La creatividad no es lo mío estos últimos tiempos. Soy demasiado random, escribiendo cosas que están a diez capítulos más adelante y olvidándome de lo que toca en el momento. Soy lo peor :S

Gracias a todo el que lea, comenta y disfrute y/o sufra este despropósito.


IX. Cambio de planes

El silencio que siguió la última aseveración de Dori fue casi tan intenso como el que los había rodeado en el páramo, solo roto por el crepitar del fuego en la chimenea. Fili permaneció paralizado, los ojos azules abiertos como platos con una muda pregunta en ellos.

―¿Qué…? ―exhaló en un hilo de voz―. ¿Cómo que Thorin está vivo…?

Nadie respondió a su pregunta, incapaz de comprender su reacción. Miró a los tres enanos allí reunidos, sintiendo de pronto una creciente frustración por la ausencia de respuestas.

―No puede ser… Es imposible ―negó fervientemente―. Los orcos lo mataron cuando cerró el túnel a nuestras espaldas.

―Al menos estaba vivo cuando conseguimos salir de La Montaña ―garantizó Nori―. Azog el Profanador lo tenía prisionero. No va a deshacerse tan rápidamente del legítimo Rey de Erebor si puede sacar provecho de ello.

Fili le miró como si un muerto acabara de alzarse de su tumba frente a sus narices. Estaba visiblemente pálido bajo el vello de las mejillas y empezaba a sudar frío. Las palabras de Nori sonaban absurdamente lógicas…

…y aun así…

―No lo entiendo… ―balbuceó, estrujándose las trenzas rubias de las sienes―. Oh, Mahal…

―¿Por qué creíais que estaba muerto…? ―se aventuró a preguntar Ori en un hilo de voz.

―¿Cómo íbamos a saberlo? ―masculló Fili golpeando la mesa con un puño, incapaz de decidirse entre la esperanza, el horror y la rabia―. ¡No hemos visto a un maldito enano en cinco años!

El silencio más absoluto siguió a su exabrupto. El joven pareció darse cuenta de pronto que había transformado el mazazo emocional en un núcleo de impotencia que estaba pagando con quien no debía. Inspiró varias veces para tranquilizar el latido acelerado de su corazón, evitando el contacto visual con todos los presentes.

―Perdonadme… ―balbuceó poniéndose sonoramente en pie. La silla se volcó con el movimiento, pero no le importó.

El enano salió como un huracán fuera del refugio, dejando que la niebla se escurriera en finos hilos al interior agradablemente caldeado. Nadie hizo nada por detenerle.

―¿Qué he dicho…? ―tartamudeó Ori, convencido que era culpa suya.

Kili quiso decirle que nada más lejos de la realidad, pero negado de voz como estaba solo pudo ponerse en pie y seguir a su hermano al exterior gris.

No tardó en encontrarle, ayudado por su olfato, ya que no había ido muy lejos. Fili se había dejado caer sentado en medio de la nada, con las rodillas pegadas al pecho y el rostro hundido entre éstas. Sus hombros se estremecían violentamente, y un llanto casi inaudible emanaba de sus labios.

Kili sencillamente se detuvo a su lado, sin tocarle, observando la blancura sin fin esperando que su hermano se dignara a recomponerse para no hacerle sentir violento. Le costó unos cuantos minutos, pero al fin levantó la cabeza, con los ojos inyectados en sangre y las mejillas escaldadas.

Llevaba años sin verle llorar de aquel modo. De hecho no recordaba ninguna vez en aquel instante. Y sintió el primigenio dolor de aquella visión calar hondo en su pecho aunque las lágrimas no tenían demasiado sentido para un lobo.

Aquellos ojos nunca deberían empañarse de lágrimas, el azul opacado por un llanto que reflejaba un interior roto y recompuesto sin demasiado esmero.

―Todos estos años… ―sollozó Fili―. Huyendo, sobreviviendo mientras él soportaba quién sabe qué tormentos… No lo aguanto…

Kili permaneció en silencio, pero cerró los ojos y restregó la cabeza por su mejilla, intentando infundirle un consuelo que él mismo necesitaba fervientemente. Los sollozos de Fili se fueron apagando, hasta que al final solo quedó una sonrisa triste enmarcada en lágrimas que hundió en la cabeza del lobo.

―No puedo pensar, Kili… ―balbuceó, rodeándole el hocico con las manos que empezaban a helársele―. Ahora más que nunca desearía que tuvieras voz para decir algo que me hiciera sonreír de verdad… Siempre lo consigues…

Su deseo no podría verse satisfecho hasta al amanecer, y entonces sus oídos no oirían del mismo modo.

