Epílogo: Fuego celestial y eterno

No sabía ni cómo explicar la mezcla de pensamientos que tenía en la cabeza.

Ni siquiera sabía cómo exponer la dicha que sentía. Sabía cómo representarla a través de mí, eso sí, pero no podía decirte la forma en que mi corazón de desbocaba, en la manera en que sentía las dichosas mariposas en el estómago, ni siquiera saber describir cómo era que yo sentía que volaba. Porque lo sentía y eso era la representación de algo.

Por días no pude dejar de pensar en lo mucho que Jacob había tardado en finalmente recapacitar sobre sus gustos. Por días, no dejaba de pensar que yo era el hombre más afortunado del mundo.

Me costó esperar siete años más, pero los esperé gustosamente sin apenas darme cuenta, en especial porque casi todo ese tiempo me la pasé al lado de un hombre que me hizo creer que me amaba. Posiblemente sí lo hacía, pero como se discutió, ese tipo de personalidades salen a flote con el paso de los años, ¿y qué hubiera sido de nosotros entonces?

Pero no me importaba ahora. La espera total había sido de doce años, y me había sido realmente gratificadora. Aún recordaba cómo, cuando yo tenía nueve años, empecé a decir que Jacob era muy buen chico, y pensaba en él más de la cuenta.

No tardé mucho en informarme y descubrir lo que pasaba conmigo. Y lo acepté como nunca. Lógicamente, nunca de los nunca lo revelaría, porque nadie en la tribu había presentado abiertamente sus preferencias alternativas a la heterosexual.

Pero los tiempos cambian. Las edades cambian. Ahora, con veintiún años, podía decir que yo estaba completamente seguro y orgulloso de lo que era, y que eso no me traía ningún impedimento.

Septiembre empezó a pasar de manera rápida, con lo que me veía obligado a volver a la escuela. Pero Jacob y Bella, con permiso expreso de mi mamá y de Charlie, me solicitaron un semestre sabático por "cuestiones familiares". La verdadera razón era que Jacob me lo había pedido. Con esto tuve suficiente para convencer a mi familia; imaginé que él se había puesto verdaderamente latoso en el último año, mientras yo me la pasaba en la universidad con… con aquél.

Pero, como dije, todo esto ya no importaba más. Estábamos en el presente, viviendo como debíamos hacerlo desde el principio: solos, juntos, en nuestro propio mundo.

Me aferré más a su nuca mientras él daba la última sacudida. Me estremecí con él y lo abracé con mis piernas. Él, impasible, se apoyó en sus rodillas para levantarme la cadera y proseguir con lo último de nuestra manifestación definitiva de amor. Sólo esperaba que no quedara marca alguna en mis cobertores; a mamá no le encantaría saberlo.

Ella y Charlie se habían ido a pasear y posteriormente a cenar por celebración de un aniversario más de noviazgo. Me sorprendió el dato de que esto fuese hace siete años exactamente, durante los primeros días de neófita de Bella. Me pregunté si mamá sabía para esas fechas lo duro que sería para Charlie y aprovechó para salir con él, o si ella tenía tiempo queriendo intentarlo con él y no se atrevió sino hasta esas fechas. No sé, y nunca lo sabré. Sólo sé que la de la iniciativa fue ella.

Finalmente llegó ese momento decisivo en que consumábamos nuestro amor. Él llegó a un auténtico orgasmo, que le hizo gemir como nunca, e incluso, si cabe mencionarlo, se aferró a la cabecera de mi cama mientras se retorcía en las convulsiones tan propias de esta fase. Me uní a él en pocos segundos, con lo que me arqueé y mi erección rozó completamente a su abdomen, con lo que me pude venir mejor. No mentiré, también gemí como nunca en mi vida.

Era esta manifestación de amor tan grande que no pude evitar sucumbir a mis instintos más carnales. Era tal el amor que sentía por Jacob que nunca me cansaba de él, y siempre pedía más. Incluso más que con Chris. para mi suerte, Jake nunca le hubiera entrado a los juegos sadomasoquistas que Chris sí me demandaba, lo que volvía nuestra relación aún más hermosa de lo que podía considerar.

Porque, aceptémoslo, siempre había esperado a por mi Jake.

Se tumbó en mi tórax, hiperventilando y cubierto de una fina capa de sudor, justo como yo. Los dos respirábamos como locos, y pude sentir que tanto su corazón como el mío iban a una velocidad enorme. Empecé a jugar con su cabello mientras él me usaba como su almohada.

— Seth… oh, mi tierno Seth… —canturreó entre hiperventilaciones. Me reí un poco y le besé la cabeza.

— Aquí estoy, amor. Aquí estoy. —le seguí la corriente, siempre con una sonrisa. Y era en verdad porque estaba dentro de mi, o mejor dicho, nuestra burbuja mágica.

