Disclaimer: Los personajes y las situaciones que les recuerden a Twilight no me pertenece, esta inspirado bajo la obra de Stephenie Meyer. Y la historia es de Lucy Monroe.

La princesa y el guardaespaldas

Argumento: Edward Cullen era un maestro en los negocios y en la cama, y en su mundo no había lugar para las emociones. Su nuevo encargo era garantizar la seguridad de Bella Swan, una princesa que se empeñaba en rebelarse contra la voluntad de su familia. Su inocencia y encanto resultaron ser una peligrosa tentación para Edward, quien acabó cediendo a la fuerza del deseo. Y entonces descubrió que Bella aún era virgen…

Capítulo 1

Bella Swan se detuvo al borde del puente y cerró los ojos mientras buscaba su centro de equilibrio.

Los cálidos rayos de sol y una suave brisa acariciaban su piel. Era un día muy hermoso para estar viva. Soltó la barandilla y nada se interpuso entre ella y el salto al vacío… Quince metros de caída libre hasta las rápidas aguas del río.

La adrenalina la recorrió por dentro al pensar en lo que estaba a punto de hacer. Su respiración se aceleró y el sudor le empapó las sienes y las palmas de las manos. Apretó y aflojó los puños varias veces mientras intentaba relajar su respiración.

Unas voces detrás de ella rompieron la paz que estaba intentando lograr. Abrió los ojos y miró por encima del hombro.

Edward Cullen…

La última persona a la que esperaba ver en aquellos momentos. La última persona a la que quería volver a ver. Ni siquiera después de morir. Dios no podría ser tan cruel para juntarlos en el mismo rincón del Cielo.

Pero si no había más remedio, que así fuera. Edward estaba allí y sólo tardaría unos segundos en convencer a los hombres que lo sujetaban para que le dejaran ir a por ella.

Volvió a mirar al frente, extendió los brazos como las alas de un águila y se precipitó al vacío al tiempo que el grito de Edward resonaba en las paredes rocosas del barranco.

Y mientras caía en picado como un ave rapaz lanzándose sobre su presa, los últimos ocho años de su vida pasaron a toda velocidad por su cabeza, como una película a cámara rápida de su relación con Edward Cullen.

.

.

.

Bella corría por el patio en dirección al University Center. Llegaba tarde a la reunión, pero no había podido evitarlo. Una vez más, se había visto obligada a darle esquinazo a su guardaespaldas, quien estaba leyendo un libro sobre el Antiguo Egipto en la planta baja de la biblioteca, convencido de que Bella estaba en un grupo de trabajo en una de las salas del segundo piso. Si el pobre supiera cuántas horas pasaba en la biblioteca mientras ella estaba en cualquier otro sitio, los dos se verían en serios problemas.

Era un tipo muy fácil de engañar. Demasiado fácil para el ego de Bella. Para él, las excelentes notas de Bella avalaban las muchas horas de estudio. Bella estudiaba, sí, pero no tanto como él creía, ni muchísimo menos. Al igual que el padre de Bella y que muchos otros hombres de su país, su guardaespaldas no creía que una mujer pudiera conseguir unas notas semejantes sin emplearse a fondo en la tarea. Todos los miembros de su equipo de seguridad pensaban igual.

Cuando ella descubrió las ventajas de aquel rasgo, originalmente tan irritante, dio gracias por que su padre hubiera insistido en asignarle guardaespaldas de su país natal.

Bella vivía en Estados Unidos desde que tenía seis años, y desde siempre le había molestado la actitud de sus guardaespaldas. Hasta que entró en la universidad y descubrió lo fácil que era conseguir un poco de libertad con la mentira del estudio. Sonrió al pensarlo. La vida tal vez no fuera perfecta, pero sí era muy divertida.

La sonrisa se transformó en una mueca de dolor al chocar contra una roca vestida de hombre. El impacto la hizo tambalearse y caer sobre su trasero en la hierba.

—Uf…

—¿Estás bien? —le preguntó la roca. Tenía una voz tan poderosa como su físico.

Aturdida tanto por el golpe como por aquella voz, Bella levantó la mirada y recorrió casi dos metros de musculatura hasta que sus ojos se encontraron. Los del hombre eran verdes y enigmáticos, aunque en aquel momento su expresión no podía ser más clara.