Permanecieron inmóviles en aquel mundo que parecía de cristal, ajenos por un instante a la realidad y sumidos en su propio dolor inconsolable, sobrellevándolo cada uno a su manera. En un espacio sin percepción del tiempo, no supieron cuánto tardaron exactamente en decidir regresar al refugio con los recién encontrados amigos.

Al entrar el ambiente estaba tenso, solo levemente aligerado por la conversación tímida que mantenían Bilbo y Ori en voz baja, aunque ambos callaron en el acto. Ninguno de los presentes comentó la aparatosa escapada del enano, y por supuesto Fili lo prefirió así. Se apoyó con ambas manos en la mesa y agachó la cabeza, observando los intrincados nudos que la madera había formado al ser cortada.

―Admito que ha sido una revelación… inesperada. Después de esto he llegado a una obvia conclusión… y es que aún con esta noticia sigue sin haber nada que podamos hacer ―murmuró, hundiéndose de nuevo en la parca silla y frotándose el vello rubio del mentón―. Los que fueron guerreros son ahora esclavos encadenados… y no sabemos qué le ha deparado el destino al líder que todos merecen.

Ori agachó la cabeza, mirándose las manos apretadas contra las rodillas. Bilbo frunció los labios, no muy seguro de si debía intervenir o seguir pareciendo invisible. Nori pasaba una y otra vez los dedos por el filo de un afilado cuchillo que tenía entre las manos mientras su hermano mayor clavaba los ojos en la mesa, ausente.

Fili suspiró con cansancio, como si el silencio general fuera una verdad incómoda.

―No hay esperanza para nuestro pueblo ―sentenció, desalentado.

―Claro que la hay ―apuntó Dori de pronto, inclinándose hacia él―. Sí ahora que vosotros dos estáis vivos. ¿En nombre de quién va a unirse el pueblo enano si no es en el vuestro? En el tuyo, el Rey por derecho si Thorin hubiera muerto ―añadió, mirándole fijamente.

Fili expulsó lentamente el aire de sus pulmones, imaginando un anillo de acero forjado presionándole las sienes como a todos los anteriores reyes coronados de su estirpe.

―No estoy preparado para asumir ésa responsabilidad, Dori ―puntualizó en tono funesto―. Y aunque así fuera, ¿qué pueblo? Con cinco enanos no vamos a poder expulsar batallones de orcos de La Montaña.

―Sigue habiendo clanes en Belegost y Nogrod, allá en Ered Luin. Además algunos enanos de las Colinas de Hierro huyeron ―dijo Nori―. Muy al norte, más allá de Angmar. Suponemos que tienen asentamientos. Creemos que Dáin Pie de Hierro o alguno de sus hijos sobrevivió y condujo allí a su gente.

Aquello era nuevo para Fili. Nunca había tenido realmente claro qué había sucedido con los enanos de las Colinas de Hierro, dado que eran el segundo objetivo obvio tras la toma de Erebor.

―¿Por qué no os fuisteis con ellos? ―inquirió.

―No perdíamos la esperanza ―admitió Dori con firmeza―. ¿Cómo íbamos a enterarnos de una hipotética toma de La Montaña si estábamos tan lejos de la Tierra Media?

―¿Y quién estaría tan loco para intentar tal despropósito? ―se burló Fili con amargura―. Thorin y Frerin intentaron lo mismo en Moria y mirad cómo terminó todo.

Bilbo hizo un ademán de levantar la mirada, pero se lo pensó mejor y frunció la nariz mientras seguía escuchando. Era la primera vez que oía el nombre de Frerin, pero le pareció que poseía un poderoso significado para sus compañeros. No obstante no se atrevió a preguntar.

―Moria era distinto ―garantizó Nori―: los orcos la infestaban por completo y habían liquidado o expulsado a todo enano que habitaban en la ciudad subterránea. Es posible que en Erebor haya más enanos que orcos, aunque bajo cadenas. Con la ayuda de dentro y fuera, habría alguna posibilidad.

―No con solo cinco enanos… dos de ellos malditos, como única ayuda desde fuera ―murmuró Fili, poniéndose en pie y dándoles las espalda.

Parecía incapaz de permanecer sentado, aunque las piernas le temblaban al mantenerse sobre ellas. Kili se dio cuenta y acercó el hocico a su mano, encontrando la palma siempre abierta en su dirección para que hundiera la húmeda nariz en ella.

―Erebor es la Séptima Morada, el culmen de nuestra raza. No ha habido mayor muestra del esplendor de los enanos desde Moria ―apostilló Dori―. No creas que cualquier enano va a darte la espalda si propones retomarla. Te seguirían, Fili, ya sea por lealtad, ambición u honor.

