MASHED POTATOES.
Disclaimer: Los personajes son de . Sólo me adjudico la historia y algunos personajes.
Beteado por Lucero Silvero (Betas FFTH)
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Capítulo I
Greenville, Mississippi. Año 1954.
- 7 años -
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En el verano, siempre me recostaba sobre el césped para observar el cielo.
Papá decía que si lograba ver el momento en que el sol aparecía de entre las nubes, y pedía un deseo, este se cumpliría a las siete de la tarde del mismo día. Sólo lo hacía los sábados y domingos, porque en los días de semana iba a la escuela.
Tenía la costumbre de hacerlo a las diez de la mañana. A las once. No siempre a las doce. Pero estos últimos días puse la alarma en el reloj y me levanté a las ocho de la mañana para verlo.
Las hormigas caminaban por mi cabello, mi ropa se ensuciaba de césped. Todo eso porque necesitaba comprar una muñeca, y sólo el sol me cumpliría ese deseo.
A veces sentía que si me concentraba mucho, surgiría. Pero eran tiempos difíciles.
Mamá apareció en el jardín y me dejó un vaso con jugo a mi lado.
— ¿Todavía no aparece? —preguntó ella.
— No. Sigue nublado.
— ¿Por qué no entras y me ayudas a preparar el almuerzo? —dijo mientras volvía a ingresar a la casa.
Entre las dos, mamá era la que más fácil se rendía. Desearía que papá estuviese aquí para esperar conmigo, pero había salido a hacer compras.
Me levanté del suelo para tomar un poco del jugo de naranja que mi mamá me había traído y descansar un poco los ojos. Tenía sueño.
El barrio donde vivíamos era muy silencioso los sábados por la mañana, nunca había nada,por eso mis ojitos se fueron al auto que llegaba y se estacionaba en la casa de en frente. Que yo sepa, ahí no vivía nadie.
Del auto salieron personas. Un papá, una mamá y tres niños. Uno de ellos era una niña y parecía tener mi edad. Rápidamente miré su vestido rosa, su cabello recogido y la muñeca que llevaba entre sus brazos.
Seguro ella tenía muñecas nuevas. Seguro ella me prestaría una. Quería conocerla, era bonita.
— Mamá, ¿quiénes son los de en frente? —pregunté señalando con mi dedo y ella me regañó diciendo que eso era de mala educación.
— Deben ser los vecinos nuevos —Mamá sonreía—. Ven, límpiate las manos y vamos a saludarlos.
Le hice caso a mamá y fui hasta el baño para lavarme las manos llenas de tierra y césped. Me esperó en la puerta y cruzamos la calle para saludarlos.
Ella habló por un buen rato con los dos adultos. No entendí lo que decían, pero ella parecía feliz de conocerlos y ellos contentos de estar aquí.
— Ella es mi pequeña, Isabella—habló de mí y los ojos claros de esos dos adultos bajaron hasta mi altura—. Ellos son nuestros nuevos vecinos, Carlisle y EsmeCullen.
Me olvidé de sus nombres en el momento en que mami los dijo, pero eran muy lindos. El hombre tenía los ojos azules y el cabello rubio, y la señora los ojos verdes y el cabello como el café que papá toma en las mañana. Me sonreían y eso me puso nerviosa.
Ellos presentaron a sus hijos. Los tres tenían la misma estatura y ojos claritos. Uno era un poco grandote y sonreía amistosamente. La niña del vestido rosa me saludó y su voz era muy dulce.
Pero el que más llamó mi atención fue el último. Teníael cabello castaño claro y estaba bien, pero bien peinadito. Sus ojos de color verde. No parecía ser hermano de los otros porque era muy callado.
Era muy lindo. Sentí cosquillas en el estómago cuando me saludó.Quería jugar con él.
Mamá se despidió de los vecinos y tomó mi mano para que volviésemos a la casa, pero yo quería hablar con aquél niño.
— ¡Qué familia más simpática! ¿Verdad, Bella? —dijo mamá con una sonrisa enorme mientras entrábamos a la cocina.
— Mamá, ¿puedo ir a jugar con el niño de en frente? —pedí.
