Esta historia no me pertenece, los personajes son de S. Meyer y la autora es Lissa Bryan, yo sólo traduzco.

Muchísimas gracias a mi querida Isa por la corrección de este capítulo.


Diosa Oscura

Por Lissa Bryan

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Capítulo 1

..

Edward ordenó que prepararan su jet en cuanto recibió el mensaje de Jacob. Subió las escaleras, sacó una de las maletas Hermès del armario y comenzó a lanzar ropa al azar ahí dentro mientras marcaba el número de su madre. Esme Cullen respondió. Su suave y modulada voz de dama tenía un toque de sorpresa por la llamada de su hijo. Era miércoles. Él usualmente llamaba los lunes y jueves.

—Hola querido.

—Hola madre. Llamo para decirte que lo siento, pero no podré ir a tu almuerzo de mañana. —Era por una de sus numerosas recaudaciones de fondos para la caridad; no podía recordar qué causa apoyaba, pero Tanya se lo había recordado esa tarde justo antes de irse de compras.

—¿Oh? Siento escuchar eso. —Esme no necesitaba preguntar. Simplemente esperó la explicación que, sabía, venía enseguida. Lo conocía muy bien.

—Jacob llamó. Está en una excavación en el sur de América y tuvo algunos problemas.

La voz de Esme se hizo más fría, aunque fue casi imperceptible, como pasaba cada vez que Jacob era el tema de conversación. —Nada demasiado serio, espero.

—No sé qué pasó. Me mandó un mensaje solicitando mi ayuda.

—¿Cuándo regresarás?

Se pasó una mano por el cabello. —No estoy seguro. En unos días, supongo.

—¿Tanya sí va a venir al almuerzo?

Él hizo una mueca. Tanya estaría furiosa. —Yo… uh… no sé. No he hablado con ella. Debería llegar a casa pronto y… —escuchó el sonido de la puerta principal abriéndose—. Ya llegó. Le diré que te llame, ¿de acuerdo?

—Está bien. Cuídate, querido.

—Claro. Te quiero. —Edward colgó y salió al pasillo. Podía ver a Tanya abajo en el recibidor, quitándose la bolsa del hombro. Su pequeño perro, Noodles, salió de ella hacia el piso de mármol. Noodles vio a Edward en la parte alta de las escaleras y lo miró mal. Edward le regresó la mirada con enojo. Odiaba a ese perro. Estaba muy poco entrenado, era mimado y dejaba desastres en sus antiguas alfombras Aubusson. Detrás de él entró el chofer, tambaleándose debajo de las abultadas bolsas de compras.

—¿Arriba, señora?

—Sí —dijo Tanya, sin siquiera mirarlo, y él subió las escaleras, bufando bajo la pesada carga y entrando por la puerta al vestidor de Tanya, una habitación de invitados que tuvieron que convertir para guardar toda su ropa y zapatos. Edward se hizo a un lado cuando pasó el chofer y murmuró el "Gracias" que Tanya debió decirle. Tanya vio a Edward y sonrió—. Hola, cariño. ¡Uf! ¡Qué día! ¡Tuve que recorrer toda la ciudad para encontrar los nuevos Christian Louboutins! Y, ¿la empleada de ventas en Divas? Tuvo el valor de intentar decirme que todavía no salían a la venta. Yo dije…

Edward interrumpió porque pudo ver que Tanya estaba a punto de lanzarse en uno de sus ataques de ira en toda regla y él no podía esperarse hasta después de que ella se tranquilizara para decirle sus noticias.

—¿Puedes venir aquí un momento? Necesito hablar contigo.

Levantó la vista a las escaleras con un ligero ceño fruncido. Su mano se deslizó grácilmente por la barandilla. El enorme diamante de su anillo de compromiso brillaba con la luz. Lo siguió a la habitación y se congeló cuando vio la maleta en la cama.

—¿A dónde vas?

Trató de mantenerse firme. —Sudamérica.

Los ojos de ella se estrecharon. —¿Te llamo él? —Edward se sorprendió de que recordara a donde se había ido Jacob.

—Así es.

—Y te vas a ir corriendo para rescatarlo del desastre en el que se metió esta vez.

—Tanya, él es…

—Lo sé, lo sé —espetó—, ha sido tu mejor amigo desde los seis años. Lo he escuchado antes, Edward. ¿Qué hay de ? Soy tu prometida. Deberías preocuparte más por lo que yo quiero.

me preocupa lo que quieres.

—¡No, no lo haces! Tendré que ir a ese almuerzo sola mañana. ¿Sabes cómo se mirará eso? Todas las personas importantes estarán ahí. —Tanya provenía de una familia de clase media y estaba profundamente consciente de su estatus social como su prometida, al ser aceptada por el reino de la "alta sociedad". Estaba obsesionada con tener la ropa "perfecta", los zapatos "perfectos" y la casa "perfecta" en el vecindario "perfecto". Incluso su pequeño perro, Noodles, había sido elegido por su linaje y apariencia más que por afecto.

—No estarás sola, estarás con mi madre. —Esme era una mejor compañía que él en el campo social.

—¡La gente pensará que no te preocupo lo suficiente como para estar conmigo!

—Eso no es verdad —protestó Edward—. Solo diles…

—¿Qué me cambiaste por Jacob de nuevo? ¡No voy a decir eso! —Los ojos oscuros de Tanya flamearon con enojo—. Ha llegado el momento, Edward, de que elijas quién de nosotros significa más para ti. Él o yo.

Edward no dijo nada. Metió algunos calcetines en la maleta. Esperaba que fueran pares, pero no tenía manera de saberlo.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué?

