Disclaimer: Inuyasha, Sengoku O Togi Zoushi, es propiedad intelectual de Rumiko Takahashi y de sus respectivos autores y distribuidores.


Canción recomendada. As if in a dream, de L'Arc~en~Ciel.


As if in a dream

por Onmyuji

Epílogo.

Su cuerpo estaba pesado. Muy pesado.

Le daba la ligera impresión de que había estado corriendo y luchando durante días y días eternamente sin descanso, y que por fin había acabado todo. Apenas recordaba la última vez que había dormido en forma y el simple recuerdo le parecía distante, ajeno. Ya no estaba seguro de ser él mismo.

Lo único de lo que era consciente en ese preciso momento era de que algo había logrado desactivar (o más bien, apaciguar) ese instinto demoníaco que lo había consumido cuando se sentía al borde de la muerte y que lo mantuvo erguido y luchando contra esa fuerza oscura durante semanas.

Olfateó suavemente el aire y notó que olía mucho a hierbas y especias. Tan limpio como esos lugares donde los curanderos de la época de Kagome trabajaban.

Abrió los ojos por fin, notando que era noche y ni un sólo ruido ocupaba sus sensibles orejas. Trató de moverse por muy poco, pero descubrió que su cuerpo estaba entumecido y adolorido, como si hubiese recibido miles de golpes. Quizás los había recibido pero no los recordaba.

Se incorporó sin demorar mucho, agarrándose la cabeza y frotando las orejas con la yema de sus dedos, suavemente. Su cabeza daba vueltas un poco y necesitaba saber dónde carajo estaba. Necesitaba continuar la cacería, apurar manos a la obra para volver donde Kagome y su-...

De pronto, volvió a su cabeza una idea, fuerte, como un rayo.

Se agitó en su lugar mientras trataba de recobrar las fuerzas necesarias y se levantó con el mayor sigilo del mundo, listo para salir en la sanguinolenta búsqueda de la familia que alguna vez, meses atrás, había tenido que abandonar y que, sin proponérselo, había reencontrado en un deplorable estado.

Abrió muy despacio la esterilla de bambú, sintiendo el golpe de aire helado en sus mejillas, haciéndolo temblar levemente. Menuda cosa. La última vez que recordaba el viento en su cara, era caliente como el verano. A saber lo rápido que había transcurrido el tiempo desde que se marchó...

Olfateó cuidadosamente y giró su vista hacia un costado de la cabaña, donde pudo identificar por sus olores a Miroku, Shippou y Kouga, haciendo guardia a las puertas de la cabaña. Quizás intuyendo que tendrían que entrar en acción si se exaltaba demasiado y sus instintos demoníacos se salían de su lugar.

Kouga sabía que eso no tendría que ser necesario. No cuando sus ojos azules chocaron directamente con los ojos dorados de Inuyasha, que lucían más bien desorientados y embotados. El youkai lobo, silencioso y procurando no alertar ni al kitsune ni el monje, hizo un ademán con la cabeza que claramente guiaba hasta el sagrado recinto donde su familia aguardaba, prometiendo rendir cuentas y un sinfín de explicaciones que quedaron al aire con esa sencilla mirada.

Así, con pasos cautelosos y lentos, Inuyasha se guió. Siguiendo un olor que le parecía extraño, nuevo pero familiar.

El olor a jazmines recién cortados naciendo en las montañas.

En las montañas.

El innegable hogar de Inuyasha y Kagome se encontraba a menos de diez metros de distancia de la cabaña en que el hanyou había despertado. Se detuvo frente a la estera, siendo consciente de los ojos lobunos observándolo, escudriñándolo en la distancia y aguardando (quizás midiendo también) su reacción.

Finalmente, entró.

Olía a restos de sangre que aún no se marchaban del ambiente. Aún así, todo olía a limpio y suave. Todo parecía ordenado, familiar pero distante al mismo tiempo. Sentía que había pasado un puto siglo desde que pisó su hogar, aun cuando hubiesen sido sólo un par de meses.

