Ángel:

Aquella era una hermosa noche. La luna llena brillaba con todo su esplendor iluminando aquellas calles de aquel barrio nada recomendable, lleno de bares, clubes nocturnos, moteles baratos y demás antros de mala muerte. La figura de negro se paseaba por las azoteas de un viejo edificio de apartamentos que daba frente a frente a un horrible club. La figura sentía el peso de su arma en la espalda, haciéndola sentir un adelanto de la adrenalina que sentiría cuando comenzara su oscura diversión. La puerta del club se abrió mostrando a su objetivo, la cual se besaba descaradamente con otra chica joven mientras que sus manos exploraban todo aquel pequeño cuerpo de su acompañante a pesar que su atuendo no dejaba nada a la imaginación.

Tsumugi Kotobuki, una joven de una rica familia era bien conocida por frecuentar aquellos bares donde tenía sus encuentros con otras chicas que buscaban ampliar sus fronteras. La chica era insaciable, probaba de todo con todas y aún buscaba más; y no le importaban los corazones rotos que dejaba a su espalda. La elegida de la noche era una muchacha de un largo y sensual cabello negro con ojos grises llenos de timidez, pero deseo. Ella sería suya por dos o tres días, luego se olvidaría de ella hasta que se sintiera aburrida y volviera a llamarla, al igual que con sus otros juguetes.

Pero Mio tenía otros planes. Esa noche no estaba en aquel asqueroso lugar por ella, sino por su maestra. Ella le había mandado a por una presa joven y bella la cual había captado todos sus suspiros. No, ella era chica de una sola mujer, y aunque la dueña de su corazón hacía siglos que se había quitado la vida; ella seguiría amándola hasta el fin de su no-vida. Como odiaba a Sawako, por haberle arrebatado su preciosa sangre, su humanidad y sobre todo, a su Ritsu; la pobre Ritsu que no pudo vivir con la idea que su amada hubiera elegido a su familia como su primer festín vampírico. Pero por mucho que odiara a su creadora, debía de obedecerla y llevarle a esta preciosa joven que captó su corazón. Los besos funcionaron, pronto la irritante chiquilla la miró a los ojos con un aire de superioridad, la muy estúpida se sentía en control de la situación. Con una malévola sonrisa, Mio se separó un poco con la pobre excusa de tomar aire y fue ella quien miró a los ojos a Tsumugi.

El efecto fue inmediato, la joven Kotobuki pronto se sintió falta de fuerzas, no sabía por qué pero algo en la mirada de la otra le había quitado su poder; pronto la otra parecía más fuerte, sentía cómo su voluntad se perdía y todo lo que haría a partir de aquel momento sería obedecer las órdenes de la extraña.

Mio lamió gustosamente el cuello de la joven, haciéndolo parecer a los curiosos como un acto de seducción, pero en realidad sólo tomaba su premio. No la drenaría, debía llevársela a su señora. Pero al menos Sawako le había dado permiso de dar la primera mordida, ya que por estar detrás de la niña no había podido alimentarse aquella noche. Preparó sus colmillos e iba a hundirlos en el cuello de la extraña, cuando algo que no había contemplado en sus planes la sacó de sus pensamientos.

Era un simple zumbido, como una bala, pero sin el estallido. ¿Una flecha? Presa del pánico soltó a su presa, la que recobró el dominio de sí misma y saltó hacia atrás. La flecha se clavó a sus pies. Muy confundida, levantó la mirada.

Sobre el edificio de apartamentos se erguía una mujer vestida con ropas victorianas de hombre: botas de montar, pantalones de mezclilla, una amplia capa de viajero de cuero negro y una corbata al estilo inglés y gran sombrero color negro el cual tapaba todo el rostro de la joven, a excepción de su sonrisa, la cual resplandecía con la luz de la luna. Y sobre su brazo, estaba una antigua ballesta, como sacada de la edad media.

—Lamento arruinar tu diversión sanguijuela, pero esta noche eres la presa, no el cazador.

Dicho esto, comenzó la lluvia de flechas. Mio comenzó a esquivarlas. Aunque era inmortal, algo en su instinto le decía que esas cosas podían hacerle daño. Además los disparos no paraban y la maldita no había recargado ni una sola vez. La lluvia de flechas la mantenía alejada de su aterrorizada presa, así que no podía hacer nada; suerte que había traído refuerzos. Dos chicas supuestamente besándose en un callejón junto al club, arremetieron contra Kotobuki, esta vez mostrando sus colmillos listas para dejarla fuera de combate. Mio también había cambiado un poco, cambiando sus ojos grises a rojo sangre debido a la ira y mostrando enormes colmillos. La figura, sin dejar de dispararle, metió su mano libre en un bolsillo de su capa de viaje y sacó dos cuchillos, los cuales arrojó con certera precisión a las frentes de las otras vampiras. Las dos chicas gritaron y ante las horrorizadas Tsumugi y Mio, éstas se convirtieron en nada más que polvo. Sobre los montones de polvo, descansaban los cuchillos de la extraña.