—¿Él o yo?

—¿En serio? Por Dios, Tanya.

Lágrimas bajaron por sus mejillas. Habían dejado de tener efecto en él desde que descubrió que podía hacerlas caer en el momento justo.

—¿Te vas a quedar conmigo, o te irás con él?

—Me voy, tengo que hacerlo.

Se quitó el anillo de compromiso y se lo lanzó. Golpeó la mejilla de Edward con la fuerza suficiente para hacerle una cortada. Sintió un pequeño chorro de sangre bajar por su rostro y se lo cubrió con una mano instintivamente.

—¡No esperes que esté aquí cuando regreses! —espetó y se giró para salir corriendo de la habitación. Haciendo una mueca, Edward fue al baño y se limpió la sangre de la herida con un pedazo de papel. Se miró al espejo y se dio cuenta de que su corazón debería estar rompiéndose en ese momento, pero todo lo que sentía era una ligera sensación de alivio porque el argumento hubiera terminado. Limpió cuidadosamente la herida y luego se puso una bandita.

Regresó a la habitación y vio el anillo tirado en la alfombra. Lo levantó, poniéndolo en la mesita de noche. Le serviría a ella que lo dejara ahí para que su irritante perro se lo tragara. Tenía una urraca voracidad por cosas brillantes y una vez se había tragado la tapa de una cerveza cuando Edward la había dejado caer despreocupadamente al piso mientras veía televisión, necesitando un viaje a media noche hasta el veterinario. Edward desearía haberse quedado con los rayos X, porque encontraba la imagen extrañamente graciosa, para el gran disgusto de Tanya, a pesar de que la emergencia había sido resuelta fácilmente y sin dolor con un emético.

Terminó de empacar y puso su laptop y Kindle, junto con sus respectivos cargadores, en una bolsa de mano. Se dirigió a las escaleras. Tanya no estaba a la vista. Su chofer estaba sentado esperando en una silla junto a la puerta. Se puso de pie cuando vio a Edward y tomó la maleta de su mano cuando Edward llegó a él.

—¿Es todo, señor? —preguntó.

—Sí, gracias. —Una de las cosas que Esme le había enseñado a Edward, era a ser amable con todos sin importar su estatus social. Era como debía comportarse un caballero o una dama, y era algo que no podía hacerle entender a Tanya. Ella parecía creer que riqueza y amigos de alcurnia la liberaban del estorbo de la cortesía con aquellos "inferiores" a ella.

Edward se subió a la parte trasera del carro mientras el chofer subía su maleta a la cajuela. Suspiró y se pasó una mano por el cabello. Estaba esperando que Tanya llegara a la puerta y al menos se despidiera de lejos, aunque no le ofreciera un beso de despedida antes de irse.

El chofer se subió al carro y salieron del camino de coches. La puerta se quedó firmemente cerrada, no hubo Tanya que saliera corriendo y llorando hacia el carro para besarlo una última vez antes de irse, para sollozar diciendo que lo amaba. Edward se acomodó, inquieto. Tal vez en esta ocasión hablaba en serio.

Si en verdad era el final, Jacob estaría encantado. Siempre le desagradó Tanya. Jacob insistía en que Edward podía encontrar algo mejor, que debería encontrar algo mejor. Estando con Tanya, dijo, arruinaba las oportunidades de encontrar a la chica perfecta para él, lo cual había sido el tema de la conversación —más bien argumento— que tuvieron seis semanas antes, justo antes de que Jacob se fuera a Catalupa.

¡Amigo, te engañó!

Se sentía sola. Yo la dejé sola —Edward la defendió automáticamente, usando las escusas que ella le había dado y él había aceptado.

Edward, te fuiste tres días.

En realidad, Edward no quería articular la verdadera razón por la que no quería perderla, aunque estaba bastante seguro de que Jacob ya lo sabía. Estar con Tanya era cómodo. Tanya evitaba que su madre lo sermoneara sobre "sentar cabeza". Tanya lo había presionado, había presionado su relación por todas sus etapas, iniciando con el primer beso hasta elegir un anillo de compromiso. De acuerdo, ella no era muy brillante, pero Edward consiguió suficiente estimulación intelectual en la universidad, ¿no? Y escuchar a Tanya parlotear acerca de ropa de diseñador o las sutiles maquinaciones para subir en su escalera social le permitían a su mente irse a la deriva. En realidad, era casi Zen.

Llegaron al aeropuerto y Edward tomó la maleta que le ofrecía el chofer con un agradecimiento y una agradable y buena propina presionada contra la palma de su mano cuando Edward le dio un apretón. Siempre les daba buena propina para intentar compensar las groserías de Tanya. Su jet esperaba en la pista y el piloto estaba de pie en la cima de las escaleras rodantes de metal. Edward conocía al piloto, así que fue capaz de saludarlo y charlar por un momento mientras el copiloto revisaba los controles de seguridad. La asistente de vuelo, por otro lado, era una desconocida. Tartamudeaba y se sonrojaba entre sus "Por favor" y "Gracias", la única conversación que podía hacer. Ella era amigable, del tipo irritable, y, eventualmente, el piloto tuvo que llamarle para rescatar al pobre Edward, cuyo rostro estaba de un rojo ardiente y cuyo tartamudeo estaba haciendo que sus pocas palabras fueran ininteligibles.

