Disclaimer: Ya fue explicado en el capítulo 1.

Notas de la autora: este es definitivamente el capítulo final de esta historia (la cual vine escribiendo en dos semanas, a la una de la mañana. Justo cuando muero de sueño). So... yes, lamento el OOC en los personajes, hace mucho que no estoy en contacto con mis bebés de InuYasha, pero debo ponerme a leer el manga :c.

Espero y este capítulo sea de su agrado, gracias(:

# de palabras: 2,287


Capítulo dos, final.

Se trató de hacer una nueva historia, pero las personas continuaron siendo las mismas.

Como Rin dijo, InuYasha y la sacerdotisa Kagome no volvieron hasta una semana después pero Kouga sólo convivió con ellos un día de pocas horas, al parecer con eso era suficiente porque volvió con su clan al ponerse el sol. Y lo que él y Rin hicieron durante esa semana… fue, ¿nada?

Aquellas pláticas, besos y sentimientos se esfumaron en el exacto momento en que deshicieron el abrazo. «Es tiempo de seguir», fue lo primero que se dijo Kouga al ponerse de pie y al ayudar a la menor a levantarse. Cargó la gran vasija de agua y los dos volvieron a cruzar miradas: pasó un segundo para buscar que era lo que se tenía que decir después de haber compartido ese momento "íntimo". Sólo sonrieron y regresaron a la aldea.

Kouga no volvió a entrar a la cabaña, para nada. Sin embargo, si Rin estaba adentro, él estaba afuera haciendo guardia, cuidándola de cualquier ser/persona que quisiera aprovecharse de la muchacha. Estaba por demás decir que no confiaba en nadie de esa aldea, nadie excepto Kagome y el perro sarnoso… y Rin.

Mientras Rin preparaba las hierbas medicinales, echaba de vez en cuando una desviada mirada hacia su nuevo y no eterno guardián. Sólo veía su espalda. Entonces, lo que ella siempre hacía era encogerse de hombros, sonreír, y continuar con sus tareas. Después de todo, ella era la que cuidaba la aldea cuando la sacerdotisa estaba ausente.

Rin le daba de comer y aprovechaba para cuidarle las heridas también. En esos encuentros ninguno de los dos hablaba mucho y si lo hacían era cuando Rin preguntaba sobre su progreso y cómo se sentía y cuando Kouga tenía que responderle. El líder de los lobos ya estaba más que sano, pero no podía irse y dejarla sola. Rin lo sabía y estaba bien, él no tenía intención de ocultar aquella noble intención.

Cuando Rin salía a recoger más plantas o recolectar comida, o por el agua, Kouga la acompañaba y la ayudaba a cargar con lo que necesitaba. Rin lo hacía por inercia, tal vez, pero cuando recolectaban las plantas, le enseñaba los nombres de cada uno y lo que podían curar, el té que se podía hacer con ellas o el veneno que tenían impregnadas llegando a ser mortales, incluso para un youkai. Tal y como se lo enseñó la anciana Kaede años atrás.

Kouga sólo asentía y fruncía el ceño en señal de concentración.

Rin lo miraba de soslayo por unos segundos y continuaba con la explicación.

Las noches seguían siendo largas para la joven muchacha. La luna iluminaba por completo su habitación y como siempre, se hacía presente en su ventana: Rin la miraba por horas, admiraba su belleza y en esas noches de luna creciente, admiraba su frialdad. Era perfecta e inalcanzable, como Sesshomaru: no importaba cuánto estirase su mano para alcanzarla, nunca lo lograba. Tal vez, no era digna de tocarla.

Pero esa noche, la última noche antes de que InuYasha y Kagome llegaran, un intruso se postró sobre la luz de la luna. Rin encogió su brazo, con un nuevo intento fallido de alcanzar la gran y temible luna, y giró su vista hacia la entrada al notar como una oscura sombra yacía sobre ella. Era Kouga: la miró con ojos inexpresivos, no, con ojos cansados y luego a la luna creciente. Ella le sonrió de lado y también miró hacia esa dirección: no importaba lo que ocurriese, ella jamás dejaría a su Señor atrás.

Nunca.

Kouga entró en silencio y Rin sólo lo esperó: cerró sus ojos escuchando la madera del piso crujir, los volvió a abrir y el hombre lobo estaba de rodillas, observándola sin saber qué decir, como siempre. Rin acarició su rostro, era cálido. Él siempre sería cálido. Kouga tomó su delgada y maltratada mano y disfrutó de ese gesto, suspirando profundamente.

Los dos se vieron directamente a los ojos. Sería la única noche en la que estarían juntos, solos y después de eso, ambos volverían a ser unos simples desconocidos para el otro y su vida continuaría sin necesidad de tener al otro a su lado. Como debía de ser. Porque ninguno se atrevía a reescribir una nueva historia: todo estaba bien tal y como estaba (aún y con personas importantes ausentes).

