Un chico, perdido para siempre

Capítulo 1 – El desfile de invierno

Con un diestro movimiento de varita, Harry le agregó un lustre dorado a la gigantesca cabeza de león. Él y varios otros Gryffindor estaban dándole los últimos toques a la carroza para el desfile de invierno. Cada una de las cuatro Casas estaba preparando la suya para el gran evento.

Eran distintas de las que Harry conocía porque estas carrozas flotaban en el aire y resplandecían con detalles mágicos. Retrocedió unos pasos para observar con mejor perspectiva el resultado. Desde atrás le llegó una exclamación: —¡Brillante! Harry, ¡es genial! ¿Cómo no se me ocurrió a mí? —el que había hablado era Ron, quien como Harry vestía el uniforme de quidditch.

—Bueno… podríamos decir que la imaginación no es precisamente tu palo fuerte. —dijo otra pelirroja riendo.

—¡Callate, Ginny!

—Oooh… ¡qué réplica más ingeniosa!

Harry disimuló una sonrisa. Las discusiones entre Ron y Ginny se habían vuelto habituales desde que los dos formaban parte del equipo de quidditch. No eran controversias verbales agresivas pero sí muy frecuentes.

Eran mucho más molestas las constantes desavenencias de Ron y Hermione. Hermione… que justo en ese momento se aproximaba, todos la rodearon para escuchar el informe.

—¿Pudiste espiar todas las otras carrozas? —la urgió Ron.

—No, no pude ver la de Slytherin. —se oyeron varios gimoteos decepcionados— Pero la de Hufflepuff no representa ningún peligro. Se nota que trabajaron mucho pero no tiene un tema central definido y el resultado es bastante caótico. —le dirigió una mirada a la carroza de Gryffindor— ¡Ah…! Ese brillo que le han puesto queda estupendo. Bueno… en cuanto a la de Ravenclaw… es mucho mejor, muy sofisticada incontestablemente… pero en mi opinión… le falta chispa. Así que… la única que realmente podría rivalizar con la nuestra es la de Slytherin.

La mejor carroza le ganaría doscientos puntos a la Casa triunfadora.

—Me pregunto dónde estarán escondiéndola. —musitó Harry.

—Imposible saberlo… y eso que busqué por todos lados excepto en lo hondo del lago.

—¿Nadie te vio espiando? — preguntó Christopher Billing, el nuevo golpeador de tercer año.

—Oh… de eso estoy segura. —respondió Hermione con malicia. Miró de reojo a Harry cuyo manto de invisibilidad había tomado prestado para cumplir la misión. —Ojalá se nos hubiese ocurrido antes.

—Bueno… nosotros no somos Slytherins. —acotó Ginny.

—Muy cierto. —dijo Ron— Capitán, ¿te parece que haya algo más que podamos agregarle a la carroza?

Harry observó el inmenso león bañado en los colores de Gryffindor. La melena flotaba en el aire como si fuera de agua, los dientes estaban expuestos y las garras extendidas. Parecía como si estuviera a punto de saltar. Y a su alrededor danzaban al son de la música las palabras: Los leones de Gryffindor, protectores de la copa de las Casas. Escobas y snitches le revoloteaban en torno.

Ginny y Hermione habían trabajado en el rugido. Que se iba a activar en el momento justo para causar el mayor impacto.

Harry sonrió y sacudió apenas la cabeza. —Creo que es espectacular. Pero tal como ya lo había mencionado… nunca antes tuve la ocasión de presenciar un desfile mágico. ¿A ustedes qué les parece?

—¡Sensacional! —gritaron todos.

—Más vale no tocar lo que es perfecto. —agregó Christopher.

—No veo la hora de que empiece el desfile. —chilló Hermione— Tuve la oportunidad de ver uno no muy grande el verano pasado cuando fui a visitar a Víctor, el anunciador no paraba de hablar pero en búlgaro… así que fue poco y nada lo que entendí.

—¿Así que Vicki te llevó a un desfile? —comentó Ron con tono burlón.

—¡No le digas así! —reaccionó Hermione.

—¿Y por qué no? Vicki es taaan dulce… y taaan buen mozo. —apuntó con sorna. Se agarró las mejillas con las dos más manos, inclinó un poco la cara y agregó en falsetto: —¡Si hasta a mí me dan ganas de salir con él!

Hubo unas cuantas risas pero Hermione lo miró seria. —Ron, estás a punto de cumplir dieciséis, ¿cuándo pensás madurar?