Afortunadamente solo, se aseguró a sí mismo en uno de los sillones de piel felpudos. Aceptó el refresco que la asistente de vuelo le llevó. Estaba más tranquila y solo le sonrió por su agradecimiento, así que el piloto debió haber hablado con ella. Edward prometió darle un aumento en su siguiente cobro. Cerró los ojos y se aferró a los brazos del sillón cuando el avión comenzó a rodar por la pista. Estadísticamente sabía, que la mayoría de los aviones que se estrellaban ocurrían mientras aceleraban o cuando aterrizaban y siempre se ponía nervioso en esas ocasiones. No perdió la tensión hasta que el avión se elevó y el piloto usó el intercomunicador para decir:

—Señor Cullen, puede usar sus aparatos eléctricos ahora.

Sacó su laptop y la encendió, yendo inmediatamente al buscador, donde tecleó dos palabras: "Catalupa arqueología". En unos segundos tuvo sus respuestas.

..

Arqueólogos Encuentra Evidencia de una Antigua Cultura Avanzada en Catalupa.

Arqueólogos que se encontraban excavando en los bosques de Catalupa han encontrado un templo complejamente elaborado, el primero en ser encontrado dentro del área.

Sabíamos que los antiguos habitantes de Catalupa estaban avanzados —dice Lauren Mallory, líder del programa arqueológico de la Universidad de Austlyn, cuyos investigadores encontraron el monumento—. Había evidencia artística en templos como este, pero nunca habíamos localizado uno, pero ahora los antiguos Catalupa pueden tomar su lugar entre Incas, Aztecas y Mayas como líderes en construcción.

Mallory dice que la localización del templo se debe al dedicado trabajo del equipo de la Universidad de Austlyn, investigadores que estudiaron minuciosamente imágenes satelitales y mapas topográficos hasta que el sitio fue localizado…

..

Edward se sentía indignado en nombre de Jacob. Jacob no tuvo apoyo en su teoría de que los monumentos en Catalupa existían sin ser descubiertos. No hubo "equipo" que trabajara en localizar un posible edificio; había sido solo Jacob quién había estudiado las imágenes y mapas sin fin, ya tarde en las noches, después de terminar de dar su clase del día.

La universidad se había negado a financiar la excavación cuando Jacob localizó el sitio, así que Edward había pagado por ellos. Ninguno había esperado que la primera excavación fuera un éxito. Después de todo, el campo de la arqueología muchas veces envolvía el tener que mover enormes pilas de tierra para intentar encontrar diminutos fragmentos de cerámica o pedazos de piedra. Jacob había esperado encontrar algún indicio, encontrar algunas pruebas que lo llevaran a un sitio prometedor en el futuro. Lo que había descubierto era algo que se encontraba una vez cada generación, algo con lo que todo arqueólogo soñaría, pero nuca experimentaría en la vida real.

Había llamado a Edward para contarle las noticias, hablando tan rápido por su emoción que Edward apenas pudo entender lo que estaba diciendo por la crepitante conexión. El templo era pequeño, en forma de pirámide y hermosamente conservado gracias a la vegetación de la jungla que había crecido sobre él. Le había enviado a Edward resmas de fotografías para obtener su opinión acerca de los textos e imágenes grabadas en los escalones que los excavadores descubrieron uno a uno. Parecía ser un templo dedicado a adorar a la Diosa Oscura, una religión sobre la que se conocía muy poco, pero había mucha especulación.

Pasaron las últimas seis semanas limpiando el sitio de los escombros y ahora estaban listos para entrar al templo en sí. Jacob estaba convencido de que también había una tumba dentro del edificio, pero el departamento de arqueología había descartado esa idea. Si las búsquedas preliminares estaban en lo correcto y la estructura era un templo con viviendas para los sacerdotes, los tabúes de muerte que había en Catalupa habían impedido que se enterrara a alguien en el sitio.

Jacob no se inmutó. Ya había probado una vez que los expertos se habían equivocado y lo haría de nuevo. Su traducción de los tallados en las paredes exteriores (una traducción que no era aceptada universalmente) decían que este era el sitio de adoración y entierro de la Diosa Oscura. El problema recaía en el hecho de que la palabra para "entierro" en el idioma Catalupa era la misma que "lugar de descanso". Todos aparte de Jacob (incluyéndose Edward, aunque nunca lastimaría a Jacob diciéndole eso) pensaban que significaba que la Diosa Oscura moró en ese complejo, aunque si había sido una persona real adorada como la reencarnación de la Diosa, una estatua, o un espíritu, nadie lo sabía aún.

Y ahora, después de sus mordaces denuncias de que la búsqueda de Jacob era una pérdida de tiempo, Lauren se había abalanzado a tomar parte del crédito. Pobre Jacob, tendría que estar furioso. Edward no sabía qué pensaba Jacob de qué podría hacer. Podía amenazarlos con quitarles su financiamiento, pero ahora que Jacob tenía algo interesante que mostrar por su trabajo, la universidad financiaría felizmente el resto de las excavaciones.

El siguiente artículo era de un periódico local de Catalupa. Edward leyó el original en español y descubrió que ahora los oficiales de Catalupa estaban aclamando que "los arqueologistas" (ese extraño plural de nuevo) no habían pedido permiso para excavar. Habían otorgado el permiso para excavar el suelo, señalaba el artículo, no para excavar un edificio. Edward se alegró ligeramente. Ahí, por lo menos, estaba un problema que él podría resolver. Tenía experiencia con política y los sobornos funcionaban la mayoría de las veces.

Haría lo que pudiera, pagaría lo que fuese necesario, porque Jacob era su mejor amigo. Su único amigo.