— No, cariño. Los Cullen acaban de mudarse y quieren desempacar tranquilos. Podrás jugar con su hija mañana.
Mamá había oído mal. ¡Yo no quería jugar con la niña, quería jugar con el niño de ojos verdes!
Al día siguiente, volví a mi rutina de recostarme sobre el césped para ver si esta vez salía el sol. Hoy hacía un poco de calor, así que mis chances eran buenas.
Cada tanto miraba hacia la casa de en frente para ver si alguien salía o entraba. Muchos vecinos se acercaron a saludar a los Cullen ayer, pero ninguno de los niños salía.
Eran a las once de la mañana cuando el padre salió con uno de sus hijos y un pequeño perro que llevaban de la correa.
Me levanté del césped y vi que era el niño de ojos verdes. ¡Tenía que ir a saludarlo!
Tal y como mi papá me había enseñado, me paré en la vereda y observé durante cinco segundos ambos lados de la calle antes de cruzarla. Ningún auto por el camino. Y fui hasta la vereda de en frente.
El padre se había marchado adentro de la casa y el niño de ojos verdes jugaba con el pequeño perro y una pelota de beisbol.
— ¡Hola! Soy Bella. ¿Cuál es tu nombre? —me acerqué y le saludé con las manos detrás de mí.
El niño me miró con desconfianza.
— Papá dice que no debo hablar con extraños —dijo él acariciando al perrito.
— ¡No soy una extraña! —me quejé—. Soy tu vecina de en frente. Nos saludamos ayer.
Sus hermosos ojos verdes me miraron y luego se fijó en el perrito.
— Tú no te llamas Bella. Te llamas Isabella—murmuró sin mirarme.
— Me llamo Isabella, pero todos me dicen Bella —contesté preguntándome cómo podía recordar eso si yo ni siquiera recordaba el nombre de sus padres.
— ¿Por qué? —quiso saber, ahora mirándome a los ojos.
— Porque me gusta —encogí mis hombros.
— Yo me llamo Edward —me contó y alzó su mano para poder estrecharla.
— Hola, Edward —le saludé sonriente. Me gustaba su nombre.
— Supongo que ya no somos extraños —dijo mientras dejaba de jugar con el perrito para poder hablarme. Se le notaba de mejor humor.
El sol hacía que los ojos de Edward brillaran como dos piedritas.
— Me gustan tus ojos —dije rápidamente.
Sus mejillas se pusieron un poco coloradas y sus ojos se agrandaron.
— ¿En verdad? —me preguntó.
— Sí. Son muy lindos —asentí.
Sonrió.
— Me gusta tu cabello —señaló las dos trencitas que mamá me había hecho en la mañana.
Volví a sentir como si muchas mariposas volaran en mi estómago y me di cuenta que me gustaba mucho Edward.
El papá de Edward apareció frente a nosotros.
—Hola, señor Cullen—le saludé, como papá me había enseñado que debía de hacer frente a los mayores.
— Hola, Bella —El señor Cullen era agradable. ¿Cómo sabía que me gustaba que me llamaran así?—. Veo que ya conociste a Edward, ¿no?
— Sí, es muy lindo —sonreí volviendo a juntar mis manitas detrás de mi espalda.
El señor Cullen se puso a reír.
— ¿Ya has saludado a Bella, Edward? —le preguntó—. Tienes que comportarte como un caballero frente a las damas, hijo.
Edward volvía a jugar con el perrito y asintió una sola vez. Sus mejillas seguían rojitas.
— Ah, es un poco tímido. Pero seguro van a ser buenos amigos —su papá le despeinó el cabello y eso le dio cosquillas a Edward.
Yo quería ser amiga de Edward porque me parecía un niño muy apuesto y agradable.
Él y sus hermanos empezaron a ir a la misma escuela que yo. Cuando encontré a Edward en el mismo salón que iba, me puse tan contenta como si el sol hubiese salido de entre las nubes.
Él era tímido. No decía mucho, pero siempre se sabía las respuestas en las clases de matemáticas. Yo siempre me acercaba a hablarle en los recreos. Pasaron los días y él y yo platicábamos todo el tiempo. Edward podía ser muy, pero muy simpático. Nos volvimos mejores amigos.
