Disclaimer: Nakamura Yoshiki es la autora original de Skip Beat! y todos sus personajes.


La bruja del cuento


Debería estar preocupado. A fin de cuentas, su representado estaba ingresado en el hospital con una brecha en la cabeza del tamaño de una pluma, los medios de comunicación habían empezado a emitir disparates acerca de lo que podría con certeza —y sobre todo, sin ella— haber malherido al prestigioso actor, y él se había pasado la noche suplicando perdón a los contratantes, regateando de uno u otro modo la mejor forma de recompensar el incumplimiento de ciertos contratos por el bien de ambas partes. Sin embargo, todo parecía empequeñecerse en comparación a la puerta que finalmente parecía abrirse para Tsuruga Ren y Mogami Kyoko. ¡Por todas las deidades habidas y por haber! Si eso no era amor, si la mirada que esa chica le había lanzado a su mentor en el hospital no era similar a la que éste le hubo devuelto cuando repentinamente había sufrido aquel desmayo, entonces Yashiro Yukihito no sabía absolutamente nada del mundo que le rodeaba y Cupido no era más que una propaganda de centros comerciales en fechas concretas.

No. Por supuesto que muchas cosas cambiarían a partir de ahora y no pensaba privarse de la sonrisa tonta que proclama a su alrededor lo feliz que la sola idea le hacía.

Inclinó la cabeza para corresponder a la guapa enfermera que amablemente le había deseado los «buenos días» y cruzó la esquina para contemplar por fin la puerta donde le estaría esperando el actor con una reprimenda detrás de los labios por haberse retrasado a pesar de lo temprano que era.

Estaba a un par de metros del picaporte cuando la puerta se abrió, una sombra salió disparada de ella mientras le empujaba y le hacía perder de las manos la bolsa donde llevaba la ropa de repuesto de su representado. Era una estela de lágrimas lo que prosiguió a su imparable huida, y sólo hasta que oyó la sufrida disculpa de su voz, Yashiro reparó en que se trataba de la mismísima Mogami Kyoko.

Una corazonada le hizo aplastar los dientes. Yashiro apartó la puerta de malas formas y la absorta mirada del actor se entrelazó con la suya desde la camilla donde ahora estaba sentado.

—¿Se puede saber —preguntó con enojo— qué demonios le has hecho esta vez a esa pobre chica, Ren?

El hombre en cuestión negó con la cabeza.

—Nada. No he hecho nada —dijo sin ninguna emoción en particular—. Ése es el problema.

Yashiro suspiró antes de llevarse una mano a la sien y cerrar la puerta.

Era cierto que iban a cambiar las cosas, pero nunca habría imaginado que para peor.

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Mogami Kyoko tragó grueso por enésima vez y se encogió aún más sobre el mullido sillón en el que se apretaba las rodillas y miraba algún punto insignificante en la moqueta del suelo. Lory esperó pacientemente, le había apremiado con valiosos segundos que empleó en sorber un poco más de ese exquisito Jerez antes de volver a dejar la copa al borde de la mesa que los separaba, y aún así, ella parecía reacia a replantearse sus intereses.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo? —le preguntó con gravedad.

—Sí, señor.

—Sabes que hay ciertas decisiones en la vida que tienen un punto de no retorno.

—Me haré responsable por ello, no debe preocuparse. No tengo intención de causarle más molestias.

El hombre gruñó al fruncir levemente el ceño. ¿Dónde había quedado la valiente joven que hace un tiempo había jurado solemnemente no perder contra los sentimientos que a él le habían sido revelados en ese mismo despacho?

—Así que vas a huir y a renunciar a todo lo que has conseguido sólo porque estás asustada... —concluyó cargado de decepción.

—No diga eso. —Kyoko alzó la vista del suelo ofendida por aquella acusación—. Usted sabe que lo he intentado.

—¿El qué? ¿Reprimir tus emociones y nunca dar el siguiente paso? —El hombre bufó por la nariz antes de hacer un gesto desdeñoso con la mano—. Semejante cosa sería tan absurda como pedirte que aguantaras eternamente la respiración bajo el agua. Un pez no vive sin branquias, al igual que un ser humano no puede hacerlo sin corazón. Esa insensata competición es cosa tuya, Kyoko. Yo jamás te pediría eso.