Jacob estaba en su cabaña firmando unos papeles cuando Lauren tocó la puerta y entró antes de que él pudiera darle premiso. Esa era su personalidad, a él le molestaba, irrumpiendo donde le diera la gana, sin importar que fuera aceptada o no. Desde que los oficiales universitarios, encabezados por Lauren, habían descendido en su búsqueda, le habían ordenado que dejara de excavar, tanto por la universidad —que quería más conservacionistas en el sitio— y por los oficiales gubernamentales de Catalupa, quienes estaban alarmados por la atención de los medios de comunicación y la importancia del hallazgo en sí.

Jacob estaba bastante molesto por la implicación de la universidad, que no sabía lo que estaba haciendo. A pesar de su libre y, de alguna manera, imprudente vida personal, era muy cuidadoso en su trabajo. Nadie se había quejado nunca en esa área, y muchos de los "conservacionistas" que estaban mandando eran trajes vacíos y personas como Lauren, que nunca habían estado en la suciedad de una excavación real.

—Holaaaa —dijo Lauren y se recargó contra la puerta después de cerrarla. Hoy había estado usando una camisa delgada de algodón con mangas largas sobre una blusa de tirantes, pero ahora la camisa de manga larga había sido removida y la tenía atada en la cintura. No estaba usando sostén—. ¿Cómo estás, Jake? —preguntó con una sonrisita.

—¿Desde antes o después de que te robaras el crédito de mi descubrimiento?

—No me robé nada —contradijo Lauren—. Eres un empleado de la universidad, Jacob. Usaste nuestros recursos para tu búsqueda. Por lo tanto, cualquier cosa que descubras es considerada un "producto del trabajo" y pertenece a la universidad.

—Joder, mentiste —dijo Jacob—. Eso es lo que más me molesta. No hubo un maldito "equipo". Solo fui yo y todos ustedes cabrones dijeron que estaba desperdiciando mi tiempo y ahora que resulta que tenía razón, me sacas del camino para limpiarte frente a las cámaras.

Ella se enderezó y caminó unos pasos hasta donde él estaba sentado en su mesa, cotoneando las caderas. Se inclinó, dándole una clara vista de su blusa de tirantes si se disponía a mirar (lo cual no hizo).

—Supongo que podría ser… convencida… para mencionar tu nombre en mi siguiente entrevista.

—Ese no es el punto, y lo sabes. —Se echo atrás en la silla, alejándose de ella, y tomó un trago de la botella de cerveza que tenía en la mesa—. Debería ser yo quién abriera ese templo, pero al parecer ahora tienes problemas más grandes que solo yo. Los de Catalupa ahora están intentando revocar mi permiso para excavar, así que podrías perder toda la bola de cera.

Se encogió de hombros. —Estoy segura de que la universidad arreglará algo con ellos, solo tienen miedo de perder el control de una búsqueda mayor —trazó con su dedo su mandíbula y él se alejó.

—Déjalo ya, Lauren. Se terminó.

—No tiene por qué ser así.

—Sí, sí tiene. Te lo dije desde el principio, era algo de una sola vez. Prometiste no hacer esto.

—No me daba cuenta de lo buenos que somos juntos —dijo. Bajó la voz a lo que creía era un tono sexy—. Dios, Jake, fuiste el mejor que he tenido y no puedo esperar para tener más. —Intentó subirse en su regazo y él se puso de pie, casi tirándola al piso.

—Dije no, Lauren.

Su expresión cambio de lujuria a enojo. Lo miró mal. —¿Cuál jodidos es tu problema?

—En este momento, —dijo con sinceridad—. No me agradas, Lauren.

Temblando con furia, se giró y salió dando un portazo de su remolque. Él pensó que no se había hecho ningún favor a sí mismo, pero era por esto que tenía su regla, una regla que dejaba completamente en claro para todas sus parejas: nunca dormía con ninguna mujer más de una vez. Se suponía que eliminaba la posibilidad de formar lazos afectivos. Él sabía, incluso en ese momento, que follar a Lauren era un error, pero estaba borracho y ella era persistente, y todos sus escrúpulos habían salido volando por la ventana cuando ella reveló esos magníficos pechos que tenía.

Bebió más cerveza y se masajeó las sienes. Dios, deseaba que Edward estuviera ahí. Edward siempre tenía consejos excelentes para ese tipo de situaciones, incluso aunque él mismo fuera un inepto social.

Recordaba el primer día que se conocieron. Ambos, de seis años, comenzando el primer año en una escuela nueva. Edward no había hablado con nadie en su primera semana ahí, y Jacob había sentido una afinidad casi instantánea con el solitario y callado niño pelirrojo. Reconocía en Edward los mismos rasgos nerviosos que en el gato salvaje que vivía en su alpende. Su abuelo, quien todavía vivía en la reserva, le había enseñado que si una criatura tenía miedo a las personas, tenías que acostumbrarlo a los humanos sentándote cerca de ellos en silencio y fomentando lentamente la interacción. El escritorio de Jake estaba junto al de Edward y todos los días elegía un lugar junto a él también en el almuerzo. Una semana después, Edward le ofreció una galleta de su lonchera, y después de eso, fue fácil ser su amigo.

Jacob descubrió rápidamente que Esme Cullen lo odiaba, aunque ella era demasiado amable y refinada para demostrarlo abiertamente. Jacob, tan sensitivo como era, reconoció las sutiles pruebas. Él no era, de ninguna manera, lo suficientemente bueno para ser amigo de su preciado hijo. Jacob era pobre. Su familia vivía en la Sección Octava de viviendas. Sus ropas estaban andrajosas y muchas veces sucias y, cuando pasó el tiempo, él creció más rápido de lo que eran remplazadas. Su padre era un borracho habitual que había vivido con discapacidad desde que un accidente DWI lo había paralizado, y su madre era escandalosa y tonta. Su hermano mayor, Emmett, era arrestado constantemente y pasaba más tiempo dentro que fuera de la cárcel, y su hermana Alice tuvo dos hijos antes de abandonar la preparatoria.

