Ésta es una de esas situaciones en las que una idea se te mete en la cabeza y no hay forma de sacártela sin escribirla. Así que, casi sin remedio, aquí estoy adentrándome en una nueva fandom y moviendo como marionetas a nuevos personajes. NO soy una GRAN fan de Los Juegos del Hambre, creo que había partes en las que se podía profundizar y hay ciertas tramas o personajes a la que la escritora no le sacó todo su potencial. Especialmente al misterioso personaje de Madge Undersee y su relación con Gale Hawthorne. He leído bastantes fics en inglés, algunos de ellos realmente increíbles y la mayoría tienen en común una relación atracción/odio entre Gale y Madge (especialmente por parte de Gale) y cierta participación de Madge en la revolución, espiando desde su privilegiado sitio de hija del alcalde. Ahora esos dos puntos son canon para mí, independientemente de lo que Suzanne Collins escribiera en el último libro. No, no... los lectores siempre llevamos la razón.

El fanfic podría dividirse en TRES VOLUMENES. El primero es el más corto, ya está escrito y podría sostenerse como un fic corto por sí mismo. Sin embargo, si veo que el fanfic tiene éxito y queréis que lo continué, entonces seguiré escribiendo y publicando. ¡Es vuestra decisión! ¿Fic largo o fic corto? Espero que os guste y me dejéis MUCHOS reviews.

Sin más dilación, aquí tenéis un fic en el que la pobre de Madge se mete en problemas demasiado grandes para ella:


LUZ NEGRA

1. Tía Maysilee

Maysilee Donner la miraba desde la curvatura de aquellas palabras escritas, como una fantasma que se había quedado atrapado en un pequeño cuaderno cuadriculado. Su letra era pequeña y desordenada, como si se hubiera apresurado a desprender en el papel sus ideas revolucionarias. Madge había nacido muchos años después de la muerte de su tía Maysilee y su madre, siempre convaleciente, era incapaz de nombrar a su hermana sin atragantarse con sus propios gemidos lastimeros. Por lo tanto, la personalidad de Maysilee Donner no era más que un conjunto de ideas inventadas en la cabeza de Madge. No era capaz de reconocerla como persona sino que la identificaba con aquel agujero negro que permanecía clavado en las entrañas de la familia Undersee. Al menos, hasta aquel momento.

En uno de los episodios de delirio de su madre, Marianne Undersee había mencionado en voz alta la existencia de una caja que contenía todos los objetos personales de su hermana. No era inusual que en estas situaciones, su madre la confundiera con Maysilee y Madge no se atrevía a corregir ese error porque era en aquellos minutos de confusión cuando Marianne Undersee abandonaba su fragilidad y volvía a recuperar la vitalidad de su adolescencia. En esta ocasión, sin embargo, su mente no había viajado hacia años más felices sino que tenía la convicción de que no era su hija la que estaba sentada frente a ella, sino el fantasma de Maysilee que había acudido a hacerle compañía. Después de abrazos y algunos recuerdos de la infancia a los que Madge respondía con un asentimiento de cabeza, su madre se había inclinado sobre ella, como quien pretende revelar un secreto, y le había dicho que aún guardaba sus cosas.

Las últimas posesiones de Maysilee Donner.

- Ya sabes cómo se quejaba mamá de que yo nunca tiraba nada- añadió Marianne, aún creyendo que su hija era su hermana.

Madge había esperado con paciencia a que su madre recuperara la suficiente fuerza como para acompañar a sus padre a algunas cenas de negocios en el pueblo. En cuanto se había quedado sola en la casa, se había dedicado a buscar las pertenencias de Maysilee Donner. Había creado desorden y caos en su hogar hasta encontrarlas. Se trataba de una caja de cartón oscuro con algunos vestidos y muñecas viejas. Entre aquellos objetos había hallado un pequeño cuaderno con tapa gruesa y roja, escrito a mano por la propia Maysilee. Madge vació la caja sobre el suelo, aumentando el desorden que su exhaustiva búsqueda ya había provocado.

Comenzó a leer el cuaderno con avidez, prestando especialmente atención a aquellas palabras que se repetían demasiado o la forma en la que se estructuraban las frases. Cualquier pista de la forma en que se expresaba Maysilee era una paso más para conocer a aquella adolescente que, sin conocerla, había marcado la vida de Madge. Se sorprendió después de leer las primeras páginas al comprobar que no era un diario personal sino un estudio de los juegos del hombre, en el que se enumeraba las armas más comunes, la media de los paracaídas que los tributos más populares solían recibir, el clima más común en la arena de juego…

Madge miró aquella reliquia con una mezcla de conmoción y admiración. Tenía entre sus manos un objeto que traicionaba al Capitolio. A pesar de que no había nada que lo indicara, Madge tenía el presentimiento de que el objetivo de aquel estudio era encontrar los puntos débiles en la mayor arma de represión que poseía el Capitolio. No eran palabras propias de una admiradora de los juegos, sino de alguien que pretendía conocer cada detalle de su enemigo. Madge sentía que con cada palabra conocía más a su tía y por tanto, comenzaba a echarla de menos. No podía amarla a través del papel, pero sin duda la admiraba.