—Uh, lo siento... ¿eran tus refuerzos de casualidad?

Presa de una extraña ira, Mio brincó con todas sus fuerzas hacia la azotea y en cayó justo detrás de la maldita de la ballesta. Sin darle tiempo a defenderse, la empujó del edificio. La caída no la mataría, pero la dejaría fuera de combate y ella podría ponerla en su lugar. Como si nada, la cazadora lanzó algo más con su ballesta extraña: un gancho unido a una cuerda, el cual se enganchó a las escaleras de emergencia del club nocturno. La joven se balanceó con una gran agilidad y aterrizó a salvo junto a Tsumugi, que la abrazó en un intento desesperado por buscar protección. La otra la apartó bruscamente, lista para recibir el impacto de cuerpo entero de Mio. Ningún ser humano podía hacerle frente a un vampiro, tanto por sus poderes mentales como por su tremenda fuerza; pero nada de esto afectaba a la desconocida, la que aguantó el impacto, sino que le dio un puñetazo de lleno en la cara rompiéndole la nariz a Mio.

La vampira rugió de frustración, cuando la otra la embistió con todas sus fuerzas y la empotró contra la pared. La joven Akiyama cayó vencida mientras la otra se ponía a sí misma como barrera entre ella y la presa. Mio levantó la vista y enseñó los colmillos. La extraña levantó su ballesta y comenzó a disparar, no con la intención de darle, sino más bien para jugar con ella a juzgar por su sonrisa. Mio comenzó a levantar los pies frenéticamente.

—No sabía que bailabas fox-trot — se burló la extraña.

Mio rugió, haciendo parar a la otra, la que volvió meterse su mano libre en el bolsillo de la capa de viaje y sacó una moneda rusa de hacía doscientos años.

—Dale mis saludos a Sawa-chan y este rublo, ¿sí? Ella entenderá.

Dicho esto, la extraña le pasó el brazo por el hombro a Tsumugi.

—Ven, te llevo a tu casa — dijo con amabilidad.

—Arigatou — se apresuró a decir Mugi abrazando con fuerza a su salvadora.

Mio la miró extrañada, no había nada más estúpido que darle la espalda a un vampiro, mucho menos luego de haberlo enfurecido. Luego al ver el cielo, supo que estaba por salir el sol. Rugiendo de frustración, se convirtió en murciélago y se apresuró a buscar refugio en un apartamento abandonado, no sin antes tomar el rublo.

El día se pasó lentamente para Mio debatiéndose entre el hambre y el deseo de supervivencia. Pero el día llegó a su fin y ella salió de su escondite. Tenía sed, así que lo primero que hizo fue interceptar a una de las incautas que salía de aquel club de lesbianas y luego se dirigió hacia la antigua residencia Yamanaka, a ver a su ama. No sería bien recibida, pero tenía que enfrentarse a la ira como una valiente, tenía que demostrarle a su ama que era una digna servidora para ganarse su libertad y cruzar la noche por su lado y separarse así de la maldita Sawako.

La mujer la esperaba a solas, eso nunca era buena señal.

—Mio-chan, te has dignado a aparecer — dijo la mujer mirándola indiferente.

Mio, que por experiencia sabía que no debía de retrasar lo inevitable, se inclinó ante ella y contó:
—No pude hacerme con la presa. Tuve un inconveniente.

—¿Y así deseas que te confíe misiones a ti sola? — preguntó Sawako con seriedad. —¿Y qué pasó con los novicios que debías de cuidar? ¿Los dejaste correr solos con la posibilidad de comprometer nuestro anonimato? — preguntó Sawako otra vez.

Mio negó con la cabeza.

—Como le dije a su excelencia: tuve un inconveniente — replicó. —Ella me dio esto y que usted comprendería — dijo Mio pasándole el rublo.

Sawako lo tomó y al verlo, sus ojos pasaron de ira a mido.

—Ángel Vengador — susurró sin poderlo creer.

—¿Su excelencia? — preguntó Mio.

Sawako miró a su sirvienta como evaluándola, observando señales de batalla.

—¿Cómo es que te enfrentaste a un ángel y sigues aquí conmigo? — preguntó con un hilo de voz.

—Su excelencia, no comprendo.

Sawako se volvió y le hizo una señal a Mio que la siguiera. La joven obedeció sin entender nada. Sawako la guio hacia una gran biblioteca con libros bastante antiguos, los cuales aún no se hacían polvo debido al poder de su maestra. Sawako abrió el más viejo y le mostró a Ritsu un antiguo grabado de una criatura alada atravesando el corazón de un vampiro con una espada.

—Esto, mi niña, es lo que se llama un Ángel Vengador. En los antiguos días, cuando los humanos comenzaron a saber de nuestra existencia, surgió una leyenda: la de los cazadores de vampiros; en su mayoría patéticos humanos que creían porque tenían armas especiales que nos reducirían a polvo, podían vencernos.