—¡Usted no lo entiende! —insistió con la voz temblorosa—. Por supuesto que toda mi estancia en Tokyo ha sido el periodo más preciado de mi vida, por eso tengo los mejores motivos para marcharme ahora.

—Pues explícamelos, querida, porque sinceramente no entiendo tus miedos.

Ella esbozó una exhalación entrecortada y Lory reparó en que probablemente estaba siendo demasiado injusto con ella. La chica tragó con dificultad, como si las palabras se aferrasen a sus cuerdas vocales, y un brillo fácilmente reconocido amenazó con saltar desde el borde de sus ojos.

—Mogami-san —dijo con suavidad mientras se inclinaba ligeramente hacia delante—. Mantenerte junto a la persona que amas te hará sufrir, te lo aseguro, hasta el último de tus alientos. Pero, alejarte de ella no te hará feliz tampoco. Alguna vez tendrás que asumir que debes convivir con la moderada mezcla de ambos conflictos.

Él vio cómo se retorcía una y otra vez las manos sobre el regazo. Lo que más deseaba ahora mismo era telefonear a Yashiro Yukihito para que le detallase de forma objetiva lo que podía haber ocurrido durante las últimas horas en la habitación de ese hospital. El último reporte que había tenido de él es que la chica en cuestión iba a quedarse al cuidado de Tsuruga Ren en lo que parecía un ambiente de confesiones inaplazable. Y de repente, ella irrumpía en su despacho para suplicarle algo tan descabellado como una renuncia.

—¿Ha sido ese muchacho? —inquirió con delicadeza—. Kyoko, ¿Tsuruga Ren ha dicho o hecho algo que te molestara? Si es así, debes decírmelo, hace tiempo que necesitaba una nueva cabeza en mi vitrina de trofeos de caza...

La chica vaciló por segundos que le parecieron semanas. Cielo santo, quería a ese chico, pero si había cometido cualquier imprudencia con ella, entonces...

—Tsuruga-san nunca ha dejado de ser el mismo con respecto a mí. —Había convicción en sus ojos cuando se volteó a mirarle—. Soy yo, Takarada-san. Soy yo la que vuelve a caminar hacia atrás. Sé que usted tiene ciertas esperanzas puestas en mí, pero yo sé que jamás podré satisfacerlas. No permitiré que esto siga adelante —sentenció como si su vida entera dependiera de esa resolución—. No me desharé de estos preciosos recuerdos ni haré que el hombre a quien admiro llegue a odiarme. No otra vez. Ya no seré más la bruja del cuento, presidente.

Takarada sólo pudo entreabrir los labios. No importa qué hiciera o dijera, si había alguna forma de derrotar las sombras de su corazón, desde luego, no era él el bendecido para tamaño destino. Resopló con resignación y agitó la mano para atraer a su subordinado y susurrarle al oído las indicaciones pertinentes para preparar su salida de la empresa.

—Al menos, Kyoko, podrías darle a este pobre de espíritu las razones por las que pensaste que Tsuruga Ren haría algo tan improcedente como repudiar de ti.

La chica se encogió de hombros. Se elevó del asiento con la gracilidad que la caracterizaba y se inclinó para tomar el documento del que a él le costaba desprenderse.

—Simplemente, lo sé —respondió, sosteniendo suavemente el documento—. El amor a veces juega sucio, Takarada-san. Yo le entregaría lo mejor de mí cada día de mi vida y sólo conseguiría a cambio que él me aborreciera por ello, que detestara la mujer celosa y aburrida en la que puedo convertirme y que él se sintiera desdichado por la carga de tener que apiadarse de mí incluso aunque deba recurrir a engaños. Yo ya he leído ese cuento antes, presidente. No permitiré que algo así se repita con Tsuruga Ren. Él se quedará con un bonito recuerdo de mí y yo jamás tendré nada que reprocharle a él.

Takarada Lory sonreía con tristeza aunque un cruel aguijonazo palpitara en su pecho; esa chica seguía todavía viviendo bajo la sombra de alguien más.

Cedió finalmente su carta de despido y le envolvió por completo sus pequeñas manos antes de que pudiera apartarlas. Entonces, advirtió también que ella estaba temblando.

—Se feliz allá donde vayas, Mogami Kyoko —le expresó con sinceridad—. No me cabe duda de que nadie más que tú se lo merece.

Ella le regaló una melancólica sonrisa antes de asentirle con fuerza.

Ahora era una promesa.