Al fondo, el lecho donde su familia dormía era suavemente iluminado por la luna llena. Tragó despacio mientras su estómago se llenaba de vértigo, vacío y mariposas, todo junto y por separado. Sus manos temblaron y sus pies casi se plantan a sembrarlo en el suelo, dejándolo ahí de por vida. Pero al final, se armó de valor para caminar y observar el futón, a detalle.

Kagome... su mujer dormía, serena. Tranquila, hermosa. Había una suave línea oscura adornando la piel bajo sus ojos, pero una sonrisa adornaba suavemente sus labios y rostro dormido, con verdadera y entera dicha. Sonrió, casi sin proponérselo. Aún recordaba esa angustiosa época en que ella sólo lloraba y él no entendía nada; esa época en que temía perderla a manos de la muerte y le costó días enteros poder conciliar el sueño sabiendo que ella no despertaba.

Pero ahora ella estaba ahí. Y ahora era feliz.

Ella era auténticamente feliz.

Esto inmediatamente lo llevó al que sería, se aseguró a sí mismo, el centro de su atención de ahora en más. Un pequeño bulto que dormía, curiosamente, en la misma posición de lado, que su mujer.

El cachorro.

El instinto demoníaco de Inuyasha gruño de placer mientras lo observaba. El propio hanyou gruñó, encantado.

Lo más reciente que recordaba antes de haber despertado, era la voz de Kouga haciendo eco en su interior, repitiendo que el cachorro era un macho. ¡Un macho! Eso se oía demasiado bien. Ya podía imaginárselo, siendo un cachorro fuerte y valiente. Joder. Poderoso también. No por nada Sesshomaru le había obligado a jurar por su honor que le cedería el entrenamiento de su hijo a él. No por nada todo mundo fue detrás de él mientras estuvo en el vientre de su madre.

Observó a detalle aquel hombrecillo dormilón junto a su madre. Era pequeño y parecía muy delicado. Su piel era blanca y pese a lucir suave, aún había resquicios de arrugas en la piel uno de sus bracillos descubiertos. Había una mata de cabellos platinados sobre su cabeza y una tierna orejita de inu* color negra se agitó tratando de escuchar algún ruido.

No supo por qué, pero le dio la impresión de que si el cachorro abría los ojos, estos serían idénticos a los de Kagome.

Era, simplemente, perfecto.

Sus sentidos se alertaron al sentirse observado y cuando se agitó a manera de reacción, descubrió los ojos azules de Kagome refulgiendo en la oscuridad, brillando gracias a la luz de la luna, clavados en ella. Inuyasha lucía tenso y alterado. Siendo que había cedido a sus instintos más primitivos cuando se vio incapaz de dar cacería a un youkai que le amenazaba; sus torpes sentidos encontraban coherente confiar plenamente en ese instinto superior que le cuidaba de cerca.

Pero no había peligro, sólo sorpresa.

Azul contra dorado. Y la voz de Kagome que tembló mientras hablaba suavemente con los labios aún curvados en una sonrisa—. Inuyasha.

Alguna ocasión, estando lejos de ella y su cachorro, que día tras día le llamaba furioso en la distancia, aguardando su regreso, Inuyasha había temido siempre reencontrarse con Kagome. Tenía tanto miedo de que aquella persecución, tantos encuentros y batallas poco fructíferas, lo llevaran a ausentarse tanto tiempo de ella.

Tenía miedo de volver a ella muy tarde, mucho tiempo al futuro. Y ver sus ojos y no saber qué mierda decir.

Ahora que estaba frente a ella, todos esos temores parecían haberse disipado como la niebla ante el sol. Y con voz seguro, encontró exactamente lo que tenía qué decir—. He vuelto.

La sonrisa en los labios de la miko se ensanchó al escucharle hablar, mientras las lágrimas fluían felices de sus ojos—. Bienvenido a casa.

