Otra vez tengo que pedir perdón por la tardanza. Muchas cosas han pasado, incluyendo el mayor bloqueo mental que he tenido nunca al escribir esta historia. Si, me ha vuelto a pasar y esta vez ha sido peor.

Una escena retrasó literalmente todo lo demás meses, y cuando digo meses digo meses.

Espero poder hacer rodar los engranajes de nuevo. Sea o no así debeis saber que no he abandonado esta historia, jamas lo haria, no de esta manera.

Feliz año a todos, que no se me olvide.


Louise comenzó a mover el brazo derecho comprobando que su mono estaba correctamente colocado, con la ayuda de Adel aquella pieza de ropa ajustada había entrado con facilidad. Notaba como le apretaba un poco en la zona del pecho y eso hizo que esbozara una leve sonrisa. Luego se toco la frente con los nudillos, como una especie de puñetazo metal por ser tan idiota. El Cardenal Mazarin había muerto, su reino estaba en guerra contra otros dos a la vez, su prima y amiga Tiffania había sufrido una crisis y ella estaba pensando en su pecho.

- ¿Ocurre algo mi señora? - Preguntó Adel.

- No... nada, solo estaba pensando. - La mujer terminó de recogerle el pelo para que no le molestara al ponerse la capucha. - Gracias. - Adel retrocedió con una leve reverencia y una sonrisa en la cara. Louise intentó que la sonrisa de su sirvienta y amiga la animara.

- Alguien tocó a puerta y Louise dio permiso a Adel para que la abriera. Era Kirche.

- ¡Oh Louise! Tengo que preguntarte por tu sastre. ¡Me encanta eso que llevas puesto! ¡Es tan atrevido y ajustado!

- Adel, por favor, llama a seguridad. Se nos ha colado un espía germano. - La mujer rió.

- ¡Oh vamos Louise! ¿No puedes ni siquiera soportar un cumplido? - Puso los brazos en jarras y sacó pecho sonriendo con autosuficiencia. - Puede que no tengas mis cualidades, pero eso no significa que no te veas bien con una prenda tan ajustada. Aunque estoy segura de que yo me vería mejor.

- Dudo que hagas trajes refrigerantes para vacas. - Respondió ella finalmente, Kirche sonrió la recibir la puya.

- Bueno, los hacen de tu tamaño, con más razón para hacerlos del mio. - Dijo poniéndose delante suya y sacando más pecho, totalmente erguida y mirándola a los ojos con una de sus sonrisas. Louise le devolvió la mirada con fiereza.

De pronto la germana comenzó a reír y Louise se le unió. Unos segundos después ambas estaban riendo sin parar. La princesa tardó unos segundos en recomponerse lo suficiente como para preguntar.

- ¿Qué haces aquí Kirche? - Dijo secándose una lagrima que le asomaba debido a la risa.

- Venía a despedirme. - Los restos de la risa de Louise murieron en su garganta al tiempo que se volvía hacia su antigua contrincante.

- ¿Qué?

- Tengo que hacerlo, la madre de Tabitha esta a salvo, su tío ha mostrado sus cartas y yo tengo muchas cosas pendientes ahora. El idiota de mi padre seguramente sea uno de los que esté atacando las tierras de los Vallière. ¡Hombres! - Dijo levantando un poco las manos de frustración.

- En su defensa, él cree que estas muerta por culpa de Tristania.

- ¿Tu? ¿Defendiendo a un Zerbst? Esa ropa debe de presionarte demasiado el cuello. - Louise bajó un poco la mirada.

- Yo... a veces los padres hacen cosas estúpidas por los hijos. - Kirche sonrió.

- Lo tendré en cuenta Louise, pero eso no significa que deje que mi padre haga dichas estupideces. Ese es nuestro trabajo como hijos, no el suyo. - Ambas chicas guardaron silencio unos segundos, finalmente Louise hablo.

- ¿Qué piensas hacer con él? - La pelirroja se llevó el dedo indice derecho a la barbilla.

- ¿Aparte de echarle la bronca por involucrarse en la guerra? Posiblemente contarle la verdad, toda. Incluido que él y el emperador son peones en el juego del tío de Tabitha. - sonrió. - Y decirle que finalmente he encontrado a mi futuro esposo.

- No me gustaría estar allí cuando se entere, de ambas cosas.

- Confío en su sentido común... a veces. Y sobre el profesor Colbert, bueno, él quería casarme con un hombre mucho mayor. Es uno de los motivos por los cuales acabé estudiando en Tristania.

Louise hizo memoria, se había enterado hacía poco que el padre de Kirche había acordado una matrimonio con un hombre de alrededor de sesenta años de edad. Un rico y importante noble. Kirche se había negado, incluso delante de su prometido, pero ante la impasibilidad de su padre a sus negativas había decidido tomar un camino más extremo. La germana ya había tenido sus escarceos con algunos hombres, pero nada serio. Así que decidió preparar todo para que su padre y su prometido la encontraran con una visita masculina en su cuarto. El escándalo había sido mayúsculo, sobretodo porque ella había sido lo suficientemente astuta como para acabar en brazos del hijo del mayor enemigo político de su prometido, hasta el punto que su padre prefirió mandarla a otro país a estudiar. Por Kirche misma, Louise sabía que su padre había acabado perdonándola, principalmente porque más tarde había descubierto que la supuesta riqueza de su ex-prometido era toda impostada. A pesar de ello el escándalo la había obligado a permanecer el definitivamente en la academia tristana.

- Aún así enloquecerá cuando se lo digas. - Kirche se atusó el peló de forma presumida mientras oía a Louise.

- Confío en que mi vuelta de entre los muertos haga que se olvide de eso.

- ¿Y Tab... Charlotte? ¿Ella irá contigo?

- Puedes llamarla Tabitha si así lo quieres. Ese noble que rescataste es muy pesado, pero creo por suerte él solo volverá a la capital de Tristania con nosotras y se quedará junto con la duquesa. Nosotras seguiremos al este hasta la frontera...

- El frente germano. - Le corrigió. - Es una zona de guerra.

- ¿Y por qué no el Frente Tristano?

- Vosotros atacasteis. - Respondió secamente, Kirche levantó las manos conciliadora.

- Culpable. - Bajó las manos. - Sé que no es mucho, pero creo que mi emperador ha cometido el peor error de su vida. Y no solo porque la princesa del reino que acaba de atacar tenga una armadura con la que podría matar a un orco a golpes ella sola. - Kirche clavó la rodilla en el suelo al tiempo que se llevaba la mano derecha al pecho e inclinaba la cabeza. - Me disculpo en nombre de mi reino.

- ¡Kirche! ¡No hace falta que... !

- Créeme lo hace. No sé como los míos se han metido en este loco plan, pero sé que van a perder. Solo te ruego por, si está en tu mano, no humilles a mi familia y a mi reino. Sé que soy la ultima que tiene derecho a pedírtelo, pero aunque merecen un castigo no hagas que nada de lo que yo te hice en la Academia... - Louise le puso la mano sobre el hombro.

- Hace tiempo que abandone esas rencillas. Ahora levántate, tengo poco tiempo antes de marcharme yo también y quiere despedirme de Tabitha.


