaciones cambiaron y las amistades también. Jamie podía jurar que le esperaba lo mismo a él y sus amigos… pero no fue así. A pesar de sus diferencias, a pesar de sus personalidades y gustos contrastantes nunca se dejaron. Lo cual él podía asegurar que era debido a ese sueño que sólo él recordaba como real. Eran todo un caso, eran los niños que habían creído aún después de que dejaron de serlo. Eso que normalmente se pierde durante la adolescencia aún lo conservaban. Por eso las miradas curiosas. Porque eso se notaba. Aunque nadie excepto Jamie sabía el porqué.

Minutos después de empezar la caminata llegó al fin a su casa. Su madre al parecer aún no llegaba, pero Sophie sin lugar a dudas seguía ahí. Abrió la puerta y entró, cerrándola detrás de él. Botó la mochila contra la pared, se quitó la chaqueta y la puso en el perchero de la entrada junto con su bufanda, agradeciendo por enésima vez en su vida que tuvieran clima en su hogar. Terminó con los guantes olvidándolos en la mesita que ahí se encontraba y se dirigió a la sala.

Sentada con tres cobertores encima de ella, ataviada en una pijama de cuerpo completo color rosa con un gorro del cual salían unas orejas, estaba Sophie, con una sonrisa de oreja a oreja con la mirada puesta en el televisor.

—Yo creí que estabas enferma —dijo al verla, con los brazos cruzados, como si la hubiera pescado haciendo una travesura.

—¡Jamie! —exclamó la niña con esa vocecilla aguda y rasposa al verlo. De un brinco se puso de pie y corrió a abrazarlo.

—Sophie, todavía estoy frío, si me abrazas te puedes enfermar más —le recordó separando a la niña de él.

La pequeña lo miró, con esos grandes ojos verdes y se pasó el dorso de su mano por la nariz, tratando de evitar que los mocos salieran.

—Perdón —dijo con simpleza— Estaba aburrida y tenía hambre. Mamá me dijo que cuando llegarás calentarías la comida.

—Sí, eso haré. Vamos, sirve que te tomas tus medicinas.

La niña reprochó ante eso, pero de todas maneras siguió a su hermano a la cocina. Sophie que ahora tenía diez años se había vuelto muy susceptible a los cambios de temperatura entre temporadas. Siempre que empezaba la temporada de nevadas se enfermaba y cuando terminaba también. Siempre. Le daba gripe, temperatura y algunos síntomas de tos. Nada grave que con reposo y medicinas no se arreglara. Después de eso podía seguir como todo niño normal. Pero sí, ya era una tradición que cada invierno y casi primavera permaneciera en casa al menos uno o dos días. Al principio su madre se quedaba todo el día con ella de ser necesario, pero con el paso de los años, y el hecho de que Sophie fue creciendo, su madre pasaba a lo mucho dos o tres horas a su lado antes de irse a trabajar.

Después de obligar a la niña a tomar sus medicinas, él se puso a calentar la comida que su madre había preparado antes de irse. Un caldo de pollo con verduras. Perfecto para un clima frío como aquel.

Sophie lo apresuró. Jamie rio y la molestó con cualquier cosa que una niña de diez años deteste. Sus estómagos gruñeron pidiendo comida. La estufa estaba prendida con la comida ya casi lista. Ellos seguían platicando y riendo.

—Cuando termine de comer iré a patinar con mis amigos al lago. Para que le digas a mi mamá cuando vuelva.

El frío ya no era molestia.

—¿Puedo ir?

Ella ya no parecía enferma.

—… ¿Porque no?

Era verano.

.

.

.

El viento hacía su tarea, enfriaba y llevaba entre sus inciertos caminos el último rastro de la nevada de ese año junto a su inusualmente joven amo.

Ese guardián novato que lo único que hacía en esos momentos era disfrutar de lo último que quedaba de su obra, con una sonrisa y los ojos abiertos procurando no perder detalle de ella, moviendo su cayado de un lado hacia otro como un director de orquesta. Lo había vuelto hacer y con grandes resultados. Estaba satisfecho con ello. Pero pronto –demasiado pronto-, habría un cambio: la primavera. Esta se venía y con ella la hora de cambiar el lugar de trabajo. La nieve y el frío restante se irían evaporando por cada contacto con la calidez de la temporada entrante. Su arduo trabajo de tres meses se vería borrado, limpiado y olvidado por la mano tenaz de madre naturaleza.

