Después de los parciales

-¡Terminé! – exclamó Kobato una vez acabado el último examen de todos, a la primera semana de Mayo. Apoyó su espalda contra la pared contigua al aula donde había rendido el examen, y se deslizó cuesta abajo, al piso. Silencio. - ¡La guardería! –se acordó con un sobresalto. Con dificultad, se paró del piso, y empezó a arreglarse la ropa. Seguido de eso, empezó a caminar a paso ligero y rápido hacia las afueras del edificio, donde muchos estudiantes de la facultad de medicina, iban y venían. Había prometido que, cuando sus exámenes terminaran, directamente iría a la guardería a pasar el estrés.

De mientras, sacaba su celular y auriculares, para hacer el camino más breve escuchando sus temas favoritos, de sus bandas favoritas.

Al instante, la hermosa (según ella) voz de Billie Joe Armstrong, inundó sus oídos con su tema Extraordinary Girl, cantándola por lo bajo. Hoy, no había traído la bicicleta, ya que la habían traído de la mansión Li, donde había estudiado para los exámenes con Hien y Hikari. Recordaba despertar sentada, apoyada en una mesita ratona en la sala principal de la casa de Hien, con una hoja pegada a su mejilla y con una manta en su espalda encorvada.

Se preguntó si Fujimoto tenía clases que dar en la facultad, mientas se acercaba a la entrada de la facultad vecina, tarareando una canción que ella compuso hace cinco años atrás, movida y justo como ella era. Bajo este pensamiento, no pudo evitar mirar en el patio principal que daba a la entrada del edificio de la facultad de leyes, con la cara roja.

Nada. Había jóvenes leyendo libros y escribiendo apuntes mientras caminaban de un lado para otro o simplemente entraban o salían.

Kobato suspiró, y reanudó su caminata rápida, centrándose en no tropezar y disfrutando de la música.

Anduvo todo el camino hacia la guardería cantando suavemente todas las canciones que tenía en su celular, llamando la atención de la gente sin que ella se diera cuenta.

Se paró en una esquina muy concurrida. Había llegado a la parte céntrica de la ciudad, por lo que, tranquilamente, podía tomarse un bus. Caminó una cuadra más, tarareando al ritmo de Synchronicity, de Yui Makino, y, finalmente, llegó a la parada.

Miró su reloj ubicado en su muñeca izquierda, y suspiró. Analizó el lugar en donde se encontraba, buscando un negocio para poder almorzar por lo menos algo pequeño y aguantar hasta volver a su casa, porqué iba directamente a la guardería Yomogi.

Casi queriendo que ella no almorzase, el bus que la dejaba a media cuadra de la guardería estaba llegando. Suspiró, y subió al micro, ya sabiendo de ante mano que llegaría la mitad de la tarde y su estómago rugiría cual monstruo por comida.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Konnichi wa gosaimasu! – exclamó con energía, irrumpiendo en pleno patio de la guardería, para alegría de los niños.

-¡Kobato-chan! – gritaron con suma alegría, corriendo hacia ella, casi tirándola al piso.

-¡Despacio, niños! – les exclamó Kazuto con alegría, haciendo un ademán de detenerlos. – La harán caer, y nosotros no queremos eso, ¿No? – le dijo ladeando su cabeza.

Sumimasen, Kobato-chan! – exclamaron todos a la vez, bien al estilo de ella y haciendo una reverencia.

-No se preocupen, niños. – le dijo riendo con su característica alegría. – no es para tanto. – vaciló casi un instante, pasando desapercibido por los niños, pero no para Kazuto.

-Hoy le tocaba un juicio en calidad de emancipación. – le dijo en respuesta a su pregunta no formulada, causando un sonrojo de parte de la ambarina.

-Ah… - azorada, se dirigió a los niños mientras ubicaba su bolso en el perchero. - ¿Qué quieren hacer hoy? – Eso hizo sonreír divertidamente al ex Yakuza.

-¡Kobato-chan! – le llamó la pequeña Rea. - ¿Puedes tocar una canción en el piano? – le preguntó para alegría de los otros niños.

-muy bien. Pero bailarán al ritmo de la canción, ¿Nee? – les dijo mientras iba hacia el piano.

-¿Cómo un juego? –preguntó un niño de pelo caoba y ojos rasgados, Yui Yamazaki.

-Si, como un juego. – dijo Kobato empezando a tocar lento. – bailen. – les animó.

Y los niños empezaron a bailar como ellos lo hacían al ritmo lento. Kobato aumentó el ritmo, y los niños su baile, y así, por media hora.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-¿La viste? – preguntó una voz calmada y fría de la criatura.

-Sí. – dijo otra muy distinta a la anterior, era más cálida. – es muy parecida a ella. Solo que el pelo y los ojos son distintos, y es muy torpe en algunas ocasiones. Todo lo demás, es igual que lo era ella. En lo personal, es una chica interesante, si quieres mu opinión.