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Se reclinó sobre el espejo de un coche aparcado cerca del restaurante para convencerse de que no tenía los ojos tan hinchados y enrojecidos. Lo último que deseaba en el mundo era preocupar al Jefe y a su esposa cuando ya había sido lo suficiente desolador explicarles de golpe a porrazo que tenía que marcharse lejos y tomarse un respiro, cuyo retorno era de todo menos claro.

También se había despedido de Takarada Maria. La encantadora nieta del presidente había hecho un puchero como si en sus adentros supiera secretamente que la estaba tratando como a una niña y que el viaje por diversión que emprendía gracias a los consejos del doctor tras su desmayo, no contemplaba un billete de regreso. Le dio un abrazo a Chiori, quien sin entender nada, le correspondió con una calidez impensable en ella. No pudo, sin embargo, hacer lo mismo con Kanae Kotonami. Ella había sido su mayor punto de apoyo cuando absolutamente nadie había apostado por sus habilidades. Sabía que se derrumbaría a sus pies si trataba de convencerla de que aquello no era una rendición, sino una retirada a tiempo para volver a retomar su vida con muchas más energías. La llamaría a la mañana siguiente, cuando su vagón la condujera a ese punto del país donde había querido ir siempre.

Kyoko suspiró con pesadez.

Era una lástima. Casi había conseguido lo que se había propuesto; apartar la mujer ordinaria que había sido toda la vida y valerse por sus propios medios sin la necesidad de caer en esa enfermiza dependencia suscitada por el amor que al final volvía a los protagonistas infelices.

Pero, había aparecido él.

Los labios de la dueña del restaurante se curvaron en cuanto ella atravesó la puerta y Kyoko se hundió en esos brazos reconfortantes cuando se extendieron hacia ella a pesar de lo concurrido que estaba el negocio aquella precisa noche. La mujer apoyó el mentón en su cabeza y ella apretó los dientes y cerró los ojos para que ni una lágrima más escapara de ellos.

—Cielo mío, sabes que ésta siempre será tu casa, ¿verdad? —le susurró al oído.

—La única que tengo.

Kyoko subió la barbilla para sonreírle y la mujer le dio un enorme achuchón antes de permitirle respirar adecuadamente.

—Cuando termines de empacar tus cosas quiero que bajes a cenar con nosotros. —Hizo un movimiento disimulado hacia el hombre que guisaba tras la puertas de las cocinas con un gesto demasiado hosco—. Ya sabes cómo suele comportarse. Está triste por tu marcha, pero lleva toda la tarde preparándole a su dulce niña sus platos favoritos.

—¡Oh, no era necesario! Me gusta todo lo que el Jefe cocina, habría bastado con cualquier cosa, se lo digo siempre.

—Por eso mismo, querida —le aclaró—. Preparar todas y cada una de las recetas que conoce lo ha mantenido ocupado toda la tarde. No le niegues esos pocos caprichos que puede darte. Así que, por favor, hazte la sorprendida cuando los veas.

Kyoko rió al forzado guiño de aquella entrañable mujer.

—Muy bien. Vuelvo enseguida. Sólo tengo que guardar un par más de prendas.

Ya había alcanzado el pasamanos de la escalera cuando su tierna voz le apuntilló los talones.

—Por cierto, hace un rato vino un chico a verte. Probablemente también quería despedirse y...

—Espere, no, ¿un chico? ¿Cuándo? ¿Quién? —quiso saber con intranquilidad.

—Oh, no estoy segura de haberlo visto en mi vida. Se presentó como un viejo amigo de la infancia, le dije que podía esperarte en alguna de las mesas, pero tuve que pedirle que aguardara en tu habitación —musitó aquello como si la idea no le convenciera del todo—. Debe ser alguno de esos cantantes que se dedican a hacer gritar a las chiquillas. ¡Nunca había tenido el restaurante tan lleno como entones! —Su alegre risita se detuvo en cuento reparó en la palidez de la joven—. Lo siento, querida, tal vez no debí decirle que... ¿Te he molestado?

—No se preocupe —dijo con una sonrisa tensa—. Todo está bien, yo me encargo a partir de ahora.

¡Por los siete infierno juntos! ¡Dios debía de odiarla mucho para hacerle aquello!

Llevaba un día de pena, el peor de la corta e intensa historia de su tétrica existencia, y eso expresaba con suficiente claridad el grado de gravedad que estábamos abarcando. ¡Lo que menos quería como broche de oro era toparse con la maldita, arrogante y repetitiva cara de Fuwa Shotaro!

