¿QUIÉN LLAMÓ A LA CIGÜEÑA?
CAPÍTULO 33
UN GRAN PASO
BELLA POV
Mi vientre abultado se sentía extraño, podía ver que había algo allí debajo de mis dedos que con suavidad acariciaban la piel delgada. De pronto noté un movimiento dentro, parecido a un retortijón de tripas pero a la vez tan diferente. No era mi estómago, ni los intestinos, era más abajo y más profundo. La vibración logró hacerme cosquillas, no pude evitar soltar un jadeo. ¡Se había movido! Mi pequeño inquilino, se había movido. Algunas lágrimas llegaron a mis ojos, no quería llorar pero me emocionaba tanto poder sentirlo, eso significaba que crecía fuerte y sano. Mi pequeño gusanito...
Desperté con las manos en mi vientre, lágrimas empapando mi rostro y parte de mi cabello. Busqué con mi vista aquel bulto en mi pancita pero no lo hallé, quizás porque mi gusanito estaba a mi lado, despierta, intentando darse vuelta por sí misma. ¡Era ella! ¡Fue un recuerdo de la primera vez que la sentí dentro de mí! Me limpié las lágrimas para acercar a Liz a mis brazos, le ayudé a darse vuelta de lado y tomé una de sus manitas que se aferró a mis dedos intentando levantarse. Sí que tenía fuerza. Su rostro se contrajo en un puchero cuando no pudo, la acerqué a mi pecho donde seguía removiéndose.
La puerta se abrió en ese momento, era Edward, a quien no había echado de menos por aquel dulce sueño que tuve. Me sonrió ampliamente al vernos juntas.
—Buen día— creo que si pudiera ver aquellos ojos destellando felicidad, cada mañana, estaré agradecida con la vida. — ¿Ya despertaron? Traigo el desayuno para la princesa y un jugo para la mamá— le pasé a Liz sin querer soltarla todavía pero ella tenía hambre y había sentido la presencia de papá, apenas lo vio se echó a sus brazos.
—He tenido un sueño... creo que es un recuerdo— comenté con Edward mientras desayunábamos una hora más tarde.
—Eso es estupendo, los recuerdos regresarán paulatinamente, mientras duermes o estás relajada, no los fuerces o sólo lograrás que te duela la cabeza— me repitió por centésima vez. Le conté sobre las emociones que me embargaron ante ese pequeño trozo de mi pasado, esperaba que más fragmentos llegaran pero no lo iba a forzar, ahora sé que volverán y los atesoraré en mi corazón.
Como cada mañana, luego de desayunar, Edward hacía algunas labores domésticas, lavar la ropa, limpiar y cocinar. Mi niña y yo jugábamos en una gran alfombra en la sala, Edward decía que era una excelente terapia pues ambas aprenderíamos a caminar al mismo tiempo, esperaba ser yo quien lo lograra antes, pues era mi sueño que sus primero pasos fueran hacia mis brazos. Ya podía doblar las rodillas y sostenerme sobre ellas, pararme sola aún no estaba dentro de mis posibilidades, si bien en la rampa me esforzaba por dar algunos pequeños pasos.
Escuché hablar a Edward por el celular, lo vi alejarse y salir de casa mientras intentaba mantener su voz tranquila pero yo conocía cuando se alteraba. Regresó con las mejillas coloradas, había discutido.
— ¿Pasó algo?— pregunté. Se agachó a mi lado, miró a Liz que estaba sentada intentando destrozar los móviles de su gimnasio para bebés. Suspiró antes de mirarme.
—Tengo una demanda por deuda— confesó, desde hacía días estaba algo extraño pero lo disimulaba bien, ya me había dado cuenta pero no quise ahondar en su preocupación.
— ¿Cuánto?— me limité a preguntar.
—Cinco mil. Es la empresa que contratamos para la boda aquí en Forks.
— ¿No llamaste para cancelarlo el día anterior?— pregunté.
—Sí, aunque no pude detener algunas cosas que ya se habían preparado y comprado, acepté asumir los gastos, pensé que no pasarían de mil dólares...