-La veré personalmente en tres días, así que podré decir mi propia opinión de ella. – le contestó la primera voz. – recuérdame el porqué lo hacemos. – le pidió él después de un momento de silencio.

-Fue su último deseo, y si no lo hacemos, la chica dejará de tener la magia de ella y morirá. – le dijo la segunda voz. – no será nuestra dueña como Sakura o Clow lo fueron. Solo tenemos que hacer que aprenda a entender la magia y las cartas, en su siguiente vida, no necesitara ni la magia o la ayuda de un ángel para vivir. Por lo que me dijo Hien, ella tiene que aprender todo y vivir al máximo en esta vida para que en la próxima y en las demás, pueda vivir sin temor a perecer prematuramente.

El dueño de la primera voz, observó a su compañero sin ninguna expresión, pensando.

-¿Porqué lo hizo? – preguntó él, extrañamente triste. - ¿Porqué se dejó ir?

-porque un no puede vivir sin la persona amada. – le respondió la voz de un hombre de unos cuarenta años, de complexiones atléticas, cabello corto y negro grisáceo y de ojos color miel: Tôya Kinomoto, hermano mayor de Sakura Li. – Le pasó lo mismo a mi tía Sonomi después de que mi papá murió. – frunció el ceño. – después de todo, ella había estado enamorada de mi padre desde que se conocieron, solo que ella lo admitió mucho tiempo después. – miró a las criaturas guardianas de lo que alguna vez fueron las cartas Clow, ahora, cartas Sakura: Yue, la primera voz; Kerberos, la segunda. – recuerden lo que Hiragizawa dijo: "La muerte de Li fue injusta y cruel, den por hecho de que no se quedará con los brazos cruzados y el destino le dará el poder de reencarnar, así como yo lo hice y como Sakura lo hará. Lo que pasó fue tan injusto, que la vida les dará muchas vidas para que vivan, y revivan su historia tantas veces fueran en diferentes lugares y diferentes maneras."

Silencio. En todos estos años, jamás él había hablado tanto después de que su hermana muriera, y menos, a favor de Li.

-Sakura y la chica que tiene su magia, tienen en común una muerte prematura,- continuó Tôya. – y estoy seguro que ella volverá de una u otra forma en algunos años. No hagas que la magia de mi monstruo se apague, - le ´pidió con infinita tristeza. - tampoco quiero que esa chica muera, no la conozco, pro tiene una oportunidad que Sakura le dio. Ahora te lo pido yo, Yue, ayúdala, y que viva para que Sakura no haya hecho ese sacrificio tan noble y valiente en vano.

Kerberos, o Kero (como Sakura l llamaba), se había acostado en el suelo con su rostro triste y con sus orejas caídas, recordando a su querida "Sakurita" y mirando a Yue con súplica.

El ser lunar, juez de las cartas creadas por Clow, cerró los ojos, por las verdades en las palabras del mejor amigo de su falsa identidad, suspiró sin hacerlo y asintió, desviando la mirada hacia otro lugar que no sea donde Kerberos y Tôya estaban, para que no vean sus lágrimas plateadas recorrer su hermoso, melancólico y triste rostro.

-Lo haré por ella. – dijo con su voz suave, calmada y extrañamente cálida.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-¿Estás segura de hacerlo, hija? – le preguntó su madre un poco preocupada y cariñosa. – Es un paso importante para eso, ¿Lo sabes?

-lo sé. – dijo Kobato. – pero ya es hora de hacerlo, aparte, tu quieres visitar El Cairo, mamá, y papá quiere visitar Suiza… - esto último, lo dijo con una risita contagiosa.

-lo sé. – dijo ella, suspirando y en el mismo tono que su hija. – está bien. ¿Ya decidiste en donde va a ser? – se rindió después de media hora en discutir el porqué quería mudarse.

-Es un departamento donde la guardería y la facultad quedan a la misma distancia. – comentó alegremente, mientras comía una porción de pastel que le había enviado Genko-sama. – tiene una sala muy linda del tamaño del saloncito de la guardería. Quiero pintarla a tu estilo, mamá. – le dijo con entusiasmo. – solo será marrón, beige blanco, color hueso… am… quizá un verde musgo…

-mm... Ese verde musgo te hace delirar, hija mía. – le dijo haciéndola sonrojar. – bueno, no te puedo reprochar nada y no quiero hacerlo, no soy celosa como normalmente son los hombres con sus hijas. – bromeó con risa. - ¿Lo vas a alquilar?

-no. – dijo saliendo de su sonrojo. – lo compraré. – dijo decidida. – tengo el dinero necesario y… bueno… quizá cuando decida mudarme para algo más grande como en el centro o algo parecido lo haré alquilar.

-¿Hablaste del contrato? – le dijo ceñuda. – mira que necesitas un abogado. – dijo con total ignorancia de que ella era muy cercana a uno.

