THE BOY WHO LIVED

Lily y james se esperanzados y a la vez tristes porque si el titulo era ese entonces significaba que Harry había sobrevivido pero a su vez sabían que su vida sería muy difícil de aquí en adelante. Fabián empezó a leer

El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.

-Pero ¿Qué hace Petunia ahí?-pregunto Lila asustada

-No lo sé, pero tengo un mal presentimiento-dijo James abrazándola

-Fabián por favor continua-le dijeron Frank y Alice

Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o miste rioso, porque no estaban para tales tonterías.

El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros. Era un hombre corpulen to y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por enci ma de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos. Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.

-Estoy segura que con unos padres así, cualquier niño es mejor que él-dijo Alice enojada por lo se iba leyendo

Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también te nían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.

La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Durs ley fingía que no tenía hermana, porque su hermana y su ma rido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.

Lily lloro al oír eso, es cierto que ellas no se llevaban bien, pero ella no fingía que no tenía una hermana y los demás estaban enojadísimos.

-Tu aun eres mi hermana Tuney-dijo Lila susurrando mientras James la abrazaba mas fuerte

-Ellos son las personas más buenas y trabajadoras que conocemos-dijeron los hermanos Prewett y el matrimonio Longbottom

-Gracias chicos, será mejor que sigamos leyendo-les dijo James

Los Dursley se estremecían al pen sar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la ace ra. Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.

-¿Cómo se atreven?, no es justo tener a los niños separados-dijo Frank furioso

-Harry es mejor niño que él-dijo Fabián

Lily no podía creer que el resentimiento de su hermana fuera tan profundo como para que hiciera eso

Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región. El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.

Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.

Todos se quedaron mirando a Lily y James con tristeza

-¿Es ese día no?-les pregunto Gideon

-Si, es ese día-les respondieron tristes

A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las pare des. «Tunante»», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa.

Todos bufaron enojados

Se metió en su coche y se alejó del número 4.

Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciu dad.

-Profesora McGonagall-dijeron todos a la vez extrañados

Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pen sando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mi rada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótu los ni los planos).

-Eso es lo que tú crees Dursley-dijeron Fabián y Gideon

El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día.

Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotella miento matutino, no pudo dejar de advertir una gran canti dad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.

-¿En túnicas?, ¿La gente se volvió loca?-dijo Lily

-Entiéndalos Voldemort se había ido y esa alegría fue tanta que a ninguno le importo salir así a la calle-dijo Alice

-Otros por en cambio estábamos muy tristes por la muerte de ustedes-dijo Frank

El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publi citaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos mi nutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.

-No me digan que su cerebro no da para más que para eso-dijo Fabián bajando el libro

-mmm… no, la verdad es que no tiene mucho cerebro-dijo James

El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los ta ladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abier ta, mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquie ra de noche.

-Wow, no puedo creer que se volvieran tan descuidados-dijo James

Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar. Es tuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que es taba en la acera de enfrente.

-Y eso es estar de buen humor?-pregunto Frank

-Si, para el debió haber sido un muy buen día-dijo Fabián-considerando como es

-Es un maldito abusador-decía Alice- así no se trata a las personas

Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su con versación.

Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...

Sí, su hijo, Harry...

-Que paso con Harry?-dijo Lily

-No sé, nosotros íbamos hacia su casa cuando nos atacaron-dijo Alice en un tono entre la disculpa y la tristeza

-Fue una suerte que hayamos dejado a Neville con mi mamá-dijo Frank

-Tranquilos, se que estará bien, no se preocupen-dijo James

El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo inva dió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.

Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su ofi cina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le moles taran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el apa rato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su so brino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cual quier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa...

-Mejor que no lo hizo, molestar a una Evans es peligroso-dijo James

-Cariño, que fue lo que dijiste?-le dijo Lila con un tono peligrosamente dulce

-Que las Evans son unas buenas personas-dijo James nervioso y les mando una mirada al resto de "si ven", mientras intentaba tranquilizar a su esposa

Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.

Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tamba leaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:

¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted de berían celebrar este feliz día!

Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó. El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo ha bía abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había lla mado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba descon certado.

Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la ima ginación).

-Si se nota-dijo Fabián

Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se ha bía encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa.

-jajaja… estúpida morsa, esa es McGonagall, créeme no la quieres hacer enfadar-decía James mientras reía

Y todos se rieron con él.