Él sabía que Esme tenía la esperanza de que Edward superara su amistad con Jacob y, para cuando entraran a preparatoria, prefiriera a los chicos más ricos y populares. A veces, Esme Cullen podía ser muy ciega en lo que respectaba a su hijo. El desaliento y la preocupación de Esme por su hijo habían crecido exponencialmente después de la muerte de su esposo. Había concentrado toda su energía en intentar empujarlo a ser el príncipe Cullen que debería ser, arreglándole citas y enviándolo a fiestas a las que no quería ir. Estaba convencida de que su timidez era algo que podía superar si lo intentaba.

Dios sabe que él tuvo éxito en todas las otras cosas que intentó. Resultó ser que Edward Cullen era brillante. No solo un niño inteligente, sino uno de esos raros genios que le daban gracia a la humanidad una o dos veces cada siglo. Parte de su ineptitud social era que su mente estaba rara vez en el presente. Hacía ecuaciones diferenciales en la cabeza y fallaba al notar que una chica le estaba coqueteando.

Se pudo haber graduado mucho antes, pero se negó a ser adelantado. Y cuando llegó la hora de la universidad, tenía las opciones de Harvard, Yale, Stanford… y decidió ir a la Universidad de Austlyn donde había sido aceptado Jacob. Era una buena escuela, bastante respetable en círculos académicos, pero era una elección extraña para aquellos que conocían su inteligencia cuando decidió ir a un colegio comunitario.

Él y Jake compartían un pequeño apartamento cerca del campus, pagado por Edward, quien a los dieciocho, tuvo acceso al fideicomiso dejado por su abuelo. Ellos eran, probablemente, los únicos chicos en la universidad que tenían su propia sirvienta, pero era un requerimiento para ellos porque Jacob era un total haragán y Edward rara vez le prestaba atención a su alrededor el tiempo suficiente para saber si estaban limpios o no.

Era un acuerdo que funcionaba para ambos. Edward necesitaba a Jacob para que le recordara que tenía que comer, ir a clases, asegurarse de que sus calcetines combinaban y su camiseta no contrastara con sus pantalones (Edward era completamente daltónico). Y necesitaba a alguien que calmara las cosas con el casero cuando hacía cosas como llenar las paredes con ecuaciones escritas con un marcador Sharpie porque no pudo encontrar un pedazo de papel.

Jake necesitaba la paciencia de las tutorías de Edward para ayudarle con algunas de sus clases y mantenerlo centrado. Sin la ayuda de Edward en el campo académico, y después, su asistencia monetaria cuando los préstamos de Jake no cubrían los costos, Jacob nunca hubiera cumplido su sueño de convertirse en arqueólogo. No tenía ni idea de cuánto dinero le había pedido prestado a Edward con el paso de los años. Probablemente Edward sabía hasta el último centavo, porque tenía una memoria increíble para números, incluso si no podía recordar cosas mundanas como comprar los vivieres, pero se negaba a divulgarlo o incluso considerar dejar que Jake le pagara. Ni siquiera dejó pagar a Jake por el capricho de un viaje al que había arrastrado Jacob a Edward hasta Tijuana para ver si los rumores de espectáculos de sexo eran reales. Para Edward, quien siempre lo había tenido, el dinero carecía de importancia. Y Jake tenía la suficiente gracia para no dejar que su orgullo se metiera en el camino.

Jacob ayudó a Edward a salir de su coraza en ciertas ocasiones. Con Jacob había ido a su primera fiesta, había bebido su primera cerveza, besado por primera vez a una chica. Las chicas amaban a Edward. A pesar de su indomable cabello rojizo y su mandíbula que normalmente llevaba encima alrededor de tres días sin rasurar, ellas caían a sus pies. Edward rara vez se daba cuenta, y cuando lo hacía, su primera reacción era retirarse, sonrojarse y tartamudear. Las chicas también encontraban eso encantador, y él siempre tenía un rebaño de aspirantes rondando su periferia, incluso después de que comenzó a usar su compromiso con Tanya como escudo.

Tanya. Los labios de Jacob se fruncieron tan solo de pensar su nombre. Esa perra se había apoderado completamente de la vida de Edward desde el momento en que lo vio. Y Edward la había dejado. A ella no le importaba que él fuera callado porque ella hablaba constantemente. No le importaba que fuera tímido porque ella era audaz y extrovertida. Solo había una parte de su vida que Edward se había negado a dejar que controlara, y esa era su amistad con Jacob. Había ganado una victoria significativa (a sus ojos) cuando logró que Edward comprara una casa solo para ellos dos, pero —por más que intentara— no podía borrar a Jacob de la vida de su prometido.

Un pequeño consuelo era que Esme parecía odiar a Tanya más de lo que odiaba a Jacob. Jacob había aprendido de modales con su asociación a Edward y, con el paso de los años, eso lo había hecho ligeramente más aceptable ante sus ojos. Tanya tenía la fuerte opinión de que la gente debía aceptarla como era.

Jacob se terminó la cerveza y lanzó la botella al bote de reciclaje. Edward llegaría pronto. Él sabría qué hacer con los permisos y cómo recuperar este descubrimiento de las garras codiciosas de Lauren. Era su templo, y estaría loco si dejaba que alguien que no fuera él lo abriera, después de todo su esfuerzo en el trabajo y persistencia cuando todos los demás dijeron que era un tonto. Todos menos Edward, eso es.