Fili guardó silencio mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Miró a Kili, tumbado frente a él con aquellos ojos caninos pero perturbadoramente inteligente puestos en él. Intentó adivinar sus pensamientos, algo especialmente difícil en aquel maremoto emocional en el que estaba sumergido. ¿Qué diría su hermano menor si tuviera voz? ¿Le tacharía de cobarde, de valiente o de insensato?

¿Echaba tanto de menos a Thorin como él?

Kili se incorporó un poco y levantó una de sus poderosas patas… aunque le depositó cuidadosamente sobre la muñeca de su hermano. Si ambos fueran humanos, tal vez aquello hubiera sido un gesto de juntar las palmas. Un apoyo incondicional, una garantía de nunca separarse.

Eligieran lo que eligieran.

Y de nuevo aquella comprensión innata circuló entre ellos, llevándoles a adivinar los pensamientos del otro sin gestos ni palabras. Un simple contacto visual fue suficiente. Sí había algo lo suficientemente importante como para correr el riesgo, y no eran ni el honor ni el deber de la sangre.

Un padre, por otro lado, era algo muy diferente.

―Mañana partiremos sin falta ―anunció Fili en voz alta.

―¿A dónde? ―quiso saber Ori, desconcertado ante su súbita resolución.

―Al Este. A Erebor ―hizo una breve pausa―. A liberar a Thorin.

La reacción de los tres hermanos no se hizo esperar, ya que todos se pusieron en pie a la vez y empezaron a hablar al mismo tiempo, cada cual en un tono más elevado. ¡Por Aüle, sus palabras no habían pretendido en ningún momento que Fili tomara una decisión irreflexiva y desesperada como aquella!

―¿¡Te has enajenado, muchacho!? ¡No puedes ir directamente a Erebor! ―gritó Dori, haciéndose oír por encima de sus hermanos―. ¡Cinco enanos nada pueden contra la fuera de Mordor! Necesitas tiempo, tiempo para reunir al pueblo de Durin bajo un mismo estandarte. ¡No puedes partir sin plan ni apoyo!

―Puede que no haya tiempo, en realidad. Es descabellado, puede que un suicidio ―admitió Fili, que ya había supuesto aquella reacción―. Pero tenemos que liberar a Thorin. A cualquier precio.

―Ni siquiera sabéis si está vivo todavía ―se sinceró Dori―. No tomes esta noticia como un hecho, Fili. Mi intención nunca ha sido instigarte a una misión sin perspectivas de éxito. Intentar un rescate sin saber si el rehén sigue con vida no es un movimiento inteligente.

―Si hay una mínima esperanza, debemos intentarlo ―insistió Fili, súbitamente lleno de una llama de determinación―. Nos hemos acercado antes a La Montaña ―garantizó en un intento de tranquilizarlos―. Bordeamos el Bosque Negro hace tres años y nadie nos vio. Podemos volver a hacerlo… y esperar.

―¿Esperar a qué? ―repuso Nori.

Fili eligió aquel momento para darse la vuelta, con una calma antinatural danzando junto al fuego en su mirada.

―A que volváis con ayuda ―sentenció.

Los tres hermanos comprendieron por fin: Fili nunca había pretendido ir directamente hacia La Montaña, solo acercarse furtivamente mientras confiaba en ellos para que consiguieran el apoyo de aquellos de su raza que aún era libres.

―¿Ése es tu plan? ―se burló Nori―. ¿Acercarte con sigilo con la esperanza de que la solución se presente clara ante tus ojos?

―No podemos atacar Erebor confiando en la suerte, o en la superioridad numérica aunque así fuera ―aseguró Fili―. Debemos conocer los puntos débiles, las entradas y salidas… la situación de los enanos cautivos. Y eso solo puede hacerse amparados por el secreto. Siendo un halcón tal vez pueda entrar en La Montaña sin ser visto y descubrir si Thorin sigue vivo ―puntualizó―. Kili y yo iremos, recabaremos información y esperaremos vuestra llegada… y la de los demás enanos libres, espero.

Cruzó ambas manos a la espalda, un gesto que una vez su tío le había dicho que infundía calma a los que miraban al rey.

―Id al Norte ―propuso, aunque sonaba a orden―. Encontrad a los enanos fugados de las Colinas de Hierro y convencedles que nos ayuden a retomar Erebor. No será como el día de su caída, en la que fuimos tomados por sorpresa. Esta vez serán ellos los que no lo esperen. Conocemos esa montaña mejor que nadie: si nos organizamos y somos suficientes, es posible.

―¿Cómo? ―susurró Ori en un hilo de voz―. ¿Qué mensaje conseguiría lo que deseas?

