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Gracias por leer y vamos directo al capítulo de hoy.


Capítulo 10: Una niñera para Nina.

La mañana siguiente después de la llegada de Nina al tenebroso castillo de su tío acompañado por sus amigos extraños y animales monstruosos, ella directamente no hablaba ni sonreía pues lo que sentía era miedo. A tal punto que apenas desayunaba y abrazaba fuertemente a un conejo de peluche que trajo.

Después de desayunar, Nina pasaba todo el tiempo en su habitación ya que sus juguetes la sacaban de la angustia. Ella se preguntaba por qué su abuela la hizo pasar este mal momento y por qué no podía tener una familia normal. Neo percibía el temor de la niña pero no sabía cómo intervenir; sus obligaciones con el proyecto no debían descuidarse así que todos empezaron con sus tareas designadas. Como él debía encargarse de su sobrina, no quería salir del castillo. Por esta razón, buscó a su colega, el doctor Brio, para que fuera de excursión en su lugar:

—Brio: creo que sería correcto si me quedo por hoy en el castillo ya que quiero cuidar a Nina y a recibir a N. Gin, que no me comunicó a qué hora piensa llegar. Así que hoy te toca salir de expedición —opinó Cortex.

—¡Siempre tienes que salirte con la tuya! Bueno, pero la próxima es tu turno —dijo resignado.

—Si. Para la próxima no hay excusas.

Entonces el calvo se preparaba para salir quejándose en su interior. Él estaba asignado para encontrar madera para fabricar las cajas que contenían las frutas con pulpa de color violeta.

El científico con los tornillos llamó a los mutantes: a los hermanos Komodo, Koala Kong y al recién llegado,Tiny Tiger:

—¿Qué necesita, doctor? —preguntó Komodo Joe por todos sus amigos mutantes.

—Vamos a una nueva exploración. Van a ayudarme y vamos a recorrer una parte de la isla en busca de árboles de buena madera.

—¿En N. Sanity? —cuestionó Kong.

—Hoy quiero explorar la otra isla. Así que prepárense que cortaremos y traeremos unos cuantos árboles.

—¡Tiny querer zapatos! —pidió el tigre al ver que Pinstripe tenía calzado.

—¿No era que querías ser como Tarzán cuando lo viste en la televisión? —recordó Komodo Joe.

—¡Tiny querer zapatos! —repitió.

—No hay zapatos que te queden —se burló Komodo Moe.

—Es una buena ocasión para probar el rayo "cambia tamaños". Ahora regreso —dijo Brio y se fue al laboratorio.

El doctor regresó con unas enormes zapatillas deportivas rojas con blanco y se las entregó al tigre. Fue entonces que el marsupial quedó conforme: él se consideraba el más salvaje así que, al ver a Tarzán en televisión optó por algo similar: una tela animal print color verde oscuro, además le acompañaban las zapatillas y unas pulseras plateadas que él mismo fabricó doblando metales.

—Si no hay más problemas, a subir a la lancha.

Se embarcaron y al acercarse a la isla todos observaron los paisajes que ofrecía esa tierra.

Aquella isla desconocida tiene como referencia un gigantesco árbol que crece en su centro; puede verse desde lejos. Al parecer, un grupo de nativos vivió allí pero, por alguna razón nadie vive ahora en aquel lugar, se cree así porque se podía divisar unos templos y ruinas. También observaron que había cascadas y un volcán activo, que producía ríos y cuevas de lava.

Vararon el bote cerca de la cascada y el doctor permitió un momento de exploración para descansar del viaje de media hora cruzando el mar. Cuando terminó el breve descanso, comenzó el trabajo y se prepararon para talar unos cuantos árboles; ellos tuvieron que adentrarse en la isla ya que en la playa sólo había palmeras. Al finalizar, ataron los troncos, consiguieron algunos alimentos y regresaron al castillo. Mientras que el doctor Brio llevaba los alimentos, los mutantes se quedaron en la playa para fabricar las cajas.

Por otro lado, después de un largo pero veloz viaje desde alguna parte del Reino Unido, hasta el sur de Australia, N. Gin llegó al castillo en un pequeño submarino que él mismo construyó; ir debajo del agua permitió de que no fuera rastreado. El vehículo se transformó en nave voladora y lo estacionó cerca de la entrada. Cargando un bolso con ruedas, bajó de la nave y se dirigió hacía la puerta.