Estaban brillando de preocupación. Por ella…

Bella recuperó la sonrisa y alargó la mano.

—Sí, muy bien, gracias. ¿Me ayudas a levantarme?

El hombre también sonrió.

—Por supuesto —dijo, y extendió el brazo hasta que sus manos entraron en contacto.

Bella habría jurado que algo estallaba en su interior nada más sentir su tacto. Sus deslumbrados sentidos percibieron que la boca del hombre seguía curvada en una media sonrisa, y se preguntó qué aspecto tendría con una sonrisa total. Mejor no averiguarlo, porque no, seguramente no sobreviviría.

—¿Seguro que estás bien? —le preguntó él. Su preocupación parecía sincera, y Bella no podría estar más encantada de que así fuese.

—Segurísima.

—¿No necesitas ayuda para mantenerte de pie?

—No —¿de verdad parecía que necesitaba ayuda?

—Entonces, ¿por qué no me sueltas la mano? Y no es que a mí me moleste el contacto físico… —un tono de simpática ironía acompañaba sus palabras.

—Supongo que… sí, tienes razón —dijo ella, pero su cuerpo no le hizo el menor caso.

Él se echó a reír.

—Me llamo Edward Cullen.

Bella tragó saliva. Por si su sonrisa no fuera lo bastante peligrosa, su risa le provocaba un estremecimiento por todo el cuerpo. Y aunque hubiera sobrevivido a un primer encuentro, no estaba segura de poder resistir mentalmente mucho tiempo. Aquel hombre podía causarle estragos de todo tipo, incluidos los racionales.

—¿Y tú te llamas…?

—Oh, Bella Swan —nunca usaba su nombre completo: Isabella Marie Swan.

—Encantado de conocerte, Bella —dijo él, apartándola con delicadeza.

Bella tuvo que reprimir el impulso de echarse hacia delante para recuperar el contacto. ¿En eso consistía la atracción física por un hombre? De ser así, se alegraba de haber pasado su adolescencia en un colegio para chicas. A diferencia de sus compañeras de clase, nunca había tenido la oportunidad de pasar los recreos con chicos de su misma edad, gracias a la estrecha vigilancia a la que la sometía su familia.

En el año y medio que llevaba en la universidad había abrazado a un par de chicos, pero ninguno la había afectado tan poderosamente como Edward Cullen. Siempre había querido saber cómo sería besar a un chico, pero sólo a un nivel puramente teórico. Ahora, en cambio, quería conocer la realidad palpable. Deseaba besar a Edward Cullen.

El deseo era tan fuerte que los labios se le torcieron involuntariamente. Los ojos verdes de Edward brillaron de complicidad, como si pudiera percibir aquel deseo tan extraño que la acuciaba a…

El reloj de la torre la devolvió bruscamente al presente.

—Maldita sea. Llego tarde. Espero no haber perdido la oportunidad de apuntarme a la excursión en kayak —aún no sabía cómo iba a despistar a su guardaespaldas y a su familia durante todo un fin de semana, pero estaba decidida a hacer ese viaje.

—¿Kayak? —repitió él en tono sorprendido.

—Es una de mis aficiones favoritas, aunque no la practique tanto como me gustaría —echó a andar rápidamente hacia el University Center.

—¿Cuándo aprendiste? —le preguntó Edward, caminando a su lado.

—Cuando estaba en el instituto —alguna ventaja tenía que haber en ser la hija de un rey de Oriente Medio.

Al principio se había sentido sola y abandonada, cuando la apartaron de todo cuanto conocía. Pero a medida que se hacía mayor, empezó a darse cuenta de que el poco interés que mostraban sus padres en ella le beneficiaba realmente. Eran tan conservadores y tradicionales que su influencia llegaba hasta sus parientes afincados en Estados Unidos, con los que enviaron a Bella cuando sólo tenía seis años.

Pero con sus parientes americanos podía disfrutar de más libertad de la que jamás hubiera tenido en casa. Y así lo comprobó cuando la enviaron a un internado en séptimo grado. El exclusivo colegio para chicas no se parecía en nada a los típicos institutos norteamericanos, pero aun así Bella podía hacer cosas que nunca podría hacer si viviera con su familia. Cosas como remar en kayak.

