Hola! Primero que nada, gracias por darle una oportunidad a mi historia :) Qué decir, es un Sasosaku, por lo que, aquellos que no gusten de la pareja, ADIÓS! A los demás, bienvenidos.
Declaimer: Naruto y todos sus personajes y paisajes son propiedad del señor Masashi Kishimoto-sama. Sin embargo, yo estoy jugando con sus niños; a algunos los reviví, a otros los deje muertitos y cosas por el estilo.
Día Domingo, 31 de Marzo
Mi nombre es Sakura Haruno. Tengo dieciséis años, estatura media, ojos verdes y un exótico cabello rosa. Mi frente me trajo algunos dolores de cabeza mientras aún era una niña —los otros chicos se burlaban de mí porque decían que era excesivamente grande—, pero creo que ahora lo llevo bien. Es decir, dejó de molestarme lo que todos pensaran de mí. Soy hija única, aunque me hubiese gustado tener un hermano; mayor, para que me cuidase, o menor, para poder mimarlo. En fin…
Kami, creo que ésta es la tontería más grande que he hecho hasta ahora. Quiero decir, ¿escribir un diario? ¿A los dieciséis años? Pero mamá siempre insistió en ello. Según ella, no sé expresar bien mis sentimientos para con los demás, y mi carácter explosivo no ayuda en nada. Así que me sugirió que escribiese sobre ello; lo que pienso de tal o cual persona, lo que me parece algo o sencillamente lo que me pasa por la cabeza. Creo que lo hago solamente para darle el gusto.
Mis padres y yo vivimos en la Aldea de la Hoja, una villa que se ubica dentro de los límites del afamado país del fuego. No somos ricos, pero tampoco pobres. Diría que estamos bastante bien, en lo que a economía se refiere. La casa es cómoda y hay un ambiente de familiaridad en ella que siempre me gustó. La mueblería es cautivante, y todo está decorado con sencillez y armonía.
Asisto, o asistiré a partir de mañana —a pesar de que también concurría allí de pequeña— a Konoha Gakuen, una prestigiosa escuela de la villa que queda a pocas cuadras de mi hogar. Allí conocí a casi todas las amistades que hoy tengo. Mi mejor amiga se llama Ino Yamanaka. Es una rubia de mi edad, bastante habladora y algo superficial, solo en ocasiones. Nuestra amistad comenzó cuando teníamos cinco años; los niños se burlaban de mi frente, y un día ella me hizo ver que era muy importante que yo confiase en mi misma. Se convirtió en mi mejor y única amiga, y con el tiempo los lazos se solidificaron. Luego nos convertimos en rivales por el amor de un compañero, Sasuke Uchiha. Él era y es el más popular del instituto, con esos aires de superioridad y esa apariencia de sex-symbol que se carga. Hace hará unos dos años, sin palabras, pactamos que, a pesar de continuar siendo rivales por su amor, seguiríamos siendo las buenas amigas que éramos antaño. Y hasta ahora no hemos roto esa promesa, por suerte…
—¡Sakura! —La voz cantarina y alegre de su madre, Mebuki Haruno, le llegó desde la planta baja, amortiguada por la puerta cerrada de su habitación.
La pelirrosa suspiró y cerró de un golpe el pequeño cuaderno rojo granate, en el que hacía unos segundos trataba de plasmar sus sentimientos. Lo guardó en un cajón de su escritorio y bajó a encontrar a su madre, sabiendo que se podía molestar con facilidad cuando decidía ignorarla.
—¿Si, mamá? —preguntó, una vez que hubo entrado en la cocina. El lugar, al igual que el resto de los salones, era acogedor y bonito, con paredes de un sobrio color crema.
Una mujer de unos cuarenta y siete años se encontraba frente a la encimera, aparentemente inclinada sobre una mezcla (que quizá luego pasaría a ser una deliciosa torta). Se volvió al llamado de su hija y le sonrió. A simple vista, Mebuki no se parecía en nada a su niña; el cabello de la mayor era rubio, y si bien sus ojos eran verdes, no tenían esa tonalidad pura y clara que tenían los de Sakura. Sus facciones eran considerablemente más duras que las de su pequeña. Y quizá tampoco se parecían tanto en su manera de actuar. Lo único que ambas tenían exactamente igual era ese brillo cálido en sus ojos, que aparecía cuando ante si tenían a alguien a quien querían.