Ella era Madge Undersee, la privilegiada hija del alcalde, y aquel cuaderno viejo hizo que deseara ser más valiente. Quiso ser su tía, a pesar de que sabía que su final no había sido feliz.


La ansiedad había recreado en su mente la imagen de unas suculentas galletas de chocolate. Hacía media hora que había encargado dichas galletas a la panadería de los Mellark, que solía hacer servicios a domicilio, pero el cuaderno de su tía la tenía tan ensimismada que no se había dado cuenta del paso del tiempo. El timbre de su casa sonó, haciendo que Madge saltara en un respingo, sorprendida por el repentino sonido. Se levantó del suelo en un salto y con sus pies descalzos, sorteó los objetos que aún reposaban en el suelo. Había convertido su salón en un laberinto de objetos que horas atrás habían estado cuidadosamente ordenados en los cajones. Unos cajones que ahora estaban completamente vacíos, algunos abiertos y otros cerrados.

Detrás de la puerta estaba Peeta Mellark con un ojo morado mal disimulado y una sonrisa forzada. En sus manos sostenía la bolsa de papel marrón que contenía las preciadas galletas. Madge dio un paso hacia atrás tras abrir la puerta por completo y ver el aspecto de Peeta, como si la herida de su rostro la hubiera empujado. Peeta dio los buenos días y Madge le respondió con palabras torpes, no era capaz de apartar la vista de aquel ojo amoratado. Todo el mundo sabía del mal carácter de la Señora Mellark pero Madge jamás había visto una marca tan dolorosa de la veracidad de aquellos rumores. No llegaba a comprender como una madre podía causarle daño a su hijo.

- Has pedido galletas- dijo Peeta, tendiéndole la bolsa. Continuaba con su gentil sonrisa con la esperanza de que ésta ocultara el estado de su cara.

Madge aceptó las galletas y sacó de su bolsillo el pago. Peeta se lo agradeció y se dio la vuelta para marcharse pero la voz de Madge hizo que detuviera su movimiento.

- Deberías entrar- musitó la joven. Ante la mirada de confusión de Peeta, Madge añadió- Sé cómo tapar eso- dijo, señalando el ojo morado de Peeta.

Madge se giró sobre sus talones, al tiempo que abría la bolsa de galletas. Acercó la nariz para envolverse del aroma a galletas. Al acercarse, se dio cuenta de que no eran galletas de chocolate sino de piñones. Ella detestaba los piñones pero temía que si le hacía ver a Peeta su confusión, Peeta volvería con los dos ojos morados y una bolsa de galletas de chocolate. Estaba segura que la Señora Mellark no pasaría por alto el despiste de su hijo.

Peeta se había quedado detenido bajo el quicio de la puerta, tentado e incómodo al mismo tiempo. Madge señaló con la cabeza el interior de su hogar, insistiéndole para que entrara. Finalmente, Peeta asintió con la cabeza y la siguió a través del pasillo de la entrada.

- Perdona el desorden- dijo Madge, al entrar en el salón, cuyo suelo parecía un campo de minas.

Peeta miró el salón con una abierta curiosidad. La confusión se coló de pronto en su mirada.

- ¿Te han robado?- preguntó con preocupación.

- He sido yo- dijo Madge, rascándose la cabeza con vergüenza- Perdona, había olvidado que lo dejé así. Estaba buscando algo… lo ordenaré en unos minutos- Madge sonrió con cierta timidez- Afortunadamente para ti, creo recordar que el neceser de maquillaje de mi madre lo dejé cerca de la pata del sofá. ¡Ajá! ¡Ahí está!- exclamó sonriendo.

Madge se apresuró a coger un neceser de rayas blancas y celestes. Peeta se acercó a ella, atento al suelo para no pisar ninguno de los objetos desperdigados. Dio pasos grandes y cuidadosos y se colocó junto a Madge.

- ¿Quién es Maysilee?- preguntó Peeta de repente.

Madge se dio la vuelta, sorprendida. Peeta estaba señalando a un DVD que había en el suelo, sobre su superficie estaba escrito con un grueso rotulador negro:"Maysilee".

- Es mi tía- respondió Madge, fijando su atención en aquel DVD que no había visto hasta entonces. Seguramente había estado guardado en la caja entre la falda de flores y el vestido negro.

Madge se agachó para coger el DVD y se dejó caer sobre el sofá, su emocionada expresión se había convertido en pesar en un instante. Seguramente en aquel DVD había imágenes de la corta vida de Mayselee Donner, momentos en los que su madre era una joven alegre. Recuerdos que no le pertenecían. Incluso sin verlo, podía imaginarse los rostros ilusionados de su madre y su hermana gemela, riéndose y jugando, puede que incluso hablando de un futuro que para una de ellas nunca llegaría.