Un día, en el recreo, estaba buscando a Edward para almorzar juntos. Hoy tenía sándwich de mantequilla de maní y mermelada del que siempre le gustaba probar. Lo encontré sentado en una de las hamacas, solo.
— ¡Hola, Edward! —saludé acercándome a la otra hamaca.
Se asustó. No me había escuchado.
— Bella, no te oí —suspiró.
— ¿Por qué no estás almorzando? —pregunté al ver que su pequeña lonchera se encontraba en el suelo, cerca de la hamaca.
— Estoy triste —me contó mirando hacia el suelo, con una carita de pena.
— ¿Por qué estás triste? —pregunté con tristeza.
— Un niño me preguntó si tenía una novia. Le dije que no y me dijo que si no conseguía una, sería un perdedor.
— ¿Novia? —pregunté con sorpresa.
— Sí —contestó—. Mamá no deja que Alice tenga novio hasta que cumpla quince años. Así que no creo que encuentre una niña que quiera.
— Pero hay muchas niñas, Edward —le dije porque lo que decía me parecía tonto—. ¿Qué opinas de Jessica?
— Nunca me devuelve las crayolas. Es odiosa —hizo un gesto de rechazo.
— ¿Y Ángela? —se lo pregunté. Se sentaban juntos en las clases de Matemáticas.
— No me gusta —contestó, sin decir nada más que eso.
Me puse a pensar si otra niña estaría dispuesta a ser la novia de Edward. Él era muy lindo, amable y caballeroso. Tenía que haber.
— ¿Por qué no lo eres tú, Bella? —me preguntó con esa sonrisa que tenía que tanto me gustaba—. Eres divertida, amable… y me gusta tu cabello.
Mis mejillas se habían puesto coloradas. Las mariposas aparecían de nuevo.
— ¿En serio? —pregunté ocultando mi rostro con penita.
— Sí —asintió con ganas.
— A mí me gusta también tu cabello, y tu sonrisa y tus ojos —le dije porque había dicho lo que le gustaba de mí. Se rió.
— Entonces, serás mi novia —decidió.
— ¿Seremos… novios? —pregunté porque no tenía idea qué es lo que haríamos ahora.
— Sí. Tú eres mi novia. Yo soy tu novio —dijo y me ofreció su mano para que la tomara.
Junté mi mano con la suya y se sintió muy bien. Nunca antes había tomado de la mano a un niño. ¡Ni había tenido un novio!
— ¿Y qué es lo que los novios hacen? —yo no sabía mucho. Mamá y papá habían sido novios hace tiempo. Pero yo sólo veía que dormían en la misma habitación.
— Mi papá siempre le da besitos a mi mamá —dijo pensando en esto un buen rato.
Nos miramos un momento sin separar nuestras manos, y Edward se acercó para darme un besito en la mejilla rápidamente.
Mi cara se puso más caliente que el sol y sentí cosquillas en todas partes. ¡Un niño me había besado! Y había sido Edward, el niño más apuesto que había conocido en toda mi vida. Yo le sonreí contenta por lo que había hecho, y él también lo hizo.
Edward y yo estuvimos tomados de la mano durante todo el viaje en el autobús de regreso a casa. Un niño nos preguntó por qué lo hacíamos. Él respondía siempre "porque ella es mi novia". Para cuando llegamos, me volvió a dar un besito en la mejilla y esperó hasta que yo entrara a mi casa para volver a la suya con sus hermanos.
Mamá me saludó y me preguntó qué tal había estado mi día. Yo le contesté:
— ¡Tengo un novio!
Ella no me preguntó quién era porque estaba ocupada hablando por teléfono, y eso me molestó porque yo quería contárselo a todo el mundo.
Me di cuenta que no tenía idea qué es lo que hacían los novios además de los besitos y las manos juntas. Y yo quería ser una buena novia para Edward, así no volverían a llamarlo "perdedor".
Por eso, más tarde en la noche, decidí espiar a mamá y a papá cuando veían la televisión. Ellos siempre veían historias para adultos, por eso pensé que sería buena idea ver algo allí.