Las naves de descenso y los transportes no habían parado de hacer viajes durante toda la noche. Dos batallones completos de Battlemechs con apoyo de vehículos, infantería y armaduras aparte de tropas regulares tristanas traídas por nobles cercanos. El apoyo aéreo se descartó y se mandó al noreste ya que la nube de tormentas que seguía a las tropas de Gallia estaba claramente hacha para impedir el uso de cazas y helicópteros. Era el mismo método que habían usado en Albión aquella fatídica noche del contraataque.

La enorme concentración de fuerzas incomodaba a Kyle, pero no por la desfavorable ventaja numérica contra Joseph, hacía tiempo que había dado por sentado que las reglas de los clanes no eran para ese despreciable ser, sino por el motivo de acumular tantas fuerzas. La idea del brigadier era desmoralizar a los mechwarriors del tirano, a sus tropas regulares e impedir el enfrentamiento. Si esto no resultaba su ataque sería tan arrollador que Joseph tendría que rendirse y lo tomarían prisionero. Esto le producía un mal sabor de boca, él quería golpear la cara de esa alimaña hasta que sus huesos crujieran, no tomarlo prisionero. Pero él tenía ordenes y una misión y la cumpliría.

El plan operativo era desplegar dos compañías con apoyo de armas combinadas al frente de la ruta avance de las tropas de Gallia mientras que otras dos compañías se desplegaban en los flancos, dejando las dos restantes en reserva en caso de que Joseph saliera con alguna sorpresa o necesitara "más razones" para rendirse. Todos habían pensado que Joseph tendría en cuenta que Louise estaría en primera fila, después de todo era otra usuaria del Vacío, así que habían modificado el plan. Si él era capaz de hacer algo que neutralizara a Louise lo mejor sería mantenerla a una distancia prudencial y en un lugar donde él no se lo esperara. Ella y su unidad avanzarían por el bosque que colindaba con el lago hasta situarse en la retaguardia enemiga. Ellos también podían jugar a duplicidades como él.

Finalmente, Kyle vio llegar a Louise al hangar, ya con el mono de faena que usaba para cubrir el traje refrigerante de su armadura. La capucha no estaba puesta, pero su pelo ya estaba recogido para facilitar dicha acción. Sus miradas se cruzaron y él se acercó a ella.

- ¿Todo bien? - Preguntó él.

- Si... solo me despedía de Kirche y Tabitha, espero no llegar tarde. - Él negó. De hecho llegaba antes de tiempo. - ¿Tu ya... ?

- Ya lo hice, espero que lleguen bien a su destino y que Kirche pueda hacer algo con Germania, o al menos su padre. Preferiría luchar con un enemigo cada vez.

- Yo también. - Louise dijo casi en un suspiro.

- ¿Como está Henrietta? - Louise levantó la mirada y él pudo ver su gesto triste.

- Está destrozada, intenta que no se le note, pero creo que le ha afectado tanto como cuando perdió a su padre.

- Ese anciano a veces era problemático...

- ¡Kyle! ¡No puedes hablar así de alguien que acaba de morir! - Louise se escandalizó.

- ¿Por qué? No lo entiendo. Además, aunque fuera problemático era un hombre fiel a la reina. La lealtad es algo que puedo admirar de él. Murió justo después de entregar un importante mensaje. - Louise se frotó las sienes, lo ultimo que necesitaba era un dolor de cabeza antes de la más que posible batalla.

- Mira, déjalo. Tengo que hablar con mis hombres. - Kyle le puso una mano sobre el hombro derecho.

- Louise... perdona por no entender algunas cosas. - Ella relajó el gesto.

- No importa, hace tiempo que comprendí que eras diferente de lo que estoy acostumbrada. - Louise sonrió. - Bueno, yo tampoco soy la misma que antes. Supongo que puedo aceptar a un tonto familiar que no sabe comportarse. - Le puso la mano sobre el pecho y luego recostó su frente contra el chico. - ¿Es deshonroso estar asustada?

- Es deshonroso dejar que tu miedo te paralice, no tenerlo. - Ella agarró un trozo de tela del mono del chico y lo apretó con fuerza.

- Por favor Kyle, no mu... - se estremeció, oscuros recuerdos le hicieron sacudirse – ten... ten cuidado y regresa. - El chico le pasó los brazos alrededor suya.

- A sus ordenes princesa. - Louise se permitió un segundo de relajación, pero su deber la llamaba, como a él también.

- Esa no es forma de dirigirse a un princesa. - Su voz era melancólica, aun marcada por los recuerdos.

- Tampoco es la forma de dirigirse a un oficial superior. - Kyle sonrió. - Acabemos con esto, tenemos un rey que derrotar. - Louise sonrió.

- A sus ordenes comandante.


Éléonore apretó el paso a pesar de la herida en su pierna. Se mordió el interior del carrillo para no dejar aflorar el dolor que le taladraba a pesar que intentaba usar el bastón que le habían dado para usar lo mínimo posible la extremidad herida. Odiaba estar así, ella no podía dar esa imagen. Tenía que mostrarse firme, dar ejemplo a las tropas. Entro en la tienda, mucho más pequeña que la de su padre, pero esta ultima había ardido la noche anterior. Allí dentro la esperaba en enlace dejado por el capitán Bouëxic, Éléonore sabía que era el quinto hijo del conde Sanderlin, pero no se había molestado en averiguar su nombre. También estaban presentes un soldado alto y fornido de cabello casi rapado rubio y la mujer gigante fuera de su armadura. La noble apretó los dientes al darse cuenta que era visiblemente más alta que la otra gigante que había regresado meses atrás con ella y Louise de los campos de entrenamiento. ¿Cuánto más altos pueden ser estos bárbaros?

- ¡Mi lady Valliére! - El enlace se apresuró a ayudarla a abrir del todo el tejido que componía la puerta de la tienda. - ¿Por qué ha venido? ¡Sus heridas... !

- Sé que estoy herida, pero mi padre me puso al mando de las tropas de la casa. ¿Qué clase de general no puede caminar hasta su oficial de enlace? - El noble menor miró a los escoltas de la mujer recriminandolos por no ayudar a su señora herida, los cuales lanzaron un leve suspiro. Sanderlin se dio cuenta de que posiblemente la mujer les había conminado a no ayudarla. Conocía algunas historias sobre la mayor de los Vallière. El hombre fue a abrir la boca, pero ella le hizo cerrarla con una de sus miradas mientras se acercaba a la mesa llena de mapas sobre la que los tres militares estaban reunidos. Luego miró a Samantha. - A usted ya la conozco, pero no a su compañero. - Miró al ultimo miembro de aquella reunión. Este se cuadró y saludo antes de presentarse.

- Capitán William T. Davis, Cuerpo de Marines de Tristania, primera compañía. - Anunció con cierto orgullo.

- El capitán llegó esta mañana con los refuerzos adicionales, veteranos de Albión como él.

- Soy veterano de antes de esa isla voladora, aunque en otra unidad y cuerpo. - Una cierta nostalgia se entrevió en sus palabras. - Como esa unidad no existía aquí decidí ayudar a crear los Marines Tristanos junto con Mendoza y el teniente coronel, señora.

- ¿Esos marines tienen nobles entre ellos?