Fili se echó hacia atrás con los ojos entornados, irguiéndose con aire majestuoso. Por un instante pareció que la aureola de cabello dorado que se le había escapado de las rudimentarias trenzas era una corona luminosa. Una expresión de la sangre vetusta que fluía por sus venas.

―Que Fili, hijo de Dis, Príncipe bajo La Montaña, os envía a ello ―dijo―. Y con él la estirpe de Durin a la que ellos mismos pertenecen.


Era noche profunda, y el refugio se había llenado con los ronquidos de Nori y Ori, acomodados en parcos camastros en el fondo de la oquedad. Kili dormía profundamente, el poderoso pecho expandiéndose rítmicamente y bufidos bajos escapando entre sus dientes. Bilbo hacía lo propio sobre un jergón cerca del fuego, inmóvil y disfrutando de un merecido descanso.

No todos dormían, sin embargo.

Faltaban pocas horas para que se alzara el sol pero Fili permanecía en vela, apoyado en el cuerpo de su hermano que subía y bajaba bajo él. No se había movido de su sitio desde que se dejó caer en aquella postura, observando abstraído el fuego que danzaba con cada vez menos fuerza en la chimenea.

¿Estaba totalmente seguro de lo que iba a hacer? Las palabras habían sonado llenas de fuerza en su boca, épicas incluso… pero no estaba tan convencido como había querido aparentar. Un buen líder no debía titubear, ¿no le había dicho eso su abuelo un millón de veces desde que empezó su instrucción como futuro Rey? La gente podía creer una verdad a medias si se decía con suficiente insistencia y convencimiento.

¿Pero qué si él mismo no tenía la fe suficiente?

En un momento dado se dio cuenta que no estaba solo en su vigilia. Dori, arrebujado en una vieja bata, añadía leños al fuego y después retiró una tetera de encima de las ascuas. Llenó dos tazas que había en la mesa y se acercó a él.

―¿No puedes dormir? ―susurró el enano tendiéndole una taza de infusión.

―No con tantos pensamientos en mi cabeza ―admitió Fili, aceptando el ofrecimiento. Olió lavanda y más cantidad de valeriana, con toda seguridad para ayudar a conciliar el sueño. Miró de reojo a su hermano―. Envidio a Kili, francamente: puede permanecer despierto toda la noche si lo desea, pero también quedarse dormido en menos de un minuto cuando se lo propone.

Dori se sentó en una silla a su lado, los viejos huesos crujiendo un poco como no lo hacían cuando era más joven. Sopló sobre su propia taza, creando volutas en el vapor, y tomó un largo sorbo. Fili se relamió los labios al hacer lo propio.

―Dori… ¿Quiénes quedaron en La Montaña? Es decir… ¿murió alguien cercano? ―sugirió aunque sonara egoísta. No era que no le importara la vida de los cientos de enanos anónimos que habían vivido con él en el bastión, pero todo el mundo se preocupa más por aquellos cercanos (y quien diga lo contrario, miente).

―La fortuna te sonríe en ése aspecto ―apuntó Dori―. Dwalin y Balin estaban bien, a pesar de la edad de éste. Bueno… Dwalin era de los más rebeldes, así que a menudo recibía algún que otro castigo, pero es fuerte como cinco enanos y no iban a desperdiciar tal mano de obra. Glóin mantenía a salvo a su esposa y al joven Gimli echándose a los hombros el trabajo de tres. De Oín tampoco podían prescindir: es un buen curandero, ya lo sabes, y le utilizaban para que el resto siguiera en condiciones adecuadas para seguir trabajando. Respecto a Bofur, Bombur y su primo Bifur… ―sonrió casi sin darse cuenta―. Ya conoces a Bofur… Nada parecía ensombrecer su ánimo. En ocasiones incluso se atrevía a cantar aunque el látigo restallara sobre su cabeza.

―¿Cuánto tardasteis en conseguir huir? ―quiso saber Fili, dando un corto sorbo a su taza.

―Poco más de dos meses: el tiempo que Nori tardó en reunir las armaduras de trasgo sin que los pequeños hurtos fueron notados ―le informó Dori―. Conseguía descoyuntarse las muñecas y escurrirse hasta los bultos de los capataces. Un día dijo que tenía las llaves de nuestros grilletes y que podíamos irnos. El resto puedes imaginártelo.

―¿Nadie más os acompañó?

―Lo sugerimos, por supuesto, pero no muchos querían correr el riesgo ―admitió Dori con pesar―. De ser descubiertos, la muerte era el destino seguro. Somos una raza orgullosa, pero no estúpida… ―se rió para sí― …salvo contados casos.

