Sin conocerlos, Dave los reconoció. Los científicos del departamento de donde provino el virus que mató a Jade. De repente, a pesar del vínculo amistoso que habían creado por chat, sintió un terrible odio. Pero no lo expresó. Ellos no tenían la culpa, y uno de ellos estaba herido.

En cambio, John sonrió de oreja a oreja, como si el encuentro fuera lo mejor que le pasó en la vida. ¿No se daba cuenta en qué habían estado involucrados? ¿Qué a estas alturas había que desconfiar de todo y de todos? Pero siguió sin decir nada. De vez en cuando, su mano rozaba la empuñadura de su katana.

― ¿Karkat? ―le preguntó John al que había estado gritando.

― ¿NOS TRAJISTE AQUÍ, KANAYA? Y DESPUÉS EL IDIOTA SOY YO ―contestó.

Kanaya, la mujer alta y esbelta de cabello corto, gruñó pero no contestó. Estaba ocupada limpiando la sangre de uno de los ciegos. El herido puso cara de asco y después vomitó para un costado. La expresión de disgusto de Karkat era casi cómica.

― Hey, bienvenidos y toda la mierda. ¿Podemos volver al tren? Es más seguro ―dijo Dave, mirando a la chica de mirada perdida. Al oírlo, ella sonrió.

― Hola, hey, díganme quiénes están ―pidió ella con voz simpática, como si los problemas de los demás fueran nimiedades.

Hablaban casi pisoteándose entre sí, y se iniciaron varias conversaciones paralelas, presentándose, contándose cómo estaban sobreviviendo, echándose la culpa, abrazándose. Y de repente todos estaban tratando de mantener una conversación con otro, levantaban la voz y farfullaban con nerviosismo y emoción.

Pero no duró mucho tiempo.

Kanaya los chitó apresuradamente, haciendo gestos como si se hubiera vuelto loca. Pero en cuanto se callaron, comprendieron el por qué.

Un gruñido se había escuchado por alguna parte. Era un sonido que cada uno conocía desde lo profundo de sus miedos. Se quedaron inmóviles.

― Tomen la comida ―murmuró Kanaya.

Se fueron pasando las cosas que estaban en el auto con una asombrosa eficiencia y coordinación, pero no fue suficiente.

Una figura apareció atraída por los ruidos de los humanos. Avanzó hacia ellos como si nada más importara. Nada más que comérselos vivos, por supuesto.

Dave dejó caer las cosas, desenvainando la katana mientras avanzaba. No quería admitir que apenas podía controlar las piernas para continuar impulsándolas hacia adelante. Si fuera por los instintos de su cuerpo, estaría temblando en el lugar. Pero no podía permitirse tal cosa, debía proteger su raza, sus seres queridos, a John... no obstante, eso no significaba que no estuviera temblando por dentro. Su cabeza le reproducía las últimas imágenes que tenía de Jade. Los últimos horribles recuerdos. Lo torturaba, lo afligía el miedo de que volviera a ocurrir, una y otra vez volviendo sobre lo mismo hasta darse cuenta que todo lo que había estado sintiendo era nada en comparación a la gran fobia que guardaba dentro.

Avanzó otro paso.

Se sorprendió al encontrar a su lado a Kanaya, con la motosierra en la mano. Y al otro lado, estaba Karkat con un arma, tratando de apuntar al muerto vivo.

Todo el temor que albergaba Dave se fue desvaneciendo rápidamente al sentir que tenía apoyo.

Finalmente, fue Kanaya la que se adelantó y lo cortó al medio. Karkat bajó la pistola y Dave se dio la vuelta, no quería ver más cadáveres.

Volvieron al tren, donde Rose los esperaba preocupada en la puerta. Su rostro demostró estupefacción ante la ahora pequeña multitud.

― ¡Rose! Adivina quienes son~ ―dijo John con entusiasmo mientras subían la comida y la ropa al vagón.

― Debo admitir que no tengo ni la menor idea...

― Rose, soy yo, Kanaya.

Rose la ayudó a subir al tren e ignoraron la presencia de los demás. Pero nadie les dijo nada. Entraron a los ciegos y los tres chicos restantes se encargaron del resto, de cerrar la puerta, acomodar y guardar los nuevos suministros.

― ¿Dónde estamos? ―preguntó Sollux, con los brazos extendidos, buscando algo que pudiera usar como referencia.

― Huele a húmedo y a metal, como a... transporte... pero es grande, ¿Es un tren? ―intentó adivinar Terezi.

―No sé.

― O un autobús muy grande. No, así no se sube a un autobús. ¿Sabes que sería genial? Que fuera un avión. Pero es un tren, estoy casi segura.

