The tattoo.

Isabella sabía que aquello era una estupidez. Sabía que su padre la asesinaría en cuanto llegara a casa y que su madre la amenazaría con expulsarla de la casa.

Sabía que sus vecinos la etiquetarían con crueldad.

Otra loca más…

Y poco le importaba, también.

Por eso fue que entró a aquel bar, estrujándose los dedos y mordiéndose los labios mientras caminaba hacia la barra.

Ella nunca había estado en un lugar como aquel. Allí solo venía la otra mitad.

Los chicos malos, los rebeldes, las chicas 'sin rumbo', como solía llamarlas su madre.

Y ahora ella, hija del reverendo, una niña ejemplar del pueblo, caminaba hacia la barra del Hunter Bar, sintiéndose tan fuera de lugar que podía hasta sentir las miradas de todos allí clavadas en su menuda figura.

"¿Dis-disculpa?" Murmuró, y la enorme figura de un muchacho moreno se giró hacia ella, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Ese era Emmett McCarty, uno de los peores. Alto, musculoso como un jugador de lucha libre y tatuado hasta el trasero. Podía ser increíblemente simpático cuando se lo proponía.

El moreno entrecerró los ojos mientras recorría a Bella con la mirada.

"Isabella Swan, ¿Qué demonios haces tú aquí?" Farfulló, entre divertido y completamente azorado.

"No tengo idea." Susurró Bella.

¿Porque estoy harta de mi vida? ¿Aburrida? ¿Vacía?

"¿En qué puedo ayudarte entonces?" Emmett se inclinó sobre la barra, mientras miraba a la niña Swan, siempre tan obediente y tranquila, casi temblando allí, en medio de toda esa gente tan diferente a ella.

"Quiero hacerme un tatuaje." Soltó Bella valientemente, y se permitió felicitarse en silencio por su muestra de arrojo.

"¿Un tatuaje?"

"Sí, eso." Emmett soltó una carcajada, y Bella le frunció el ceño de inmediato. "¿Qué?" Espetó, molesta.

"Oh, nada, nada, es sólo que… Olvídalo. ¡Edward!" Bella pegó un salto cuando el moreno llamó a gritos a su amigo, sin siquiera dejar de mirarla.

Desvió sus ojos marrones hacia una escalera detrás de la barra, por donde el infierno personal de su padre y de todo el pueblo en realidad, apareció.

Chaqueta de cuero, botas y jean negro, cabellos cobrizos, rebeldes ojos esmeralda.

Perfecto.

O eso es lo que Bella pensaba.

La castaña sabía que si alguna vez alguien se enteraban sobre quién era el protagonista de todos sus sueños, la desterrarían.

Bueno, no, pero sí la rechazarían.

En Forks no había lugar para dudas. O estabas del lado de los 'puros', gente cerrada de mente, frustrada y anticuada, quienes tenían como mayores enemigos al Diablo, los gays y los negros, o estabas del lado de los rebeldes.

En su mayoría jóvenes hartos de una vida de privaciones. Sexo, vicios, tatuajes, malas palabras y estupideces ilegales.

En este último grupo se encontraba Edward Cullen, el amor platónico de Bella desde que tenía memoria.

Edward había vivido toda su infancia a sólo una calle de la castaña. Jugaban juntos de pequeños, pero con el correr de los años, Bella había visto cómo sus caminos se dividían cada vez más.

Ella hizo todo lo que se suponía que debía hacer. Él hizo todo lo que le prohibían hacer.

Hacía años que Edward se había mudado de su hogar de la infancia, pero Bella lo veía pasar de vez en cuando en su moto, siempre vestido de negro, siempre fumando, siempre con su típica fachada de chico malo. Era una decepción para sus padres, y para el pueblo entero.

"¿Qué mierda hace Isabella Swan aquí?" El cobrizo la observó desde su casi dos metros de altura, frunciendo el ceño.

Ah, ¿Había olvidado decirlo? Edward Cullen la odiaba.

Bella no tenía idea del porqué, y nunca se había atrevido a preguntar. Como buena cristiana que era (o quería ser), nunca respondía a sus provocaciones, y siempre lo ignoraba, pero la constante mirada de reproche que Edward le dedicaba no desaparecía nunca.

"Quiere hacerse un tatuaje." Comentó Emmett divertido, todavía sin girarse hacia su amigo.

Edward se acercó a la barra, e imitó la posición de Emmett.