Sus labios se volvieron a tocar.

Sin lujuria, sin maldad. Volvía a hacer necesidad.

Rin le permitió entrar en su futón y compartirlo sólo por esa ocasión. Dejaron de besarse, Rin se acomodó sobre su pecho, Kouga la abrazó y acarició su oscuro cabello, arrullándola: ella no tardó en quedarse dormida, los parpados de sus ojos se sentían pesados desde temprano, pero no se atrevía a dormir. Tenía que esperarlo.

Kouga, se quedó despierto un rato más mirando la luna creciente, desafiándola en silencio, amenazándola tomando con más fuerza a la muchacha.«¿Lo ves? Si no haces algo pronto, la vas a perder para siempre. Imbécil.» Y después de aquella advertencia, se durmió aspirando el aroma del cabello de Rin. Su aroma era a flores medicinales, olía bien.

Al despertar, ambos se despidieron. Kouga ya no usaba más las vendas, aunque él las había dejado de necesitar desde el segundo día de su pelea contra esos ogros. Rin hizo la reverencia de despedida y se marchó a la orilla del río para continuar con sus tareas, la rutina de juntar plantas. Pero ese día, quiso recolectar flores y así lo hizo.

Cuando Rin se le perdió de la vista, del otro extremo, dos siluetas conocidas aparecían en la ladea. Eran sus dos amigos. Kouga sonrió de lado, nunca creyó alegrarse más de verlos (por no decir que los extrañaba, incluso al perro sarnoso, no señor. Aquello era algo que su orgullo no se lo podía permitir.)

—¡Kouga! —saludó la sacerdotisa.

—¡Keh! —le secundó su marido.


El cielo era anaranjado, hermoso. El sol empezaba a descender por detrás de las colinas y Rin ya tenía un gran montoncito de flores de muchos colores frente a ella: al verlos, se preguntó por qué había recolectado tantas si no iba a hacer capaz de cargarlas nuevamente a la aldea. Todas eran hermosas y todas se iban a desperdiciar.

Tomó una pequeña flor morada y se la colocó arriba de su oreja para adornar un poco su cabello. Era lo más que podía hacer, además de mandarle un ramo a la sacerdotisa Kagome.

—Ya no es lo mismo —susurró queda, soltando la flor roja que sostenía con firmeza en su mano derecha. La dejó ir y el aire se la llevó de inmediato, lejos. Antes, el estar rodeada de flores la hacía muy feliz: aun a pesar de que algunas se marchitarían pocas horas después de haberlas recolectado, de que sabía que no duraban para siempre. Aun así, a ella le gustaba…

Pero le gustaba porque Sesshomaru estaba con ella, cuidándola mientras ella jugaba, mientras hacía coronas o llenaba su cabello de pequeños pétalos de colores. Él siempre estaba… ahí.

La brisa del atardecer sopló con algo de fuerza, agitando su cabello, su kimono y el montoncito de flores que se había encargado de juntar todo el día. Su tarea quedó desperdiciada. Las flores volaron hacia el oeste, lejos y Rin no se quejó en lo absoluto. Todos se iban, porque nada es para siempre.

Sin embargo...

Rin

Su respiración se cortó y sus pupilas se dilataron al escuchar con tanta claridad aquella voz en su cabeza. Era tan real que su boca se secó, la sentía… viva.

—¿Sesshomaru…? —Sus ojos se cerraron porque tenía demasiado miedo de estar volviéndose loca.

Volteó hacia donde el viento había arrastrado las flores y aún temerosa, abrió sus ojos sabiendo que si se encontraba completamente sola entonces podía confirmar que había perdido completamente la cabeza pero fue peor, mucho peor que empezó a llorar tapándose la boca para evitar que se oyeran sus horribles y profundos sollozos: su cabeza le estaba brindando una imagen falsa de su Señor dónde éste no había envejecido ni un año y seguía usando el mismo vestuario con el que lo conoció; sus ojos la veían con una indescifrable tranquilidad mientras que en su mano derecha, sostenía la rosa que Rin había dejado ir; su plateado cabello y su ropaje danzaban junto la brisa y la luna creciente que yacía en su frente le ordenó a la muchacha avanzar.

Sus pies se movieron temblorosos y el brazo de Rin se alzó con dificultad alejando y acercando los dedos porque el temor de tocarlo y que se desvaneciera estaba latente, de que al dar un paso hacia adelante, la imagen de Sesshomaru se alejara más y más, recordándole que aquella luna jamás la iba a alcanzar.

Avanzaba con miedo y llorando (oh cielos, que patética era). Sin embargo, aquellas lágrimas ya no eran porque creía que el demonio que estaba frente a ella era una ilusión, sino porque había comprobado que era el verdadero. Entonces, con sus dedos rozaron su ropa, Rin alejó su mano de él, como si aquel pequeño toque le hubiese quemado de la forma más cruel posible.

