Uno podía volver a la sensatez luego de que las ilusiones se iban [pensó Elladora], pero era más difícil si de lo que te encaprichabas […] era lo real. […]Pero Weasley no se iría a ninguna parte, así que tendría que ser su hijo el que tenía que despertar.


Su recuerdo. Capítulo V

Vida

Primera parte

~ .oOo. ~

Parado frente al espejo, Blaise observó su cuerpo desnudo.

Recorrió con sus ojos su cuerpo, las líneas de sus músculos, los tenues hematomas que florecían en su cuello y caderas, el reguero seco de sangre y fluidos diluidos en el color de su piel.

Levantó la vista de entre sus piernas y cerró sus ojos, rememorando cada caricia, cada empuje, permitiéndose ser indulgente una última vez mientras sus ojos ardían.

Luego de unos momentos, se obligó a mirarse al espejo, y no pudo. Con una exhalación temblorosa que se escuchó en medio del envolvente silencio, se exigió firmemente empujar a un rincón de su mente aquellos sentimientos engañosos que comenzaban a surgir. Con una respiración profunda, se encontró con sus ojos en el espejo. Satisfecho, se dio cuenta de que no había rastro de la persona que había sido ayer.

Con la mente más fría y despejada, permitió que su mano cediera al impulso de cubrir su vientre. Había esperado que un sólo encuentro con Ron fuera suficiente, pero el Revelio Conceptio indicaba que no había ningún bebé en camino. Nada con lo que embellecer el recuerdo de Ron en su cuerpo, sólo dolor, placer y debilidad.

Alejó su mano con rabia, dándole la espalda al espejo.

Abrió las puertas del clóset, sacando una túnica elegida descuidadamente. Era una suerte que todas tuvieran un corte formal, porque en ese momento no recordaba todos los asuntos importantes que tenía que resolver en ese día. Desnudo, se dirigió a la ducha, haciendo caso omiso de los malestares en su cuerpo.

A pesar de la presión constante del agua sobre su espalda, la frustración por su "debilidad" se mantuvo en su mente mientras tallaba con fuerza las marcas sobre su cuerpo, irritándolas aún más.

No se había sorprendido cuando esa mañana se despertó solo en la cama, y no necesitaba buscar a su esposo para saber que tampoco lo encontraría en algún lugar de la casa. Aunque ahora lo agradecía, eso no evitaba que el pensamiento de su esposo escabulléndose silenciosamente durante la madrugada lo enfureciera.

Terminó de lavarse rápida y eficientemente, vistiéndose con premura y aplicándose un rápido Glamour; aunque le supo a avena seca en la boca, también se obligó a tomar su desayuno como siempre. Leyó tranquilamente la sección financiera de El Profeta, hasta que se dio cuenta de que por costumbre había separado y acomodado la sección deportiva a su lado, donde se sentaba habitualmente Ron. Con su irritación de vuelta, arrojó el periódico a un lado mientras se levantaba y llamaba a su elfo doméstico, Tyrton, para que recogiera.

Pasó por la biblioteca y luego por su habitación, asegurándose de tener todo lo necesario antes de arrojar polvos flu a la chimenea del salón y dirigirse a ver a su madre.

El hecho de que Ron no hubiese sido lo suficientemente maduro como para enfrentarlo esa mañana no tenía por qué influir en su agenda del día, así que por mucho que no tuviera ganas de tratar con su madre, habiendo podido pretextar mil excusas para no ir a verla, decidió que era mejor comenzar su día como siempre y acabar con ello.

Cuando traspasó las llamas, Blaise atravesó la sala de estar de su madre y se dirigió directo a su despacho sin avisarle de su llegada; ya los elfos se encargarían de hacerlo. Seguramente esa tremenda falta de cortesía la ofendería, pero conforme pensaba en todo lo que tenía que hacer en el día, menos le importaba.

Se desplomó sobre la silla detrás de su escritorio tratando de recordar el horario cuidadosamente elaborado el día anterior, sin importarle arruinar su normalmente impecable túnica y su aún más impecable postura. Su mente, sin embargo, tomó el camino de regreso a la noche anterior, con pensamientos inconexos y vagos, mientras su mano jugueteaba con una pluma que había tomado del tintero.

Gotitas de tinta comenzaron a salpicar los pergaminos acomodados sobre el escritorio sin que Blaise se diera cuenta.

Tampoco se dio cuenta cuando Birger, uno de los elfos de la mansión, hurgó en el maletín que había dejado descuidadamente sobre la silla victoriana frente a su escritorio y sacó el pergamino que contenía la carta que había escrito en respuesta a la invitación del Ministerio, llevándoselo a su madre, tal como le había sido ordenado.

Elladora había estado tan emocionada y complacida como podía demostrar cuando habían recibido esa invitación, y la respuesta que ahora leía de Blaise era todo lo correcta que podía ser. La había revisado detalladamente mientras tomaba el té de la mañana, junto a un pequeño desayuno, agregando un detalle aquí y allá, hasta que quedó lo suficientemente satisfecha como para ir en busca de su hijo para que la redactara de nuevo.

Llegando al despacho, frunció ligeramente el ceño ante la pose indolente de su hijo, y como aclararse la garganta no era propio de damas, se adentró en el despacho sin los pasos suaves a los que estaba acostumbrada, que hicieron un muy ligero eco sobre la alfombra y las paredes tapizadas de libros, aun así alertando con su sonido a Blaise, que hizo el intento de sentarse correctamente antes de decidir que estaba demasiado grande como para actuar como un niño escarmentado. Viendo el pergamino que traía en sus manos, entrecerró los ojos y dijo:

—Madre, veo que te ha… "llegado" la respuesta que pienso mandar al Ministerio —alzando una ceja ligeramente, sabiendo que no debía presionar su suerte al ser encontrado divagando en su despacho y sin haberse dado cuenta del maldito elfo que se había atrevido a husmear entre sus cosas, y que sólo se libraba del castigo porque eso lo haría sentirse aún más estúpido.

No le sorprendió no obtener una respuesta. Su madre se acomodó en una incómoda pero hermosa silla Luis XV frente al ventanal izquierdo, desde donde con una mirada le pidió muda y delicadamente que la acompañara, alzando orgullosamente la barbilla. A ella nunca le había gustado sentirse "inferior" al ser atendida desde el otro lado de un escritorio.

Recordando sus propios sentimientos ligados al recuerdo de su padre y él en ese despacho, con su mirada desdeñosa dirigida a él a sus cinco años desde el otro lado de ese mismo escritorio, aceptó la petición de su madre y se dirigió parsimoniosamente al sillón contrario luego de unos segundos –sólo para que recordara quién era el cabeza de la familia. Los ojos entrecerrados de su madre le dijeron que había captado el mensaje y que, por supuesto, lo consideraba una terrible descortesía. La diversión y satisfacción que sintió se vieron rápidamente reducidas a nada cuando cayó en la cuenta de que cabeza de familia o no, se había levantado de su silla para sentarse donde su madre había querido, para hablar de las modificaciones que ella había hecho a una carta que él ya había escrito. No sabía ni de qué se sorprendía, si todo lo que era y todo lo que sabía lo había aprendido de ella, con la muerte "prematura" de su padre.

Sabiendo que su madre no hablaría hasta que él se hubiera acomodado, infantilmente trató de adoptar la misma posición despatarrada que tenía en su silla, pero lo incómodo del sillón le impidió intentarlo. Pensó que no estaba de humor para soportar lo puntilloso de su madre sentado en ese horrible sillón. Si las cosas fueran diferentes, sería su esposa (o esposo, si se salía con la suya) la que tendría que arreglárselas con su madre. ¿En qué lugar lo dejaba eso, luego de lo de anoche?