Ambos miraron a la pequeña castaña desde su superior altura, haciéndola sentir un pequeño insecto.

"Estás jodiendo." Edward soltó una carcajada burlona, y Bella torció el gesto.

Acostúmbrate, Swan, todo el mundo maldice aquí, por todo, todo el tiempo.

Bella no entendía por qué aquella gente sentía la imperiosa necesidad de inmiscuir la palabra 'mierda', 'maldito' o cualquiera de sus derivados en cualquier oración que dijeran, siempre.

"Nop. Se quiere hacer un jodido tatuaje."

"¿Acaso estás loca, Swan? Espera, ya sé, Satán te ha poseído, no eres tú misma en este momento, ¿Verdad?" Se burló el precioso cobrizo, y Bella apretó los labios.

"¿Sabes qué, Cullen? Vete a la mierda. Y olvídate del estúpido tatuaje." Más enfadada que nunca, Bella se dio media vuelta, dispuesta a hacer una teatral salida.

Oh, cielos, lo siento, soy tan mala. ¿Cómo pude haberlo mandado a la mier… allí? Me siento tan bien, pero no debería hacerlo.

Edward, por otro lado, se quedó mirando el pequeño trasero de la castaña marcharse, ignorando las risotadas de Emmett a su lado.

Isabella Swan nunca, pero nunca, maldecía. Nunca, jamás.

Y lo acababa de mandar a la mierda.

No era la primera vez que una chica lo mandaba a la mierda, pero esa era Bella Swan.

Bella Te-ignoraré-como-si-no-existieras Swan.

Reaccionó un segundo antes de que Bella abriera la puerta del bar, y salió corriendo detrás de ella.

"¡Espera, Swan!" Llegó a su lado justo cuando la castaña había abierto la enorme puerta de madera sólo unos centímetros, y Edward apoyó una mano en ella, cerrándola de golpe, haciendo a Bella saltar en su lugar, y de paso, quedando muy cerca de ella.

"¿Qué?" Farfulló Bella, sintiendo sus mejillas enrojecer.

"Te haré el tatuaje. Ven conmigo." Sin darle tiempo a responder, Edward tomó la pequeña mano de Bella y la arrastró junto a él hacia detrás de la barra, y luego hacia las escaleras, ignorando los cuchicheos que se oían detrás y las risotadas de Emmett.

Bella abrió los ojos como platos cuando llegó al segundo piso.

Ella se esperaba un antro en tonos negros y rojos, algo sucio y desordenado. Nunca se hubiera esperado algo como aquello.

"Esto se parece mucho a un hospital." Susurró, y Edward la miró de reojo.

"Somos rebeldes, no suicidad. Se necesita de mucha higiene para hacer un tatuaje, sino podrías contraer una infección." Le informó, al tiempo que se despojaba de su chaqueta de cuero, quedando solo con una playera negra con letras grises, que dejaba ver sus musculosos bíceps y un par de sus tatuajes.

"Oh." Bella no pudo formular nada más, y se quedó allí, mirando las paredes blancas, los potecitos de alcohol en gel y diferentes desinfectantes, las agujas y demás herramientas esterilizadas a su alrededor.

"¿Qué vas a tatuarte?" Preguntó Edward, mientras levantaba un cuaderno de dibujo entre sus finos dedos, y la miraba con una ceja alzada.

"Son tres pequeñas aves."

"¿Aves?" El cobrizo alzó una ceja, y sus ojos brillaron burlones. Inmediatamente, Bella se puso a la defensiva, y Edward notó su cambio de actitud, porque levantó ambas manos en el aire, todavía sosteniendo el cuaderno en una. "No me burlo, para nada."

"Bien." Bella entrecerró los ojos, pero decidió creerle, y Edward le señaló un sillón blanco en una esquina.

"Siéntate allí. Yo dibujaré las aves y tú me dirás si te gustan o no, bien?" La castaña obedeció, y lo miró a su vez mientras él se sentaba frente a una mesa y comenzaba a garabatear sobre el cuaderno. "¿Serán pequeños verdad?"

"Sí." Murmuró Bella, sin despegar la mirada de las facciones concentradas del cobrizo.

"¿En dónde será?"

"Aquí." Bella levantó una mano para tocarse la clavícula y el hombro, y Edward apartó la mirada del cuaderno para observar su movimiento.

Bella lo vio tragar saliva, y asentir sin decir nada antes de volver a concentrarse en su dibujo, y no entendió el por qué de la expresión alarmada del cobrizo.