—Creía que la excursión en kayak duraba tres días…

—Y así es. ¿Vas a ir tú también? —le preguntó Bella, incapaz de ocultar una expresión esperanzada mientras miraba a los ojos a aquel hombre alto y fuerte.

Experimentó el mismo aluvión de adrenalina que le recorría las venas cuando competía en una carrera. La atracción física no se parecía a nada de lo que hubiera imaginado. Era una sensación tan excitante y peligrosa como la de remar en kayak por aguas bravas. O tal vez más aún.

.

.

.

Cullen tuvo que morderse la lengua para no soltar una palabrota. Aquella princesa tan pequeñita estaba llena de sorpresas. La primera había sido verla correr a través del patio cuando se suponía que estaba estudiando en la biblioteca con un grupo de amigas. El plan de Edward era hablar con su guardaespaldas y provocar un encuentro accidental con la princesa cuando ésta saliera de la biblioteca.

Menos mal que la había visto, o habría estado tan equivocado como el inepto guardaespaldas sobre su paradero. Aquel hombre necesitaba recibir un cursillo de seguridad de Cullen Investigations.

—No sé remar en kayak —le confesó—. Pero es algo que me gustaría aprender.

En realidad no tenía el menor deseo por aprender, pero sí había remado en canoa, y aunque no fuera una de sus actividades favoritas, se parecía lo bastante al kayak como para poder desenvolverse en el agua sin hacer el ridículo.

Un hombre hacía lo que tenía que hacer en su trabajo. Y su misión era permanecer lo más cerca posible de la princesa Isabella Marie Swan.

—Si nos damos prisa, tal vez podamos apuntarnos para la excursión —dijo ella con una radiante sonrisa.

Cullen sopesó las opciones en su cabeza. Podía impedir que fuera a inscribirse. Podía eliminar cualquier posibilidad que tuviera de hacer ese viaje con una simple llamada telefónica. O… podría seguir su instinto y hacer esa excursión con ella.

Sería muy fácil impedir que llegara a tiempo para apuntarse a la excursión, gracias a la evidente atracción que ella sentía por él. Pero aquella joven encontraría cualquier otro modo de salirse con la suya. Bella Swan, como se llamaba a sí misma, no era la chica de diecinueve años tímida, discreta y estudiosa de la que le habían hablado a Cullen.

¿Sabía alguien en la vida de la princesa quién era realmente y qué hacía para divertirse?

La respuesta era «no», sin lugar a dudas. Por ello Cullen no quería eludir del todo aquella excursión. Lo habían contratado como ayuda adicional para garantizar la seguridad de la princesa en un tiempo de alto riesgo para la familia real de Swan. Pero si su implicación personal podía ayudar al equipo de seguridad de la princesa a mejorar su protección, se involucraría lo que hiciera falta. Si le permitía hacer esa excursión y la acompañaba para garantizar su seguridad, tendría la oportunidad de ver las tretas que empleaba para esquivar a sus guardaespaldas e impedir que volviera a hacerlo en el futuro.

—Tú primero —dijo con una sonrisa.

Ella asintió, pero en vez de acelerar el paso se detuvo y fijó la mirada en sus labios.

—Bella…

—En, sí… vamos —haciendo un considerable esfuerzo por apartar la mirada, empezó a trotar hacia el University Center—. La reunión es arriba.

A Cullen no le costó mantener su ritmo con sus grandes zancadas, pero todo su cuerpo empezaba a reaccionar a la sensual oscilación de aquellas curvas tan femeninas. La atracción era definitivamente mutua, lo cual debería hacer que su trabajo fuera mucho más sencillo. Así no tendría que fingir interés para permanecer cerca de ella. Su intención inicial había sido mantener una simple amistad, pero si fueran algo más que amigos le resultaría mucho más fácil vigilarla. Tampoco se trataba de tener una relación estable, ni mucho menos. Cullen rehuía los compromisos por muchas razones, y Bella no era la candidata más adecuada para una aventura pasajera. No sólo era la hija de un cliente y su misión actual, sino que era una princesa procedente de una parte del mundo donde se otorgaba una importancia especial a la virginidad femenina.