― MUY BIEN, TEREZI, LO ADIVINASTE ―bufó Karkat― TE HAS GANADO UN VALE PARA CIERRA LA BOCA.

Terezi se rió. Dave probó abrir una de las latas, y como no se le ocurría cómo, la dejó en el suelo e intentó clavarle la katana. Kanaya seguía charlando con Rose y, al mismo tiempo, doblaba ropa que parecía salida del armario de uno de los de SWAT al estilo las películas. John estornudó y Karkat siguió discutiendo con Terezi.

Dave era del tipo de persona que apreciaba la tranquilidad. Pero podía hacer una excepción por esto. Era mil veces mejor este caos que sentirse solo, alejado y vulnerable. El ambiente melancólico había desaparecido por completo.

La tapa de la lata cedió y miró su contenido. Olía sabroso hasta crudo, por más que no fueran más que garbanzos. Había latas y latas de variedad.

Al lado suyo, John volvió a estornudar.

― ¿Te resfriaste? ―le preguntó.

― Eso creo ―su tono era como el de un niño decepcionado.

― Ayúdame a hacer una gran sopa para todos ―le dijo, a ver si con eso podía levantarle un poco el ánimo.

― Qué porquería ―respondió, refregándose la nariz― lo último que falta es un enfermo.

― ¿Por qué? Tenemos dos ciegos, un gritón y un par de lesbianas. Somos un buen grupo.

John frunció el ceño, preparado para contradecirlo, pero terminó sonriendo. Le quitó la lata y comenzaron a preparar la sopa. La gran sopa.

No fue una tarea para nada fácil prender el fuego cuando afuera estaba tan mojado por la lluvia. Tuvieron que poner una base seca y quemar las pocas hojas que quedaban de la oficina de la estación para lograr incendiar un asiento que arrancaron del tren. Sí, y con eso hicieron la sopa. La gran sopa.

La gran sopa le decían porque en cantidad era para el doble de personas. En cualquier circunstancia cotidiana, todos hubieran rechazado un segundo plato, pero cocinaron para que alcanzara, y no solo eso, sobrara, con tal de quitarles ese hambre insaciable.

Comieron todos bajo el refugio del tren, que juntos, era hasta cálido. Imperaba el silencio del hambre, especialmente por los chicos beta. La sopa caliente con comida de verdad, no poca, no rancia, no asquerosa, era como tocar el cielo con las manos.

Entre sorbos y gente masticando, Sollux se animó a hablar.

― Entonces estamos en un tren, ¿No?

― Sí ―Rose ya había terminado y fue la única que le contestó.

― Bien, ¿Y qué tipo de tren?

― ¿Qué mierda importa, Sollux? ―Karkat dejó la lata (y, a falta de platos) en el suelo y lo miró como si fuera lo más idiota que hubiese escuchado en la vida. Era el único que parecía tener un humor imperturbable... imperturbablemente molesto.

― ¿Se te olvidaron todos los años que trabajé como técnico en mecánica y en tecnología o lo estás ignorando solo porque eres un idiota? Yo podría hacer que el tren funcionara.

A pesar de que Sollux no podía verlo, todas las miradas se dirigieron hacia él.

― Pero, ¿Tienes idea de cómo manejar un tren? ―Preguntó Rose.

― No, pero cuando uno tiene que sobrevivir, hace lo que sea, ¿No?

Estuvieron de acuerdo con él. Reanudaron la comida con renovadas esperanzas, que sumadas a una panza llena, relajó y contentó a todos. Sí, incluso Karkat dejó de arrugar el ceño.

John suspiró y se dejó caer en el hombro de Dave. Hablaron en grupo, como si fuera la primera vez que tenían contacto con otro ser humano. Pero se sentía bastante parecido a esa sensación. Dave bajó la guardia un poco. En vez de sentirse siempre nervioso y atento, se permitió relajarse un poco. Porque ahora no volvería a pasar lo mismo de la última vez. Nadie tenía que volver a morir como Jade. No. Ahora eran un grupo.

― ¿Tres?

― Sí. Hay un... se parece a un tornillo, pero es mucho más alargado. No sé muy bien como describirlo.

― ¿Está fuera de la placa?

― No. Está adentro.

― ¿Está conectado a cables de los dos lados?

― Sí.

Sollux asintió. Continuó haciendo preguntas y repitiendo datos que parecían importantes, mientras que Rose y Kanaya describían con la mayor precisión posible. Sollux intentaba también enseñarles qué era cada cosa y para qué servía. Lástima que no pudiera tocar nada, ya que pudieron comprobar que la electricidad seguía funcionando en los rieles. Morir electrocutados a estas alturas sería... patético.