La muchacha siguió observando a Edward dibujar, pudiendo mirarlo por primera vez sin temor a ser descubierta.

No debía haber hombre más bello que aquel, decidió finalmente.

La forma en la que fruncía los labios y entrecerraba los ojos con concentración, el pequeñísimo ceño que se formaba en su normalmente despreocupado rostro, le fascinaron. Bella desplazó su mirada hacia abajo, hacia sus manos, grandes, de dedos largos, uñas limpias y muy hábiles.

Las cosas que debe ser capaz de hacer con esas manos…

Oh, no, cambio de dirección.

La castaña desvió la mirada hacia otro lado, ruborizada por sus propios pensamientos, y dando gracias al cielo por que nadie pudiera oírlos.

¿Desde cuándo se había convertido en una muchacha tan mal pensada? Su madre la obligaría a rezar durante horas sin parar si lo supiera.

"Ven aquí." Bella dejó de mirar finamente a la pequeña botella de alcohol cuando la ronca voz de Edward llegó a sus oídos, y acercó a él para mirar por sobre su hombro el dibujo de los tres pequeños pajarillos dibujados sobre el cuaderno.

Eran perfectos. Eran lo que ella siempre se había imaginado.

"Sí, esos." Susurró. "Son perfectos."

Edward asintió, satisfecho, y arrancó la hoja del cuaderno, comenzando a traspasar el dibujo sobre el papel de calcar.

"Bien, ve yendo a la camilla." Bella se acercó a la gran camilla blanca son dudas. "Y quítate la ropa." ¡¿Qué?! Edward reparó en la expresión horrorizada de la castaña, y la miró con impaciencia. "Sólo la remera, Swan, ¿Cómo esperas que te tatúe si no? No seas tan malditamente mojigata." Esto último lo masculló, y Bella le frunció el ceño molesta.

Ella no era ninguna mojigata.

Bien, sí lo era, pero eso estaba por cambiar. Ya lo había decidido.

Dejando a Edward con la boca abierta, la muchacha tomó ambos bordes de su playera rosa pastel y se la quitó se un tirón, quedando frente a Edward con nada más que su sostén blanco con pequeños corazones diseminados sobre él.

Edward no podía apartar la mirada del torso semi-desnudo de Isabella.

Tantos años soñando con eso, y allí la tenía, frente a él, tan vulnerable, inocente y preciosa como siempre. Y semi-desnuda.´

¡Vamos! Esa era Isabella. La misma Isabella con la que jugaba de niño, y la misma Isabella que lo ponía de los nervios con aquel aire de paz interior y de resignación hacia el mundo y hacia su propia vida que la rodeaba.

Ella simplemente no debería provocar ese efecto en él.

Haciendo un esfuerzo sobre humano y tragando saliva con fuerza, Edward se obligó a sí mismo a volver la mirada al dibujo.

Bella, inspirando hondo e ignorando la mirada con la que Edward recorrió su cuerpo unos segundos antes, se subió de un salto a la camilla, y se recostó sobre ella, juntando las manos sobre su vientre.

"Bien." Edward se puso de pie y se acercó a Bella, para luego apoyar el babes carbónico sobre la nívea piel de la castaña. "¿Allí es donde lo quieres?" Bella asintió, y el cobrizo tomó un algodón con alcohol para esparcirlo sobre el papel y grabar el dibujo sobre la piel de Isabella. "Eres mayor de edad, ¿Verdad?"

"Tengo diecinueve años, Edward." El cobrizo ya lo sabía, por supuesto, pero no pensaba admitirlo.

"¿Dolerá?" Susurró la castaña unos segundos después, mientras observaba a Edward metiendo una aguja nueva dentro de la máquina tatuadora y poniéndose un par de guantes de látex.

El cobrizo le echó una mirada a su inesperado cliente, y sintió la necesidad de tranquilizar los rasgos de Bella, que ahora lo miraba con terror.

"Sólo un poco, al principio" Susurró, y prendió la máquina con una mano mientras tomaba una servilleta de papel con la otra. "¿Lista?" Bella asintió. "Inspira hondo." La castaña obedeció, y cerró los ojos con fuerza cuando sintió el primer pinchazo sobre su piel.

"No duele tanto." Murmuró, envalentonada, luego de un minuto.

Edward le respondió con una de sus deslumbrantes sonrisas.