Pero aunque el sentido del honor de Cullen no le permitía aprovecharse de la virginidad ni la inocencia de nadie, sí podía aprovecharse de la atracción que provocaba en la princesa.

Bella se detuvo frente a un hombre rubio y atlético que bajaba los escalones del University Center.

—Hola, Mike. ¿Ya ha acabado la reunión?

—Sí, pero no te has perdido gran cosa. Lo único que hemos hecho ha sido repartir unas hojas informativas y apuntar nombres.

—¿Aún podemos apuntarnos? —preguntó ella, entusiasmada.

El tipo le puso una mano en el hombro y le dedicó una sonrisa algo más que cortés.

—Lo que tú quieras, encanto.

Cullen tuvo que tragarse otra maldición. ¿Tenía la princesa un novio del que su familia no sabía nada?

—Genial —dijo ella—. Edward nunca ha montado en kayak y me gustaría que viniera conmigo… —se giró hacia Cullen—. Si no tienes problema en aprender de una mujer, claro.

—No, no. Me encantaría.

—Eric puede enseñarle al novato y así tú podrías venir conmigo —sugirió Mike.

—El novato prefiere ir con su nueva amiga —se apresuró Cullen a dejar claro. Era el único modo de que la princesa estuviera a salvo en el agua. Un guardaespaldas no podría protegerla desde la orilla o desde otra embarcación.

—Oh, lo siento. No era nuestra intención ignorarte —se disculpó Bella, con una expresión arrepentida en sus bonitos ojos marrones—. No soporto cuando la gente habla de mí como si yo no estuviera.

Era presumible, teniendo en cuenta la familia conservadora y machista de la que procedía, que hubiera experimentado muchas veces aquella indiferencia.

—No pasa nada —dijo, pero la mirada que le echó a Mike le advertía que tuviera cuidado con él.

A juzgar por la expresión del universitario, pareció recibir el mensaje. Pero no parecía muy contento al respecto, y Cullen volvió a preguntarse si entre Mike y Bella habría algo más que una amistad y una afición compartida por el kayak.

—Os apuntaré a los dos, pero necesito tus datos de contacto —le dijo Mike a Cullen—. Los de Bella ya los tengo… De hecho, ya te he apuntado, nena. Iba a llevarte la información a Política Internacional.

Bella le sonrió con gratitud y emoción.

—Eres el mejor. Gracias.

Mike se quitó la mochila del hombro y sacó un cuaderno.

—Toma, escribe aquí tus datos —le dijo a Cullen, pero sin soltar el cuaderno—. Estudias aquí, ¿verdad? Esta excursión sólo es para los estudiantes de la universidad.

Bella frunció el ceño, pero relajó la expresión al oír la respuesta de Cullen.

—Estoy haciendo un máster en Administración de Empresas, justo al otro lado de la calle.

—Oh… muy bien —aceptó Mike, y le ofreció finalmente el cuaderno.

Cullen lo aceptó y lo hojeó rápidamente hasta dar con una lista de nombres bajo un título escrito a mano.

—«Excursión en kayak» —leyó. Sacó un bolígrafo con cámara incorporada del bolsillo y fotografió la lista de nombres al fingir que sacaba la punta. A continuación, añadió su nombre a la lista.

Haría que alguien de Cullen Investigations investigara aquellos nombres para cerciorarse de que ninguno de ellos representaba una amenaza para Bella.

Se preguntó cómo pensaba la princesa esquivar a su guardaespaldas durante todo un fin de semana, pero no tenía la menor duda de que lo conseguiría. Una princesa que había aprendido a remar en kayak mientras estudiaba en un internado exclusivo era alguien que sabía arreglárselas en la vida.

Mike miró su reloj y luego a Bella.

—Tenemos una hora antes de clase. ¿Quieres tomar un café conmigo en el Starbucks de State Street?

Ella se mordió el labio, miró de reojo a Cullen y asintió.

—¿Podríamos tomarlo mejor en la cafetería? Tengo que recoger algo de la biblioteca antes de clase.