- Algunos de pequeñas casas, también tenemos algunos magos sin titulo y vástagos. Pero el grueso de nuestros números son tropas convencionales. - Desvió la mirada. - El capitán Mendoza es mago también, aunque sin entrenamiento, pero se encuentra de baja por enfermedad. Si me lo pregunta, el peor momento para ponerse enfermo, señora.

- Eso no es tan relevante como saber con qué tropas ha venido. - Éléonore seguía tensa.

- La primera compañía de marines completa. Ciento cincuenta hombres en total. También tenemos personal de apoyo no combatiente, señora.

- ¿Puedo entender que son fusileros?

- No solamente eso señora. Tenemos varios pelotones de fusileros, escuadras de armas pesadas, secciones de asalto y una sección de artillería ligera. Estamos esperando la llegada de algunos ingenieros de Albión para establecer posiciones fortificadas de ser necesario, señora.

- ¿Y en caso de que ataquemos nosotros? - El hombre torció un poco el gesto.

- Puede hacerse señora. Pero no lo recomiendo sin un plan muy estudiado previamente. Solo dispongo de momento de esos hombres, la segunda compañía llegará en unas horas, pero sin un oficial al mando, su segundo al mano es un veterano también, pero no tiene la misma experiencia.

- ¿Entonces cual es su plan?

- Inicialmente pensábamos atacar los transportes enemigos con mis elementales e infantería de salto. - Intervino West. - Mientras tanto los hombres de Davis establecerían defensas y líneas de fuego para frenar a los germanos. Con su logística dañada, y los refuerzos que estamos recibiendo podríamos efectuar un ataque un par de días después de destruir sus suministros, justo cuando nuestro apoyo aéreo esté desplegado. - La noble frunció le ceño.

- ¿Conoce el número total de naves enemigas?

- Neg, no disponemos de cobertura de satélites espías en esta zona tan al norte. - La noble entrecerró los ojos dudando si preguntar. - Son unos dispositivos espía situados a gran altitud. Nos proporcionan imágenes en tiempo real de lo que las tropas están haciendo.

- ¿Por qué no hay aquí? - Respondió secamente.

- No esperábamos un ataque Germano, señora. - Respondió el marine. - Para colmo esos cab... esos malnacidos gallios han neutralizado su utilidad con esas tormentas bajo las que avanzan. Tardaremos un par de días en tener los satélites aquí desplegados.

- Para entonces podría ser muy tarde. - Gruño Eléonore.

- Mis disculpas, pero no podemos hacer gran cosa. Se están ensamblado nuevos satélites, pero no hay suficientes.

- No tiene caso lamentarse por las carencias propias del campo de batalla. - Acabó terciando la maga. - Se giró hacia la Elemental. - Si no conoce el numero de naves enemigas ni su posición tenemos un problema. Nuestra posición aquí es vulnerable. Muy vulnerable. Basta con que una de sus naves eluda a la suya para que tengamos un navío bombardeándonos. - Se volvió hacia Davis. - Y, permítame decirles que dudo que sus fortificaciones aguanten un ataque desde un navío. Y aunque así lo fuera el resto de tropas sufrirían bajas inaceptables.

- En tal caso ¿tiene alguna sugerencia? - Dijo el enlace. La mujer se irguió un poco y tosió para aclararse la garganta antes de hablar.

- Así es. Actuar al revés de lo que el sentido común nos dice. Los germanos esperan que los ataquemos usando la potencia de fuego del Níðhöggr así que habrán dispuesto sus naves lo más desperdigadas posible. - Dijo señalando determinados puntos del mapa. - Si atacan en grupo saben que no tienen nada que hacer contra su acorazado. - Picó con el dedo indice sobre la situación que ocupaban en ese mismo momento. - Pero destruya esta posición y el invencible Níðhöggr tendrá que retirarse.

- ¿Entonces sugiere que dejemos a los marines aquí y el navío del capitán Bouëxic aquí? - El enlace se rascó la cabeza. - Entonces estaríamos totalmente a la defensiva, perderíamos impulso.

- No. - Cortó la mujer. - Antes de ser atacados discutí con mi padre un plan para atacar la retaguardia germana. Íbamos a llevarlo a cabo esta misma mañana. - Saco un mapa de su chaqueta de soldado y lo puso sobre la mesa, tenía los bordes quemados, pero era totalmente legible. - Por suerte el baúl de campaña de mi padre estaba protegido con hechizos, y el fuego no afectó del todo al mapa. - Samantha estudió el papel.

- ¿Qué es esto?

- Es un mapa de unas cuevas situadas bajo nosotros que llegan hasta la retaguardia enemiga. - Davis sonrió al darse cuenta de lo que estaba proponiendo la mujer.

- ¿Una infiltración en territorio enemigo? - Preguntó Samantha.

- Cortar líneas de suministro, atacarles desde atrás. Negarles la seguridad tras sus líneas. - El marine enumeró. - Es un plan osado, señora, pero no carente de riesgos. ¿Por qué no han usado ellos las cuevas?

- Los germanos desconocen su interior, y además este es el único mapa completo de las mismas. Vetas de piedras de viento incluidas. Y esa es la segunda parte de mi plan. - Los presentes sonrieron. - Si somos perseguidos en nuestra retirada podremos destruir las piedras para cegar los túneles, y posiblemente hacer el avanze sobre la superficie también más difícil.

- ¿Es consciente de que aunque nos siguieran y no destruyéramos las piedras los germanos podrían perder muchas tropas en todas estas galerías? - Davis pasó los dedos por las intrincadas lineas dibujadas del mapa. - Necesitarían centenares de hombres para estar seguros de cubrir todos los caminos dentro de las cuevas. Cientos de hombres que no estarían arriba atacándonos. - El marine se puso firme saludándola. - Señora, mis hombres están dispuestos a llevar a cabo la misión. - Se volvió hacia West. - Imagino que las cuevas no son adecuadas para el uso de Elementales.

- Aunque así fuera no le quitaría su presa. Nosotros tenemos otras. - Sonrió la gigantesca mujer.


La princesa Isabella soltó un gruñido mientras caminaba de un lado al otro de su camarote. Mientras musitaba que los germanos tardaban demasiado. El capitán Muiset, al mando nominal de aquella flotilla seguía mirando fijamente al frente. Mirar las idas y venidas de una princesa era una falta grave.

- ¿Cuando van a responder esos campesinos venidos a más? - Preguntó hacia él, el cual hubiera estado menos incomodo en el puente de su nave en medio de un combate que su flota estuviera perdiendo.

- Su alteza real, debemos de ser pacien...

- ¡No se atreva a repetir esa palabra en mi presencia! - Estalló la princesa. - ¡Soy la futura reina de Gallia! ¡Estoy por encima de ellos! - El hombre levantó los brazos de forma conciliadora.

- Lo siento, su alteza real, pero está fuera de nuestro poder acelerar las cosas. Solo podemos esperar. Tal vez incluso el enlace germano haya sido emboscado de camino hacia aquí por los tristanos. - O sencillamente no la da tiempo físico a llegar a la hora que ella exigió. Se atrevió a pensar.

- ¡Tonterias! Los tristanos no tienen navíos en la zona, usted mismo lo dijo.

- Así es, pero las cosas pueden cambiar. Además, por lo que sé la familia de la Vallière tiene algunos jinetes dragón. Puede que no suficientes como para hundir una nave, pero si como para dañarla y ralentizarla. - Estaban en una guerra, nada tiene que salir como está previsto.