- ¿Te encuentras bien?- preguntó Peeta con una verdadera preocupación en el tono de su voz. Madge levantó la cabeza y le sorprendió la mirada gentil de Peeta. Ella no estaba acostumbrada a que nadie le prestara atención o se preocupara por ella, con excepción de sus padres. En clase, los pocos compañeros que le hablaban estaban empujados por sus padres que querían aventajarse del favor del alcalde. Los jóvenes provenientes de la Veta, la parte más pobre del distrito 12, no la consideraban más que una chica privilegiada y frívola. Los chicos del pueblo nunca se juntaban con los de la Veta y Madge se encontraba en medio, sin pertenecer ni a un lugar ni a otro. Katniss Everdeen, que vivía en la Veta, era su única amiga y se sentaba con ella durante los almuerzos, pero su relación amistosa era normalmente silenciosa y se limitaba a las horas de escuela.

- Ella murió en unos juegos del hambre- dijo Madge en un suspiro al ver que Peeta seguía mirando extrañado el DVD con el nombre de su tía.

Peeta asintió, su mirada le transmitía un pésame silencioso.

- ¿Quieres que lo vea contigo?

Madge levantó la cabeza con rapidez, temiendo que al mirar a Peeta descubriera que su pregunta había sido una burla pero su mirada continuaba siendo tierna.

- ¿En serio harías eso?- preguntó Madge, sin ser capaz de esconder su asombro.

Peeta se encogió de hombros- Ahora mismo no tengo muchas ganas de volver a casa.

Madge asintió, comprendiéndole. Se levantó de un salto del sofá, con el DVD en una mano y el neceser en la otra- Pero antes, hay que hacer desaparecer ese color morado de tu ojo que tan poco te favorece.

Peeta se rió y asintió con la cabeza.


Maysilee Donner sonreía en la pantalla del televisor. Madge tragó saliva, incómoda por aquella sonrisa sin alegría. La audiencia, sin embargo, parecía incapaz de reconocer el miedo en los ojos de aquella joven que se estaba precipitando hacia su muerte.

- Están ciegos- dijo Madge, en un susurro- o al menos pretenden estar ciegos.

Peeta no respondió. Sus ojos estaban también fijos en la pantalla a pesar de que para él estos eran otros juegos de los tantos que estaban obligados a ver. Madge, sin embargo, se sentía más angustiada que de costumbre. Aunque era consciente de que Maysilee y su madre eran gemelas, siempre había creído que ella, al ser su hija, las vería muy diferentes. Aquella joven que sonreía en su primera entrevista de los juegos era su madre y ella misma al mismo tiempo. Madge tuvo la necesidad de salvarla de su destino y saber que aquello ya ocurrió hace muchos años la envolvió en una sensación de impotencia.

- No tienes por qué quedarte, Peeta- Madge decidió ofrecerle una vía de escape- Tenemos que ver todos los años… esto- lo pronunció con desprecio. Madge siempre había sido bastante buena ocultando su opinión sobre el Capitolio y los juegos, especialmente cuando los reporteros y algunos representantes del comité de los juegos del hambre se instalaban en su casa, pero tenía el presentimiento de que a partir de ese momento sería incapaz de continuar fingiendo- Comprendo que no quieras ver uno que ocurrió hace más de diez años.

Peeta asintió con la cabeza pero no se movió de sus sitio.

- Es diferente- se limitó a responder.

Madge sabía perfectamente a qué se refería. Los juegos estaban siempre acompañados por la esperanza de que alguno de los tributos del distrito 12 volviera a casa; por el conocimiento de que alguna madre, padre o hermano estaba aferrándose al televisor, rezando en silencio por la vida del ser querido; por las entrevistas de los reporteros del Capitolio y por la necesidad de fingir que los juegos del hambre no eran más que entretenimiento. Ahora sin embargo, no había esperanza, los llantos se habían derramado hacía años y estaban encerrados en el salón de su casa, lejos de la incómoda presencia de los ciudadanos del Capitolio. Era diferente pero no por ello menos descorazonador.

Después de los juegos, siempre se comercializaba una cinta con los mejores momentos de los juegos del hambre de aquel año. Semanas de agonía resumidos en tres horas. Eso era lo que contenía aquel DVD con el nombre de su tía y lo que estaban viendo en aquellos instantes. Algunos vencedores habían tenido incluso que firmar en las fundas de los DVDs, mientras que los ciudadanos les pestañeaban con coquetería, como si fuera estrellas de cine. Eso eran en el Capitolio: celebridades, en lugar de niños heridos.