Unos golpes se escucharon provenientes de la puerta, que a Neo le pareció anormal ya que nadie lo hacía. Abrió la puerta y se encontró con un joven de su misma estatura, con un leve sobrepeso, con cabello lacio anaranjado con un largo que le cubriría la nariz, pero lo más llamativo en él era que tenía un misil arriba de su oreja derecha y además, la mitad de la cabeza robotizada, con lo cual su ojo derecho fue reemplazado por uno mecánico y algo grande, mientras que su ojo sano tenía el iris de color celeste. Él parecía una fusión entre el muñeco Chucky y un Terminator. A pesar de eso, él estaba vestido algo formal pero con una camisa escocesa de mangas cortas debido al calor. Cuando salió de su asombro, el doctor preguntó:

—¿N. Gin?

—Así es ¿Usted es el doctor Cortex? —cuestionó con una voz robótica y con un curioso acento estadounidense para quien vino de Inglaterra.

—Sí. Qué bueno que viniste. Pasa —trató de ser amable y se acomodaron en el living—. Parece que recién egresaste. Escuché que trabajaste en los planes de defensa y te accidentaste ¿Todo fue en el mismo año? —interrogó.

—Lo que pasa es que me gradué tres años antes de lo estimado y luego trabajé por tres años en ese lugar. Me accidenté y estuve más de seis meses en el hospital. Ahora tengo veintidós años…

Casualmente, los doctores Brio y Tropy llegaron a aquel lugar y se reunieron con su colega y con el recién llegado. Neo presentó a sus colaboradores y retomaron la conversación:

—No creo que la directora permitiría un trabajo normal. No pareces un científico malvado ¿Y tu característica? —indagó el doctor de la marca en la frente.

—Como tenía buenas notas, a madame Amberley no le molestó mis planes ni mi insignificante característica —y le enseñó a los científicos sus dientes estilo calabaza de Halloween en su mandíbula inferior—. Quise ser bueno, pero por lo horrible que fue mi accidente, lo que me queda es seguir el camino del mal.

—¿Se puede saber cómo te accidentaste? —quería averiguar el doctor Brio.

—¡Déjalo en paz, Brio! Los accidentes son traumáticos. Te lo digo por experiencia propia —se molestó el doctor N. Tropy.

N. Gin tardó en responder hasta que finalmente habló con una voz más baja:

—La crisis económica llegó hasta el Ministerio de Defensa recortando el presupuesto. Advertí a mis superiores de que los misiles pequeños pero de gran impacto, no funcionarían correctamente sin embargo, no me escucharon. A pesar de estar en un lugar seguro, las pruebas se hicieron con resultados negativos: algunos explotaban ni bien eran activados, otros tomaban distinto rumbo y uno de estos chocó contra la pared metálica llevando metal derretido en la punta. El misil siguió a un colega y tuve la tonta idea de salvarlo empujándolo pero el artefacto me golpeó la cabeza. Después desperté en el hospital militar hace unos dos meses, así que estuve seis meses inconsciente y uno en rehabilitación. Me dijeron que el metal derretido era imposible de quitar así como el misil que milagrosamente no explotó en mi cabeza. Entonces… ¿De qué se trata el proyecto?

Los integrantes del N Team se quedaron silenciosos por esa historia de mala surte y, al mismo tiempo, asombrados por la pregunta que cambió de tema.

—Estamos trabajando con un proyecto de dominación mundial formando un ejército de animales mutantes y hemos hecho evolucionar a varios animales satisfactoriamente —explicó Brio.

—Suena bien. Y ¿Para qué me llamaron? ¿Para fabricar armas o para construir robots? Tengo unos artefactos en el bolso para que vean mis creaciones —preguntó el joven doctor en relación con sus especialidades.

—Sí, para esos trabajos justamente pero también para una tarea especial… cuidar a mi sobrina de cinco años que hace poco que vive aquí —respondió el doctor de piel amarillenta—. No puedo ocuparme de ella y eres el único que puede hacerlo; creo que puedes lograrlo. Es solo por unos meses hasta que ingrese a la Academia.