- ¡Ja! Si ese es el caso creo que tenemos mucho más que enseñar a esos brutos de lo que pensaba. - La chica parecía aun molesta pero se sentó en el trono de su camarote apoyando su brazo derecho en el reposa-brazos y la barbilla sobre este. - Avancemos.

- Perdón, Su Alteza, pero...

- ¿Pero qué? ¡Solo tenemos que avanzar hasta las líneas tristanas y bombardearlas! ¡Es un plan a prueba de idiotas! - El hombre parpadeo incrédulo mientras un sudor frio le corría por la espalda.

- Su Alteza, desconocemos la situación de las fuerzas tristanas.

- ¡Entonces separe la flota y búsquelos! - Solo el respeto a la corona y un fuerte sentido de auto-conservación impidieron que el hombre respondiera como hubiera debido hacerlo ante esa propuesta. Cogió aire e intentó responder de la forma más profesional posible.

- Su Alteza, si separamos la flota perderemos la capacidad de poder bombardearlos con la fuerza necesaria.

- ¡Entonces haga algo! - Grito dando un golpe en el apoya-brazos. - ¿Es que tengo que pensar yo en todo?

El capitán se mordió la lengua para no responder, no estaba tan loco como para hacerlo.

- Enviaré a algunos jinetes como exploradores si así lo desea Su Alteza.

- ¡Excelente! ¿Ve como es fácil? Comandar es innato para mi.

Muiset bajo la cabeza asintiendo mientras se lamentaba de su suerte, temiendo que la princesa estuviera a punto de condenar a toda la flotilla a un destino aciago. No obstante negó mentalmente. Aquella joven era la princesa de Gallia y su padre jamás la expondría a un peligro voluntariamente. Confiaba en que el rey supiera algo que él no sabía. Tal vez las defensas de Tristania en aquella zona estuvieran a punto de colapsar. Su misión seguramente era protegerla y, tal vez, disuadirla respetuosamente de sus "tendencias menos cautelosas" en el campo de batalla. Un par de golpes en la puerta le sacaron de sus pensamientos.

El capitán fue a responder, pero enseguida recordó que la princesa estaba presente. Inclinó la cabeza hacia ella preguntando sin palabras si permitía que respondiera, esta solo respondió haciendo un gesto con la mano sin siquiera mirarle a la cara.

- Adelante. - Un joven alférez, de no más de 16 años y de origen noble, apareció por la puerta. Instantáneamente hizo un reverencia ante ambos antes de hablar.

- Su Alteza, capitán Muiset, un navío germano se acerca.

- ¡Al fin! - Exclamó Isabella soltando un bufido exasperado.

- ¿Se sabe quien viene a recibirnos? - Pregunto Muiset.

- El barco tiene el escudo del barón Händehämmern.

- ¿El vicealmirante de la flota germana?

- ¿Y quien es ese? - Respondió la princesa, el capitán se volvió hacia la princesa.

- Su Alteza, es el segundo al mando de la flotas germanas. Seguramente el almirante Lütjens haya mandado a su hombre de confianza para recibirnos, es una señal de respeto. - Isabella miró al capitán aburrida.

- Dígale que baje a presentar sus respetos. - Se miró las uñas con gesto desinteresado. - Luego le daré mis ordenes. - Muiset se quedo clavado un segundo. No era posible. ¿Como que poner a sus ordenes a un militar extranjero? Tenía que haber un error.

- Su Alteza... debe de haber entendido mal. Somos fuerzas aliadas, pero los oficiales germanos pertenecen a otra cadena de mando.

- ¿Y eso es importante? Soy la princesa de Gallia, ellos solo son simples oficiales, como lo es usted. Yo ordeno y ustedes obedecen. Seguramente ese comandante del que habla ni siquiera sea un noble. - Frunció el ceño.

- Su Alteza, es un vicealmi...

- ¡Y yo soy la princesa! -Comenzó a chillar. - ¿Acaso lo ha olvidado? ¡Estas fuerzas son mías! ¡Están bajo mi mando! Y esos sucios bárbaros deben de saber quien está por encima de ellos. - Miró fijamente al capitán. - Hágalos abordar esta nave, que bajen y se postren frente a mi, como debe de ser. - Terminó sin dejar opción a replica al hombre.

- Si... si, ahora mismo, Su Alteza.

Jamas se había sentido tan avergonzado como cuando supo que tenía que pedirle al vicealmirante que bajara. Aquello no era la tradición. Se suponía que la princesa y él debían de recibir a sus invitados en la cubierta y allí estos debían de honrar a Su Majestad antes de pasar a otra consideraciones militares. El embajador de Gallia había sido recibido en una viaje secreto en la cubierta de su navío de recreo por el propio emperador de Germania. El propio Muiset había escoltado al embajador bajo la cubierta del Hohenzollern donde ambos hombres habían discutido sobre la alianza que había dado origen a esta guerra. Él había oído como el emperador se había quejado amargamente de que tras la guerra contra Albión Tristania no había honrado su alianza. De como su reino había comprometido fuerzas y recursos en una guerra de la que luego no había sacado ningún rédito a pesar de haber ganado. No solo eso, sino que incluso la propia reina, después de su regreso de entre los muertos, había cancelado su compromiso con él. El propio Muiset podía entender el enfado del emperador, iba a casarse con una reina a cambio de proteger Tristania de las depredaciones de Albión y al final de la guerra acabo sin esposa y esta se acabó prometiendo con el rey del reino contra el que habían luchado. El rey Joseph había aprovechado ese resentimiento en su beneficio, y el emperador, con un poco de suerte conseguiría su presa, forzando a la reina a romper su compromiso con Albión y desposándose con ella a cambio de dejar de atacar su reino. O, si los rumores de que las heridas que había sufrido en Albión eran ciertos, forzar a la recién nombrada princesa Louise a casarse con él.

Ahora la princesa Isabella quería menospreciar a aquellos aliados. Muiset apretó los dientes y esperó a que el vicealmirante desembarcara en su nave. Los soldados se cuadraron mientras el esquife levitaba de una nave a otra.

En ese momento supo que algo iba mal. El oficial germano estaba encorvado con los hombros hundidos bajo su capa de piel de lobo. Cuando desembarco pudo ver las bolsas bajo sus ojos y la tez cenicienta de su rostro.

- ¿Permiso para abordar su nave? - Solicitó con voz cansada.

- Con... concedido. Vicealmirante, bienvenido al Saint Pélage. - El germano soltó un suspiro cansado y bajo hasta la cubiertas desde su transporte.

- Es almirante ahora.

- ¿Qué? ¿Y el almirante Lü... ?

- Se hundió con su nave. - Respondió de forma seca. - Sus naves, según se mire, vienen en el mejor o el peor momento. Hemos perdido ocho naves esta noche. Las necesitamos para evitar que el frente se resquebraje. - Los ojos del capitán se abrieron de par en par.

- Pero... pensaba que los tristanos...

- Los tristanos no tenían flota aquí, es cierto. No tenían una flota pero si una nave. - El hombre apretó los puños y bajo la mirada. - Solo UNA nave, no una flota. Esa maldita nave aniquilo la flota, hizo explotar la nave insignia con Lüjents dentro y no fuimos capaces de causarle daño alguno.

