Twilight pertenece a Stephenie Meyer y The Decision a Windchymes, quien me ha dado el permiso de traducir su historia.
Capítulo beteado por FungysCullen13.
.
.
Edward garabateaba ausente en su cuaderno mientras el profesor seguía hablando sobre átomos. Mantuvo una pequeña parte de su cerebro centrada en la conferencia en caso de que lo llamaran, pero el resto de su mente divagaba.
—Bonitos ojos —la chica a su lado susurró con timidez. Se volteó hacia ella perplejo, sus pensamientos eran tan vacilantes como su voz.
Ella se mordió el labio, nerviosa, cuando él encontró su mirada.
—Son unos ojos bonitos—ofreció de nuevo, señalando su cuaderno—. Um, dibujas muy bien.
Ah.
Edward le dio una pequeña y amable sonrisa, cubriendo suavemente el dibujo con la mano. Le respondió con un suave gracias.
Su sonrisa le iluminó la cara, como si todas las Navidades llegaran de una vez, y su piel se sonrojó.
Luego ella se volteó rápidamente hacia el frente y en su rápido movimiento botó su libro de clases al piso. Edward se inclinó para recogerlo y dejarlo de nuevo en su escritorio.
—Oh, um, gracias —rió esta vez. Edward asintió, pero evitó el contacto visual.
Se volteó hacia su cuaderno.
Dos ojos lo miraban desde la hoja. Unos ojos anchos, oscuros y suaves con largas pestañas. Pero el plomizo del lápiz no lograba capturar su profundidad como él recordaba. El gris claro no podía sustituir el cálido marrón.
Sacudió la cabeza. Aquí estaba él, una vez más, dibujando los ojos de una chica con la que se había sentado en bilogía dos veces. Sólo dos veces. Una chica con la que había tenido una única conversación. Sólo una. Y gran parte de ella en torno a la raíz de cebolla.
Una chica a la que no había conocido por más de dos días.
Una chica cuyo olor casi le había llevado a matar. Una chica cuya sangre le había llamado de una manera que no podía entender – en niveles que no podía alcanzar.
Una chica que ahora, dos años después, seguía siendo lo más importante en su mundo – aunque ella no lo supiera.
Bella Swan tendría diecinueve años. Estaría en la universidad, probablemente en algún lugar cálido. No le gustaba el frío, recordaba eso. Recordaba todo. Cada palabra que había pronunciado, cada aliento que había tomado. Su rostro en forma de corazón. La forma en que sus mejillas se coloreaban y la forma en que latía el ritmo de su vida dentro de su pecho.
Él se preguntaba si ella lo recordaba.
Probablemente – de esa manera en que la mayoría de la gente lo recordaba. Siempre sería el chico extraño con ojos raros, pálida y fría piel, que le hacía sentir incómoda.
Sí, ella lo recordaría.
Cambió a una hoja en blanco de su cuaderno.
Junto a él la chica estaba trabajando en ganar valor para hablar de nuevo. Él podía ver la idea tomando forma en su mente y soltó un inaudible suspiro de resignación.
—Erm, ¿Edward…?
Inclinó la cabeza hacia ella cortésmente, pero mantuvo la miraba baja.
—Me preguntaba… —respiró hondo—. Algunos vamos a ir a ver una película la noche del sábado y…yo…um ¿quieresir? —dijo rápidamente las últimas palabras, podía sentir su incomodidad, su torpeza. Hubo un momento en que la invitación le habría irritado, pero ahora no tanto.
Volteó hacia ella, y le dio una sonrisa amable. Ella tragó saliva.
—Gracias —dijo—, pero no puedo. Mi hermano se casa el sábado.
.
-0-
.
La recepción de la boda estaba en pleno apogeo. La carpa en el jardín estaba llena de luces de colores y un sonriente Emmett aferraba con gracia a su hermosa novia en la pista de baile. Eleazar y Carmen hacían piruetas junto a Carlisle y Esme. Unas sonrientes Kate y Tanya se unieron, haciendo sus propios y únicos movimientos. Edward se quedó a un lado, halando y riendo con Irina, Alice y Jasper, Peter y Charlotte. En la superficie se estaba divirtiendo – el ambiente y la conversación eran divertidos, frescos, y un descanso de la rutina en la universidad. Sin embargo, la superficie era tan profunda como podía.
La música en el caro sistema de sonido cambió – y así también el ánimo. Una suave pieza romántica se filtró desde los altavoces y las parejas dejaron de saltar y balancearse para, en vez de eso, encontrarse en los brazos del otro, meciéndose suavemente con la melodía. Jasper y Alice se miraron a los ojos, su mirada era solo para ellos. Juntos se dirigieron a la pista del baile a la vez que Edward se encaminaba al bosque.
La fiesta la podía manejar… la intimidad, no.
Pensó en Isabella Swan.
Bella.
Se quitó la chaqueta del esmoquin, dejándola caer al suelo para comenzar a correr.
Rápido.
Sus dedos deshicieron el nudo de la corbata y ésta se fue volando. Se arremangó las mangas, abrió los primero botones de su camisa y sacó los faldones. El suave algodón se aferraba a su pecho y se elevaba detrás de él mientras corría.