Él podría no haber amado a su posible esposa, pero no podía imaginarse tratándola de ese modo. No imaginaba, incluso, a su padre tratando a su madre con nada menos que consideración y respeto por ser la futura portadora de su heredero, pensó sintiendo cómo su humor se agriaba a pesar de sus mejores deseos. Seguramente Weasley había aprendido sus malos modales de su padre. No creía que el Sr. Weasley pudiera haberle consentido todos sus más ligeros caprichos a su esposa, ni llenándola de comodidades y consideración como debía.

Inmediatamente Blaise se sintió mal luego de ese pensamiento tan mezquino, no por el pensamiento en sí, sino por lo ilógico del mismo. No podía comparar su situación con la de sus padres, ni con la de los Sres. Weasley, y al paso, tampoco con la de Harry y Draco, aceptó a regañadientes luego de ese último pensamiento fugaz.

Se estaba dejando guiar por sentimientos que no tenían ni pies ni cabeza, por el mal humor que iba y venía a causa de su enorme irritación por el poco control que había tenido anoche sobre las respuestas de su cuerpo, por pensar en el dolor y el placer, el olor a alcohol y en su esposo escabulléndose de su cama al poco tiempo.

Un pensamiento más logró colarse a su mente, a pesar de que llevaba toda la mañana tratando de impedirlo. ¿Se imaginó Ron otro cuerpo, otra cama, mientras buscaba su placer?

Removiéndose en una posición más cómoda para sentarse, se percató repentinamente del silencio en la habitación. Al alzar la vista, se topó con los ojos aceitunados de su madre, que lo habían estado observando desde hacía tiempo. Enderezándose, procuró no mostrarse sobresaltado, como si sólo le hubiese dejado de prestar atención porque esas cosas le aburrían, a pesar de que no habían siquiera comenzado a hablar.

Pero su madre no era tonta, y por supuesto, no se dejó engañar: el tema importante no era su falta de concentración, ni su comportamiento poco educado.

—Sería una tonta —dijo fríamente— si luego de que yo misma he usado durante años tantos encantamientos de glamour, no me diera cuenta cuando mi hijo trae puesto uno.

Apretando los labios, Blaise se quedó viendo por un instante el piano en madera negra frente a él, sin deshacer el glamour, pensando en lo que iba a decir a continuación.

—Esta tarde pasaré por Gringots —y mirando significativamente a su madre—: voy a guardar en la bóveda el contrato matrimonial.

Con esas simples palabras, Elladora entendió lo que seguramente había sucedido –por fin– entre Ron y su hijo. El contrato debía haberse cumplido en todas sus cláusulas para finalmente poder ser resguardado con celo en las seguras cámaras de Gringots.

No sabía cómo es que Weasley se había resistido tanto a su hijo, pero no le agradaba cuando los hombres no se apegaban a sus instintos. Sabía que había algo más. Su hijo no parecía tan aliviado ni tan complacido como debería. Algo no le estaba contando.

No por nada había tenido siete esposos, así que su mente rápidamente buscó las posibles razones de su desgana. Creía conocer a su hijo, así que, fuera lo que fuera, tenía que ver con Weasley. ¿Un amante? ¿Un amor muerto o imposible? ¿Esa chica Granger? ¿El chico francés?… O tal vez, pensó alarmada, el nombre de Weasley no surgió accidentalmente como futuro prospecto; después de todo, no había estado en contacto con su hijo durante una larga temporada. Ante ese pensamiento, sus manos arrugaron ligeramente la carta en sus manos, porque siguiendo ese último razonamiento, la situación podía ser aún más complicada: que el sentimiento de Blaise, fuera cual fuese, era algo reciente.

Uno podía volver a la sensatez luego de que las ilusiones se iban, pero era más difícil si de lo que te encaprichabas –ella no creía en el amor– era lo real. Por eso le habían durado tan poco sus últimos maridos. Tenían que irse cuando comenzaban a despertar, porque mantener un papel era agotador.

Pero Weasley no se iría a ninguna parte, así que tendría que ser su hijo el que tenía que despertar.


Después de pasar por Gringots, Blaise finalmente pudo aparecerse en el atrio del Ministerio. Su madre había intentado e insistido en que cambiara la carta que mandaría al Ministro; específicamente, quería que borrara el final de la misma, que calificaba de demasiado simple e informal. A pesar de toda la astucia que normalmente desplegaba su madre, parecía que le costaba adaptarse –como ella misma le había indicado– a esta sociedad de post-guerra y su nueva posición en ella. Tuvo que recordarle que lo más seguro es que la repuesta no la leyera el Ministro, sino su secretaria, y quien, seguramente, sería la encargada de esparcir los chismes sobre quién tenía la arrogancia de escribir semejante carta, como si fuera alguien con demasiada importancia. Así pues, había que causar una buena impresión a la persona correcta: Candice Wadlow, la secretaria.

Al final se había salido con la suya, pero no pudo evitar amenazarla sutilmente con dejarla en casa si no se comportaba.

Caminando hacia el registro de seguridad, notó los murmullos que levantaba a su paso. Sin hacerles caso, entregó su varita al empleado del Ministerio, que le dirigió una mirada hosca apenas disimulada, y que con evidente fastidio, se dedicó a mirar por varios minutos su varita, como queriendo que desprendiera por sí sola la evidencia de hechizos oscuros.

Blaise aguantó su coraje, sin querer darle la satisfacción de su frustración a un funcionario cualquiera.

Después de unas cuantas negociaciones, Lucius Malfoy por fin le había dado su visto bueno al proyecto que tenía con Robard, y una vez que Lucius Malfoy aceptaba un negocio, cualquier retraso era dinero perdido. Era por ello que se encontraba personalmente ahí, para acelerar la otorgación de un permiso especial del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica que ya había sido negado varias veces a sus empleados. El dichoso permiso era necesario para comenzar con sus planes de negocios, pues aprobaba y constataba que se cumplían todas las normas y regulaciones necesarias para montar un laboratorio de pociones de producción industrial. Sospechaba que sólo trataban de ponerle trabas con tantos trámites engorrosos, por lo que venía dispuesto a enarbolar el papel de socio del Sr. Malfoy para que le dieran el permiso de una vez por todas.

A pesar del tiempo trascurrido desde su compromiso y enlace con Ron, Blaise seguía teniendo algunas dificultades. Como su madre había predicho, tanto empresarios como posibles inversionistas sólo buscaban una excusa para comenzar a hacer negocios con él. Sin embargo, eran las personas comunes con las que tenía problemas, entre ellas muchos de los empleados y funcionarios del Ministerio que se sentían "agraviados" por su cobarde presencia, y que utilizaban su pequeño poder para hacerle las cosas tan difíciles como pudieran.

Cuando por fin el mago le entregó la ficha con la descripción de su varita, Blaise murmuró con suavidad:

—Gracias, Munch —sonriendo internamente ante su desconcierto. Los murmullos aumentaron, aunque esperaba que esta vez algunos fueran favorables.

Se dirigía a los ascensores con satisfacción cuando una voz conocida lo detuvo.

—¡Zabini!

Dándose la vuelta, Blaise paró frente a los ascensores y se hizo a un lado mientras dejaba pasar a los magos que salían o bajaban hacia alguno de los Departamentos. Se había olvidado que Granger le había mencionado en una apresurada carta que ahora trabajaba para el Ministerio. Había intentado contactarla hacía unas semanas, tratando de que quedaran para verse y platicar de las cosas que tenían pendientes. Sin embargo, la bruja había respondido que en ese momento no tenía tiempo porque estaba muy ocupada instalándose en su nueva oficina en el Ministerio. Recordaba haberse sentido furioso, mientras despotricaba insultos olvidados sobre sangres sucias y arrogantes Gryffindors. Se sentía bien repetirlos al aire, incluso aunque ya no los creyera.

