Disclaimer:
Los personajes de esta historia no me pertenecen, sino a JK. Rowling, no obstante, la historia es mía.
Aclaraciones antes de leer:
Esta historia contiene violencia, sexo bastante fuerte, si bien no es completamente explícito, es muy violento. Y algo más peligroso: amor. Haceos responsables de lo que leéis, no es apto para menores. Os advierto que los personajes de esta historia van a tardar en enamorarse bastante(o no), no desesperéis, puede que hasta os sorprendáis.
También quiero aclarar que esta no es la típica historia de la Hermione raptada y violada que se enamora de su captor. Y también quiero dejar claro que Draco no es el monstruo sin corazón que aparenta ser en los primeros 6 capítulos, aprox.
Simplemente os pido que le deis una oportunidad, no lo juzguéis por primeras impresiones ni os influenciéis por los actos crueles. Nada es lo que parece.
-Voldemort ganó la guerra. Ahora los mortífagos están al mando del mundo mágico. Han pasado tres años desde la guerra y se desconoce completamente el paradero de la Órden del Fénix. Hermione ha sido secuestrada y convertida en esclava y sirvienta de la mansión Malfoy. Especialmente de Draco Malfoy.-
Os presento una historia oscura, cargada de sentimientos, engaños, giros argumentales, crueldad y traición. ¡Pero deseo que os guste tanto como a mí escribiéndola! Disfruten de la lectura y espero que os guste y dejéis reviews con vuestra opinión y vuestras críticas constructivas.
Capítulo 01
El despertar.
Abro los ojos y me encuentro tumbada sobre un mullido colchón. Arropada por unas sábanas de seda noto un olor dulce, embriagador. Observo el techo, ¿dónde estoy? Soy incapaz de pensar pero decido hacerlo poco a poco. Lo primero es recordar mi nombre... Granger. Sí. Hermione Granger. Nacida en Londres. Mis padres son dentistas... Mis padres... ¿Y mis padres? Estoy tan desorientada que no termino de asimilar nada. Sigo mirando el techo. Siento como la calidez de los rayos de sol filtrándose a través de la ventana roza mi cara... Que gustito. Me revuelvo como un gato ronroneando. Pronto oigo una melodía melancólica interpretada a través de un piano. Giro rápidamente la cara. Hay alguien aquí conmigo. Pero, ¿quién? Me yergo con brío para ver a la otra persona que está respirando el mismo aire que yo.
Y me quedo casi sin aliento.
Pronto a la mente me vienen diferentes imágenes. Recuerdos de mis pasados años. Y el nombre de la persona que ahí ante mis ojos aparece como una revelación en mi memoria: Malfoy. Draco Malfoy. El hurón de Malfoy. ¿Cómo no reconocerle si se trata de la persona más ruin, cobarde y perversa que tuve el dudoso gusto de conocer?
No tarda en ser consciente de que le estoy observando y deja de tocar el piano para clavar sus ojos en mí. Esos malditos ojos grises capaces de leer tu pensamiento. Jamás los he soportado. Se levanta del taburete lentamente y se acerca a mí con parsimonia. Yo permanezco inmóvil. Aun no sé que hacer. No estoy segura, pero creo que estoy temblando.
Cuando está a menos de un metro de distancia de mí se detiene. Yo sigo sentada en la cama como una estatua. Y con cara de tonta. Que humillante. Mostrarme así ante semejante serpiente repulsiva.
—¿Dónde estoy? —pregunto cuando logro recuperar la voz. Trato de parecer firme y decidida, pero creo que he dejado entrever algo de mi indecisión.
Malfoy se limita a sonreír maliciosamente. Su asquerosa y típica mueca de superioridad que tanto detesto.
—Estás bajo mi poder —responde.
—¿Qué? —bufo incrédula.
Sigo dentro de la cama, tratando de no marearme a causa de la impresión que me provoca toda esta situación.
—Ahora trabajas para mí —dice—. Serás una obediente sangresucia, ¿verdad?
Parpadeo sin poder eliminar mi cara de asombro y desconcierto. Seguro que parezco una boba. Y es lo último que quiero.