Dejó que viento silbara al pasar a sus oídos ahogando la música, suspiros y susurros de declaraciones de amor que gradualmente fueron desvaneciéndose y desapareciendo detrás de él.
El viento se sentía muy bien contra su cara y cabello, y no se detuvo hasta haber cruzado la frontera de Vermont a New Hampshire. En el silencioso bosque se sentó sobre un tronco caído y miró el cielo. Sonrió cuando el rostro de ella le sonrió de vuelta desde las estrellas. Luego frunció el ceño.
Pensar en ella siempre era complejo y confuso.
Ella era a la vez una fuente de consuelo y desesperación, y así había sido desde hace un tiempo. Lo que era una mejora, realmente. Porque a un principio sólo había sido desesperación pura, absoluta y paralizante.
Pero eso fue antes de que él entendiera. Suspiró y se recostó en el suelo, con los ojos cerras y los brazos cruzados cómodamente detrás de su cabeza.
Edward amaba a Isabella Swan.
Él la amaba incondicionalmente, absolutamente, con una pureza y profundidad que ningún humano jamás podría imaginar.
Y la amaría de esa manera, sin alteración o desviación, hasta que el universo, y el mismo tiempo, dejaran de existir. E incluso entonces, él sospechaba que su amor podría llenar el vacío que había dejado atrás.
Ella lo era todo.
—Ya sabes, no tienes que estar solo…
Los pensamientos de Tanya lo interrumpieron e hizo una mueca.
Ella apareció en silencio desde los arboles y Edward le dio una pequeña sonrisa, más a su persistencia que a sus palabras.
—Creo que hemos tenido esta conversación antes, Tanya.
—¿La hemos tenido?
—Sí.
—Oh, sí, recuerdo —sonrió, bromeando—. Pero fue hace mucho tiempo. Fuiste a Alaska con problemas con una mujer.
Edward miró hacia otro lado y no respondió.
—Es posible que ahora hayas cambiado de opinión. —Hubo un toque de esperanza en su voz, así como en sus pensamientos, al indicar el tronco. —¿Puedo?
Edward se deslizó, haciéndole espacio. Una gran cantidad de espacio.
—No he cambiado de opinión —aclaró él—. Pero gracias por el… er, pensamiento.
Tanya se encogió de hombros y pasó sus lagos rizos sobre su hombro.
Se sentaron durante un rato, hablando sobre la boda, del nuevo auto de Tanya y de los cursos de ingeniería de Edward en la Universidad de Vermont. Luego su mente dio un giro.
—Me pregunto, Edward… —suspiró bajito—, ¿Te das cuenta de lo que te estás perdiendo?
Edward lo sabía y se tocó la sien. Tanya rió.
—¿Y eso no lo hace por ti? —ronroneó, y trató de deslizar un brazo bajo el de él a la vez que sus pensamientos se volvían más gráficos.
Él sacudió la cabeza. —Me temo que no. —Cuidadosamente se desenredó de su agarre.
—Yo podría hacerte feliz.
Negó.
—Estás solo.
No respondió.
Ella se acercó más, poniendo los labios en su oreja. —No tienes que estar solo, Edward.
Con gracia se puso de pie y avanzó hasta apoyarse contra un árbol con las manos metidas en los bolsillos. Le dio a Tanya una media sonrisa y negó. Pero Tanya no fue disuadida. Ella había vivido durante mil años, y Edward Cullen era el más atractivo y deseable hombre, humano o vampiro con el que alguna vez se había encontrado. Y la manera que estaba ahora, con la camisa suelta y el pelo azotado por el viento, cayéndole sobre los ojos, apoyado casualmente sobre el árbol…
Se mordió el labio.
—Pero tienes deseos, ¿no? —Los deseos de ella eran obvios y apenas contenidos.
—¿Deseos? Mm, no de la manera en que piensas, Tanya.
—Oh, ¿y qué es lo pienso, Edward? —mantuvo la voz baja y seductora.
Él rodó los ojos y miró hacia otro lado, hacia la distancia.
—Pero tú eres un hombre… —dejó la frase allí, pero sus pensamientos continuaron. Edward suspiró.
—Sí, soy un hombre.
—Y la mayoría de los hombres quieren…
—A ti. —Sonrió débilmente, tratando de desviarse. —Sí, lo sé.
Ella le dio una sonrisa suave, y en realidad sonaba avergonzada.
—Era mi intento de ponerte celoso.
Sonrió él.
—Pero no funciona, ¿verdad?
La sonrisa se convirtió en una de disculpas.
Ella suspiró. —Lo que quiero decir…la mayoría de los hombre quieren…a alguien.
Se encogió de hombros, con las manos echas puños en los bolsillo. No quería hablar de eso con ella.
Tanya lo estudió por un momento, con la cabeza inclinada hacia un hombro. De pronto, su mente quedó el blanco.
—¿Qué? —Edward frunció el ceño, alzando la mirada bruscamente. Estaba algo descolocado pues ella le había cerrado la mente tan de repente…por lo general era abierta, muy abierta. Ahora estaba preocupado, preguntándose que venía después.
Tanya ladeó la cabeza hacia el otro hombro.
—¿Sigue siendo la chica? ¿La humana?
Edward se puso rígido, pero guardó silencio, esencialmente confirmando los pensamientos de Tanya.
