El siguiente fic participa en el Amigo Invisible del foro La Caja de Pandora (LCDP). Regalo para Nybell.

N/A: ¡Hola! ¿Dije que éste era el último capi? Pues donde dije digo, digo Diego (?). Ok, no se enfaden. Es que mi inspiración no es una ciencia exacta.

Ahora, sí, éste es el penúltimo capi (creo) del regalo para Nybell.

Disclaimer: Skip Beat! y sus personajes son propiedad de Nakamura Yoshiki.


El final del sueño


Parte IV

Los enormes rascacielos de Tokyo se izaban a su alrededor como los gruesos barrotes de la jaula en la que estaba preso. Con seguridad, encerrado como la criatura abominable que dormía bajo su piel. Nunca desaparecía del todo. Siempre convivía con él.

Las luces de las calles que ahora más que nunca parpadeaban en un sinfín de colores, se reflejaban en la piel pálida de su rostro mientras observaba sin ver más allá. Ren se percató del suave detenimiento del vehículo al tiempo que un fino copo de nieve se derretía a lo largo del vaporoso cristal a su lado. La preciosa nube esponjosa sólo era agua sucia. Como todo, las cosas nunca eran lo que parecían.

Suspiró bajo la constante molestia de un pinchazo agudo en el pecho y entreabrió apenas los labios.

Sí, lo estoy.

El lento vaivén de los parabrisas prosiguió a su voz, y entonces, se apartó la mano de la barbilla para mirar al hombre que le acompañaba en los asientos posteriores de aquella fría limusina.

A todo lo que está pensando, sí. Eso era lo que quería oír desde el principio, ¿no? Aunque, por supuesto, es algo que usted ya sabía. Con sólo un poco de su arrogante sonrisa diría que incluso antes que yo mismo.

Takarada Lory bufó por la nariz casi divertido de oír aquello. Sacudió delicadamente su cigarrillo morado y volvió a llevárselo a los labios después de que el joven hubiese rechazado su ofrecimiento.

¿Seguro? No va a hacerte daño. Es electrónico, además, sabe a chocolate. —El hombre volvió a reponer su atención en las húmedas calles, distraído—. Deberías hacerte con uno.

No puede retenerme por siempre...

... es mucho más sano que esos nuevos paquetes anti-estrés que guardas en la guantera de tu coche... —continuó el mayor.

Sabe que iré, sin importar si lo aprueba o no.

... Yashiro debería dejar de fumar también. El muy cretino cree que no me he dado cuenta...

Exasperado, volteó su cuerpo hacia el Presidente.

Takarada-san, le aseguro que no tiene razones para pensar que voy a hacerle daño.

El cigarrillo crujió y se partió entre las manos del magnate. Tsuruga Ren refrenó su lengua inmediatamente y el hombre volvió a lanzarle una mirada dura como la que no había recibido desde hace algunos años.

No estamos discutiendo si tus egoístas impulsos tendrán algún efecto negativo sobre Mogami Kyoko —señaló—. Evidentemente, ese barco ya ha zarpado. No contendrás la sangre sólo presionando la herida. Me temo que ya es tarde para eso.

Ambos se miraron a los ojos en un mutuo entendimiento. Probablemente, aquel fuera el hombre que mejor le conocía y precisamente por ello le afectaba aún más su desconfianza. Finalmente y con el ceño fruncido, Ren volteó el rostro hacia la ventanilla mientras hincaba sus uñas en la tela áspera de sus pantalones.

Te di la oportunidad de redimirte. ¡Cielo santo! Dios sabe que te serví en bandeja la libertad de confesarte mil veces, y aún así, no sólo desperdiciaste tu buena suerte sino que jugaste con sus sentimientos fingiéndote considerado. ¿Hacerte pasar por un hada? ¿En qué estabas pensando? —Cada palabra de Takarada Lory era un duro latigazo sobre su espalda ya flagelada. El Presidente se apoyó los labios en el dorso de sus dedos y masculló—: No he volcado todo mi afecto en ti para acabar viendo que te conviertes en un cobarde.

No soy un cobarde —gruñó.

Pues actúas curiosamente como el Rey de todos ellos.

Ren volvió a desviar la mirada. El arrepentimiento y la angustia le carcomían las entrañas y era consciente de que en definitiva se debía a que el Presidente Takarada tenía razón.

Se revolvió incómodo sobre su asiento y volvió a enfrentar al hombre que le ignoraba deliberadamente.

Le prometo que esta vez no voy a defraudarle.

No tienes que ganarte mi confianza, Ren. Ni siquiera la de esa chica —apuntó Lory visiblemente enojado—. Tú deberías ser honesto sencillamente contigo mismo.

