Disclaimer:Los personajes son propiedad de Stephenie Meyer.

OUTTAKES DE AMOR DE VERANO

EXPERIENCIA PATERNA

Nuestra primera cita en Seattle, a nuestro regreso de Europa, fue con el médico de Bella.

Mi ansiedad por el embarazo de Bella era incontrolable.

Los primeros días, Bella lo encontró gracioso y divertido, pero para cuando se cumplió la segunda semana desde que me diera la noticia y yo no dejara de vigilar sus comidas, su sueño, sus esfuerzos e incluso su vientre igual de plano que siempre, tuvimos la primera discusión de nuestra vida de casados.

Haciendo enormes esfuerzos, intenté relajarme, pero solo lo logré a medias hasta nuestra primera visita con el médico.

Bella tenía seis semanas de embarazo y, desde luego, en la ecografía apenas si se vislumbraba algo más que una débil sombra.

Pero el médico dijo que ahí estaba nuestro bebé, e incluso escuchamos el latido de su corazón, así que ya era un hecho. Bella y yo seríamos padres nuevamente, pero esta vez yo estaría allí en cada momento de la vida de mi hijo. Incluso antes de nacer.

Durante los siguientes ocho meses Bella se ganó por completo, si es que no lo tenía ya, mi incondicional e irrevocable respeto.

Yo, en su lugar, con mucho menos de lo que yo hice, habría pedido el divorcio.

Sin ninguna intención, pero de forma inevitable, me convertí en un marido insoportable.

Le llamaba a todas horas, la perseguía, la instaba a comer sano, a dormir ocho horas, a pasarse horas tumbada en el sofá relajándose.

Bella se mostró infinitamente paciente con mi nerviosismo y aceptaba con estoicismo mi obsesivo comportamiento y mi constante atención.

El embarazo de Bella transcurrió de forma apacible y tranquila. Algunos mareos y vómitos en las primeras semanas, cansancio general y ardores e incontinencia en los últimos meses, pero nada de lo que hubiera que preocuparse.

Creo que fue cuando comencé a sentir moverse a nuestro pequeño en el vientre de mi mujer, cuando finalmente me sentí más tranquilo.

Cada noche, cuando nos metíamos en la cama, acariciaba el vientre de Bella y le hablaba a nuestro niño.

Bella decía que le encantaba escuchar mi voz, ya que cuando lo hacía, sus movimientos se ralentizaban y se convertía en un suave vaivén más que en el alocado baile que Bella acostumbraba sobrellevar. Por esa razón había convertido en una costumbre el leerle el periódico cada mañana y contarle historias por la noche.

Muchas eran las noches que Nessie se unía a nosotros en nuestra cama para escuchar las historias que yo inventaba para mis hijos.

Cuando Bella cumplió su vigésima semana, en la visita al médico nos dijeron que nuestro bebé sería un niño.

Comenzó entonces en nuestra familia de tres, el diario debate sobre el nombre del pequeño.

Cada día Bella, Nessie o yo llegábamos a casa con nuevas propuestas y cada noche las debatíamos a la hora de cenar.

Yo había votado por Samuel, pero Bella argumentó que no era una buena idea, ya que todos le llamarían Sam y así se llamaba nuestro perro.

A Ness le gustaba Ty, como su compañero de pupitre, pero las opciones de ese diminutivo podían ser Tyson, a lo que Bella se negó ya que no llamaría a su hijo como el famoso boxeador mordedor, o Tyler, nombre al cual me negué por las razones obvias. No le pondría a mi hijo el nombre de uno de los pocos hombres que había besado a mi mujer.

Bella votaba por Eric, y a mí me había parecido bien hasta que Rosalie había nombrado a un tal Eric Yorkie que acabó siendo un pretendiente de Bella con el que había salido un par de veces. Descartado.

Finalmente y, cómo no, fue Nessie la que decidió. Y se decidió por Alec, nombre que coincidía sospechosamente con el nombre del entrenador de soccer de mi hija, de quien estaba increíblemente enamorada.

Alec adoptó entonces su propia personalidad. De alguna forma se convirtió aún en más real.

