El idioma del amor


Disclaimer: Shaman King no me pertenece.


Capítulo cuatro: Razones.


Jeanne abrió la puerta de su pequeño departamento a mediados de Enero muy temprano. Eran las cinco y cuarto de la madrugada. Pensó de inmediato que sería una emergencia para despertarla a tales horas. Pero no era eso. Ren Tao estaba del otro lado de la puerta con un par de bolsas y vestía traje. Ella no podía evocar un momento en el cual se viera más gallardo que en ese momento. Y ella que estaba aún en camisón.

—Yo… no sabía que vendría. — Dijo, ruborizada.

Ella abrió la puerta y lo dejó entrar como muchas otras veces. No podía creer que él estuviese allí, era una posibilidad que estuviera aún dormida.

—Pero estoy muy feliz de verle. — Confesó, abochornada por su propia felicidad y honestidad.

—Lamento despertarte de esta manera. — Fue lo primero que dijo. — ¿Buenos días o buenas noches?

Jeanne trataba de arreglarse el cabello cuando le sonrió. No se había dado cuenta de que él le hablaba en francés hasta ese mismo momento. Caminó hasta Ren y le quitó las bolsas dejándolas en una mesita ratona. Luego se puso de puntillas y acarició con las yemas de sus dedos el rostro masculino. Sonrió y cerró los ojos cuando la estrechó brevemente.

— Traje dulces para desayunar. — Trató de desviar el tema el mayor de los dos.

— ¿Magdalenas y torta de chocolate, debo suponer? — Ella bromeó, recordando el dulce favorito de ambos.

Ren asintió y comenzó a encender las luces de la habitación mientras ella preparaba el té. La francesa se tomó unos minutos para arreglarse precariamente mientras el agua hervía. Estaba feliz, ridículamente feliz. Luego de haber llegado a su hogar cuando Tao abordó se sentía extraña, era esa sensación opaca luego de la luz liquida de una risa sonora. Hueca.

Se colocó una falda celeste hasta los tobillos y una camisa blanca femenina, que fue lo primero que encontró y combinaba. Ella sirvió el té conteniendo unas ganas absurdas de besarlo repetidas veces. Se sentía cohibida por sus propios pensamientos. Aunque, por otro lado, Ren Tao no solía contenerse. Le había costado horrores ser honesto consigo mismo aquellos días. Se juró a sí mismo superarla, dejarla atrás como había hecho antes con otras mujeres.

Pero había vuelto a ella, como el pájaro libre a su nido cálido en otoño. Él tomó su mano femenina y la miró con verdadero interés; las líneas que trazaban su destino en sus palmas. No creía en lo absoluto en esas tonterías pero era una excusa válida para tocarla. Jeanne tembló. Siempre temblaba cuando él la tocaba.

Esos días de separación, que fueron casi tres semanas, le hicieron darse cuenta de que había anhelado su presencia. Lo quería a su lado, quería sus conversaciones escuetas y llenas de significados. Con sus gestos sinceros y sus frases educadas y francas. Lo quería en las tardes de cansancio y las mañanas de mutuo aprendizaje. Lo quería a él, tocándole las manos con las suyas calientes.

¿Había pasado tanto tiempo sola que una vez que se sintió reconfortada por una compañía agradable no quería abandonarla? Ella no quería ser abandonada otra vez; pero era muy ingenua para entender aún que Ren Tao se había convertido en algo más que un amigo con el que compartía sus tardes. Tao era, sencillamente, paz en su alma confusa.

Jeanne suspiró, llamando la atención del joven chino que soltó sus manos de inmediato. Ella rodeó la mesa hasta sentarse a su lado, colocando las manos de él entre las suyas y repitiendo el mudo acto de delinear los pliegues de éstas. Una caricia silenciosa.

Cuando Jeanne levantó la vista tenía los ojos llenos de calma y tranquilidad. Confiaba en él de una forma tan ciega y absurda que no lograba encontrar lógica. Él la dejó acariciarlo a su antojo, sin tapujos ni excusas. Había vuelto para llevársela con él por toda Europa y Asia, en sus recorridos firmando y negociando contratos.

— Arma tus valijas, el vuelo es esta noche. — Expresó, intentando que ella comprendiera sin dar más incómodas explicaciones.

"Te quiero a mi lado."

Habían pasado dos semanas y media juntos, y tres de ausencia. Ren no pudo retomar su normalidad al dejarla allí en el aeropuerto. No le había contestado a su "No me olvides" porque olvidarla era la idea y no quería mentirle. Se había apegado a una chica en unos pocos días, algo que no era natural en él. Jeanne le atraía como un imán, y él había intentado huir de ella. No lo logró. Le tomó tiempo de meditación comprender que ella era apropiada: en algún momento debería casarse y buscar una mujer que se ajustara a él. No había tenido que buscarla porque ella misma se presentó y era, además, la chamán más fuerte luego de aquella mujer madura. Debía ser ella.

La antigua doncella de hierro lo besó sin apuros, permitiéndole por primera vez colarse dentro de su boca. No se apresuraron ni presionaron al otro. Eran dos seres introvertidos y calmos, ansiosos de una paz que habían tardado mucho en encontrar. Por eso mismo comprendían que lo que fuera que habían desarrollado no necesitaba explicaciones ni lógica. Ren lo denominaría "atracción" buscando ocultar sus sentimientos toscos y Jeanne "cariño" porque la palabra amor los asustaba a ambos. Jeanne había amado tanto que se sentía gastada, y nunca ese tipo de amor.

"Claro, lo sé, yo también."

Se separaron varios minutos después y las palabras no veían a sus bocas. Ren sonrió levemente y le acarició el cabello; estaba tratando de ser amable con ella aunque no era lo suyo. Jeanne se rió ante los esfuerzos poco exitosos de él por ser tierno. Ella sabía que lo era, dentro de él, detrás de sus pupilas y esa actitud arisca. Y Ren sabía que la francesa estaba más rota que él, triste pero siempre dando. Cansada de nunca recibir, agotada de dar. Tanto que casi se queda sin ella misma.

No, Ren se dijo, Jeanne se estaba dando a ella misma. A él.

Porque aunque Jeanne amaba Francia con toda su alma, no volvió a poner un pie en ella hasta medio año luego. Vivía en las nubes, viajando con él de un lado a otro, sin pasar mucho tiempo en un mismo lugar. Conociendo todo lo que nunca antes conoció, aunque siempre sincera en su humildad.

Irían a Berlín antes de regresar a Francia, pasar unos días y arreglar temas legales. Luego tomarían un vuelo directo a China donde se casarían. Finalmente.

Ella miraba a Ren a su lado en el avión privado que ocupaban. Estaba leyendo una guía turística tratando de aprenderse las calles de Berlín antes de llegar allí. Jeanne sonrió. Después de todo, el mapa estaba en francés.

¿No era ése, después de todo, el idioma del amor?


¡Hola! Casi se me olvida subir el capítulo, de no ser porque mi amiga me lo recordó sin saberlo realmente. Es el último capítulo. Agradezco mucho sus comentarios. Lo más probable, siendo honesta, es que no suba nada de este fandom o pairing por un buen rato. Pero estén atentos, quizá tenga otro ataque de "escribimania" un día de estos, como aquel del cual surgió esta historia.

De nuevo, muchas gracias. Me alegró mucho que les haya agradado y todos esos comentarios positivos que esperé con ansias. Gracias de verdad.

¡Ojalá el final no los decepcione!

Besos.