Ese bastardo...

No podía creérselo. Sencillamente, no podía. Con lo discreta que había sido con respecto a su nueva decisión, ¿quién era el desgraciado topo de LME que le había ido con la noticia? Ahora tendría que soportar cómo le restregaba por la cara lo patético de su derrota, con su risita insoportable y su pose petulante. No podía echarlo a patadas delante de todos los preciados clientes del Jefe, pero siempre podría arrojarlo por el balcón...

Bendito Dios... Ahora que lo pensaba, puede que fuese exactamente eso lo que estaba necesitando en ese momento.

Sus pies terminaron de aplastar el último de los peldaños de la escalera como si se tratase de una bestia gigantesca y no de una adolescente de unos cuarenta y cinco kilos. Enroscó con decisión los dedos sobre el picaporte de la puerta y la estampó contra la pared con un sonoro gruñido.

—¡Tú, te juro que te voy a...!

Durante el agónico ascenso había pensado en muchas formas de cumplir una venganza improvisada, pero lo cierto es que nada la había predispuesto para hacerle frente a él.

El hombre que había allí parecía colmar con su presencia toda su diminuta habitación. No entonaba con la mediocridad del insulso espacio, era surrealista que permaneciera allí, reclinado sobre su imponente altura, al lado de su pupitre, detallando con las yemas de sus dedos los contornos de los posters que recalcaban los objetivos de su existencia. El suave vaivén de sus movimientos le hizo sentir que le ardían las mejillas, pero no volteó la mirada. Los largos y castaños mechones de pelo caían sobre el pañuelo intensamente azul que le rodeaba el cuello, y sus afilados y misteriosos ojos la buscaron por encima del hombro del que descendía un largo abrigo blanco.

Kyoko tragó grueso. La boca de su estómago se contrajo y las ventanas de su nariz se abrieron en cuanto el suave perfume que ahora flotaba en el aire le llegó hasta lo más recóndito de su ser, activando esos anhelos que ella tanto temía.

Esto era incluso peor que haberse topado con el imbécil de Shotaro.

—Tsuruga-san, debería estar descansando y recuperándose en casa —trató de decir con una naturalidad forzada.

Pero, el dulce y tortuoso palpitar de su corazón se desató de nuevo en cuanto él se dio media vuelta y adelantó un paso.

—¿Te sorprende? —respondió con cierta reprobación—. Te fuiste...

—No era mi intención preocuparle.

—... llorando —concretó con firmeza.

El nudo se apretó en su estómago. Sabía que había dolor en los ojos que la estaban mirando.

—Con respecto a eso, yo realmente... —Su voz vaciló—. Lo siento mucho, Tsuruga-san. No sé qué pasó. Yo estaba... confundida a causa del accidente. Creía que tenía que decir... No debería...

—No, ni se te ocurra insinuar eso —interrumpió tajante—. Debería haber sido hace mucho tiempo.

El actor pasó la mano por la maleta que ocupaba su cama, la inquietud que mostró ante aquello fue una nueva puñalada a su tranquilidad.

—Parece un equipaje pesado. ¿Te vas a algún lugar, Mogami-san?

Oh, por favor, no podía ser que le estuviese costando tanto hacer aquello.

—Después de considerarlo, creo que es lo mejor que puedo hacer.

—¿Lo mejor? —repitió, volviendo la mirada al equipaje. Lo meditó un instante y luego suspiró con cansancio—. Sí, tienes razón. Esto tiene que terminarse, Mogami-san. Esperaba no tener que llegar a este punto, pero me alegra que hayas sido tú quien lo ha decidido. No podemos pretender que nada de lo que ha pasado estos días tiene por qué cambiar por siempre la relación entre ambos. Yo, personalmente, no soportaría la idea de verte cada día y aparentar que tu presencia ya no me incomoda.

Ella tragó grueso antes de asentir.

Una cosa es que fuese consciente de que era un estorbo, y otra muy distinta es que él se lo asegurara.

—Las cosas no volverán a ser como antes nunca más.

—L-lo comprendo. Yo... sólo lamento las molestias.