El vehículo se detuvo antes de que Ren pudiera darse cuenta de que había reanudado su trayecto. Esta vez estaba frente a la enorme entrada de apartamentos del alto edificio en el que residía y donde Yashiro Yukihito esperaba inquieto. Su maleta seguía apoyada sobre el capó de su vehículo, justo como lo había dejado antes de que la limusina de Takarada Lory pudiera interceptarle. Éste giró ligeramente el cuello para observarle por el rabillo del ojo con su recia tensión en las mandíbulas.

Puedes hacer lo que te apetezca. No pienso detenerte. En una ocasión me vi obligado a decidir por ti y entiendo que han cambiado muchas cosas desde entonces como para que necesite hacerlo de nuevo. Es tu felicidad la que está en tus manos, así que, sujétala o dejala ir de una vez —le explicó Lory. Luego, le miró directamente a los ojos con la gravedad con la que un padre enfrentaría a su hijo—. Porque si decides seguir adelante a través de un camino migado de falsedades, nunca podrás merecerte esa felicidad que tanto te asusta. Nada perdurable se sustenta sobre desconfianzas, te lo aseguro. Y lo que es peor aún, jamás podrás quitarte el peso de esa responsabilidad de tus hombros. No más secretos, Ren, o en esta ocasión, no será Rick, no será Kuon, ni siquiera ese príncipe de las hadas del que me hablaste. Esta vez las lágrimas de esa chica serán sólo culpa tuya.

Asintiendo levemente, el actor abrió la puerta para bajar del flamante coche. Avanzó un par de metros antes de tensar los nudillos y retroceder sobre sus pasos para apoyar los codos en el borde de la ventanilla luego de haberla golpeado sutilmente.

Yo... no permitiré que ella se aferre a mí sin que sepa antes lo que soy realmente. Nunca he pretendido jugar con ella, sólo necesitaba mostrarle que no soy ese hombre que ella idealiza.

La persona que le hubiera acogido hace años no apartó la mirada del frente y apenas parpadeó mientras tragaba con dificultad.

No pienso decirte dónde encontrarla —le respondió secamente.

No necesito que lo haga para saber donde está. —Se incorporó despacio, echó su cabello hacia atrás y se despidió de la única persona que le había dado una segunda oportunidad en la vida con un movimiento respetuoso con la cabeza.

Lory le vio marchar con expresión ceñuda.

¿Lo que eres realmente...? Necio presuntuoso... Un idiota enamorado más, justo como el resto. Y aún así, actúa como si fuese el primero en enfrentarse a semejante desafío... —masculló entre dientes. La ventana que le separaba del compartimento del chófer se abrió poco a poco.

Lleva tanto tiempo obligándose a ser un cascarón vacío que ha olvidado el vértigo natural del romance adolescente... —respondió el individuo al que Lory asintió con suavidad.

Sebastian, recuerda anotar en mi agenda que si vuelve con las manos vacías necesito un lugar en mi jardín donde enterrarle. Uno que pueda ver fácilmente desde mi despacho.

Como quiera, señor.

Takarada Lory dio unos golpecitos sobre el cristal para que el vehículo rugiera impacientemente y observó sin poder contenerse la alta figura menguando a su espalda.

Ya era hora... —resopló mientras una sonrisa cariñosa volvía a relajar su hosca expresión.

Ya no podía hacer nada más por ese par de idiotas.

Él que, como la gran mayoría que tenía un pasado que superar, formaba parte del elenco de actores más sublime del mundo; no esos a los que se aplaudía paradójicamente en un escenario, por supuesto, sino de los que fingían que su realidad era otra distinta a la que vociferaban constantemente sus viejos traumas y pensamientos, había usado por tanto tiempo esa falsa máscara que ya no podía separarla de la piel original. No obstante, la mente no olvida ni él podía dejar atrás la persona que había sido sólo ignorando no verla frente al espejo.

Takarada Lory había estado en lo correcto. Lo más cerca que había estado jamás de ser sincero con sus propios sentimientos, de pensar y sentir como sólo la esencia de él mismo haría y no como lo habría hecho Tsuruga Ren, se lo debía exclusivamente a un estrafalario disfraz de pollo. Él recordaba las ocasiones en las que le había mostrado ramalazos de su deteriorado corazón únicamente para que el risueño Bo pudiera llenarlo de esperanzas.

Casi podía haberle creído que podía empezar de nuevo; casi podía haber aceptado que incluso la persona más miserable se merece una segunda oportunidad. Bo no se equivocaba al afirmar que cuando el pasado de alguien pesa demasiado, la única alternativa posible es soltar esa cuerda y dejarlo atrás. Sin embargo, la inesperada aparición de la pequeña Kyoko de esa infancia que se esforzaba tanto en enterrar había condenado esa proposición al desastre.

