Lamentablemente, ni los personajes ni la historia me pertenecen, todo es de J. K. Rowling. Yo solo me he tomado la licencia de parodiar un poco su historia. Espero que os guste.
Los reviews me hacen muchísima ilusión. Sí, es una indirecta.
1.-El niño que dejaron en la puerta.
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, aunque en realidad no era cierto. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque se cuidaban mucho de dejar que alguien notase sus rarezas.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunings, que fabricaba taladros. Era un hombre alto y atlético aunque con un bigote inmenso, que aunque a su mujer le gustaba, le hacía parecerse a Mario Bros. La señora Dursley era delgada, con una mata de pelo rubio sedoso que le llegaba hasta el ombligo y pasaba la mayor parte del tiempo en la peluquería porque no tenía nada mejor que hacer. Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley que demostraba lo mal que se les daba poner nombres.
La señora Dursley tenía una hermana, la señora Potter, pero no se hablaban desde hacía años porque ésta le dijo que ya iba siendo hora de que empezase a hacer algo útil con su vida, así que ahora la señora Dursley fingía que no tenía una hermana. Los Dursley sabían que los Potter tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto, y era una pena, pensaban, porque a lo mejor se hubiese hecho amiguito de Dudley.
Nuestra historia debería comenzar un martes, cuando el señor y la señora Dursley se despertaron, pero es mejor no contar como el señor Dursley comenzó a suplicarle (perdiendo toda su hombría) a su mujer, para que le dejase faltar al trabajo. Así que adelantaremos el comienzo hasta la hora del desayuno.
-Si, hoy no voy a ir a la oficina. -decía el señor Dursley, hablando por teléfono, poniendo voz de enfermo.- No me encuentro demasiado bien.
Colgó el teléfono y contempló como su mujer intentaba impedir que Dudley siguiese lanzando cereales contra las paredes. Cuando uno de los proyectiles de su hijo le alcanzó en plena frente, decidió que ya que no iba a ir a trabajar, iría a dar un paseo.
Se despidió de su familia y salió a la calle de buen humor. Hacía un buen día y él no tenía que desaprovecharlo en la oficina, que buena suerte.
Al llegar a la esquina, le pareció ver a un gato mirando un plano de la ciudad. Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no había ningún plano, si no que ahora el animal estaba leyendo el rótulo que decía "Privet Drive".
-Pobrecito, ¿te has perdido?-preguntó el señor Dursley, con el que creo que ya tenemos suficiente confianza para llamarle Vernon, acercándose.
El gato le miró, sin decir nada porque, evidentemente, los gatos no hablan. Ni siquiera los que en realidad no son gatos. Pero Vernon no sabía nada de esto y, sin detenerse siquiera a considerar la posibilidad de que el gato quizás fuese una profesora de un colegio de magia, lo cogió y lo acunó contra su pecho, ignorando los intentos de huída y las quejas del animal.
-Que cosa más linda. Ojalá Petunia me dejase tener gatos, pero no le gustan. Debes ser de la señora Figgs, ¿no? Te llevaré con ella.
Como respuesta a esto, el animal intentó arañarle la cara, lo que Vernon no supo interpretar correctamente, si no que se lo tomó como una reacción del gato al oír el nombre de su ama.
Así que, veinte minutos después, la profesora McGonagall estaba en manos de una confusa señora Figgs y Vernon Dursley continuaba su paseo feliz de haber hecho una buena acción.
Cuando volvió a casa, su mujer le informó de que Dudley había aprendido una nueva frase: "¡No lo haré!" y ambos discutieron sobre si la educación que le estaban dando a su hijo era la correcta.
Más tarde, esa misma noche, cuando habían acostado al niño, se sentaron a ver juntos el informativo.
-Y, por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan de noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. -El locutor resopló y dejó caer el guión que estaba leyendo.- ¿De verdad? ¿No hay noticias más importantes que esta? ¡No me he pasado media vida luchando por este empleo para hablar de pájaros desorientados!
La emisión se cortó y apareció en pantalla un mensaje ("Por problemas técnicos nos vemos obligados a interrumpir la emisión. Rogamos que nos disculpen").
El señor y la señora Dursley se miraron, se encogieron de hombros y decidieron que era una buena hora para irse a dormir.
Todo el barrio decidió hacer lo mismo, justo a la vez, por lo que no había absolutamente nadie en la calle que pudiese ver lo que ocurrió a continuación.
Un hombre apareció en la esquina en la que anteriormente había estado el gato. Bueno, más concretamente, apareció un par de metros arriba y cayó al suelo con estrépito, maldiciendo a varias generaciones de la familia del mago que le había enseñado a aparecerse.
En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado, y muy anciano. Llevaba el pelo y barba plateados atados alrededor de la cintura, como si fuesen un cinturón. Esto le venía bien para sujetarse la túnica cerrada, que ya empezaba a refrescar y a su edad no le venía bien coger frío. Llevaba unas botas de tacón alto que se parecían mucho a las que Petunia guardaba en el armario para ocasiones especiales. Sus ojos azules eran claros y centelleaban detras de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, un recuerdo de su época como boxeador. El nombre de aquel hombre era Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, lo que revelaba que sus padres tampoco elegían bien los nombres.