—¿Estás segura de que lo entiendes? —El chico frunció el entrecejo. Ella parpadeó confusa, y entonces, él aclaró—: Ya no es posible reanudar nuestra relación donde estaba antes, porque no puedo seguir sentándome a tu lado sin caer en la tentación de pasar mis dedos por tu rostro o morderte los labios sencillamente porque me apetece. —Kyoko contuvo el aliento mientras él recortaba con lentitud las distancias.

—Tsuruga-san, por favor, no diga...

—Ya no puedo conformarme con la idea de pasar el día a tu lado y regresar a casa imaginando el resto de la noche lo feliz que sería si tan sólo estuvieses allí conmigo, entre mis brazos. No lo haré más, Mogami-san. No ahora que sé que tú podrías desear lo mismo.

Por el amor de Dios, ¿por qué le estaba pasando aquello?

Sabía desde hace un tiempo que era algo más especial para él que una simple pupila, pero había confiado en que Tsuruga Ren tuviese el suficiente sentido común como para alejarse de una chica asignada a semejante departamento precisamente por su incapacidad para amar y hacer felices a las personas.

Él se cernió sobre ella y sus ojos se cerraron para aspirar con deleite el sutil matiz a vainilla que seguramente el actor había añadido a su última taza de café del día.

Tenía un aliento tan cálido, tan dulce...

No debía ni podía estar deseándolo. Pero, resistirse a ese sucio y rastrero sentimiento del que volvía a estar presa no era tarea sencilla.

Aún así, Kyoko respiró profundamente y alzó la vista con convicción. Ese hombre le importaba demasiado como para arriesgarse a arruinarlo todo.

—Usted no sabe lo que está diciendo.

—No he estado más seguro de algo en toda mi vida.

—Por favor, Tsuruga-san —suplicó, cuando unos dedos sedosos le acariciaron la sien, tan confortables como había imaginado cuando habían rozado los posters de la pared—. Yo no soy lo que usted necesita...

—Tú eres la única en el mundo a la que yo...

—¡Soy la miembro número uno de Love Me! —le detuvo con nerviosismo. Dios santo, si llegaba a pronunciar esas palabras, no estaba segura de cómo reaccionaría a tal maleficio—. ¿Eso no le dice nada? ¿Es que no comprende lo que algo así significa?

No se dio cuenta de que una lágrima la había traicionado hasta que él echó la cabeza hacia atrás con una mirada atónita. Kyoko tensó las mandíbulas mientras su pecho subía y bajaba con irritación.

—Yo no soportaría ser la persona que le desilusione, Tsuruga-san. No quiero sentir esto... —sollozó—. Me odiará. Puede que ahora no lo entienda, pero me apartará de su lado con el tiempo. A mí no se me da bien hacer felices a las personas. Ya lo he intentado antes muchas veces, y la gente que me importaba sólo... ellas se... —Negó con la cabeza como si aquellos recuerdos aún sangraran en su pecho—. Y cuando eso pase, será más difícil para mí tener que olvidarle. Por favor —le rogó—. No me haga pasar por eso otra vez.

Ren se separó con brusquedad. Sus dedos rozaron el vendaje que tenía a un costado de la frente como si aquella dichosa herida volviera a escocerle de nuevo. Con rápida mirada recorrió su habitación. Estaba nervioso. Desesperado. ¿Enfadado? Dio un par de vueltas por el reducido espacio y volvió a plantarse delante suya mientras su dedo apuntaba a algún lugar tras su espalda.

—¿Es eso...? —protestó—. ¿Es por ese chico? ¿Sigues torturándote por su culpa incluso cuando ya no tienes nada que ver con él?

Ella abrió mucho los ojos y apartó al ceñudo muchacho para detenerse delante de aquella imagen colocada en la pared.

—Esto es lo mucho que me importa hoy día ese idiota —refutó, mientras partía en jirones la imagen.

—No lo comprendes, Mogami-san —le aseguró en un murmullo, mientras contemplaba sin ninguna emoción las pedazos esparcidos por el suelo—. No sé qué es lo que te habrá hecho creer ese cretino, pero esa forma de ensañarse con tu corazón no es lo que yo llamaría amor. Esa manera de querer no existe, Mogami-san. No te engañes. Él no te enseñó nada de lo que tanto te empeñas en seguir rechazando.

—¡Eso no importa ahora...!

—¡Me importa a mí! —le interrumpió. Dos breves latidos y volvía a tener su rostro a esa nimia distancia—. Porque la huella que dejó en ti es lo único que me impide tenerte.