Porque, el hombre que ahora creía que era, Tsuruga Ren, había experimentado en sus propias carnes el poder con el que Kuon volvía a hacerse dueño de su cuerpo. Los sentimientos que había sepultado junto con él hace años afloraron quedando al descubierto una debilidad incontrolable por ella. Y, sólo por esa vez, se permitió pensar en la posibilidad de que su némesis por excelencia tuviera algo que mereciera la pena; el amor que sentía por esa chica a la cual Tsuruga Ren habría prejuzgado precipitadamente.

En otras palabras, la amaba tanto que era demasiado tarde para cambiar las cosas. Los viejos anhelos de Kuon se entremezclaban con la impecable personalidad de Tsuruga Ren hasta hacerle entender que ambos eran ahora uno mismo.

¿Le amaría ella con sus defectos después de haber idealizado al actor y al príncipe? ¿Aceptaría a esa parte de él que había querido protegerla a base de engaños y a esa otra que ansiaba poseerla a cualquier precio?

Él no estaba seguro, como jamás lo había estado de nada.

Mogami Kyoko estaba muy lejos de adivinar la compleja personalidad que encarnaba. Cuando había estado tan cerca de ella, tan próxima a su cuerpo que pudo percibir el temblor sacudiéndole la piel, el chico no se engañó a sí mismo: habría faltado a la promesa hecha al Presidente tan sólo unos días antes referente a no cruzar ciertos límites con la chica hasta que no se hubiese sincerado con ella. No, claro. Deseaba besarla, probar la humedad de su boca muy despacio hasta que el pecho le doliera falto de aliento y, lo habría hecho si ese brillo particular que pendía de su garganta no le hubiese llamado la atención en el último momento.

Era una sencilla cadena de plata la que resaltaba su cuello de cisne, y sin embargo, no era la afamada Princesa Rosa la que colgaba de ella como lo habría esperado, sino un precioso y ostentoso anillo.

Ningún pensamiento descabellado, ni siquiera ése que le había impedido completar el beso, fue lo verdaderamente poderoso como para sembrar en su cabeza ninguna idea preocupante. No, hasta que la siempre elegante y perspicaz señora Fuwa insistió demasiado en aferrarse con familiaridad a sus manos. Entonces, Ren lo había visto.

La marca en su dedo.

La blancuzca y profunda señal se prolongaba alrededor de su piel como una cicatriz imborrable y grabada a fuego lento por los dioses. Sólo por la tonalidad de aquella porción de su dedo, Ren había sabido que no se había desprendido de aquella alianza hace mucho tiempo, y por ende, casi como un oportuno resorte que hace su movimiento de la forma más obvia, se dio cuenta de que el anillo que faltaba en las manos suaves de Okami-san era ése mismo que a Mogami le colgaba del cuello.

¿Por qué?

Las ocurrencias de la enérgica aspirante a actriz le habían resultado siempre impredecibles, pero ésa de aceptar el anillo de compromiso que indudablemente la uniría a la familia Fuwa le había agujereado el pecho.

La vida le había enseñado que inusualmente había sido diestro en sus predicciones, sin embargo, una vez instalada la duda en su cabeza la constante recreación de reproches se había vuelto imparable. Tanto que se habían sucedido los días sin que se viese capaz de mirarla directamente, de tocarla siquiera por temor a que sus celos fuesen más fuertes que su cordura, de soltarle un puñado de palabras sin que ella notara la gélida indiferencia encaramada a ellas. No, Ren se había dado cuenta que su arriesgado retorno a Kyoto para aproximarse al corazón de la chica sólo había servido para distanciarlos.

Y no podía aceptarlo.

La tensión durante el almuerzo de Nochebuena podía rasgarse con un cuchillo. En la amplia y alargada mesa de los Fuwa habían acabado en extremos opuestos y, Ren no estaba lo bastante seguro de cuál de los dos había propiciado aquello.

Por ende, la miró sin pretender verla.

Sentada junto a Fuwa Sho y sus padres, la observó disfrutar con esa categórica sonrisa que creyó que siempre había sido suya. La escuchó bromear en voz muy alta con la complicidad que estúpidamente había asumido que sólo compartía con él. Y, ciertamente, la vio feliz como jamás lo había sido a su lado.

Sin poder contenerse durante más tiempo, Tsuruga Ren abandonó sigilosamente la mesa y ese porción del mundo al que no pertenecía. Desencantado y vulnerable, se inmiscuyó en la intimidad de uno de los jardines notando que cada respiración pesaba y le ardía más que la anterior.

Por un momento cerró los ojos y respiró profundamente mientras trataba de hacerse a la idea de que podía seguir adelante como si esa breve etapa de su vida no hubiera tenido lugar, y un segundo después, se enterró los dedos en el pelo absolutamente convencido de que no lo conseguiría.

—Tsuruga-san...

La tímida voz le enderezó la columna como un inesperado calambre.