- No lo entiendo. ¡Una sola nave no podría causar tales daños! - El recién nombrado almirante miro a uno de sus oficiales.

- Se enseñaré lo que sabemos. Vamos a su sala de guerra. - Muiset se quedo clavado un segundo al recordar su otro problema.

- Al... almirante, sobre eso. Mi nave no tiene sala de guerra.

- Creía que todos los galeones insignia tenían una sala desde la que dirigir la estrategia.

- Y así es... pero en esta nave tenemos en su lugar... un salón del trono.

Muiset deseó que la tierra le tragara, o en este caso que las tablas de su barco se abrieran bajo sus pies, pero finalmente explicó quien venía al mando de la flotilla. El almirante torció le gesto levemente, posiblemente mostrando un gran auto-control, solo respondió un seco "Entiendo" y siguió al capitán a la sala del trono del barco. Allí rindió respetos a la princesa, de forma seca pero correcta. Algo le decía al capitán galo que el oficial germano se estaba tragando su orgullo porque necesitaba los barcos de la princesa. El aura de derrota y cansancio rodeaba al hombre.

- Bien entonces, vicealmirante, ¿cual es su excusa para no haber derrotado a esos advenedizos ya?

El capitán intentó intervenir, decir algo para disculpar a la princesa, pero antes de que apenas se moviera el otro oficial hablo con voz firme, pero cansada.

- El duque de la Vallière fue y sigue siendo un general capaz, consiguió frenarlos el tiempo necesario para que los refuerzos llegaran. - La princesa comenzó a inspeccionar sus uñas. - Cuando estos llegaron no teníamos nada que hacer. Su nave acorazada destrozó nuestra flota y hundió la nave del almirante, con él dentro. Reuní las fuerzas restantes y llamé para una retirada, no obstante mientras lo hacíamos aquella nave enemiga destruyó tres naves más.

- ¡Oh! ¿Entonces se retiró del combate como un cobarde? - Preguntó ella con tono juguetón. El germano explotó.

- ¡Jamas, hasta esta fatídica noche, me he retirado de un combate! Pero no podíamos hacer nada contra esa nave. ¡Nuestros cañonazos rebotaban contra su casco metálico!

- ¡Ja! - Exclamó la princesa apuntando con su dedo indice al oficial. - ¿Un buque blindado? ¿El Lexington entonces? No veo tanto problema, los capitanes de nuestra gloriosa flota aseguraron a mi padre meses atrás que nuestros cañones podrían atravesar el casco de la nave insignia de Albión.

- El Lexington fue destruido meses atrás en Tarbes. - Isabella sacudió la mano indicando que se callara.

- Será otra nave similar. Pierda cuidado, los galeones de nuestra flota destruirán esa temible nave enemiga. - Acabó con cierta sorna.

- ¡Ese navío no era el Lexington ni ninguno similar! No tiene mástiles ni cubierta, esta totalmente cubierto de metal, apenas tiene cañones, pero cada disparo hizo explotar cada nave que alcanzó y su armamento secundario... diezmó a nuestra caballería aérea e infantería. Ahora las fuerzas del duque están reforzadas por infantería con armamento de fuego rápido y hemos visto algunas de esas arcas voladoras. Si Albión ha mandado esas maquinas de guerra al este no tenemos oportunidad de derrotarlos. - La princesa dio un puñetazo al apoya-brazos de su trono.

- ¡Derrotista! ¡No me extraña que perdiera esa batalla! - Se levantó y miró desde arriba al oficial germano. - Tiene suerte de que pertenezca a esa nación de bárbaros y no a la mía. Si fuera uno de mis oficiales habría ordenado que de le cortaran la cabeza por cobardía y derrotismo. - Händehämmern levantó la cabeza y miró directamente a la princesa.

- Es verdad, tengo suerte de no pertenecer a su nación, porque sé cual va a ser su respuesta a este nuevo enemigo. - Miro al capital Muiset. - Y lo lamento profundamente por sus hombres. - El almirante hizo un reverencia antes de girar sobre si mismo y comenzar a marcharse.

- ¿Qué? - Isabella casi botó en su asiento. - ¿Qué esta haciendo? ¿Como osa darme la espalda y marcharse antes de que yo lo despida? ¡Capitán! - Miró a Muiset. - ¡CAPITÁN! ¡Detenga a ese maldito campesino ahora mismo!

El capitán miró al almirante el cual intercambio un mirada con el mismo antes de continuar su camino hacia la puerta escoltado por sus oficiales, los cuales tenían las manos cerca de sus armas. Uno de ellos incluso tenía una varita, mientras que el resto tenía espadas o pistolas. Los guardias de la puerta se tensaron, mirando también al capitán, esperando su orden. Muiset bajo la mirada y negó.

El almirante salio por la puerta justo a tiempo antes de que una copa de estrellara contra el marco de la misma, arrojada por una princesa enfurecida que no paraba de gritar.

Muiset también lo lamentó por sus hombres cuando estos le llevaron a la celda en la bodega de la nave.


El capitán Bouëxic se agarró al pasamanos frente a la mesa táctica del puente. Él había visto en funcionamiento los llamados holo-tanques, increíbles herramientas que los capitanes y almirantes podrían usar en combate para ver el campo de batalla desde múltiples ángulos. Por desgracia el Níðhöggr jamás podría tener algo similar, pero si una mesa táctica. Una pantalla plana, instalada en la mesa y protegida por un duro cristal que permitía ver el campo de batalla en dos dimensiones en tiempo real. Para alguien como él, nacido y criado en una sociedad donde la tecnología estaba por detrás de la magia esto era una mejora sobre los conjuros de visión lejana, sobretodo si se combinaba con los sistemas detección de la aeronave.

- Angulo de elevación 5 grados. - Escuchó decir al navegador. - Propulsión a un tercio.

- Muy bien. - Respondió él mientras se volvía al segundo oficial. - ¿Distancia hasta la capa de nubes?

- Mil doscientos pies. Ingeniería reporta un incremento en la humedad en el exterior de casco, pero el funcionamiento de los sistemas esta dentro de los parámetros. - Bouëxic frunció el ceño. El Níðhöggr tenía un techo operativo superior al de las antiguas naves, pero sabía por experiencia que la humedad podía jugar malas pasadas a los navíos. Algunas tan graves como combustiones incompletas de la pólvora o que la madera del casco se hinchase demasiado. Su nave al ser casi hermética y de metal no debía de tener esos problemas, pero estos le seguían inquietando.

Una puerta se abrió y la comandante West, con su mono de faena por encima del traje ajustado que usaba dentro de su armadura entró en el puente.

- Comandante, ¿sus hombres están listos en caso de ser necesitados?

- Aff, todos ellos.

- Bien, entonces seguiremos el plan original. ¿Tiene algún problema con la propuesta que le hicieron desde Albión?

- Neg, alguno de mis hombres están confundidos con la idea, pero seguirán las ordenes. Solo necesitamos coordinarnos con el control de fuego de la nave. - El capitán sonrió.

- Pierda cuidado, he solicitado revisiones constantes de los sistemas... - dudó un segundo – IAE. Si ustedes están en una nave esta nave se marcará como blanco no valido. Si todos los identificadores son neutralizados...