El alto muchacho se había abalanzado hacia ella con una furia notoria, sin embargo, parecía que todo ese robusto cuerpo pudiese deshacerse apenas colocando una mano en su cintura y atrayéndola hacia él, impregnándose un poco del calor que ella sentía subiendo hacia sus mejillas.

Kyoko percibió en sus tímpanos los inquietos latidos de su corazón cuando él apoyó la frente sobre la suya.

—Mogami-san, no es ése el lugar de donde tienes que arrancarle. Su rastro sólo está en tu cabeza porque sólo tú permites que su recuerdo te afecte... —le aseguró—. Elígeme a mí. Quédate a mi lado siempre.

Ella parpadeó con indecisión. Aquellos labios de fuego se apretaron contra su frente, se deslizaron por su sien y se posaron sobre las largas pestañas que aún tenía humedecidas.

Si sentir aquello no era más que un error, entonces sería el más delicioso de toda su vida.

—Y ya no necesitarás esforzarte cada minuto para demostrarle a un cretino idiota que buscas su felicidad, porque para este idiota de aquí, la felicidad serás siempre tú misma.

—T-Tsuruga-san... —barbotó abrumada.

El chico le tomó el rostro entre sus manos. Por un tormentoso instante se acercó tanto a su boca que las rodillas le amenazaron con no soportar su peso. Kyoko entreabrió los labios inconscientemente, pero un último pensamiento debió hacerle creer que tenía que retirarse de ella.

—Podría demostrarte que te equivocas —le expuso en un susurro ronco—. Pero si eres capaz de marcharte sin más y soportar eso, entonces serás tú quien me habrá desvelado a mí que me equivocaba. Y que ambos no éramos definitivamente las personas que estábamos buscando.

Cuando los brazos de Tsuruga Ren la liberaron de su prisión candente, Kyoko tuvo la misma desagradable sensación que si le hubiese saqueado el alma con su partida. Apoyó las manos sobre el pupitre para encontrar un punto de estabilidad y él le devolvió una última mirada devastadora.

—Nunca dejes de ser esa dulce niña de mis recuerdos. De ella aprendí a seguir adelante.

Tsuruga Ren hizo una leve reverencia con la cabeza y ella observó cómo su silueta se esfumada ante sus ojos sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Hace mucho tiempo que renuncié a esa niña ingenua..., meditó con pesar. ¿Cómo es que entonces él la conocía?

La brillante piedra purpúrea pareció abrasarle la piel por encima del apartamento contra su pecho donde siempre la tenía recelosamente guardada.

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Era un insensato. Un patán insensato a decir verdad.

No tenía que haberle dicho eso, no tenía que haberle hablado de ese modo, como si precisamente él entre todos los incomprendidos e idiotas del universo, no supiera con exactitud lo difícil que era desprenderse de los estigmas del pasado. Ahora la había hecho sentir a ella incluso peor de lo que ya estaba, cuando ésa era la mayor prioridad a evitar en su mundo, fuera cual fuese al final la decisión que ella tomase. No quería que su última impresión de él fuera una tan egoísta.

Y es que, simplemente, el miedo no le había dado un respiro.

No se había parado a pensar que sus ansias por retenerla no habían tenido sobre ella más efecto que el de asustarla. ¡Qué demonios! Hasta la más insignificante de sus células vibraba de impaciencia por transformar cada segundo de su existencia en un sueño terrenal donde ella sería para él la princesa con la que tanto había fantaseado desde su infancia. Y, sin embargo, la chica incomparable que había acunado en su pecho sólo deseaba alejarse de él porque, durante demasiados años, le habían hecho creer que era la antagonista de una película que ella sólo se había esforzado en embellecer; siempre dando lo mejor de sí para satisfacer a una madre que no la aceptaba o luchando en una batalla perdida por conquistar el corazón de un chico que jamás la había merecido.

Era tan doloroso..., y más aún, cuando ahora sabía perfectamente que él no podía hacer nada por remediarlo.

Tsuruga Ren estrujó con la punta del pie el último de sus cigarrillos antes de chasquear la lengua con molestia y volver a meterse en el coche.

No sabía cuántas horas llevaba apostado allí, pero el frío no le estaba afectando tanto. La herida de la cabeza le ardía como si sobre ella reposaran plumas de fénix, aunque tampoco necesitaba esa dichosa cicatriz para acordarse perpetuamente de ella, de su dolor, de sus ojos... De la sonrisa angelical que recordaba en aquella niña pequeña y que ya sólo era un débil reflejo en el rostro de la adolescente.