"¿Por qué las aves?" Preguntó en un momento dado el cobrizo, mientras reunía toda su fuerza interior para ignorar la forma en la que su ante brazo rozaba constantemente el pecho de Bella durante el proceso.

"La libertad, supongo."

"¿Libertad?" Edward no pudo evitar el tono burlesco de sus palabras, y Bella bufó.

"La libertad que me fue negada todo este tiempo. La que pretendo conseguir de ahora en más."

Edward asintió, con una sonrisa cada vez más grande en su rostro.

"¿Quién hubiera dicho que Isabella Swan se convertiría en una rebelde, ah?" Comentó, y Bella soltó una risita.

"Tampoco comenzaré a fumar, emborracharme y maldecir cada tres palabras, Cullen."

"¿Ah, no?" Edward sabía que no. Era Bella, por todos los cielos, él odiaría verla fumando, borracha y maldiciendo. Bella era un pequeño ángel. Su pequeño ángel. "¿Y cómo pretendes lograr esa libertad?"

"Principalmente, me iré de aquí en cuando reúna el dinero."

Edward sonrió. Él venía soñando con lo mismo desde los quince años. A sus veintiuno, ya estaba bastante cerca de lograrlo.

"¿A dónde irás?"

"No tengo idea." Bella sonrió. "Nueva York, quizás. Un lugar muy lejos, en donde la gente no te condene a ir al infierno por cada cosa diferente que hagas."

"Me parece genial."

"¿Tú nunca pensaste en irte?" Bella se sentía en el cielo.

Por primera vez en su vida, estaba manteniendo una conversación con Edward Cullen, una conversación en serio, sin burlas o comentarios con doble sentido por parte del cobrizo. Aparte de eso, el constante roce de la piel del cobrizo contra su seño la escandalizaba y la volvía loca al mismo tiempo.

"Todo el tiempo. Lo lograré, estoy cada vez más cerca." Comentó satisfecho, y alejó la tatuadora de la piel de Bella durante un instante para sonreírle.

Bella sintió que dejaba de respirar durante un segundo.

Bella siempre había adorado la sonrisa de Edward Cullen. Cuando sonreía, dejaba de lado su fachada de chico malo, y parecía un chico mucho más jovial. Parecía un adolescente de nuevo.

El intercambio de sonrisas sólo duró un instante, luego, Edward se mordió el labio y volvió a concentrarse en el tatuaje.

Pensaba que ya había olvidado a Bella Swan, de verdad creía haberlo hecho. Pero evidentemente, aquellos enormes ojos chocolates que siempre lo miraban como si esperaran algo de él lo seguían volviendo loco.

"¿Qué dirán tus padres sobre esto?"

"Querrán asesinarme. Realmente, ya ha dejado importarme lo que piensen." Murmuró Bella, y Edward le respondió con una gran sonrisa.

"Hecho." Dos minutos más tarde, Edward separó su mano de Isabella, y le sonrió con picardía.

Bella emitió un pequeñísimo gritito de entusiasmo y se puso de pie con rapidez, caminando derecho hacia un espejo de cuerpo completo en la otra punta de la habitación.

Edward se quitó los guantes de látex y sonrió mientras la seguía con la mirada.

Su cuerpo siempre había sido muy pequeñito. Tanto que parecía una niña al lado de él, y Edward adoraba eso. Sus jeans eran algo grandes para ella, pero sus preciosas piernas todavía lograban lucirse.

Edward se acercó hacia ella por detrás.

Bella estaba mirando el tatuaje con los ojos como platos, y una pequeña sonrisa se estaba dibujando en su sonrosado rostro.

"Este es mi favorito" Edward pasó su brazo por sobre los hombros de Bella, y señaló uno de los pequeños pajarillos que volaban sobre la clavícula de la muchacha.

"Los adoro a los tres." Respondió Bella con una sonrisita, y sus ojos se encontraron con los de Edward en el espejo.

Ambos sintieron como sus pulmones quedaban sin aire, y Edward actuó sin siquiera pensar.

En un rápido movimiento, tomó la cintura de Isabella y la hizo girar en sus brazos.

Bella lo miró con los ojos abiertos como platos y la respiración acelerada, y Edward supo que no podría detenerse.

Agachando la cabeza, tomó los labios de Isabella con los suyos, haciendo lo que hacía años quería hacer.

Edward sabía delicioso, a tabaco y menta, decidió Bella, mientras sentía su lengua moverse tímidamente contra la del cobrizo.