Nos quedamos así al menos una media hora. Sin movernos, sin hablar, sólo disfrutándonos mutuamente con el simple hecho de sentir la piel del otro. Sabía que se avecinaba una segunda ronda; usualmente así era. No obstante, aún no teníamos intenciones de empezarla.

— Tenemos todo el tiempo del mundo. —le dije en cuanto sentí que empezaba a frotar su miembro contra mis glúteos otra vez. Él se rió y alzó la mirada para encontrarse con la mía.

— Es cierto querido —me dijo y en eso su estómago sonó—, pero lo que sí no podemos esperar es la comida. Vamos —me dijo, y se levantó rápidamente de la cama. Salió completamente desnudo de la habitación, con lo que yo me paré para seguirlo. ¿Y si mi familia llegaba en seguida y nos cachaba desnudos? Digo, sé que ya están al tanto de lo que hacemos (¿cómo negarlo, si ambos ya éramos mayores de edad? Negarlo sería agravar las sospechas de las condiciones en que lo hacemos), pero no creo que a mi madre le agrade mucho la idea de vernos completamente desnudos en la casa. Daría a mal interpretar los lugares que hemos usado para hacerlo.

Fui detrás de Jake justo a dos escalones. Al bajar me hizo un ademán para que le siguiera a la cocina. No pude evitar sonreír en todo momento mientras le pisaba los talones.

Entonces, él se fue directo al congelador.

— Muy bien, veamos —murmuró mientras examinaba el interior del mismo. Yo me quedé casi en el marco de la puerta, apoyándome con las manos en el respaldo de una de las sillas—. Hay carne para asar, pollo, creo que pescado… sí, es pescado. Emmm, más carne y… ¡oh! ¡Carne de hamburguesas! —exclamó victorioso. Entonces le sonreí.

— ¿Más hamburguesas, Jake? —me reí un poco. A pesar de estar de espaldas contra mí, vi que también se estaba riendo.

— Sí, Seth. Es que son, no sé si me explique, especiales. Son algo que puedo compartir contigo por tener un significado muy valioso.

— Siempre y cuando no las conviertas en una especie de fetiche sexual conmigo, todo bien. En ese caso quedarían los hot dogs, no las hamburguesas. —me reí levemente. Él en cambio, se volteó hacia mí y soltó una tremenda carcajada.

— Podemos intentarlo si gustas —me guiñó pícaramente el ojo derecho—. Prometo no morder muy seriamente.

— Ay, Jake. Tú siempre tan sutil. —le sonreí aún más ampliamente.

— Pero bien que me amas. Ahora, ven, ocupo que me ayudes con este empaque, si no es mucha molestia. —se volteó al congelador y se puso a rebuscar entre las varias bolsas. Al principio sonreí pensando que era una broma; lo había visto cargar la Harley Sprint sin problema alguno, pero cuando vi que estaba empezando a forcejear contra el aparato vi que en verdad lo necesitaba. Me dirigí rápidamente hacia él y se hizo a un lado para dejarme ver el interior del refrigerador.

Al principio pensé que esto se trataba de una broma, pero no lo era. Entre tanta bolsa negra o roja por la carne, destacaba una pequeña bolsa transparente de plástico en cuyo interior estaba una pequeña caja negra, digamos de cinco centímetros cúbicos. El aspecto estaba un poco distorsionado por la bolsa misma, pero podría atreverme a decir que no era un material tan común y corriente como el cartón o algo por el estilo. No me atreví a decir palabra alguna por temor a equivocarme con lo que veía en el interior del congelador. Intenté, por todos los medios, regular mi respiración. No quería verme como el obvio que lo descubre todo.

— Tómala. —me instó Jacob, todavía con un tono juguetón. Le miré con una media sonrisa en el rostro, intrigado por su decisión. Al cabo de unos instantes, me dije a mí mismo que nada podría salir mal de esto, así que metí la mano y saqué la bolsa. Cerré el congelador al instante y retiré la bolsa. Como supuse, la caja era demasiado elegante para tratarse de alguna clase de condimento o algo por el estilo. Reconocía el estilo; lo había visto tantas veces en las películas que mi corazón dio un vuelco. Y eso que ni siquiera había abierto la caja.

— Jake… —empecé, pero él me chistó.