El mundo pareció temblar bajo su auto al tiempo que un creciente ruido atronador engullía los sonidos del paisaje que le rodeaba. Vio en el reloj del vehículo que se avecinaba la primera hora del crepúsculo, aunque todavía no había amanecido ni había rastro del luminoso sol desde el puente poco frecuentado donde ahora contemplaba el horizonte que ya nunca alcanzarían juntos. Las luces parpadearon en el espejo del retrovisor, y un instante después, Tsuruga Ren desvió la mirada por el cristal de su lateral para vislumbrar la imponente velocidad de aquel ferrocarril.

¿Ya está? ¿Así de fácil?

¿Para aquella bestia metálica sería tan sencillo apartarla de su vida, mientras él, por el contrario, debía sobrevivir eternamente recogiendo los pedazos rotos de un amor que ni siquiera había disfrutado ni una sola vez? ¿Como si arrancara la hoja más emborronada de su memoria para que nada hubiese pasado?

Eso jamás.

A lo largo de los años, Ren había creído experimentar el dolor en todas sus más crueles formas, pero nada era equiparable a la desolación que sentía en esa instante. Se pasó la mano por el rostro que sentía cansado y ojeroso, y prendió definitivamente el motor del vehículo que se incorporó demasiado deprisa a la carretera.

Su teléfono móvil vibró en el interior de su abrigo blanco. Se trataba de Yashiro Yukihito. Que todas las deidades del mundo le perdonasen por lo que estaba a punto de hacer y los problemas que aquello acarrearía, pero hoy necesitaba no estar disponible para nadie. Abrió la ventanilla a su lado y arrojó el trasto a través de él.

Sólo un segundo más tarde se arrepintió de esa estupidez. Ahora tendría veinticuatro preciosas horas para atormentarse con lo sucedido en vez de ocupar su mente con algo más...

¿Más qué?

Nada subsanaría la amargura de perder a Mogami Kyoko por segunda vez en su vida.

Durante una hora creía haber conducido de vuelta al apartamento al que no había regresado desde su partida al restaurante Darumaya. Tenía que llegar a casa cuanto antes. Ya era la tercera vez que se equivocaba al tomar una avenida y no quería que sus distracciones mentales llegasen a ocasionar cualquier tipo de altercado.

Inconscientemente, había querido distinguir una sombra concreta a las puertas del elegante edificio donde residía, pero la esperanza sólo torturó aún más el corazón al que debía acostumbrar a estar solo.

Si pudiera...

Si pudiera viajar hacía atrás en el tiempo, habría pronunciado esta vez esas palabras que ahora le quemarían siempre en su interior, sin que ella pudiese hacer lo suficiente para detenerle. Después de todo, la quería. Deseaba a esa chica más de lo que había deseado nada en el mundo, y sin embargo, no podría tenerla nunca.

Nunca.

La palabra le atoraba el pecho.

Ya había tomado las llaves sobre sus manos, haciendo que éstas tintinearan por los silenciosos pasillos cuando alzó la vista hacia el frente, notando además que el corazón se le detenía con rudeza.

Trató de zafarse de las jugarretas que probablemente le gastaba su mente producto del descanso que había ignorado tanto y que el doctor se había empeñado en que debía respetar. Pero, era como si todo a su alrededor se hubiese puesto de acuerdo para atormentarle.

Ren adelantó un paso, suspicaz ante aquella visión. Sus ágiles zancadas terminaron de subir los últimos peldaños y su cuerpo se agazapó con lentitud, demasiado temeroso por la idea de romper aquel espejismo, para enseguida rozar con sus dedos los brillantes mechones de pelo de la chica que se había adormecido entre el hueco de las escaleras, apoyando el sereno rostro entre una abultada maleta.

—¿Tsuruga-san?

El susurro de su voz le hizo sentir que se le partía en dos el alma. Ella parpadeó un par de veces con pereza, y sus grandes y hermosos ojos de miel le devolvieron la mirada cuando un escozor insoportable hacía conmover a los suyos.

—Y-yo... Yo iba a irme, pero... —barbotó con nerviosismo, mientras su cuerpo tiritaba y sostenía un arrugado billete de tren entre las manos—. Pasaron tantas cosas anoche que no pude dormir y... Me di cuenta de que no puedo huir por siempre, y que aferrarme a las malas experiencias de mi pasado no es una imposición, sino la opción que escogí para no tener que enfrentarme a... para no tener que intentar de nuevo... Bueno, yo sólo quería decirle...