Ron iba a abrir la boca para replicar pero Harry se le adelantó: —Mejor dejémoslo así. —dijo con tono autoritario— Todos hemos trabajado mucho, estoy muy contento, ahora… ¡todos al desfile y a vivar con el alma a Gryffindor! ¡Vamos a ganar!

Los que no formaban parte del equipo, aplaudieron y enfilaron al campo de quidditch. Harry los observó alejarse, Hermione se dio vuelta en un momento y le dirigió un guiño y una sonrisa. Harry también le sonrió.

—¡Mierda! —exclamó Ginny.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry dándose vuelta.

—Ésa es la lechuza del imbécil. —dijo Ginny señalando al ave que se acercaba volando.

—Percy. —masculló Ron— ¿Y ahora qué querrá?

Ginny extendió el brazo y la lechuza se posó. Ron desató las dos cartas que traía. —Una para cada uno. —dijo sarcástico. La lechuza alzó vuelo y se alejó. Los dos abrieron las misivas y las leyeron con semblantes fastidiados.

—¡Pero qué pelotudo! —gritó Ginny, hizo un bollo con la carta y se la guardó en un bolsillo— Ni me voy a molestar en leerla entera ahora. Ya es hora de ir al desfile. —le sonrió a Harry y se puso en camino con los demás.

—¿Qué dice? —preguntó Harry.

—Las mismas boludeces de siempre. —Ron también abolló la hoja y se la guardó en un bolsillo— Que no es tarde para Ginny y para mí… que no nos dejemos arrastrar por vos y por Dumbledore al grupo de vengadores anónimos ilegales… que Fudge tiene todo bajo control y que la mejor forma de oponerse a Ya Sabés Quién es unir esfuerzos con el Ministerio.

Harry y Ron montaron las escobas y emprendieron vuelo remolcando la carroza hacía el estadio. —No entiendo por qué no admite de una vez que se equivocó. Debería pedir disculpas… pero no, sigue insistiendo con la misma mierda de hace unos meses.

—Creo que no puede por la misma razón que Fudge no puede. —dijo Harry.

Cornelius Fudge, el ministro, había montado una campaña de difamación el año anterior contra Harry y el profesor Dumbledore. Se había negado a admitir públicamente el retorno de Voldemort. Después de haberlo visto con sus propios ojos tuvo que cambiar el discurso y había detenido todas las acciones legales emprendidas contra Harry, Dumbledore y la Orden del Fénix. Pero de alguna forma tenía que cubrir su inoperancia, seguía manteniendo ante los medios que la Orden del Fénix era una organización clandestina ilícita, que la comunidad mágica no debía brindarle su apoyo, que sólo el Ministerio tenía la capacidad y los medios para vencer a El Que No Debe Nombrarse. Harry no podía entender cómo era posible que por meras razones de conveniencia política se empecinaran en cerrar los ojos y en negar la realidad.

El desfile estaba ya por comenzar. Harry se encogió de hombros y trató de apartar los pensamientos sobre la insensatez y la irracionalidad de los dirigentes políticos.

—¿Vos sabés lo que están tramando Hermione y alguno de los otros? —preguntó.

—¿A que te referís? —inquirió Ron extrañado.

Pero antes de que Harry pudiera contestar, el cielo del atardecer se encendió de chispas. —¡Vamos, de prisa! —lo instó. Una explosión de aclamaciones los recibió cuando ingresaron al campo de juego.

El tejón de Hufflepuff era en verdad una cacofonía de resplandor, color, guirnaldas y chispas. Parecía que cada quién se había ocupado de algo sin tener en cuenta el conjunto y el resultado carecía por completo de armonía.

El águila de Ravenclaw tenía mucho mejor porte y presencia. De color negro lustroso y con las alas extendidas sostenía un ancho cartel con la inscripción: Ravenclaw es el número 1. Los integrantes del equipo volaban con orgullo flanqueándola.

Pero a Harry lo impresionó mucho más la serpiente de Slytherin, por un segundo llegó a pensar que habían traído un dragón de verdad. El efecto que habían conseguido realmente quitaba el aliento.

Harry le hizo una seña disimulada a Ginny cuando el presentador anunció el ingreso de la carroza de Slytherin al estadio. Un rugido atronador que amenazaba con hacer explotar los tímpanos hizo vibrar las tribunas. La mayoría de los asistentes perdieron interés en el dragón y se pusieron de pie para aplaudir al león que hacía su ingreso.