Pasaron una hora en silencio, viendo cómo Mayselee y Haymitch se aliaban y se protegían el uno al otro de las adversidades del tiempo y del resto de los tributos. Madge se sorprendió de cómo la mirada de Haymitch iba perdiendo brillo con cada matanza. Ya no quedaba nada del niño corpulento y descarado que manejaba la entrevista con más maestría que Caesar Flickerman. Él había matado a todos los que se cruzaron en su paso para ahorrarle a Mayselee la agonía de matar a alguien. Mayselee mató a su primer tributo en su última semana, cuando el chico del distrito 6 se había colado en su campaña para matar a Haymitch. Mayselee había aparecido por detrás, silenciosa, y le había clavado un cuchillo en la nuca. Fue una muerte rápida.

Madge sintió un escalofrío al ver a su tía acabando con la vida de aquel quinceañero del distrito 6. Era como si se estuviera viendo a ella misma en la piel de su tía. Peeta giró la cabeza para mirarla, su expresión inteligible. Madge se preguntó si él también había creído ver a Madge, y no a Maysilee, mientras introducía el cuchillo en la piel del otro tributo. La imagen cambió bruscamente a una escena más tardía, en la que podía verse a Haymitch y a Maysilee sentados alrededor de una hoguera. Ya quedaban pocos tributos vivos así que el calor del fuego resultaba más necesario que el peligro que las señas de humo podían suponer. Maysilee parecía estar en un trance, sin hablar y con la cabeza gacha. Era evidente que aquella escena había sido cortada para no aburrir al espectador, Madge se preguntó cuántas horas había pasado realmente en aquel enfermizo silencio.

Por fin, Maysilee suspiró. Haymitch la miró con compasión, sin obligarla a comunicarse.

- Ellos ya han ganado- musitó la joven en un susurro.

Tanto Madge como Peeta fruncieron las cejas, sin comprender. Haymitch, sin embargo, no pareció sorprendido por aquella declaración. Es más, sonrió como si le resultara lógico.

- Hemos matado, por tanto, hemos perdido- murmuró Maysilee- El capitolio nos ha convertido en monstruos. Ellos han ganado.

Una declaración como aquella, reconocer que el Capitolio era el enemigo, era considerado traición. Madge no se sorprendió de que fueran las bestias creadas por los diseñadores de los juegos los que habían terminado con la vida de Mayselee. El Capitolio quería callarla cuanto antes, arrebatarle las verdades que salían de su boca. La valentía de Maysilee la azotó con fuerza y se sintió miserable, por vivir cómodamente, por estar viva cuando su tía no lo estaba.

- ¿Cómo se vencería entonces al Capitolio?- preguntó repentinamente Peeta.

- No matando- respondió Madge- No queriendo sobrevivir, negándose a jugar según sus reglas. Comportándose con compasión.

- Entonces morirían- dijo Peeta.

Madge asintió- Ganaríamos muriendo.

El uso de la primera persona del plural, aquel nosotros implícito en el verbo, los dejó sin aliento por unos segundos. Nunca antes se habían sentido tan partícipes en aquellos juegos del hambre. Por un momento sintieron que eran niños jugando a ser héroes, planeando hazañas y estrategias para vencer a los malos. Pero la verdad es que en aquel silencio de reflexión, se convirtieron en la mayor amenaza del Capitolio sin que ellos mismos se dieran cuenta.

Maysilee Donner, en la televisión, suspiró y miró hacia el cielo oscuro.


El orden había regresado a su casa y aquella sensación de clarividencia se había disipado algo pero aún reposaba latente dentro de ella. Peeta se había despedido con pocas palabras, pero todas amables. Era evidente que él estaba tan azotado por la experiencia como ella. Madge guardó los tesoros que había encontrado de su tía en lo alto del armario, fuera de la vista natural. Nadie lo buscaría, por tanto, no necesitaba un lugar más escondido.

Al marcharse Peeta y después de ordenar el salón, había ordenado las posesiones de su tía en la caja. Prestando mayor atención a cada objeto. Sus preferidos eran aquel vídeo demoledor, el cuaderno de intrigas y un vestido negro, propio para funerales. El vestido era sencillo pero elegante, de una tela cara que dejaba en evidencia el poder adquisitivo que la familia de su madre había tenido. Madge no tenía vestidos negros, su color preferido era el blanco y le encantaban los estampados de flores. Su armario representaba a la primavera y aquel vestido negro rompía la composición de colores.

Encima de la encimera de la cocina, aún guardadas en la bolsa de papel marrón, estaban las galletas de piñones. Madge no iba a comérselas, detestaba los piñones, pero decidió que debían servir para algo importante. Ella nunca tiraba comida pues conocía la mala situación de gran parte del Distrito 12, esta vez no iba a ser una excepción.