Era su primer beso. Su primer beso y se lo había dado a Edward Cullen.

Y no me arrepiento.

Edward besó a Isabella siendo todo lo delicado que podía. Sabía que era el primer beso de la castaña, y no porque alguien se lo hubiese dicho, sino porque era evidente en la forma tímida en la que Bella abría la boca y se entregaba a él, legándole el control.

"¿Eso era lo que querías?" Preguntó Edward en un murmullo contra los labios sonrosados de Isabella en cuanto se separaron.

"¿Q-qué?"

"Siempre me miras con esos enormes ojos que tienes como esperando algo de mí, como si estuvieras deseando que hiciera algo. ¿Era eso?"

Bella no podía encontrar la voz, así que asintió con la cabeza.

"Esto está sangrando. Ven." Bella miró al cobrizo fuera de lugar cuando él la tomó de la mano y la llevó hacia la otra punta de la habitación.

"¿Qué cosa sangra?" Preguntó, todavía confundida.

"El tatuaje, nena." Edward señaló con la cabeza hacia su clavícula y Bella se miró con el ceño fruncido.

Era cierto, estaba todo lleno de sangre.

Edward limpió su clavícula con algodón, y luego se dedicó a cubrir el tatuaje con una pequeña venda.

"Deberás poner algo de crema cicatrizante sobre él durante unas semanas. Quizás una costra se forme sobre él, no la arranques." Murmuraba mientras terminaba de cubrirlo, y Bella se limitaba a asentir con la cabeza.

El ruido de unas pisadas subiendo hizo que ambos se giraran hacia la escalera, y en un solo movimiento Edward alcanzó su chaqueta de cuero, que descansaba sobre el respaldo de una silla, y la envolvió alrededor de Isabella posesivamente.

La castaña soltó una risita, y metió las manos por las mangas, que obviamente le quedaban enormes, antes subirle el cierre.

"¡Edward!" Una rubia, altísima y hermosa, apareció en la habitación, sonriéndole a Edward ampliamente.

"Rosalie Hale, podría asesinarte ahora mismo, ¿Dónde mierda has estado todo este tiempo?" El cobrizo se acercó a la perfecta rubia con rapidez, y la rodeó con los brazos, estrechándola contra su cuerpo.

"Cállate, imbécil, yo debería asesinarte a ti, Emmett me contó sobre lo de tu arresto, ¿180 kilómetros por hora, Edward? ¿En serio? ¿Cuándo te convertiste en un maldito suicida?"

Edward soltó una carcajada, sin apartar a la rubia, Rosalie, mientras ella apartaba un par de mechones de cabello color bronce que habían caído sobre el rostro del muchacho.

Isabella sintió un nudo en la garganta. No tenía idea de quién era Rosalie Hale, pero aquel gesto lució tan íntimo que Bella estuvo casi segura de que ellos eran novios.

Entonces, ¿Por qué la habría besado Edward?

Y la respuesta le rompió el corazón.

Porque ellos eran así. Todos allí eran así. Andaban con muchas chicas a la vez, se acostaban con quien se les ocurría.

¿Habría Edward querido hacer lo mismo con ella?

Más enfadada que nunca, Isabella se quitó la chaqueta y se puso torpemente su playera, caminando decidida en dirección a la escalera.

Ni siquiera se volteó cuando Edward la llamó por su nombre, y bajó al primer piso a toda velocidad.

"¿Qué tal el tatuaje, castaña?" Emmett estaba apoyado en la barra, mirándola con una enorme sonrisa en el rostro.

"Perfecto." Masculló Isabella, pasando junto a él rápidamente, y saliendo del bar todavía más rápido.

Estaba caminando hacia su casa, a solo un par de metros del bar, sintiéndose la persona más estúpida del mundo, cuando Edward la tomó por el codo y la obligó a voltearse.

"¿Qué sucede contigo?" Edward la miraba con el ceño fruncido, confuso. "¿Qué sucedió?"

"Quise irme, eso es todo." Masculló Bella, evasiva, mientras se separaba del tacto del muchacho.

"¿Eso es todo?" Repitió Edward, molesto. "Y una mierda."

"Suéltame."

"No hasta que me digas que mierda es lo que sucedió allí arriba."

"¡Sólo quise darte tiempo a solas con tu novia, eso es todo! Ahora, no molestes más." En cuanto Bella intentó girarse, Edward la levantó sin ningún esfuerzo aparente, y la apoyó contra la pared de cemento en medio de la acera, dejándola a su altura. "¡Suéltame!"