Con un nudo en la garganta, se giró levemente para ver al objeto de su calvario. Estaba preciosa. Ataviada con un sencillo kimono de color verde pálido al que sólo su correcta actitud podía otorgarle tanta elegancia. Tsuruga Ren volvió a apartar la mirada cuando fue plenamente consciente de que no podía mirarla sin mantener el cejo indecorosamente fruncido.

—Me estaba preguntando si había algo mal con el almuerzo. He visto que se ha marchado sin apenas dar bocado y podría ofrecerle cualquier otra cosa si lo desea —le expresó cortésmente. Ren reparó en el hecho de que articulaba cada palabra con sumo esfuerzo. Ella no estaba a gusto a su lado. Él se inclinó sobre el pequeño estanque y dibujó distraídamente sobre la superficie haciendo que las pequeñas carpas se espantaran.

—No es necesario, estoy bien. Lamento haberte interrumpido, pensé que no te darías cuenta —respondió algo frío.

—¿Por qué no iba a hacerlo?

Sus ojos se encontraron por un momento que Ren necesitó romper bruscamente aumentando aún más la incertidumbre en el rostro de la chica. Ni siquiera ella en su ingenuidad podía pasar por alto su hostilidad hacia ella.

—De acuerdo.

Nuevamente, el silencio se apoderó del lugar hasta que Ren tuvo claro que ella se había marchado por donde había venido. Quizá fuera mejor así. Agitó la mano bajo el agua como si pudiera calmar su rabia sólo golpeándola y volvió a apreciar el crujido, esta vez más próximo, de la hierba siendo aplastada.

—Lo está haciendo mal. Así sólo consigue asustarlos.

Una insufrible sensación de calor se extendió por su pecho cuando ella se arrodilló con total mesura a su lado. Kyoko acercó una caja de mimbre colocada a los pies del estanque y extrajo de ella un pequeño frasco cuyo contenido esparció suavemente en la palma de su mano. Luego, despacio, apoyó una mano en el borde del estanque para inclinarse ligeramente y sumergir la otra en la fría superficie. En el acto, un sinfín de carpas y pequeños peces de colores acudieron a mordisquear el alimento, haciéndole cosquillas en la piel y arrancándole de los labios una sonrisa risueña.

¡Jesús! No iba a poder olvidar esa sonrisa nunca en la vida.

Al ser consciente de que él no estaba mirando al lugar indicado, Kyoko disimuló su rubor y le ofreció el pequeño frasco de alimento.

—Pruebe ahora.

—Mogami-san, por favor... —dijo desanimado.

—¿Siempre se rinde antes de intentar algo?

—Sólo cuando el esfuerzo no vale la pena.

—¡Bah! —gruñó con un deje de molestia—. Si sólo tiene que acercar despacio la mano a... ¿Sabe una cosa? Me parece que está siendo demasiado...

—¿Sincero? —apostilló él arqueando una ceja.

—¡Cabezota! —La chica esbozó un graciosísimo mohín de disgusto—. No puede perder el tiempo ensombreciéndose con no sé qué cosas, no en un día como éste. No sé cómo se lo tomarán en el lugar de donde viene, ¡pero aquí es un sacrilegio!

—Estás presuponiendo demasiadas cosas... —declaró con cierto desdén. Kyoko, muy impresionada como para interrumpirle, abrió ampliamente los ojos—. Únicamente intentaba tomarme un respiro.

—¿Insinúa que perturbo su intimidad? ¡Sólo estaba tratando de ser amable!

—Puedes estar tranquila, hoy ya has cumplido perfectamente con tu deber —señaló hosco—. Puedes regresar a tu sitio.

Ella abrió la boca para percatarse rápidamente de que no sabía que añadir a eso.

Algo desmañada por el repentino desaire, se incorporó del suelo y comenzó a sacudir los hierbajos que habían quedado adheridos a la tela de su kimono sin que él se dignara a mirarla.

—Tsuruga-san, debo recordarle que no soy yo la que se dirige a usted a causa de puras formalidades. Afortunadamente, a mí nadie me obliga a entablar conversación con los demás como parte de mis ocupaciones —recalcó muy efusivamente.

"Un tipo que es amable con una mujer como tú, lo sería con cualquier otra mujer. No creas que la forma en la que te trata es especial ni mucho menos."

"¡No necesito que me lo digas para darme cuenta! Tsuruga-san sólo me presta atención porque el Presidente de LME le pide a menudo que cuide de mí."

Kyoko agitó la cabeza para que las palabras de Shotaro dejaran de corroborar lo que ella ya sabía cierto.

—Si he venido hasta aquí es sencillamente porque me agreda su... porque yo quería...

—¿Qué? ¿Qué querías...? —¿Su bendición? ¿Su perdón por haberle involucrado en una venganza que sólo había tenido como objetivo recuperar la atención del hombre al que seguía amando...? No, qué va. Ren no estaba preparado para eso.