Bajé las escaleras con mucho cuidado porque ellos creían que ya había ido a la cama. Me arrastré hasta detrás del sillón donde se encontraban y miré el programa que estaban viendo.
Estaban un hombre y una mujer hablando. Estaban gritándose cosas y parecían enfadados. No me gustaba. El hombre, en un momento, se acercó a la mujer y sus bocas se juntaron. Mis ojos saltaron como dos platos al ver que sus labios se quedaban bien pegaditos. Las manos del hombre acariciaban el cuello y el brazo de la mujer mientras seguían besándose una y otra vez.
No entendía muy bien lo que estaban haciendo, pero se estaban dando muchos besos como el que Edward me había dado a mí. Y se los daban en los labios. Imaginar los labios de Edward en los míos me hacía sentir muy extraña. Pero esto era divertido, quería contárselo sólo para saber qué opinaba.
Al día siguiente, en el recreo, Edward me estaba contando sobre el lastimado que se hizo en la patita su perro y como lo tuvieron que llevar al veterinario. Tocó la campana de regreso a los salones y tomé su mano.
— Ven, vamos a un lugar secreto.
— ¿A dónde? —preguntó—. Bella, tenemos que ir a clases…
— Sólo es un ratito, decimos que te sentías mal —contesté mientras nos dirigíamos hasta el baño de la escuela.
Entramos al de niñas porque me daba mucha cosa entrar al de niños. Decían que estaba sucio siempre.
— Bella, éste es el baño de las niñas. No puedo estar aquí —él se asustó porque podrían regañarnos por esto.
— ¡No hay nadie! —le avisé para que se calmara un poco. Entramos a uno de los baños y cerramos la puerta—. Listo, ahora nadie nos molestará.
Nos sentamos en el suelo y le sonreí.
— Anoche vi una película para adultos escondida —conté el secreto mordiéndome el labio.
— ¿En verdad? —Edward se sorprendió.
— Quería saber qué era lo que hacían los novios —encogí mis hombros.
— Ah… ¿Y qué hacen? —preguntó.
— Se daban muchos, pero muchos besos —dije—. ¿Quieres que intentemos?
Él me sonrió.
— Está bien.
Edward se acercó para darme un beso en la mejilla.
— No en las mejillas. Tiene que ser en los labios —le avisé señalando los míos.
— ¿En los labios?—Edward no entendía.
— Sí. Tenemos que juntar nuestros labios —conté recordando lo que había visto en la televisión.
— Bueno… —él accedió con más seguridad y yo me quedé bien quietita, arrodillada, con los brazos cruzados.
Cerré los ojos y acerqué mis labios esperando a sentir los de Edward. Sentía muchos nervios; algo se movía en mi estómago y mis manos sudaban por la espera.
Cuando los sentí, me sentía igual o más rara que anoche cuando lo vi en la televisión. Abrí mis ojitos y encontré a Edward con los ojos cerrados, muy cerca de mí. Me gustó la cercanía. Me gustó estar tan pegadita a él y sentir sus labios que eran suaves como los míos. Se separó de mí y yo le sonreí bien colorada. Se había sentido bien.
— ¿Y? —pregunté.
— Se sintió… muy bien —suspiró como yo.
— El otro beso que se daban en la televisión era juntando las lenguas —recordé.
— ¿Las lenguas? —esto le parecía asqueroso.
Me acerqué a él.
— Intentémoslo —Esta vez, no cerré los ojos. Abrí mi boca y saqué la lengua. Edward hizo lo mismo y nos acercamos lo suficiente para que nuestras lenguas se tocaran.
¡Nos dio mucho asco! Nos alejamos rápidamente, sintiendo que eso era muy cochino y que no se sentía para nada bien.
— No sé cómo lo hacen los adultos —me impresioné.
— Quizás sus lenguas saben mejor —dijo Edward—. Pero es asqueroso.
Asentí varias veces y le dije que podíamos volver a intentar con los besos en los labios. Esos no eran malos y se sentían muy bien.