Seguramente debería haber contenido sus impulsos, pero ya había sido demasiado doloroso lamentarse por su perdida, para privarse de estrecharla entre sus brazos ahora que había vuelto de nuevo por ella misma para bendecirlo con una oportunidad que no estaba dispuesto a dejar pasar por alto.

—No vuelvas a darme un susto así jamás —le pidió—. No te alejes de mí nunca...

Sintió a la chica derrumbarse entre sus brazos. Sus delicadas manos se aferraron con ímpetu a su espalda y notó la humedad de sus sollozos mientras enterraba el rostro en su cuello. Kyoko lo sabía. Su calor era lo que había necesitado siempre, como si la parte más importante de ella misma le hubiese pertenecido ya desde tiempos inmemoriales. No entendía por qué había perdido el tiempo librando batallas vanas, cuando podía haberle sentido así desde el primer instante.

—Lo siento tanto... —musitó, mientras sorbía por la nariz y él le sujetaba los hombros para encararla—. Tenía que habérselo dicho cuando me di cuenta.

—No importa... —le sonrió, delineando con los dedos la forma de su pequeño rostro. Estaba allí, ella estaba allí y ya no importaba nada más.

—¡Le prometo que se lo diré siempre que pueda a partir de ahora!

—Está bien, Mogami-san. No necesito que te disculpes a cada rato, simplemente...

—No, no... No es eso —le cortó, y movió una mano que atrapó con fuerza la suya, igual que si pretendiera infundirse valor sólo con ese gesto—. Yo realmente quería que supiera que le amo de verdad —dijo sin dudarlo—. Muchísimo, de verdad que muchísimo, Tsuruga-san. No se hace a la idea de cuánto.

Hubo un momentáneo silencio. Los ojos de la chica le observaron con fijeza, siempre remarcados en ese adorable tono encendido de su piel. Luego, Ren se separó prudentemente y rogó por que algún vecino madrugador interrumpiera aquel encuentro antes de que él fuese completamente incapaz de controlar el deseo de amarla allí mismo en todas sus formas.

—Sé que estos miedos que llevo conmigo no desaparecerán de la noche a la mañana, pero... ¿Me ayudará a demostrárselo...? —le preguntó, apoyando las manos en el suelo y reclinándose hacia adelante.

De un momento a otro, tendría que salir corriendo tras el corazón que se le escaparía del pecho...

Él colocó con suavidad la palma de su mano en su rostro y ella acurrucó su mejilla contra ella, como si se tratase del único sol en un mundo de hielo. El actor se inclinó entonces y le depositó en la frente el más tierno beso que nadie le había dado nunca ni nadie más que él le daría ya.

—Yo me encargaré de que así sea —le aseguró—. Lo mejor que haré jamás a partir de ahora será enamorarte cada día, una y mil veces.

Mogami Kyoko sonrió convencida de aquello. El muchacho tomó su equipaje y la ayudó a ponerse de pie. Aún tenían mucho que contarse, la piedra que había apretado todo el tiempo en su mano era la prueba irrefutable de que ambos eran una caja de secretos todavía. Pero, ninguno importó entonces en absoluto. Tenían todo el tiempo del mundo para averiguarlos.

Ya que, el cuento más memorable de la historia, empezaba justo ahora...

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Fin.


N/A: Este fic forma parte de los Retos a la Carta del foro La Caja de Pandora (LCDP), y este capítulo en concreto se corresponde con "El primer Te quiero".

¡Pues se acabó! Yo estaba empeñada en resolverlo todo, pero algunas cuestiones (como el hecho de que Kyoko descubra que Ren es Kuon) sólo pude insinuarlas un poco. ¡Ah, demonios! ¡Y yo sé que ustedes querían beso de película! Pero me parecía deshonesto ya que seguramente ese memorable momento aún está por salir en la lista de retos. ¡Como sea! Yo me divertí un montón escribiéndolo, así que espero que para ustedes también haya sido entretenido.

La historia a partir de aquí tendré que dejarla para otro momento.

Gracias al foro de La Caja de Pandora, a todos por leer, por las alerts, los favs y los preciados reviews. ¡Un saludote!

Shizenai