—No sé de que estás hablando —replico—. ¿Dónde están Harry y Ron? —interpelo tratando de mantener la calma.
—¿El cara-rajada y la comadreja? No lo sé. Posiblemente estén muertos.
—¿Cómo que muertos? ¡Ganamos la guerra! —comienzo a perder los estribos.
—Sí. Sí para ti. Has estado dormida casi tres años. Ahora tienes diecinueve años, Granger. Un mortífago lanzó sobre ti un hechizo que te dejó dormida todo este tiempo —sonríe—. Inmediatamente después de aquello ese par de imbéciles de Potter y Weasley desaparecieron de la faz de la Tierra. Nadie sabe de su paradero. Y como sabrás el miedo se apodera de la gente, y las brujas y magos, temiendo que El Señor Tenebroso siguiese con vida, comenzaron a decretar el futuro para los nacidos de muggles, es decir, sangres sucias como tú, Granger. Y tendrán unos pocos más derechos que un Elfo Doméstico.
No puedo creer lo que oigo.
—¿Cómo que un Elfo Doméstico? ¿Se puede saber de qué estás hablando?
Me libero de las sábanas indignada y trato de ponerme en pie, pero Malfoy me empuja con su mano derecha para que vuelva a caer en ella. Su rostro muestra un odio y un rencor que me provoca un escalofrío por todos los rincones de mi cuerpo.
—Por tu bien, Granger, obedece.
Trago saliva. La verdad es que me ha asustado. Jamás le he visto tan serio y decidido. Me quedo un rato pensando como debería actuar. No termino de creerme lo que me acaba de contar pero si llega a ser cierto es evidente que no es nada agradable y que debería hacer lo que dice. Aprieto los párpados tratando de buscar una respuesta, pero no la hallo. Supongo que lo mejor sí que es ser obediente. Por lo menos de momento.
—Está bien...
Mi voz no suena convincente.
Malfoy va hasta una cómoda de madera negra que hay en la inmensa habitación y coge unas prendas de ropa que hay dobladas sobre ella. Lo deja sobre la cama sin ningún tipo de cuidado y me dedica una mirada repleta de odio.
—Póntelo. Te espero en el comedor. Después de desayunar te explicaré las normas.
Tras ordenar esto se va dando un estrepitoso portazo.
En el momento en que me quedo sola comienzo a analizar la estancia con más detalle. Todos los muebles que hay son viejos y siniestros. A través de la ventana se ve un gran bosque prolongándose. Malfoy no me lo ha dicho, pero seguro que estamos en su mansión. No hay duda.
Después de haber inspeccionado la maquiavélica habitación el tiempo que he considerado suficiente, me dispongo a mirar las prendas que me ha proporcionado el hurón. Y me quedo atónita. Se trata de un conjunto de ropa interior negro, con volantes y lazos rojos, acompañado de unas calcetas largas de rejilla y unos zapatos negros propios de una muñeca. ¿Pero qué se ha creído? ¿De verdad cree que voy a vestir esto?
Es en este momento cuando me doy cuenta de lo que estoy vistiendo. Un camisón blanco que deja ver a través de él toda la silueta de mi cuerpo, la forma de mis pechos y el contorno de mis caderas. Todo delicadamente. Y entonces lo pienso. No llevo ropa interior. Comienzo a ponerme nerviosa por segundos. Abro el armario buscando cualquier otra cosa para ponerme. Pero solo encuentro eróticas prendas de ropa. Por suerte doy con una camisa que está algo arrugada en el suelo del mueble y me la pongo dispuesta a ir hacia el comedor.
La dichosa mansión parece un laberinto. Me es todo un reto encontrar las escaleras para ir a la planta baja. Al fin lo consigo. Hasta las escaleras desprenden cierto pavor. Doy vueltas desconcertadas por el piso hasta que... ¡Ay! Tropiezo con alguien.
—¿Estás bien, niña?
Una mujer de mediana edad, algo rechoncha, con el pelo recogido en un moño y vestida con un viejo vestido negro está ante mí.
—Sí... ¿Dónde está el comedor? —me atrevo a preguntar.
—La puerta del fondo, niña —responde secamente.