"Siempre es complicado limpiar tu desorden"

Le decía ella cada vez que podía hacérselo saber, en alguno de esos escasos encuentros que habían tenido a lo largo de todos esos años. Jamás pudo precisar si era regaño, afirmación o una invitación a platicar. Su tono de voz era tan monótono, por lo que sólo contestaba -sin intención de alargarlo más-:

"Espera a ver el del próximo año."

Su sonrisa desapareció siendo reemplazada casi al instante por una mueca y su mirada era ensombrecida por el coraje. Tenía ya muchos años sin verla y no era que extrañase su compañía o se encontrara molesto por la ausencia de esta. De hecho, la única razón por la que Madre Naturaleza no se le echa encima era porque él le quita de encima el peso del invierno, por ende siempre recibía un mínimo de respeto y educación de su parte. Su problema era otro, uno un poco más comprensible.

"¿Por qué no nos ayudó?"

Desgraciadamente nadie parecía querer contestarle a esa incógnita que surgió hace unos siete años. Al menos no lo harían los demás guardianes ni mucho menos la caprichosa luna que le hablaba cuando quería.

Y como si sintiera sus dudas y falta de atención en su deber, el viento se detuvo por un momento casi imperceptible para una persona normal, pero para él, tan acostumbrado a viajar a su lado, fue una sorpresa y un susto tal que casi habría jurado que caería y moriría… otra vez.

—No me vuelvas asustar así —dijo, mientras se recuperaba del susto y buscaba mantenerle el paso a su principal ayudante.

Obviamente este no contestó, jamás lo hacía. No hablaba y él lo sabía, ya estaba acostumbrado; pero sí que le respondía. Justo como…

Ahora. Otra vez.

Fue como tropezar, sólo que esta vez contra el aire. Sintió un enorme vacío en su estómago en el momento en que el suelo entro en su campo de visión y fue capaz de percatarse de la altura; de que caería y que había perdido el control. Todo eso en menos de un segundo, que fue lo que tardo en reponerse y volver a su rutina con el viento.

Algo no andaba bien. Apenas le fue posible se detuvo en uno de los altos pinos que decoraban las montañas de aquella región donde andaba.

—¿Qué fue eso? —dijo, más por necesidad de hablar que por esperar una verdadera respuesta.

Silencio. Lo único que su oído percibía era el viento soplando. Pero nada más. Siguió ahí, escuchando atentamente, esperando otra reacción violenta, pero nada. Cualquier cosa que hubiera pasado no se volvió a repetir.

Suspiró, creyendo que sólo estaba un poco cansado y por eso sucedieron aquellos incidentes. Sólo que fue en ese momento, en que se preparaba para reiniciar con su trabajo, que lo sintió. Lo escuchó.

Palabras que eran arrastradas por el viento, su viento. Una súplica y un deseo, fuerte. Porque sólo de esa manera pudo haber soportado las calamidades de la física. Se trataba de un mensaje para él. Lo escuchó, tal cual, sin modificaciones. El viento fue respetuoso con las palabras y el sonido emitido. Entonces Jack descubrió con horror dos cosas:

Una: que no era una súplica; sino reclamo, un grito de desesperación y coraje.

Y dos: que era de Jamie.

—Ya voy…

Se fue tan rápido de ahí, que dicen algunos, que si prestabas la suficiente atención al viento, podías escuchar el sonido de este al romperse de lo rápido que corrió Jack Frost.

.

.

.

Tic, toc, tic, toc…

El segundero se movía una y otra vez, no se detenía.

Bip, bip, bip…

Se escuchaba el ritmo cada vez más lento, no aguantaría.

Badum, badum, badum…

Y entre un sonido y otro, escuchaba un tercero. Más rápido, más ansioso, más vivo. Seguía y seguía intercalado entre los otros dos y en serio quería ignorarlo. Pero se volvía más fuerte, más molesto. No le interesaba, quería bloquearlo. Su único interés estaba en el tic y el bip. Sin embargo, este sonido se engrandecía y cambiaba su forma. Ya no era un badum, un golpe contra un tambor. Ahora era aire que entraba y salía más fuerte, más rápido. Y antes de que se diera cuenta se salió de control.

Estaba llorando porque lo sabía. Sabía que el tiempo no se detendría, que el aparato se apagaría y que su corazón sería el único que seguiría como si nada. Y eso lo frustraba, llenándolo de impotencia y desesperación. No era justo.

No era justo que mientras su vida seguía adelante la de su hermana se apagará por cada segundo que pasaba postrada en una cama.

