Capítulo XI: Pasión
El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía. Estaba tan nerviosa como la primera vez que estuvo con Inuyasha. Sí, eran los mismos sentimientos que sentía con los primeros besos, las primeras caricias y las primeras veces que hizo el amor con él. Luego, esos nervios se calmaron y dieron paso a la confianza que sólo una pareja que se amaban profundamente podían adquirir.
Pero él era y no era su Inuyasha. Su mismo rostro y su mismo cuerpo. Ella puso la mano en la mejilla de él e Inuyasha alzó la cabeza para clavar sus ojos en ella. Pasó con delicadeza el dedo pulgar por la marca morada que surcaba su mejilla y lo sintió temblar, él ladeó la cabeza contra su mano.
Inuyasha pasó la garra de su dedo índice por su columna vertebral, despacio y con suavidad fue descendiendo hasta el final de su espalda. La otra mano la puso en su nuca, atrayéndola hacia su rostro y la besó con pasión y vehemencia. Su lengua presionó su boca en una silenciosa súplica que ella aceptó sin dudar. Sus lenguas se encontraron y empezaron un baile desenfrenado. Los gemidos se escaparon de sus labios a medida que el calor aumentaba en sus cuerpos. Kagome pegó su pecho al de él y pasó sus brazos por debajo de sus axilas para unirlos a su amplia espalda en un fuerte abrazo.
Había decidido ser fuerte y poner distancia con él y él volvía a ella demostrando esa gran necesidad, aunque fuese carnal. ¿Tendría posibilidad de acercarse a él de ese modo? No perdía nada por intentarlo...
Él la sujetó con fuerza de las caderas y se levantó con ella sin el mayor esfuerzo. Dio unos pasos hasta la roca y la depositó en ella. Sus manos acariciaron sus piernas hasta los tobillos y la hizo abrirse de piernas. Un sonrojo cubrió con furia las mejillas de Kagome. ¡Esa postura era muy vergonzosa! Trató de cerrar las piernas, pero él la tenía firmemente sujeta. Sus ojos descendieron hacia su centro, expuesto totalmente. Él se agachó y tomó con su boca su intimidad. Kagome emitió un pequeño gritito, una mezcla entre sorpresa y placer.
Las manos de Inuyasha viajaron hasta su trasero, donde abarcó sus nalgas y la alzó para lamer con más libertad su intimidad. Su lengua pasó por su centro, humedeciéndolo, y la puso más recta para penetrarla un par de veces con ella en su interior. Kagome echó la cabeza hacia atrás, enterrando su mano en su cabeza. Él sacó la lengua y la arrastró hasta su excitado clítoris. Inconscientemente, Kagome empezó a mover las caderas contra su boca lo que hizo a Inuyasha soltar un gruñido lleno de pasión y aumentó el ritmo de su lengua. Sus piernas empezaron a temblar de forma incontrolable y, buscando apoyo para ellas, las puso sobre los hombros de su marido. Él se separó unos centímetros, los necesarios para introducir un dedo en su húmedad. La tanteó, la torturó y luego metió otro dedo más. Los gemidos se escapaban de sus labios y el placer fue creciendo hasta explotar y llenarla por completo.
Inuyasha continuó lamiendo hasta que la última sacudida recorrió su cuerpo. Se separó de ella y la mano que sujetaba su trasero subió hasta su nuca, haciendo que ella se incorporase con él. Quedó sentada al borde de la roca y lo miró de forma interrogante. Sintió la mano de él hacer presión y con los ojos muy abiertos, lo miró, entendiendo lo que quería.
Ella bajó de la roca y se arrodilló en el agua, tomó su enrojecida y dura polla con su mano y pasó la mano en su longitud. Unas gotas de líquido presiminal salieron de él. Levantó sus ojos hacia él. Inuyasha no dejaba de mirarla, sin perderse detalle de sus movimientos. Con descaro, sacó la lengua y la pasó por el glande, lamiendo aquellas gotas. Inuyasha separó sus labios y gimió. Abrió más la boca introduciendo su enorme polla en ella todo lo que podía y la sacó, empapada por su saliva. Pegó su miembro a su piel y pasó la lengua por sus testículos, lamió uno y luego otro, y luego subió por la gorda vena hasta la punta. La metió en su boca y apretó los labios, con cuidado de no hacerle daño con los dientes y comenzó a mover la cabeza. Inuyasha cogió su cabeza y movió sus caderas contra su boca penetrándola. Kagome cerró los ojos, permitiéndole follar su boca sin descanso.