—Pero...
—La cuenta mancomunada que teníamos en el banco fue vaciada. Tanya no devolvió el vestido de novia que había rentado, en su estado, prefirió que la organizadora le trajera uno de Seattle pero se lo llevó, así como también los anillos y algunas cosas más. Y no sólo aquí, también tengo una deuda en Vancouver por la misma razón— sus ojos, momentos antes llenos de vida, estaban apagados, tristes. Me apenó mucho que tuviera que pasar por todo esto, por culpa que aquella mujercita tan problemática. La doctora Tanya Denali era un verdadero grano en el culo y parecía que íbamos a tener noticias de ella muy pronto.
— ¿Has intentado llamarla?— le pregunté.
—No. Lo intenté varias veces cuando me pidieron su licencia internacional pero no me contestó. Además ha intentado comprar cosas con mi tarjeta por suerte el banco me la bloqueó. No he sido muy precavido con mi dinero, jamás pensé que ella me haría algo así.
—Entiendo— susurré.
—No quiero que te preocupes, Bella. Tu recuperación es lo más importante, de una u otra forma vamos a salir de esto...
—Lo sé. Pero también sé que te estamos ocasionando gastos. Tengo dinero ahorrado, no es mucho pero creo que podría alcanzar para cubrir...
— ¡No! Claro que tengo como cubrir mis deudas, amor. Lo que me preocupa es que no estoy trabajando. Tengo inversiones, acciones en una clínica en Vancouver, un departamento y dos propiedades más a mi nombre. Tomará tiempo convertirlos en efectivo.
—Te propongo algo— le sonreí. Me miró atento, con Liz entre sus brazos pataleando porque la bajara. Ya había terminado la leche y estaba lista para seguir jugando. –Qué te parece si nos damos un tiempo juntos, aquí. Los tres. Digamos uno o dos meses más, mientras vuelvo a caminar y mis recuerdos regresan. En ese lapso cubriremos las deudas, seremos ahorradores en cuanto a la comida y la ropa, nos mediremos en nuestras compras para Liz. No más vestidos ni trajes que solo usará una vez...
—A Alice no le gustará eso— sonrió.
—No importa, somos una familia ahora y debemos prever nuestra comodidad. Luego de ese tiempo, si las cosas aquí en Forks no se solucionan, si no tenemos otra opción, acepto irme contigo a un lugar donde puedas trabajar y cuidar de nosotras, como sé que quieres hacerlo.
— ¿Estás dispuesta a salir de Forks?— preguntó asombrado.
—Sí. Solo tengo un poco de miedo, no puedo valerme por mí misma todavía y eso me frustra mucho.
—Acepto. Pero tengo una condición, para que podamos irnos de aquí como debe ser— me miró tiernamente, me sorprendió oírlo decir aquello. ¿Condición? ¿Desde cuándo Edward me ponía condiciones? Se puso de pie y caminó unos pasos hacia la cómoda de Liz, abrió uno de los cajones, sacó varios juguetes y móviles para niños. Me tenía totalmente intrigada. Regresó con una sonrisa, repartió aquellos juguetes al lado de nuestra hija, quien los abrazó todos soltando una leve carcajada.
— ¿Qué condición?— le pregunté con recelo.
—Salir del país será una complicación— se encogió de hombros. –Si yo voy primero y ustedes después, si yo me llevo a Elizabeth antes o si se tiene que quedar contigo...
—No entiendo— mi rostro debería verse muy gracioso porque Edward soltó una carcajada. Tomó a Liz en sus brazos de espaldas a su pecho, la pequeña seguía jugando sin prestar atención a nuestra plática.
—Bella, he querido hacer esto desde hace mucho tiempo pero el destino torció nuestros caminos infinidad de veces y aquí estamos ahora, juntos a pesar de los múltiples problemas que han surgido. Somos una familia y vamos a mantenernos unidos pase lo que pase ¿Verdad?— preguntó con los ojos brillantes.
— ¡Claro que sí!— dije sin dudar.