-Bueno… hablé con el dueño que quiere vender el departamento, y es un poco… no sabría definirlo, pero a primera vista no causa confianza. Charlé un poco con él y es alguien de palabra. Pero, para tranquilizarte, hablaré con Kiyokazu para que haga el papeleo. – dijo buscando su celular.

-Ahora recuerdo que él es abogado… - dijo Suishou con una sonrisa, su hija solo sonrió. – por si las dudas, llámalo mañana. He oído que los abogados tienen trabajos muy complejos.

-No lo llamaré hoy, tuvo un juicio que trataba sobre una emancipación. – le explicó con una sonrisa. – a pesar de que hace una semana no nos vemos. – y trató de no poner una expresión triste. – pero mañana tendría que tener las calificaciones de los parciales de este semestre. – se puso nerviosa, poniéndose a jugar con su pelo y sus dedos. - ¡Ya me puse nerviosa! ¡No debí decir eso!

-¿Cómo llegamos a hablar de tus parciales si estábamos hablando de tu independencia? – dijo graciosamente su madre. Kobato, que había empezado a caminar de un lado a otro, paró en seco, mirando a su madre.

-Ni idea, mami. – rió ella al darse cuenta.

-son un par de despistadas las dos. – dijo una voz por la puerta.

Kobato y Suishou se giraron para ver quién era el dueño de esa vos, resultando ser un hombre de de la edad de su padre (unos centímetros más bajo que él), de pelo blanco azulado, con un ojo emparchado y una cicatriz que surcaba en parte de su mejilla derecha y frente del mismo lado. Su ojo sano era plateado y estaba de brazos cruzados.

-¡Ginsei-san! – exclamó una Kobato contenta, yendo a abrazarlo. - ¡Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias! – le agradeció zarandeándolo levemente.

- Creo que fue lo primero que pensó cuando te vio parado ahí. – le dijo el ángel con una sonrisa. – a decir verdad, yo también te estoy muy agradecida, Ginsei. – e hizo una pequeña reverencia.

-al fin y al cabo, - habló de nuevo el ser. – sufrí el mismo cambio que Iorogi y no pude resistirme a Kobato. – y sonrió levemente.

-Si vienes a buscarlo, falta media hora para que vuelva. ¿Lo esperas? – le dijo ella.

-¡Por favor, Ginsei-san! – le pidió la estudiante de medicina.

-Es una opción que no negaré. – le dijo sin objetar. Caminó hacia el sofá de la sala y se sentó en un sofá individual. – por lo que pude averiguar, hace unas semanas que se cumplió mi pedido a Dios. – y levantó una ceja.

Sin poder evitarlo, Kobato se puso roja como una frutilla, avergonzada y apenada.

-¡Ginsei-san! –protestó, sacándole una carcajada del ojiplateado. - ¡Mph! – hizo un gesto y se llevó a la boca un pedazo de pastel de naranja hecho por su madre. Ginsei imitó el gesto de la Palomilla y comió una porción de pastel. – Eh… - rió dándose cuenta donde el ser se había sentado. – Ginsei-san… te sentaste sobre…

1, 2,3 no aizu de, Ryoute hirogete, Zenshin ni hikari o atsumete

Doko ni aru no, Oshiete watashi ni dekiru koto, Meippai kizutsuite

Seippai hashitte, Nanjuukai koronde naite, Soredemo mata akireru kurai

Ashita o shinjiteru…

-… mi celular. – terminó diciendo con risa cuando empezó a sonar la canción que tenía en tono de llamada. El teléfono seguía sonando, mientras Ginsei se paraba y soltaba un suspiro, dándole el aparato a su dueña. – Gracias. – le agradeció ella, y se apresuró a contestarlo. – Moshi, moshi, habla Hanato Kobato. – dijo alegremente.

-Kobato-chan. – dijo la voz de Sayaka Okiura. – Acaba de llamar Fujimoto-kun, diciendo que te espera en el parque pingüino, - le dijo soltando una risita. – no tiene tu número por lo que soy la encargada de pasarte el recado. – Kobato se ruborizó notablemente, sin que Ginsei y Suishou se diesen cuenta, ya que estaban charlando.

-¿En el parque pingüino? – dijo tratando de ocultar su nerviosismo. Digamos lo así: Kobato será siempre tímida en lo que respecta en actos de cariño hacia su persona especial, al igual que Kiyokazu hacia las mismas demostraciones. Pero con su emoción, salió bien disimulado su nerviosismo. Quería volver a verlo. Y, ante ese pensamiento, sonrió soñadoramente.

-Exacto. – dijo ella. – Me gustaría que mañana te tomases el día, tus parciales se han acabado, por lo que siéntete libre de empezar un fin de semana largo. – haciendo referencia de que al día siguiente era viernes, Sayaka le animó a que su mente y cuerpo se relajasen por tanta tención.