Los gemidos y el sonido del agua ante su movimiento resonaba en el bosque. Kagome y él siempre se habían entendido en todos los aspectos, sobre todo en la cama. Por mucho que ella dijese, continuaba siendo su mujer y eso iba a ser así para siempre. No había nada que ni él ni ella pudiesen hacer. Salió de su boca y la hizo levantarse, con una mano en su cintura la giró bruscamente, poniendo su pecho contra la fría roca. Guió su miembro hasta su interior y de una estocada se clavó. Kagome se tensó y gimió.
Inuyasha bombeó en su interior, penetrándola de forma profunda. Su rostro estaba contraído por el placer. Él se inclinó apoyando su pecho en la espalda de su mujer y su mano apretó su pecho. Él retrocedió sacándola hasta la punta y volvió a clavarla con fuerza, hasta que sus testículos chocaron contra su trasero. Kagome giró la cabeza buscando sus labios y él los devoró. Su lengua recorrió cada recoveco de su boca y al separarse, mordió su labio inferior con cuidado de no hacerle daño con sus afilados colmillos.
—Kagome... —susurró con la voz ronca por el placer. Apoyó la frente en su hombro y su mirada descendió al redondeado trasero de Kagome, el cual rebotaba cada vez que él introducía su miembro en ella.
Se separó de ella y salió de su interior. Curvó una media sonrisa al escuchar la queja de Kagome. Puso la mano en su cintura volteándola hacia él y la alzó sin apenas ejercer fuerza. Kagome envolvió su cintura con sus piernas. Él la empaló y movió las caderas contra ella, con fuerza y frenesí. Ella clavó sus uñas en sus brazos y echó la cabeza hacia atrás. Sus pechos botaban por el ritmo brutal. Incapaz de aguantarse, inclinó la cabeza y mordió su endurecido pezón. Su mano bajó a su trasero, apretándolo con fuerza y apartó la mano derecha para darle un azote que la hizo abrir los ojos de golpe y lanzar un gritito.
Kagome tiró de su pelo y le echó la cabeza hacia atrás haciendo que su cuello quedase expuesto. Lo mordió. Inuyasha clavó sus dedos en su trasero con fuerza y sus embestidas se volvieron más violentas. El placer era demasiado intenso y se corrió entre espasmos en sus brazos. Los músculos del interior de su vagina se tensaron alrededor de su polla, dos embestidas más y se derramó dentro de ella.
La dejó sobre la roca y se dejó caer sobre ella, luchando por recuperar la respiración y calmar el alocado ritmo de su corazón.
Oh, por Kami, ahora se sentía agotada y adolorida.
—Ha sido... —Su voz murió cuando él se movió de nuevo. Abrió desmesuradamente los ojos y buscó los suyos. Inuyasha tenía la mirada clavaba en su unión. Kagome tragó con fuerza a la vez que bajaba la mirada también y veía el miembro duro de Inuyasha salir y entrar en ella.
¡¿Ya estaba listo?!
Él la volvió a coger. La movía de un lado a otro como si no pesase nada. Se sentía una muñeca en sus brazos. Retrocedió unos pasos y se sentó en el río, dejándola a ella encima.
-Muévete -dijo pasando sus manos por sus costados.
En aquella posición el agua los cubría hasta el pecho.
Subió las manos hasta el rostro de Inuyasha y lo abarcó con sus manos, depositó un suave beso en sus labios y empezó a moverse sobre él. Sus movimientos eran lentos y profundos, dejando que el placer fuese creciendo poco a poco.
-Me has echado de menos, ¿verdad? -preguntó ella de forma provocativa.
-Ya te dije que tenía ganas de ti.
Puso las manos en su cadera, manteniéndola totalmente pegada a él, con su miembro clavado en su interior hasta el fondo, y guió sus movimientos hacia él. Lo más bonito que él le había dicho era referente al sexo, en esa parte se lo tenía ganado. ¿Podía acercarse a él mediante eso? Había leído historias de amor que empezaban con un beso. Miroku creía que si la parte demoníaca se enamoraba de ella, Inuyasha volvería a ser el mismo de siempre. Tenía que jugar todas las cartas para que la volviera a amar.