Fueron las galletas de piñones la que le llevaron a la puerta de Haymitch Abernathy. A medio camino entre el pueblo y la Veta, cerca de las fronteras con el bosque. Madge se quedó paralizada en la puerta, sin saber aún si ir hacia allí había sido una buena idea. Recordó la mirada rendida de su tía y el asentimiento comprensivo de Haymitch y creyó que le comprendía. Sabía por lo que había pasado Haymitch a pesar de haber sido sólo una espectadora. Aquel pensamiento le hizo sentirse rastrera. Seguramente eso era lo que pensaban todos los que veían los juegos, incluidos los ciudadanos frívolos del Capitolio, todos pensaban que comprendían el dolor de los juegos, lo que se sentía. Pero no era cierto, era imposible. Madge no conocía a Haymitch, sólo la imagen que el Capitolio había decidido dar de él. No sabía sobre sus sueños o sus pesares, sus mayores arrepentimientos o sus pequeñas gulas y debilidades.

Aquel pensamiento le dio valor para llamar al timbre. Nunca conoció a su tía, pero era parte de su familia y Haymitch, en cierto modo, también lo era. Al menos por el simple hecho de que había sido el último que había abrazado a Maysilee, que la había consolado, que la había protegido y había conversado con ella.

El olor a alcohol la abofeteó en cuanto Haymitch abrió la puerta. La miró con los ojos entornados, seguramente desconfiando de cualquiera que osara llamar a su puerta. Según tenía entendido Madge, nadie iba nunca a visitarlo. Era un alma solitario… pero acaso ¿No lo era ella?

- ¿Vienes a venderme galletas?- preguntó Haymitch en un gruñido, mirando las galletas de piñones que Madge llevaba consigo en un plato.

- A regalártelas, en realidad- respondió Madge.

- Sé quién eres- dijo Haymitch, como si la estuviera acusando de algo- Eres su sobrina.

Madge pestañeó un par de veces, sorprendida, pero asintió con una pequeña sonrisa. Ella era normalmente la hija del alcalde, o simplemente Undersee, ser reconocida como la sobrina de Maysilee resultaba más reconfortante.

- Y yo sé quién eres- respondió Madge, manteniéndole la mirada. Decidió armarse de valor y se escaqueó por debajo del brazo de Haymitch, que sostenía la puerta, para entrar en la casa.

Haymitch se giró y la miró con una mezcla de orgullo e irritación. Era la primera vez que Madge veía esos dos sentimientos mezclados.

- ¿Y a qué debo esta agradable visita?- preguntó Haymitch con sarcasmo.

Madge no respondió al instante, dejó las galletas sobre la encimera y se sentó con timidez en uno de los asientos del salón, apartando antes unas botellas vacías de cerveza y unos periódicos que por su humedad, parecían haber servido de trapos. La casa olía a alcohol y humedad.

- He visto tus juegos.

- Como medio Panem, cariño, aunque debo reconocer que por tu edad… resulta inusual- respondió Haymitch, cogiendo una galleta del plato que Madge había dejado sobre la mesa. Haymitch se sentó en la butaca de enfrente, con las piernas cruzadas y masticó con poca delicadeza la galleta. Madge podía ver como ésta se desintegraba con el contacto de su paladar.

- Y no te conozco a pesar de que te he visto sufrir, matar, pasar hambre, enfurecerte, llorar…- Madge se detuvo unos segundos, para ordenar sus palabras- Y no la conocí a ella, a pesar de que mi vida y mi familia es lo que es porque ella no está. Sólo la he visto por televisión, como medio Panem. Y eso no es justo.

- Ve al grano, querida.

Madge se encogió los hombros. No sabía cómo expresarse, no sabía exactamente por qué estaba allí. Sólo había pensando que jamás había conocido a Maysilee Donner pero aún tenía tiempo de conocer a Haymitch Abernathy. No podía soportar la idea de que el premio a la supervivencia era la soledad. Todo el mundo lo señalaba como un inútil y como un borracho porque la mayoría se había olvidado de su sufrimiento, de a cuántas personas había matado, del cómo el brillo de sus ojos se había ido apagando y de cómo había intentado proteger a Maysilee, no sólo de ser asesinada sino también de ser una asesina. Era un vencedor fracasado.

Madge sabía que no podía expresar aquello con palabras y si era capaz, sólo recibiría una risa amarga por parte de Haymitch, así que se limitó a responder- Estaba aburrida y pensé que no te vendría mal un poco de compañía.

Haymitch resopló pero no la echó de su casa.


Su padre estaba trabajando en el Edificio de Justicia, ausente, como de costumbre. Su madre estaba durmiendo en su habitación, el dolor de cabeza había disminuido hasta permitirle sumirse en un profundo sueño. Madge se alegraba de que su madre estuviera descansado, por fin, pero el silencio de la casa le resultaba espeluznante. Debería estar acostumbrada al silencio y a la soledad, pero siempre le habían resultado compañeros desagradables. Ni siquiera la música de su piano era capaz de tapar el silencio, como si éste fuera un sonido en sí que resonara con más fuerza sobre las notas de su melodía.