―¿Cómo pudisteis dejar atrás a todos…? ―preguntó Fili―. No es un reproche ―se apresuró a puntualizar―, sencillamente puedo comprender el dolor que debió suponeros. Porque también lo siento cada instante desde que Thorin nos obligó a abandonar Erebor.

El rostro de Dori se ensombreció, provocando que sus arrugas parecieran más marcadas.

―Ori no hubiera soportado ésa vida ―susurró―. Nosotros acabaríamos acostumbrándonos al peso de las cadenas y al restallar del látigo… ¿Pero Ori? No, Fili… y tú lo sabes. No alguien tan afable como él. Tarde o temprano hubiera muerto, bien por el trato de los orcos o por la tristeza del encierro…

Fili desvió la mirada hacia la litera del fondo, donde podía ver el cabello levemente pelirrojo de Ori dándole la espalda.

―Simplemente no podíamos permitirlo ―garantizó Dori―. La lealtad y los actos heroicos son loables, pero a veces es suficiente con que los seres queridos estén a salvo.

Fili no pudo más que esbozar una sonrisa triste ante el comentario.

―Eso debió pensar Thorin…

Después agachó la cabeza, observando las puntas de los pies que le asomaban por el borde de la manta.

―No debes sentirte culpable por haber escapado, muchacho ―repuso Dori palmeándole la rodilla―. Thorin no lo querría.

Era como si hubiera leído su mente, se dijo Fili. La culpa por haber salido con vida de un enfrentamiento que acabó con tantas vidas le había acuchillado el pecho durante aquellos cinco años. ¿Por qué él había tenido más derecho que todos aquellos inocentes a salvarse? ¿Por su sangre noble? No le parecía una razón suficiente…

"No, no es eso. Thorin nos salvó porque nos quería. Si cualquier otro hubiera podido, hubiera hecho lo mismo. Dori y Nori lo hicieron por Ori, y lo hubieran hecho por otros."

Mantener a los seres queridos lejos del peligro… Aquel pensamiento, tan absolutamente irrefutable, incidió en su cabeza y le llenó de amargura.

―Dori… Tengo miedo ―confesó, apenas susurrando―. Del mismo modo que tú y Nori huisteis para proteger a Ori, yo temo que esta… locura pueda llevarse la vida de Kili. Si por mí fuera, le obligaría a marcharse y emprendería yo solo esta empresa.

―No serás tú quien le obligue a ello, imagino ―puntualizó el otro enano―. Siempre fue un crío decidido, carente de miedo y totalmente inconsecuente. No creo que eso haya cambiado demasiado, más ahora que es tan fuerte por esta insospechada maldición.

Fili no pudo negar la verdad de sus palabras. Miró a Kili, tranquilamente dormido bajo él, y deslizó la mano por el hueco entre sus dos orejas. Ante la sugerencia de ser apartado de aquella aventura tal vez le daría un puñetazo… o un mordisco, lo cual era más probable dada la situación actual.

―Supongo que tienes razón ―admitió finalmente con una sonrisa resignada―. Pero eso no hace que sienta menos miedo por él.

Dori le observó unos instantes más en silencio, como si de pronto se hubiera dado cuenta de algo que hubiera estado todo aquel tiempo frente a sus narices. Después se levantó con esfuerzo para volver a su propio camastro.

―Espanta los pensamientos por unas horas e intenta descansar ―dijo únicamente―. El amanecer no está lejos.


El paisaje no había cambiado demasiado desde la noche anterior cuando Kili salió del refugio; solo un tono más claro en la perpetua niebla evidenciaba que el sol brillaba allá arriba. Aun residía en el ambiente aquel olor acre, como a tumbas recién abiertas, aunque dudaba que ninguno de sus compañeros fuera capaz de notarlo. Arrugó la nariz, maldiciendo su buen olfato.

Fili, asido con fuerza a su brazo, también oteó la vista. El sueño pesaba en él, pues apenas había logrado descansar, pero sus ojos buscaron entre la bruma el camino que debían seguir. Su sentido de la orientación era magnífico, como si algo en su cabeza funcionara de brújula incluso aunque tuviera los ojos cerrados.

Erebor estaba justo a su derecha, y con ella su destino.

Aleteó fervientemente, comprobando la entereza de sus alas, pero de pronto la otra mano de Kili se cerró sobre sus patas impidiéndole moverse un solo milímetro de su postura. La cabeza del halcón giró bruscamente en su dirección para encontrarse la mirada resoluta pero insospechadamente iracunda de su hermano.

―No vas a dejarme atrás ―señaló Kili en un murmullo―. No lo permitiré, ¿me oyes? Y da igual cuanto lo intentes porque no voy a hacerte caso. Puedes volar lo lejos que quieras hacia Erebor, pero cada noche te daré alcance.