Era un labor cansador, pero Rose depositaba todas sus esperanzas en ello. Porque el plan B era abandonar el tren para buscar comida, y el tren era seguridad. Nadie quería dejarlo atrás. Mucho menos en invierno.

Aunque la estación estaba cambiando. Se acercaba la primavera, y aunque el clima no lo demostrara, los yuyos crecían con ahínco a los costados de las vías y a sus alrededores. La lluvia había alentado a que la tierra volviera de la muerte humana para que floreciera la vegetación. Era como una nueva era, donde la naturaleza trataba de desplazar la vieja urbanización.

Pero Rose miraba una sola flor: Kanaya.

Cuando decidieron tomar un descanso, Sollux Karkat ayudó a Sollux a trasladarse y ellas quedaron solas. Kanaya miraba el extraño paisaje que resultaba de la deshora primavera y la naturaleza muerta. Rose se acercó a ella con sutileza.

― ¿Nostalgia? ―le preguntó al ver su expresión.

― Un poco. Quizás debería dejar de preocuparme.

― Es normal que una persona se preocupe en situaciones complicadas.

Kanaya la observó. Pasaron segundos en silencio, segundos que minutos, minutos que un largo tiempo. Rose tomó la palabra, sintiéndose responsable y muy ansiosa de transmitir ciertos sentimientos que no la abandonaban en ningún momento.

― Sabes... teniendo en cuenta que no podemos saber con certeza qué nos deparará el día de mañana... es decir, podríamos vivir toda una vida entera sin que ocurra nada, o podríamos ser atacados o morir de hambre esta misma semana. El punto es que no me gustaría que pase algo sin que tú sepas que te quiero.

Rose se sintió más ligera. Ligera y valiente, unos meses antes no se le hubiera pasado por la cabeza que podía estar declarándosele a una chica, y mucho menos que se sentiría tan romántica y físicamente atraída por alguien. A sus ojos, Kanaya era perfecta.

Era perfecta en la forma en que se agitaron sus pestañas asombradas, era perfecto su silencio revelador, perfectas las pupilas que dieron vueltas por el vagón, perfecta su sonrisa, perfecto el rubor que socorrió a su rostro.

Y como todo era tan perfecto, perfecto fue que la besó.

Kanaya correspondió con dulzura. Se besaron un buen rato, lo suficiente como para que quedara en claro en el aire que ambas se querían, y no solo como amigas. Rose pudo advertir que, a pesar de todo lo pasado, Kanaya olía bien. No tenía palabras para describirlo, ningún sentimiento podía describirse con simples letras.

De fondo oían constantemente la voz sobre tonos de Karkat y la de los chicos. Rose interrumpió el beso con una risita muda al escuchar la conversación.

― Pero llevan un largo rato ahí, ¿No se suponía que Sollux arreglaría el tren?

― Karkat, no está roto, solo tenemos que averiguar cómo ponerlo en funcionamiento ―dijo la voz de Sollux.

― Además déjalas. Pueden estar tocando cables, o tocándose los cables entre ellas ―comentó Dave.

Kanaya carraspeó. Rose vio su sonrojo acrecentarse y le pareció adorable. Se guardó un comentario un poco pasado de tono y optó por seguir trabajando, arreglando con los labios cualquier problema que pudiera surgir en la boca de Kanaya.

― Siete... SIETE INÚTILES.

― Karkat, te quejas mucho, pero no haces nada.

Dave tampoco se sentía cómodo en esta situación. Era una mierda. El alimento se había acabado anteayer y llevaban más de 24 horas sin comer. Rose y Sollux estaban encerrados adentro de la cabina del conductor discutiendo e intentando solucionar fuera cual fuera el problema para poner en funcionamiento el ferrocarril. Lo que sea. Dave solo quería comer. Y en cierto punto, Karkat tenía razón. Eran siete personas, inútiles cuando se precisaba conseguir comida. Bueno, tampoco es que fueran inoperantes. No había nada en ninguna parte. Y todavía no se habían reducido a comer césped. Todavía.

Es por eso que esta sería la vez definitiva. Habían probado varias veces, pero ninguna había funcionado. Sollux presumía haberse dado cuenta del error que estaban cometiendo, y desde la madrugada que se habían enfrascado en el trabajo. Es decir, no es muy complicado encender un móvil. El conflicto se divide en dos partes: no tenían la llave que se necesitaba (y no estaba en la estación) y el único profesional estaba completamente ciego y resfriado. Igual que John hace unas semanas.

― Hay que tener paciencia. Eso es algo que no te vendría mal aprender.