—¡Jamie!

Un calor ajeno a él lo envolvió y lo recibió con desesperación. Aferró sus brazos alrededor de la figura que lo apretaba con fuerza en un abrazo que buscaba controlar todo aquello que se estaba perdiendo.

Esperanza, felicidad, serenidad, calor…

—No fue tu culpa, cielo. No lo fue. Sophie va estar bien.

Sus brazos se apretaron más y su rostro hundido en el hombro de aquella mujer que buscaba no perder ella misma, los sentimientos de esperanza que se esforzaba por mantener unidos a su hijo.

—¡No! —chilló—. Sophie se muere y es mi culpa. Yo no creí que todavía siguiera mala —se escondió entre los brazos de su madre—. No pensé… —y como nunca sintió desprecio—. ¡ÉL NO HIZO SU TRABAJO!

—Sophie va estar bien, Jamie —pero él podía sentir la verdad en sus palabras, en su cuerpo que temblaba. Podía percibir la inseguridad, el miedo de perderla.

—No… —bajo la voz, en un susurro que sólo el viento podría escuchar— Porque no viniste Jack…

Y lloró más en brazos de su madre, como el niño que se suponía debió de haber dejado de ser hace mucho tiempo. Olvidándose de todo. Quedándose dormido, arrullado por la nana compuesta por el tiempo que corría y el corazón de su hermana que se detenía…

Tic, toc, tic, toc..

Bip… bip… bip… bip…

… Logrando al fin ver entre sueños todo más lento, más normal. Porque a diferencia de la creencia popular, nada sucedía en cámara lenta. Eso sólo pasaba cuando se espera una acción con emoción, ya sea positiva o negativa. Y lo que había pasado no fue para nada anticipado, pero si completamente negativo. Y demasiado rápido.

Había llevado a Sophie al lago a patinar con sus amigos. No se lo iba a negar y menos cuando parecía curada. Se lo merecía.

Gran error.

Porque había olvidado que ya casi era primavera, que el hecho de que estuviera congelado el lago no quería decir que fuera a durar para siempre. Y también que a pesar de todo aquello el agua seguía estando helada.

Pero todo había sido tan normal. Tan natural… tan como siempre. Un escenario perfecto que fácilmente podría pasar como otro de los muchos días que con el tiempo se olvidan al no ser relevante… Hasta que el grito se escuchó.

La reacción fue inmediata, rápida, todos voltearon, pero no pudieron mantener el paso de las circunstancias. Ella ya no estaba. Sólo quedaba el hielo desquebrajado.

Sophie había caído al hielo. Justo como un chico muchos años atrás.

.

.

.

Normalmente, regresar a su hogar traía una calidez y felicidad inexplicable. Una sonrisa siempre se asomaba en su rostro cuando podía ver los techos de las casas de su natal Burgess. Aún antes de saber que era su lugar de origen humano, de su historia ahí. Burgess era su guarida, su territorio, una extensión más de él.

Pero no ahora.

El mensaje traído por el viento con tal urgencia lo había puesto en una condición en la que no sabía ni cómo reaccionar. Estaba feliz por regresar a casa, pero las razones bajo las que había terminado ahí lo llenaban de ansiedad y preocupación. No de miedo, porque hace mucho que había aprendido que no debía dejarse llevar rápidamente por esa emoción, aunque pareciera tan fácil. Pero sí que podía estar alerta y angustiado. Algo había pasado y Jamie lo necesitaba. Eso y más le debía. Eso y más se merecía.

Los últimos restos de la luz solar se desvanecían cuando llego al pórtico de la casa. La nieve que quedaba se apilaba en uno que otro montoncito por el jardín, algunas partes de la casa y el techo. La noche se acercaba, las sombras empezaban a acentuarse ante la falta de luz y Jack podía jurar que nunca antes había visto la casa tan terrorífica como en ese momento en que la miraba. Estaba vacía, oscura y rodeada de un aura que con anterioridad no había percibido. Se sentía pesada y fría. Pero no era la clase del frío a la que él estaba acostumbrado. Era diferente. No era un cambio en la temperatura. Era ausencia de calor.

Ausencia de vida.

Sus ojos se abrieron de par en par la darse cuenta de lo que estaba por pasar. Si es que no había pasado ya. Y si Jamie, Sophie y su madre no estaba en casa, sólo podía encontrarlos en otro lugar.

El viento corrió llevándose a Jack una vez más.

.

.

.