- Entonces habremos muerto y tiene permiso para destruir esa nave. - Cortó ella con gesto serio.

- Esperemos no llegar a eso.

- Estoy de acuerdo. - Una amplia sonrisa apareció en su cara, no era una visión agradable. Recordaba a un gato sonriendo frente a una presa.


El capitán William Davis maldijo mientras veía como sus hombres avanzaban lentamente a través de la húmeda cavidad. ¡Barro! ¿Quien me hubiera dicho que una cueva estaría hasta los tobillos de barro? Tenía sentido con toda el agua escavando la roca, pero para una persona que jamas había tenido la oportunidad de entrar en una no lo era tanto. Las imágenes que había visto en la televisión allá en su mundo y época no mostraban esto, sino majestuosas simas llenas de agua y rocas. Pero si machacas lo suficiente una roca esta se hace arena y si añades agua a la ecuación... ¡Boom! El barro más molesto y asqueroso que te puedas imaginar.

- Señor, creo que esta es la cuarta bifurcación. - Dijo el teniente Isaac, mientras miraba el mapa junto con el noble que les acompañaba de guía, el chevalier Aunsaht.

- Déjeme ver. - El oficial le tendió el mapa. - Eso parece, tenemos que ir hacia abajo por ese camino de la derecha. - Frunció el ceño. - Doscientos metros más adelante llegaremos a la primera caverna con piedras de viento. Informe a los especialistas. - Miró el mapa de nuevo, señalando un ensanchamiento que estaba a medio camino entre su posición y la de la caverna a la que se dirigían. - Esta cavidad... que los hombres tengan cuidad al acercarse, podría tener más agua de la que esperemos.

- O barro, señor. - El gesto de Davis se agrió un poco más.

- Si, o barro.

¿Por qué mierda no podía ser solo barro? La mente de Davis chilló mientras otra de las criaturas caía bajo el fuego de sus hombres. Primero había sido el nauseabundo olor. Luego, al acercarse a la caverna a mitad de camino el hombre en cabeza dio la orden de alto, había movimiento y ruido enfrente. Por un segundo pensaron que los germanos estaban explorando desde el otro lado de las cavernas, aunque estaban solo a un tercio del recorrido. Imágenes de los reportajes sobre la guerra subterránea en la primera guerra mundial llenaron su mente de temores, lo ultimo que esta guerra necesitaba era un nuevo frente. Sus temores se vieron contradecidos por una series de gritos y aullidos que poco tenían que ver con los que él asociaría con un soldado germano.

- ¡Goblins! - Uno de sus hombres gritó. ¡Oh genial!

La primera oleada había sido despachada con varias andanadas de disparos. Las criaturas armadas con armas de piedra y alguna de hierro oxidado de tosca manufactura no pudieron hacer nada más que morir cuando las balas desgarraron sus entrañas.

- ¡Mierda! Es justo lo que menos necesitamos. - Masculló. - Teniente, ¿qué saben ustedes de estas cosas? - Dijo mientras pateaba uno de los cadáveres. Huele tan mal muerto como vivo.

- Solo un poco, estas criaturas viven en cuevas y suelen salir solo pata atacar poblaciones humanas, robando ganado o secuestrando personas. - Un gesto de asco llenó su rostro.

- ¿Personas? ¿Para qué?

- Comida.

- ¡Dios! - Dio otra patata, esta vez mas fuerte, al cuerpo. - ¿Qué hacen estos sacos de mierda aquí?

- No lo sé, están muy profundo para ser una tribu normal.

- Posiblemente estuvieran asustados por las campañas de purga llevadas a cabo por la duquesa años atrás. - Terció Aunsaht. - Y el propio duque mato a muchos de estas alimañas años atrás.

- Por desgracia no a todos. - Añadió Davis.

- Debemos seguir avanzando. Nos van a entretener demasiado. - Dijo el teniente.

- No me apresuraría tanto. - El chevalier negó con la cabeza. - Los goblins no son criaturas fuertes pero si astutas y crueles. Si avanzamos demasiado rápido podíamos caer en una emboscada más adelante. Además, suelen poner trampas.

- ¡Estupendo! Debimos haber pedido un par de lanzallamas. - O una maldita bomba termobárica.

Lanzallamas con bayoneta, como había pedido el anciano en una ocasión, y tal vez en esta no sería tan mala idea.


- Capitán, tenemos algo en el radar. Varios contactos en el borde del rango de detección.

- ¿Puede concretar más? - Pregunto Bouëxic mientras se acercaba al puesto.

- No, capitán. Parecen estar muy agrupados y están dirigiéndose hacia aquí a unos veintiocho nudos.

- ¿Veintiocho?

- Así es, capitán. - El oficial respondió.

- Ningún barco germano puede alcanzar esa velocidad. ¿Puede ser una gran formación de dragones volando a baja velocidad? - El hombre negó con la cabeza.

- Lo dudo mucho, tengo un retorno bastante solido, capitán. Hay al menos una decena de objetos ahí fuera, pero son grandes, no formaciones cerradas de dragones. Los instructores nos machacaron bien para evitar que los confundiéramos.

- Barcos rápidos... no es lo que pensábamos.

- Capitán. - Samantha se acercó. - Se nos informó sobre un convoy galo avistado hacia el noroeste ¿quiaff? - Bouëxic se giro hacia la enorme mujer.

- ¿Galos? ¿Aquí? - El noble se frotó la perilla. - Los galeones galos son unas de las naves más rápidas conocidas, al menos entre las flotas humanas. Podría ser. - Miró a la comandante. - Prepare a sus hombres.


Jessica se ajustó la capucha un poco más alrededor del rostro. Era estúpido, pero no quería que nadie le viera la cara. La multitud se movía al su alrededor, empujándola y obligandola a empujar a otra gente también. Aquella multitud estaba reunida alrededor de la gran plaza de la ciudad, lugar desde donde el Papa iba a dar un discurso sobre los hecho ocurrido no hacía mucho en el palacio, o al menos eso aseguraban los pregoneros del la ciudad. Su padre no había querido que fuera allí pero estaba preocupada. Tras la marcha de su prima con aquel chico huido del palacio papal y ver como todo el destacamento tristano-albionés levantó el vuelo sin previo aviso sabía que algo malo estaba pasando.

El clamor de la multitud la ensordeció un segundo cuando un hombre enjuto subió al púlpito donde el Papa daba sus discursos en aquella plaza. Los gritos murieron prematuramente cuando la gente se dio cuenta de que el hombre no era el Papa San Aegis trigésimo segundo sino un cardenal delgado con aspecto de buitre.

- ¿Quien es ese tipo? ¿Y su santidad? - Preguntó molesto un panadero, si el olor era una indicación, a su derecha.

- ¡Es el cardenal Sforza! - Dijo una mujer con un vestido verde. - ¡Guarda silencio! - Los ojos del panadero se abrieron de par en par y su rostro destiló miedo e incredulidad a partes iguales. Parecía que la gente allí conocía a dicho hombre.

El hombre en el púlpito levantó las manos para ordenar silencio y luego uso un hechizo para potenciar su voz.