—Gracias.
Voy lo más deprisa que puedo hacia el comedor. Abro la pesada puerta y ahí está él. Sentado al fondo de la sala sobre su sillón que dice claramente "Soy el rey", presidiendo una larga mesa decorada con un suculento y elegante desayuno. Cuando me divisa me dedica una de sus muecas.
—Adelante, Granger. Toma asiento —dice extendiendo la mano.
Yo hago lo dicho lentamente. Con desconfianza. Sin apartar la vista de él. Me siento en el otro extremo de la mesa. Estamos lejos el uno del otro y, en parte, lo agradezco.
—Tienes permiso para comer lo que quieras —dice.
Le miro hostilmente y el pone una expresión burlona.
—No sabes, Granger, las ganas que tengo de cambiar esa actitud tuya. De educarte. De enseñarte a tratar a un sangrelimpia y de como comportarte. Te voy a mostrar modales. Pero para eso voy a tener que aplicar mano dura.
No digo nada. Lógicamente, quiero poner el grito en el cielo por lo que está diciendo, pero no tengo idea de que responder. Empieza a asustarme toda esta situación y, lo peor de todo, empiezo a creer que lo que me contó Malfoy minutos atrás es cierto.
Noto que me está mirando fijamente y creo que sé la razón, pero no abro la boca. Espero a que lo haga él, y no tarda en hacerlo.
—¿Por qué no llevas puesto lo que te he dicho que vistieras? —pregunta seriamente, con un palpable odio en el fondo de su garganta.
—No pienso ponerme eso —respondo casi al instante—. Es denigrante. Quiero decir... No.
Malfoy sonríe maliciosamente.
—Estúpida. Aquí no tienes opciones. Si algo de lo que te haga te parece denigrante, lo tendrás que soportar igual. Será tu trabajo.
Frunzo el ceño. ¿Pero de qué clase de trabajo está hablando este hurón estúpido?
—Me niego.
—No puedes negarte.
—Pues lo hago.
Repentinamente, se levanta y desaparece de la estancia. Yo me quedo sola. Nerviosa. No sé exactamente cuanto tiempo transcurre. ¿Un minuto? ¿Cinco? ¿Una hora? Pronto regresa Malfoy con el conjunto de lencería que me había dejado. Lo deposita frente a mí y se queda quieto, en pie, a mi lado.
—Póntelo.
No sé a donde mirar.
—No.
De pronto agarra un gran mechón de mi cabello y empieza a tirar fuertemente de mí. Yo intento zafarme en vano. Me tira al suelo a través de mi melena mientras yo gimoteo de dolor.
—¡He dicho que te lo pongas! —grita.
Le miro asustada. Indecisa. Finalmente decido obedecer. Tengo ganas de llorar, pero me niego a darle esa satisfacción a Malfoy porque, al fin y al cabo, eso es todo cuanto quiere. Me visto despacio y él no aparta su gélida mirada de mí. No lloro, pero sé que estoy temblando.
—Buena chica... —comenta en voz baja.
Me he puesto la parte inferior y la superior, al igual que las calcetas de rejilla. Sin embargo no me he quitado la camisa por vergüenza. Permanezco en pie, mirando a la pared, mientras Malfoy da vueltas al rededor de mí. Como si yo fuese una estatua en un museo y él un visitante que admira la obra.
—Arrodíllate —ordena.
Aun con el mal cuerpo del suceso anterior, me apresuro a obedecer y me arrodillo, con la cabeza gacha. Él se acerca a su lado de la mesa para coger algo que había sobre ella. No me da tiempo a saber qué. Se acerca a mi espalda y me quita la camisa, dejándome finalmente solo en ropa interior. En ese erótico conjunto.
—Levanta la cabeza.
Hago lo que pide y noto que ata algo a mi cuello. Un collar. Un collar para perros de cuero negro.
—Esto lo llevarás siempre —dice—. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza.
—Ven.
Vuelve a tirar de mi pelo mientras camina hacía el otro extremo de la mesa. Yo me retuerzo en el suelo tratando de seguir su ritmo, incapaz de ponerme en pie. Toma asiento en su sillón. Yo permanezco en el suelo.
