Nota: Este capítulo está dedicado a todas aquellas personas que me han dado apoyo a pesar de conocer mi flojera crónica. Con el último capítulo me encontré con varias "caras" nuevas que incluso me enviaron mensajes y woha, confieso que fue eso lo que me llevó a mover mi culo perezoso y ponerme a escribir. Gracias, chicxs, a todos ustedes :) especialmente a FairybabyWolf76, TheLostDiamond0 y a su amiga Samantha ;)

Pd: ¿No les pasa que a veces, mientras escriben, los personajes simplemente actúan a su antojo y no como originalmente habías planeado? Porque siento que eso es lo que me está pasando con el hombre lobo en este entuerto: él simplemente fluye y yo voy allí, quejándome del OoC, pero escribiendo lo que me nace en el momento :c


XI

Lo había aceptado. Integra Hellsing había sellado el trato con él, a pesar de ser un hombre lobo. Incluso cuando él era parte de los enemigos que atacaron su ciudad y acabaran con su vampiro, aun así… El hombre sonrió, recordando las palabras del shinigami. Definitivamente ella era diferente, y se merecía toda su atención.

Había algo nuevo y emocionante corriendo bajo su piel, algo que lo empujaba a comportarse de una manera diferente, al menos cuando se trataba de la mujer que ahora era oficialmente su jefa. Con el Mayor, su papel consistía en callar y obedecer: cumplir las órdenes ansiosas de caos del hombre y esperar por un desenlace que los llevaría a todos a la muerte. La presencia de la cazadora supuso una fuente de distracción a la monotonía de existir, su cuerpo delgado y frío junto a él lo hizo pensar en otras cosas que no fuera la guerra. Fue tan lejos como para minimizar los recuerdos de su vida humana, muchos años atrás, pero ahora… No, esto era diferente. Los ojos de la rubia brillaban con determinación y vida, su piel bronceada estaba tibia al tacto y podía oler la sangre bulléndole en las venas, corriendo bajo la piel de su cuello y llamándolo como si su nariz necesitara hundirse allí y atascar sus pulmones con ese aroma. Ella no lo permitiría, por supuesto; pero esas pocas veces donde había irrumpido en su espacio personal olisqueando su clavícula se le antojaban momentos de dicha. El hombre en él necesitaba tocar, sentir el pulso contrario bajo las palmas; el lobo ansiaba morder, marcar ese cuerpo como algo suyo: suyo para tocar, para morder, para besar y para fundirse con él bajo la danza pálida de la luna llena.

Pero no lo haría. No mientras el sentimiento no fuese recíproco, al menos. Mientras tanto, se contentaría con ser un buen perro bajo sus órdenes y sobre todo se encargaría de protegerla. No perdería a su compañera esta vez, no existía una estúpida guerra suicida y tampoco había ningún vampiro medieval para arrebatársela.

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Seras se paseó nerviosa por los corredores de la casa. Integra acababa de llegar hacía unos minutos, en compañía del hombre lobo, confirmando así sus sospechas de que él la había seguido. Se excusó de la cena y se encerró en su habitación, enviando un mensaje claro de que no quería ser molestada, lo que solo sirvió para que la joven vampiresa se comiera el cerebro en conjeturas cada vez más paranoicas.

Finalmente decidió enfrentar al hombre que tantas inseguridades le causaba y sus pasos se dirigieron, resueltos, hacia la parte trasera de la casa. Sabia que los soldados no estaban en el patio a esa hora, los oía conversando en los corredores del jardín delantero. El alemán, por otro lado, seguramente estaría allí, realizando sus ejercicios en total silencio y soledad. Después de todo, ella ya se había aprendido su rutina a fuerza de observarlo.

No se equivocó.

La pregunta de por qué un hombre lobo necesitaba ejercitarse rondó por su mente por milésima vez cuando vio el cuerpo compacto concentrado en realizar flexiones. No es como si aquello fuera a aumentar su poder, ¿o sí? Después de todo, ya no era humano y seguramente la bestia dentro suyo no se beneficiaría de unas cuántas flexiones diarias o de músculos humanos más tonificados. Aunque a este paso ella misma comenzó a dudar, después de todo no sabía nada sobre hombres lobos. Además, estaba el hecho de que solo había visto su forma bestial una única vez, y no cuando estaba con ellos. El hombre solía luchar en su forma humana siempre, y aunque Seras lo atribuyó al hecho de que quizás no quería asustar a sus compañeros, también creía que no existía ninguna amenaza lo suficientemente grande que lo obligara a dejar su piel atrás.