"¿Novia?" Bella se revolvió en sus brazos, y Edward se pegó a ella como una lapa, dejándola sin aire. "Rosalie no es mi maldita novia, Isabella."

"Oh, sí, claro." Comentó sarcásticamente la pequeña castaña.

"Es la verdad. Rosalie es la novia de Emmett."

"No es cierto."

Edward, completamente exasperado, no pudo hacer más que invadir la boca de Isabella con la suya, dándole un beso mucho más demandante, posesivo y brusco que el anterior.

Bella, a pesar de su enojo, no pudo evitar corresponderle.

"Sí, lo es." Murmuró Edward contra sus labios en cuanto se separaron, casi sin aire. "Te quiero, Isabella. Te he querido y deseado durante años, y nunca te hubiera robado tu primer beso si eso no fuera verdad."

"Ese no fue mi primer-

"No intentes negarlo, cariño. Sé que lo fue" Bella bufó, avergonzada. "Y me fascina que lo haya sido."

"¿De verdad?" Edward asintió con la cabeza, todavía pegado a ella, y Bella le frunció levemente el ceño. "Si me has querido durante tanto tiempo, ¿Porqué siempre parecías odiarme?"

"Nena, nunca te odié. Sólo estaba enfadado. Enfadado al saber que nunca podría estar contigo, de que eras demasiado perfecta, demasiado buena para mí. Intenté olvidarte de un millón de maneras diferentes y nunca lo logré, y lo peor es que cuando intentaba hacerte reaccionar frente a mí de alguna manera tú solo me ignorabas. Detestaba que me ignoraras…"

Bella lo observó con los ojos como platos durante unos segundos.

"Eres un idiota."

"Lo sé."

"Si me hubieras dicho lo que sentías hace tiempo, Edward, todo habría sido diferente. Pensaba que me odiabas y no entendía por qué."

Edward sacudió la cabeza negativamente, sonriendo.

"Te adoro, Isabella."

"Y yo a ti, Cullen."

"Di que sí."

"¿A qué?"

"Sé mi novia."´

Bella entrecerró los ojos, mientras se perdía en los preciosos pozos color esmeralda de Edward.

"Bien, lo seré, pero-"Edward había comenzado a sonreír, pero volvió a ponerse serio en un segundo. "No seré como todas esas otras chicas con las que sueles salir, ¿Entendido? No me convertiré en un desastre, no dejaré que hagas lo que se te ocurra conmigo y por supuesto que no te compartiré." Terminó la castaña muy seriamente, y Edward le sonrió con ternura.

Cuándo la adoraba…

"Posesiva. Me gusta." Murmuró pícaramente mientras depositaba pequeños besos sobre los labios entreabiertos de su ahora novia. "Acepto todas las condiciones, señorita."

"Entonces todo está perfecto, señor…" Murmuró Bella, antes de acercar su rostro todavía más al de Edward, buscando un beso más profundo.

Edward no dudó en complacerla.

"¿Bella? ¿Isabella Swan?" Ambos se vieron obligados a separarse cuando una voz femenina llamó su atención, y se giraron para mirar a la regordeta señora Collins, la más grande cotilla del pueblo, que los miraba con los ojos abiertos como dos platos.

"Hola, señora Collins." Saludó Bella, divertida ante la expresión de la señora mayor.´

"¿Edward…Cullen?"

"Ese soy yo." Comentó el muchacho, rodeando el cuello de Isabella con un brazo y sonriéndole impertinentemente a la señora.

Claudine Collins los observó de hito en hito unos segundos, y luego se giró sobre sus talones y salió pitando de allí.

Edward soltó una carcajada, mientras Bella suspiraba y apoyaba su frente contra el pecho de su novio.

"Mi madre se enterara de esto en menos de un minuto."´

"Oh, estoy seguro de que mi suegra estará encantada con la noticia."

Bella rodó los ojos, pero sonrió al mismo tiempo.

Era un vicioso, pervertido, mal hablado, impertinente e imbécil.

Pero era suyo, y lo adoraba.

¡Hola! Esta historia la escribí hace un par de semanas y recién ahora la volví a abrir para corregirla. Espero que les guste, a mi me gustó bastante. Un millón de gracias por leerme, y por sus reviews, si les dan ganas de dejar alguno, me hacen felizzzz.

Un beso enorme para todas, Emma.