Hermione, por su parte, sintió los murmullos y miradas molestas que le eran dirigidas y a las que ya estaba acostumbrada. Sabía que no todo ello era por hablar con Zabini, aunque sin duda eso las agravaría, sino porque era, a sus ojos, una traidora que había abandonado a sus amigos y dejado Inglaterra casi tan pronto como la guerra había terminado. La heroína que los había dejado solos ante los problemas que se originaron por la reconstrucción.

Sin decirse nada, ella y Blaise decidieron de mutuo acuerdo dirigirse en silencio hacia el piso donde se encontraba su oficina sin hacer caso a nadie más. Cuando entraron, lo primero que Hermione hizo fue colocar un hechizo de privacidad. Incluso en su departamento, Hermione no era popular entre las masas, a pesar del evidente buen desempeño que llevaba.

Blaise se sentó frente al escritorio y arqueó una ceja en su dirección cuando ella se sentó al otro lado.

Acomodando unos papeles, ella le explicó:

—El Ministro me dio este trabajo casi en cuanto volví. Al parecer Elphinstone Urquart estaba siendo sobornado a cambio de conceder permisos de operación de laboratorios y se quedaba con el dinero de algunas sanciones que eran pagadas y que eran desviadas a su cuenta personal en Gringots. Los del Departamento no están contentos. Creen que fue un simple subterfugio para colocarme en su puesto, y que no tengo lo que se requiere para ocuparlo —bufó molesta.

—Vaya —dijo Blaise inexpresivamente—. Así que has sido tú la que ha impedido que me liberen el Permiso Especial para Laboratorios de Pociones Industriales.

Hermione sólo rodó los ojos ante eso mientras comenzaba a revolver entre pergaminos.

—Las cosas han estado un poco complicadas este último mes, como ya te había dicho —le dijo mirándolo incisivamente durante un instante antes de regresar su vista a sus papeles—. Tengo que revisar que todos los permisos cumplan con los requisitos necesarios, dado el problema con Urquart. Además, eso no es lo único que atiende mi Departamento, y como verás, no tengo todo el apoyo que quisiera, así que he tenido que ingeniármelas yo sola. Si me hubieras mandado una lechuza, puede haberte dado un poco de prioridad y ya tendrías tu dichoso permiso, si es que todo estaba en orden, claro —añadió maliciosa, y sonriendo un poco más, agregó—: ¿O es que ni siquiera sabías que ahora soy la Jefa del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica? Parece que no aprovechas como debieras las ventajas de haberte enlazado con Ron.

—Por supuesto que lo sabía. Tengo mis contactos, Granger —respondió Blaise con desprecio, «contactos a los que voy a cruciarpor no informármelo». Molesto ante la miradita de sabihonda que le dirigió la chica, pensó que al menos Granger se llevaba puntos por no parpadear siquiera ante sus hechizos de glamour.

Sonriendo con suficiencia como si no le creyera nada, Hermione le extendió el pergamino que acababa de firmar.

—De nada.

Fue el turno de Blaise de rodar los ojos, al tiempo que tomaba el Permiso y lo guardaba en el maletín que llevaba consigo. Sin embargo, esta vez Granger no se le iba a escapar. Bastante tiempo había pasado desde la última vez que se vieran, y seguían sin aclarar algunas cosas entre ellos. Cosas que le daban más y más curiosidad conforme pasaba el tiempo. Por ejemplo, una vez conseguido su objetivo, ahora Blaise se preguntaba las razones por las que la chica le había mandado, precisamente a él, el pequeño vial con la memoria de lo sucedido entre Harry y Ron cierta noche. Al final, decidió comenzar con lo más fácil.

—Después de todo el tiempo que llevas fuera, Granger, hubiera creído que una de tus prioridades sería hablar con Harry y con Ron.

Con un suspiro resignado, Hermione dejó lo que estaba haciendo para ponerle completa atención. Juntó sus manos sobre el escritorio y le contestó:

—Aunque es verdad que no he tenido mucho tiempo, tampoco tengo ganas de enfrentarme a Draco, que es lo que sucederá si trato de hablar con Harry. Preferiría verlo a solas, pero para eso tengo que agendar un día completo para que podamos aclarar las cosas, que tendría que coincidir con algún día libre de Harry y con alguno ocupado de Malfoy. Demasiado trabajo. Además, todo parecía estar más o menos bien con Harry el día de tu enlace, así que creo que puede esperar un poco. De todas formas, le mandé hace poco una carta, con instrucciones específicas a la lechuza para que no se la entregara a nadie más que a Harry —agregó con cierto toque de diversión. Blaise no necesitó preguntar por qué; conocía de sobra la naturaleza entrometida –no curiosa, porque eso sería demasiado Gryffinfor– de su amigo—. Parece estárselo tomando bien, y me dijo que ya me avisaría de un día en que podamos vernos sin que tengamos a Draco a cuestas. Supongo que será tan pronto deje el trabajo de escritorio obligatorio después de su luna de miel; cuando no tenga un horario fijo.

»En cuanto a Ron, bueno, es un poco más y a la vez un poco menos complicado que eso. —Hizo aparecer una tetera humeante junto con dos tazas y algunas galletas, aprovechando para pensar sus siguientes palabras, que Zabini esperaba con atención.

La verdad era que todavía no había visto a Ron porque con las cosas con Harry semiresueltas, de momento no le interesaba Ron, y sabía que su antiguo amigo y amor tampoco estaba interesado en verla. Además, aún necesitaba terminar de investigar algunas cosas que había dejado inconclusas cuando le había llegado la lechuza del Sr. Malfoy. Suspiró internamente al pensar en su forzosa y lamentable asociación.

—Ron es un tanto testarudo, y necesito hablar con él cuando esté relajado —le dijo, ofreciéndole una taza de té que Blaise aceptó desganado—. Ahora mismo parece estar ocupado en otras cosas, y prefiero que no haga una tontería a fin de demostrar que no le importa volver a verme, o enterarme por ahí que se ha alejado aún más de Harry o de su familia en un intento por evitarme. Tal vez si primero hablo con Molly…

Blaise dejó de prestarle atención en ese instante. No estaba convencido con lo que Granger decía. No sólo pareciera que no conocía al Ron de ahora, sino que intentaba hacerle creer que a Ron le importaba lo que ella hiciera, ¿tal vez intentando enfadarlo y distraerlo?

Sabía que había algo que Granger se había "olvidado" de decirle antes de su enlace con Ron. No tenía nada más que una persistente corazonada y su agudo instinto para detectar mentiras. Pero no por nada era hijo de una madre que supo el momento exacto para llevar a su padre a una prematura muerte, antes de que éste se deshiciera de ella.

Ya encontraría la forma de averiguarlo. Algo le decía que había más personas involucradas –e interesadas– en que le llegara la información adecuada para presionar un enlace con Ron.

Bien. Más cuerdas de las que tirar.


Cuando más tarde se encontró con Draco, que lo esperaba para tomar juntos el té de las doce en un moderno café mágico en pleno Hyde Park, Blaise pensó un tanto irritado si valía la pena llevar adelante su plan si tenía que soportar miradas como esas.