—Entonces... ¿Me harías el honor de aceptar ser mi esposa?— preguntó, mientras me acercaba a Liz, quien con sus manitas jugueteaba con una pequeña caja forrada en terciopelo azul. Le cambió el "juguete" por una sonaja y me la extendió, mientras la abría con sus dedos.
¡Era una sortija! Una hermosa sortija con un cristal en forma de corazón. Me quedé sin poder emitir sonidos, tan impactada que apenas pude estirar mi mano unos centímetros. No me atrevía a tocarla, era como si aquella joya fuera algo irreal, algo tan inalcanzable que al verla, no lo pudiera creer.
Edward dejó a Liz sobre su barriguita, ella se impulsó para alcanzar la llamativa sonaja, ya con sus manos libres, Edward sostuvo las mías, mirándome. Por el gesto que me hizo su rostro deduje que estaba esperando una respuesta.
¡Oh mi Dios! Me había preguntado si quería ser su esposa.
—Si... a..acepto— sonreí con miedo de que todo solo fuera un bonito sueño. La sortija se deslizó suavemente en mi dedo antes que sus labios vinieran a sellar esta promesa.
Desde ese momento nos dedicamos a planear nuestra boda con absoluta discreción. No queríamos que nada eche a perder nuestro momento, nadie más debía saberlo, ni siquiera su familia hasta que todo esté listo. Sería en menos de un mes, una boda civil para que las leyes nos reconozcan como una familia, pudiéramos viajar los tres o quizás Liz y yo luego que Edward prepare todo al lugar que fuéramos a vivir con él.
Nada podía quitarme la sonrisa de mi rostro, me sentía en las nubes sin poder contener tanta felicidad. Día a día iba mejorando, los recuerdos venían cuando menos lo esperaba. Una mañana desperté sumamente acalorada, había recordado aquella noche en Vancouver, haciendo el amor con Edward en un reducido cuarto de hospital que los médicos usaban para descansar entre sus guardias. La segunda vez que lo hicimos, Edward había sido rudo, a petición mía. Aún podía sentir sus embestidas entre mis piernas las cuales temblaban sin saber porque. El recuerdo de aquel encuentro me dejó bastante excitada y algo avergonzada, cuando éramos unos adolescentes, solíamos hacerlo muy rápido por el temor de ser descubiertos, nunca logramos un encuentro tan candente. Sumado a que desde aquella vez había pasado más de un año... y yo no tenía actividad sexual...
— ¿Tienes fiebre?— Edward posó el dorso de su mano en mi frente y mi cuello, lo que en lugar de calmarme envió corrientes de electricidad a mi columna.
— ¡No! Tengo calor— sonreí. Todo el día estuve recordando el sueño, dándole vueltas a los detalles. Edward había estado bastante borracho, apenas podía tenerse en pie pero sus manos... me desvistió tan rápido que seguramente batió un record. No entiendo como nadie escuchó mis gritos en todo el hospital...
Mis mejillas volvieron a encenderse, estaba recostada en el sofá mirando televisión, Charlie ya se había ido a acostar y Edward hacía dormir a Elizabeth. Cerré los ojos para intentar sacar esas imágenes mentales de mi cabeza. ¡Bella Swan, deja esos recuerdos! Me obligué a pensar mientras mis manos cubrían mi rostro.
— ¿Te sientes bien?— escuché a mi lado.
—Sí, no te preocupes, es solo... un sueño que tuve— sonreí. –Mira, la serie que te gusta— le avisé al ver que empezaba un capítulo de Grey Anatomy.
— ¿Recordaste algo más?— preguntó acomodándose detrás de mí.
—Sí. Creo que son recuerdos— tuve que evitar soltar un jadeo cuando su brazo me envolvió.
—Qué bueno. Me gusta que recuerdes esa etapa, te veías especialmente hermosa embarazada— dejó un beso en mi cabeza.
—No recordé mi embarazo— susurré cuando los avisos terminaron.
— ¿Ah no?— dijo de forma casual empezando a prestar atención al programa de televisión.