A N. Gin le sorprendió esa tarea y dijo:

—¡Me mintió! No estudié tanto para convertirme en niñera. Admito que quiero volver al trabajo pero esto no puedo hacerlo —se enfadó y curiosamente empezó a salir humo de su misil incrustado.

Esas frases le recordaron al viajero del tiempo, sin embargo, Cortex expresó:

—No, sólo omití algunos detalles y, además no creo que consigas trabajo con esa apariencia ¡Es esto o nada! Además, si tenemos éxito serás uno de los conquistadores del mundo y podrás vengarte de los que te hicieron eso.

Con esas palabras, Neo finalmente convenció al joven quien dejó de emitir ese humo de su misil, sonrió levemente con malicia y resolvió:

—¡Está bien! Acepto el trabajo. Voy a cuidarla, ¿Pero ella no se asustará de mí? y, además ¿Tendré que cuidarla todo el tiempo? —cuestionó.

—Bueno, eso lo veremos y, lo otro, solo tienes que cuidar de que no se lastime: que no entre al laboratorio ni que se acerque a los mutantes —decidió Cortex—. Después de que te instales en tu habitación, ya puedes ir a ver a Nina pero primero iré a hablar con ella.

—De acuerdo. Con permiso, voy a traer algunas cosas —y salió del castillo para irse a su nave.

Fue así que ambos se dirigieron por caminos distintos: Neo fue a la habitación de la niña mientras que N. Gin fue a su nave por sus pertenencias para llevarlo a su nuevo cuarto.

Por otro lado, Nina se encontró con su tío:

—Nina: he encontrado a un colega que a partir de ahora te cuidará. Así no te sentirás tan sola —explicó el doctor.

—Pero, ¿No le dijiste a la abuela que vos mismo me cuidarías? —recordó la pequeña.

—Si, aunque también dijo que tenía muchos amigos que me ayudarían y eso mismo va a ocurrir —respondió Neo tranquilo pero sorprendido por la respuesta de la niña.

—¡Bueno, pero no quiero que me cuiden esos animales feos! Me dan miedo —se quejó Nina.

—No, jamás lo permitiría. Es alguien que fue a la escuela en donde vas a ir. Justo aquí está. Nina, él es N. Gin. Bueno ahora tengo que seguir trabajando —dijo Neo y luego se marchó.

Se mantuvo un momento de silencio hasta que el Cyborg saludó:

—¡Hola, Nina! Sabes, te traje un regalo —expresó Gin amablemente y le dio una caja.

A pesar de aquella extraña apariencia, la niña se acercó al joven doctor para abrir su regalo: era un gatito robot que maullaba.

—¡Gracias! —dijo con ánimos.

A Nina le encantó el juguete y ambos se sentaron en la cama para jugar con los juguetes. El Cyborg le ponía voces y sonidos a los muñecos cosa que divertía a la pequeña. Ponerse a jugar no era una tarea dentro de cuidarla sin embargo, era necesaria para hacerla sentir bien con la nueva familia a la cual recién se integró.

—Nina, puede que mi nombre no te guste, así que puedes llamarme Nicholas, que es mi nombre. Pero no le digas a nadie, es nuestro secreto —comentó el doctor del misil en la cabeza con una sonrisa.

La niña asintió sonriendo y él vio una caja musical.

—¿Puedo hacerla sonar? —pidió.

—No funciona —dijo Nina tristemente.

Con rapidez arregló la caja y ella le agradeció con alegría:

—¡Gracias! ¿Cómo lo hiciste?

—No tenía nada grave ¿Tienes otra cosa que no funcione?

Fue entonces que la niña revolvió con energía sus juguetes para buscar aquellos que necesitaban arreglo y el doctor de cabello anaranjado le ayudaba.

Ahora ella tenía un compañero de juegos o algo así.

Fin de la primera parte


No se preocupen. La historia continúa con el fanfic "La llegada"

"El proyecto" es un fanfic con pocos capítulos porque quiero que se sumen más cantidad de fanfics a la categoría "Crash Bandicoot".

El fanfic "La llegada" es un poco más largo: con más de dos mil cien palabras y más capítulos, para quienes le pareció un poco corto el anterior.

Quiero agradecer a quienes me escribieron reviews, a quienes pusieron esta historia como uno de sus favoritos, a los followers, a los visitantes, y más.

Muchas gracias y les invito a pasar a leer la continuación.