Draco lo miraba desconcertado. Era obvio que no podía ver a través de su glamour, pero parecía confuso y ligeramente divertido al darse cuenta del tipo de hechizo que llevaba puesto, pues él nunca había utilizado ese tipo de hechizos para aumentar sus atributos –no que lo necesitara–, que era lo único para lo que se usaban normalmente. Luego de tantos años de su infancia, había olvidado que muchos de sus amigos tenían madres que los usaban para ocultar golpes. Decía mucho de la vida actual de Draco que pasara por alto una opción como esa.

Agradeció que no dijera nada, sin embargo. Tratando de que eso se mantuviera así, le dijo:

—Me alegra que por fin Potter te haya soltado de la cama —le sonrió divertido, mientras se sentaba y se quitaba la bufanda. Sentía un placer perverso al lucir su cuello sabiendo que ni Draco ni nadie en el pequeño café vería nada. De pronto sentía ganas de desquitarse un poco de Draco, con su matrimonio tan perfecto. Sabía que era idiota, más si Draco no podía ver nada, pero no importaba, podía permitirse ser un poquito malo con su amigo de vez en cuando.

—He estado ocupado —dijo Draco algo defensivamente —. Bueno, deberías saberlo, tú también acabas de enlazarte.

—¿También? Draco, tu enlace fue hace casi un año. Además, ¿cómo es que follar a todas horas se considera "ocupado"?

Su amigo pareció algo avergonzado, aunque para los demás clientes luciera como siempre. —Sí…sí, bueno, es sólo que… ya sabes —terminó vagamente.

Rodando los ojos, Blaise lo calmó: —Tranquilo, Draco, creo que últimamente te juntas con demasiado Gryffindor si crees por un segundo que necesitamos vernos cada semana como lo hacen ellos. No sé cómo soportas las reuniones semanales en casa de los Weasley, en serio. La última vez que fui, Molly no me dejó de preguntar sobre bebés —le dijo, ignorando la punzada en su pecho ante ese recuerdo en particular. Agradeció a la mesera cuando trajo sus tés y dos rebanadas de pastel de calabaza— ¿Y cómo es que a ti no te ha dicho nada? Llevas más tiempo casado con uno de "sus niños" que yo, y no la escucho pidiéndoles nietos —agregó un poco ofendido.

—Eso es porque sabe que desde hace años que Harry está por la labor —contestó Draco riendo—. Y no es que me queje —agregó con placer. No supo si era por el pensamiento o por el enorme bocado de pastel que se metió a la boca.

«Presumido», pensó por si las dudas.

—Puedo suponer, entonces, que eres un feliz hombre casado —le dijo mientras tomaba un sorbo de té.

Eso pareció captar la atención de Draco lo suficiente como para que se pusiera a parlotear alegremente sobre su vida de casado, algo que no hacía regularmente, lo que era un buen indicador de lo asquerosamente feliz que era…

Correcto. Pensamientos positivos. Ahora.

—…no hay mucho que pueda hacer —estaba diciendo Draco, ahora arrugando el ceño ligeramente mientras picoteaba los restos de su pastel. Blaise le acercó la mitad del suyo, recibiendo una mirada airada, antes de que el rubio se doblegara y comenzara a comer de nuevo, distrayendo su atención lo suficiente como para que no le exigiera una respuesta a lo que sea que hubiera dicho—. No puede esperar que, por mucho que quiera a Edward, me haga cargo de él yo solo. —Teddy. Estaba hablando de Teddy, pensó Blaise un poco desconcertado—. Es decir, no me malentiendas, es genial tenerlo con nosotros de vez en cuando, pero siempre imaginé que cuando tuviera que hacerme cargo de un niño a tiempo completo sería del mío, del de Harry, y sospecho que eso es lo que él quiere, que le digamos a la tía Andrómeda que nosotros nos haremos cargo.

Blaise suspiró internamente ante el nuevo reto que se le presentaba. Hacía mucho que no salía a relucir el natural egoísmo Malfoy. Un tanto culpable, le alegraba un poco saber que no todo era tan perfecto en el matrimonio Potter-Malfoy.

Sabía que su amigo no era una mala persona, sólo que primero tenía que tomarse un buen tiempo para interiorizar y aceptar las responsabilidades que tenía que afrontar. Sin importar si era algo bueno o malo, seguían siendo "dificultades", y su padre lo había criado para evitarlas siempre en la medida de lo posible.

Seguramente Harry nunca le había comentado a Draco sus planes para con Teddy, que lo quería en sus vidas de forma permanente, no intermitente. Si se lo hubiera dicho, su amigo probablemente se habría desconcertado al inicio, pero luego habría analizado los pros y los contras, habría pensado en todo lo que su propio padrino había hecho por él, y finalmente habría llegado a la misma conclusión que Harry. Pero así como habían sucedido las cosas, lo más probable era que Draco hubiera planeado por lo menos su siguiente año juntos, en el cual las visitas de Teddy eran acontecimientos periódicos pero temporales.

Sabiendo que Draco en realidad sólo necesitaba desahogarse, dejó que siguiera hablando, escuchándolo en silencio.

—Creo que tendré que hablarlo con Harry —suspiró finalmente Draco, añadiendo rápidamente—: y con la tía Andrómeda. Es obvio que querrá a su ahijado con él, tienes razón, no me lo digas. Lo más seguro es que no sepa cómo planteármelo y su pequeña mente Gryffindor haya llegado a la conclusión de que lo mejor es ir aumentando las dosis "Teddy" —dijo mezcla de irritación y cariño, utilizando ese horrible hipocorístico que él aún se negaba a usar.

—Por supuesto; hasta que llegues a adorarlo tan irremediablemente que tú mismo seas quien lo quiera contigo —aportó Blaise—, cosa que ya haces.

—Oh, cállate. Lo .

—Debes admitir que ha sido creativo, sutil y planificado… tanto como puede ser Potter.

—Lo sé —repitió Draco, sonriendo ligeramente—. Supongo que tampoco es una idea tan descabellada —aceptó, poniéndose serio—. La tía Andrómeda no se está haciendo más joven, y no puede tener tanta responsabilidad sobre un niño tan pequeño, con sus necesidades constantes de salidas y juegos, sin mencionar los gastos de su manutención y cuidado. ¿Qué pasa si Edward o ella se enferman? ¿Si él necesita algo que la tía Andrómeda no se pueda permitir comprar? ¿Quién le comprará su primera escoba, lo llevará al medimago y pagará por Hogwarts? —siguió Draco, comenzando a ponerse paranoico como sólo un Malfoy podía hacer. Al momento siguiente, sin embargo, volvió a derrumbarse—. Es sólo que en verdad, en verdad quería poder experimentar todo esto con mis propios hijos, con los hijos de Harry.

—Bueno, lo harás con el tiempo —replicó Blaise un tanto impaciente. No era propio de ellos contarse sus problemas. Si acaso, se pedían ayuda para ejecutar un plan ya trazado—. Ahora sólo acepta que Teddy terminará viviendo con ustedes y ve a por ello.

—Un poco como que ya me había hecho a la idea.

—¿Entonces sobre qué has estado quejándote los últimos veinte minutos? —preguntó Blaise inocentemente.

Lanzándole la servilleta que tenía sobre su regazo, Draco replicó: —Idiota.

Blaise había hecho su buena obra del día.


Cuando terminó de platicar con su amigo, Blaise se despidió de él antes de salir apurado del café mirando su reloj: iba apenas con el tiempo suficiente para preparar el almuerzo. Se apareció en el departamento y llamó al elfo.

—¿El amo llamó a Tyrton, señor? —preguntó el elfo con su voz alegre y chillona.

—Sí, Tyrton, ¿compraste las cosas que te pedí?

—Sí, amo. Todo lo que el amo pidió a Tyrton, señor.