Edward nunca había estado en Catalupa, y él había imaginado condiciones más primitivas. En lugar de eso, el avión aterrizó en una próspera capital y fue llevado en una limosina por carreteras en buen estado. Solo cuando se acercaron al sitio en sí, que se encontraba en una región agrícola rural, fue transferido, junto con un par de expectantes arqueólogos, a un vehículo todo terreno y llevado a través de una enorme área boscosa, la cual tenía un camino recién hecho, hasta el lugar de la excavación.

Edward había evadido el tener que hablar con sus compañeros pretendiendo simplemente que no sabía español. Los arqueólogos de Catalupa hablaban libremente frente a él, creyendo estar protegidos por la barrera del lenguaje. Estaban ofendidos porque el mayor descubrimiento arqueólogo de la historia de Catalupa había sido hecho por un extranjero. Todos decían que ellos hubieran sido capaces de encontrarlo, si sus respectivas universidades les hubieran dado los fondos para hacerlo. Tenían la impresión de que Jacob se había tropezado con esa búsqueda por casualidad.

Ya era de tarde cuando llegaron al campamento. Edward estaba impresionado por lo limpio y pulcro que estaba, considerando que usualmente Jacob no era ninguna de las dos cosas cuando se trataba de su acuerdo de convivencia. Había una colección de cabañas prefabricadas en círculo, con las tiendas más grandes alrededor de ellas y una fila de tiendas al aire libre donde los trabajadores examinaban minuciosamente la tierra que había sido removida de la excavación. Cualquier cosa que no pasara por los cuadros de un centímetro del alambre de la malla de los tamices se revisaba para ver si tenía señales de haber sido trabajado o hecho por humanos.

—¡Edward!. —Jacob salió de una de las tiendas, donde había estado ayudando a con las revisiones. Contrario a algunos arqueólogos en la academia, él todavía disfrutaba haciendo el "trabajo pesado". Vestía una percudida camisa de hombros blanca y pantalones flojos sobre las botas de trabajo. Era musculoso, sus brazos bronceados y tatuados atraían las interesadas miradas de muchas mujeres según iba pasando. Jacob sonrió y abrazó a Edward—. ¿Cómo estás, hombre? ¿Cómo estuvo el viaje?

Edward sintió los ojos de todos en el campamento sobre ellos. —Estoy bien. El viaje estuvo bien.

—Tan platicador como siempre, amigo. Ven, vayamos a mi cabaña. Tengo aire acondicionado. —Edward lo siguió, cambiando sus maletas al otro brazo. Dentro de la choza, estaba piadosamente frío. Se sentó en una de las sillas junto a la mesa cubierta de documentos y suspiro aliviado. Aceptó la botella de agua que Jacob sacó del refrigerador y tomó un largo trago.

—Gracias.

—De nada. —Jacob tomó una cerveza y le quitó la tapa, lanzándola con indiferencia sobre su hombro—. ¿Qué te pasó en la mejilla?

—Nada.

—Mm. ¿1.65 metros y 54 kilos de 'nada'?

Edward ignoró eso. —He estado leyendo acerca de tus… dificultades, y seré honesto, Jake. No creo que haya mucho que yo pueda hacer. Entre más atención atraiga esto de la prensa internacional, más difícil se hace.

Antes de que Jacob pudiera responder, una mujer tocó en la puerta y entró al mismo tiempo. Sus ojos color claro se abultaron como los de un Pug, lo cual le daba a su mirada un aspecto perpetuamente de sorpresa. Edward la reconoció de catálogo de la facultad, y puede que la haya visto una o dos veces en las horribles fiestas de Navidad a las que Tanya lo arrastraba cada año, pero nunca había hablado con él.

—Holaaaa —ronroneó, estirando la palabra hasta que se quedó sin aire. Miró a Edward de la cabeza a los pies sin intentar ser sutil—. Doctor Edward Cullen. Siempre he querido conocerlo. Jake, ¿no vas a presentarnos?

—Lauren, Edward. Edward, Lauren. —Jake tomó otro trago de su cerveza—. No usa el "doctor".

Lauren lo miró feo y luego le sonrió a Edward. —¿No fuiste tú quién tradujo finalmente el antiguo lenguaje Catalupa?

—Sí —dijo Edward.

Ella esperó, pero él no siguió. —Pero pensé que estabas en el departamento de física.

Edward se removió incómodo. Estaba en la lista de la facultad como profesor, pero nunca había dado una clase, y todos los que trabajaban en la universidad debían saber ya la forma en que él iba de departamento en departamento según su estado de ánimo. Ciertamente a la universidad no le molestaba, porque él siempre salía con algo remarcable en cada disciplina que perseguía hasta que algo más llamaba su atención.

Jake intervino. —Sí, está en el departamento de física. Técnicamente.

Lauren no le hizo caso. —¿Cómo rayos haces eso? —preguntó—. De física a lingüística… tiene que ser un cambio bastante amplio.

La cara de Edward ardía. No dijo nada.

—Bueno, gracias por visitar —dijo Jacob—. Estoy seguro de que tienes montones de cosas por hacer ahora que estás a cargo de la excavación. No te detendremos más.

—En serio, Edward —presionó—. ¿Cómo descubriste eso?

Jacob suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. —Es como cualquier otro código, Lauren. Buscas patrones y determinas el valor de las integrales. Lo trabajo como si fuera un problema matemático.

—Ooh. Eso es taaan inteligente —Lauren soltó unas risitas y miró a Edward por debajo de sus pestañas, pero él no la estaba mirando.

—Sip, muy inteligente. Gracias por venir, Lauren. —Jacob se puso de pie y la llevó hasta la puerta—. Ahora, adiós.