Ya no hablábamos de él como el bebé o nuestro hijo, sino que hablábamos de Alec.

También empezamos a dirigirnos a él por su nombre, y le hablábamos al vientre de Bella, haciéndolo partícipe de nuestras conversaciones y debates.

A partir de entonces, Ness y yo le preguntábamos directamente a Alec, cómo podía ser que le gustara combinar las patatas fritas con batidos de chocolate, o cómo podía ser que repentinamente odiara las fresas con nata.

Pero nunca le preguntamos por qué le gustaba tanto comer helado de plátano con chocolate, porque sabíamos que ese era un vicio exclusivo de su madre.

Cuando Bella cumplió su séptimo mes de embarazo, todos pensaban que yo al fin me había relajado. Y era casi cierto, pero solo digo casi, porque cada noche, mientras Bella dormía, yo me quedaba horas observándola, viendo su vientre moverse, pegando mi oreja a ella para escuchar los latidos de mi hijo.

Todos decían que tenía que aprovechar a dormir antes de que Alec naciera, ya que después sería imposible, pero yo no hacía más que perder horas de sueño, atento a los movimientos de Bella a mi lado.

Aunque, como la ley de Murphy indica, la noche que Bella se puso de parto, fue la noche que yo, exhausto, dormía profundamente.

—Edward —me llamó Bella con voz suave

—Mmm

—Edward —repitió sacudiéndome suavemente el brazo.

—Dime, nena —respondí somnoliento —¿Necesitas algo? —pregunté irguiéndome en la cama junto a ella.

—Llama a Renée y Charlie para que vengan a quedarse con Ness —dijo con calma.

No entendí en un principio a qué se refería.

—¿Qué? ¿Por qué?

Con una sonrisa entre divertida y nerviosa, me contestó.

—Alec va a nacer.

—¿Ahora? —grité dando un salto para salir de la cama.

No sé lo que sucedió, ni cómo llegamos al hospital o cómo acabé allí con un pantalón deportivo, mi camiseta de dormir y zapatillas deportivas sin calcetines. Buena pinta para recibir a mi hijo.

Solo sé que mis nervios quedaron destrozados cuando Bella llegó a las doce horas de trabajo de parto.

No quería gritar porque mi mujer solo se pondría más nerviosa, pero por momentos, cuando la veía retorcerse por el dolor, con el rostro desencajado y su mano apretando la mía fuertemente, sentía deseos de despotricar contra todos y ponerle una demanda al hospital y a todos y cada uno de los médicos para que aliviaran de alguna forma el dolor de Bella.

Finalmente y, como más de una vez habíamos imaginado, el parto acabó en cesárea, pero la felicidad, el orgullo y la completa devoción que sentí por el pequeño niño que pusieron en mis brazos, superaron cualquier cosa que hubiera siquiera llegado a imaginar.

Cuando mi mirada se clavó en la de Bella, ambos llorábamos, pero las sonrisas que partían al medio nuestros rostros eran casi ridículas.

—Te quiero, nena —susurré contra sus labios sosteniendo al pequeño Alec en mis temblorosas manos.

—Te quiero, Edward.

Después de tres días en el hospital, que sirvieron especialmente para que Bella se recuperara de su cirugía, nos permitieron volver a casa. Y aunque una parte de mí, deseaba fervientemente comenzar a vivir nuestra vida de familia, otra parte, y no podía medir cuán importante era esa parte, sentía pánico de ese retorno.

Me avergonzaba confesarle a mi mujer, a esa mujer que había sido madre a los veintitrés, que a mis treinta y cuatro estaba aterrado.

Aterrado de imaginar que le pudiera pasar algo a esa pequeña personita que era el nuevo pilar de mi vida, junto a su madre y su hermana mayor.

Aterrado de escucharle llorar y no saber qué hacer. Aterrado de no saber educarlo, de no poder ayudarlo o de que mi amor infinito acabara agobiándole.

Esos primeros días solo buscaba ser de ayuda para una Bella que aún se sentía exhausta, pero no por eso dejaba de sentir pavor.