— Permíteme diferir en esto. Sé que como pareja oficial no tenemos relativamente nada de tiempo, pero nos hemos conocido desde la infancia y hemos sido bastante íntimos desde entonces. Quiero que sepas que esto —adelantó sus manos hacia las mías y las colocó en la caja, que lentamente abrió—, sin temor a equivocarme, es lo más sensato que he hecho en toda mi puñetera vida —dijo, pero no le puse atención por estar viendo el intrínseco y a la vez escandaloso anillo, en cuya superficie se veían unos cuantos detalles. Detecté un par de lobos, unas frases que nunca había conocido y una promesa eterna de amor—. Oh, sí. Me la pasé días ante la computadora buscando esas frases. Son del antiguo dialecto de nuestra tribu. Nadie en ella me supo decir qué eran o cómo las pronunciaba.

— ¿Y qué dicen?

— Literalmente se dicen como ocknehk markwanta eo`likne nanairti. "A pesar de la adversidad del mundo, tú eres mi fuerza". La elegí especialmente por ti y por lo que representaremos a partir de ahora. Así que —me giró hacia él, tomó la caja entre sus manos y se hincó frente a mí— Seth Clearwater Swan —no puede evitar esbozar una sonrisa. Me tenía que acostumbrar a escuchar ese apellido compuesto, aunque ni siquiera fuese oficial—, sabes perfectamente lo que siento por ti, lo que siempre sentiré, y lo que deseo contigo. No hay un una sola medida de tiempo o de fuerza capaz de separarnos. Y sí, lo hice en casa y no en público, porque no busco nada ostentoso. Tú, yo, un techo y comida. Es todo lo que me bastará por toda la eternidad, siempre y cuando sea a tu lado. Yo sé que tú sientes lo mismo, así que te hago la pregunta —hizo una pausa dramática. No, no era dramática. Él la necesitaba tanto como yo; lo vi tomar aire—, ¿me harías el extraordinario honor de convertirte en mi esposo?

Me quedé pasmado. El aire de pronto se calentó y solidificó en mis pulmones. Mi rostro se ruborizo hasta el punto en el que pensé que podría freírme un huevo en los cachetes. De momento no supe qué pensar, ni qué decir.

O bien, nada que fuese lo suficientemente estúpido como para alejarme de Jacob.

Pero, en lugar de decir lo más tradicional, salí con la burrada más grande:

— ¿Tan siquiera es legal aquí? —le pregunté, sonriente. Él me devolvió la sonrisa mientras sacaba el anillo de la caja.

— Desde el seis de diciembre —me respondió con absoluta calma—. Semanas antes de que te rescatara de Chris. ¿No estabas siguiendo las noticias?

— No, claro que no.

— Fue aprobada por la Legislatura Estatal de Washington y por los votantes en el Referéndum 74. Podemos hacerlo.

— ¿Quién te viera, Jacob, al pendiente de reformas políticas? —me reí, pero él me mandó callar con dulzura.

— Silencio, querido. Esto es serio y muy importante.

— Lo siento.

— ¿Y qué opinas de esto? Sé sincero conmigo, por favor.

— Yo… es eso es maravilloso. —le dije, con lágrimas en mis ojos. Mi sonrisa se estiró todavía más.

— Entonces, Seth, ¿qué dices?

— ¡Demonios, sí! ¡Sí quiero, Jacob!

Eso pareció aclarar todo y acomodarlo en su sitio de pertenencia. Él sonrió y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras me colocaba el anillo de compromiso en el dedo corazón de la mano izquierda. Su lugar permanente.

Íbamos por la interestatal a unos ciento veinte por hora, complacidos por la mejor de las eventualidades. La ceremonia había sido de ensueño. La fiesta, ni se diga.

El amanecer bañaba la carretera y los alrededores con una impactante luz hermosa.

Nos habíamos fugado en la madrugada a mitad de la fiesta, pero todos nos alcanzaron a despedir. Todos, especialmente nuestras familias, nos despidieron con una enorme satisfacción. No hubo ni un solo momento de tensión, ni siquiera cuando Nessie nos despidió a ambos con un cálido abrazo y un beso en la mejilla a cada uno. Al terminar, se volvió hacia Zafrina, a quien le tomó de la mano y le plantó un beso en la mejilla. Jake fue muy amable al explicarme de qué se venía todo esto. Era lindo que alguien más fuese la representación del amor entre dos personas del mismo sexo. Paul no dejaba de hacer comentarios acerca de que Leah debería haber ido por ese camino, porque podría haberle salido bien.

No obstante, a pesar de sus insidiosas burlas, mi hermana encontró lo que buscaba. Un nuevo hombre en la reservación, de la tribu micah —la misma que la de la mamá de Embry— le llamó su atención en un fin de semana que invertimos en pasearnos por el centro de La Push. Hicieron contacto inmediato. Mi cuñado alto y fornido, Christian Watson, me despedía ahora con un apretón de manos.

— Buena suerte, compañero —me dijo con una voz profunda—, y muy buen provecho. —me sonrió mientras arqueaba las cejas en un tono provocativo, que hizo reír ante la sugerencia. Posiblemente así sería en cuanto llegáramos a nuestro destino.