—Por favor, Edward, pasa a verme antes de que te vayas —Lauren le lanzó una sonrisa sobre su hombro y Jacob le cerró la puerta en la cara. Se dejó caer en su silla y jugó moviendo su botella de cerveza por la mesa.

—Me dijo hoy en la mañana que me van a mandar a casa.

—¿Qué? ¡Estás bromeando!

—Joder, desearía que así fuera.

—¿Qué pasó?

Jake jaló la etiqueta de su cerveza. —¿Oficialmente? Quieren que regrese a casa para dar una clase de verano porque una de las instructoras está en permiso de maternidad. Extraoficialmente, es porque Mallory quería una segunda ronda y la rechacé. Y… bueno, me conoces. Estaba enojado así que no fui muy amable.

—¿Puedes disculparte?

—No servirá de nada.

Edward suspiró. Se tomó el resto del agua y lanzó la botella al bote de reciclaje de Jake.

—Me estoy exprimiendo el cerebro y no puedo encontrar una manera de regresarte tu excavación, Jacob. Lo siento.

—Lo sé —dijo Jacob—. Sé que ya no lo voy a recuperar, pero hay una cosa que no me van a quitar.

—¿Qué?

Jacob miró a Edward a los ojos. —Voy a ser el primero en entrar. Esta noche, tú y yo vamos a entrar.


En el campo de las malas ideas, Edward catalogó ésta junto con la de Napoleón al ir a la Batalla de Waterloo y la insistencia de Edison de la corriente continua. Entonces, ¿por qué estaba ahí, siguiendo a Jacob en lo desconocido? Porque no podría sacarle esta idea de la cabeza a Jake y no podía dejarlo ir solo.

—Yo seré Howard Carter y tú puedes ser Lord Canarvon —había dicho Jake. Lord Canarvon y Carter habían entrado a la cámara del sepulcro del Rey Tutankamón antes de que fuera abierta "oficialmente", escondiendo el agujero de entrada detrás de una canasta en las fotos que habían tomado de la antecámara.

—Esto es una locura —murmuró Edward.

Jake le sonrió. —¡Lo sé!

Bajaron los escalones que llevaban a las puertas. Una cadena con candado las mantenía cerradas. Jake le había dado a Lauren las llaves que le había exigido cuando le fue a decir que lo mandarían de regreso a casa. Ella no sabía que el candado traía un juego de dos llaves, eso significaba que Jacob tenía otro par de llaves que abría los dos candados.

—¿Crees que nos mandarán a la misma prisión? —preguntó Edward malhumorado.

—No te preocupes, no nos van a atrapar.

—¿Te das cuenta de que cada una de las veces que me has dicho eso, nos han atrapado?

—Cada vez, ¿huh? Bueno, hay muchas probabilidades de que algún momento sea la excepción. —Jacob hurgó en su mochila y le dio a Edward una linterna Maglite—. Además, técnicamente no estoy rompiendo ninguna ley. Los permisos no han sido revocados oficialmente, y Lauren ni siquiera ha anunciado todavía que me voy. Estoy rompiendo la cara de códigos éticos y probablemente me despedirán si me atrapan, pero no iremos a prisión. —Bajó la vista a la carátula iluminada de su reloj. Les quedaban cincuenta y cinco minutos. El guardia al que habían sobornado regresaría entonces y ellos tendrían que irse, quitando todo rastro de su presencia.

Edward iluminó con su lámpara la cámara vacía que había más allá de las puertas.

—Jesús, Jake, mira… —Había una pintura en la pared que representaba a la Diosa Oscura, bebiendo la sangre que sacrificaban los adoradores que bailaban a su alrededor. La pintura estaba tan suave, como si la hubieran pintado ayer. Edward deseaba poder ver los colores, pero para él todo eran sombras de gris, desde un color ligero hasta más oscuro. La Diosa Oscura estaba representada por una mujer de piel pálida con largo cabello negro. En la pared de enfrente, ella tenía las manos levantadas y caía la lluvia. Estaba de pie sobre los cuerpos muertos que representaban a los enemigos y la vegetación crecía a su alrededor. La estilización artística indicaba una conexión con los Inca.

—Vamos, Edward —urgió Jake. Edward movió a otro lado su luz. Él podría haber estado ahí de pie toda la noche analizando los diversos aspectos de esas dos obras de arte. Caminaron por un estrecho pasillo de piedra, sus zapatos aplastando la arena del suelo. Tal vez era yeso, de pinturas similares que alguna vez adornaron esas paredes, y que se convirtió en polvo. Caminaron lentamente al centro de la entrada, intentando evitar pulverizar más de eso.

—Santa mierda —soltó Jake.

—¿Qué?

—¡Mira! —Jake aluzó una esquina y Edward vio una pila de esqueletos ahí. Retazos de tela, destellos de metal, pedazos de joyería.

—¿Sacerdotes? —la voz de Edward estaba llena de asombro. Encontrar un sitio tan inmaculado como este, como si las últimas personas que lo visitaron hubieran salido caminando simplemente y hubieran cerrado la puerta detrás de ellos, era algo inaudito. Incluso la tumba de Tut había sido saqueada un par de veces antes de ser encontrada por Carter.

—Probablemente. —Jake movió su luz por la habitación y ambos jadearon. El altar seguía ahí, con el cuenco para sacrificios sobre él. Había piezas de joyería encima, cubiertas por una ligera capa gris de polvo. ¿Ofrendas para la Diosa?

Edward localizó algo y caminó a la parte trasera del altar. Una de las piedras de pavimentación había sido movida ligeramente a un lado y debajo había una abertura oscura y vacía.