Yo empujaba a Bella a que descansara cuando Alec lo hacía, ya que como era de esperar, ella era el reclamo constante del pequeño.

Bella me lo agradecía y se iba a la cama cuando Alec se dormía, pero yo pasaba esas dos o tres horas temblando ante la idea de que Alec despertara y yo no supiera qué hacer.

Me avergonzaba un poco reconocer que me sentía infinitamente más tranquilo cuando Nessie estaba conmigo, aún siendo una niña de seis años.

No sé cómo ni dónde lo había aprendido pero esa pequeñita parecía saber exactamente cómo atender a un pequeño bebé de unos pocos días de vida.

Y aunque fuera vergonzoso, yo nunca rechazaba su ayuda ni descartaba sus opiniones.

Me conformaba diciéndome que solo estaba aprendiendo a ser padre y adquiriendo experiencia.

—Papi —susurró mi niña acercándose a mí cuando Alec había cumplido su primer mes de vida —Alec huele mal.

Bella dormía en nuestra habitación, Nessie veía la televisión en el salón, y Alec dormía removiéndose en la minicuna que estaba junto al sofá donde estaba su hermana.

Yo me había separado de ellos tan solo unos momentos para preparar la merienda de Nessie.

—¿Huele mal? —inquirí divertido.

—Sí y creo que va a despertarse —aseguró con conocimiento cuando escuchamos los suaves gorjeos del niño llegar desde el salón.

—Creo que ya se ha despertado —sonreí entregándole a mi hija mayor su vaso de batido de chocolate y un plato con galletas —Toma tu merienda, cariño, yo iré a ocuparme de Alec.

—Puedo ayudarte —ofreció comprensiva.

Era penoso decirlo pero esa niña era mi cómplice y yo acostumbraba aprovecharme de ella.

—No hace falta, cariño. Te llamaré si te necesito —aseguré yendo hasta el salón para levantar al pequeño bebé que se removía en su cuna ya completamente despierto.

Entré a la habitación de Alec con el pequeño en brazos y lo acosté sobre el cambiador.

Descarté su pañal sucio y utilicé cientos de toallitas húmedas hasta dejar su piel perfectamente limpia y oliendo deliciosamente.

—Hola —la voz de Bella en susurros llamó mi atención.

Recostada bajo el quicio de la puerta la preciosa madre de mis hijos me observaba con esa sonrisa dulce que me volvía loco.

—Hola, cielo —le saludé distrayendo mi atención del pequeño que movía sus piernitas regordetas tumbado frente a mí —¿Has descansado?

—Sí, gracias. ¿Ya se ha despertado? —dijo señalando al bebé que gorjeaba.

—Sí —sonreí volviendo a mirar a Alec —Estaba sucio pero ya lo hemos solucionado —reí haciendo suaves cosquillas en su vientre.

—Puedo encargarme, si quieres —ofreció comprensiva acercándose a nosotros.

—No hace falta —decliné inclinándome sobre sus labios —Nessie está en el salón. Si quieres ve con ella y llevaré a Alec para que lo alimentes.

—De acuerdo —aceptó besando suavemente al bebé primero y luego a mí —Si estás seguro…

—Tengo esto controlado —aseguré.

Cuando Bella abandonó la habitación, me volqué sobre mi pequeño dispuesto a colocarle el pañal limpio.

Pero Alec, tenía otras ideas, y eligió ese momento exacto para hacer pis, por todo mi rostro y mi pecho.

Pequeño golfillo.

Una vez más, mi experiencia de padre, adquiría nuevas dimensiones.

No dejes nunca a tú bebé desnudo más de cinco minutos y no quites la atención cuando le cambias el pañal.


Os lo debía y lo he debido por tanto tiempo que seguramente ya nadie esperaba este último outtake.

Espero que lo disfrutéis.

Gracias por el apoyo que siempre me brindáis a mí y a mis historias, y especialmente el gran apoyo que siempre ha recibido esta historia en particular.

Como siempre, espero que nos sigamos leyendo, en esta y mis otras historias, y la nueva que estoy publicando, La Conveniencia del Amor.

Besitos y gracias por la espera!