Fili podía haber fingido que no entendía de qué estaba hablando, pero también sabía que Kili captaría su mentira.

―Ya deberías saber que sigo oyendo incluso cuando estoy dormido ―prosiguió el menor con más calma―: escuché toda tu conversación con Dori. Y ni tú ni todo el peso de la línea de Durin podría hacerme abandonar.

Y después, sin más ceremonias, hizo un gesto brusco con el brazo que lanzó al halcón en el aire. Éste desplegó las alas por instinto ante la súbita pérdida de la gravedad…

…y la familiar euforia inundó sus terminaciones nerviosas.

Volvía a volar, el mundo solo una llanura inmensa que podía recorrer con un simple batir de alas. Sus huesos, cada pulgada de su cuerpo, se regodeó ante aquella incomparable sensación de libertad. Su grito de éxtasis hizo eco en el erial de niebla y vetustos secretos cuando se elevó más allá de la blancura ignota y la luz dorada acarició sus plumas.

En el suelo, Kili sonrió hacia las alturas como si hubiera visto el sol por primera vez en años. Sintiéndose solo y aliviado al mismo tiempo.

Bilbo apareció a su espalda unos minutos después, cubriéndose la boca con la mano para retener un bostezo. ¡Se sentía joven y ávido de aventuras! Ni siquiera había añorado su cama en aquella noche tan corta, a pesar de tener que conformarse con un pedazo de suelo acomodado con mantas.

Se acomodó los tirantes de la mochila mientras se acercaba a Kili. El enano seguía observando el cielo, perdido en sus cavilaciones, aunque no hubiera nada que ver en aquel vacío gris. Aun así sus puños se cerraban levemente sobre sí mismos, sus hombros cuadrándose bajo las tiras que sujetaban el arco, la aljaba y el fardo a su espalda.

―Eres libre de acompañarnos o de volver a La Comarca ―dijo de pronto, con seriedad―. El camino será mucho más peligroso a partir de ahora, y por voluntad propia. Ni Fili ni yo podemos garantizar el éxito o la supervivencia. Creo que es justo que lo sepas.

Bilbo sintió a sus espaldas la presencia de los tres hermanos enanos, que le habían seguido al exterior tras compartir juntos un frugal desayuno. Él no lo sabía todavía (¿cómo hacerlo?), pero su decisión definiría la senda por la que iba a transcurrir el destino de la Tierra Media.

Por suerte para él y para todos, ya había elegido la noche anterior sin ni siquiera ser preguntado.

―No os desharéis tan fácilmente de mí ―apuntó, echando a andar hacia adelante con aplomo.

Se detuvo tras dar apenas cuatro pasos, volviéndose y carraspeando con incomodidad.

―Esto… ¿hacia dónde queda La Montaña Solitaria? ―preguntó.

Tras unos instantes de silencio, los cuatro enanos estallaron en carcajadas que inundaron el llano cubierto de niebla. El pobre señor Bolsón no pudo más que sonrojarse violentamente mientras miraba alrededor como si viera el pico de Erebor emerger entre la niebla.

―Bendito seas, Bilbo Bolsón ―repuso Kili, con lágrimas en los ojos a causa de la risa.

Acto seguido se volvió hacia sus amigos, sabedor de la inminente despedida. Para los enanos, que vivían cerca de los trescientos años, los "adiós" no eran demasiado sentidos. Cinco, diez años, no era demasiado tiempo para la gente de Aüle.

Pero Fili y Kili iban a embarcarse en una carrera contra el destino. Una que de antemano parecía en su contra. Tal vez aquel "hasta la próxima" acabara convertido en un "hasta nunca".

―Esto no se me da bien ―admitió con una sonrisa torcida―. ¿Qué se dice cuando partes por tu propio pie a la perdición?

Aun se sentía con ánimos para bromear, al menos.

―Que Mahal os proteja ―murmuró Ori con una tímida sonrisa.

―Oh, Ori, ven aquí ―repuso Kili de vuelta, lanzándose sobre el pequeño enano y apretujándole entre sus brazos.

Ori había sido una segunda sombra de Fili y él desde que tenían memoria, una presencia tímida y siempre afable siguiendo sus pasos con aire comedido. A veces se había limitado a sentarse y verlos sonreír mientras jugaban a ser guerreros, a menudo acompañados de Gimli, el pequeño hijo de Glóin.

Era como un pedacito del hogar. Uno que había echado de menos más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Tras mecer con cariño al pequeño enano, dispensó el mismo trato a sus hermanos mayores. No sabía si volvería a verles, y habían estado allí desde que abrió los ojos al mundo, al igual que una larga lista de amigos que esperaban ser liberados.