En ese momento lo tenía vulnerable ante sus caricias, a pesar de que aún sentía el peligro que emanaba. Pero la excitaba. La excitaba como la había tomado de forma tan animal.
Ella puso su dedo pulgar en su barbilla y le echó la cabeza hacia atrás, pasó la lengua por su nuez con lentitud y subió hasta sus labios. Mordió el inferior con saña. Él la miró con el deseo reflejado en sus pupilas y pasó la lengua por su labio inferior, limpiando el resto de sangre que ella había dejado y se abalanzó contra su boca, apoderándose como un desesperado de ella.
Echó la mano hacia atrás y cogió sus testículos en su mano. Inuyasha se tensó de inmediato y gruñó de placer. Conforme se movía sobre él, cada vez más rápido, acariciaba sus testículos. Él cerró los ojos y apoyó la frente contra sus pechos, dejándose llevar por las sensaciones que su mujer le proporcionaba.
—¿Te gusta? —preguntó Kagome con la voz entrecortada.
—Sí —contestó en un susurro.
Él llevó su mano a su centro y acarició con el dedo pulgar su sensible clítoris. Su vientre empezó a temblar, las sacudidas de placer la poseyeron y el orgasmo llegó a ella. Abrazó a Inuyasha con fuerza y un lloriqueo escapó de su garganta. Inuyasha la envolvió con fuerza y clavó sus colmillos en su cuello. Sintió el orgasmo de ella y con un profundo gemido se corrió.
Sacó sus colmillos y pasó la lengua por las heridas para limpiar la sangre.
—No puedes decir que ya no eres mía —dijo Inuyasha —. Tú me perteneces.
La vena en la frente de Kagome latió. ¿Cómo podía romper aquel ambiente tan rápido?
—Si ese es el caso, tú también me perteneces. Dijiste que sería tu enemiga y mírate ahora.
La expresión de Inuyasha se endureció.
—No puedes dejarme, buscas cualquier excusa para estar conmigo... —prosiguió ante el silencio del demonio —. ¿Sigues amándome?
Inuyasha se levantó y ella cayó al agua. Lo miró con el ceño fruncido.
—Estás haciendo que me arrepienta de haberte hecho la propuesta.
—Esa propuesta es porque quieres estar a mi lado -dijo levantándose y encarándolo.
—Te hice la propuesta porque tienes más información que yo.
—¡No te engañes! Te he dicho todo lo que sé y, aún así, quisiste ayudarme. No dudo de que vayas a destruir a Colmillo de Hierro en cuanto la tengas, pero, ¿por qué acompañarme?
Inuyasha lo miró de hito a hito, buscando la respuesta a esa pregunta. La quería usar, sus poderes y su intuición eran algo que él no tenía pero... Había algo más que no quería admitir. No podía estar lejos de esa mujer, buscaba mil maneras para volver a verla, no podía quitársela de su mente y la única forma en la que se calmaba era cuando la tenía delante. Con un gruñido, cogió su rostro entre sus manos y la besó de forma violenta y posesiva.
Kagome puso las manos en su pecho y lo empujó.
—Porque eres mi mujer —dijo de forma hosca.
—¡Deja de decir eso!
—¿Es qué no lo entiendes? —Cogió su mano y la puso en su pecho —. No importa lo que haga, esto sólo late así cuando tú estás presente y lo odio.
"Su parte demoníaca también procesa sentimientos y él los detesta. Es decir; no te odia a ti, odia el hecho de que seas importante" Las palabras de Shoga vinieron a su cabeza. Ella tenía razón. Inuyasha tenía sentimientos, tal vez no fuesen tan fuertes como en antaño, tal vez no llegase a estar enamorado de ella, pero sentía por ella. Su corazón latía con fuerza por ella.
Él soltó su mano y se dio la vuelta y salió del río.
Todo era muy complicado. Él no dejaba de luchar contra sus sentimientos.
Inuyasha se colocó el haori y la miró de reojo. En cuanto recuperase a Colmillo de Hierro y la destruyese, iría en busca de su hermano. Por lo que había descubierto llevaba tiempo en su castillo en las Tierras del Oeste. Tenía que entrenar, hacerse aún más fuerte y, entonces, iría en su busca y lo retaría. Iba a hacerle pagar por todas las humillaciones que, en el pasado, él le había dado. Lo llamó, en incontables veces, débil e indigno. Era el momento. Nunca había sido tan poderoso.
Entonces él se convertiría en el señor de las Tierras del Oeste.