—Edward, eso fue hace dos años… —dijo suavemente—. ¿Cuánto tiempo la conociste?
Dos días.
Toda una vida.
Edward dio media vuelta y comenzó a caminar entre los arboles. No iba a discutirlo con Tanya – era muy… intimo. Y dudaba de que pudiera explicar la complejidad de sus sentimientos por Bella a una persona que tenía por idea de relación pasar a la segunda cita. ¿Cómo ella iba a entender, en una conversación, lo que le había tomado meses darse cuenta?
Tanya lo siguió y Edward señaló algunas huellas de animales con la esperanza de cambiar de tema.
En sus pensamientos ahora podía ver que ella estaba celosa, preguntándose como una simple humana podía tener ese efecto en él. Pero también estaba preocupada. Su afecto por él era genuino – no quería que resultara lastimado. Hizo una mueca cuando ella se preguntó si lo podría hacer sentir mejor – haciéndole olvidar a la humana.
—¿Edward?
—¿Sí?
Ella ignoró el claro tono de exasperación en la voz de él, que seguía caminando, por lo que extendió la mano y lo tomó por la muñeca. Él se detuvo y bajó la mirada hacia donde sus dedos le tocaban la piel.
—¿Tan malo sería, Edward? —susurró—. ¿En serio? ¿Tan malo sería ceder, disfrutar, sentir… placer? —Con el dedo índice trazó el interior de la muñeca. —Seguramente tienes necesidades, instintos… ¿no?
Miró hacia el bosque a la vez que suavemente ponía su mano libre sobre la de ella.
Ella hizo un pequeño sonido de exasperación.
—¿Qué quieres, Edward?
—Buena compañía —respondió con una pequeña sonrisa—. Y tu compañía es buena Tanya… cuando no estás obsesionada con el sexo.
Le sonrió de vuelta.
—¿Qué tiene de malo el sexo?
—No hay nada malo con el sexo.
—Mm… bueno, me alegra de que pensemos de forma similar sobre eso. —Inclinó la cabeza y le dio una mirada que habría hecho que la mayoría de los hombres cayeran de rodillas, suplicando. Pero Edward ni se inmutó. —Podríamos pasarla bien juntos —susurró y lo golpeó con un diluvio de visiones de lo bueno que Tanya pensaba que podría ser.
Hizo una mueca.
Tocó su pecho. Él tomó su mano, deteniendo sus acciones y sus profundos ojos dorados se encontraron con los de ella.
Lentamente alejó la mano, dejándola suavemente a su costado antes de sacudir lentamente la cabeza. Todos sus pensamientos de tenerlo allí mismo, sobre el suelo del bosque, reclamándolo como su pareja sexual, comenzaron a desvanecerse. Vio la decepción en sus ojos. Y el dolor.
—Lo siento.
—Te gustaría —susurró ella.
Negó de nuevo, esta vez más despacio.
—No, no me gustaría. No así.
—Así, ¿cómo?
El silencio entre los dos era pesado. Sus ojos sostuvieron los de ella, mientras ella tragaba, una vez, dos veces. Cuando finalmente lo comprendió, Tanya habló:
—¿No sin amor?
Edward asintió.
.
-0-
.
Tanya dejó solo a Edward y éste se hundió en el suelo del bosque, con la espalda apoyada contra un gran abeto. Sabía que su rechazo le había picado, y a él no le gustaba herir sus sentimientos, pero también sabía que no podía tomar lo que ella le ofrecía. Apoyó los brazos en las rodillas y miró de nuevo el cielo nocturno. Respiró profundamente y después cerró los ojos.
Tanya había hablado del deseo. Y cuando había corrido por entre los arboles, lejos de él, ella se hizo la pregunta de que si acaso era capaz Edward de sentir deseo o lujuria.
Se permitió una sonrisa nostálgica.
Edward ciertamente era capaz.
Sólo que para él el deseo y la lujuria venían junto con el amor.
Los sentimientos que ahora reconocía habían estado ahí desde el principio, casi desde ese primer momento en la cafetería. Pero eran tan débiles y poco familiares que se perdieron bajo el aplastante peso de la confusión y frustración – bajo su ira y dolor.
Le había tomado un tiempo el que esos sentimientos salieran a la superficie.
Pero ellos emergieron.
Había sido en una noche como esta – el cielo cristal claro y brillante con estrellas, pero el suelo estaba cubierto de nieve.
Había salido a cazar y había devorado la mayor parte de una manada de alces. Su sed se mostraba satisfecha pero no tenía ninguna prisa por llegar a casa. Siempre en el cielo nocturno él veía el rostro de Bella con más claridad, por lo que se tendió en la nieve y miró como sus ojos lo veían desde las estrellas.
Y había dejado que su mente divagara.
Sus pensamientos habían seguido el camino habitual en un primer momento – sus ojos, las suaves ondas en el cabello, la curva de su boca. Pero esta vez, cuando Edward había recordado la forma en que ella se había llevado su labio inferior entre los dientes, su cuerpo repentinamente se había tensado.
Y sus recuerdos adquirieron un enfoque nuevo y diferente. Cosas como la forma en que el algodón de la blusa se presionaba suavemente contra sus pechos cuando respiraba. El sonido de la mezclilla contra sus muslos al cruzar las piernas debajo de la mesa.