Mas no habíamos llegado. Nos habíamos desviado a la zona underground de Seattle, en donde fuimos a llegar a una tienda en específico. Al principio me había mostrado reacio, pero tras verme el brazo derecho, no opuse resistencia. Y Jake tampoco.

Al terminar el tatuado, contemplé por varios minutos su brazo izquierdo, en el que estaba tatuado mi nombre. Seth Clearwater Black. En mi brazo izquierdo, en cambio, el nombre de Jacob Black Clearwater estaba refulgiendo como la luna llena en la noche oscura.

Considerando que la noche es color olivácea y la luna de color negra, entonces sí existe un punto de comparación. Mientras, no.

— ¿Y cómo te sientes, señor Black? —me preguntó Jake mientras pasaba su brazo derecho por encima de mis hombros, mientras con el izquierdo controlaba perfectamente el volante, en cuya mano refulgía su propio anillo. Le sonreí mientras volvía al presente con él.

— Perfectamente, señor Clearwater. —le canturreé, mientras me acercaba para besarle en la mejilla. Intenté acariciarle el cabello con mi mano izquierda, pero el anillo causaba un poco de molestia ya que prometía enredarse en su cabello. Retiré la mano; no me quitaría el anillo jamás.

— Voy a tener que acostumbrarme a ese apellido. —murmuró sonriente.

— Yo casi no —respondí, y él se volteó tantito para verme con desconcierto—. Es que tengo doce años soñando con estar contigo y me lo he imaginado al lado de mi nombre.

— Sí que me has esperado, mucho tiempo, cielo.

— Bastante tiempo. —le respondí, y entonces él se apresuró para plasmar sus labios contra los míos en absoluta perfección.

Estábamos en una habitación lujosa de un buen hotel al norte de California, contemplando el crepúsculo. La luz anaranjada se colaba perfectamente a la blanquecina y lujosa habitación, con las ventanas abiertas y las cortinas de seda blanca agitándose con la dócil brisa. Los dos estábamos recién bañados y despojados de toda ropa, admirándonos mutuamente el uno frente al otro.

Conmocionado, y finalmente casado con mi único hombre, me arrojé a sus brazos.

Nuestros cuerpos temblaron cuando chocaron, a pesar del fuego que existía en todas partes; no había zona de nosotros que no estuviera envuelta en las llamas apasionantes. Él siempre había sido mi catalizador personal, desde siempre presentía que estábamos predestinados a existir juntos, a pesar de todas las pesadas adversidades y calumnias que nos habíamos visto obligados a sufrir en estos siete años. Unos muy largos para mí, y sé que para él también, porque nos habíamos visto obligados a esperarnos mutuamente.

Aún así, cuando había conocido a Chris, y me había creído que él era inocente, no era lo mismo. Tenía que ser honesto con eso. Yo siempre había suspirado por Jacob, y en este preciso momento lo dejaba muy en claro al aferrarme a su cabello mientras él me besaba el cuello y me abrazaba por la cintura.

Justo ahora, en los confines del mundo, no podía pensar en algún hombre más dichoso que yo. Había conseguido mi objetivo primordial, que tanto deseaba desde hace mucho tiempo.

Jake era mío, sencillamente mío. Así debía de ser desde un principio. Me pertenecía y yo le pertenecía recíprocamente. Ese era el final feliz.

El mundo no importaba. El amor es el amor, diga lo que diga la estúpida gente. Tú debes mantener la cabeza en alto y hacer lo que te gusta hacer: leer libros, patinar, bailar o amar a quien se te antoje. Sólo tienes que soltarte, quitarte la pena y aventarte al mundo con las ventajas y dones que se te han sido otorgados.

Y debes estar consciente de que las palabras de las demás personas no te deben importar cuando estás buscando tu máximo objetivo en la vida. Al fin y al cabo, las personas siempre hablarán. Son esos momentos en los que tú tomas tus propias decisiones en los que verdaderamente te encuentras a ti mismo como la persona que eres. Y no habrá nada que lo cambie.

El objetivo máximo del hombre es aprender y vivir. Y yo he vivido aprendiendo cosas. Y una de esas cosas es que todo sacrificio vale la pena cuando estás ante el máximo premio que jamás podrías imaginar: el amor.

Y es cuando lo estoy mirando a él, y sé que he conseguido éxito en mis propósitos. Aprender a vivir con las cartas que se te otorgan es sólo el primer paso. El que se olvida de vivir es incapaz de presumir su aprendizaje. Yo no lo he olvidado, así que puedo jactarme de los conocimientos adquiridos en mi vida.

En este momento, frente a mi esposo, soy feliz.