La mano de Kagome se alzó de entre las cobijas y buscó la del hanyou. Inuyasha no recordaba que fuera tan pequeña y delgada. El ojidorado la sostuvo, justo en el momento en que ella buscaba levantarse y él ponía su mano libre en la espalda femenina, para ayudarla a impulsarse.

No hacía falta que las palabras salieran de labios de uno u otro. Kagome no tenía qué preguntar acerca del viaje para saber cómo lo había pasado; Inuyasha no tenía qué preguntar sobre el avance de su panza y el bebé, en vista de lo obvio. Las simples miradas hicieron una cantarina danza donde todo y nada fue dicho, donde el amor salió a flote y los reencontró de nuevo, como muchas veces ya lo habían hecho.

El bulto a lado de Kagome se movió indignado mientras la azabache se daba la vuelta hacia él y lo tomaba en brazos, haciendo que el pequeño agitara esa curiosa orejita negra y luego se enfurruñara encantado en el calor materno.

—Ha cambiado desde que lo conociste, ¿verdad? —Preguntó Kagome mientras acunaba con ternura al pequeño bebé. Inuyasha movió las orejitas de inu* despacio, mientras se acercaba a ella y la rodeaba entre sus brazos.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Cuestionó él, atendiendo los gráciles movimientos que ella hacía con el cachorro en sus brazos, embelesada y aturdida por esa dulce presencia.

—Quince días. —¡Quince días le costó recuperarse del shock de ver a su cachorro, de no haber dormido y estar casi al borde de la muerte luego de matar a esa cosa! Inuyasha se sintió extrañamente turbado mientras sopesaba aquella idea; cuando su mujer ya estaba removiendo un poco las mantas que cubrían el rostro del cachorro y habló, suavemente, distrayéndolo de sus pensamientos—. Yamato-chan, papá ha vuelto a casa. —dijo mientras lo levantaba suavemente y frotaba su mejilla contra la regordeta y sonrosada de él. Un pequeño gruñido de bebé la detuvo y luego de dedicó una paciente mirada al bebé, que se calmó al instante en que ella frotó con suavidad la mata de cabello y una de las orejitas.

—Es un cachorro fuerte. Y sano.

—Y se parece mucho a ti. —Apuntó ella, mientras le sonreía con la mirada más genuinamente feliz y cansada que él recordaba haberle visto—. Y no llora. Grita. Tanto, que me sorprende que no haya despertado a tu padre y madre de la tumba. —Bromeó ella mientras él le devolvía una agotada sonrisa. Luego, con todo el valor del que fue capaz de cargar, estiró su garra hasta la mejilla del bebé que dormía en brazos de su madre y lo tocó.

Las orejitas negras se movieron al contacto, que al principio quiso ser rechazado, pero fue aceptado al final sin mayores quejas.

—Pero tiene tus ojos.

—¿Cómo es que lo-...? —Ella calló mientras se giraba para encarar a su marido y lo encontraba embobado con la tierna y redonda carita del cachorro que dormía plácidamente en sus brazos. Sonrió—. Inuyasha.

—¿Mmmh? —Kagome aprovechó ese momento para girarse, donde le dio la vuelta al bebé en sus brazos antes de dárselo al padre, que lo sostuvo a regañadientes, temeroso—. Kagome, no! ¿Y si lo tiro? Es tan ligero como una pluma. ¿Y si lo rompo?

—¿Cómo vas romper a tu propio hijo, Inuyasha? Sé que lo harás bien. —Reprendió ella con una sonrisilla liviana mientras veía a su marido tentar bien apenas el agarre al cachorro y luego la azabache lo ayudaba a sostenerlo entre sus brazos, de manera que pudiese acunarlo. Los bracitos del bebé se movieron ansiosos, hasta que la mano de su padre le acaricio una manita y luego el bebé atrapaba habilidosamente uno de sus deditos en su pequeña manita.

Kagome sabía que el hanyou había quedado irrevocablemente enamorado de ese bebé en el instante en que lo observó. Así que sonrió mientras estiraba su brazo y acariciaba suavemente el cabello sobre su cabeza, cual niño pequeño.