Había despertado, pero aún estaba en su poder elegir entre si seguir en el mundo de los sueños o volver al mundo real. Desgraciadamente, en esta ocasión, el primero no le serviría de refugio como tanto hubiera deseado. Este estaba plagado de la propia realidad que lo acosaba en esos momentos. Así que daba lo mismo. En sus sueños el recuerdo y la culpa lo carcomían y en la realidad esta lo aplastaba y abrumaba con los mismos sentimientos y los de su propia madre.

No había escapatoria.

Abrió los ojos lentamente, aún en ese estado de somnoliento que poco a poco se iba. No podía precisar cuánto tiempo había estado dormido pero afuera ya había oscurecido, podía apreciarlo entre las persianas que cubrían la ventana de la habitación.

En ese momento fue consiente del peso de otro cuerpo contra el suyo. No tuvo ni que voltear para saber que se trataba de su madre. Probablemente, ella también se quedó dormida. Su mirada termino de nueva cuenta en la pequeña Sophie, azul e inerte. Era hipotermia. Eso le habían dicho.

Primero fue una, le siguió otra y de repente fueron más. Las lágrimas aparecían una vez más y como la última vez, él no las iba a detener.

Entonces lo escuchó. Y otra vez, y una vez más. Era el sonido de algo golpeando contra la ventana. Algo que lo sorprendió porque estaban en el tercer piso. No había forma de que alguien pudiera… Miro por la ventana antes de siquiera pensar en adjudicarle ese sonido a su imaginación y fatiga. Porque un chico como él podía pensar más allá de lo normal. Y ese ruido era anormal porque lo hacía ni más ni menos que Jack Frost.

—Jack —susurró casi sin aliento, viendo al eterno adolescente de pelo blanco del otro lado de la ventana, con una expresión de tristeza y dolor tan genuina como la propia.

.

.

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Jack esperó pacientemente cerca de la ventana, viendo de vez en cuando a su interior, esperando ver algo más, un cambio. Algo como la madre de Jamie brincando de alegría, o un doctor dándole las buenas noticias. Pero al parecer no pasaría. Sólo podía esperar a que Jamie llegara para saber qué pasó con exactitud y cómo ayudarlo.

—¡Ja…ja…JACK! —el gritó salió un tanto forzado, pero amargo. Muy amargo.

El espíritu de los inviernos inmediatamente bajó para poder estar frente a frente al niño que tanto bien le había hecho; para poder al fin encontrarse con su primer creyente después de tantos años de ausencia. Desgraciadamente, se dio cuenta, la reunión estaba lejos de ser como se la había imaginado.

Cuando dejó a Jamie, siete años atrás, el creía que se reencontraría con él un año después, pero no fue así. Su trabajo como espíritu del invierno y guardián de los niños lo tuvo más ocupado de lo que creyó. Por lo tanto, no era de extrañase que ahora no tuviera que arrodillarse, siendo que el niño le llegaba casi a la boca ni mucho menos; que en lugar de ver una sonrisa en su boca se encontrará una mueca de resentimiento y amargura, esa que sólo un adulto podría poner después de mucho tiempo de sufrimiento. Esto, sumado a la noticia de Sophie lo hizo sentirse aún peor. Tenía que disculparse por su ausencia.

—Jamie yo…

—El hielo estaba muy frágil.

Jack lo miró por un momento, no entendiendo al principio el porqué de la interrupción, pero no tardó en hacerlo. La forma en la que lo miraba, en que su cuerpo se tensaba.

—Jamie escucha…

—Creí que la razón por la que no venías era para crear nevadas, congelar aguas y hacer correr los vientos fríos. Sí eso es lo único que hacías, entonces dime por qué se quebró.

—Déjame ha…

—¡Han sido siete años! —exclamó al fin, alzando la voz. Furioso— ¡No te he visto siete años porque creí que hacías tu trabajo! ¡Y AHORA MI HERMANA SE MUERE PORQUE SE CAYO EN EL MALDITO LAGO QUE TU NO PUDISTE CONGELAR BIEN!

La acusación fue como una bofetada para él. Sophie había caído en el lago ¿de la misma forma que él? Eso era una muy cruel ironía. Más cuando la diferencia fue que a ella no la salvó su hermano.

A Sophie nadie la salvó.

Por eso ahora estaba en esa cama. Su hermano no pudo ayudarla… y el guardián del invierno que juró protegerla, tampoco. Había fallado. Le había fallado a quien juró nunca hacerlo.