—Recordé... aquella noche en Vancouver...— dije muy bajito. No obtuve respuesta, asumí que estaba pensando en la serie.
— ¿Esa noche?— dijo minutos después muy cerca de mi oído.
—Sí. La noche... de la fiesta del hospital— dije quitándole importancia.
— ¿Con detalles?— su aliento en mi oreja me estremeció logrando que diera un pequeño salto.
—Bastantes— contesté.
—Fueron dos veces ¿Verdad?— su mano izquierda descendió desde mi cintura hacia mi cadera logrando un gran estremecimiento. A pesar que llevamos un par de semanas viviendo juntos aún no habíamos explorado "esa parte" de nuestra relación. Hasta ahora nos hemos besado, acariciado, incluso dormido juntos sin tocarnos más de lo debido, solo de forma cariñosa.
Sus largos dedos se introdujeron debajo de mi camiseta, aunque me gustaba demasiado lo que hacía me daba un poco de vergüenza. Mi cuerpo no es el que Edward recuerda, ya no soy la adolescente con piel suave y músculos firmes. He notado cierta flacidez que no es producto del tiempo que estuve en coma, una enfermera me dijo que se debía al parto, quizás después de tener a mi hija, no pude bajar lo que subí o la piel de mi vientre se estiró demasiado. De cualquier forma al sentir aquella mano acariciando no sé si rendirme a Edward o quitarla para que no note que me cuelga la pancita.
Él pareció notarlo, depositó un beso en mi cuello que me hizo olvidar su mano, solté un leve gemido dejándome llevar por el momento.
— ¿Lo recuerdas?— pregunté, mi voz salió demasiado aguda. Su otra mano fue hacia mi mejilla, haciendo que me gire para poder mirarlo a los ojos. Sus luceros verdes brillaban a pesar de la poca luz que había en la habitación, su rostro se iluminaba por momentos debido al reflejo del televisor.
—Sí. Sobretodo la última vez que lo hicimos. Eres muy flexible, Bella— sus labios se apoderaron de los míos, esta vez no fue un beso tierno, parecía que me quería comer entera, su lengua no se hizo esperar, invadiendo mi cavidad oral y peleando con la mía en un duelo que sabíamos que ambos ganaríamos. Me faltaba el aire pero me sobraban las ganas, así que le correspondí con el mayor ardor. Sentía aquellas ansias de tenerlo otra vez conmigo, al único hombre que he amado, al que me he entregado, del que me embaracé, a quien mi corazón llama y mi cuerpo reclama.
Sus brazos me atrajeron hacia él, me di vuelta hasta quedar sobre el glorioso cuerpo de Edward, cuyos ojos me miraban con creciente apetito. Pude notar que debajo de mí algo empezaba a cobrar vida, el pantalón delgado que usaba para dormir no podía ocultar su creciente erección. Eso me hizo jadear nuevamente.
—Creo que deberíamos...— no pude terminar, ya estaba entre sus brazos pero no me llevó a la habitación, sino me acomodó en la amplia alfombra del piso. Nos dedicamos a comernos los labios y desvestirnos. Ambos estábamos en pijama, no fue difícil quitarnos aquella ropa, ahogué un grito cuando me sentí despojada de mi prenda superior, me sentía fea, con un cuerpo que había engordado y adelgazado con rapidez, flácido, blando, me cubrí los pechos e manera instintiva.
—Ya los he visto... incluso los examiné ¿Recuerdas?— sonrió, besando mi mentón. Casi suelto una carcajada al recodar cierto examen de mamografía manual que me hizo hace meses.
—Entonces estaban firmes— dije protegiéndome.
—Cada parte de ti me gusta Bella ¿Me amarías menos si engordara o sufriera un accidente?— preguntó.
— ¡Claro que no!— repliqué al instante. Sonrió.
—Eso mismo siento yo. Me diste una hija preciosa y tu cuerpo sufrió cambios, a mi parecer estaba mucho más hermoso. Luego tuviste aquel accidente, adelgazaste de manera muy rápida pero ya te estás recuperando, no tanto como quisiera pero sigues siendo, para mí, la mujer más hermosa del mundo— siguió llenado de besos mi rostro mientras mis manos cedían.