-Gracias, Sayaka-sensei. – le dijo con alivio. – mañana entregan la boleta con los resultados de los parciales y tengo que buscarlos a la tarde.

-Te deseo suerte, Kobato-chan. – le deseó ella. –Kiyokazu-kun te espera en media hora.- le dijo antes de despedirse.

Kobato quedó con la boca semi-abierta.

-¡Media hora! – exclamó casi en voz baja, llamando la atención los dos adultos frente a ella. - ¡Por todos los dioses! – y corrió escalera arriba a cambiarse.

-¿Qué le ocurre? – preguntó Ginsei, mirando a su anfitriona.

-No sé. – y se encogió de hombros.

Quince minutos después, donde el ángel y el ser espiritual charlaban de trivialidades, Kobato bajó la escalera con una remera manga larga color bordó, un jean color azul, borceguíes color marrón y una chaqueta verde musgo con una cartera pequeña de color negro, cruzada en su pecho.

-¿A dónde vas? – preguntó su madre con extrañeza. – estoy a punto de hacer la cena.

-Comeré en otro lugar. – dijo poniéndose la chaqueta, guardando su celular, su billetera y su juego de llaves. – me tengo que ir. – y se dirigió hacia la puerta.

-¡Dale mis saludos a Fujimoto, Kobato! – le dijo una divertida Suishou a su hija, haciendo reír a Ginsei.

-¡Mamá! – se quejó avergonzada, cerrando la puerta y yéndose al parque donde había quedado con él.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- .-

Con la cara roja y con mucha pena, caminó de su casa hacia el parque donde la había citado Fujimoto con ansiedad.

Era la primera vez que la citaba… de alguna manera, porque solo se veían todos los días entre la hora que ella tenía libre para almorzar e ir a la guardería. Lo que la desconcertaba un poco, es el porqué en el parque pingüino y a esa hora. ¿Tendría acaso un significado? A una cuadra del parque, empezó a aminorar su caminar, teniendo el corazón palpitándole furiosamente.

Tímidamente, asomó su rostro entre los arbustos que estaban en la entrada, y sonrió.

-Fujimoto-kun… - susurró por lo bajo, sonriéndole. Una brisa fría le revoloteo los cabellos en dirección al ojiverde. Estaba vestido con un jean negro remera manga larga color marrón claro, con cuello, y el saco con que lo había visto la primera vez hace más de cuatro años.

Él lo sintió: su perfume natural y dulce: cereza y melocotón, como ella representaba. Se dio la vuelta, la encontró observándole, y le sonrió. La vio trotar hacia él, y lo abrazó enterrando el rostro en su pecho.

-Creo que elegí una hora inadecuada para volverte a ver. – le dijo con una mueca.

-no me importa. – le dijo ella, mirándolo a los ojos. – no dejaba de pensar en cuando volvería a verte. – agarró su mano y apretó el agarre. – no me gusta dejar de verte por mucho tiempo.

-dímelo a mí. – le dijo el abogado acercándose a su rostro. – he pasado cuatro años sin verte y volviéndome loco por ser el único que te recordaba, ¿Sabes? – y le sonrió, acercándose más a ella, sonrojándola.

-Lo siento. – dijo acortando la distancia y, poniéndole fin a la espera, lo besó con desesperación. La chica cambió sus brazos de lugar, para enlazarlos detrás de la nuca del chico, mientras que él la abrazaba por la cintura, un claro gesto de no queriendo dejarla ir de su lado otra vez. Su largo beso se deshizo en muchos entrecortados, entre sonrisas, recuperando de a poco, el aire que les hacía falta.

-no me tienes que pedir perdón otra vez. – le dijo cuando ella utilizó su pecho como almohada provisional.

-aun así… - dijo Kobato por lo bajo, mientras posaba su mano izquierda en su pecho.

-¿Cenaste? – le dijo después de un silencio, disfrutando del parque.

-No. – dijo riendo. – Me fui de mi casa antes de que mi papá llegara y que mamá preparase la cena para nosotros. – le explicó con una sonrisa. – Te manda saludos. – dijo roja como un ají.

-¿Y porque te sonrojas? – le dijo con sonrisa divertida.

-porque no le dije donde y con quien iba. – hizo un mohín de molestia. – ella me conoce a la perfección, sino, no te lo hubiese mandado. – la ambarina desvió la mirada.

-así deben ser las madres. – dijo acordándose que Sayaka era clasificada por él entre una hermana y una madre.

-¿Y tú? – le preguntó ahora ella. - ¿Cenaste? – interrogó divertida.

-No, no lo he hecho. – admitió acomodándole un mechón de cabello detrás de oreja, mientras ella cerraba los ojos tras su contacto. - ¿Quieres comprar algo o cenamos en otro lugar? – le preguntó con una clara indirecta para una cita.

-Da igual mientras esté contigo. – le contestó poniéndose de puntillas de pie para volver a besarlo.

-Punto para Kobato. – dijo mientras sonreía, antes de que sus labios se unieran.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- .-.-.-.-.