Madge se miró al espejo con el vestido negro de Maysilee. Había unas manchas grandes en la falda y sobre el pecho. Madge se preguntó de qué eran. ¿Qué ocurrió la última vez que se puso aquel vestido? Quizás se manchó con la sopa del almuerzo, días antes de la cosecha, con el certero presentimiento de que iba a ser seleccionada. Madge se miró al espejo y en su reflejo, Maysilee le devolvió la sonrisa. Una idea se coló en su mente y comenzó a germinar. Madge sonrió con emoción ante su idea.

- Quizás no ha sido tan buena idea- Madge murmuró para sí misma.

Se encontraba en la Veta, en medio de una amplia calle de albero. Alrededor suya caminaban los habitantes, con prisas, mirándola con curiosidad al pasar pero sin detenerse. Las pequeñas casas de alrededor parecían frágiles, como si una pequeña brisa pudiera derribarlas. En los porches estaban colgadas las ropas, incluso la ropa interior y muchos vecinos la miraban desde las butacas de su portal, con curiosidad. Madge se sintió incómoda por las miradas. Continuó caminando calle arriba, fijándose en los números de hojalata que había clavado sobre las puertas. Rose, la criada que limpiaba todas las mañanas en su casa, le había dado la dirección de Hazelle Hawthorne, al parecer la mejor lavandera de todo el distrito 12.

- Hazelle Hawthorne tiene unas manos de oro- había comentado Rose mientras limpiaba los cristales de la cocina- Si ella no puede quitarte esas manchas del vestido, nadie podrá.

Madge llevaba consigo el vestido negro de Mayselee, doblado dentro de una bolsa de una boutique del Capitolio que había encontrado en su casa. Se detuvo delante de la puerta de la casa que debía de ser de la Señora Hawthorne y llamó a la puerta con sus nudillos. Esperó largos minutos pero nadie abrió. Madge miró a los lados, notando las miradas de los vecinos sobre ella. Era evidente que ella no pertenecía a aquella parte del distrito.

Cuando se giró para volver a su casa, se dio cuenta de que un joven de tez morena se acercaba a ella con pasos firmes. Tenía unas espesas cejas fruncidas sobre sus ojos grises. Madge se detuvo al instante, sintiéndose repentinamente intimidada por la mirada del joven. Cuando pasó junto a Madge, la miró durante algunos segundos, sin cambiar su expresión. A su espalda, Madge pudo escuchar unas llaves.

- ¡Oh, vives ahí!- exclamó Madge, comprendiendo que él no se había estado dirigiendo hacia ella sino hacia su casa. El joven frunció aún más las cejas, sorprendido de que Madge se estuviera dirigiendo a él - ¿Conoces a Hazelle Hawthorne?

El joven alzó una comisura de un labio, sin que llegara a ser sonrisa pero que rompía en cierto modo la severidad de su expresión. Sin duda, la inocente pregunta de Madge le había resultado divertida.

- Es mi madre. Llegará en breve.

- ¡Oh, perfecto! ¡Tengo un vestido que necesito que lave! Soy una cliente.

Hawthorne le miró de arriba abajo, como si ella no encajara en la definición de cliente que él sostenía. Madge retorció sus dedos con nerviosismo, incómoda bajo su mirada.

- ¿Puedo esperar?- preguntó, señalando con la cabeza el interior de la casa.

- ¿Quieres entrar?- preguntó Hawthorne, como si le hubiera pedido algo disparatado. Madge asintió y Hawthorne hizo un gesto con la mano, dándole permiso para entrar delante de él.

La casa era bastante pequeña pero estaba muy limpia y ordenada. Una amplia mesa ocupaba gran parte de la sala, casi pegada a la barra de cocina y al sofá que estaba colocado contra la pared contraria. Por unos momentos pensó que las miradas curiosas de los vecinos no le incomodaban tanto como el silencio del hijo de la Señora Hawthorne. Madge se retorció los dedos, como siempre hacía cuando estaba nerviosa. Hawthorne hizo un gesto con la cabeza, señalando una silla de madera. Madge, comprendiendo aquel gesto, se sentó sobre ella y dejó la bolsa junto a la pata de su silla. El joven miró la bolsa como si fuera un animal muerto, su ceño continuamente fruncido. Tanto, que Madge se preguntó si no le dolía la cabeza por el esfuerzo.

Para romper el silencio, Madge se atrevió a preguntar- ¿Cómo te llamas?


Todo el mundo conocía a Madge Undersee, la privilegiada hija del alcalde. Su pelo sedoso, sus redondas mejillas, su tez pálida, sus uñas perfectamente limadas, su modesto vestido de tela delicada y los diminutos pendientes plateados resultaban una ofensa. Por supuesto, la unión de aquellos atributos creaba una imagen agradable. Gale se maldijo a sí mismo al descubrirse admirando su aspecto puesto que éste provenía de la buena alimentación, el uso de cremas caras y ningún trabajo físico. Las chicas de la Veta estaban muy delgadas, morenas por el sol y sus manos, como las de su madre, rugosas por las tareas domésticas.

- ¿Cómo te llamas?