—Bien, entonces ayúdame a comenzar a preparar todo —le pidió distraídamente dirigiéndose a la cocina mientras el elfo hacía una reverencia, preguntándose en dónde se habría metido todo el día Ron. Sabía que ese día no tenía entrenamiento, así que debía estar con alguno de sus compañeros de equipo o con Françoise.

Comenzó a preparar el pastel de carne mientras Tyrton lavaba y cortaba lo necesario para una ensalada de ejotes. El elfo se empecinó en ser él el que metiera al horno el pastel, así que un poco desconcertado, se dedicó a hacer una rápida vinagreta.

Cuando un par de horas después Ron salió imperturbable por la chimenea, Blaise tuvo que aguantarse las ganas de tirarle el pastel de carne que llevaba a la cara.

Se miraron sin decir nada, hasta que el silencio incómodo fue demasiado para Blaise y dijo lo primero que se le vino a la mente.

—Hice algo ligero —comenzó. «¿Dónde estabas? ¿Con quién? ». No quería parecer necesitado, así que se mordió los labios nerviosamente—. Espero que no hayas olvidado que hoy cenamos con tu familia. —Por la expresión fastidiada de su esposo, se dio cuenta que lo había olvidado por completo, pero sólo asintió sin decir nada, siguiéndolo al pequeño comedor donde Tyrton preparaba la mesa.

» Espero que Françoise no tarde, quiero adelantar una cosas y tener tiempo para arreglarme. Por cierto, les compré un presente a tus padres para la cena.

—Gracias —murmuró Ron saliendo de su mutismo. Haciendo un gesto de consternación, pasó una de sus manos entre su cabello—, la verdad es que lo había olvidado por completo. En realidad no tengo muchas ganas de ir. —Lanzándole una mirada, se sentó a la mesa antes de decir—: No creí que tuvieras ganas tampoco… es decir, tienes mucho trabajo y todo eso —se apresuró a agregar—. Sé que tienes unos negocios con el Sr. Malfoy, y…

Exasperado, Blaise dio un sonoro suspiro y le cortó—: No podemos faltar. Sólo hemos ido una vez en los dos últimos meses, y sabes cómo se pone tu madre con ese asunto. Además… —Respiró profundo, tratando de controlarse antes de decir algo que no debiera. Finalmente se sentó frente a Ron mirándolo a los ojos seriamente—. Mira, Ron. Es evidente que no podemos pasar por alto lo que pasó anoche. No sé qué creías que pasaría el día de hoy, pero te recuerdo lo que te dije antes de casarnos. No te estoy reclamando nada. Lo que pasó, pasó; no veo nada más en lo que hicimos anoche. Estuvo bien, pero no me estoy haciendo ideas raras sobre ello—terminó. En parte, también necesitaba recordárselo a sí mismo, y decirlo en voz alta le ayudó.

Ron, que lo había estado mirando con seriedad todo ese tiempo, se revolvió inquieto mientras desviaba la vista. Cuando volvió a mirarlo, parecía un poco incómodo y desconcertado. Aclarándose la garganta, dijo por fin:

—Me alegra. Es decir, supongo que es algo importante. Pero no tenías que preocuparte. Supongo que debí avisarte antes que hoy no estaría, pero he tenido otras cosas en la cabeza, cosas del quidditch —le dijo rascándose la cabeza y pareciendo un tanto avergonzado.

La confesión le cayó a Blaise como un jarro de agua fría. Si con ello esperaba tranquilizarlo, ahora Blaise no sentía más que humillación y vergüenza asentándose en su estómago. ¿Tan importante se había creído? ¿Qué esperaba, que en una sola noche hubiera suplantado a sus preciosos recuerdos?

—Me alegro que todo esté bien, entonces —dijo al fin, suavemente—. Iré por la ensalada. —Se levantó tranquilamente, tratando de recomponerse de la desilusión.

Ron pareció querer decir algo más, pero al final no dijo nada, como siempre. En ese momento, la voz de Françoise irrumpió desde el salón y Blaise se sintió aliviado de no estar más a solas con Ron. Llamó al Tyrton y le pidió que comenzara a preparar los platos que se servirían a continuación.

Durante el almuerzo, Françoise estuvo más alegre de lo habitual, sin dejar que la plática decayera, así que Blaise supo que había notado la atmósfera incómoda flotando entre ellos.

—Mi agente está de acuerdo en que el entrenador no sabe una mierda. Es verdad que salgo de vez en cuando, pero no es para que me amenace con sentarme en la banca el próximo partido.

Con Ron tan callado y taciturno de un momento para otro cuando normalmente siempre tenía algo que decir sobre el tema, Blaise trató de encubrir su falta de su interés.

—Entiendo a tu entrenador, si yo fuera él, ya te hubiera despedido. Pero tendría que darte una compensación por cesarte y seguir pagando tu contrato, así que yo diría que si tiene que pagar por ti todas formas, mejor que te use.

—Gracias, creo. —Françoise parecía verdaderamente desconcertado, lo que divirtió un poco a Blaise. De repente, su cara se iluminó—. Oh, es verdad —miró emocionado entre Ron y él—. ¿Por qué no vienes al siguiente partido? Tú puedes estar en el palco con las familias de los jugadores. Nunca has ido a uno, ¿cierto? Te presentaré a todos.

Con esto último, Ron pareció reaccionar un poco. —¿No se supone que eso es algo que yo debería hacer? —preguntó hacia su amigo con una ceja enarcada.

—¿Pues entonces por qué no lo has hecho? —devolvió Françoise fingiéndose ofendido.

Pareciendo un tanto desconcertado por esa réplica, Ron miró a Blaise—Bueno, a él no le gusta…

—¿No lo hace? —fue el turno de preguntar suavemente a Blaise, antes de tomar un sorbo de su copa.

—¿Lo ves? —interrumpió Françoise mirando a Ron—. Le gusta, así que lo llevaré a conocer a los chicos.

Sintiendo la mirada persistente de su marido sobre él, Blaise se arrepintió de su comentario impulsivo, recordando que no hacía mucho le había dicho que él no le reclamaba nada. Estaba por retractarse de sus palabras cuando Ron se le adelantó.

—Sí, ¿por qué no? ¿Tienes libre el sábado dentro de dos semanas?

Asombrado, Blaise abrió ligeramente los ojos, pero a pesar de su estupefacción por la invitación de Ron, no iba a desaprovechar la oportunidad, así que cubriendo las apariencias, rápidamente asintió con una pequeña sonrisa.

Apenas sí escuchó el grito de júbilo del otro pelirrojo en la mesa, sopesando ya cómo influiría la espontánea invitación de Ron en sus planes para esa noche.


Cuando por fin se aparecieron frente a la Madriguera, Blaise seguía sin decidirse a montar el numerito que tenía planeado. Estaba gratamente sorprendido de que Ron lo hiciera partícipe de una parte de su vida en la que hasta el momento no había tenido acceso. No sabía por qué lo había invitado, pero no le importaba. Tal vez eso indicaba que, después de todo, algo sí había cambiado entre ellos. Cambiado para mejor, pensó cuando sus ojos se cruzaron con los de su esposo mientras se apretaban juntos de camino a la casa, sintiéndose un poco culpable por lo que aún no sabía si iba a terminar por hacer.

Llegando a la oscura entrada, un viento frío llegó hasta ellos haciendo temblar a Blaise dentro de su abrigo, que sin proponérselo, se arrimó aún más a su esposo. Los brazos de Ron lo apretaron contra su pecho en un gesto reflejo, y ambos se miraron sorprendidos. El cuerpo de Blaise tembló de nuevo, esta vez por diferentes razones, cuando la mirada de Ron se desvió lentamente hacia sus labios entreabiertos.