—Es una pena que no podremos darle un hermanito. —Sonrió ella mientras recargaba su cabeza en el hombro del hanyou, siguiendo la mano encantada de Inuyasha aferrada a la del bebé. El hanyou de ropas rojas inclinó su cabeza ligeramente hacia ella y con ese pequeño gesto ambos supieron lo que el otro gritaba en su interior, acompañado de una especie de pena que los consumía, pero que prometía traerles muchos días de felicidad al futuro.

—Yamato estará bien. Nos tiene a nosotros. Y yo los tengo a ustedes. —Kagome sonrió, mientras se acurrucaba junto a Inuyasha y juntos le dedicaban largas miradas al cachorro que ahora dormía complacido en los brazos de su padre.

—Siempre nos tendrás a nosotros. —Declaró ella con solemnidad y alegría cansina impresa en su voz, momentos antes de que el sueño los invadiera y los arrastrara a las aras de la inconsciencia onírica en esa precisa posición, como una forma de cálida y hogareña bienvenida para el hanyou Inuyasha.

.

Afuera de la cabaña, tres adultos y un kitsune relajaron posiciones soltando un pesado suspiro de alivio en torno a aquella casita, al ver que las sospechas de peligro habían sido un sinsentido y que todo estaba perfectamente bien dentro de la cabaña de la flamante y nueva madre.


Kagome tuvo qué morderse la lengua para evitar soltar la palabra y estampar a su marido en el suelo con ira. Enterrarlo vivo, de manera que nunca más pudiera salir de ahí. Estaba enojada y se notaba. Quizás, mucho más que eso.

El hanyou sabía que lo observaba, descansando despreocupado sobre la rama de un árbol alto. Por eso hizo un gesto despectivo, enfurruñándose más en su lugar. Kagome le habría jalado el cabello antes de gritar osuwari hasta quedarse ronca, pero se volvió a contener. Ahora tenía otras prioridades.

Ignorando la mirada protectora de su marido, la miko se encaminó a las afueras del bosque, donde esperaba encontrar pronto la razón por la cual había reñido con Inuyasha. La razón por la que repentinamente tenía deseos de quedar viuda.

¿Acaso Inuyasha no se podía quedar callado alguna vez?

Desde que su pequeño había nacido, Inuyasha se había vuelto, prácticamente, un deslenguado. Decía lo que sentía y lo que pensaba en el momento, nunca preguntándose si acaso hería los sentimientos de la gente. Si bien, ahora era menos orgulloso y había aprendido a ser un hanyou compartido con su pequeño retoño, al grado de aceptar cuando se equivocaba; muy de vez en cuando soltaba alguna palabra amable, como si se le quemara la lengua por decirlas. No era que Inuyasha nunca hubiese sido idiota con las palabras pero... venga. Esta vez se había pasado.

No conformándose con eso, la había metido en semejante aprieto de responder preguntas que, hasta el momento, había encontrado difícil, sino imposible, responderle a su pequeño retoño de ya diez años.

Mamá, ¿por qué papá le dijo esas cosas tan horribles a Rin-chan?

Se había quedado callada cuando el niño habló, angustiado por la forma en que la susodicha había salido de la cabaña, corriendo como podía y llorando, luego de que Inuyasha la asustara. Había dicho que Rin era muy menuda y que youkais como Sesshomaru generalmente tenían camadas de dos o más cachorros, haciendo implícito el hecho de que seguro ella no sobreviviría al alumbramiento. Y luego volvió sobre aquella extraña condición que pasó Kagome estando embarazada de él, que Rin terminara tan asustada por ser madre que el cachorro pudiera lastimarla.

Estaba claro que Rin había salido asustada de perder todo por llevar en su vientre al heredero de Sesshomaru.

Explicarle al niño que la observaba con sus enormes ojos azules todo eso no había sido sencillo. Mucho menos cuando involucraba la existencia propia en ese mundo. ¿Con qué cara podía Kagome decirle a su bebé 'estuve a punto de morir por no haberte querido cuando estabas en mi panza', si ahora lo amaba con todo su corazón?