—Bien, Granger. Te explicaré de qué va esto —comienza a decir con cierto regocijo que despierta mis ganas de darle otro puñetazo—. Ahora serás mi esclava personal. Obedecerás en todo. Serás alguien dócil. Cuando sea la hora de comer, tu permanecerás donde estás ahora, de rodillas, con las manos agarradas tras la nuca... Hazlo —adopto la posición que indica—. Genial. Solo comerás si yo te doy permiso para ello y nunca pedirás comida. Ni comida ni nada... Ten —me da para morder una pieza de fruta. Una manzana para ser exactos—. Debes comer de todo cuando te de permiso, y siempre tomarás después de hacerlo una manzana. Eso, muerde, pero no liberes tus manos —actúo tal y como me dice—. Nunca podrás llamarme por mi nombre, siempre te dirigirás a mí como lo que soy: tu amo, ¿entendido?
Asiento con la cabeza.
—No te escucho.
—Sí...
—Sí, ¿qué?
No quiero decirlo. Todo esto me repugna. Me doy asco al estar así. Estoy asustada porque no sé cuanto tiempo tendré que actuar de este modo.
—Sí... a-amo...
—Excelente, Granger.
Malfoy desayuna en silencio. De vez en cuando me da algún bocado de su comida. Está deliciosa. Comida de sangrelimpias, ¿eh? Estoy sorprendida por mi actitud, pero no significa que me haya resignado a esto. Ni mucho menos. No me queda otra que ser obediente. Trataré de buscar un medio de escapar cuando baje la guardia... Escapar... Espera, ¡oh, no! ¿Y mi varita? Quiero preguntarle, pero sé que no es buena idea.
Cuando termina se pone en pie.
—Vamos.
Me levanto indecisa, aun con las manos tras la nuca y comienzo a caminar a su espalda.
—Siempre debes andar detrás de mí, nunca por delante. Veo que tu parte sangresucia se siente inferior porque aprendes realmente rápido.
Aprovecho que no me ve para hacerle un gesto de burla.
—Haremos un pequeño cambio en tu dormitorio —continúa diciendo Malfoy—.
Yo no respondo. Me limito a seguirle en silencio, analizando cada paso y cada rincón que voy observando, tratando de pensar en un modo de escapar de este horrible lugar. Pronto se detiene frente a una puerta blanca. Me llama la atención puesto que el resto de puertas es de color negro.
—A partir de hoy este será tu dormitorio —indica a la par que abre la puerta, mostrando una hermosa habitación, algo que no había esperado—. Mi habitación y la tuya están una al lado de la otra. Siempre que necesite algo, el medallón de tu correa brillara y tú deberás acudir a mi llamada sin rechistar.
No digo nada.
—¡Dori! —grita. A los pocos segundos aparece la mujer con la que había tropezado tiempo atrás—. Te presento a Dori. Lleva diez años trabajando aquí. Ella se encargará de explicarte todos tus acometidos. Yo me marcho.
Malfoy pasa por mi lado sin mirarme y veo como se aleja por el pasillo. Pronto poso mi atención en la mujer que se encuentra a mi derecha.
—Hola, niña. Eres Granger, ¿no? —interpela.
—Sí —asiento.
—Ponte esto —me extiende un uniforme de sirvienta. Lo agradezco—. Cuando no estés con el señorito puedes vestir así —informa.
Me visto rápidamente, allí mismo.
—Bien —comienza—. Actualmente estamos en la primera planta, ya lo sabrás. En el ala este, donde estamos, se encuentran la habitación del señorito y la tuya. En la otra punta del pasillo las de la otras sirvientas y la mía.
—¿Otras sirvientas?
—Sí. Pero ellas comparten una misma habitación —explica seriamente—. Tú eres como una privilegiada.
—¿Privilegiada? —la incredulidad es obvia en mi cara.
—Por supuesto que sí —afirma asintiendo la cabeza con energía—. Eres la sirvienta personal del señorito. Muchas quisieran ocupar tu lugar —abro la boca para rechistar pero ella me calla con un gesto—. Los trabajos que se ven obligadas a hacer son terribles.