Los reproches de su mentor retumbaron en sus oídos. Kyoko gruñó con ganas. ¿Cómo ese hombre se atrevía a insinuar siquiera que se veía obligada a complacerle como a otro cliente más? Alzando la barbilla con mucha dignidad, Kyoko realizó la más desganada de cuantas reverencias había hecho en su vida.

—Que pase un buen día, señor.

—Tu entrega me conmueve, pero no es necesario que sigas conteniéndote —le expresó igualmente molesto—. Habla libremente. No voy a tomar represalias al respecto. No sé si te habrás fijado en el pequeño detalle —enfatizó haciendo el gesto con la punta de sus dedos pulgar e índice— de que ahora no somos ni mentor ni pupila. No me abrumes con un respecto que en este momento no me merezco.

—¿Ah, sí?

Ella le miró aún más furiosa. Sabía perfectamente cuando Tsuruga Ren era sarcástico por el mero placer de humillar a los demás en un plano de superioridad.

—Entonces, puedo hacer esto...

Levantándose levemente los bajos del kimono, se encaminó hacia el estanque haciendo rodar la cesta de mimbre. El agua le cubrió hasta las rodillas, y cuando estuvo delante de él, pateó la superficie con tanta rabia que una salpicadura gélida como el aliento de un mamut se precipitó sobre el actor japonés.

Una sola ceja oscura se alzó lentamente en el rostro del hombre mientras ahogaba un gemido de impresión y observaba todavía incrédulo su perfecta indumentaria completamente empapada y arruinada. Ella se reía insoportablemente burlona y orgullosa de su fechoría, pero, cuando él elevó la mirada con una calma contenida, dejó de verle la gracia.

—L-lo... lo siento, Tsuruga-san —dijo llevándose una mano a la boca. Estaba pálida y atónita, como si recién se diera cuenta del acto imperdonable que había cometido—. Por Dios, yo... no sé en qué estaba pensando, sólo quería que... ¡No pretendía insultarle! Debí pensar que se molestaría...

Inmediatamente, salió del estanque en una marcha militar y presurosa.

¿Qué hacía...? ¿Se acercaba y se arrodillaba a sus pies para implorarle el perdón divino? ¿De qué serviría? Cuando su mentor lucía aquella mirada perversa ella sabía muy bien que lo menos que podía pasarle era que le temblaran las piernas. ¿Ejecutaba el harakiri allí mismo con una de las pinzas ornamentadas que llevaba en el pelo...? No, no, no. Lo único que le faltaba para ganarse su odio infinito era que ensuciase además su ropa con su pegajosa e impura sangre. ¿Qué hacía entonces? Maldita fuera su suerte, ¿qué diablos hacía?

Ren movía el dedo meñique de su mano derecha en un incesante tic nervioso.

¡Maldición!

Eso había ido demasiado lejos. Seguía fijamente cada uno de sus movimientos con la clara convicción de que nunca, jamás, nadie le había arrastrado a semejante humillación sin que él le hubiese hecho el alma jirones a cambio, pero... seguía allí, perplejo, sacudiendo el jodido dedo.

Quería que ella se marchara, que huyera, ¿que le temiera? Que tuviera la oportunidad, quizá, de escapar de aquella dosis de sufrimiento que estaba a punto de darle a probar como tan cruelmente ella había hecho con él. Justo cuando la última gota estuvo por desbordar la paciencia que podía tener a las decisiones imperdonables que había cometido ella, la chica se arrodilló frente a él y pasó por su perlada frente la palma de la mano más cálida que Ren había sentido en su vida.

Tan dulce, tan tierna...

El orgullo que siempre le había caracterizado se hizo pedazos mientras ella le apartaba los largos mechones mojados de la frente e intentaba enmendar el atrevimiento que había consumado. Su desmesurada ternura drenaba sus fuerzas, y no, no quería sentirse así de débil teniendo en cuenta la realidad a la que pronto debería enfrentarse; sólo uno de los dos iba a regresar a Tokyo pasadas las navidades.

Momentáneamente, sus miradas coincidieron en el mismo punto y, tuvo la extraña sensación de que si no le perdonaba la vida ahora mismo ella se pondría a llorar sobre su regazo de una forma inconsolable, ya que, en una parte de su ser él sabía que a Mogami Kyoko la torturaban un millón de remordimientos.

Pese a todo, no iba a poder odiarla... Tenía que liberara de su promesa y dejarla ir. Ella no soportaría su desprecio.

—Lamento todo lo que ha sucedido. Lo lamento mucho... —sollozó con pesar, apartando el calor de la mano que Ren ya echaba de menos.

Ceder le costó un segundo. Ren apretó con el pulgar una lágrima que estaba a punto de salir disparada por los ojos de un ámbar brillante. Deslizó sus dedos con cuidado por la curva de su mejilla, bordeó los labios que alguna vez había sentido presionados contra su cuello y se perdió por los suaves pliegues de su kimono.