Kanaya regañaba a Karkat como si fuera su madre. De hecho, era como la madre de todos. Si no es así, mírenla ahora, tratando de arreglar la ropa de Terezi, cuando minutos antes le había cortado un poco el cabello. John y Dave también se sometieron al día de peluquería, tenía el cabello largo y era molesto. John se regodeaba de su barbita, aunque eran apenas pelos largos en la barbilla y arriba de su boca. Dave no tenía casi nada de vello facial.

John estaba acurrucado a su lado, dormitando. Era básicamente todo lo que hacían. El hambre era una sensación horrible y desalentadora. No poder saciarla era de lo peor. No, no. Lo peor era que hace 12 horas no bebía absolutamente nada. Tenía miedo de deshidratarse. Por eso, a veces hacían lo que Terezi ahora. Masticar algo. Ella masticaba un pedazo de tela. Es por eso que Kanaya tenía que ir remendando sus líos.

― Listo ―Kanaya terminó de arreglarle la camiseta a Terezi. O algo así. Tenía varios agujeros.

― Gracias. Miren, ahora me veo hermosa ―bromeó.

Los chistes tontos sobre su vista y sobre otras idioteces alegraban a Dave. Terezi le caía demasiado bien. Si la hubiera conocido en otras circunstancias, tal vez... pero no, no ahora. Ahora, los latidos contados de su corazón le pertenecían al idiota de John Egbert. Y a la comida, que lo había abandonado, y temía no vivir lo suficiente para volverla a ver.

El tren se sacudió. Todos abrieron los ojos desmesuradamente, se agarraron de algo como si se tratara de un terremoto, abrieron la boca para gritar, sin saber si de miedo o alegría. Todos menos Terezi, por supuesto, que no tenía idea de lo que estaba pasando, ni pudo ver a Rose salir de la cabina con una sonrisa de oreja a oreja.

El tren estaba en movimiento.

Dave tomó a John por los hombros para despertarlo con violentos zamarreos, por lo cual el otro se despertó asustado.

Los demás estaban pegados contra las ventanas, así que Dave se fue al vagón anterior para hacer lo mismo. John lo siguió, y evidentemente, no entendía nada. Dave intentó abrir la ventana, pero era imposible.

― Ayúdame a abrirla ―farfulló con emoción. Se detuvo al notar que John no respondía― John, estamos en movimiento, el tren se mueve ―dijo con extrema lentitud, para que captara.

John dio un respingo y lo ayudó a empujar la ventana para que se abriera. Cedió de un tirón y Dave sacó la cabeza.

Hace años que no disfrutaba de una sensación tan gratificante (a excepción de lo vivido con John), era increíble sentir el viento la cara, el aire cambiante a ciudad sin podredumbre, el cabello golpeándole la cara antes de bailar hacia atrás y flotar. Era hermoso. Tomó una bocanada de aire, como si hubiera estado preso y por fin saliera en libertad. Glorioso, eso era lo que sentía.

John lo agarró del brazo para que no se asomara tanto. Le dio un beso de puro arrebato de felicidad. Dave respondió inmediatamente de la misma manera. Le acarició el rostro, porque John era lo más preciado que tenía. Y que siempre iba a tener. Porque John iba a estar con él hasta el fin de sus días.

Se separaron para suspirar y mirarse, y mirarse, y mirarse, y John rompió el contacto visual para darle un abrazo de oso. Dave correspondió, sintiéndose más seguro que nunca.

― Estamos salvados ―murmuró.

― Todo irá bien a partir de ahora, Dave.

Quizás John tuviera razón. Con suerte, no serían tan solo positivas palabras, sino que sus vidas habían cambiado, no porque el tren estuviera en funcionamiento: ahora eran un grupo, tenían los elementos necesarios para viajar largas distancias, buscar con facilidad alimento y abrigo, sin tener que abandonar el refugio.

Todo irá bien a partir de ahora, dijo John con certeza. Y volvió a besarlo.

Fin de los beta.


Acá finaliza la primera parte. Sí, algunos dirán "este es un final muy feliz" o "queda un poco inconcluso" o algo así. Es cursi, sí, pero no se olviden que solo cierra lo que respecta a los chicos beta, todavía resta saber qué pasa con los trolls, y como ahora estas historias están ligadas, tendrán más de John, Dave y Rose.

Ah, ¡no sé qué más decir! Es tan raro estar terminando una historia que vengo escribiendo hace tanto. Y la verdad que me pone muy feliz que haya personas que todavía lo sigan, a pesar de subir los capítulos con tanto retraso ^^U. Bueno, no se pierdan los próximos capítulos, que se viene más acción.