—Jacob, ven aquí.

—¿Qué fregados? —respiró Jacob. Miró a Edward sorprendido—. Tenía razón. ¡Tenía la maldita razón! Hay una tumba aquí. Incluso si es solo ceremonial…

Edward se arrodilló e hizo la piedra a un lado, demasiado ansioso y curioso para preocuparse por estar perturbando el lugar. Otra escalera, aunque más empinada y estrecha, estaba debajo. Quitaron las piedras suficientes para entrar y se apuraron a bajar a la tumba. El aire frío subió hacía ellos, llevando una esencia de… ¿especias? Algo delicioso.

—Huele igual que el pasillo de especias en el supermercado —comentó Jacob. Edward no podía recordar si alguna vez había estado en el pasillo de especias de un supermercado, así que no corroboró esa declaración.

—Huele… —Edward inhaló profundamente—… adictivo. —Era el tipo de aroma que tu nariz ansiaba, una esencia que te haría permanecer ahí, solo para poderla disfrutar un poco más.

Al llegar al final de las escaleras, entraron en una habitación que estaba cubierta por brillantes pinturas. Jacob gimió con alegría cuando vio los cofres, cojines, jarrones, cuencos y todo tipo de cosas esparcidos por la habitación, como si su ocupante acabara de irse. ¿Ofrendas? ¿Muebles? No se sabía lo suficiente del estilo de vida de los antiguos Catalupa para decirlo. Ciertamente, esas eran cosas que no se habían visto nunca antes, cosas que agregarían una inmensa riqueza a su almacén de conocimiento de personas y sus culturas.

En el centro de la habitación, había piedra tallada… rectangular. Edward se acercó lentamente y la examinó desde los cuatro lados.

—Jake, ¿qué supones que es esto?

Jacob se acercó y añadió su luz a la de Edward. —Es un sarcófago —susurró—. Sé que lo es. No puedo creerlo. Jódeme, ¡no puedo creerlo!. —Pasó sus dedos por los tallados y una mirada de determinación cruzo por su rostro cuando se quitó la mochila del hombro.

—Jake, ¿qué estás haciendo?

—Lo voy a abrir.

—No, de ninguna manera. —Edward extendió una mano para agarrar la bolsa—. Jacob, detente a pensar por un momento. No sabemos lo que hay dentro, en que condición se encuentra. Exponerlo al aire…

La mandíbula de Jacob se apretó. —Lo voy a abrir. Tengo que hacerlo. No puedo irme sin saber si tenía razón.

—No puedes usar una palanca en esto, Jake, no es correcto. Eres un arqueólogo, por Dios, ¡no Indiana Jones!

Jacob se quitó su camiseta y envolvió la orilla de la palanca para evitar picar o raspar la piedra. Metió la palanca en una orilla debajo de la tapa y empujó. La tapa se levantó ligeramente con una bocanada de aire aromatizado con ese exuberante y rico olor a especias. Edward llenó sus pulmones y se inclinó para ayudar a Jacob a quitar la tapa con cuidado. Como la entrara al templo mismo, si no podía disuadir a Jake, haría todo lo posible por minimizar las consecuencias. La deslizaron unos cinco pies y luego aluzaron con sus luces adentro.

—Santa mierda —dijo Jacob suavemente.

—No… puedo… creerlo… —jadeó Edward sorprendido.

Dentro estaba recostado el cuerpo de una mujer perfectamente conservado. Era más pálida que el papel, pero aparte de eso parecía que estuviera durmiendo. Una corona oscura con plumas negras adornaba su cabeza y grandes piedras talladas en forma de disco colgaban de sus orejas. Su pálido rostro era tan increíblemente perfecto que ninguno de los dos podía apartar la vista. Absolutamente simétrico, notó Edward. Sus ojos tenían forma de almendra y estaban ligeramente estirados en las orillas. Su nariz estaba perfectamente derecha con un perfecto puente que se abría ligeramente sobre unos carnosos y, a la vista, suaves labios. Estaba envuelta en un vestido de color pálido, fijado con broches ornamentales tallados en los costados.

—Tan… hermosa… —respiró Edward. Estiró la mano y tocó su mejilla.

La mujer abrió los ojos.

Edward dejó caer su lámpara y caminó hacia atrás tropezándose. Él y Jacob gritaron, pero Jacob no tuvo oportunidad de retirarse. La mujer se levantó y salió del sarcófago en un segundo, tenía doblado a Jacob como si estuvieran bailando y lo estaba empujando hacia un agujero. Su rostro estaba enterrado en el cuello de él.

Jacob soltó un grito estrangulado e intentó alejarla. Edward se levantó del piso y agarró su Maglite. Con un artefacto o no, iba a darle una paliza a esa mujer si no soltaba a su amigo. La agarró de los hombros y jaló, pero era como intentar jalar un edificio. Haciendo una mueca, porque nunca antes había golpeado a una mujer, Edward le pegó en la nuca con la lámpara. Su corona de plumas se rompió y cayó al suelo, liberando su cascada de cabello oscuro.

Ella estiró un brazo y golpeó a Edward en el centro del pecho. Quedó desparramado contra el suelo de piedra. Soltó a Jacob y él se dejó caer contra el suelo, sus ojos agrandados y mirando todo mientras jadeaba y se retorcía como un pez fuera del agua.

Un segundo después la mujer estaba sobre Edward. Sintió un dolor cegador en un costado de su garganta y entonces, increíblemente, un agonizante placer y no pudo ni siquiera gritar mientras todo se oscurecía.


Aquí les va otra historia de nuestra querida Lissa. Espero que les haya gustado.