Empujó la cabeza contra la nieve y gimió bajo y profundo. Sus manos se empuñaron en el suelo cuando nuevas sensaciones lo lamieron lentamente y rodaron sobre él. Se había dicho a sí mismo que detuviera eso, que no debería pensar en ella de esa manera, que no estaba bien… pero después se dio cuenta que no se sentía equivocado.
Edward gruñó cuando se dejó ir. Había imaginado cómo se sentiría la piel de Bella con la suya, sus manos en su cabello y sus piernas envueltas alrededor de él mientras la abrazaba; sus manos acunando su cabeza, sosteniendo sus miradas mientras él se deslizaba dentro de ella, tomándola, adorándola, amándola. Sentirla a su alrededor, rodeándolo, tomándolo, y haciéndolo suyo. Su boca en el cuello de ella; su nombre saliendo de sus labios y el de él en los de ella cuando juntos encontraran el éxtasis. Él le mostraría con su cuerpo lo que sentía su corazón y eso sería muy, muy, hermoso.
Ojos entornados con el cuerpo arqueado y estremecido, sus manos arañaban la tierra cuando gritó su nombre en la noche.
—¡BELLA!
Luego un susurro roto…:
—Oh…Bella…
Se había tendido allí, con el cuerpo zumbando, los ojos muy abiertos cuando se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir.
Rodó sobre su estómago, sin aliento, jadeando suavemente, parpadeando con fuerza.
Había esperado sentir mortificación y vergüenza… pero éstas no llegaron. En vez, sólo había deseado con toda su corazón que esta experiencia hubiera sido con ella.
Esa noche había sucedido hace casi un año y aunque no pasaba a menudo, esa primera vez no había sido la última. Pero siempre era agridulce para él. Para Edward el amor sólo remarcaba la pérdida.
Ahora sacudió la cabeza cuando los sentimientos comenzaron a removerse.
—No esta noche —se dijo.
Se puso de pie. Rosalie y Emmett pronto se irían a su luna de miel y debería estar ahí para decir adiós. Y en las raras y preciosas ocasiones en que se dejaba llevar, no era algo que le gustara hacer en apuro. Echó una mirada a las estrellas, dijo a Bella un silencioso bunas noches y se alejó entre los árboles.
.
-0-
.
Era lunes. Edward estaba sentado en la última fila de la sala esperando que la cátedra comenzara. Como de costumbre, la chica, Jennifer, se sentó a su lado. Ella le dio una pequeña sonrisa que él regresó. Animada por esto, ella decidió preguntarle por la boda de su hermano. Él le preguntó por la noche de cine. Después quedaron en silencio cuando el profesor empujó las puertas dobles.
La cátedra comenzó, pero mientras el monótono profesor llenaba la sala, los pensamientos de Jennifer estaban en otra parte. Ellos se desarrollaban y formaban conforme su determinación crecía, haciendo que Edward se removiera en su asiento, cambiando sutilmente de posición para apartarse de ella. Esperaba que el lenguaje corporal fuera suficiente.
No lo fue.
Respiró hondo, inclinó la cabeza hacia él, y comenzó:
—Um, Edward… me preguntaba si tal vez, algún día, si no estás haciendo algo después de clases… —hizo una pausa y él dio un suspiro interno. Levantó la vista hacia ella. —¿Te gustaría tomar un café… er… o algo? —Ella se encogió de hombros. —Ya sabes… si quieres… un día…
Sin esperar una respuesta, Jennifer miró rápidamente su libro nuevamente mientras Edward fruncía el ceño suavemente.
Había tenido, literalmente, miles de esas ofertas a través de los años. Café, cena… y más. Cuando alguna vez respondió con un frío y cortante no gracias, en estos días se tomaba el tiempo para no herir sentimientos.
—Gracias —susurró—, pero estoy ocupado casi todos los días después de clases.
—Oh… —Jennifer levantó la mirada y luego bajó la vista de nuevo.
—Y yo no quiero aceptar una invitación con la que no puedo cumplir —agregó él suavemente, esperando que entendiera el mensaje.
Ella levantó la mirada de nuevo, parpadeando cuando la realidad comenzó a caer en su lugar. —Por supuesto —ella pensó—. ¿Cómo pude ser tan estúpida… alguien como él?
—¿Tienes novia?
Su garganta se apretó y también su pecho. Una novia.
—Hay alguien… —susurró bajito, vagamente.
Jennifer asintió, mirando de nuevo su libro. Por supuesto que él tenía a alguien.
—Pero gracias por la invitación —Edward dijo educadamente. Ella asintió de nuevo sonriendo débilmente, pero evitando su mirada. Luego los ojos de Edward le echaron un vistazo al chico de cabello color arena dos filas delante. Daniel.
Edward estaba bien familiarizado con los pensamientos tímidos pero cariñosos del chico hacia Jennifer. Él sabía que Jennifer creía que Daniel era "algo lindo".
—Creo que a Daniel le gusta el café —Edward dijo casualmente.
Los ojos de Jennifer se posaron en la nuca de Daniel. En su mente, Edward podía verla considerándolo.
Sonriendo, él se volteó hacia su cuaderno y comenzó a dibujar un par de ojos en un rostro en forma de corazón.
Suspiró suavemente.