Una vez terminó con tan incómodo momento, observó el cielo sobre su cabeza para cerciorarse de que Fili no estaba cerca y metió la mano entre sus ropas. Sacó una pequeña piedra oval, casi plana por una de sus caras, de un oscuro verde jade y la depositó entre los dedos solícitos de Dori.

―Pero, Kili… ―murmuró éste, patidifuso. Sabía muy bien qué era aquello que pesaba, cálido, en su mano.

La madre de Kili había esculpido el auténtico nombre de su retoño en khuzdul en un talismán que el joven siempre llevaba encima, como todas las madres enanas habían hecho con sus hijos desde que surgieran de la tierra.

―No soy Fili, pero sí hijo de Dís igual que él ―apostilló el joven con una sonrisa triste, anhelante―. Con esto la gente de Dáin os creerá. Un vínculo que une a los descendientes de Durin a través del linaje, y que los llama al deber de sangre.

Ni siquiera se le había pasado por la cabeza pedirle a Fili que se desprendiera del suyo, incluso para un bien mayor como aquel. Era un anciano símbolo de protección, y Fili sería Rey bajo La Montaña algún día si su empresa tenía éxito.

La suerte debía estar de su lado más que nunca.

―¿Fili sabe…? ―murmuró Nori.

Como única respuesta, Kili se llevó un dedo a los labios mientras ensanchaba su sonrisa. Allí estaba de nuevo el muchacho pícaro que todos conocían, como si se dispusiera a llevar a cabo una nueva trastada que sacara a su tío de sus casillas.

Kili giró sobre sus talones y se marchó sin añadir nada más, como si quisiera que aquella última sonrisa fuera la imagen que quedara de él al desaparecer. Bilbo se despidió con un gesto escueto de cabeza y corrió a reunirse con él, dando saltitos para alcanzarle. La flecha de oro que era el halcón descendió del mar de nubes, iridiscente entre la niebla, y se posó con un elegante aleteo en el hombro izquierdo de Kili.

Los tres hermanos permanecieron quietos en su sitio, en silencio, hasta que la bruma se tragó el perfil de los tres viajeros.

―Venga ―apuntó Dori finalmente―: debemos organizarlo todo para partir. No será un viaje fácil.

Nori y él se dieron la vuelta y se encaminaron al refugio, pero entonces el mayor notó que Ori no se había movido, observando el punto en el que Fili y Kili habían huido de su vista.

―¿Ori?

―Me provocan una sensación triste ―admitió el más joven, sin saber demasiado bien por qué―. Están juntos, y a la vez es como si estuvieran a leguas uno del otro… Separados por algo que los ojos no ven.

Dori sonrió con amargura y palmeó el hombro de su hermano menor. Él también se había dado cuenta, pero era algo que Fili y Kili debían resolver por sí solos.


El atardecer se cernía ya sobre las verdes colinas de La Comarca cuando los tres jóvenes hobbits aparecieron por el camino que llevaba a Hobbiton desde la Cuaderna del Oeste, las capas de viaje ondeando levemente ante su paso entusiasta pero despreocupado.

Solo Peregrin parecía levemente molesto mientras se frotaba un chichón incipiente que había asomado el día anterior entre sus rizos claros.

―Merecías ése golpe de azada en la cabeza, Pippin ―apuntó Frodo con una carcajada al notar el gesto de su primo―. Y un segundo tampoco hubiera venido mal.

―El humor del viejo Maggot empeora cada año ―añadió Merry con indolencia, dando un buen bocado a una manzana grande como su puño.

―Tú eres tan culpable como yo, Merry. Puede que incluso más ―se quejó Peregrin, señalándole con un dedo acusador―. ¡Le robas al viejo cada vez que vas a Los Gamos!

―El arte del pillaje no está al alcance de todos ―repuso Meriadoc con aire petulante, escupiendo el hueso de la manzana―. No hay perjudicados cuando no te descubren.

―Solo el pobre Maggot, que pasa todo el año cultivando sus hortalizas ―le reprendió Frodo sin dejar de sonreír. Era todo lo contrario a Bilbo en cuanto aspecto, con ojos azules y un cabello más oscuro que la media.

―Te recuerdo que te echó a los perros hará como diez años ―dijo Pippin.

―Razón suficiente para no participar en vuestras fechorías ―respondió Frodo, estremeciéndose con aquel recuerdo.

Acto seguido se pusieron a cantar, como suelen hacerlo los hobbits todo el tiempo para no aburrirse. Hobbiton apareció ante ellos bajo un manto de estrellas que punteaban una bóveda morada cada vez más oscura. Frodo y sus primos pasaban muchos días fuera del pueblo en sus viajes por La Comarca, pero siempre había algo de encantador y reconfortante en volver al hogar.