Abrió la boca, sin saber qué decir, pero antes de que pudiera decir o hacer nada, la luz delantera los iluminó, segundos antes de que la puerta se abriera y unos brazos tiraran de ellos hacia adentro. El momento se perdió, no sin que antes Blaise dirigiera una mirada a su esposo, que no le fue devuelta.

Regresó su atención a los rostros que le saludaban con bastante más efusividad que a su esposo y les sonrió de vuelta.

—Blaise, hijo —lo saludó Molly, la única que se había abalanzado sobre un resignado Ron antes que nada—. Pero mírate, hace tanto que no te veo, cada día estás más guapo. —Lo alejó un poco para revisarlo de pies a cabeza—: Pero aun así estás muy delgado, tienes que cuidarte, cariño, ¿cómo quieres quedar encinta si estás tan delgado? —preguntó chasqueando la lengua con desaprobación, ignorando el quedo gemido general, y el vuelco interno de su corazón.

—Mamá…—dijo Ron suspirando, un poco alejado.

—Oh, calla Ronald, ¿es que no ves al pobre chiquillo? Debes cuidar a tu esposo, hijo. ¿Qué clase de marido eres, dejando que el pobre se descuide de esta forma? ¡Ronald Weasley, no me gires los ojos!

Risas ahogadas se escucharon por todo el pequeño salón, sin embargo, ninguno de los hermanos se atrevió a reírse abiertamente. Habiendo estado en un momento y otro del lado malo de su madre, no se atrevían a atraer su atención sobre ellos.

Al final, entre gritos de niños corriendo, risas escandalosas, voces pidiendo a gritos el puré de papas y roces de manos bajo la mesa con su esposo, Blaise decidió que las cosas estaban lo suficientemente bien entre ellos, sintiéndose extrañamente feliz en medio de todo ese escándalo. Incluso quedaron con los Sres. Weasley en visitarlos de nuevo, esta vez para la reunión mensual de la familia al completo.

Cuando llegaron al departamento esa noche, una extraña tensión se había estado construyendo entre ellos.

No se habían besado, no se habían mirado más allá de lo necesario, no había habido indicios de que nada sucediera; incluso sus manos apenas se habían rozado, y sin embargo, en cuanto se encontraron de pie el uno frente al otro en el oscuro salón, bastó un segundo para que la pasión estallara entre ellos.

La pequeña venganza que había planeado para Ron esa noche, su decepción por no estar encinta, sus problemas con el Ministerio y lo que sea que estuviera ocultando Granger, todo eso desapareció de su mente en el instante en que sus labios fueron besados por Ron y sintió su erección rozarse con la suya.

En medio jadeos, sonrisas satisfechas y miembros enredados, Ron se quedó a dormir junto a él por primera vez desde hacía dos meses.


~ .oOo. ~


Habían pasado dos semanas de la cena con sus padres cuando Ron llegó vía flu al vestíbulo del estadio de los Dragones de Gales. Llevaba su bolsa de deportes y su túnica colgadas de un brazo. El día estaba brillante, a pesar de que los pronósticos garantizaban una intensa lluvia por la tarde. Aun así, octubre era un mes que le gustaba; estando en pleno otoño, el espíritu festivo se dejaba sentir cada día más, con el Halloween a la vuelta de la esquina y los adornos de Navidad que comenzarían a verse poco después.

El estadio estaba vacío, tan sólo ocupado por los magos que se encargaban del mantenimiento y la seguridad. Con paso ligero se encaminó hacia los vestidores, deteniéndose un momento para ver desde una de las salidas el pasto verde y los tres postes de aros que él defendía contrastando contra el cielo azulado. Los miró casi nostálgicamente, pensando en si esta sería una de las últimas ocasiones en que podría estar en un estadio viéndolo desde el campo y no desde las gradas.

Recordaba el partido que había disputado hacía poco más de dos semanas contra los Aethonan[1] de Durham. Había sido un buen juego hasta que uno de los golpeadores se había enzarzado en una disputa con el golpeador contrario en pleno aire, cerca de su posición. La pelea creció cuando los otros dos golpeadores estúpidamente se metieron a defender a sus respectivos amigos, generándose tremendo lío de escobas y miembros que terminaron por aventarlo contra uno de los postes, sin que ninguno de los cuatro golpeadores se planteara parar. La presión de los empujones y el peso de sus cuerpos causaron que se rompiera la pierna con la que había tratado de evitar ser estampado contra uno de los aros, no sin que antes sus meniscos quedaran comprimidos por el esfuerzo, todo en una rara mezcla de mala suerte e idiotez humana.

Unos días después, con la fractura arreglada y una muy buena no muy legal poción calmante, Ron había estado de nuevo en el aire. Habían ganado el partido, pero Christopher Wadlow, el medimago del equipo, lo había citado a una revisión el siguiente día, en presencia del entrenador, Raymond Willis.

Ese día había llegado temprano frente a una de las salas de reuniones, que desde el comienzo había empezado mal.

Adentro ya se encontraban el entrenador y el medimago del equipo, aunque no eran los únicos en la sala.

Willis le había dirigido una mirada indescifrable, antes de presentar a sus visitantes.

—Weasley —le saludó con una inclinación de cabeza—. Supongo que ya conoces a Hamish MacFarlan, del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos, y a Donovan Salvin, que será el entrenador de la selección inglesa en el próximo mundial. También ha decidido acompañarnos Adrian Dunne, de Nimbus —terminó un poco más tensamente.

Era una encerrona. Ron sabía reconocer una luego de tantos años de tratar con su madre. Hermione había sido bastante buena en eso, también. Alguien del Departamento, su futuro entrenador, y uno de sus posibles patrocinadores –el más importante, a decir verdad. Y esta vez no le hacía falta Hermione para saber de qué iba todo esto.

—Quisimos estar presentes para tu revisión, Weasley —intervino Dunne—. Todos estamos… preocupados por tu recuperación, y de esta manera esperamos poder apoyarte en todo lo que necesites.

«Mentiroso». Willis le había asegurado que nadie se enteraría de su lesión, a menos que fuera necesario. Evidentemente alguien había hablado de más, y podía estar bastante seguro que no había sido ni Willis ni el sanador, Wadlow, a juzgar por sus expresiones de molestia. Se preguntó con fastidio si el dinero para soltar la lengua de la persona adecuada había venido de uno de ellos o habían actuado en conjunto.

Ya los conocía, por supuesto; se había reunido con ellos cuando aún estaban hablando de sus posibilidades como futuro jugador titular en la selección inglesa. Cuando había encontrado a su esposo tratando de ser seducido por ese tal Osbert, recordó con algo de disgusto, lo que no ayudó a mejorar su humor.

Su molestia debió haberse reflejado en su rostro, porque tanto el entrenador como el medimago le dirigieron una mirada de advertencia.

Pasaron a uno de los pequeños consultorios, donde los jugadores normalmente recibían los tratamientos de emergencia o de heridas no tan graves. Entraron apretadamente; apenas había espacio para la camilla y los cuatro magos se amontonaron frente a ella para no perderse nada. Adoptando un aire profesional, Wadlow lo hizo sentarse en una camilla cuando salió de detrás de un biombo sin su ropa y con la bata puesta. Ya tenía preparada sobre una mesita una charola con instrumental mágico y pociones. También sacó de uno de los gabinetes un pergamino y una pluma verde que Ron había reconocido como vuelapluma.