Isabella Swan había estremecido su mundo con su es esencia del tipo bola de demolición.
Pero en realidad, todo cambió incluso antes de que ella caminara por delante del ventilador en el laboratorio de biología. Había comenzado en la cafetería y con los pensamientos poco amables de Jessica Stanley que habían hecho sentir a Edward extremadamente protector con la chica nueva con la intrigante mente en silencio.
Pero el proteccionismo se había evaporado media hora más tarde cuando ella tropezó en el pasillo hacia el mesón de laboratorio que compartieron solo dos veces.
Escapar a Alaska después de aquella primera y casi letal lección de biología debería haber sido la respuesta para él. Él tendría que haber sido capaz de olvidar el incidente tan pronto se alejó y apartó… pero no pudo. La inexplicable atracción era demasiado fuerte y él había regresado.
Bella había sobrevivido a su segunda clase de biología juntos y Edward había aprendido un poco sobre ella, incluyendo el que él quisiera aprender más. Y todavía no entendía el por qué.
Pero había huido de Forks para siempre después de esa segunda lección – hizo su decisión cuando la vio la visión de Alice sobre una pálida Bella de ojos rojos.
¡No!
Eso nunca llegaría a pasar. La chica, Bella, nunca sería un monstruo. Él no lo permitiría.
Él no lo permitiría.
Irse había sido lo más difícil que había hecho. La idea de irse en realidad lo había herido – un agudo dolor que le atravesaba el pecho y se quedaba allí, haciendo de su corazón su hogar.
Pero sabía que alejarse era lo que tenía que hacer. Por ella. Él no había tenido opción. Sus pensamientos no se lo permitían. Incluso si él entendía el significado de los sentimientos. Cosa que no era así.
—La amas —. Las palabras de Alice le habían golpeado como una avalancha.
¿Amor?
¿Eso era?
No.
Él no podía amar a una humana.
¿Podía?
Había pasado un mes solo en una cueva ponderando esa revelación, tratando de entender. Y cuando finalmente llegó la comprensión, no había sentido ninguna alegría o placer – sólo una aplastante desesperación de que él nunca, jamás estaría con la mujer que amaba. Rugió y despotricó en contra de los designios que habían decidido que pasaría la eternidad solo; eso significaba que incluso no tenía ni la esperanza de amar… y que Isabella Swan nunca sería amada de la forma en que debería ser – porque nadie la amaría tan profundamente como él.
Y darse cuenta de que su amor sería lo más peligroso para la vida de ella… dolía.
Dolía tanto que casi lo destruía.
Se había hecho una bola y preguntado por enésima vez lo que Isabella Swan estaría haciendo justo en ese momento, preguntándose también lo que ella pensaría de él… si ella lo viera en ese momento.
No mucho, había supuesto.
Y eso dolía.
Edward se sentó y sacudió el polvo de sus rodillas y camisa. Nunca querría que ella lo viera así… y fue entonces cuando encontró la fuerza para recomponerse. Y a partir de esa fuerza llegó la resolución y la extraña especie de consuelo de que él estaba haciendo lo mejor por la mujer que amaba.
Su ausencia significaba la vida de ella.
Él comenzó a cambiar.
Todo lo que hacía ahora, lo hacía con ella en mente. Él sería un mejor hombre para ella, aunque nunca lo supiera. Sería alguien a quien ella le encantaría conocer, alguien a quien ella le gustaría llamar amigo, a pesar de que nunca volverían a encontrarse.
Así que ya no andaría flojeando en escuelas secundarias. Sólo universidad y trabajos reales.
Se esforzó en recordar lo qué él había sido como humano, con la esperanza de que le diera una imagen más clara de Bella y del significado detrás de las palabras, expresiones y rubores de su primera y única conversación.
Como adolescente humano había sido muy tímido y un poco torpe, recordaba eso. Pero en ese entonces, la mayoría de los chicos adolescentes lo eran. Recordó que a veces ponía de frente la valentía para esconderse.
Había tenido fuertes opiniones sobre el mundo y todo lo que había en él. Quizás demasiado fuertes para un muchacho de diecisiete años – había discutido con su padre en más de una ocasión.
Pero había sido un buen hijo. Sus padres lo habían amado mucho y él los había amado a ellos. Aún los amaba ahora.
Poco a poco, la inconsecuente actitud fría de Edward hacia los seres humanos comenzó a cambiar y su humanidad largamente enterrada empezó a surgir cuando vio partes de sí mismo en los humanos a su alrededor.
Y, lentamente, mientras las piezas cayeron en su lugar, la imagen que tenía Edward de Bella comenzó a aclararse. Ella era desinteresada y valiente. Pensaba en los demás. Ella era tímida. Pero determinada. Y era perceptiva.
Ella no era superficial – la falta de esmalte de uñas y maquillaje lo decía. Ni siquiera se había perforado las orejas.
Él pensaba que ella se sentía incómoda en su propia piel. Un poco como él se sentía a veces – y aún así, a veces ahora.
Él no sabía lo que ella pensaba de él.
Su lápiz se movió sobre la hoja mientras pensaba, sombreando la mandíbula, su cuello y clavículas.