Todo el mundo sabía quién era Madge Undersee, pero por supuesto, ella no conocía a nadie. ¿Por qué iba a prestarle atención la hija del alcalde a nadie de la Veta? Ya resultaba sorprendente que se hubiera atrevido a caminar sola hasta aquella parte del distrito. Katniss le repetía constantemente que se confundía, que Madge Undersee no era frívola pero Gale dudaba que Katniss pudiera realmente descubrir el carácter de la joven durante sus silenciosos almuerzos en el comedor del instituto. Aquella pregunta: "¿Cómo te llamas?" dejaba claro cómo Madge Undersee lo consideraba inferior a ella. Tenían una amiga en común, lo normal hubiera sido que se supiera su nombre a pesar de que nunca habían hablado.

- Gale Hawthorne- respondió con un gruñido.

- ¡Oh!- exclamó Madge, sus ojos brillando con el reconocimiento- ¡Eres el amigo de Katniss! Ella habla mucho de ti, por supuesto… Gale, siempre habla de Gale. Nunca me había dicho tu apellido.

Gale se limitó a asentir. Miró a su alrededor, sin saber con qué ocupar su tiempo. En otra situación se hubiera tumbado en el sofá, para descansar después del largo día de caza y venta. Acababa de venderle a Darius, el único agente de la paz con el que se llevaba bien, dos conejos que había capturado con sus trampas en el bosque. Pero no estaba dispuesto a que Madge Undersee pensara que era un vago.

Ella también parecía incómoda, continuaba retorciéndose los dedos y mirando a su regazo.

- Mi nombre es…- comenzó a presentarse Madge, pero Gale la interrumpió.

- Sé quién eres.

Madge lanzó un "Oh" como respuesta y asintió con la cabeza, con los ojos sobre su regazo. Evitaba mirarle a los ojos y Gale se alegró al ver que se sentía intimidada por su presencia. Miró a la bolsa que estaba colocada junto a la silla. Ésta tenía escrito un nombre extraño que Gale jamás había oído mencionar pero supuso que era alguna tienda cara del Capitolio. Era evidente por los llamativos colores de la bolsa que ésta sólo podía provenir de allí. La prenda que guardaba esa bolsa seguramente costaba más que todas las ropas de su hermana pequeña juntas.

- He oído que tu madre es la mejor lavandera de todo el Distrito 12.

- La mejor- respondió Gale con un tono de voz más alto. Se dio cuenta en aquel momento que continuaba de pie, frente a ella. Así que se apartó dos pasos y se sentó sobre otra silla, junto a la mesa. Madge pareció aliviada de que se hubiera sentado, Gale supuso que su altura le había resultado intimidante. Sonrió internamente ante aquel pensamiento.

- Perfecto- musitó Madge- Porque esto es importante. Muy urgente- Sonrió para sí misma, seguramente recordando el uso que pretendía darle a aquella prenda de ropa- Y yo no sabría por dónde empezar a limpiar, ni siquiera Rose.

Gale no sabía quién era Rose aunque supuso que era su criada. Por supuesto, Madge Undersee tenía a alguien que la seguía, limpiando todo lo que ella manchaba, arreglando todo lo que ella rompía, asegurándose de que la niña no tenía que levantar ni un dedo.

- Afortunadamente para el trabajo de mi madre, nadie puede sobrevivir con ropa sucia- respondió Gale con evidente sarcasmo.

Sus propios pantalones estaban manchados por la zona de las rodillas, puesto que se había puesto de rodillas en el bosque para desmontar las trampas en la que habían caído los conejos capturados. La mirada de Madge se desvió hacia sus rodillas y un leve sonrojo de vergüenza coloreó sus mejillas y el dorso de su nariz.

- No quería decir que…- Madge comenzó, trabándose con sus propias palabras. Sin saber cómo explicarse- Me refería a que mi vestido…- Madge meneó la cabeza y miró en interior de su bolsa- Da igual.

Gale levantó la cabeza y la miró con curiosidad. Se alegraba de haber dejado a Madge Undersee sin palabras, pero al mismo tiempo le daba curiosidad las cosas que había decidido no compartir. ¿Pretendía usar su vestido para alguna fiesta importante? ¿Quizás una cita? Seguramente cualquiera de esos eventos ridículos a los que la gente del pueblo y los ciudadanos del Capitolio le daban tanta importancia.

En ese momento se abrió la puerta y entró su madre, cogiendo en brazos a Posy. Hazelle miró a Madge y a su hijo con sorpresa. Era evidente que no esperaba encontrarse a la hija del alcalde en su casa.

- Señorita Undersee- la saludó Hazelle, cuando se recuperó de la sorpresa- No sabía que…- Hazelle miró a su hijo y a Madge, alternativamente, el desconcierto aún escrito en su cara- que erais amigos.