- ¡Hermanos! - Dijo con voz potente pero también con trazas de la edad. - Estoy aquí para hablar en nombre de su Santidad San Aegis trigesimo segundo, nuestro amado Papa Vittorio. - Bajó el rostro mostrando cierta tristeza. - Por desgracia él no se encuentra en estado de estar con sus amados seguidores hoy. El motivo por el cual no es capaz... - dejo un par de segundos de silencio - ¡es porque fue atacado y herido el día del atentado en el palacio real! - Chillo a voz en cuello para luego dejar unos instantes para que la gente murmurara y entendiera su anuncio. Jessica vio como la gente lanzaba increpaciones y se mostraba consternada o aterrorizada al oír eso. Oyó no pocas veces la palabra "elfo" entre gemidos de temor.

Cuando finalmente Sforza estuvo contento con el estado de animo de la gente continuó su discurso.

- Muchos habréis pensado que este es la obra de los elfos, enemigos de los humanos que no descasaran hasta que hasta el ultimo de nosotros espire bajo su opresores y paganos pies. - El gentío se retorció asustado. - ¡Pues es cierto! ¡Esta es la obra de los elfos! Pero no nos han atacado abiertamente como alguien con honor haría. ¡NO! ¡Ellos han cometido la mayor felonía y sucio acto! ¡Han torcido la voluntad de hombres como vosotros y como yo para que ataquen en su nombre! - La multitud reaccionó de nuevo con gritos de asombro e incredulidad, el hombre les dejo unos segundos antes de continuar. -¡Hermanos! ¡Sé que esto entristece vuestros corazones! Y que podéis pensar: '¿Es eso posible?' Pues, por desgracia, así es. Tengo el non-grato deber de deciros que el rey de Albión y su prometida la reina de Tristania están siendo manipulados por elfos.

Los gritos de ira, sorpresa y asombro inundaron a la multitud obligando a callar unos instantes al cardenal el cual espero un poco antes de pedir silencio de nuevo alzando los brazos.

- Sé que es increíble, sé que muchos pensareis que hay algún tipo de error, pero por desgracia no es así. Tenemos testigos de una elfa escondida con artes paganas entre la delegación de ambos países que llego hace unos pocos días. Y su apresurada marcha se debió a nuestro descubrimiento sobre el pagano entre ellos. Muchos han hablado sobre las naves en las que han llegado, magnificas obras de ingeniería humana, pero dudo mucho eso. Tales navíos debieron de nacer de la retorcida mente de los elfos, porque no concibo como la tecnología y magia humanas pueden ser usadas para la más abyecta traición como este caso. Esas naves se marcharon con prisas, sorprendiendo y asustando a muchos de vosotros. ¡Pero lo que no sabéis es que se marcharon para asaltar a sangre y fuego una fortaleza de la Inquisición! Mientras hablábamos y les ofrecíamos nuestra hospitalidad ellos se preparaban para atacar nuestra más santa e importante orden, aquella que nos defiende de las depredaciones de los paganos de más allá del desierto. - Comenzó a levantar cada vez más la voz. - ¡Hablaban de entendimiento y paz y estaban preparando el cuchillo que hundir en nuestra espalda! - El gentió rugió indignado. - ¡Compartían nuestra mesa y envenenaban nuestra copa con sus mentiras! - Más gritos desgarrados.

Jessica se mordió el labio inferior con fuerza. Estaban en problemas, no solo ellos sino su reino.


El Saint Pélage giró bruscamente a la babor para evitar chocar contra el Vent Rouge, la maniobra sacudió al navío bruscamente haciendo crujir las cuerdas de los aparejos. Pero ese sonido no se escuchó entre los gritos que retumbaban desde el castillo de popa.

- ¡Malditos estúpidos! ¡Os dije que girarais a la derecha! - Chilló Isabella, mientras el navegante se encogía temeroso.

- ¡Su alteza! ¡Estábamos a punto de chocar contra el Vent Rouge!

- ¡Esa es otra! ¿Por qué no giraron ellos cuando lo ordené? - El segundo oficial dudó un segundo.

- Mi... mi señora, le indique que... debíamos señalizar las maniobras a los barcos antes de realizarlas nosotros y esperar a las señales de confirmación desde las otras naves.

- ¡Entonces hágalo de una maldita vez y déjeme de molestarme con cuestiones menores! - Respondió ignorando el hecho de que ella había ordenado repetidas veces girar antes de que las naves de la flota estuvieran preparadas para hacerlo.

- Tal... tal vez deberíamos separar un poco las naves.

- ¿Para qué? - Ella casi botó sobre sus pies.

- Las formaciones cerradas solo son útiles para bombardear al enemigo, pero las maniobras con ellas son peligrosas... sobretodo si el comandante de la flotilla no es veterano.

- ¿Osa decir que no soy un comandante adecuado? - Isabella dio un paso hacia él abofeteandolo, el hombre retrocedió asustado e inclinó la cabeza. - ¿Como se atreve?

- Su alteza, no quería faltarle al respeto. ¡Perdóneme! - El hombre levantó las manos en señal de rendición.

- ¡Semejante falta de respeto! - Se volvió hacia la proa y volvió a mirar hacia la dirección donde había ordenado avanzar a sus barcos. - Hablaremos más tarde de cual será su castigo. Ahora... - volvió levemente el rostro y lo miró por encima del hombro - continúe haciendo lo que se supone que usted haga.

- ¡Campamento enemigo a la vista! - Se oyó gritar a un marinero desde la proa de la embarcación.

- ¡Excelente! ¡Ordene que avancen directamente hacia ellos! - El hombre carraspeó un segundo.

- Su alteza, las proas solo tienen dos cañones, deberíamos usar las baterías laterales.

- ¿Qué?

- Para bombardear mejor al enemigo deberíamos girar noventa grados una vez entremos a distancia de tiro, si vamos en línea recta penas podremos usar nuestra potencia de fuego.

- ¡Oh! - La princesa parecía no entender aún aquello. - ¡Entonces asegúrese de colocar las naves cuando sea necesario!

- Su Alteza, no puedo dar ordenes que la contradigan. - La chica dudo un segundo.

- ¡Cierto! ¡Parece que tenemos a alguien inteligente en esta maldita flota! - Señaló al hombre. - En tal caso dígame cuando tenemos que girar. - El hombre hizo una afectada inclinación de cabeza.

- Con placer, Su alteza.


Bouëxic estudió los modelos que el LADAR dibujaba en la mesa.

- Son claramente galos, formación cerrada... tienen problemas coordinando sus naves. - Enumeró sus impresiones mientras hacía girar el modelos bi-dimensional. Pulsó un botón en la mesa. - Comandante ¿esta preparada?

- Aff, el Punto Fractal esta listo y preparado para el despliegue.

- Las naves enemigas están muy juntas y carecen de la coordinación necesaria. No le puedo asegurar de que no choquen entre ellas si comenzamos el ataque. Sus hombres podrían estar en riesgo. - La mujer ponderó sus opciones. Accionó un par de controles con la barbilla dentro de su armadura y proyecto la misma imagen que el capitán tenía en su mesa.

- Dividamos sus fuerzas.

- ¿Como?

- Literalmente. - Dijo sonriendo antes de presentar su plan.


El segundo miró por el catalejo e hizo cálculos mentales.