—Entiendo, pero yo aun no sé que clase de tarea tengo que hacer —admito.
Dori carraspea.
—Tu función es complacer al señorito. Tanto si te gusta como si no. Siempre deberás hacer lo que se te ordene. ¿Queda claro?
Estoy indignada. Me contengo por no contestar con malas formas a Dori, al fin y al cabo, ella no es más que otra empleada.
—¿No hay ningún modo de escapar?
Al decir esto, Dori se gira instantáneamente y me fulmina con la mirada. Parece que mi pregunta le ha molestado. No termino de entender porqué.
—Niña, ¿acaso no ves la suerte que tienes? —espeta—. Allí fuera todo es horror y dolor. El mundo no es como lo recordabas. Aquí estás a salvo y si haces lo que se te encomienda tu vida será mucho más fácil.
Proceso lo que me dice y recuerdo las palabras que me ha dicho Malfoy esta mañana. El mundo ya no es como lo conocía. Mi mente se esfuerza por no creer en ello. Aprieto los puños y aprieto los labios conteniendo la rabia. Entonces, ¿qué ha pasado con Harry y Ron? ¿Y mis padres? ¿Los Weasley? Mis amigos.
—Dori... ¿Sabes que pasó con mis amigos? Harry, Ron... —me atrevo a preguntar.
—Nadie lo sabe. Desaparecieron. Todos ellos. Los aurores. Hay gente que dice que han muerto. Otros que están escondidos, esperando a atacar.
Me quedo un segundo en silencio.
—¿Tú qué crees? —quiero saber.
—¿Yo, niña? —me mira algo triste—. Yo ya no creo en nada.
De repente vuelve a andar y yo la sigo en silencio. Bajamos las escaleras de mármol de la casa hasta llegar a la planta baja. Me enseña la cocina. Es enorme, parece una cocina de restaurante. Pronto me percato de los Elfos domésticos trabajando en ella —maldito Malfoy y sus asquerosos valores ideológicos— y de la presencia de una chica ayudándoles. Parece que tiene catorce o quince años. Su pelo es rizado y castaño. Lo lleva a la altura de los hombros. Tiene una cara angelical. Sus ojos son azules y tiene pecas decorando una piel muy blanca.
—Esta es la cocina. Se encargan de todo lo relacionado. Esta chica que ves es Neve, trabaja con ellos.
Neve me hace una reverencia en señal de saludo y yo se la devuelvo tímidamente. Dori me agarra del brazo y me lleva hacia el comedor. Allí había estado esta misma mañana. No hay mucha explicación acerca del comedor. Su utilidad es una obviedad. Del comedor nos dirigimos al salón. Tres veces el de mi casa en Londres. Ains. Quiero irme de aquí.
—En el salón el señorito hace reuniones importantes muchas veces. Por tu bien no le molestes cuando esté ocupado o trabajando —me advierte.
Me muestra una salita donde están los utensilios de limpieza. Finalmente me señala una puerta que permanece cerrada.
—Esta puerta lleva al sótano. Por tu salud, niña, nunca bajes allí. No te gustará lo que verás.
—¿Qué hay?
—No preguntes.
Mientras me acompaña de nuevo a mi habitación me informa de que Lucius Malfoy y su mujer no viven en esta mansión. Al parecer ahora tienen otra y ésta fue un regalo para Malfoy. Sin embargo, siguen apareciendo por aquí para visitar a su hijo y tratar varios asuntos de mortífagos.
Dori me despide en la puerta de mi estancia. Antes de irse me avisa de que nunca debo ser desobediente pues cualquier cosa que no realice como debo será motivo de castigarme severamente. Y al parecer hay una sala de castigos horrenda, la cual jamás querré pisar.
Entro cabizbaja. Observo la habitación en la que me encuentro. Es enorme, pero muy diferente a donde me encontraba cuando desperté. Está no es tan... ¿siniestra? La cama tiene una mosquitera blanca. Todos los muebles son blancos salvo el color de la pared y de la manta, que son verde esmeralda. Color de Slytherin.