Hermione y todo el grupo de Gryffindors lanzaron al aire nubes y nubes de papel picado y serpentinas rojo y amarillo para saludar a su carroza, las otras Casas habían hecho algo parecido. Pero el papel picado había sido provisto por los mellizos Weasley. Se multiplicaba una y otra vez en el aire sin parar y se esparcía como impulsado por surtidores en todas direcciones hasta que todo el estadio quedó cubierto de escarlata y dorado.

Gryffindor ganó el premio pero por un margen estrechísimo, Slytherin obtuvo sólo un voto menos.

oOo

Después del desfile hubo un banquete. Faltaban todavía dos semanas para el receso de invierno. Había sido una idea de Ron la elección de tal fecha. En una de las reuniones previas de profesores y prefectos había señalado con mucha sensatez que la preparación del desfile iba a interferir con los estudios para los exámenes parciales si ambos eventos se registraban en la misma semana. Hubo acuerdo entonces para realizar el desfile dos semanas antes.

Los Gryffindors del equipo entraron al Gran Salón algo retrasados. Fueron recibidos con vítores de sus compañeros de Casa y con abucheos provenientes de la mesa de Slytherin. Harry, Ron y Ginny tomaron asiento en los lugares que Neville y Seamus les habían guardado. Seamus saludó a Ginny dándole un beso en la mejilla. Hermione alzó una ceja inquisitiva, la pelirroja se hizo la desentendida. Hermione le susurró a Harry al oído que una semana antes Ginny le había dicho que iba a romper con Seamus. Harry también la miró alzando una ceja. Ginny se limitó a encogerse de hombros y metió una mano en el bolsillo.

—¡Maldición! —exclamó— Me había olvidado de esto. —sacó la carta de Percy abollada.

—¿Qué es? —preguntó Hermione.

—El imbécil volvió a escribirnos… quiere protegernos de los vengadores anónimos de Harry.

—¿En serio? —dijo Neville sin poder creerlo— ¿La gente del Ministerio sigue en la misma?

—Son unos tontos, eso es lo que son. —intervino Seamus— Más de la mitad de la escuela quiere unirse a Dumbledore para enfrentar a Ya Sabés Quién. Fudge debería aunar esfuerzos con Dumbledore, no criticarlo.

Ron asintió haciendo un gesto con el tenedor. —Los miembros de la Orden están arriesgando la vida. Fudge y el imbécil de mi hermano deberían reconocer que estaban equivocados, deberían pedir disculpas y agradecer todo lo que hace la Orden… y deberían prestar colaboración, no poner trabas.

—Quizá no deberíamos criticarlos tanto. —apuntó Hermione— Dumbledore dice que mientras se opongan a V…Voldemort, están de nuestro lado. No debemos mezclarnos en sus dimes y diretes políticos… pero no es un asunto personal contra la Orden.

—Yo no estoy tan segura. Mi hermano, el imbécil, me escribe diciéndome que mis padres han perdido el juicio porque están dispuestos a luchar contra el hijo de puta, Como Se Llame… a mí me parece que sí tiene algo de muy personal.

Ginny todavía no se animaba a pronunciar el nombre de Voldemort, pero había tomado la costumbre de mencionarlo como Como Se Llame, que denotaba más desprecio que temor. A Harry siempre le hacía gracia y sonreía al oír el apelativo.

Dejó que los otros continuaran con el debate y él se hundió en sus reflexiones que en los últimos tiempos tendían a ser muy depresivas. Les había contado a Hermione y Ron sobre la profecía que establecía que él era el único que podía vencer a Voldemort, pero no les había mencionado la exacta formulación. Porque era demasiado ambigua y dejaba abierta la posibilidad de que él no fuera el vencedor… ninguno de los dos podrá sobrevivir en tanto el otro siga vivo.

Y pensar en Sirius lo deprimía incluso más. Y siempre asociaba la profecía a la muerte de Sirius… se había enterado de lo que decía el mismo día de la muerte de su padrino.

A pesar de que eran apenas las cinco, el techo del Gran Salón ya mostraba un cielo oscuro. Estaba de muy mal humor cuando todos se levantaron de sus lugares y enfilaron hacia la Torre de Gryffindor. El año anterior sus amigos siempre se habían quejado de la agresividad con la que acostumbraba a reaccionar. Una de las cosas que había aprendido después de la muerte de Sirius era cuánto los necesitaba y cuánto dependía de ellos. No quería alejarlos con réplicas hoscas, por eso prefería la soledad cuando se deprimía. Ellos se habían percatado y le daban espacio, pero estaban siempre a disposición cuando él los necesitaba.