El anciano metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño objeto redondo: una piedra. La lanzó contra la farola más cercana, rompiéndo el cristal y apagándola. Doce veces repitió el proceso, hasta que la calle quedó a oscuras. Después, sacó una linterna y la encendió, dándose cuenta de que debía haber dejado al menos una farola encendida.
Lamentablemente, la linterna no era demasiado potente, por lo que Dumbledor no fue capaz de ver al gato (que había conseguido escapar de casa de la señora Figgs) hasta que pisó su cola. El grito del animal debería haber despertado a todo Privet Drive, pero no lo hizo porque sus habitantes solían tomar pastillas para dormir bastante potentes.
-Oh, lo lamento, profesora McGonagall.-comenzó el profesor, mientras el gato comenzaba a transformarse en una mujer de aspecto severo. La mujer llevaba también una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada, lo que era comprensible teniendo en cuenta que acababan de pisarla.
-¿Cómo ha sabido que era yo?
-Mi querida profesora, he pisado suficientes gatos como para saber distinguir a uno auténtico.
Ignorando la siniestra respuesta del director, McGonagall decidió ir directamente al grano:
-¿Realmente se ha ido, Dumbledore?
-Es lo que parece -dijo Dumbledore-. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?
-¿No tiene de fresa?
-Por supuesto.-dijo él, sacándo uno y dándoselo.
-Es usted un mago brillante, director.
-Menos mal que está oscuro.-dijo, rojo como un tomate, Dumbledore-. No me había ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey dijo que le gustaban mis nuevas orejeras. Aunque claro, justo después me pidió un aumento de sueldo...-añadió, pensativo.
Nuevamente, la profesora McGonagall decidió no andarse con rodeos.
-¿Es cierto que Quién-no-debe-ser-nombrado ha matado a Lily y James Potter pero que su hijo de un año le venció?
-Es increíble lo rápido que vuelan las noticias. Tal vez no debimos hacer esa conferencia sobre el tema.
Dumbledore sacó un extraño reloj digital que indicaba que eran las "43:87". Resopló, dándose cuenta de que debía llevar el reloj a arreglar otra vez y miró al cielo.
-Hagrid se retrasa. -dijo. Aunque en realidad no podía saberlo, ya que no sabía que hora era.
-A todo esto, ¿que hacemos aquí?
-Yo he venido a entregar a Harry a sus tíos, usted, no sé.
-¿A sus tíos? ¡No puede dejarle en manos de esos monstruos! -exclamó la profesora, recordando como la había tratado el señor Dursley.
-¿Y que pretende? ¿Que lo adopte yo? ¿O acaso quiere quedárselo usted?
McGonagall negó con la cabeza, no tenía ninguna gana de tener que cuidar de un crío, ya tenía bastante con sus alumnos de Hogwarts.
-¿Cómo va a llegar Harry aquí?-preguntó, observando la capa del profesor con recelo, como si pensara que pudiese tener escondido allí al bebé. Lo cierto es que no hubiese sido la primera vez que algo así pasaba.
-Lo traerá Hagrid.
-¿Le parece una buena idea confiarle a Hagrid algo vivo que no sea un monstruo?
-No, pero estoy sin puntos en el carnet de conducir.
Un ruído sordo rompió el silencio que los rodeaba, pero, nuevamente, no despertó a nadie. Una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y cinco veces más ancho porque seguía negándose a ponerse a dieta. Además, estaba tan desaliñado que parecía un vagabundo. En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas, lo que provocó que ambos profesores se preguntasen como se las había ingeniado para conducir si tenía los brazos ocupados.
-¡Hola, Hagrid! ¿Qué tal el vuelo?-preguntó alegremente el director.
-Bien. Bueno, casi me chocó con un avión. Pero eso fue culpa suya, no llevaba las luces puestas. Irresponsables.-el gigante negó con la cabeza, como si no pudiese creer que hubiese gente así en el mundo.
La profesora McGonagalle le quitó al niño de los brazos, como si tuviese miedo de que fuese a aplastarlo o a dejarlo caer. En la frente del pequeño pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago. Hagrid se apresuró a excusarse:
-Yo no le he dado ningún golpe. Ya venía así, se lo prometo.
-Tranquilo, Hagrid, eso se lo hizo Voldemort.-dijo el director.
Los otros dos adultos soltaron un grito ahogado ante la mención de ese nombre. Dumbledore puso los ojos en blanco y sacó del bolsillo una carta dirigida a los señores Dursley.
-Umm... Disculpe mi atrevimiento, señor director, pero, ¿no cree que hay formas mejores de dejarles el niño que dejándoselo en la puerta con una carta?-preguntó la profesora McGonagall cuando vio que Dumbledore hacía justamente eso.
El anciano se limitó a encogerse de hombros y se apareció lejos de allí, abandonando a Harry a su suerte.