—Nena, tienes todo preparado para el colegio, ¿no es así? —La voz de la señora Haruno era dulce y risueña, aunque era la misma voz que podía sonar más fría que un témpano de hielo cuando se lo proponía.
—Claro, mamá —replicó la chica, con una sonrisa.
Aquel día era el último de unas largas pero placenteras vacaciones, que daban paso a su ante penúltimo año escolar. Estaba muy emocionada por la idea de reencontrarse con sus amigas; hacía largo rato que no las veía…
Sus padres y ella se habían mudado a Sunagakure hacía cuatro años, en víspera de su décimo segundo cumpleaños. La última vez que había visto a Ino había sido hacía tanto tiempo que el rostro de su amiga casi se desdibujaba en su memoria. Y seguramente la rubia tenía mucho que contarle. Siempre tenía algo. Sakura se preguntaba de dónde sacaba tiempo para ayudar a su madre en su florería, estudiar y mantener una activa vida social. Negó con la cabeza y se despidió de su madre con una mano, al tiempo que echaba a correr hacia su habitación. Cerró la puerta con suavidad —contando la estadía en Suna, aquella era la cuarta puerta desde que tenía quince años. Su fuerza se había hecho casi inhumana desde aquel momento, y sus pequeños arranques de ira iban acompañados de algún que otro destrozo— y se dejó caer en la cama. Su permanencia en Suna había sido muy placentera, incluso había hecho tres nuevos amigos, pero extrañaba demasiado a sus antiguos amigos. Y, luego de tanta insistencia, había convencido a su madre para que regresaran.
Siendo Suna una aldea en medio del desierto, el aire cálido y el ambiente verde de Konoha habían conseguido sacarle una que otra lágrima al momento de pisar tierra luego de cuatro años. El aire era mucho más fresco y fácil de respirar, y poder hundir sus dedos en césped brillante y húmedo había sido demasiado revitalizante. Hacía tres días que se habían instalado, por suerte, en el mismo apartamento que ocupaban antes de mudarse. Tsunade, Hokage de la aldea, era para Sakura algo así como su segunda madre, y, tan pronto como le informó que volvía, le había acondicionado su antiguo hogar. Había sido su mentora y mantenían constante correspondencia durante su alejamiento.
Volvió a suspirar. No podía esperar a que fuese el día siguiente y se encontrase con sus amigos, aquellos a los cuales había llevado en el corazón durante cuatro largos años. Eso disparó un recuerdo en su cabeza.
Flashback
—Sakura, me escribirás, ¿cierto? —le lloriqueó Temari, su amiga de Suna. Era el último día de su estadía allí, y ambas se despedían en la puerta de la aldea, abrazadas. Los hermanos de la chica no habían podido ir, pero ya se habían despedido en la mañana.
—¡Claro que si, tonta! No llores —le pidió, con amabilidad, y la estrujó aún más—. Te escribiré todas las semanas, y te contaré todo, lo prometo. Además, no será la última vez que nos veamos. No te desharás de mi tan fácil, querida —se burló, soltándola con cuidado, poniendo su mejor sonrisa. Cuatro años habían hecho que quisiera a esa rubia de ojos verdes casi como a una hermana. Ella e Ino eran sus hermanas del corazón, aunque entre ellas no se conocieran. Quizá algún día las presentara.
Fin de Flashback
Se acercó al escritorio y tomó papel y pluma. Las palabras fluyeron como agua en un río.