— ¿Quieres que engorde?— bromeé.
—Mucho. No sabes cómo me gustaban tus caderas anchas y tus mejillas regordetas— mordió el lóbulo de mi oreja, salté por el estremecimiento.
— ¡Edward!— suspiré. –Mi papá podría bajar...
—Charlie tiene el sueño muy pesado, no se despertará por nada del mundo— susurró.
—Elizabeth...— solté sin querer en un gemido cuando Edward hundió la cabeza en su cuello.
—Nuestra hija también está profundamente dormida.
Fue la última conversación que tuvimos coherentemente, luego de eso, dejé que mi cuerpo actuara en automático sin pensar en cómo corresponderle pues, para no coordinar aún mis movimientos completamente, mis piernas estaban bastante enganchadas a su cintura.
Ahogué mis jadeos cuando sus manos me despojaron de la ropa interior enorme que traía puesta, es un calzón faja, para estabilizar mis caderas. Me dio un poco de vergüenza pero su boca sobre mi pecho no me dejó pensar. Su lengua torturaba mi pezón de forma que lograba que todo el resto de mi anatomía se retuerza debajo del padre de mi hija. Abrí los ojos para verlo comerse ambos pechos alternando su boca con sus dedos. Me estaba matando de placer y apenas empezábamos, no sé si podré seguir conteniendo los gemidos.
Luego de unos minutos de deliciosa tortura, sus labios empezaron un camino de besos hacia abajo. Nuevamente mi mente empezó a recordarme mis vergüenzas... no me he depilado justo allí, mis piernas están muy delgadas y aunque no tengo el vello muy grueso, mis huesos sobresalen.
Pero al parecer todo esto a mi ardiente pareja no parecía importarle en lo más mínimo, ni a mi conciencia tampoco porque cuando la lengua de Edward tocó un punto especial, mi cadera saltó llevándose cualquier pensamiento coherente de mi cabeza.
— ¿Te gusta?— lo oí decir cuando, perdida en el mar de emociones, llevé mis manos a su cabello. ¿Qué si me gustaba? Quería gritar por liberación sino fuera porque mi padre estaba arriba y podía encontrarnos en plena faena. Una hija que aún no podía caminar y el padre de su nieta, que vivían juntos sin estar casados y además eran la habladuría del pueblo
—S..ssiii— es todo lo que pude decir entre jadeo y jadeo. Cerraba mi boca con fuerza para no dejar escamar los pequeños gritos que por ratos me sobresaltaban. Al sentir sus largos dedos introducirse en mí, mis ojos se abrieron con fuerza para encontrarme la mirada hambrienta del hombre que tanto amaba. Lo dejé hacer aquello un tiempo más, hasta que reuní la fuerza de ofrecerle mis brazos. Se unió a mi abrazo sin esperar, mientras se colocaba entre mis piernas que, aunque no podían caminar, tenían la capacidad de abrirse con total elasticidad. Creo que este tipo de ejercicios serían mis favoritos.
—Déjame entrar en ti, Bella— susurró entre besos. Le contesté hundiendo una de mis piernas en su nalga.
Poco a poco pude sentir su dureza clavándose en mi cuerpo, nuestras pieles ardiendo de deseo, nuestras respiraciones erráticas y las lenguas peleando entre sí. Edward tomó impulso y me llenó de golpe cuando creí que iba a detenerse, no pude evitar soltar el aire contenido por la sorpresa. Su intromisión tan repentina me hizo recordar la forma en que me tomó la última vez, con una pierna de lado, había arremetido tan rápido y tan fuerte que logró arrancarme algunas lágrimas de placer al sentir un punto dentro de mí que me descontrolaba. Iba por el mismo camino en este momento sin embargo sus caricias eran muy suaves, su forma de tocarme, de juntar su frente con la mía mientras me penetraba, lo hacía más íntimo.