—Rin-chan, ya no llores. No morirás y no te pasará nada malo. —Escuchó la dulce vocecilla de su cachorro no muy lejos del sendero que seguía y luego aguzó el oído. Un lamento suave se escuchaba más al fondo, como enmarcando una escena imaginaria a su vista. Kagome siguió andando hasta un pequeño claro, casi llegaba al arroyo cuando volvió a escuchar aquella voz—. Rin-chan, ¿tienes miedo?

Luego se detuvo, y movió suavemente los arbustos para encontrar a su cachorro apenas. Estaba sentado junto a Rin, taimado, y los mechones plateados de su cabello estaban todos revueltos, aún más de lo usual. Estaba preocupado. Lo sabía porque cuando lo estaba, sus orejitas de perro negras se movían frenéticas. Y ahí estaba ella, radiante y con un vientre grande y redondo, tallándose los ojos como si fuera una suerte de niña pequeña, junto al arroyo.

Kagome agradeció que el cachorro aún encontrara difícil seguir olores.

—Mamá me dijo que papá quiere mucho a Rin-chan y sólo está preocupado. —Kagome abrió los ojos con algo de sorpresa mientras espiaba de lejos la situación y sonrió levemente al reconocer aquel argumento como su explicación—. Dice que cuando yo aún no nacía, pasó algo muy feo y mamá y yo casi morimos, hasta que el tío Sesshomaru nos rescató. Papá no quiere que Rin-chan pase por eso también y por eso está asustado. —Desde lejos, Kagome pudo observar como la aludida hipaba antes de quitarse las manos de la cara y ponerle atención al cachorro, como si estuviera sorprendida.

Kagome se alejó de los arbustos y sintió que las lágrimas le salían de los ojos y al dar la vuelta encontró a su marido observándola intensamente, como con curiosidad. El cruce de miradas luego de haber escuchado todo aquello decía con palabras lo que ellos ya pensaban: el cachorro era listo. Quizás incluso ya entendía que alguna vez su madre renegó de él y que Inuyasha no pudo hacer nada para salvarlos a tiempo.

Aún ahora a Kagome le costaba recordar eso sin llorar.

Pero ahora, en compañía de su amado hanyou, la miko se limpió las lágrimas mientras estiraba la mano y se acercaba a él, al tiempo que se escuchaba de fondo la dulce conversación en la que Rin se atrevió, finalmente a responder al cachorro.

—Yamato-chan —dijo—, Yo... yo le pedí a Sesshomaru-sama que salvara a Kagome-sama aquella vez, cuando supe que ella podía morir.

Inuyasha y Kagome se observaron con mayor fuerza que antes, él incapaz de olvidar como se había grabado en sus ojos la muerte de su amada, y cómo Sesshomaru, haciendo uso de una benevolencia inusitada, había finalmente accedido a salvarla, a cambio de darle a su hijo para entrenarlo; ella, incapaz de pensar en alguna manera de agradecer lo que aquella azabache, siendo apenas una niña, había hecho por ellos.

—¿Ah, sí? Pues estoy agradecido contigo, Rin-chan, por habernos salvado a mamá y a mí. —Kagome se acercó veloz al cuerpo del hanyou de ropajes rojos y se hundió en su abrazo, llorando más fuerte, pero amortiguando esas emociones acumuladas en su interior junto a él.

Pero ambos habían estado bien después de aquello. Ahora ya eran una familia de verdad. Si bien era una familia pequeña, ni Inuyasha ni Kagome podrían pedir algo mejor, porque no había nada mejor que esto que tenían.

—Venga, Rin-chan. Volvamos a casa, el bebé debe estar cansado. Y me aseguraré de que papá se disculpe contigo.

—Gracias, Yamato-chan. —Rin se escuchaba más compuesta ahora. Luego se les escuchó tomar un sendero distinto y caminar de vuelta a la aldea, como si fueran totalmente ajenos a la permanencia de los progenitores del niño en el bosque, tan cerca de ellos.