-Entonces… ¿te dijo que se iba a casar? – le preguntó Kobato, con la sorpresa gravada en su rostro mientras miraba a su pareja en el banco de una heladería.

- También me tomo por sorpresa. – admitió él encogiéndose de hombros. – lo hizo así, de repente. No sé que se le cruzó por la cabeza.

- quizá fue una corazonada. – dijo ella, recordando que el matrimonio de sus padres fue parecido. – Dômoto debe de amar mucho a Ariasu para hacerlo sin pensarlo. – rió con alegría.

-mm… - Kiyokazu adoptó una expresión pensativa, mientras miraba fijamente los ojos de Kobato. - ¿Qué tal el helado? – mencionó al ver una mancha de helado de menta sobre su nariz.

-Estupendo, ¿Porqué? – preguntó con inocencia. El abogado rió con ganas, confundiendo más a su novia. - ¿Fujimoto-kun? – su cara se contorsionó más confundida y extasiada deberlo reír.

El ojiverde agarró una servilleta de papel, y la posó en donde la mancha estaba, dejándola pegada en ella y ruborizándola.

-Sigues siendo ingenua e inocente en algunas cosas. – le dijo con ternura y agarrando su mano.

-¿Tienes que irte a la oficina mañana? – le preguntó pensando en sus parciales y que tenía que ir a buscar los resultados.

-a la mañana. – la hizo levantarse del banco, y empezaron a caminar. - ¿Cuándo tienes que ir a buscar los parciales?

-en la tarde de mañana. – suspiró, y se puso nerviosa otra vez. - ¡No debí decir eso! – exclamó empezando a jugar con sus manos y la mano que tenía del ojiverde.

-No tienes que ponerte así. – le dijo con un suspiro, mientras encerraba sus manos en la de él. – Ya verás que…

-¡No lo digas, por favor! – dijo la ambarina haciendo gestos con los brazos, después, lo abrazó a la altura del pecho, haciendo sonreír al ojiverde y parando su caminata. - ¡No quiero saber nada hasta mañana!

-sigamos… - le dijo en un susurro sin borrar su curvea sonrisa. – Ya es tarde. Te acompañaré mañana, ¿Nee? – le dijo pegándola más a él.

Hai! – le dijo contenta.

Caminaron por una calle de muy poca iluminación, mientras que no aflojaban su agarre.

-¿Recuerdas que planeaba vivir sola? – le recordó ella, alzando su rostro para verlo. – mi madre no objeta nada con todo eso.

-¿Vas a independizarte? – le preguntó Kiyokazu segundos después. - ¿Qué dice tu padre?

-No tengo idea. – se encogió de hombros. – mamá le dirá, y no quiero saber cuál será su reacción. – hizo como si se apretara el dedo, en gesto de dolor. – Aunque… - Kiyokazu alzó una ceja. – Si le dice que puede visitar Suiza… - rió tentada.

-¿Y porqué Suiza? – preguntó intrigado.

-La ciudad del chocolate… - dijo como respuesta y poniendo los ojos en blanco. – Es un loco.

-No tiene ese aspecto. – dijo el ojiverde. – es… da un aire de… - trató de darle una definición.

-Hikari se asustó la primera vez que lo vio. – le comentó tentada. - Dijo que parecía un militar estricto, cuando es todo lo contrario. – y el abogado echo a reír, alegrando a la futura pediatra. – yo digo que es un caramelo duro con un rico dulce de leche dentro.

-Y… - dijo temblándole la voz por la reciente risa. - ¿Elegiste el apartamento? – le preguntó mirándola, cambiando de tema.

-Sí. – le dijo con el mismo entusiasmo cuando se lo dijo a su madre. – para mí, le falta pintura, y el espacio y los ambientes, son perfectos. – casi sin darse cuenta, daba saltitos sin que sus pies se separasen del suelo, como si fuese una niña pequeña, para gracia y ternura de su acompañante. – Solo espero que la venta no se complique. – dijo volviendo a la normalidad.

-¿Lo comprarás? – dijo Kiyokazu con sorpresa.

-Sí. En realidad, - dijo ella empezando a explicarle su plan. – es que es para tener algo mío. Cuando tenga todo listo y el piso sea legalmente mío, mi madre, supongo yo, estará más tranquila.

-¿Quién te lo recomendó? – dijo él, preguntándose en donde se ubicaba el edificio.

-Me lo recomendó Hien, porque en ese mismo edificio estuvo viviendo su padre cuando era niño, no se muy bien para qué. – y se encogió de hombros. – Aunque… - dijo parando su caminata y mirando a su novio.

-¿Qué sucede? – le preguntó desconcertado.

-Me sentiría tranquila si vienes conmigo cuando vaya a firmar el contrato. – dijo con timidez y mirando hacia el piso. – no es que… bueno… no sé leer entre líneas en un contrato. – se sonrojó.