A menudo se preguntaba dónde estaba ella ahora, qué estaba haciendo. ¿Qué universidad había elegido? ¿Qué ramos había tomado, qué carrera planeaba? En dónde quiera que estuviese, esperaba que el sol estuviera sobre su piel.
Él siempre evitaba los pensamientos de novios y matrimonio.
A veces pensaba en encontrarla. Sin que ella supiera él sólo la miraría desde la distancia, ver cómo estaba. Pero sabía que nunca sería lo suficientemente fuerte para eso. Dudaba que fuera capaz de alejarse por segunda vez. Una vez casi lo había destruido. Y si ella tenía un novio… entonces no estaba seguro de lo que eso le haría a él. No, era mejor de esta forma. Él viviría para ella, y mantendría sus recuerdos justo como estaban.
—¿Sr. Cullen? —la voz del profesor sacó a Edward de sus pensamientos. Rápidamente, leyó su mente.
—Fuerza electrostática —Edward respondió y el profesor asintió, preguntándole a otra persona.
Los ojos de Jennifer ahora estaban en el dibujo de Edward, en sus pensamientos se preguntaba sobre la linda chica de ojos pensativos. Pasó casualmente a una hoja en blanco de su cuaderno al mismo tiempo que su teléfono celular vibraba en su bolsillo. Agradecido de que algo distrajera a Jennifer, Edward hizo el ademan de sacar el teléfono del su bolsillo y rodó los ojos con exasperación. Jennifer ahogó una risita y miró al frente, olvidando el boceto. Edward miró la pantalla en la palma de su mano.
Era un mensaje de texto de sus abogados en Chicago. Los inquilinos de la casa se cambiaban. Ya era hora de que Edward jugara al propietario.
.
-0-
.
Al siguiente fin de semana Edward estaba de pie en la vacía sala de estar de su casa humana y miró alrededor. Habían pasado cinco años desde su última inspección.
Los últimos inquilinos habían salido hace dos días y, por suerte, habían dejado el lugar limpio y en buenas condiciones. Aunque se preguntó por qué alguien habría pensado que una pared color naranja quemada era buena idea. ¿La agencia les permitía hacer eso? Con el reflejo opaco del cielo gris y lluvioso de afuera la pared parecía barro. Se tendría que ir. Ahora. Y lo haría él mismo - sería más rápido y haría un mejor trabajo que cualquier decorador.
Tomó las llaves del auto desde el bolsillo y abrió la puerta principal.
Alguien se estaba mudando a la casa estilo victoriano del frente (se había convertido en cuatro departamentos pequeños hace algunos años). Una alta y delgada lámpara de lectura estaba en la acera, tambaleándose ligeramente con la brisa. Una maleta estaba a su lado. Un pequeño auto estaba estacionado con el maletero abierto. Dos chicas, tiraban de la capucha de su camiseta sobre sus cabezas para evitar la lluvia, donde luchaban con una caja grande de cartón, de aspecto pesado, tratando de empujarla por sobre el borde del maletero, con los pies deslizándose sobre la superficie mojada de la carretera.
Edward pensó en ir a ofrecer su ayuda. Comenzó a bajar los escalones de la entrada, listo para llamarlas, justo cuando una suave brisa se levantó, soplando fuerte. Golpeó la lámpara por lo que su pantalla de platico se partió en pedazos contra el suelo.
Un segundo después, Edward estaba casi de rodillas, temblando, jadeando. Su garganta estaba en llamas y su mano aplastaba el pomo de la puerta en su desesperación por volver a entrar a la casa. Cerró la puerta detrás de él y se dejó caer al suelo, con el cuerpo temblando incontrolablemente. Los gruñidos rasgaban su pecho mientras la puerta se estremecía y su garganta ardía.
Isabella Swan.
Bella. Su Bella.
Ella estaba aquí.
Y ella había estremecido su mundo nuevamente.
Su olor todavía estaba en su nariz, llenándolo, poseyéndolo. Podía saborearla en la lengua – sus ojos rodaron detrás de su cabeza. Edward enseñó los dientes y gruñó. Sus manos se aferraron a las tablas del piso, tallando profundos surcos irregulares en la madera mientras luchaba por controlarse. El monstruo se sacudió en su jaula – pero el monstruo era débil, porque a pesar de que el olor llamaba la parte más primitiva de él, ahora significaba algo más.
Edward se obligó a tomar una respiración profunda. Y otra. El aire ligeramente rancio de su casa alivió su garganta, aclarando lo suficiente su mente como para pensar… pero sólo apenas.
Se puso de pie y fue hasta la ventana. Se asomó con los ojos muy abiertos mientras observaba detrás de las persianas. Su cuerpo todavía temblaba. Su mente era todo desorden y confusión total.
Ahora ella estaba riendo. La capucha había caído y el viento azotaba su cabello alrededor de su cara mientras ella y la otra chica intentaban llevar la caja hacia los escalones de entrada.
Tan hermosa. Tan, tan, hermosa.
La última vez que la había visto él no sabía que la amaba. Ahora él la veía con nuevos ojos que la devoraban. Y un nuevo corazón que, en este momento, estaba casi latiendo.
—Bella… —su voz se quebró. Sus largos dedos agarraron con fuerza el alfeizar de la ventana – apenas notó que astillaba la madera.