—Sophie se me muere… —dijo en un tono de voz tenue, viendo el suelo como si fuera lo más interesante del mundo. Sus lágrimas volvieron a correr por sus mejillas— Se va a morir y no lo voy a soportar. Mi mamá se me va a morir con ella. Lo sé. Trata de ser fuerte pero no se puede sostener por más tiempo.

Estaba temblando, la respiración más fuerte, más rápida.

—Y yo sigo aquí, de pie, con todo funcionándome bien. Cuando fui yo el que la sacó de la casa, cuando fui yo el que dijo que podía salir. No pensé en nada. No pensé que podría caerse, que seguía enferma, en que su condición era más frágil de lo que aparentaba. Sophie se cayó y yo sigo aquí de pie.

No sabía qué hacer, qué decir. Era el guardián de la diversión. Él daba risa y felicidad a los niños. Pero en esos momentos… La situación se le salía de las manos y no sabía cómo ayudar, cómo amortiguar, cómo consolar.

—¡NO ES JUSTO!

Y ese gritó activó algo en Jack, algo que por mucho tiempo estuvo dormido. Algo que recordaba de hace mucho tiempo, de otra vida. Algo que sabía hacer.

Lo abrazó. Abrazó a Jamie con todas sus fuerzas, con todo el corazón, sintiendo cómo el calor natural del niño chocaba contra su fría temperatura de espíritu. Sintiendo como él se removía entre sus brazos buscando liberarse.

—¡SUÉLTAME!

Pero no lo hizo, lo apretó aún más fuerte entre sus brazos.

—¡Suéltame!

Se movió una vez más, golpeándolo con los puños cerrados en los brazos, en la espalda, contra su pecho y hasta en la cara pero él no lo soltaría. Ante la negativa de su parte, Jamie siguió despotricando en su contra y contra sí mismo. Pero las lágrimas seguían cayendo, él seguía temblando. Y Jack no lo soltaba.

Hace mucho tiempo, la vida y su propio destino lo habían separado abruptamente de la hermanita que había estado protegiendo, impidiendo seguir con esa tarea. Ahora que era inmortal, no había estado para Jamie cuando más lo necesitaba y ese era un error que no volvería a cometer.

Cuando Jamie estuvo tan cansado que no se podía sostener, tan cansado que no podía llorar, tan cansado que no podía hacer nada, que lo único que podía hacer era percibir con sus sentidos, Jack al fin pudo hablar con él.

—La ayudaremos, Jamie. Sophie no va a morir.

.

.

.

Sophie no va a morir.

Por un momento, el tiempo se detuvo para Jamie, su hermana y el resto del mundo. Esas palabras que escaparon de labios ajenos hicieron eco en su cabeza hasta que se perdió en el recuerdo y en su mente no quedaba nada más que la imagen de Sophie tan sana como siempre.

—Sophie no va a morir.

No se dio cuenta cuando dijo esas palabras.

—No.

La voz penetró con fuerza, perturbando su recuerdo y la paz mental que había logrado con esas palabras, todo se quebró derrumbándose a su alrededor y el viento frío hizo contacto con su piel, su cuerpo estaba entumecido, frío y dos brazos rodeaban su cintura con fuerza.

—¿Estás bien?

Al mismo tiempo que lo oyó, lo pudo ver. Era Jack quien lo mantenía de pie y acababa de darle un poco de esperanza.

Jack…

¡Jack!

Con la poca fuerza que había logrado recobrar en ese lapsus, se volvió a mover frenéticamente para quitarse de encima al helado guardián. Afortunadamente, este no se opuso como la primera vez y lo dejó libre, permitiendo que se alejara de él.

Jamie nunca se había imaginado a Jack triste. Aún conservaba el recuerdo de cuando se conocieron, y en él siempre estaba sonriente, risueño. Sin embargo, frente a él no estaba ese Jack, era otro. Sus ojos apagados y su sonrisa parecían jamás volver. Sintió que se le oprimió el corazón. Eso no estaba bien y lo sabía. El guardián de la diversión no podía estar triste.

Casi sintió pena por él.

Casi…

—No.

—¡Jamie, perdóname por favor! —exclamó como pudo, lucía desesperado.

—¿Que te perdone? —la indignación era obvia en sus palabras. Jamie dio dos pasos hacia Jack, acortando un poco la distancia— ¿Qué quieres que te perdone Jack? ¿Qué me dejaras plantado cada día de los últimos siete inviernos? ¿O que dejarás morir lo mucho que habías logrado avanzar con mis amigos? ¡No, ya sé! ¡Qué faltaras a tu promesa!