Kyoko contuvo el aliento antes de ahogar un leve gemido de sorpresa.

Los rígidos dedos de Tsuruga Ren enardecieron la piel exageradamente sensible que surcaban en picado. Kyoko anhelaba tanto el contacto de ese hombre que no era capaz de reflexionar con claridad sobre lo que él se proponía. En el instante en que creyó que el corazón le estallaría en el pecho como una bomba, sus dedos se cerraron en puño y ella sintió más que nunca el peso del objeto que apretaba con fuerza.

El anillo. El precioso y condenado anillo de los Fuwa.

¿Cómo podría ella dar una explicación lógica a eso sin que él pudiera quedar decepcionado del todo? Le había mentido otra vez y jamás volvería a confiar en ella.

—Eres demasiado ingenua, Mogami-san.

Él la apuntaba con una mirada implacable al tiempo que una fugaz sonrisa le adornaba su expresión triste.

—Si éste es verdaderamente el sueño que deseas perseguir, no debes permitir que nadie se interponga en tu camino. Ni siquiera yo mismo —le regañó, como en tantas otras ocasiones había hecho—. No importa lo que decidas hacer de ahora en adelante, es posible que no siempre esté de acuerdo contigo, pero hay algo sobre lo que nunca debes tener ninguna duda, y es que, pase lo que pase, yo jamás estaré en tu contra. Podría ser cualquier cosa, excepto tu enemigo. Incluso... aunque estés con él.

Lentamente deshizo la presión de sus dedos y el anillo cayó nuevamente a su pecho desde el centro de su mano.

Ella le miró en silencio, pero no contestó. Con sus palabras le había hecho entender que lo que hiciera o no con Fuwa Shotaro no le afectaba en absoluto. Probablemente lo único que le había importado respecto al asunto es que no le contase la verdad. Ya sabía lo mucho que él detestaba a aquellos que le mentían.

Tsuruga Ren podía ser un hombre extremadamente rencoroso, pero no le haría cargar a ella con ese orgullo. Si decidía retirarse de la cruzada que había emprendido contra Shotaro —aunque la suya propia siguiera adelante—, no sería él quien le pusiera las trabas para no hacerlo.

Su conformidad. Eso tenía, y quizá fuese más de lo que había soñado con tener jamás, dadas las circunstancias. Más de lo que era capaz de apreciar ahora que sentía su corazón sacudido por la desilusión. Pero, mucho menos de lo que todo su ser necesitaba desesperadamente de él.

"Retroceder sobre tus pasos no me parece la mejor forma de enfrentar tus problemas, querida."

Como siempre, Okami-san era sabia en sus palabras. Ella no había llegado tan lejos para acobardarse en el último instante. Por supuesto que no. Si debía renunciar a ese hombre no sería al menos hasta concluir lo que se había propuesto desde el inicio de su viaje a Kyoto.

—¡Tsuruga-san! —dijo en un arrebato de energía pasmosa—. Espere aquí un momento, por favor. Hay algo que debo mostrarle sin más demora.

Ren se mantuvo rígido, lleno de contrariedad y observando a la chica incorporarse con un gesto que siempre había reservado para enfrentarse a sus mayores desafíos.

—¿Mo... Mogami-san...?

—¡No se mueva! —le ordenó ella volteando a verle con una mirada fulminante—. Voy a regresar también con algo de abrigo para que pueda retirarse sin pillar ningún resfriado. Así que no tardaré.

La chica se acomodó la vestimenta y se encaminó hacía el lejano Ryokan sin volver la vista atrás.

¿Por qué insistía en demostrarle nada? Quizás ella no había entendido que le daba plena libertad para elegir lo que quería. Ciertamente, no deseaba ser un obstáculo para ella. No quería que le guardase un respeto que rayaba en el temor ni que siguiera ocultándole lo que sentía por su amigo de la infancia por miedo a su reacción. Ahora lo entendía. Por fin había hecho honor a la promesa hecha al Presidente Lory; por una vez, había sido lo suficiente honesto con sí mismo para aceptar que no deseaba su infelicidad y que seguiría amándola aunque no fuera a él a quien eligiera.

No supo cuánto tiempo estuvo esperando por su vuelta. Tanto darían cinco minutos que cincuenta años. El cielo empezaba a vestirse de gala y el frió de su ropa mojada le había calado hasta los huesos. Impaciente y nervioso, Tsuruga Ren extrajo del bolsillo interior de su chaqueta una pequeña cajetilla de su marca preferida. El primer cigarrillo se desmenuzó empapado en sus dedos, y el segundo lo sostuvo cuidadosamente entre los labios para, después de tantear rápidamente entre sus ropas, percatarse de que no había traído un encendedor consigo.