Hay una ventana muy grande. Me asomo a través de ella. No hay nada alrededor. Sólo árboles. Un extenso bosque que se abre camino, muy hermoso. ¿Dónde tiene Malfoy la mansión? Claramente a las afueras, pero no sé exactamente donde estamos.
Me tumbo en la cama. La estancia tiene un escritorio, pero no hay ni un solo libro. Si al menos pudiera leer algo para evadirme de la realidad... Quiero irme de aquí. Aun no ha pasado un día y ya echo muchísimo de menos a Harry y a Ron. Y no solo a ellos. A todos: Luna, Ginny, Neville... Por Merlín, deseo tanto que estén bien.
Aun no puedo escapar de aquí. No tengo mi varita y no es bueno que me vaya a ciegas. Primero debo saber exactamente donde estoy, cual es el pueblo o ciudad más cercana y la posibilidad de que haya alguien que me ayude. Maldita sea. Si al menos supiera donde está mi varita. Seguro que Malfoy la ha escondido en algún maquiavélico lugar donde me será imposible encontrarla.
Ojalá cayese en un largo letargo del que no despertara jamás. ¿Por qué tuve que despertarme? No quiero que llegue el momento en que Malfoy me llame. No quiero saber las atrocidades que su persona es capaz de causarme. ¿En qué momento debió de recogerme? ¿Dónde me encontró? Si fuese una persona normal le preguntaría, pero no lo es. Es un monstruo.
¿Qué voy a hacer todas estas horas aquí sola? No hay nada con lo que pueda entretenerme. Con lo que matar el tiempo.
Sin ser consciente caigo dormida sobre la cómoda y suave cama.
Brilla. Acabo de despertar y el medallón ya está brillando. Que asco de collar, no soy ningún perro, ni gato, ni nada similar. Caí dormida y ni me di cuenta. Sigo vestida con el uniforme que me dio Dori. ¿Ahora qué debo hacer? ¿Ir a la habitación de al lado? Teóricamente tengo que vestir el conjunto de lencería que me encomendó Malfoy. Pero yo no quiero ir semidesnuda, mis ideales no me permiten humillarme así.
Mientras me decido el medallón brilla cada vez con más intensidad. Finalmente me dirijo a los aposentos del amo. Toco la puerta antes de entrar. Pasan tres segundos sin respuesta hasta que se oye un "adelante". Abro despacio, con miedo. Este cuarto es algo más grande que el mío, con los colores de Slytherin, exceptuando que los muebles son de una madera oscura.
Malfoy está sentado sobre la cama. Lleva un albornoz blanco que deja entrever su pecho. Yo estoy en la entrada observándole. Tiene el pelo mojado, posiblemente señal de que se acaba de duchar. Su mirada se posa en mí. Sus orbes grises me atraviesan. Son tan profundos. Los nervios comienzan a apoderarse de mí.
—Acércate —ordena secamente.
Me acerco hasta estar frente a él, cara a cara. Cada vez estoy más inquieta.
—¿Por qué llevas puesto el uniforme de sirvienta? —pregunta sin apartar la vista de mí. Serio.
Trago saliva. A esta distancia, ahora que me fijo, me parece una persona muy atractiva.
—Puedo llevarlo cuando no estás tú —alego.
Me sujeta la muñeca y me acerca un poquito más a él de lo que ya me encontraba.
—Pero ahora estás conmigo —declara con algo de suavidad en su tono de voz. Parece tranquilo. Recordando cómo me ha tratado esta mañana no parece el mismo.
—Pero me da vergüenza y es denigrante para mi persona —replico.
Él se echa a reír, como si acabara de oír el mayor chiste de su vida. Se acaricia el pelo con una mano, de un modo que resulta un tanto sensual, y vuelve a posar sus iris grises sobre mí.
—Esa debería ser la menor de tus preocupaciones —afirma aun con algo de risa en su voz—. Quítate el uniforme —ordena, esta vez serio.
Asiento y me lo quito muy lentamente. Noto como me ruborizo y como me tiemblan las piernas y las manos. Ya en ropa interior, permanezco abrazándome a mí misma, dirigiendo la vista al suelo.
—Mírame —exige.