-Cuando vayas a comprarlo, me llamas antes de fijar una fecha, ¿Nee? – le dijo sin replicar y sonriendo. - ¿En donde es?

-Está del otro lado de la calle del Templo Tsukimine, a la derecha. ¿Lo ubicas?

-Tiene un buzón rojo en la esquina, ¿No? – dijo tratando de recodarlo.

-Sí, es muy lindo, solo, como dije, le falta un poco de pintura. Me lo vende junto con los muebles, son fuertes y muy lindos. La vista del balcón da justo al lago del templo. – dijo soñadoramente.

-¿Te llama el dueño o lo tienes que hacer tú? – siguió preguntando.

-Lo tengo que llamar yo, porque primero tengo que preparar el dinero. – dijo con una mueca.

-Y lo tienes, ¿No? – le picó con un poco de burla.

-¡Claro que sí! – dijo "ofendida" y frunció el ceño. - Fujimoto-kun… - le llamó después.

-¿Nani? – le dijo apretándole levemente la mano.

-Sayaka-sensei me dijo que me tomara el viernes libre. – dijo con una mueca. – pero… no estaría mal ir a visitar… y quedarme un rato, ¿No? – estaba dubitativa.

Kiyokazu sonrió mientras le frotaba el hombro.

-Después de pasar por tus notas, tengo que ir a tocar el piano para los niños. – le dijo a la vez de que le rozaba con su mano libre la mejilla. – y quiero que mi cantante personal me acompañe, como siempre. - con sus manos, agarró delicadamente el rostro de ella y la besó, mientras ella enroscaba sus brazos detrás de él.

-Como siempre. – afirmó ella con una sonrisa, después de separarse por falta de aire y volviendo a besarlo.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.

-¿Crees que esté bien que el año que viene contraiga nupcias con Hikari, abuela? – le preguntó dejando el tema que ella quería hablarle.

Ieran quedó estática, mirando a su nieto con sorpresa. Segundos después, sonrió.

-¿Ya se lo pediste? – le dijo interesada.

-No. – dijo con aire distraído. – Quería saber su opinión en primera instancia. – bajó la mirada, mientras jugaba con sus pulgares.

-Es la chica que tú elegiste, como lo hizo tu padre. – se acercó a él y se sentó a su lado. – No pensaba que un amor infantil podría llegar tan lejos. – sonrió con pesar. – Amas a la joven Hiragizawa, y ella a ti. Pero eso no es lo que te quería hablar. – posó una mano en su hombro. – estoy de acuerdo con tu matrimonio con Hikari Hiragizawa, pero debes ser cauteloso, Hien. Recuerda que la batalla en Hong Kong no ha terminado, y tú, como también tu padre lo hizo, decidiste no participar en los conflictos del Concilio, ya que Xiaolang se desprendió de ello, pero no renunció a nuestro legado.

-Pero el Concilio quiere que…

-lo sé. – le cortó su abuela. – pero para eso estamos aquí, y tú, tienes que guardar el único legado de tu madre y de tu padre: controlar tu magia.

-La controlo. – dijo sin necesidad. – pro todavía está el miedo a que vengan por mí y los objetos de la familia y las cartas de mamá. – suspiró con pesar.

-Yue y Kerberos accedieron a tener un nuevo dueño temporalmente. – le dijo guardando la calma, muy común en ella. – y no te preocupes por las reliquias familiares, están a salvo en un lugar donde ni nosotros sabemos. – y le sonrió, volcando el cariño de madre que no le pudo dar a su hijo, en su nieto.

-Estoy confiado en ese tema. – dijo sonriéndole. – Kobato es muy parecida a mi madre en algunos aspectos. Ella es muy torpe, pero aprenderá a mantener el equilibrio con Yue, y muy dulce, casi como una niña. Supongo que se debe a las secuelas de su anterior corta reencarnación, cuando no tenía sentido común. – sonrió de nuevo.

-Toma. – le dijo Ieran a su nieto, colocando una cajita color verde jade en sus manos. Cabía perfectamente en la mano de Hien. – cuando tengas todo listo, dáselo.

Intrigado, el castaño abrió los ojos, sorprendiéndose y, después, sonriendo con nostalgia. Un anillo de oro con incrustaciones en amatistas y aguamarinas en la parte principal. Era una réplica del anillo de su madre, con la diferencia de que el de su madre, tenía esmeraldas y diamantes en vez de las aguamarinas y amatistas.

-La familia Li tendemos a tener el mismo diseño de anillo de compromiso, haciendo juego con los ojos de la futura señora Li. – le dijo mirando el suyo propio, que tenía incrustaciones de ónix y cuarzo trasparente.

-Gracias, abuela. – agradeció él, cerrando y guardando el estuche en un sub cajón del mueble que estaba frente suyo.

- Iré a descansar. – le dijo Ieran a su nieto, levantándose. – Trata de no quedarte hasta tarde, Hien.