—La escuché cuando aún era humana, su excelencia — respondió Mio sumisamente. — Pero luego entendí que somos demasiado fuertes como para que un humano pueda hacer efectivas esas armas contra nosotros.

Sawako asintió.

—Pero hay un tipo de cazadores que no sólo si pueden asesinarnos, sino que son sin exagerar nuestros "predadores naturales". No son humanos, son ángeles. Nos igualan en fuerza y agilidad, sin mencionar que nuestras habilidades mentales no les hacen mella. Armados con esas temibles cosas que nos reducen a polvo. La mayor amenaza para los seres de las tinieblas. Si te ha dejado vivir, es que algo planea hacer contigo, aunque no sé qué.

—¿Y qué hay del rublo, excelencia?

Sawako miró fijamente a Mio y luego suspiró.

—Fue hace más de doscientos años. Tú aún eras una novicia... cuando vivíamos en la mansión de mi familia en la madre Rusia, me encontré por primera vez a esa mujer. Supe al instante que era un Ángel Vengador, pues al no más verme, comenzó a disparar con esa ballesta suya. Era torpe y parecía una ángel novata, en circunstancias normales ella hubiera tratado de tomarme desprevenida, pero en vez de eso gritó para llamar mi atención y disparó después. En aquella batalla, me di cuenta que ni siquiera se esforzaba, se limitaba a jugar conmigo; y fue durante aquella batalla, que medio destrozamos un mercado llenando el suelo de rublos. Justo antes del amanecer ella tomó un puñado y se los guardó en la capa de viaje. No entendí qué pretendía hasta años después, cuando me la encontré en el Nuevo Mundo. Iba a beber de una incauta, cuando descubrí un rublo brillando sobre el suelo; no entendí hasta que la ráfaga de disparos rozó mi cabeza, una vez más estaba jugando conmigo.

Mio asintió mientras su maestra caminaba en círculos por aquella biblioteca.

—Cada cierto tiempo después de mudarme, me la encuentro. El rublo es su firma, trata de provocarme. Juega con mi temor.

Mio levantó una ceja. Ella, Sawako, ¿temor?

—Sí, temor — respondió Sawako caminando hacia Mio después de leer su mente. —Como te he dicho antes, ellos son nuestros predadores naturales, es de sabios temer a algo más poderoso que tú. Más teniendo en cuenta que durante años su única meta ha sido meterse conmigo, busca algo, pero no sé qué. Pero escúchame bien Mio-chan: si te digo todo esto es sólo porque la chica te ha elegido como su nueva diversión. Algo desea contigo, lo mismo que conmigo.

Mio asintió.

—Y dígame, su excelencia, ¿qué hay de la mortal? ¿Aún desea a Kotobuki?

Sawako la miró fijamente.

—La deseo, así como alguna vez te deseé a ti y a tu novia, a quien no tuve la oportunidad de saborear tanto su sangre como su exquisito cuerpo así como contigo. Tráeme a Kotobuki, cueste lo que cueste. Cuando ella sea de mi propiedad, te concederé tu libertad, Mio-chan.

Mio se inclinó ante su ama y salió de ahí. Odiaba a Sawako con toda su alma, si es que aún tenía alma, y no le perdonaba el haberla utilizado, violado, convertido en su esclava separándola para siempre de su amada Ritsu; pero estaba dispuesta a obedecerla en cuanto a Tsumugi Kotobuki si eso le permitía alejarse de ella.

Muy lejos, en la mansión Kotobuki, Tsumugi miraba hacia la ventana sin querer salir de noche como antes. Sus padres estaban preocupados a pesar que el médico les aseguraba que nada tenía que ver con su salud, que la examinó y no había sido ultrajada ni mucho menos. Ella sólo deseaba quedarse en casa si ya estaba oscuro. Aún recordaba a su salvadora explicándole que mientras no invitara a ningún vampiro a su hogar, ella estaría a salvo dentro. Sonrojada, Tsumugi pensaba cada vez más en su salvadora y deseaba con todo su corazón volverla a ver y esta vez, sería ella la que se le entregara como otras chicas se le entregaban a ella, por amor y admiración y no un simple juego para pasar la noche.

Y ya lejos, vigilando los alrededores de la mansión de Yamanaka, la mujer acariciaba su ballesta y pensaba en aquella joven de cabello negro que la atacó con tanta pasión y poder.

—Mio... — susurró el ángel a la vez que acariciaba sus propios labios pensando en aquella joven.


Bueno pues, no sé... esto vino a mí mientras hacía una historia propia. Espero les guste y me dejen sus reviews; por cierto es un homenaje a Kaidan no Kaidan de la autora Ritsu Tainaka, léanlo, se los recomiendo. Sin más, pues sólo me queda el:

Chao; nos leemos!