Estábamos pegaditos, sentados muy cerca del otro. Nuestras caras se tocaban y juntábamos nuestros labios un par de veces. Primero eran besos largos que duraban muchos segundos, hasta que luego, Edward decidió probar dar varios besos de ese tipo, pero con un poco más de rapidez, haciendo que fuesen muchos besitos a mis labios. Mi rostro cosquilleaba, mis piernas temblaban y yo me sentía muy, pero muy feliz al lado de él.
Hasta que oímos que alguien ingresaba al baño y abría la puerta del cubículo, descubriéndonos. Era la maestra de Lengua que nos regañó una y otra vez por estar escondidos dándonos besos en el baño de niñas.
Nos llevó a la oficina del director y llamaron a nuestros padres. Yo sentía mucho miedo porque nunca antes me habían regañado o había venido a esta oficina. Edward me tomó de la mano varias veces para que yo no me sintiera mal.
Volvimos temprano a casa ese día y no me pude despedir bien de Edward porque mis padres se molestaron mucho. Esa noche me castigaron y discutieron mucho entre ellos. Sólo esperaba no haberlos enfadado tanto. ¿Cuál era el problema si yo quería a Edward? ¿Haberme escapado de las clases?
Yo no tenía sueño, no paraba de pensar en por qué mis padres se gritaban en el piso de abajo. Imaginé que Edward tal vez pasaba lo mismo que yo y me sentí culpable porque yo le había dicho que fuésemos al baño.
Estaba a punto de irme a dormir después de haber llorado un poco, cuando sentí que algo golpeaba mi ventana.
¡Era Edward! ¡Se había subido al árbol y acercado hasta la ventana!
Corrí hasta ella para abrirla.
— ¡Edward! ¿Qué haces aquí? —me asusté.
— Soy bueno subiendo árboles —contestó con una sonrisa y entró al dormitorio—. No podía dormir pensando que te sentías triste.
— Yo tampoco —murmuré triste—. Papá y mamá no han hecho nada más que gritarse en toda la noche.
— ¿Están enojados contigo? —preguntó él.
— No lo sé —encogí mis hombros—. Creo que sí. Por eso me castigaron sin cenar.
Edward sacó algo de su bolsillo y me lo entregó. Era una pequeña bolsa de plástico con tres galletas.
— Toma. Te las regalo.
La tomé y sonreí contenta. Eran ricas.
— Gracias.
Mamá golpeó la puerta del dormitorio preguntando por mí. Edward se asustó.
— ¡Rápido! Detrás de la cortina —le avisé para que se escondiera allí así mi mamá no lo descubriría.
Él lo hizo y mamá abrió la puerta. No supe cómo, pero miró hacia donde estaba Edward y suspiró. Se acercó hasta allí y abrió la cortina.
— Edward, sal de ahí. Ven, te llevaré a casa —mi mamá no sonaba tan molesta. Edward lucía apenado y sus mejillas se pusieron coloradas como las mías cuando él me besaba. Lo llevó de la mano hasta afuera y cerró la puerta, apagando la luz de dormitorio para que me echase a dormir.
A la mañana siguiente, me sentía muy mal. Todo mi cuerpo me dolía, tenía frío pero estaba sudando, como si hiciese mucho calor. Mamá dijo que había pescado una gripe porque, al parecer, Edward también estaba enfermo. Pude faltar a clases esa semana, pero no pude ver a Edward, y eso me puso en verdad muy, muy triste.
El fin de semana me desperté sintiéndome mejor, además de saber que podría volver a ver a Edward.
Pero no fue así.
Estaba en mi dormitorio, ordenando mi cama sólo para que mamá se pusiera contenta y me dejara ir hasta la casa de los Cullen para visitar a Edward, cuando ella y papá entraron al dormitorio luciendo serios.
— Bella, tenemos que hablar contigo, corazón —empezó mi mami.
Me hicieron sentar en el borde de la cama mientras los dos me miraban fijamente.
— Tú sabes que mamá y papá se conocen desde hace mucho tiempo —dijo papi—. Se conocieron de jóvenes y se han querido desde entonces. Por eso te tuvimos a ti. Porque te estábamos esperando, y has sido el mejor regalo que el cielo nos ha dado. Pero a veces, los papás y las mamás, con el tiempo, ya no se quieren tanto como solían hacerlo.