El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta nor mal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.

La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»).

-Eso no es un progreso-enojada Alice-es cierto que es un logro que un niño aprenda palabras, pero no esas cosas

-Ay Petunia-se lamento Lily

El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.

Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han teni do una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habi tualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las le chuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?

Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Te lespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.

-Caramba, como que las celebraciones se les fueron de las manos-dijeron los gemelos

Por otro lado Alice y Frank estaban tristes, ellos aun recordaban ese día con tristeza. James y Lily sonreían con nostalgia, hubieran deseado estar ahí, sin tener que haberse sacrificado.

-No estén tristes-les dijo Lily a Alice y Frank

-Pero Lila ustedes acababan de morir no podemos ni podíamos celebrar-dijo Alice

-Ya sé, pero estamos bien y si nosotros causamos ese tipo de alegría en toda la comunidad mágica, está bien, especialmente si sabemos que Harry está vivo-dijo James

-Es cierto, saber que le brindamos esa paz a todos, hace que valga la pena-dijo Lily

-Mejor seguimos leyendo-dijo Fabián

El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estre llas fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter...

La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.

Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?

Como había esperado, la señora Dursley pareció moles ta y enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.

No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?

Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro...

¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley

Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.

-Uhhh!, mal movimiento-dijo James

La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que ha bía oído el apellido «Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:

El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?

Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.

¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?

Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.

-Harry no es ningún nombre feo Petunia, peor es el de tu hijo-dijo Lily entre enfadada y herida

Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sen sación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.

No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dor mitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía esta ba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estu viera esperando algo.

¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello te ner algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.

Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley perma neció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dor mido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la se ñora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bos tezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...

¡Qué equivocado estaba!

James abrazo fuertemente a su esposa, mientras esta temblaba ligeramente

-James, crees que Harry llegue a ser feliz?-dijo Lily pensando en esa última frase

-Si lo creo, estoy seguro que a pesar de todo el lograra la felicidad-dijo James con convicción y un brillo en sus ojos que demostraba todo el orgullo que sentía por su hijo

-Yo también lo creo, y sé que el a pesar de extrañarlos lograra ser feliz-dijo Frank y los demás asintieron acorde

-Gracias-dijo Lily con lagrimas en sus ojos-nosotros también lo extrañamos y extrañaremos mucho

El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una esta tua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.

Un hombre apareció en la esquina que el gato había es tado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra.

-Se apareció?-pregunto Gideon

-Pero quien?-dijo Lily

-El libro nos lo dirá será mejor leer-dijo Alice

La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.

En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba pla teados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Lle vaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cris tales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.

-Dumbledore?, pero que hace ahí?-dijo Frank

-No lo sé, pero no sé si me vaya a gustar-dijo James y abrazo a Lily mas fuerte

Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revol viendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió en tre dientes y murmuró:

Debería haberlo sabido.

Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lám para quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fue ron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

James hizo un gesto de "Si, lo sabía" haciendo reír a todos y alivianando el ambiente al mismo tiempo

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer tam bién llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.

¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.

Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.

Usted también estaría tieso si llevara todo el día sen tado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.

¿Todo el día? ¿Cuándo podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fies tas en mi camino hasta aquí.

La profesora McGonagall resopló enfadada.

Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más pruden tes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en direc ción a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.

No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...

-El tiene razón-dijo James

-Once largos años en guerra constante-dijo Frank

-Por favor chicos, hagamos un minuto de silencio por todos aquellos que murieron o que debido a causa mayor ya no pueden luchar en esta guerra ni ver el final de la misma-dijo Alice

Todos guardaron silencio y bajaron la cabeza algunos con lágrimas en los ojos

-Fabián, por favor continua-dijo Gideon serio

Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGona gall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...

Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.

Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?

Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mu cho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?

¿Un qué?

Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.

No, muchas gracias —respondió con frialdad la pro fesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...

Mi querida profesora, estoy seguro de que una perso na sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿ver dad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.

Sé que usted no tiene ese problema —observó la profe sora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.

Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.

-Si los tiene, solo que él no los usa de manera igual a Voldemort-dijo Fabián

Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.

-Ella tiene razón-dijo Lily sonriendo

Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tan to desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.

La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, an tes de hablar.

Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?

Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera ra zón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dum bledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento.