Lanzando una última mirada a los demás asistentes, Wadlow esperó a un asentimiento del entrenador antes de comenzar con su trabajo. Éste miraba todo con la mandíbula apretada y los brazos cruzados, enojado por haber tenido que faltar a su promesa con Weasley, aunque como entrenador no había tenido más remedio que hablar con el dueño del equipo sobre su lesión –lo decía su contrato. Y éste, cómo no, había corrido con el chisme a Dunne, preocupado porque uno de sus jugadores estrellas perdiera a "Escobas Nimbus" como patrocinador, de lo que le correspondería una parte, por ser su jugador.

—Medimago Christopher Wadlow, número de registro AW4562Z. Paciente: Ronald Billius Weasley, 21 años. —La vuelapluma había comenzado a escribir frenéticamente, sin detenerse, a pesar de que Wadlow había hecho una pausa para tomar su varita y murmurar algunos hechizos—. Seguimiento de curación de fractura expuesta de tibia en la pierna izquierda y compresión de meniscos. —A excepción del entrenador y el sanador, todos en la sala se removieron inquietos. El medimago murmuró otro hechizo y la imagen de los huesos de su pierna fueron proyectados en el aire, girando y agrandándose de una forma que sólo tenía sentido para Wadlow.

» El Braquiam Emendo ha funcionado bien, no hay presencia de fisuras ni astillas. La ausencia de callosidades suaves demuestra que la poción crecehuesos también ha cumplido su función. El número de osteoclastos ha bajado a un nivel normal, por lo que la dureza y flexibilidad del hueso han alcanzado niveles óptimos —terminó con evidente satisfacción, asintiendo para sí. Movió entonces la varita sobre su rodilla, guardando un silencio que sólo Ron había podido identificar correctamente como furioso, y sin querer se había tensado. Esperaba que nadie preguntara por la condición de la misma, pero dado que Wadlow se había solazado a gusto con su anterior explicación, no tenía muchas esperanzas.

—¿Qué hay de la rodilla? —preguntó con impaciencia Dunne, sólo para confirmar su teoría.

Hubo otro silencio breve. —Necesitaremos hacer algunas pruebas más. La hinchazón está controlada y…

—Lo que queremos saber —interrumpió Dunne groseramente— es si el Sr. Weasley necesitará intervención mágica o no; cuánto tardará en recuperarse si es intervenido, y cuál sería el porcentaje de éxito. Más específicamente, queremos saber, o yo quiero saber, si valen la pena los galeones que gastaremos en publicidad.

«Si no fuera por mi agente, te mandaría a la mierda» había pensado con coraje Ron, casi deseando que Dunne pudiera escucharlo. En ese momento Wadlow le había lanzado una mirada que no presagiaba nada bueno y Ron se olvidó de Dunne a favor de controlar su corazón desbocado.

—Bueno, como dije, habrá que hacer más estudios y…

—¿Qué porcentaje?

Wadlow lo miró feamente, pero Dunne parecía inmune. Entonces dirigió su mirada hacia Willis como pidiendo consejo, hasta finalmente posarla sobre él. Apretando los dientes, Ron le había dado un asentimiento al medimago instándolo a que hablara. Él también quería saber.

Wadlow volvió a mirar a Dunne, que esperaba su respuesta impaciente. —Menos del veinte por ciento — había dicho al final, tensamente.

Ron sacudió la cabeza al recordarlo. Se puso en marcha de nuevo, reacomodándose la bolsa sobre el hombro. Esperaba que el entrenador y el medimago ya estuvieran ahí, para su quinta revisión. Había seguido sus instrucciones al pie de la letra, tomándose las pociones a la hora y en las dosis indicadas, haciendo los ejercicios que le habían mandado y aplicando los hechizos de restricción como le habían enseñado.

Excepto el primer día, cuando había estado tan molesto con la noticia de la gravedad de su lesión, sintiendo que no tenía nada ni a nadie, que se había tomado demasiados whiskeys de Fuego y terminado en la cama con Zabini.

Pero luego de eso, había tenido cuidado de no sobre esforzarse, incluso cuando follaba con Blaise, algo que había estado haciendo casi diario en los últimos días. Toda esa piel canela a su entera disposición y los gemidos necesitados que Blaise trataba de acallar eran buenos para su ánimo. La frustración que sentía agolparse en su pecho desde no sabía hace cuánto tiempo había casi desaparecido. Si hubiera sabido que se sentiría tan relajado, se hubiera acostado con él desde hacía tiempo.

Había creído que Blaise lo echaría a patadas si trataba de acercársele de nuevo de "ese" modo, pero para su sorpresa, había bastado con una sonrisa, unos besos y la curiosidad de sentir la suavidad de su mano para que Zabini lo aceptara de nuevo de buen grado.

Pero le alegraba. Su cuerpo caliente enredado a su lado ayudaba:

A veces, incluso, podía sentirse un poco feliz.


~ .oOo. ~


Blaise estaba sentado en uno de los palcos observando cómo el estadio se llenaba poco a poco. Un fuerte murmullo venía desde las gradas, donde los aficionados hablaban a voz de grito entre ellos, emocionados por el partido que se disputaría a continuación. Voces, risas y sonidos de trompetas cargaban el aire con un tipo de excitación al que Blaise no estaba acostumbrado. Ni siquiera en Hogwarts había disfrutado del barullo causado por el quiddicht, sólo acudía para que sus compañeros dejaran de fastidiarlo y para no darle a Draco una excusa para uno de sus, en ese entonces, numerosos dramas.

—Hey, Blaise, Ron no nos dijo que vendrías hoy.

Harry había entrado sonriente al aún vacío palco. Llegó junto a él todavía luciendo su enorme sonrisa, por lo que Blaise, sorprendido, se levantó de su asiento para saludarle. Una mirada detrás de Harry le confirmó que no había llegado sólo; Draco le sonreía de lado desde detrás de su esposo, esperando su turno para saludarle.

—Realmente jamás creí encontrarte en un estadio Blaise, aunque a decir de muchos ya te habías tardado. Hoy serás la sensación, así que muéstrales por qué Weasley debería ser la envidia de muchos, y no al revés.

—Draco —murmuró Blaise con una pequeña sonrisa. Seguía un poco confundido y sin saber muy bien qué decir. ¿Qué hacían esos dos en el palco? Bueno, era obvio a qué habían ido, pero eso no explicaba la razón por la que estaban ahí. Como si adivinara su pregunta, Harry se encargó de aclarar ese hecho.

—Hace tiempo que Ron nos regaló entradas gratis para todos sus partidos. —Era evidente que estaba feliz por lo que sin duda consideraba un cese de la actitud pasivo-agresiva de su mejor amigo—. Dijo que a ti no te interesaba mucho el quidditch, así que los aceptamos. Me alegra que hoy estés aquí, sin embargo.

—Por supuesto, es mi esposo —respondió Blaise algo tensamente. Ya era bastante malo que Ron no hubiera considerado oportuno ponerlo al tanto de ello, como para dejar que Harry o cualquier otro lo tildara de arrogante o egoísta por no ir a los partidos –a los que no había sido invitado– de Ron.

Harry pareció sorprendido. —Sí, eso es lo que digo. Y por eso me alegra que decidieses acompañarlo hoy. Supongo que necesitará alguien en quién apoyarse con lo de su fractura. Bueno, no me dijo mucho de eso, en realidad. Draco sabe más de ello. Se lo encontró el otro día, ¿sabes?, y le dijo lo de su lesión ¿cierto, Draco?

Pero el ambiente tenso que se le había escapado en su mayoría a Harry luego de su comentario, no había pasado desapercibido para Draco, y éste parecía algo incómodo al responder. —Mm, sí —respondió, ganando tiempo mientras se acomodaba en uno de los asientos, jalando suavemente a Harry de su túnica para que se sentara junto a él—. El otro día. Fue en Florean Fortescue. Nos vimos y me contó algo. No mucho, porque ese día habíamos quedado de vernos, ¿recuerdas Harry? Y él iba con ese otro jugador pelirrojo.