Miró de reojo a Kagome. Ella aún no salía del agua.
Una vez que fuese el señor, tendría que buscarle un sitio seguro donde ella no podría escapar y estaría a salvo.
—¿Vas a salir o vas a quedarte toda la vida ahí dentro?
Kagome dio un paso hacia él y su centro se quejó. Ay, le dolía las ingles y su interior. La mirada de Inuyasha estaba fija en ella, admirando cada parte de su desnudez. Llegó a la orilla y descolgó de la rama de un árbol su kimono tratando de controlar el nerviosismo que su esposo le producía.
—¿En qué dirección perdiste al mercenario? —preguntó Kagome.
—Hacia el este. Producía un desagradable hedor a podrido, será fácil seguir su rastro.
Ella se puso el kimono de sacerdotisa con las manos temblorosas.
—Nunca mencionaste que tenías un castillo.
Inuyasha unió sus brazos en el interior de las largas mangas de su haori.
—¿Por qué habría de mencionártelo?
Un tick apareció en la ceja de Kagome. Tener una conversación con Inuyasha era muy difícil. Cuando le contestaba así quería mandarlo al suelo hasta que su figura quedase marcada en él.
—¿Es que siempre quieres pelea? ¿No puedes ser ni un poco —La forma en que Inuyasha la miraba la hacía sentir un microbio siendo observado mediante un microscopio. No le contestó y tampoco se movió, sólo la miraba con frialdad. Ella tomó aire profundamente. No podía hacerlo. No podía entregarse a él y luego soportar esa mirada. Si había posibilidad de conquistarle, tendría que probar otros métodos —. Quizá era duro para ti volver. No tuviste buenos momentos cuando eras un niño.
—Eso ocurrió hace muchos años, mujer.
—Pero sé que te afectaron. ¿Sabes? Estás hablando con tu mujer. Te conozco mejor que nadie.
Inuyasha se acercó a ella con lentitud, acortando las distancias.
—De nuevo estás con eso. Dices que me conoces mejor que nadie pero no tienes ni puta idea de quien tienes delante.
Ella puso los ojos en blanco.
—Eres un malhablado —dijo y cogió sus dos mechones de cabello, se puso de puntillas y dejó un pequeño beso en sus labios. Inuyasha parpadeó, sorprendido por el repentino acto cariñoso de Kagome —. Creo que eres tú el que no sabe de lo que soy capaz.
Se separó de él para coger su arco. Shippo no había hecho acto de presencia lo que significaba que el pequeño zorro seguía dormido. Debía de estar agotado después de la noche anterior. Las practicas para convertirse en un poderoso demonio zorro estaban dando sus frutos y había dado confianza a Shippo. En los tres años había cambiado mucho, se estaba convirtiendo en un hombrecito hecho y derecho.
—¡Oh! ¡Son armelias! —exclamó al ver el matorral de flores azules —. Estas flores vienen bien para las infecciones.
-¿Y para qué las necesitas? No te va a ocurrir nada.
Ella sonrió y lo miró de soslayo.
—¿Vas a protegerme?
—¿Quién ha dicho eso?
—Es un poco tarde para que te hagas el difícil, querido. Estás loco por mis huesos. No es de extrañar, tienes una esposa adorable y muy hermosa.
Inuyasha alzó una ceja.
—¿Adorable?
Su oreja izquierda se movió casi imperceptiblemente, alertado por el sonido de unas ramas al pisarse. Sentía una presencia demoníaca acercándose y, aunque en primera instancia pensó que se trataba del demonio zorro, no tardó en descartarlo. Era una presencia débil, no supondría un gran adversario.
Un intenso y penetrante olor asaltó sus fosas nasales. Miró a su alrededor, todo estaba cubierto por una espesa niebla. Crispó sus dedos, preparado para usar sus garras en cuanto divisase el mínimo movimiento.
—¡Inuyasha!
Se volvió hacia Kagome, la niebla no le permitía verla. Corrió hacia donde ella estaba pero ahí no había nadie. Mareado, buscó con desespero a Kagome. No veía nada y sus sentidos estaban siendo adormecidos por el olor. El humo era espeso y estaba penetrando su nariz. Gruñó, tapándose con la manga de su haori y agitó el aire con la mano libre. Finalmente, sus piernas fallaron y cayó al suelo.
Continuará...
Aquí está la continuación, espero que la disfrutéis!