—Escucha —Jack se había pasado el dorso de la mano por los ojos. Caminó hacia Jamie hasta poder estar cara a cara con él—. No fue porque no quisiera. Madre Naturaleza no me deja moverme donde no haya invierno, no quiere que me meta con el clima y esas cosas. No podía venir cuando no era invierno, y cuando lo era, mi deber de guardián me impedía pasar el tiempo con ustedes ¡PERO LOS VISITABA! —Jamie pudo jurar que vio una lágrima salir, pero no podía precisar. Estaba tan molesto con Jack que sólo quería saber qué excusa tenía— Siempre que me era posible venía a ver como estaban tú y Sophie, si todo estaba bien...

—¡Pues ya ves que no es así! —gritó dejando al guardián nuevamente sin palabras y con tanta sorpresa ante el arranque de ira.

Jamie se dio la media vuelta, no podía verlo más. Jack en esos momentos sólo le recordaba a Sophie. A eso sólo tenían que sumarle lo abandonado que se había sentido en los últimos siete años por el que podía considerar su mejor amigo –sí, todavía- que simplemente lo habían dejado hecho un caos emocional del que tenía que salir. Ya había llorado mucho, lo único que le quedaba era la ira y la frustración, y en esos momentos Jack era el blanco perfecto para deshacerse de ellos. Lo cual lo hacía sentir aún peor porque sí, había perdonado al espíritu desde el momento en que lo vio por la ventana. Pero estaba tan mal… simplemente ya no quería seguir así.

Las frías manos del espíritu lo tomaron por los hombros y giraron con fuerza. Lo único que pudo ver fue un par de ojos azules, casi grises viéndolo con arrepentimiento.

—Perdón Jamie, en serio. Tú y Sophie son las personas más importantes para mí, y juro que haré lo que esté en mis manos para salvarla. Lo que sea.

Jack estaba tan afectado como él y tenía tanto miedo... Pero podía sentirlo, esa determinación y esperanza de que no todo estaba perdido. Si los médicos ya habían dado todo y no podían hacer nada, Jack posiblemente podría…

—¿Jamie?

Se sintió de ocho otra vez recordando su primer encuentro con el espíritu frente a él. Ese momento de su infancia en que sus sueños e ilusionas estaba por apagarse y él, justo como ahora venía a darle esperanza una vez más.

El odio y la frustración que le habían quedado se desvanecieron ante el recuerdo. Pudo haber llorado pero ya estaba cansado. Y ya no le dijo nada, simplemente lo abrazó por el cuello y el albino correspondió al abrazo con la misma fuerza.

—Perdóname tú a mí por ser un imbécil. Pero estaba tan molesto…

—Está bien —le dijo.

Jamie pudo respirar tranquilo porque sí, estaba bien. Al fin estaba con su mejor amigo y había recuperado la fe. En ese pequeño momento todo estaba bien.

Cuando al fin se separaron Jamie miro a Jack con actitud renovada.

—¿Qué haremos entonces?

—Tú por lo pronto debes regresar, tu mamá entenderá que hayas querido estar a solas pero creo que ya es muy noche. Yo iré con Norte. Si alguien debe saber que hay que hacer, ese es él.

—¿No me vas a llevar? —preguntó sin poder creer que en serio lo fuera a dejar.

—Jamie, tu mamá te necesita. Si algo sucede yo vengo inmediatamente por ti ¿de acuerdo?

No iba a contestar, no quería pero tenía que ser sensato. Jack tenía razón, a diferencia de sí mismo, su madre no podía creer con tanto ahínco como Jamie. Tenía que estar a su lado, de momento.

—Está bien.

—Vuelvo.

El viento corrió una vez más, Jack se fue junto con él. Sin embargo, el viento seguía ahí, frío, cariñoso… pero tan frágil.

Ya era otoño.


[1] Desconozco la edad de Jamie en la película. Le pus Sophie 3, por lo que aquí él tiene 15 y Sophie 10.

[2] Según me dijeron, esos son los nombres de todos los niños que aparecen en la película aparte de Jamie y Sophie. Quiero creer que después de tremenda aventura siguieron siendo amigos.

[3] Aunque me pareció un poco extraño, recordemos que en la película sucede entre el día antes de Pascua, Pascua y un día después… Pascua sucede después de Primavera, siempre… y ahí todavía había nieve D8.


PD: La portada es temporal...creo.