¡Hola! Bueno, pues aquí vengo hoy con el primer capítulo de un nuevo Dramione, esta vez más largo de lo habitual en mí... ¡Espero que os guste!


"Proyecto Huxley". Esas dos palabras eran las más absolutas protagonistas de la vida en Hogwarts. Se escribían en papelitos que pasaban de mano en mano, se susurraban frenéticamente desde los rincones de los pasillos, se veían reflejadas en la mirada de cada alumno del colegio. Incluso los profesores parecían erguirse ante la mención de tan simples términos.

Sin embargo, esto no tenía nada que ver con el significado de dichas palabras, entre otras cosas porque nadie tenía la más mínima idea de lo que designaban. No, la creciente sensación de expectación que rodeaba al "Proyecto Huxley" era debida precisamente al misterio que la envolvía.

Pero quizás lo mejor sería comenzar por el principio, retornar al momento en que todo empezó.

Era un día normal, de esos que se colocan en la estantería de "monótonos y ordinarios". Octubre arrastraba perezosamente sus días, al igual que hacía el viento con las hojas caídas de los árboles. El cielo tenía el color plomizo de las tormentas silenciosas, y un denso manto de agujas acuosas comenzaba a caer del cielo cuando todos los alumnos del colegio fueron reunidos en el Gran Comedor. Un asunto de extrema importancia, decían los profesores.

Hermione Granger fue de las primeras en sentarse en su sitio correspondiente, flanqueada por Ron y Harry, que miraban nerviosos de un lado a otro. Poco a poco, la sala fue llenándose de gente, y Hermione, con la cabeza apoyada en una mano, contemplaba a sus compañeros situarse a su alrededor con expresiones de curiosidad. Un flechazo de dolor la atravesó al notar una vez más la considerable cantidad de asientos que quedaron vacíos, como venía ocurriendo en las últimas semanas. La guerra se había llevado a muchos magos y brujas… Y, a los pocos a los que había dejado con vida, les había arrebatado gran parte de sus riquezas, tanto físicas como emocionales.

Y un claro ejemplo de ello era Draco Malfoy, el silencioso Slytherin de mirada de mercurio y talante serio que se encontraba insultantemente apartado del resto de serpientes, quienes solo rompían su indiferencia hacia el rubio para dirigirle alguna que otra mirada incendiaria. Él no lo notaba o no parecía importarle.

Entonces, Malfoy alzó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de Hermione, que los apartó bruscamente. Pese a la terrible y precaria situación en la que se encontraba Draco, él no había hecho gran cosa por cambiar su carácter ácido y arrogante, sobre todo con ella.

No obstante, Hermione no dispuso de más tiempo para pensar en la guerra y en Malfoy, porque de pronto las puertas del Gran Comedor se abrieron para dar paso la profesora McGonagall, seguida por el auror y actual Ministro de Magia Kingsley Shacklebolt. El silencio se hizo de golpe entre los alumnos.

Ambos adultos se colocaron frente a ellos, sobre el pequeño estrado que presidía la sala, junto a la mesa de profesores.

Shacklebolt se inclinó hacia McGonagall y le susurró algo, ante lo que la profesora asintió despacio sin apenas mirarle. En su lugar, recorrió con los ojos los rostros de los intrigados alumnos. Kingsley retrocedió un par de pasos, dejándole espacio a McGonagall, y ella dijo entonces con voz pausada:

Proyecto Huxley —las dos palabras cayeron lentamente sobre los estudiantes como si de motas de polvo se tratasen—. Ese es el nombre que ha recibido el programa que el Ministerio de Magia ha decidido implantar en el colegio para ayudar a los alumnos a… redimirse… de posibles errores que hayan cometido en el pasado.

Ni uno solo de los estudiantes tuvo valor para moverse. Casi se podría decir que contenían la respiración, escuchando atentamente las palabras de la directora del colegio. Y todos sabían de qué hablaba… o mejor dicho, de quiénes: hijos de mortífagos. La mesa de los Slytherins era la que lucía más rostros lívidos.

—A lo largo de esta semana, varios de vosotros seréis llamados a mi despacho —prosiguió McGonagall—, y entonces os explicaré en qué consiste dicho proyecto. No obstante, esta información es confidencial, y nadie, repito, nadie que haya sido elegido para formar parte del programa podrá revelar su contenido al resto de alumnos. Por supuesto, todos los que tengáis familiares que hayan colaborado con Lord Voldemort estáis incluidos, pero también entrarán en el proyecto magos y brujas sin ninguna relación con la magia negra, así que no os asustéis si sois llamados —pese a las palabras de la profesora, los jóvenes ya estaban alarmados, en parte por ese "Lord Voldemort" soltado al aire sin pudor alguno y en parte por lo que aquella visita del Ministro había traído consigo.

Aquella tarde comenzaron los rumores acerca del Proyecto Huxley, y una semana después de que Shacklebolt apareciera en Hogwarts con una carta certificada en la mano y mucha información que revelar a McGonagall, no se hablaba de otra cosa en el castillo.

Todo lo que se sabía del programa era que, cuando un alumno era convocado al despacho de la directora, debía cambiarse de habitación, aunque nadie tenía muy claro a dónde iba. En ocasiones, los llamados se ausentaban en determinadas clases, y nunca se les pedían explicaciones.

Tanto misterio tenía muy alborotados a los alumnos, en especial a los Slytherins, en cuyas mazmorras cada vez había más camas desocupadas.

Harry y Ron también fueron llamados, y por más que Hermione les interrogó acerca del Proyecto Huxley, los chicos evitaron con toda la sutileza que les era posible responder a sus preguntas.

Y, finalmente, llegó el día en que Hermione Granger recibió un apretado rollo de pergamino sujeto por una cinta roja. En su interior, escrito con una letra pulcra e inclinada, Minerva McGonagall la citaba en su despacho esa tarde a las cinco.

Hermione no supo cómo tomarse aquello, y no estaba segura de si se trataba de algo bueno o malo. ¿Cómo decidirlo si sabía tanto de aquel programa como de ingeniería aeronáutica?

Sin embargo, y haciendo gala de la mente serena y la madura responsabilidad que la caracterizaban, Hermione se plantó británicamente puntual a las cinco menos diez frente a la gárgola que custodiaba la puerta del despacho de la directora. Murmuró la contraseña que le había sido confiada en el pergamino y subió las escaleras ascendentes mientras carraspeaba, nerviosa.

Picó en el grueso portón de madera y aguardó. La propia McGonagall salió a abrirle, y con una sonrisa afectuosa y un amplio gesto la invitó a entrar.

—Gracias por venir, Granger… —dijo a modo de saludo. Cerró la puerta y se dirigió hacia su sillón, al otro lado del escritorio—. Como supongo que ya habrá deducido, está aquí porque ha sido seleccionada para formar parte del Proyecto Huxley como tutora…

—¿Tutora? —repitió Hermione, extrañada, y McGonagall volvió a sonreírle mientras se sentaba, esta vez con una ligera expresión de disculpa, apenas perceptible.

—Sí, tutora —asintió—. Pero por favor, tome asiento junto a su compañero…

Hermione se acercó al escritorio, y solo entonces reparó en que, en uno de los dos sillones que daban la espalda a la puerta, estaba sentado otro alumno, con la fría mirada tormentosa fija en algún punto inexistente del horizonte, los labios fuertemente apretados y los nudillos blancos por el afán con el que se agarraba a los brazos de su asiento.

Siempre arrogante, sereno, indiferente e inalcanzable, pero al mismo tiempo, terriblemente roto y herido desde dentro.

Draco Malfoy.