— Y eso no es culpa de nadie, cielo —dijo mami—. No es culpa tuya, ni de tu padre, ni mía. Son cosas que suceden porque debían suceder. Por eso, lo mejor que pueden hacer es separarse para que vuelvana ser felices otra vez, cada uno por su cuenta.
— Nosotros somos muy felices de tenerte, mi amor. Y seguiremos siendo la misma familia que hemos sido durante este tiempo, ella será tu mamá, y yo tu papá, pero no estaremos viviendo en la misma casa.
— Por eso, Bella. Irás a vivir conmigo en Alabama —terminó mi mamá.
¿Qué? ¿Mamá y papá ya no estarían juntos? ¿Se separarían? ¿Tendría que mudarme?
— ¡Pero yo quiero estar aquí! ¡Yo quiero estar con Edward! —protesté.
— Cielo, quiero que me escuches una cosa —papá sonaba como si me fuera a regañar—. Edward es un chico muy bueno y sé que lo quieres, pero eres muy jovencita para tener ese tipo de trato con él. Sus padres y nosotros estamos de acuerdo en que lo mejor sería que se distancien un poco y…
— ¡No! —grité—. ¡No me quiero separar de él!
Me puse a llorar encima de mi almohada sin querer oír a nadie. Yo no quería que mamá dejara de querer a papá. ¿Por qué ya no se querían como antes? ¿Podía hacer algo para que volvieran a quererse? Tampoco quería irme de aquí; me gustaba mi escuela, mi casa, mis amigos, mi cuarto. Me gustaba ser vecina de Edward, yo quería seguir siendo su novia. ¿Por qué éramos jóvenes? ¿Por qué no podíamos?
Pero nada sirvió contra ellos. Mamá empacó todas mis cosas y me obligó a que en la mañana siguiente, una muy lluviosa, nos marcháramos de la casa.
Yo lloraba una y otra vez, yo no quería vivir sólo con mi mamá, quería a mi papi también. Iba a extrañarlo.
No quería hablar con nadie.
Papá se despidió de mí diciéndome que nos veríamos y que no dejaríamos de estar juntos. Eso no me hizo sentir tan bien como creí.
Cuando estaba saliendo del patio de mi casa, oí que alguien gritaba mi nombre.
— ¡Bella! —era la voz de Edward. Mojado por la lluvia, se acercaba a mí, con la respiración agitada.
— ¡Edward! Estás mojándote —le regañé. Sus ropas ya estaban sucias.
— ¿Te irás? —me preguntó con tristeza.
Asentí una sola vez, sintiendo que volvería a llorar.
— ¿Me prometes que volverás? —pidió él.
— Sí —dije prometiendo que lo haría. Tendría que volver a ver a Edward.
Él sacó algo de su bolsillo. Era una pequeña pulserita de piedritas blancas. Me la puso en la muñeca y me abrazó.
— Te lo regalo. Te voy a extrañar, mucho —me dijo y yo le abracé con mucha fuerza. ¡Yo no quería esto!
— Bella, vamos —mi mamá me dijo mientras abría la puerta del taxi.
Edward se separó un poquito de mí y me dio un beso en los labios rápidamente. Yo quería volver a abrazarlo, pero mamá tomó mi mano y me llevó hasta adentro del coche.
Entré llorando y miré a través de la ventana a Edward que todavía seguía ahí, saludándome con una mirada triste. El auto comenzó a andar y poco a poco ya no lo podía ver.
— ¡Te odio! —le grité a mi mamá llorando—. ¡No te quiero hablar nunca más en mi vida!
— Bella, cariño, lo entenderás algún día y me lo agradecerás —fue lo que ella me contestó, no estaba enojada, también estaba triste.
Me recosté en el asiento limpiando mis lágrimas, mirando la pulserita en mi muñeca.
Volvería. Como sea, volvería y estaría a Greenville.
Espero que les haya gustado. Contará con diez capítulos y está ambientado en la década del 50 y 60 :-) Publicaré regularmente porque los capítulos, como vieron, son cortos. :) x.