- Su Alteza, quedan dos minutos para que tengamos que realizar el giro para tener al tiro la base enemiga.

- ¿No hacen nada? - Preguntó ella.

- Es un día nublado y estamos atacando por una dirección que no se esperan. Ellos tienen gente vigilando ataques por el noroeste y el oeste, no el sur. - La sonrisa del oficial se hizo más ancha. - Con los cañones que Reconquista desarrolló y nosotros adquirimos no nos verán antes de que comencemos el bombardeo. - La princesa rio.

- ¡Excelente! Pronto todos esos perros sabrán quienes están por encima de ellos. - Una carcajada mayor nació de su pecho. - ¡Les enseñáremos también a esos campesinos germanos la gloria de la Flota Gala!

- ¡Barco enemigo a babor! - Alguien gritó en ese momento.

- ¿Babor? - La princesa miró a ambos lados como loca sin saber en que dirección miras hasta que el segundo le señalo a la izquierda de la embarcación

De entre las nubes una forma negra se les echaba encima practicamente a quemarropa.

El Níðhöggr bajó bruscamente entre la formación gala, cuyos barcos maniobraban como locos para intentar evitar chocar entre ellos, su coordinación era mediocre y dos galeones chocaron cuando el capitán del primero intento elevar la nave y girar a estribor mientras que el otro siguió avanzando recto. El primer barco atravesó los mástiles del segundo derrumbando estos y haciendo estallar las maromas de los mismos con tanta fuerza que varios marinos acabaron partidos por la mitad cuando las gruesas cuerdas no pudieron aguantar la presión. El otro barco no salió mejor parado cuando la verga mayor atravesó uno de los portones de tiro arrancando el cañón de su sitio y aplastando a la tripulación cercana, desparramando la pólvora y proyectiles por el suelo. Pronto el navío explotó cuando la pólvora entro en contrato con un lampara de aceite caída, lanzando metralla en todas direcciones y condenando al la nave bajo el mismo.

La explosión del Desaix sacudió la flota gala haciendo que la poca cohesión que le quedara de desvaneciera. Los marineros gritaban mientras los timoneles intentaban hacer girar sus naves sin chocar contra las otras embarcaciones voladoras mientras los capitanes hacían señas o usaban señales mágicas para intentar coordinarse. La flota estaba en caos. Y no mejoró al ver como la nave desconocida, sin disparar un solo tiro, paso por encima de su formación rugiendo por sus cuatro motores y desplazando suficiente aire como para que un par de naves perdieran el control durante un segundo al deshinchar sus velas.

El rugido de los motores que impulsaba el acorazado ahogó la maniobra que el punto fractal que Samantha West comandaba realizó al descender usando sus retroreactores.

Los puntos fractales eran una idea del Brigadier General. Aunque durante la guerra de Albión ambos bandos habían desplegado un importante número de armaduras de combate, su numero era escaso en comparación con una fuerza de infantería convencional. Por lo que a Ramírez se le había ocurrido reforzarlos para crear unidades más grandes. Cada punto disponía ahora de veinte soldados convencionales adicionales separados en grupos de cuatro bajo el mando del operador de la armadura de combate. Esta actuaba como pilar central del grupo, mientras que la infantería como unidades de apoyo. Dependiendo de las capacidades de cada armadura la infantería disponía de diferente equipo para apoyarla y no quedarse atrás. El punto fractal de West estaba compuesto por cinco armaduras de Elemental y veinte soldados de infantería de salto, con mochilas de salto a sus espaldas.

Samantha aterrizó en la nave situada en el centro de la formación enemiga como un meteoro. La madera bajo sus pies crujió pero aguantó su peso. Alrededor suya los cuatro hombres que la acompañaban aterrizaron usando sus propias mochilas de salto. Ben Gunnar, a su derecha levantó el rifle de agujas y descargó una nube de proyectiles sobre varios marineros que se habían repuesto antes de lo esperado y habían cargado contra ellos con espadas.

- Prioridad a los magos. - Dijo ella levantando su brazo derecho. - Capturar si es posible, eliminar si es necesario.

Un mago de fuego comenzó a conjurar un hechizo pero la escopeta de combate de Rogers los lanzo hacia atrás en medio de una nube de sangre y humo. Otro consiguió levantar un escudo mágico, pero el soldado solo apretó el gatillo secundario de su escopeta y el aturdidor sónico bajo el cañón lanzo un chirrido que hizo que todos los presentes sin protección auditiva se llevaran las manos a los oídos, soltando varitas o armas. Sus hombres, inmunes al chirrido, como ella misma avanzaron.

No fue un combate como tal, los soldados, aturdidos por el repentino ataque, desconocedores de la naturaleza de sus atacantes y totalmente impotentes frente a los aturdidores o armas de fuego que llevaban apenas consiguieron causar un daño testimonial a la armadura de West y herir a uno de sus hombres. A su alrededor cuatro naves más estaban siendo abordadas de la misma forma mientras que los cañones del Níðhöggr destruían el resto de navíos más y sus armas secundarias daban cuenta de los escasos dragones que llegaron a levantar vuelo.

Desde el puente de mando de su nave Isabella no paraba de gritar e increpar a sus hombres, parando solo para lanzar un hechizo de viento sobre el gigante de metal que subió de un salto las escaleras. La cuchilla de aire se estrelló contra la coraza dejando una marca, pero fallando en penetrar o causar una daño reseñable. El gigante levantó su brazo derecho apuntándola, pero el segundo oficial se puso en medio al tiempo que lanzaba varios chorros de agua concentrada contra la armadura. Esta dio un paso hacia atrás para no perder el equilibro y disparó con el arma que tenía levantada. El aturdidor sónico que llevaba en lugar del cañón láser golpeo de lleno al nombre casi a quemarropa lanzando al desafortunado oficial un par de metros hacía atrás vomitando sangre por la boca. Este chocó contra la borda y cayo inconsciente al suelo. Isabella grito de nuevo Y se lanzo, varita en mano, contra aquella monstruosidad solo para que el gigante le diera un golpe en el estomago con la punta del aturdidor.

Samantha miró a la chica desplomada e inconsciente a sus pies. No parecía una militar, de hecho sus ropas y la ridícula corona que llevaba sobre la monstruosamente grande frente que tenía le indicaba otra cosa. Después de comprobar el estado de sus hombres por radio contacto con el capitán.

- Capitán de Bouëxic. Tengo una pregunta. - Dijo después de dar su informe, cinco navíos capturados, pero uno había perdido el control y los hombres habían tenido que abandonarlo, saltando a otro ya abordado, cuando este había embestido a otro que había perdido todos los aparejos. - El rey de Gallia tiene el pelo azul ¿quiaff?

- Así es, comandante. ¿Por qué lo pregunta?

- Porque creo que tenemos una isorla realmente valiosa.


Sheffield manipuló el manto de tormentas, haciendo que estas se extendieran más ampliamente por la zona. No podría controlar su movimiento así, pero eso ya daba igual. Ese iba a ser el campo de batalla de su maestro. El lugar donde alcanzaría toda su gloria. Una risa demente salió de sus labios mientras veía las maquinas de Tristania y Albión ya desplegadas. Pronto no serian más que escombros.


Isabella es un dolor de escribir.

Nos vemos en el campo de batalla del siglo XXXI mechjocks...