Bufó molesto y estuvo a punto de escupir el cigarrillo por el mero placer de apaciguar sus nervios, cuando un chasquido metálico precedió a la larga llama dorada que serpenteó en sus narices. Ren rodó sus ojos con una genuina irritación antes de inclinarse ligeramente y dar la más lenta y absorbente bocanada de humo. Aunque, eso no le hizo sentir mejor. Inmediatamente después, Fuwa Shotaro volvió a cerrar el encendedor con un chasquido, alargando su apretada sonrisa traviesa.

—¿A qué debo tu encantadora compañía, Fuwa-kun? —Sacudió ligeramente la ceniza antes de volver a dar una calada y girar el cuello para observar al alto muchacho todavía de pie a su lado.

—Oh, vamos, no eres precisamente Santo de mi devoción, pero no iba a dejar que te congelaras.

El chico esbozó una breve risita y dejó caer a su lado una manta pesada. Ese sencillo desdén le hizo sentir un desagradable presentimeinto.

—No va a volver.

—Gracias por tu observación —musitó en una clara despedida, aunque el chico no parecía haber acudido allí sólo para informarle de ese detalle—. Oh, ¿esperabas algo más...?

El cantante japonés profirió un suave y largo gemido desde lo más hondo de su garganta y fue imposible que el chiste tan divertido que parecía guardar en secreto no le pusiera los vellos de punta. Había luchado siempre por ignorarle, pero Shotaro podía ser muy desesperante cuando se lo proponía.

Ren lo miró fijamente. Era la primera vez que se encontraba tan vulnerable y resultaba como si aquella hiena salvaje hubiese acudido por el olor de la sangre de sus recientes heridas.

—Si te soy sincero... —musitó Sho, replicando su propio gesto y llevándose a la boca un cigarrillo antes de apoyarse de lado sobre un enorme árbol—, te tenía por alguien con un poco más de, no sé... hombría.

El humo desdibujó su rostro por unos instantes hasta que pudo contemplar nuevamente su desconcertante sonrisa de arrogancia.

—¿Qué quieres de mí...? —inquirió hastiado.

—De ti no quiero nada. —Su sonrisa desapareció bruscamente y una notable máscara de desprecio se adhirió a su rostro—. Supongo que has tardado en darte cuenta, definitivamente hay quien sólo aprende por las malas. Pero incluso yo apelo a esa parte racional que sé que tienes para apreciar lo evidente. —Su voz le provocaba escalofríos—. Sabes perfectamente que ella no quiere marcharse de aquí.

Pese a todo, un bufido divertido, quizá por la impotencia que sentía, se escapó de los labios de Ren al mismo tiempo que varios tentáculos de humo plateado ascendían de sus comisuras. Shotaro le miró duramente con los ojos entrecerrados.

—Lo que ella desea de ti y lo que tú crees que ella desea son dos cosas muy distintas —apuntó—. Me parece que conozco lo suficiente a Mogami-san como para asegurar que no merece estar en un lugar donde no es aceptada tal y como es —le explicó Ren, mucho más serio—. Ni siquiera puede expresar libremente su amor por su profesión sin que le tiemblen las rodillas por la reacción de tus padres.

—Me ama a mí —refutó desairado—. Eso es lo único que necesita.

Tsuruga Ren ladeó la cabeza en su dirección. La sinceridad de Shotaro era auténtica y le costaba asimilar que el futuro de Mogami Kyoko estuviese ligado a un ser que nunca la apreciaría más que a su propio ego.

—Le cortarás las alas si la retienes aquí. Todo cuanto la rodea en este sitio se empecina en convertirla en la sombra de alguien que jamás la hará feliz. Los pasos que ha seguido tu madre son un ejemplo para ella, Fuwa-kun, pero eso no quiere decir que pueda convertirse en su estampa —señaló convencido—. Y tú, con tu falta de confianza hacia sus capacidades, estás contribuyendo a que se resigne a ser lo que tus padres esperan que sea.

—Lo estás entendiendo todo al revés, ¿verdad? —dijo en tono impaciente. Se apartó del árbol y se encaminó hacia él sin ninguna prisa. Ren vio en sus ojos ese particular brillo de satisfacción que le dedicaba desde su nada despreciable altura—. Tsuruga Ren, la única realidad que no se ha visto forzada a interpretar Kyoko es precisamente ésa en la que forma parte de mi mundo. Desde su primer pensamiento hasta el último, cada pequeño avance de Kyoko ha estado destinado a conducirla hasta este lugar. Hacia mí. No te engañes pensando que alguna vez tuvo la intención verdadera de convertirse en una celebridad japonesa o de dedicar su vida al mundo del espectáculo. La venganza sólo era la vía, ¿no lo entiendes? Su único propósito desde el principio ha sido retornar al punto de partida y recuperar mi atención con todas sus fuerzas. Y ahora ya la tiene. —Shotaro articuló cada palabra con una convicción que Ren creía impensable en él—. Ella desea esto, nada más.