-Sí, abuela. – y siguió leyendo sus apuntes mientras la Dama Li subía a sus aposentos.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.-.-.

-¿Tengo que hacerlo? – dijo con pena y fastidio, sosteniendo el celular, todavía seguía cansada después de los parciales.

-Es solo para probar las cosas nuevas del estudio. – dijo la voz de la directora de la secundaria de Tomoeda, Naoko Yanagizawa, hoy en día, conocida como la señora Himitsu. – a los profesores y a los alumnos estarían encantados de escucharte, además, se acerca el Festival del Clavel. Pero si no quieres, no lo hagas.

-¡Claro que lo haré, directora! – dijo convencida. – Estaré en unas tres horas en la secundaria para practicar, tengo que buscar los resultados de los parciales y pasar por el trabajo.

-Que bueno… - le dijo la directora Yanagizawa, con alegría. – Nos vemos en ese horario, Kobato-san.

-¡Bai-bai! – y cortó la llamada.

- ¿Quién era, hija? – le preguntó Suishou con cariño.

-La directora Naoko. – repuso contenta. – me pidió que pruebe unos instrumentos nuevos de la secundaria y me ofreció un espacio para el Festival del Clavel y hacer un número.

- Pero ahora tienes que ir a la facultad. – apuntó su padre con una ceja alzada.

-Sí, y después quiero visitar la guardería, pero no importa tener el día libre – habló rápidamente agarrando una tostada con mermelada.

-Te ahogarás, Dobato. – le dijo Iorogi con el ceño fruncido.

-¡Pfapfá! – protestó ella a duras penas, con la boca llena. Después, empezó a toser.

-Te lo dije. – suspiró él con cansancio y burla.

-Basta de riña. – regañó el ángel. – Ioryogi, se te hace tarde para ir al trabajo, - sentenció con voz demandante pero maternal. - Kobato, tienes que ir a la facultad, se les hace tarde a los dos.

Acordándose por Suishou, los dos interpelados, saltaron de sus sillas, agarraron sus portafolios y caminaron exclamando un ¡Llego tarde! al unísono. Iorogi, al auto, y Kobato, a su bicicleta, que estaba encadenada en la madera del buzón de la casa, todavía tosiendo.

-No te irás sin mí, ¿Verdad, Kobato? – le dijo una voz, detrás de ella.

-¡Kiyokazu-kun! – exclamó al darse la vuelta para mirarlo, y ella le compuso su mejor sonrisa.

No estaba vestido con traje, como últimamente lo veía, pero con su camisa marrón, sus zapatillas grises y su jean azul, no estaba tan lejos de reflejarse un abogado de cuatro años en actividad. El ojiverde le devolvió la sonrisa, acentuando más la de la ambarina.

-¿Vamos? – le preguntó él sin cambiar su posición.

-Hai. ¿La llevo? – le preguntó antes de de sacar las llaves de la cadena.

-Iremos en bus. – le dijo después de negar con la cabeza.

-¿Dónde? – Kobato preguntó alzando su rostro para mirarlo a él.

-son solo dos cuadras. Cualquiera notaría que eres nueva en el barrio si no sabes dónde está la parada de buses aquí. – le picó quedamente, tomándole de la mano y empezando a caminar.

Kobato infló sus cachetes sonrojados como niña pequeña, para gracia de Kiyokazu. Pero, a pesar de todo, ellos se notaban felices con la presencia del otro cerca.

-Me llamaron de la secundaria, cuando cursaba ahí hace años. – comentó con renovado entusiasmo. El ojiverde observó a la ambarina con intriga. – la directora Yanagizawa quiere que vaya a probar unos nuevos instrumentos de la sala de música junto a los micrófonos, para ver cómo suena en la sala de actos.

-¿Hoy? – preguntó sorprendido.

-después de la guardería. – rectificó ella. – me quiere hacer un espacio para el Festival del Clavel.

-siendo así, no me importaría faltar a la oficina ese día. – le dijo mientras se sentaban en la garita a la espera del bus.

-Pero el día del festival nadie trabaja. – dijo ella con sorpresa.

-Yo lo hacía desde hace muchos años. – dijo él suspirando.

- Pero ya no más. – repuso ella con ánimo. – vendrás conmigo, siempre me ha gustado ese festival.

-No me opondré si se trata de ti. – le dijo rodeando sus hombros con su brazo izquierdo, ella rió cantarinamente.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-¡No quiero ver! ¡No quiero ver! ¡No quiero ver! – exclamaba Kobato mientras caminaba hacia la salida de la facultad.

-Pero, ¿Tú no querías ver cómo te fue? – le comentó Kiyokazu con diversión.

-Sí, sí, sí… demo… - dijo con pena. - ¿Y si reprobé alguna? – preguntó con tristeza. – Tengo que aprobar todas para poder cursar el último semestre. – explicó de la misma forma.