Todos se acercaron un poco más para saber

Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos de cían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.

Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... es tán... bueno, que están muertos.

Todos bajaron la cabeza un momento tristes, pero después de un momento se dieron cuenta James y Lily que Harry estaba vivo y sonrieron un poco

Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.

Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...

Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.

Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.

La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.

Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Na die sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo ma tarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.

-James, está vivo, mi niño está vivo-dijo con lagrimas Lily

-Lo sé, mi amor, lo sé-dijo James sonriendo un poco

Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.

¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGona gall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre to das las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?

Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.

-El sabe, y si no al menos esta cerca de descubrirlo-dijo James-estoy seguro

-Si, yo también tengo esa impresión-dijo Lily

La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo exa minaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y nin gún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:

Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?

Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, te nía que venir precisamente aquí.

He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.

-¿Qué?-dijeron todos a la vez

-No puede dejarlo ahí, no lo querrán-dijo Lily-pero y Sirius y Remus, ellos lo pueden cuidar muy bien

-Ellos los querrán, pero por favor no con los Dursley-dijo Frank

Pero un pregunta más importante se comenzaron a plantear

-¿Por qué lo deja con ellos?-se preguntaban-Dumbledore sabe todo esto pero ¿Por qué?

-Se que todos nos preguntamos lo mismo-dijo James-así que creo q tiene que ver con que Voldemort se haya ido

-No creo que Dumbledore deje ahí a Harry con gusto, el tiene que hacerlo-dijo Alice

-Y la pregunta sigue siendo ¿Por qué?-dijeron los gemelos y Frank

¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidien do caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!

Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con fir meza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.

¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, vol viendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprende ría que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.

Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy se ria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?

-El tiene razón-dijo James- igual no creo que le guste una fama basada en la muerte de sus padres, se que a mí no me gustaría

La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:

Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a lle gar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.

Hagrid lo traerá.

¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan im portante como eso?

-A Hagrid le confiaría mi vida-dijeron todos

A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.

No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?

Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.

-La moto de canuto?-dijo James en un susurro que solo Lily escucho

La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.

Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dón de conseguiste esa moto?

Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras habla ba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.

¿No ha habido problemas por allí?

No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.

Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, pro fundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.

¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.

Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.

-Ay, mi pobre niño-dijo Lily tristemente

¿No puede hacer nada, Dumbledore?

Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagra ma perfecto del metro de Londres. Bueno, déjalo aquí, Ha grid, es mejor que terminemos con esto.

Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley

¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.

Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Ha grid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.

-Gracias Hagrid-dijo James sonriendo junto con los demás

Y es que a pesar de que todo era muy triste ese signo de amistad era realmente hermoso y significaba que a pesar de todo Hagrid cuidaría de él, entonces, ¿Por qué no sonreír por eso?

¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a des pertar a los muggles!

Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y Ja mes muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...

Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que ha bía enfrente.

Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y lue go volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosa mente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.

En la sala todos estaban de igual forma, tristes, cabizbajos, furiosos pero luego de todo eso vino el agradecimiento porque a pesar de que Dumbledore lo dejo ahí en la puerta, saben que debió haber puesto una variedad de hechizos para que nadie descubriera a Harry, para que no se enfermara, no lo dejo a la intemperie.

Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.

Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devol ver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.

Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y de sapareció en la noche.

Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda res puesta.

Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcio nar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor ana ranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.

Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.

-Estoy segura de que la necesitara-dijo Lily y todos apoyaron eso

Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La ca lle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo, sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley.. No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».

James abrazo a Lila, tratando de no llorar por el hecho de haber dejado a su hijo con aquellas personas

-Se acabo el capitulo-dijo Fabián

De pronto aparecieron copas a su alrededor, cada uno tomo una y Frank dijo:

-Por Harry Potter, el niño que vivió

Nota de la autora:

Hola, volví, muchas gracias por leer esta historia disculpen el haberles hecho esperar tanto pero la universidad me trae loca, me había olvidado el mencionar, que los personajes de Harry Potter no me pertenecen son de J.K. Rowling, pero eso si el resto de la historia es mía, espero que disfruten de la lectura y por favor dejen reviews para saber si les gusta o si tienen alguna opinión, estoy abierta a críticas, si fueran positivas mejor , bueno cuídense, tratare de subir tan pronto como pueda el siguiente aunque no prometo nada.

Con cariño Kaelivigo1994