Querida Temari:
Kami, no ha pasado siquiera una semana, ¡y no sabes cuánto te hecho en falta! ¿Cómo estas? Mándales mis saludos a tus hermanos. Dile a Gaara que, cada vez que me voy a dormir, pienso en él, y recuerdo esas interminables charlas que manteníamos para hacer más soportable su insomnio. Dile que lo extraño mucho, y que nunca más estará solo. Que siempre tendré uno de mis ojos sobre él. A Kankuro dile que deje de hacer el papel de hermano mayor, que le sale fatal. No es cierto, lo hace a la perfección, aún cuando tú eres más grande. Ayer pasé por una tienda y, en el escaparate, había un pequeño maniquí. Dile que, en cuanto ahorre lo suficiente, se lo compraré y se lo enviaré. (No te pongas celosa, también buscaré algo para ti). Ay, Temari, no te imaginas lo que los hecho de menos. Siento mis brazos vacíos ahora que no puedo estrecharlos entre ellos. Pero, ¡animo! Como te dije en la despedida, no será la última vez que nos veamos. Papá se ha puesto algo triste, creo que extraña Suna. Así que, más temprano de lo que te imaginas, quizá me estés viendo caminar hacia allí. Por cierto, mamá manda saludos. (Aún no lo ha hecho, pero sabes que en cuanto le informe de esta carta querrá hacerlo, así que me adelanto).
Bien, ¿qué decirte? ¡Hay tantas cosas, en realidad! El ambiente es (y lamento decirlo, no quiero que te pongas mal por ello) mucho más soportable que en Suna; el aire es cálido, pero no tan sofocante, y, de noche, la brisa es más fresca. Ver nuevamente el verde ha prendido una chispa en mis ojos (si, ríete a gusto, mis ojos verdes tuvieron una chispa al ver el verde); ya estaba comenzando a creer que el único color que vería a mi alrededor sería el amarillo. Konoha es igual a como la recuerdo. No ha perdido esa belleza que siempre me encandiló. ¿Sabes? Nos dejaron nuestro antiguo apartamento. ¡Es una pasada! Sabes que lo adoraba…
Mamá me instó a escribir un diario. Si, ya sabes, como cuando éramos niñas. Dice que no exteriorizo mis sentimientos, y que quizá esto me ayude. ¿Qué piensas? No he vuelto a ser una chiquilla, pero le di el gusto. Hasta ahora no le veo el progreso, pero quizá el secreto está en el tiempo. Tal vez, el año entrante me gustará abrir el libro y ver que tonterías me pasaban por la cabeza en este momento. Pero si puedo decir que escribir es más fácil que hablar. Tú sabes bien que ni siquiera contigo era capaz de abrirme por completo. No se, creo que es un defecto demasiado arraigado. Espero que no pienses que no me abrí a ti por no considerarte lo suficientemente cercana o confiable. Eres como una hermana para mí. Sencillamente, está en mi ser, ser explosiva y tener 'pequeños arranques', pero las cursilerías las dejé en mi despedida con Sasuke-kun. (Ahora que lo pienso, estoy algo ansiosa con la perspectiva de volver a verlo. Ya sabes que no fue especialmente galante simplemente porque me estuviese yendo, y eso me dejó por los suelos. ¿Cómo demonios se supone que lo trate? No creo que un: 'Hey, Sasuke-kun, ¿te acuerdas de mi? Te pedí que vinieras a Suna conmigo porque te extrañaría demasiado, y tu me dijiste que era una molestia', sea lo más adecuado. De todos modos, aunque me contestases pronto, tu respuesta no llegarían antes de nuestro encuentro, así que no te molestes en contestar a eso. Solo quería decirte lo que pienso).
No se, creo que eso es todo por ahora. No he visto a ninguno de mis amigos, aunque se que te molesta un poco que hable de ellos con tanto afecto. Ah, cariño, eres una celosa sin remedio, ni tus hermanos eran tan difíciles (y mira que son hombres…). Ya sabes, estaré esperanto tu respuesta ansiosa. Cuéntame todo lo que esté pasando por allí, y, por amor a Kami, ¡no le muestres esta carta a tus hermanos! No quiero que me manden alguna nota humillante. Solo diles lo que te pedí, y que los quiero muchísimo y les mando un abrazo a distancia. Tú ya sabes que te adoro, y también te envió un abrazo (más cálido y fuerte que el de ellos, celosa). Espero recibir noticias pronto.
Te quiere a montones
Sakura Haruno
Tuya, siempre.