Le miro. Cada vez está más serio. Por favor, no quiero que me haga nada. Es Draco Malfoy, le he visto durante siete años en Hogwarts. Una vez le pegué un puñetazo. ¿Por qué ahora siento tanto miedo hacia su persona?
—Sangresucia —escupe su boca—. Creo que te quedará mejor el color blanco de la lencería. Ya que eres tan pura... —comenta.
Trago saliva.
—Ponte de rodillas. Como te dije esta mañana.
Hago lo que me dice maldiciendo el día en que le conocí. Con las manos tras la nuca. Él se pone en pie y comienza a dar vueltas a mí alrededor. Me acaricia mi melena.
—Quiero que te hagas una trenza, o un moño —indica.
Acto seguido me acaricia el hombro, el cuello... Pasea su mano por mis pómulos y comienza a acariciar los labios.
—Es increíble que tengas una piel tan suave.
Gracias, estúpido.
—Ven siéntate en mi cama —dice mientras me da un tirón en el pelo para que me levante.
Me siento en su cama, sigo con las manos tras la nuca hasta que él me hace una señal de que puedo soltarlas. Él me da la espalda y se acerca a una mesita, ahí tiene una botella de alcohol. Se sirve un poco en un vaso.
—Hoy ha sido un día de mierda —cuenta mientras se bebe lo que se ha servido—. Suerte que ahora te tengo a ti bajo mis órdenes. No hay mayor distracción.
Deseo tanto irme de aquí que sin ser realmente consciente, me pongo en pie y comienzo a andar en dirección a la salida. Malfoy pronto me agarra del brazo y me arrastra hasta tirarme sobre la cama. Él se coloca sobre mí y me sujeta de las muñecas, inmovilizándome por completo.
—¿A dónde crees que ibas?
—Por favor, Malfoy, quiero irme de aquí —imploro.
—Suplica cuanto quieras. Tú debes obedecerme a mí. Tú ahora me perteneces. Tu cuerpo y tu alma. Todo tú. Pobre de ti como no acates mis órdenes.
Siento como mi corazón late a mil por hora. Como me va a escapar del pecho. Mis piernas tiemblan de un modo cada vez más enervante. De repente Malfoy lame mi mejilla y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Estoy realmente asustada. Él comienza a besar mi cuello con savidad y va bajando poco a poco.
—Malfoy, por favor. Tengo miedo —repito con la voz quebrada.
Él me mira a los ojos a una distancia donde su respiración choca contra mi rostro.
—Puedes chillar si quieres, pero nadie va a venir en tu ayuda —me acaricia el torso mientras pronuncia esas palabras—. Dime, Granger, ¿eres virgen?
Siento como mi cara arde.
—No es de tu incumbencia.
Él me agarra del cuello, como si me fuera a ahogar en cualquier momento. Empieza a hacer un poco de presión.
—Claro que lo es. Por tu bien, Granger, responde.
—Sí... —confieso a la par que noto como mis lagrimas comienzan a reunirse en mis ojos.
Malfoy sonríe torcidamente. Una sonrisa de victoria.
—Bien, pues ahora te voy a poseer. Serás toda mía. Me pertenecerás.
Suspiro.
Libera mis muñecas. Me las acaricio. Me sienta en la cama. Está mirándome fijamente, una vez más. Me mete el pelo tras las orejas.
—¿Por qué me haces esto? —inquiero con la voz débil. A penas me sale.
Sonríe.
—Porque de esta manera, si algún día aparece San Potter o la Comadreja, tú sólo tendrás ojos para mí. Habré mancillado a su amiga del alma Hermione Granger. Ya no podrán ni mirarte a la cara. Te repudiarán —afirma en un tono cruel.
Yo me estremezco. Le odio. Es la peor persona que he conocido jamás. Peor que Voldemort. Es un monstruo.
Me desprende del sujetador y me vuelve a tumbar en la cama de un violento empujón. Retoma el lamerme el cuello y comienza a acariciarme los pechos, a pellizcarme los pezones. Al inicio lo hace con suavidad pero pronto pasa a hacerlo con violencia. Yo gimoteo de dolor y aprecio como en su mirada está satisfecho de causarme daño. Me abofetea un pecho. ¡Ay!