Blaise se perdió el resto de la conversación, ocupado en apretar los puños y morderse la lengua con las ganas de preguntar cómo es que esos dos sabían más que él acerca de su marido. Pero claro que sabía cómo, y por qué.

«¿Una fractura, jodido Weasley? ¿Planeabas contármelo en algún momento?» ¿Y él creía que las cosas estaban cambiando para mejor entre él y Weasley? ¡Ja!, esto demostraba que claramente no; al parecer todo estaba en su cabeza, lo que lo dejaba como el idiota de la historia… una vez más.

—¿Blaise? —levantó la vista para descubrir a Draco mirándolo con curiosidad. Harry hablaba cortésmente con los ocupantes de algunas de los asientos más allá, recién llegados, y no los escuchaba.

No estaba de humor para hablar con Draco. Afortunadamente no tuvo que contestar nada, ya que en ese momento el partido comenzó y el rubio junto con los demás dirigió su vista al estadio, no sin antes enviarle una mirada que decía a las claras que habría un interrogatorio más tarde.

Blaise trató de poner al partido, pero era un esfuerzo inútil. Hasta ahora no se había dado cuenta de con cuántas ansias había esperado este partido, deseoso de conocer otra parte de la vida de Ronald Weasley, la que su esposo más disfrutaba, de eso no se engañaba. Ahora ese deseo parecía estúpido, una burla de su propio subconsciente que no quería analizar.

Se mantuvo callado todo el tiempo, sonriendo cortésmente cuando notaba que su imagen aparecía proyectada en el aire junto a los anuncios de diferentes patrocinadores; aplaudiendo con entusiasmo cuando Harry y Draco a su lado se levantaban de sus asientos gritando con satisfacción. A pesar de ello, sentía las miradas reprobadoras de Draco y las consternadas de Harry por su "falta de entusiasmo". La siguiente vez que se levantaron, Blaise lo hizo con ellos, aunque los gritos de apoyo se los dejó a ellos.

El final del partido le llegó como agua de mayo. Era incapaz de permanecer un minuto más ahí, pero una mirada a la feliz pareja a la que todos saludaban le recordó una de las razones por las que Ron se había casado con él, y las razones por las que él lo había hecho. Así que sonrió, y se acercó a saludar a un par de magos que serían excelentes contactos en el futuro. Había un mago mayor que tenía un negocio reciente de importación de calderos desde Rusia; un padre y un hijo que comenzaban a prosperar con la distribución de pociones a precios bajos; un chico de su edad, que al parecer era el heredero de una gran familia en Suiza y se encontraba de visita en Inglaterra buscando posibles contactos de negocios, con el que intercambió tarjetas. También estaba Sephyr Bellamy, a quien Lucius Malfoy le había presentado, y su esposa. La mujer le había mirado de arriba abajo antes de sonreírle de forma condescendiente para luego girarse inmediatamente hacia uno de sus tantos conocidos, ignorándolo. Incluso el mago pareció un poco incómodo con la actitud tan obviamente soberbia de su esposa, pero a Blaise no le importó. No sería con ella y su rubia cabecita hueca con la que haría negocios, sino con su esposo, que estaba casi al borde de la quiebra. No le sorprendería que eso sucediera más pronto que tarde, si seguía prodigándose de lujos que ya no podía pagar. Aun así, la empresa de trasladores industriales internacionales que aún conservaba era de interés tanto para él como para el Sr. Malfoy, tanto para contratar como para comprar.

Se entretuvo lo menos que le permitían los buenos modales, ya que aún tenía unas cuantas palabras que decirle a Weasley, y qué mejor que agarrarlo en un lugar donde no pudiera escaparse. Harry y Draco seguían entretenidos entre saludos y despedidas cuando por fin pudo salir al pasillo, por lo que no tuvo que preocuparse por dar explicaciones.

Caminó por los pasillos siguiendo las direcciones señaladas en los letreros. Algunas vueltas confusas después, se detuvo frente a unas puertas dobles al final de uno de los muchos pasillos. El cartel indicaba que había llegado al lugar correcto: las instalaciones privadas de los Dragones. Detrás de esas puertas seguramente se encontraban salas de reuniones, de entrenamiento y de equipamiento; la enfermería, así como las oficinas y los vestuarios.

Los vestuarios, donde sin duda se encontraría Ron en estos momentos. Se detuvo, pensando lo que haría después. Tal vez podría entrar y saludar, pedir hablar con Ron en privado. Seguramente todos pensarían que planeaba consolar o premiar a Ron en privado, lo que fuese, ya que no había puesto atención al resultado. Lo único seguro es que planeaba soltarle unas cuantas cosas a su querido esposo, como lo malo que era ocultarle cosas. Ocultárselas y contárselas a otros. Y si era indulgente consigo mismo, lo muy idiota que creía que era, dependiendo del grado de correcto arrepentimiento que mostrara su esposo.

—¡Blaise! —La voz de Draco a sus espaldas detuvo su mano, que ya estaba puesta sobre la manija de una de las puertas. Sin soltarla, Blaise miró sobre su hombro viéndolo acercarse.

—¿Qué? —Estaba un poco impaciente por ver a Ron, se le había ocurrido un magnífico discurso y no quería perderlo.

Su amigo llegó hasta él con pasos apresurados, y cuando lo hizo, tomó su mano y la apartó de las puertas con algo de brusquedad.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—¿Cómo que qué hago? Planeo entrar ahí y…

Draco dio un suspiro ruidoso antes de interrumpirlo. —Ya me lo imaginaba. Por tu expresión ahí arriba, supuse que Weasley no te había contado nada. Pero Blaise, no creo que debas entrar ahí y reclamarle ahora mismo.

—¿Reclam-? ¿Qué? Espera, ¿crees que planeo armarle un escándalo a Ron? No soy un idiota Gryffindor impulsivo como para hace eso —A pesar de que al parecer un poco sí lo era—. E independientemente de eso, no recuerdo haber pedido tu opinión, así que ¿qué haces aquí?

—Weasley por fin ha comenzado a hablar con Harry, y tú estás a punto de echarlo a perder si entras ahí a quejarte de por qué no habla contigo. ¿No te das cuenta que en estos momentos lo que necesita es tu apoyo? Con las preocupaciones por su lesión y los patrocinadores, lo que menos necesita es que le eches bronca. Pero bien, maldito desagradecido. Ve y ponte en ridículo a ti y a Weasley.

Blaise sintió una ira hacia su amigo que no quiso controlar, y quiso maldecirlo por poner la felicidad de su perfecto matrimonio por encima de su propia tranquilidad. Sus palabras cortaron el aire cuando le dijo siseante:

—No necesito que precisamente me vengas a dar consejos sobre lo que debo o no debo hacer con mi marido, en mimatrimonio. Si quieres jugar el papel de salvador, ve con Potter, que seguro estará encantado de prestarte su corona de héroe.

Draco entrecerró sus ojos, furioso.

—No te atrevas…

—No, Draco, no te atrevas tú —escupió—. Pero ya que te gusta dar consejos, te daré el único que te puedo dar por experiencia: en vez de andar cuidando de mi marido, tal vez deberías estar ocupándote del tuyo, antes de que alguien más le abra las piernas y lo tengas que compartir.

Draco abrió enormemente los ojos, pero Blaise no se quedó a ver el efecto de sus palabras. Con mano firme, sujetó la manija de la puerta y la abrió, sin darle una mirada más.


[1] Tipo de caballo volador; es un zaino, popular del Reino Unido e Irlanda. Fuente: Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos.