Bueno, he decidido escribir esta historia porque vi alguna que otra y me pareció divertida la idea. Debo decir que, donde yo vivo, al juego se le conoce como Verdad o atrevimiento, así que yo lo llamaré así.
No sé de cuántos capítulos la haré, depende de mi inspiración y de si gusta. Pero esta historia me la tomo más como un divertimento (que no es que las otras me las tome como algo obligado, claro está), porque no trataré que sea muy literario. Como hay tanto diálogo, caeré en repetir mucho el verbo decir, lo siento, pero como ya he dicho, esto me lo tomo más a modo de juego.
Espero que disfrutéis leyendo tanto como yo escribiéndola:


Aquella tarde habían ido todos al loft de Magnus: Alec, Isabelle, Jace, Clary y Simon. No era algo que acostumbraran a hacer, pues siempre alguien tenía algún asunto y no iba o quedaban por parejas. Quizás debido a esto no había mucha animación.

Magnus fingió un bostezo:

–Menudo aburrimiento. Ésta no parece mi casa. Como no hagamos algo, no os volveré a invitar nunca más.

–¿Se te ocurre algo? –preguntó Isabelle, que estaba repantigada en el sofá. Tenía las piernas (que estaban metidas en sus típicas botas altas negras de tacón) sobre el regazo de Simon, que estaba sentado al otro extremo del sofá.

–Uhm… sí, se me ocurre algo. Es muy entretenido. Pero sólo nos concierne a Alec y a mí.

El susodicho, que tenía la cabeza apoyada en su hombro, se apartó de él y se giró para mirarle con las mejillas ya sonrojadas.

–Tranquilo Alexander, no soy tan mal anfitrión como para disfrutar sólo yo y tú y dejar colgados a mis invitados. Ya pienso en otra cosa.

–¿Qué tal jugar a verdad o atrevimiento? –propuso Isabelle.

–Como siempre, eres brillante Isabelle. Me encanta la idea –dijo con tono de aprobación Magnus.

–Sí, estará bien –dijo animada Clary.

–Mejor jugar a eso que a nada… –dijo Simon.

–Me gusta. Soy el mejor en ese juego –alardeó Jace.

–Oh, tú no has jugado conmigo. Yo sí que soy el mejor –le respondió Magnus.

–Estupendo, ya sé a por quién tengo que ir.

–Pero primero debemos establecer unas reglas –les recordó Clary.

Magnus miró a Alec.

–¿Y tú que opinas? ¿Quieres jugar?

–Yo…

–¿Has jugado alguna vez, Alec? –preguntó Clary.

–Sí, yo… jugué con Magnus.

–En nuestra primera cita –les aclaró el mago, con una enorme sonrisa en la boca–. Alec descubrió otra de las cosas en las que soy magnífico. Entonces… ¿jugarás?

–¿Es que tengo otra opción? –le respondió con cara de mártir.

–¡Estupendo, entonces! De acuerdo, las reglas… –comenzó a decir Isabelle.

–Quien ha respondido o hecho la prueba, elige a quién hay que hacerla –apuntó Clary.

–En eso estamos todos de acuerdo.

–Sólo debería haber pruebas. Las verdades son para blandos –añadió Jace.

–Es cierto. Pero se debe dar la opción –dijo Magnus.

–¡No, lo de verdad está bien! –exclamó Clary.

–Siempre y cuando no te pregunten Jace o Magnus –advirtió Alec.

–O yo –Isabelle tenía una sonrisa llena de malicia en el rostro.

–¿Y el castigo si no se hace? –preguntó su hermano.

–Una prenda –le contestó Simon.

–Ya, pero no tiene gracia. Si alguien se niega, siempre se quita los zapatos o los calcetines –bufó Jace– y eso no es nada incómodo, salvo para los que deben sufrir el olor de pies.

–Yo propongo que la prenda sea la que elija el que hizo la pregunta –propuso Izzy.

–¡Me gusta, está bien! –aceptó con entusiasmo Magnus

–¿Entonces ya está todo claro, no? –concluyó Clary.

–Sólo falta quién empieza.

–¡Está claro! Yo, porque he sido la que lo ha propuesto…

–Está bien. Empieza, hermosa Isabelle –Magnus le hizo un gesto de "adelante" con la mano.

Isabelle fue directa a su presa.

–Jace. ¿Verdad o atrevimiento?

–¿Yo? No tiene gracia hacérmelo a mí. Sabes que no me importa la prueba que me pongas, la haré. La gracia es incomodar a la gente…

–Hablas demasiado como siempre, Jace. ¿Entonces qué eliges?

–¡Prueba! ¡Eso ni se pregunta!

–Está bien. Debes besar a Simon.

–¿A mí? ¿Por qué a mí? –preguntó un Simon con gesto atormentado.

–El beso debe ser con lengua y magreo. Debe durar al menos… dos minutos –determinó Isabelle, sin decirle nada a Simon.

–Me clavará los colmillos y moriré desangrado. ¿Matarías a tu propio hermano, Iz?

–Sabes que no es así –le respondió una Isabelle con cara de pocos amigos.

–No lo hará contigo, pero conmigo sí. Yo estoy muy bueno.

Isabelle soltó una carcajada sarcástica.

–¿Entonces, piensas hacerlo o sigues poniendo excusas?

Jace se levantó del sofá en el que estaba sentado con Clary y fue hacia Simon. Se sentó en el reposabrazos de al lado de éste.

–Yo no pienso hacer nada eh, sólo me dejaré hacer –advirtió Simon.

–No te podrás resistir a mis encantos, chupasangre.

Agachó el rostro hasta la altura de Simon y posó los labios sobre los de éste. Comenzó a besarle, lentamente y luego de una manera casi violenta. Izzy dijo, ¿y el magreo? Y Jace bajó sus manos por el torso de Simon hasta llegar al bajo de la camiseta, y metió una mano por debajo. Todos, salvo ellos, claro, rieron.

–Está bien, si no queréis más, pues no más. Ya están los dos minutos, En cambio…

–Cállate, Iz –le replicó Jace, que ya se había apartado y vuelto junto a Clary.

–Simon… pareces… alucinado –advirtió Clary, mirando a su amigo.

–Me han profanado, ¿cómo quieres que me sienta?

–Va, si te ha gustado. Casi te hago gemir.

–Ya te gustaría, Herondale.

–Bueno, ¡basta de peleas! –Izzy intentó poner paz en el asunto– Te toca elegir, Jace.

–Izzy, te tengo ganas… pero eso supondría que luego te volviese a tocar a ti. También tengo ganas de elegir a Magnus, pero aún no lo tengo pensado. Así que, Simon, te elijo.

–¿Por qué a mí? ¿No has tenido suficiente con besarme?

–No pienso ponerte de prueba que me beses. Así que, ¿verdad o atrevimiento?

–Atrevimiento.

–Está bien… quiero que cojas tu móvil, llames a la madre de Clary y le digas que la has dejado embarazada.

–¡No! Pobre Jocelyn… –exclamó Simon y miró a Clary para buscar ayuda.

–Tranquilo Simon, luego le diré que jugábamos. Será divertido, y ella no podrá enfadarse contigo –le explicó Clary, para que no estuviera sustado.

–Ya, pero por un momento me querrá más a mí que a ti –le apuntó Jace.

–Así que es por eso… me tienes celos porque Jocelyn me adora –dijo un Simon petulante, mientras se sacaba el teléfono–. Está bien, lo haré. Pero Fray, no me esperaba que me fallaras.

Clary le miró con cara de ángel.

Simon llamó por teléfono. Al segundo tono, Jocelyn respondió.

¡Simon! ¿Cómo estás, cariño? ¿Pasa algo?

Simon no respondió.

¿Le ha pasado algo a Clary?

Bueno… –comenzó a decir.

¿Ha sido Jace, verdad? –preguntó una Jocelyn preocupada y acusadora.

No… la verdad, Jocelyn, lo siento mucho. He sido yo.

Tranquilo, Simon. Sabes que cualquier cosa que hagas…

La he dejado embarazada –le interrumpió él secamente.

Jocelyn tardó en responder.

¿C… cómo?

Lo siento mucho, Jocelyn, deberíamos haber tomado precauciones…

Bueno, lo importante es aclarar las ideas. Tú eres un buen chico y todo saldrá bien –Jocelyn parecía decirse esto más a sí misma que a él– ¿Está contigo Clary?

Sí, te paso con ella.

Simon se llevó el teléfono, que había estado en manos libres, contra el pecho.

–¿Yo creo que ya, no? –preguntó.

Clary asintió.

–Pásamelo y se lo explico.

Simon quitó el manos libres y le tendió el móvil a su amiga.

–¿Mamá? –dijo Clary y se fue caminando hacia el fondo del loft.

Todos estallaron en carcajadas, se habían estado conteniendo por un buen rato.

–Lo has hecho muy bien, Simon –le halagó Isabelle.

–Increíble. Si yo hubiera dicho eso, ya tendría a su lobo con el hocico en mi yugular. ¿Cómo puede adorarte tanto esa mujer? –preguntó Jace, turbado.

–Tengo mis encantos.

Jace soltó una carcajada y una risa falsa.

–Ya está todo arreglado –Clary le devolvió el móvil a Simon y se sentó junto a Jace.

–¿Qué te ha dicho? –le preguntó el vampiro.

–Ah, bueno, me ha dicho que al principio se ha muerto de miedo. Pero luego me ha dicho que creía que habíamos dejado hacía mucho de jugar a esto, y que le gustaba más cuando le llamabas para decirle que estabas enamorado de ella.

–¡Ah, así que es por eso por lo que te quiere tanto! –le señaló acusador Jace.

–Ha estado muy bien –dijo Isabelle–. Simon, te toca elegir.

–Elijo a Clary.

–¿A mí? –Clary pareció sorprendida– elijo prueba.

–Muy bien. Tienes que elegir, de cada uno de los presentes de la habitación, una parte del cuerpo. Debes elegir esa parte del cuerpo porque consideras que es su mejor rasgo, sexualmente hablando. Y debes explicarlo.

–Uhm… creo que te he entendido –murmuró Clary, pensativa– Está bien, de Jace elijo sus brazos, porque son fuertes y firmes, dan seguridad; de Magnus elijo sus manos, porque creo que es muy hábil con ellas…

–Gran acierto –Magnus le guiñó un ojo.

–De Isabelle, sus labios –continuó–. Creo que debe ser una gran besadora. De Alec, sus piernas, porque son verdaderamente envidiables.

–¿Cómo sabes eso? –preguntó Alec, sorprendido.

–Contra un demonio Raum, se te rasgó el camal de un pantalón y fuiste con una pierna desnuda durante todo el trayecto de vuelta al Instituto –le recordó Clary.

–¿Por qué no me llamasteis? –preguntó acusador Magnus.

–¿En serio? ¿Las piernas de Alec son mejores de las mías? ¿Y los labios de Izzy? ¿Crees que besa mejor?

Clary rió.

–Es sólo un juego, Jace. Debía elegir un rasgo de cada uno. Si quieres, te diré que de ti elegiría todo tu cuerpo.

Jace sonrió complacido.

–¿Y de mí? –le recordó Simon.

–Tus ojos. Al mirarte a los ojos, siempre me siento tranquila y confiada. Como si fuera el primer día que te vi en el jardín de infancia, desde aquel día sentí eso. Por mucho que hayas crecido, tus ojos no han cambiado.

Clary le cogió amigablemente la mano a Simon y los dos se sonrieron. Después, la soltó.

–Está bien, me toca elegir. ¡Magnus!

Él sonrió pícaramente.

–Atrevimiento, por supuesto.

–Te reto a que… seduzcas a Isabelle. Debe haber un beso incluido.

–¿Por cuánto tiempo?

–Cinco minutos.

–Está bien, reto aceptado.

Magnus se levantó y fue hacia el sofá de Isabelle.

–Sheldon, ¿podrías ir a sentarte junto a Alexander por unos minutos? Eso sí, ni se te ocurra ponerle una mano encima o volverás a convertirte en rata.

Simon, sin decir nada, se levantó y se sentó junto a Alec.

Magnus se sentó junto a Isabelle, que le miraba a los ojos sonriendo.

–Esto será divertido –murmuró la chica.

Magnus, sentado a su derecha y mirándola directamente a los ojos puso una mano sobre su muslo izquierdo. Comenzó a acariciarlo, subiendo hasta meterse por dentro de la falda. Después, acercó su rostro al de ella y, sin llegar a besarla, apoyó su nariz sobre la de ella, de modo que compartían el aliento. Colocó la mano libre sobre el hombro derecho y la atrajo hacia él. Su mano seguía moviéndose dentro de la escueta falda, nadie sabía realmente lo que le estaba haciendo. Y entonces, ambos se acercaron a la vez para besarse. El beso duró hasta que Clary dijo que los cinco minutos habían pasado.

No se separaron en seguida, sino que terminaron y lentamente se separaron. Sin dejar de mirarse a los ojos, los dos sonreían.

–Wow, siempre me imaginé que sería así pero, ¡ya entiendo por qué Alec siempre que tiene un momento libre viene aquí!

Magnus rió.

–Tú tampoco besas nada mal, preciosa.

Dicho esto, se levantó y se sentó junto a Alec, que evitó mirarle a los ojos.

–Ocurre algo, ¿amor? –le susurró al oído– sabes que es un juego, ¿no?

–Sí, pero ha sido raro. Es mi hermana pequeña.

–Si quieres, mira mal a la pelirroja pervertida que te mira las piernas en cuanto te descuidas.

–¡Oye, que te he oído!

–Elijo a Isabelle –dijo, apartando su rostro del de su pareja y mirándola. Seguía un poco acalorada.

–Muy bien, elijo prueba.

–No te va a ser nada difícil, después del trabajito que te he hecho. Quiero que finjas un orgasmo.

–Uhm… está bien.

Isabelle, con los ojos cerrados, empezó a gemir lentamente mientras pegaba ligeros saltitos en el sofá. Poco a poco, los gemidos acabaron en gritos de placer, casi alaridos. Entre gemido y gemido, decía palabras rápidamente, del estilo de sigue, sigue, más, me gusta, oh, cómo me conoces y un largo etcétera. Finalmente, se quedó en silencio, abrió los ojos y volvió a su postura anterior, como si no hubiera pasado nada.

Isabelle miró a su alrededor para observar las expresiones de sus amigos. Clary estaba atónita; Alec también, a la vez de avergonzado, mirando hacia el suelo; Magnus sonreía divertido y a Jace y a Simon… se les notaba excitados. ¡Por el Ángel, pero si es mi hermano!, pensó al ver la expresión de Jace.

–Muy bien, creo que he cumplido con mi prueba. Ahora te toca a ti, Alec.

–¿A mí?

–Eres el único que no ha sido retado –le recordó–. Así que, ¿Verdad o atrevimiento?

–Uhm… –Alec no sabía qué elegir, no sabía qué le asustaba más de su hermana. Sabía que las preguntas serían todas sobre su vida sexual con Magnus, así que dijo: – Prueba.

–Vístete, maquíllate y péinate como Magnus.

–Oh Isabelle, ¡eres tan genial! –la halagó Magnus.

–Gracias, lo sé.

Alec asintió y se levantó.

–¿Te vas? –le preguntó Magnus, desconcertado.

–Claro. Voy a tu habitación a coger la ropa y vestirme. ¿Quieres decidirla tú?

Magnus sonrió.

–En seguida venimos.

–Esto va a ser muy emocionante –la emoción de Magnus estaba presente en su rostro y en sus palabras.

Cerró la puerta y fue a su armario.

–No quiero nada rosa con frases obscenas, te advierto.

–Tranquilo, tengo algo que te quedará divino. Desnúdate mientras lo busco.

Magnus se puso a hurgar en su armario, y Alec se quedó en calzoncillos.

–Perfecto –se giró y le miró–. Pero quítate esos slips negros, cariño. Vas a vestirte como yo.

–¿También incluye la ropa interior?

–Si quieres, le pregunto a tu hermana, pero sabes que dirá que sí.

Sin ninguna vacilación, Alec se bajó los calzoncillos.

–Está bien, dame la ropa.

Magnus se la tendió. Alec se puso los slips, que eran plateados y llenos de brillo; unas mallas oscuras de cuero negro; unas botas puntiagudas y una camiseta de tirantes ceñida y corta azul eléctrico.

–Uhm… –Magnus no le quitaba un ojo– Tienes que quedarte esa ropa. Esa camiseta está hecha para ti. El color y… tu ombligo, es tan precioso. Siempre me ha gustado, y ahora se ve.

Alec se sonrojó y se puso, para acabar, una chaqueta de cuero con múltiples remaches brillantes.

–No me maquilles mucho.

–Tranquilo, sólo los ojos y un poquito los labios. Eres tan guapo que no necesitas nada más.

–Tú también eres muy guapo y siempre llevas maquillaje.

Magnus le sonrió.

–Pero eso es porque me encanta llamar la atención.

–¿De verdad? No lo sabía –Alec le respondió con tono bromista.

Magnus le hizo sentarse y le maquilló y peinó. Después, le puso delante del espejo.

–¿Qué tal?

Alec se encogió de hombros.

–¿A ti te gusta?

–A mí me gustas siempre. Pero metido en esas mallas… me dan ganas de echarles a todos de cas y quedarnos tú y yo solos.

Alec rió.

–Venga, volvamos al salón. Tengo una prueba para Jace.


¿Os ha gustado? Si se os ocurre alguna pregunta o prueba para más adelante, las tendré en cuenta :)