Lo miró con miedo, enojo, desprecio y amor. Su mano "herida" se hizo puño en su pecho y sin pensarlo dos veces le brindó una bofetada a pesar de que la diferencia de altura era notable. Como siempre, Sesshomaru no se inmutó pero cuando Rin quería golpearlo por segunda vez, la detuvo de la muñeca y ella soltó un quejido entre dientes.

—Nunca lograrás asesinarme, Rin—Le recordó y ante el forcejó de Rin, la soltó.

—No quiero matarlo —aseguró sobándose la muñeca: había sudado y su cabello se había pegado en su rostro. Y no hay que mencionar que sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas secas y nuevas que se habían impregnado en su piel. Estaba sucia—. Sólo quiero golpearlo —Sesshomaru entreabrió sus labios pero Rin atajó—: aunque no le haga daño, aunque usted no sienta mi puño ¡sólo-quiero-golpearlo! Hasta que a me duela, hasta que yo sienta ardor en mi mano, ¡hasta que yo esté segura que esto es real!

Gritó con tanta furia abalanzándose para volver a golpear la mejilla del demonio más temido de la era feudal pero lo único que pudo hacer al final fue abrazarlo —y los ojos de Sesshomaru se abrieron ante aquel extraño gesto tan común en ella—, con fuerza, con desespero, luchando por sentir su calor, su existencia. Quería sentir su piel, percibir su aroma y descartar la última idea de que todo aquello era un sueño.

—Me dejaste sola por mucho tiempo, ¿por qué?

Silencio y aquella mirada que no sabía si resemblaba pena, paz o indiferencia.

—Quise alejarme, todavía deseo hacerlo. Pero una energía nos sigue atrayendo a colmillo sagrado y a mí hasta aquí. Mientras la energía siga en este lugar, yo no puedo irme.

Rin bajó su mirada hacia la espada que descansaba a un costado de su Señor, le dijo gracias: ella podía ser todavía una chiquilla ignorante pero aun así comprendió las palabras de Sesshomaru. Aquella energía era su alma, colmillo sagrado por alguna situación —y no le importaba cuál— se había aferrado a su existir, necesitaba estar cerca.

Tal vez, porque Sesshomaru así lo deseó.

Y Colmillo Sagrado le cumplió el deseo a su amo.

Rin deshizo el abrazo, limpiándose avergonzada toda la porquería (sudor, lágrimas y cabello) que había acumulado en su rostro. Tragó saliva y vio directamente hacia esos ojos dorados los cuales muchos temían enfrentarse y se dio cuenta lo mucho que deseaba acariciar ese rostro que aparentaba bondad cuando ella sabía a la perfección que si él se lo proponía, podía llegar a ser el mismo diablo en persona.

—¿Se quiere ir? Entonces, vámonos juntos.

—Rin —La llamó después de un silencio sepulcral, dio media vuelta y la miró por encima del hombro—… haz lo que quieras.

Rin sonrió y ambos comenzaron a caminar hacia el oeste sin saber que deparaba el destino para ambos, pero a ella no le importaba, mientras estuviera con él y nunca más se marchara de su lado. Porque mientras que eso no ocurra, entonces, no había de qué preocuparse.

—Se estaba yendo…

—¿Mh? —La rosa roja estaba frente a su rostro cuando quiso voltear a verlo. Sesshomaru esperaba que ella la tomara y así lo hizo… con una sonrisa. La segunda sonrisa que brindaba porque en verdad quería hacerlo y no simplemente para hacerle creer a otros que se encontraba bien.

La primera había sido para Kouga.

—Así que recibiste mi amenaza, perro —espetó el líder del clan de los lobos viendo desde una colina como la muchacha y el demonio se marchaban hacia un punto desconocido en las tierras del oeste, donde, según tenía entendido, Sesshomaru gobernaba—… cuídala.

Les dio la espalda, él iba hacia el este y por última vez, vio hacia atrás: ya no había rastro de Rin ni de ese demonio el cual le había perdonado la vida hace ya un par de años.

«Cuídala, porque nunca encontrarás a una mujer como ella. Idiota.»

El gran líder Lobo volvió con su clan y pasarían muchos años más para poder regresar por última vez a aquella aldea donde vivía su mejor enemigo (amigo), la sacerdotisa de otro tiempo; y dónde solía vivir una muchacha que él siempre recordará y siempre respetará.

La nueva historia se realizó, con los mismos personajes, pero con diferentes caminos ya que si, en efecto, la mayoría se va pero los que en verdad te quieren, regresan.

De una forma u otra

—un arcoíris lunar se formó en el cielo nocturno y Kouga lo admiró lo más que pudo

…ellos siempre regresan.

F I N