La Haruno dejó la pluma y tomó un sobre, en el que introdujo el papel, y lo cerró con precisión milimétrica. Suspiró. Los hermanos Sabaku No siempre permanecerían en su corazón, no importaba los kilómetros de distancia entre ellos. Los había conocido en el colegio de Suna, al cual su madre la había anotado ni bien se habían mudado. Gaara, el menor de los hermanos, un extraño y curioso muchacho de cabellos rojos y ojos verdes claros, cursaba el mismo año que ella, ambos con doce años. Luego estaba Kankuro, en aquel entonces, de catorce años. Él era un chico algo prepotente y mandón, aunque Sakura había notado perfectamente el cariño y respeto que tenía por sus hermanos, y estaba segura de que los protegería con su vida sin dudarlo un instante. Y por último estaba Temari, la mayor de los tres, con quince años. La rubia era tranquila y dada a pensar todo fríamente antes de actuar. Podía ser venenosa cuando quería serlo, y si alguien tocaba a sus hermanos era capaz de sacarle los ojos y ponerlos a hervir. No había reparado en ellos al ingresar al colegio, pese a que eran hijos del difunto Kazekage. Todos eran algo retraídos, y ella era simplemente 'la nueva'. Con quien primero había hablado había sido, para su sorpresa, con Gaara. El muchacho era solitario —no tenía un solo amigo— debido a que todos parecían tenerle miedo. Sus pronunciadas ojeras le daban a su rostro pálido y carente de cejas un aire oscuro y malvado —aún cuando llevaba tatuada la palabra 'amor' en su frente, con un suave tono rojo—. Pero la pelirrosa se había acercado a él con el fin de no sentirse tan sola, y se había sorprendido gratamente al descubrir el mundo de pensamientos que había en esa cabeza pelirroja. El chico le había comentado que, cuando creciese, tomaría el mando de la aldea tal cual lo había hecho su padre, y que para eso se granjearía el cariño y el respeto de toda la aldea. Sakura le dijo que le recordaba a un amigo suyo, Naruto, un chico cuyo sueño era ser Hokage, al igual que su padre Minato —lamentablemente había fallecido, al igual que la madre de Naruto, Kushina—. Pasaron los días y no había minuto en que no estuviesen intercambiando opiniones. Con el tiempo, se habían ido acercando. Tanto se habían acercado, que habían terminando siendo los mejores amigos. Iban a todos lados juntos, se contaban todo, se defendían entre sí y los chistes iban y venían como moneda de cambio. Y, para su agrado, todo eso no había terminado en Gaara, sino que se había trasladado a sus hermanos, a quienes la Haruno consideraba casi de la familia.
Dejó de hacer castillos en las nubes cuando cayó en la cuenta de la hora. Era ya de tarde, así que le dejaría la carta a su madre y derechita a su cama. No quería empezar su primera clase con unas ojeras negras bordeando sus ojos —el único atributo que le gustaba de si misma—. Tomó el sobre, puso su nombre, la dirección de su amiga y bajó a la cocina.
—Mamá, tengo una carta para Temari. ¿Puedes enviarla mañana, mientras estoy en el colegio?
—Claro, nena, déjala ahí —le contestó su progenitora, sentada a la mesa, con un té en las manos—. Le envías saludos de mi parte, ¿cierto?
Sakura sonrió y asintió; dejó el mensaje en la mesa y se acercó para besar la frente de su madre. La mujer le revolvió un poco el cabello y le sonrió.
—¿Te vas a dormir? —Su hija asintió, caminando hacia la escalera—. Buenas noches, cariño.
—Buenas noches, mamá. Saluda a papá de mi parte cuando lo veas.
Ya en su cuarto, se despojó de sus ropas y se enfundó con un suave y cálido pijama con ositos —ella era una chica responsable y madura, pero, ¿quién se resiste a los ositos?—. Se tiró en su cama, solo para rebotar unas cuantas veces hasta quedar laxa sobre la algodonosa superficie. El día que se venía por delante prometía ser largo y agotador, lleno de reencuentros con amigos, muchas lágrimas y demasiadas sonrisas. Pero era lo que deseaba, en el fondo. Poder abrazar y besar a sus amigos hasta el cansancio. ¡Cómo los había extrañado! Les sacaría el jugo de las noticias pasadas tal cual ellos lo harían con ella. Quizá le costaría un poco acoplarse nuevamente a la rutina de Konoha, y a la rutina del instituto, pero ella era bastante adaptable, por lo que no estaba preocupada, al menos no en ese aspecto. Pero sobraba decir que su preocupación tenía nombre y apellido, e incluso color de cabello y ojos.
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