-¿Crees que pasar una semana sin vernos fue en vano? – le dijo mirándola significativamente, deteniendo su caminata y tomándola por los brazos. Kobato no cambió su expresión y Kiyokazu suspiró con diversión. - ¿Quieres que las vea yo? – preguntó al final, con una sonrisa que ruborizó a la chica, mientras ella asentía.

Kiyokazu tomó de sus manos la libreta blanca con bordes dorados y la abrió. A medida que el silencio se esparcía por tiempo, Kobato estaba más nerviosa, haciendo que empezara a jugar con sus pulgares y su pelo. Después de un rato, el ojiverde dirigió su vista hacia la ambarina y suspiró con el rostro divertido.

-¿En serio? – preguntó retóricamente. – ¿Te preocupa ver una fila de números diez en tus calificaciones, Kobato? – preguntó con un suspiro.

-¿Qué? – dijo alargando la última vocal y en forma incrédula. – Déjame ver, déjame ver, déjame ver. – y le quitó de las manos la libreta de la facultad. Negando con la cabeza, Kiyokazu vio como los ojos de su (sonrió por lo posesivo que sonaba en su mente) novia viajaban por cada asignatura que había en esa libreta, hasta quedar estática en la última de la lista, sin reaccionar.

-Kobato… - le llamó él.

-No… puedo… - dijo por lo bajo, incrédula. El ojiverde frunció el ceño.

Lo siguiente que el abogado vio, fue a una ambarina alegre tirándose encima de él, abrazándolo con toda su fuerza.

-¿Kobato? – la llamó con aturdimiento. A duras penas, ella lo zamarreaba de un lado para el otro, contenta de sus notas perfectas y en compañía del ojiverde.

-¡Lo hice! ¡Lo hice! ¡Lo hice, Kiyokazu-kun! – exclamó mientras giraba sobre sí misma dando saltitos, causando diversión entre sus compañeros que salían junto a ella.

-Lo hiciste. – le repitió él, suspirando aliviado y soltando una risa. Suspiró otra vez y rodeó con sus brazos a la chica. - ¿No me creías? – le acusó de broma.

-No fue eso… - susurró ella ya calmada. – es solo que fue la sorpresa. No creí que tuviese exactamente esas notas. – rió con un poco de nerviosismo.

-Pero si, las tienes. Y, por lo que puedo ver, todos tus parciales, desde que entraste a la facultad, - acotó el ojiverde, mientras revisaba las notas de años anteriores. – son idénticas, ¿Y nunca creías que tenías estas notas?

-Ah… No te burles, Kiyokazu-kun. – le reprochó con un puchero.

-Guarda esto, que tenemos a un público a quién alegrar. – repuso haciéndola reír. Cuando lo hizo, inmediatamente, Kiyokazu le tomo la mano, haciendo sonreír a ambos.

-Seguro que cuando vaya a la secundaria volveré a ver al grupo. – comentó Kobato, y negó con la cabeza.

-¿Popular? – dijo Kiyokazu con intriga.

-No mucho, - dijo recordando un poco. – Si me conocían, era por lo torpe que era. – ella bufó ante la sonrisa de él. – estábamos todos en el grupo de música, era divertido. – comentó recordando un tropezón de Hien. – recuerdo cuando Hien tropezó por ir corriendo sobre piso recién encerado para ir con Hikari. – rió con ganas ante el recuerdo.

-Dômoto hizo algo parecido. – negó con diversión él. – Pero mejor no te cuento, es demasiado… digamos que es demasiado… atrevido. – se sonrojó levemente.

-Mejor que no. – dijo Kobato con una gotita sobre su cabeza. – por si las dudas, a ver se me lo cuentas y no duermo en la noche. – bromeó ella para después reír junto con él.

-Apuremos, que todavía falta pasar por la oficina. – dijo llevándola hacia una avenida, parando en una garita de autobús. En la calle y en las veredas, no había nadie.

-Te olvidaste de algo, ¿Cierto? – le picó ella, en "venganza".

-Es tu culpa. – le acusó él. - ¿Quién te manda a meterte en mi cabeza todo el tiempo? – le preguntó a centímetros de su rostro, sonrojándola profusamente.

-Ah… yo… eh… - intentó hablar ella, haciendo que él levantara una ceja, acercándose más. Sin dejar que acotase ningún sonido más, el ojiverde besó a la ambarina. La chica se quedó sin aliento una vez que él se alejó de ella.

Callada y apretando suavemente sus labios, subió al bus delante de él.

El celular de la ambarina sonó, en tono de mensaje.

Curiosa, ella lo revisó, y pestañeó con sorpresa.

El fin de semana de luna llena, conocerás a Yue y Kerberos. En mi casa, a las cinco de la tarde.

Trae a Fujimoto-san, mi abuela quiere hablar con él.

Hien.

-¿Qué? – susurró ella, mientras que Fujimoto fruncía el ceño, intrigado.