Cuando estuvieron seguros de que el cachorro y su ahora tía habían abandonado la zona y ya estaban muy lejos camino a la aldea, Kagome se separó de Inuyasha y le sonrió, olvidando toda esa ira y molestia previa que le había provocado. Olvidando los rencores y las malas palabras, los problemas y los malos entendidos.

Orgullosa como el hanyou de que todos los malos ratos, aquellos que trajeron auténtico sufrimiento a sus vidas, hubiesen terminado ya y hubiesen pasado a una historia más tranquila, llena de esperanzas renovadas de un futuro brillante y prometedor, al menos en esta ocasión, para su cachorro.

—¿Volvemos a casa? —inquirió ella sin dejar se observarlo, como si temiera que todo fuera un sueño, como en aquellas épocas en que todo el sufrimiento evitaba que la felicidad fuera una forma común de vivir el diario. Cuando una simple sonrisa de él se volvía un elixir en medio de la enfermedad o de la muerte.

Aún parecía como un sueño. ¿Sería que aún estaban dormidos en algún punto del pasado?

Y con una sonrisa presuntuosa, como las que Inuyasha solía dedicar en general, el hanyou asió su femenina mano con la garra y haló de ella tiernamente, para comenzar a caminar de vuelta a la aldea, sin dejar de sonreír—. Yamato debe estar esperando. Después de todo, le debo una disculpa a Rin.

Fin del epílogo.

Fin de As if in a dream.


Terminado: 22 de noviembre de 2013.


PS. Y bueno, este ha sido el fin, chicos y chicas. Me tomé un poco de tiempo extra porque entré en períodos de examenes finales y mi titulación está a un mes de distancia y los proyectos... bueno, mejor ni les cuento. Sólo les comento que me tomé un respiro de los trabajos finales para terminar el epílogo y publicarlo.

Les recomiendo, antes de pasar a lo demás, que escuchen la canción recomendada mientras leen el fanfic. Porque, como ya se imaginarán, esa fue la canción que comenzó todo. Fue la canción que me inspiró y me trajo caminando a lo largo de este fanfic. Y fue una pieza clave para escribir este epílogo. Aún si no buscan la letra, notarán que así fue (aunque también confieso que tomé aspectos de la letra para el fic. Si encuentran la letra y la leen, notarán que es cierto).

¿Qué les ha parecido? Traté de hacerlo emotivo, pero al mismo tiempo darles pauta a que imaginen ustedes. Algunos fragmentos de lo que puede pasar en el futuro se los mostré en otros capítulos, a través de sueños de Inuyasha y Kagome, así que ya pueden imaginarse :3 recibí también un review preguntándome si haría continuación del fanfic y la respuesta oficial es que No. Peeero, me estoy planteando la idea de hacer un oneshot a modo de spin-off, pero todo desde el punto de vista SessRin. Aún no es seguro, pero ya se enterarán.

Tampoco me metí mucho en Yamato, que era la idea al principio del epílogo. Escribir totalmente centrado en él. Pero esa nunca fue mi intención cuando escribí este fanfic, así que incluí algunos de los sueños para apaciguar esa parte de mí que quería hacer algo totalmente Yamato-centric. Oh, y no olvido que aún quiero hacer un spin-off de Yamato, pero ya siendo adulto. Pero ya se verá xD cuando termine mis proyectos finales y empiece a trabajar y todo eso :3

Muchas gracias a todos y todas aquellos y aquellas que siguieron As if in a dream capítulo a capítulo, semana a semana. ¡Gracias por ser una motivación enorme y constante para terminar este fanfic! Por mi parte, no sólo les doy las gracias, sino que me comprometo a terminar de pagar las respuestas a los reviews X3. Es una promesa.

Espero leerlos pronto, ya sea vía review-respuesta a este fanfic. O bien, en algún otro fanfic.

Onmyuji.