Una gran multitud se arracimaba en la entrada al Gran Salón, Harry avanzaba con la cabeza gacha, evitando el contacto visual, evitando la conversación, evitando toda interacción directa. Pero alguien le dio un empujón de improviso.

—¡Mirá por donde caminás, Potter! —Malfoy estaba flaqueado como casi siempre por sus gorilas amenazantes, Crabbe y Goyle.

—Andá a joder a otros, Malfoy. —le espetó Hermione.

—¡Vos no te metas sangresucia repugnante! —replicó Malfoy y amagó a sacar la varita. Harry sacó la suya al instante. Se produjo mucha confusión y pánico en el amontonamiento. Gritos, chillidos e insultos. Entre los dos cruzaron hechizos de ataque que ellos mismos pudieron esquivar, pero los que estaban alrededor tuvieron menos suerte.

La profesora McGonagall se hizo presente presurosa y muy enojada y se interpuso entre ellos. Seis de los circundantes, Crabbe y Goyle, Neville y Seamus y dos Ravenclaws de segundo año, habían resultado víctimas del breve duelo. Harry estaba rabioso pero también avergonzado.

La profesora les indicó a algunos de los alumnos que llevaran de inmediato a los heridos al ala hospitalaria. A continuación agarró a los dos responsables por el cuello de las camisas y los arrastró hasta la mesa cabecera del Gran Salón.

—¡Este tipo de comportamiento es inadmisible! ¡Tiene que terminar! ¡Mírense! ¡Ninguno de los dos tiene ni siquiera un rasguño… y mandaron a SEIS personas al hospital! Veinte puntos menos para cada una de sus Casas y penitencia todas las noches la próxima semana.

—¡Pero la semana que viene tenemos que estudiar para los exámenes! —protestó Malfoy con insolencia.

La profesora curvó los labios, una mueca severa que pudo también haber sido un esbozo de sonrisa maliciosa. —Muy bien, las penitencias quedarán para después del receso… ¡pero tendrán que cumplir una esta misma noche! Van a tener que limpiar el campo de quidditch… y regresen para informarme recién cuando hayan recogido hasta el último pedacito de papel picado.

Malfoy la miró furioso. Harry se limitó a bajar la vista. —Sí, señora. —dijo contrito y giró para salir.

—¡Un momento! —los frenó la profesora— ¡Denme las varita! Lo único que faltaría sería que volvieran a trenzarse en duelo mientras están cumpliendo la penitencia.

—Pero…

—Nada de peros, señor Malfoy. Les devolveré las varitas una vez que el estadio esté limpio.

Malfoy la miró como si no lo pudiera creer… pero los dos le entregaron la varita.

Tuvieron que pasar antes por la portería para buscar bolsas de basura y los enseres de limpieza. Filch se mostró encantado cuando se enteró del castigo, se libraba de esa forma de un duro trabajo que le hubiera tocado a él.

Caminaron hasta el campo en silencio, dirigiéndose de tanto en tanto miradas hostiles de soslayo.

—¡Maldición! —se quejó Malfoy— Esto nos va a llevar horas.

Harry agarró una bolsa dispuesto a ponerse a trabajar, el estadio era grande y pensaba mantenerse lo más alejado posible de Malfoy.

—¡Dame una de esas bolsas de basura, Potter! —ordenó Malfoy poniendo todo el desprecio posible al pronunciar el apellido.

Harry lo ignoró. Malfoy se le interpuso. —¡Que me des las bolsas te dije! —y se las arrebató de la mano. Harry volvió a agarrarlas y comenzaron a forcejear. —¿¡Quién carajo te crees que sos!? —le gritó Malfoy y le dio un empujón.

Harry desvió la mirada. No voy a ponerme a pelear… lo mejor es no hacerle caso.

—¡Yo soy un MALFOY, Potter! ¿Quién sos vos? —volvió a empujarlo— Y vos no sos más que un pobre infeliz, un miserable huerfani…

No llegó a completar el insulto. Harry le propinó un tremendo puñetazo en la mandíbula. Malfoy tambaleó hacia atrás. Por un segundo el universo pareció detenerse. Y luego Malfoy se le abalanzó. Los dos cayeron al suelo y enredados entraron a rodar. Codazos, puñetazos, rodillazos… en la cara, en el pecho y en el abdomen… los golpes arreciaron y se gritaron insultos de todo tipo. Toda la bronca acumulada durante seis años entre ellos explotó de golpe.