El ritmo y la intensidad de los movimientos iban aumentando, podía sentir desatarse mi cuerpo que sin pudor le pedía más y más con cada embestida. Mis respiraciones erráticas, el temblor de mis piernas, me advertían que estaba cerca de dejarme llevar al cielo. Me aferré a su espalda, hundiendo mis uñas y dedos en ella para intentar controlar mis jadeos, mi hombre entendió las señales que le daba y arremetió con más fuerza dentro de mí logrando llevarnos a una espiral de sensaciones tan deliciosas que me perdí mientras explotaba en mi propio orgasmo. Había sido tan intenso que mis brazos se negaban a soltarlo aun cuando nuestras respiraciones se acompasaron.
Luego de ese encuentro, llevamos nuestra pasión dentro de nuestra propia habitación, aún tenía miedo que mi padre nos encuentre alguna noche en medio de la sala. Empezamos a hacerlo el sofá negro donde dormía Edward, luego trasladamos la alfombra de la sala que pasó a formar parte de nuestras actividades nocturnas.
Edward inició los trámites de forma discreta, obtuvimos los requisitos necesarios y publicamos un pequeñísimo edicto en el diario menos leído de Forks, uno que solo circulaba por las tardes. Tres semanas después que me pidiera matrimonio, estábamos en el juzgado, Charlie sostenía a una incómoda Liz a punto de llorar, por suerte llegaron Rosalie y Emmett para relevarlo y él pudiera figurativamente llevarme al altar, sobretodo porque necesitaba un apoyo para poder dar aquellos pasos sobre mis propias piernas. Ya podía caminar sola, llevando algo que me sostuviera como ayuda. Así pude llegar al lado de un emocionado Edward, que se había fijado en cada detalle para que esta ceremonia sea lo más familiar posible.
No era una iglesia pero aquella pequeña oficina del tribunal, que por las mañanas servía de sala legal, era usada para matrimonios civiles en las tardes.
Los Cullen llegaron puntuales, todavía sorprendidos porque les avisamos esta mañana, así de hermético mantuvimos nuestro enlace. Cabe decir que de mis amigos sólo estaban Ángela, Leah y Jake, a quienes les avisé al medio día.
Como cualquier mujer, a la que le han leído cuentos de hadas de niña, había soñado con una gran boda en una hermosa iglesia, con un largo y vaporoso vestido blanco, del brazo de mi padre y cientos de invitados de testigos. No fue así como nos casamos, la ceremonia fue muy sencilla y meramente legal. Sin embargo, algo no cambió en nada mi sueño, me estaba uniendo al amor de mi vida, el hombre al que tanto amaba, mi príncipe azul. Y eso era suficiente para mí, ya tendría más adelante una ceremonia como la que había soñado.
—Quiero proponer un brindis por mi hermosa esposa— le escuché decir cuando terminamos de firmar y pasamos a una sala contigua donde nos esperaba una ronda de champaña. Buscó mis ojos, con esa mirada que me ha dedicado desde que nos conocimos, hace tantos años. Su forma de verme no cambia, sus ojos brillan, algunos músculos de su rostro tiemblan un poco, muy imperceptiblemente. –Siento que he esperado un largo, largo tiempo para poder estar juntos, de ahora en adelante, pase lo que pase, seremos unos, siempre. Gracias por estar en mi vida, Bella Cullen— aquellas últimas palabras me desarmaron, logrando hacer que mis ojos se humedecieran. Apenas podía creer lo que pasaba, todo había sido tan rápido, ahora estábamos casados, unidos no sólo por nuestras hija, sino que voluntariamente somos... marido y mujer. Soy Isabella Cullen, me he unido al hombre de mi vida, no volveré a sentirme vacía e incompleta nunca más. Sé que habrán problemas, claro que lo sé. A nuestra historia aún le falta pasar por muchas dificultades pero... juntos haremos más soportable lo que venga por delante.
¡Se casaron! ¿Alguien lo esperaba?
Ahhh disculpen la demora me ha dado una gripe aviar y tengo todas las plumas revueltas todavía jejeje
Gracias por leer
PATITO