Gale lanzó una risa amarga y meneó la cabeza- No somos amigos. Ha venido por ti, mamá- respondió Gale. Le resultaba disparatado tan sólo pensar en una situación en la que Madge Undersee acudiera a su casa a buscarle a él. Y aún resultaba más divertido pensar qué se había imaginado su madre, que era consciente de la fama que su hijo tenía entre las chicas de la Veta y la frecuencia con la que acudía al slag heap. Seguramente Madge Undersee no dejaría ni que se sentara a su lado, como si su pobreza fuera contagiosa.

- ¡Oh! ¿Puedo ayudarla en algo?- preguntó Hazelle, dejando a Posy en el suelo que corrió para abrazar a Gale. Madge no respondió al instante, miró con sorpresa cómo Gale correspondía a los gestos de cariño de su hermana pequeña.

- Quería saber si podría lavar este vestido… tiene varias manchas en la falda y sobre el pecho. Era de mi tía, cuando tenía mi edad, así que no tengo ni idea de qué son las manchas- dijo Madge, pasándole la bolsa.

Hazelle miró en el interior de la bolsa, inspeccionando el vestido. Madge se dio cuenta de que Posy le estaba mirando con atención, así que le sonrió con ternura. Posy, que estaba en esos momentos en los brazos de Gale, apretó sus brazos contra su cuello sin apartar la mirada de Madge.

- ¡Parece una princesa!- exclamó Posy.

Gale sonrió ante la ocurrencia de su hermana, especialmente porque aquella declaración pareció avergonzar a Madge, cuyo rostro se sonrojó por completo.

- ¡No lo soy!- exclamó, azorada, como si realmente hubiera alguna duda sobre ello.

Nunca habían existido ni reyes ni príncipes en Panem pero Gale comprendía porqué su hermana de cuatro años había hecho aquella relación. El año pasado por su cumpleaños le habían regalado dos cuentos de hadas: La Bella Durmiente y La Cenicienta, donde casualmente ambas tenían el cabello rubio. Posy adoraba el pelo rubio porque en la Veta era un color de cabello bastante poco común. De hecho, siempre le encantaba tocar el pelo de Prim e intentar hacerle trenzas. El cabello de Madge era mucho más rubio que el de Prim, seguramente parecido al de la Bella Durmiente para Posy.

- Evidentemente- añadió Madge, avergonzada ahora de su reacción. Sonrió una vez más a Posy y apartó la mirada, apurada. Miró a la madre de Gale, manteniendo su sonrisa. Hazelle había sacado de la bolsa el vestido negro y lo inspeccionaba más de cerca.

Gale se sorprendió al ver la sobriedad del vestido. No recordaba haber visto a Madge Undersee vestida de negro en la vida. Era siempre colores pastel, blanco o vestidos de flores.

- Parece algún tipo de bebida que se derramó sobre el vestido- comentó Hazelle.

- Puedo pagar por adelantado- dijo Madge.

- Tonterías- replicó Hazzelle, su tierna sonrisa suavizando sus palabras- Yo siempre cobro después del servicio. Tengo que estar segura de que he podido limpiarlo antes de pedir dinero a cambio ¿no crees?

- ¿Cuándo tengo que volver para recogerlo?

- Dentro de dos días.

Madge asintió. Sin duda, el evento para el que necesitaba el vestido sería pronto porque era obvio por la expresión de su rostro que estaba aliviada de que Hazelle sólo fuera a tardar dos días.

- Si quieres, Gale puede acompañarte a casa. Se está haciendo tarde- le ofreció Hazelle. Gale, de forma inconsciente, arrugó la nariz pero su madre le acalló con una severa mirada.

- ¡No!- exclamó Madge con más determinación de la necesaria. Se apresuró a dar explicaciones para no ofender- Se lo agradezco, pero no hace falta. Pensaba visitar a Katniss, vive cerca.

Madge se despidió con agradecimientos y sonrisas tímidas y se escabulló por la puerta con prisas, como si temiera que Hazelle fuera a insistir para que Gale la acompañara. Gale la vio marcharse, con su cabello rubio ondulado balanceándose a su espalda con cada paso. Posy también la veía irse con atención, como si aún no pudiera creerse que no fuera realmente una princesa. En la Veta, durante el día, las puertas solían dejarse abiertas si la familia estaba dentro. Era una costumbre que facilitaba que los vecinos se ayudaran unos a otros o compartieran sus tiempos y comidas. Desde la puerta abierta, Gale comprobó que Madge Undersee se estaba dirigiendo al camino contrario a donde Katniss vivía. Iba de vuelta al pueblo, era evidente que Katniss había sido una excusa. Probablemente, ni siquiera sabía cuál era la casa de Katniss. Gale meneó la cabeza, no se sorprendía de que la princesa prefiriera regresar sola a su casa por las peligrosas calles de la Veta, en lugar de que la vieran acompañada por él.


Fin del primer episodio. ¿Comentarios? Los episodios tendrán aproximadamente 12 páginas de word. Espero que os haya gustado. ¡REVIEWS, please!