Ninguno de los supo cuánto tiempo estuvieron luchando hasta que los dos quedaron tirados uno a lado del otro totalmente exhaustos. Jadeando con dificultad bajo la atmósfera helada. La ropa hecha jirones, cubiertos de sangre y de magulladuras. Harry había empezado a sangrar por la nariz pero la hemorragia parecía ir cediendo. Se limpió con el dorso de la mano la sangre ya a medias coagulada y se echó a reír. Se sentía… aliviado. La pelea había barrido con casi todo el estrés acumulado durante meses. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan calmo como en ese momento.

—¿De qué te reís? —preguntó Malfoy.

—No sé. Me sangra la nariz y me pareció gracioso. —Malfoy revoleó los ojos exasperado pero unos segundos después él también se echó a reír.

Estuvieron riéndose un largo rato. Finalmente Harry se incorporó hasta sentarse. Le dolía todo. —¿Estás bien, Malfoy?

—Sí… eso creo. —respondió sentándose también— ¿Vos?

—Sí… —bajó los ojos a las rasgaduras de la ropa y luego se volvió a mirarlo. Malfoy tenía la cara cubierta de sangre y se estaba limpiando la que le brotaba por una herida encima del ojo. —Parece serio, macho, ¿estás seguro de que estás bien? —preguntó Harry alarmado.

—Pensé que ya había parado, pero me sigue sangrando. El ojo me arde.

Harry se arrancó un jirón de la manga y lo abolló para formar una compresa.

—¿Qué estás haciendo? Así la arruinas…

—Ya estaba arruinada antes de la pelea. —Harry se permitió una media sonrisa— Hay que hacer presión sobre la herida hasta que deje de sangrar.

—¿De dónde sacás esas cosas, Potter?

—Es lo que hacen los muggles con las heridas que sangran. —Harry le pasó la compresa— Si la mantenés apretada sobre la herida va a parar más rápido. —Malfoy lo miró con desconcierto— Va a parar de sangrar. Pero igual vas a tener que ir al hospital después para que te curen con magia.

Draco aceptó la compresa improvisada y se la apretó sobre la frente. —Pero no puedo cumplir la penitencia, para limpiar voy a necesitar las dos manos. Aunque me aumenten el castigo por pelear voy a tener que ir a que me curen.

—No va hacer falta por el momento. —Harry arrancó una larga tira de género del dobladillo de la toga y le vendó la frente con la compresa firmemente fijada sobre la herida.

—Muy ingenioso, Potter. Estás lleno de recursos.

Harry rió y se puso de pie. —Vamos, será mejor que nos pongamos a trabajar. —le tendió una mano para ayudarlo a levantarse. Cada uno agarró una bolsa y se pusieron a barrer.

—Hay algo que no entiendo. —dijo Malfoy después de un rato.

—¿Qué?

—En seis años no hemos hecho otra cosa que pelear y ahora de pronto siento que ya no te aborrezco.

Harry volvió a reírse. —Sí que es extraño… y a mí me pasa lo mismo.

—No, pero en serio… ¿qué es lo que está pasando?

—Es un lugar común en muchas películas muggle… los rivales tienen que pelearse y después se vuelven amigos… yo tampoco alcanzo a entenderlo.

Siguieron trabajando y charlando durante varias horas. Hablaron de las clases y de quidditch, de las chicas que les gustaban y de los profesores que detestaban.

Cuando ya regresaban a la oficina de McGonagall, Malfoy comentó: —Al final vos no habías resultado ser tan malo, Potter.

—Vos tampoco.

A la profesora se le desorbitaron los ojos cuando los vio aparecer con esa traza. Los increpó enojada. —¿Estuvieron peleándose?

Los dos negaron con la cabeza.

—No. Me caí. —dijo Harry.

—Yo también.

Los dos se estaban sacudiendo tratando de contener la risa. La profesora los observó durante un largo momento en silencio, no les creía en absoluto pero prefirió no insistir. No entendía qué era lo que estaba pasando, estaba perpleja… esos dos no se podían ni ver y ahí estaban cubriéndose uno al otro como compinches. Les devolvió las varitas. —Señor Malfoy, vaya al ala hospitalaria de inmediato para que le atiendan esa herida en la frente. Y usted, señor Potter, marche ya mismo a su Casa.

—Gracias y buenas noches. —respondió Harry y los dos salieron al corredor.

Caminaron en silencio hasta doblar la esquina al final del pasillo y estallaron en carcajadas. Rieron juntos durante varios minutos y luego tomó cada cual su rumbo.

—Hasta luego, Potter.

—Hasta luego, Malfoy.

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