¿Por qué ella estaba en Chicago? ¿Por qué no estaba en un lugar cálido? Él había querido que ella tuviera calor y luz del sol – a ella le gustaba eso. La había imaginado en las playas de California, o Hawái – caminando por los soleados campus con los brazos llenos de libros mientras la luz jugaba con su pelo.
Este nuevo desarrollo era demasiado para él e incluso su cerebro tamaño vampiro estaba teniendo problemas para entenderlo.
Ella estaba aquí. Ella realmente estaba aquí.
Y también él lo estaba.
No iba a permitirse pensar a dónde podría llegar esto.
La mente de Bella seguía en silencio para él, pero se centró en los pensamientos de su amiga con la esperanza de tener respuestas.
Pero no encontró nada. Ella estaba demasiado enfocada en la cita a ciegas que estaba armando para su hermano.
Las chicas desaparecieron por la puerta principal y Edward se enderezó y comenzó a caminar. ¿Dónde estaban las visiones de Alice cuando él las necesitaba? Tomó su teléfono desde su bolsillo con la esperanza de ver un mensaje de su hermana, pero no había ninguno. ¿Cómo ella no lo había visto venir? ¿O había visto algo y decidió no decirle? Intentó llamarla, pero no respondió su teléfono. Dejó un escueto mensaje:
—Es Edward. Llámame.
Y luego colgó.
Gruñó pasándose las manos por el cabello mientras caminaba y se paseaba, esperando… no sabía qué.
Había pasado por todos los momentos de los últimos dos años relacionados con sus sentimientos por Bella, aceptándolos, manejándolos, y ahora…
Era como volver a empezar de cero otra vez. Como si estuviera de nuevo en el laboratorio de biología viéndola caminar por el pasillo hacia su mesón.
Atravesó la pared con el puño.
Cuando Alice llamó una hora más tarde, Edward estaba sentado en la habitación de su niñez, abrazando las rodillas contra su pecho mientras observaba las ventanas del apartamento de Bella.
—¿Qué voy a hacer? —gruñó por el teléfono y Alice suspiró.
—No lo sé, Edward. Sólo tú lo sabes, sólo puedo ver el resultado cuando lo decidas.
Arrugó los ojos con fuerza y golpeó la parte trasera de su nuca contra la pared. El yeso se agrietó.
—No puedo dejarla ir de nuevo —gruñó.
—Lo sé. Y… no creo que deberías.
Abrió los ojos de golpe.
—¿Qué estás diciendo?
—Yo… no sé realmente. Es como la última vez, Edward. Nada está claro… ni siquiera pude ver que esto venía. Estás en una encrucijada. Sólo tienes qué elegir el camino a seguir.
—No sé qué camino tomar.
Alice suspiró de nuevo.
—Yo creo que sí, Edward. Me acabas de decir que no puedes irte de nuevo —hizo una pausa y dejó que asimilara sus palabras—. Piénsalo, Edward.
Él se quedó en silencio.
—Creo que tienes tus respuestas —Alice dijo bajito.
Edward dejó escapar un profundo suspiro. Sentía el pecho pesado y apretado.
—Yo no… no puedo… —se pasó la mano por el cabello, tirando de los mechones con tanta fuerza que casi le dolía. —No sé cómo voy a…
—Pero ahora es diferente, Edward —Alice lo interrumpió con suavidad.
—¿Cómo? —espetó—. ¡Dime cómo es diferente, Alice! Sigo siendo un vampiro, ella sigue siendo humana y su olor… —cerró los ojos, no pudo terminar la oración—. ¡Nada ha cambiado!
Pero tan pronto como dijo las palabras se dio cuenta de que estaba equivocado.
Él había cambiado.
Abrió los ojos a medida comenzaba a dudar.
Él no era el mismo chico que había estado en el laboratorio de biología. En los pasados dos años él había hecho algo casi inaudito para un vampiro – había crecido, madurado y cambiado. Alice pareció leer su mente.
—Las cosas han cambiado, ¿no, Edward?
—Tal vez —murmuró a modo de respuesta.
—Definitivamente.
Se encogió de hombros.
Hubo silencio mientras Edward seguía pensando y Alice le dejaba.
—Tal vez —dijo de nuevo después de un momento—. Pero sigue siendo un riesgo para ella, Alice. Sigo siendo lo más peligroso en su mundo.
—¿Lo eres?
Frunció el ceño. —¿Qué quieres decir con que lo soy? Por supuesto que sí.
—La amas, ¿no?
Apretó los dientes. —Sabes que sí.
—¿Alguna vez harías algo para hacerle daño?
—¡No! ¡Por supuesto que no! ¿Por qué acaso tú…? —Sacudió la cabeza—. Es por eso que me he mantenido lejos, es por eso que debería alejarme de nuevo ahora.
Alice suspiró. —Entonces, ¿harías algo para herirla?
—¡No! ¡Nunca! —él casi estaba gritando. La sola idea de que Bella se dañase de algún modo lo llenaba de tanto horror, terror, dolor y… oh…
—Piensa en lo que acabas de decir, Edward.
Pero él ya lo estaba haciendo.
Suspiró y cerró los ojos, dejando que este nuevo concepto floreciera y creciera. Él la amaba más de lo que quería su sangre. Él nunca le haría daño. Él lo sabía ahora.
—¿Me llamarás si ves algo? —susurró.