—Te olvidas de todo lo que ella ha logrado desde...

—¿Todo lo que ella ha logrado? —se burló Shotaro con una carcajada ansiosa—. La ilusa aún piensa que la elegí para mi video musical porque quedé impresionado por su actuación en un triste comercial de agua con gas, y tú eres mucho más hipócrita al negar que no tuviste nada que ver en su elección para el papel de Hongo Mio —le aseguró él muy enfático—. Aunque, claro, también está su maravillosa aportación a Kimagure Rock como la mascota a la que humillan semanalmente, lo cual, supongo que debe tener su mérito. ¿Ésa es la gloriosa vida que crees que ella anhela?

Ren se había mostrado my irascible respecto a todo lo que estaba escuchando, pero aquella última afirmación le había partido en dos el pensamiento como si fuese una ligera hoja de papel. Ahora la voz de Fuwa Sho se oía muy distante y sólo alcanzaba a recordar aquellas ocasiones en las que había compartido confidencias con la mascota de Kimagure Rock como nunca antes lo había hecho con nadie.

La postura de arrogante altivez se intensificó en los labios del cantante japonés cuando supo de inmediato que había tocado alguna fibra sensible.

—¿Eso no te lo había dicho tu obediente pupila...? —se mofó. Que el hombre frente a él no fuese capaz de disimular su turbación incluso delante de su mayor enemigo hacía sentir a Shotaro que manejaba un poder ilimitado. Lentamente relajó sus rubias cejas—. Ahora te das cuenta, ¿no? Tú sólo eras otra ficha más en nuestro tablero. Ella haría cualquier cosa con tal de alcanzarme, incluso aprovecharse de ti. Lo escuché de sus propios labios.

Tsuruga Ren tragó grueso al sentir la aceleración de sus palpitaciones. Sabía que no debía dar crédito a un ser mezquino como aquél, pero lo hacía. Resultaba como si repentinamente la única pieza que nunca había conseguido ubicar le mostrase al fin la verdad que entrañaba.

"¿Que por qué persevero tanto en unirme al mundo del espetáculo? ¡Yo llegaré tan lejos como sea necesario para alcanzar a Fuwa Sho! ¡Eso es lo único que me importa!"

Él mismo le había oído decir aquello con una determinación que no sería olvidada con el mero transcurrir del tiempo.

¿Y si tenía razón?

Kyoko era una chica con una habilidad inigualable para encarnar cualquier personaje y penetrar hasta el corazón más insensible con el despliegue de sus emociones. ¿Y si él mismo, y si Takarada Lory, la agencia... y si todo había sido parte de su plan magistral de venganza como ella ya le había confesado con sinceridad desde el principio...? La chica a la que había aprendido a apreciar con los cafés compartidos en la cafetería, la chica de la que se había enamorado por segunda vez por su puro y bondadoso corazón, no sería más que una mentira. Un papel más al que dar vida; como Mio, como Natsu, como Setsuka...

Algo demasiado delicado se quebró dentro de él. Algo en lo que había puesto todas sus esperanzas.

Kyoko no podía haber jugado con sus sentimientos únicamente para salirse con la suya. Era imposible que se hubiese ceñido el disfraz de Bo para averiguar sus debilidades y haberlo manipulado a placer sólo con la clara pretensión de alcanzar sus deseos más egoístas...

No podía. Pero, lo había hecho.

Las pisadas de Shotaro deteniéndose frente a él le atrajeron de su mundo interno. El chico tomó con elegancia la última bocanada de su cigarrillo y con desdén lo dejó caer a su lado. Sin darse cuenta realmente, Ren no pudo despegar la mirada de las cenizas que poco a poco se consumían sobre la verde hierba bajo la zuela del brillante zapato de Shotaro.

—Dijiste que ella debía elegir, y como puedes ver, es algo que ya había hecho hace mucho tiempo —señaló con suavidad, a pesar de su ndiferencia—. Por eso es mi anillo el que cuelga de su cuello y no tu estúpido colgante. Hazte un favor y desaparece de nuestras vidas, Tsuruga.

Él no le respondió mientras el cantante se alejaba tranquilamente. La hipnótica imagen de las cenizas mantenía su mirada atrapada. Era la misma sensación, el mismo dolor. Exactamente igual que contemplar su corazón machacado en el suelo.

Estaba roto.

.

.

.

Continuará.


Sí, Shotaro le ha pisoteado un poco el corazón a nuestro Ren. Que él tenga la madurez de asimilar que ella puede amar a otro, no significa que acepte también que ha pasado por encima de todo y de todos para conseguir lo que ella quería. Dios... qué cruel suena esto (xD). No me culpen a mí, todo esto está patrocinado por Okami-sama (?).

¡Gracias por los preciados reviews! ¡Y hasta la próxima!

Shizenai