Solo que aquella vez Frodo tuvo un mal presentimiento.

Se detuvo sobre ambos pies en medio del camino, observando las lomas que conocía como la palma de su mano. Merry y Pippin se pararon solo unos pasos más adelante, volviéndose hacia él.

―¿Ocurre algo, Frodo? ―preguntó Pippin.

―Hay mucho silencio. Y no hay luces en el pueblo ―observó éste, más perspicaz que sus compañeros―. ¿Dónde está todo el mundo?

―Ahora que lo pienso… no hemos visto a nadie en el camino desde hace horas ―puntualizó Merry―. Ni siquiera comerciantes.

Intercambiaron rápidas miradas inquietas durante unos segundos antes que saltar fuera del camino con aquella agilidad que poseían todos los Medianos. Se internaron en los setos que bordeaban los senderos y en las paredes bajas de piedras apiladas, confiando en la creciente penumbra para hacerles pasar desapercibidos. Por supuesto sus pies no hacían ruido al avanzar, algo harto conveniente en una situación incierta.

En seguida llegaron a Bolsón Cerrado, aunque las luces de las ventanas estaban apagadas como las de la mayoría de casas de la villa. Frodo golpeó con cuidado el cristal que daba al salón de Bilbo, pero el interior estaba vacío.

―¿Qué hacemos ahora? ―murmuró Pippin con inquietud―. No hay nadie.

―¿Qué puede haber pasado? ―se preguntó Merry en voz alta, aunque sabía que sus amigos no tenían la respuesta.

Frodo se hacía las mismas preguntas, aunque no quiso exteriorizarlas. La Comarca era un lugar donde el jolgorio era el estado de ánimo habitual. Aquel silencio no podía augurar nada bueno.

Bilbo… ¿dónde estaría Bilbo?

―¡Señor Frodo! ―oyeron una voz en medio del camino.

Los tres dieron un respingo al mismo tiempo, y a Pippin se le escapó un gritito. Frodo se incorporó rápidamente, descendiendo a toda prisa los escalones sembrados de hierba que conducían de nuevo a la senda.

―¿Sam? ―sugirió, ojiplático.

Éste corría con todas sus fuerzas en contra de la pendiente, bufando y con los pies torpes moviendo gravilla. Se detuvo a escasos centímetros de Frodo e intentó hablar al mismo tiempo que recuperar el aliento.

―Orcos… El señor Bilbo… ―balbuceó, gesticulando con los brazos―. Tengo la llave, pero no he cogido nada, ¡lo prometo…!

―Sam: tranquilízate y empieza por el principio ―le instó Frodo, poniéndole una mano en el hombro.

Éste obedeció, llevándose una mano al pecho mientras trataba de ordenar sus ideas. Los últimos días habían sido un auténtico caos, y cada visita a Bolsón Cerrado parecía llevarle a un nuevo corrillo.

―Llegaron noticias de orcos en las Cuadernas del Norte y el Oeste ―consiguió decir.

―¡Orcos! ―exclamaron Merry y Pippin al unísono, sus voces desbordadas de horror.

―Por suerte pasaron de largo. Sucedió algo… no lo sabemos, pero de repente dejó de oírse sobre ellos. No se han visto por aquí desde hace días, pero la gente tiene miedo y prefiere quedarse en sus casas ―explicó Sam, sin apartar los ojos agrandados de Frodo.

Los tres primos intercambiaron sendas miradas de alivio

―¿Dónde está Bilbo, Sam?

―No lo sé. El señor Bilbo se marchó el mismo día que se supo sobre los orcos ―relató éste―. Recogió sus cosas y desapareció a toda prisa. No dijo dónde iba ni dio explicaciones, pero me dejó la llave de Bolsón Cerrado.

Frodo observó la llave de hierro que su buen amigo Sam le tendía, y la observó entre sus dedos abiertos con mil preguntas estallando en su cabeza.

―¿Qué estás tramando ahora, Bilbo? ―murmuró con aprensión.

Siendo su tío, podía ser cualquier cosa.


¡Ayyy Merry y Pippin! Como los echo de menos... *corre a ver ESDLA*

Por cierto... cometí un fallo tonto capítulos atrás. En un momento, Aragorn le dice a Fili que conoce a un mago llamado Gandalf que puede ayudarles y éste no reacciona. Al siguiente capítulo, le dice otra vez que es Gandalf y entonces Fili sí que reconoce el nombre. La primera vez que lo menciona, Aragorn solo tenía que haberlo llamado Mithrandir, como los elfos, y de ahí que Fili no supiera su nombre. Fallo estúpido que seguramente nadie habrá notado, pero ahí está.