—Lo prometo.
Le dio a "colgar" y dejó caer el teléfono al suelo para así poder sostenerse la cabeza con las manos.
—Muy bien —murmuró mientras miraba sus pies—. No voy a ninguna parte… ¿así que, ahora qué?
Pasó los siguientes dos días pensando y planeando, luego revisando esos planes y pensando un poco más.
Casi había dejado un agujero en el suelo de tanto pasearse. Si sus uñas no fueran como acero, él las hubiera mordido hasta llegar al hueso. Si fuera humano habría apretado los dientes hasta convertirlos en muñones.
¿Debería simplemente observar a Bella desde lejos por el resto de su vida, como una especie de ángel guardián? No dejaba pasar la ironía.
¿O podría volver a presentarse y encontrar un lugar en su vida, por muy pequeño que sea? Incluso si era sólo el chico que ella conoció una vez en Forks que ahora vivía al cruzar la calle. Alguien que dijera "hola" al pasar. Salvo que él podría estar en su vida durante uno o dos años más, antes de que ella se diera cuenta de que no envejecía. Incluso ahora mismo se veía muy igual.
¿O… tratar algo más? La idea lo emocionaba y aterrorizaba. Y no tenía ni idea de lo más que podía ser.
Caminó, merodeó y sopesó cada acción. Analizó cada posible escenario.
Observó el departamento desde su ventana. Veía su ir y venir pero nunca estuvo seguro de a dónde ella iba – y eso le molestaba. Universidad, asumió. Quizás de compras a veces. Hubo una bolsa de comestibles en algún punto.
Ella escuchaba mucha música. No parecía tener una televisión. Las luces por lo general se apagaban a las once y estaba de nuevo en pie a las seis y media.
Hubo otro visitante – un hombre joven con un regalo de bienvenida y un montón de consejos sobre decoración y cuyos pensamientos le dijeron a Edward que Bella estaba soltera y que él era gay.
Ella estaba soltera. Su amigo hombre era gay.
Esas piezas de información complacieron mucho a Edward, pero no lo ayudaban en su decisión.
Volvió a repasar sus opciones y volvió a analizar los escenarios. Una y otra vez.
La noche del martes fue a cazar.
Para la mañana del miércoles él había tomado su decisión.
Esperó que Alice llamara, pero no lo hizo.
La tarde del miércoles Edward observó el pequeño auto de Bella entrar en la calle y llegar hasta el frente de su edificio.
Abrió la ventana a lo ancho cuando ella salió a la acera. El viento soplaba y él tomó un profundo, profundo aliento. Era como cuchillos calientes en su garganta cuando el aroma lo agredió. Tomó otro aliento, y otro. Otro. El ardor era implacable, pero el monstruo no hizo ninguna aparición.
En los últimos días Edward había notado que este no era el olor del tormento, de la tentación y la angustia…
… Este era el olor de las segundas oportunidades.
Corrió por las escaleras de tres en tres, abrió la puerta y salió casi corriendo a la calle. Redujo la velocidad cuando golpeó el pavimento.
¿Y si ella no lo recordaba? ¿Y si lo recordaba, pero no le gustaba? ¿Qué iba a decir? ¿Qué diría ella? ¿Y si le decía que se fuera? Quizás esta era una mala idea. Quizás debería darse la vuelta y marcharse.
Pero sabía que no lo haría. Cuadró los hombros y comenzó a caminar.
Bella estaba tomando su mochila desde el asiento trasero del auto. Levantó la vista cuando él se acercó con ojos curiosos y sus pasos casi fallaron.
Sus ojos… querido Señor, sus ojos. Sentía las rodillas realmente débiles.
Y de pronto, Edward sentía que casi todo se había ralentizado. El camino se sentía como de una milla de ancho. Sus pasos eran ruidosos, haciendo eco mientras caminaba.
Y su corazón… estaba en todas partes, rodeándolo por lo que su cuerpo se sentía vivo con su ritmo.
Y su olor.
Su olor estaba en el aire, su garganta ardía pero apenas lo notó porque ahora su olor significaba que ella estaba allí y él tenía esperanza.
Por fin llegó a su lado.
—¿Bella? —Edward trató de mantener el temblor en su voz. Sus recuerdos no hacían justicia con su belleza – ahora lo podía ver al estar de pie frente a ella. Tragó saliva y ella le frunció el ceño y vaciló un poco. Luego, sus ojos se agrandaron. Alzó las cejas y abrió la boca. Él tragó saliva de nuevo.
—Soy Edward —dijo—. Edward Cullen, de la secundaria de Forks.
Ella lo miró fijamente sin hablar, pero él vio el surgimiento del rubor en sus mejillas. Comenzó a morderse el labio. Él contuvo el aliento, le tendió la mano y sonrió.
—Hola.
.
.
Hola!
Estoy de vuelta y comienza una nueva traducción. También de Windchymes.
Y de novedad, finalmente, tengo beta. Es FungysCullen13 quien ha hecho un trabajo muy bueno y veloz. Muchas gracias, linda ;)
Les invito a dejar sus comentarios y a poner esta nueva traducción en sus favoritos, con tal que no la pierdan de vista. También, pásense por mis otras traducciones, de la misma autora.
Nos leemos, cariños, Blueskys