Cullen estuvo a punto de soltar una carcajada. Desde luego que tenía que recoger algo… A su guardaespaldas.

—No os importará si os acompaño, ¿verdad? —les preguntó—. Me vendría bien un café.

La boca de Bella se curvó en otra deslumbrante sonrisa.

—Claro que no nos importa. Pero tendrás que dejar que te invite yo. Es lo menos que puedo hacer después de chocarme contigo en el patio.

—Fuiste tú la que acabó en el suelo. Creo que invito yo.

Mike sacudió la cabeza.

—Pague quien pague, vámonos ya. Necesito urgentemente mi dosis de cafeína.

—¿Anoche te quedaste estudiando hasta tarde? —le preguntó Bella.

—Más o menos…

Bella lo golpeó amistosamente en el brazo.

—Qué malo eres… ¿Quién fue esta vez? ¿La chica de la hermandad con un novio en cada facultad, o la gimnasta?

—Ya no sigo viendo a la gimnasta. Su entrenador la amenazó con echarla del equipo si se le ocurría volver a trasnochar y presentarse a los entrenamientos medio dormida.

Así que Mike era un mujeriego… y Bella lo sabía. La pregunta era: ¿estaría planeando añadir a Bella a su lista de conquistas?

No si Cullen podía evitarlo. Su familia había contratado los servicios de su agencia para velar por la seguridad de Bella, y eso era lo que él iba a hacer. Iba a protegerla en todos los frentes. Lo que ella y aquel casanova hicieran cuando Cullen acabara su misión ya no sería asunto suyo.

Por más que aquel pensamiento le provocara un nudo en la garganta.

La cafetería de estudiantes no estaba tan mal. Tenían hasta una cafetera expreso. A Cullen no le gustaba mucho el café, pero debía de ser bastante bueno a juzgar por los murmullos de placer que emitió Bella al tomar el primer sorbo. Al final acabó imponiéndose él a la hora de pagar, como no podía ser menos.

No estaba acostumbrado a perder… en nada.

—¿Vas a ir esta noche a la manifestación por el medioambiente? —le preguntó Mike a Bella mientras se recostaba en la silla y seguía con la mirada a una estudiante llena de curvas.

—No estoy segura, pero lo intentaré.

—Corre el rumor de que las juventudes republicanas van a intentar reventar el acto.

—Si lo hacen, estarán atentando contra la mitad de sus miembros. El medioambiente no es una lucha partidista. Hay conservadores en ambos lados.

—Si tú lo dices…

—Sabes que tengo razón.

—¿Estudias Ciencias Políticas? —le preguntó Cullen. Ya sabía la respuesta, pero quería que ella le contara algo de sí misma. Tenía que comprobar hasta dónde podía ser sincera.

—Los dos estudiamos Ciencias Políticas —respondió Mike por ella—. Pero Bella es independiente. No se identifica con ningún partido político.

Bella se limitó a encogerse de hombros, pero no dijo la verdadera razón por la que no apoyaba a ningún partido. Era ciudadana de Swan, no de Estados Unidos.

—Nada le gustaría más a mi padre que me afiliara a las juventudes republicanas, lo cual no pienso hacer jamás —dijo Mike. Su sonrisa de satisfacción dejaba claro por qué se inclinaba políticamente hacia la izquierda.

Bella suspiró y sacudió la cabeza.

—Seguro que vas a los mítines por tu carácter reaccionario y rebelde.

—¿No me dijiste una vez que habías decidido estudiar Ciencias Políticas porque tu padre te prohibió hacerlo? —replicó él.

—Es algo más complicado, pero fue el rechazo que manifestó a mi interés por el tema lo que me motivó a estudiar esta carrera. Sin embargo, las reacciones que me provocan estos estudios no son más que el resultado de mis convicciones personales. Mis ideas son distintas a las de mi familia, pero no porque quiera enfrentarme a mi padre, a quien dudo mucho que le importe, sino porque las ideas políticas de mi familia tuvieron un impacto muy negativo en mi vida.

—¿En qué sentido? —preguntó Mike.

Bella sacudió la cabeza y cambió de tema. Al parecer, Mike no era un amigo lo bastante íntimo como para confesarle que era la hija de un rey árabe.