—Soy tan buena persona que por ser tu primera vez voy a ser delicado contigo —se alaga.
—No, por favor, te lo suplico —ruego. Acerco mi mano hacia él para apartarlo de mí pero lo evitar golpeándola.
—No me toques —avisa—. Tienes terminantemente prohibido tocarme a no ser que lo permita. No quiero que pienses que causas algún tipo de efecto sobre mí. Sólo estás aquí para causarme placer sexual. ¿Te ha quedado claro?
—Sí... —respondo.
—Sí, ¿qué?
—Sí, amo.
Su mano se posa en mis muslos y comienza a acariciarlos con suma delicadeza mientras, esta vez, su lengua se entretiene con mis pezones. Yo siento miedo, vergüenza y una sensación que nunca antes había experimentado. ¡Ay! Se me escapa un gemido cuando me muerde el pezón. Pero esta vez no solo de dolor.
Pronto posa su mano sobre mi pubis y lo palpa gentilmente. Mi cuerpo está ardiendo y mi respiración es más agitada. Comienza a manosearlo en círculos. Se detiene, pronto repite la acción, esta vez dentro de la prenda, sobre mi carne. Gimo. Me odio.
—Para... —susurro mientras las lágrimas comienzan a rozar mis mejillas.
Introduce un dedo en mi vagina. Suelto un gritito. Jamás había experimentado eso. Aprieto los puños y meneo la cabeza, tratando de autoconvencerme en vano de que aquello no estaba pasando.
—Siempre es igual —afirma—. Todas sois iguales en realidad. Tu boca dice no, pero tu cuerpo dice sí —saca el dedo y me lo pone en la cara para que lo vea—. ¿Lo ves? Estás mojada.
—Esto es una violación.
—Esto, siendo tú mi subyugada, es completamente legal en esta sociedad donde los sangresucias sólo servís para sernos de utilidad a nosotros, los sangrelimpia —dice con orgullo.
—Vete a la mierda —escupo.
Él sonríe nuevamente. Me desprende de la parte inferior de mi ropa y saca su miembro erecto.
—Detente —ordeno.
—Ahá... —suelta acercándolo cada vez más a mi intimidad.
—Para, por favor, para. No quiero. Tengo miedo. Basta.
—Pagarás por tu insolencia.
Dicho esto, inyecta su palpitante miembro dentro de mí. Lo hace despacio. Noto como poco a poco va entrando. Duele. Cada vez duele más. Por Merlín, que se detenga. Lloro. Lloro abiertamente, aferrándome a las sábanas.
—Me duele mucho —gimoteo—. Basta.
—Ruega más, sangresucia.
Empieza a moverse con más intensidad. A embestirme. Hasta el fondo. Una y otra vez. Yo gimo de dolor y de otra sensación más extraña. No es placer. No, esto es terrible. Al compás de sus embestidas aprieta mi pecho con su mano. Cada vez me penetra más fuerte, con rabia. Pero la última embestida es la más violenta.
Se deja caer sobre mí, la respiración de Malfoy es muy agitada. Puedo sentirla acariciar mi oreja. Al fin, saca su miembro de mí. Las sábanas blanco impoluto de Malfoy ahora tenían una mancha roja sobre ellas.
—Vaya, sí que era cierto que eras virgen.
Un impulso de ira recorre todo mi cuerpo.
—Te odio. Púdrete —manifiesto.
—Te acostumbrarás. Puedes irte a tu cuarto. Date una ducha antes.
Trato de levantarme lentamente. Me duele cuando me siento.
—Ven —coge su varita y susurra algo en mi vientre. No logro entender qué—. Así evitaremos futuros disgustos.
Me voy sin mediar palabra. Cuando estoy a punto de atravesar la puerta me llama.
—Eh, Granger —me giro con los ojos rojos—. Ya eres mía, recuérdalo.
¡Hola!
Mi primer fic oscuro, trataré de llevarlo lo mejor posible. Os prometo una buena historia. No la abandonéis. Seguro que os gusta.
Dejad reviews para ayudar a mejorar.
Besitos
-Vel