Una pequeña parte de ella, la que respondía a sus temores humanos, se alegraba por eso. Si bien solo había visto al lobo una vez —y dios sabía que tenía el recuerdo demasiado grabado en las retinas— era suficiente para estar impresionada y asustada. La bestia era simplemente imponente y Seras dudaba que ella misma fuera un oponente digno. No podía olvidar que Pip le había salvado del pellejo en su lucha esa vez, eso y el hecho de que el lobo desistiera de luchar contra ellos para simplemente volverse y aparecer con su jefa días después.

La muchacha sacudió la cabeza para ordenar sus ideas. No era bueno ramificarse demasiado cuando necesitaba concentrarse en ese punto en específico. Enfrentaría al hombre y exigiría saber, de una buena vez, por qué estaba allí con ellos y qué significaba la fotografía de la mujer que llevaba entre sus cosas.

Se aclaró la garganta y espero hasta que él reconociera su presencia, aunque probablemente sabía de ella antes que su figura asomara en el patio. La vio darle una mirada por el rabillo del ojo y levantó la cabeza, no dispuesta a dejarse impresionar por su silencio.

—Necesitamos hablar.

El silencio colgó espeso y Seras estaba segura de que podría oír su propio corazón latir, si aún estuviera viva. Dentro de ella, Pip se agitó, alerta a su mignonette.

En unos segundos que se le ofrecieron demasiado extensos «maldita anticipación jugando con sus nervios» el hombre ante sus ojos se detuvo, irguiéndose en toda su estatura que de pronto parecía ser más de lo que ella recordaba. La inglesa se obligó a mantener sus nervios bajo control, no podía permitirse perder el foco o mostrar debilidad siendo un vampiro, mucho menos ante alguien como él. Lo sabría. Ella estaba allí para preocuparse por Sir Integra, no dejaría que nadie la hiciera a un lado como un simple estorbo en el afán de dañar a su jefa. No importa si se trataba de un mismísimo hombre lobo.

El alemán esperó, dándole una mirada fija. Sus ojos claros se estrecharon bajo la luz del atardecer y Seras supo que ese era el momento de la verdad: por fin conocería la voz y las respuestas que tanto le intrigaban.

—Llevo todo este tiempo preguntándome por tus intenciones—comenzó la muchacha, obligándose a una postura relajada pero alerta—. Es difícil saberlas cuando no has soltado ni media palabra —sus ojos rojizos le dieron una mirada acusadora de la que el hombre no se impresionó—, pero considerando tu comportamiento, creo que ya es hora de hablar. Como personas civilizadas… o como lo que somos —añadió lo último consciente de que sonaba como una advertencia velada, más no le importó. A esas alturas, necesitaba dejar las cosas claras—. ¿Por qué decidiste traicionar a los tuyos y seguir a Sir Integra?

Ahí estaba. En un principio, Seras hubiera dicho "nosotros", pero le había dado suficientes vueltas al tema como para saber que ese nosotros era en realidad una persona individual con nombre y apellido: Integra Hellsing.

Su reloj interno marcó los segundos que el hombre demoró en actuar. Su primer pensamiento fue que la ignoraría, como siempre, pero luego él estaba mirándola diferente, como si la considerara por primera vez; como si ella no representara ni la más efímera amenaza. Ignoró su voz interna y esperó.

—¿Por qué te interesa?

Las cejas de Seras se elevaron sobre su frente hasta ocultarse bajo su flequillo. Hablaba, el tipo en realidad tenía una voz. Superando la conmoción inicial, se obligó a despejar su asombro y contraatacó.

—Sir Integra es mi jefa. Ella es… es mi deber protegerla —soltó, sus cejas bajando para darle un ceño fruncido—. Por supuesto que me interesaría.

El hombre relajó los hombros y Seras odió el movimiento en secreto, apretando los colmillos ante la visión. Era demasiado presumido, como si esa conversación fuera algo casual. Como si ella no representara un obstáculo en sus planes. Se obligó a mantener su enojo bajo control.

—Ella es más interesante.

La respuesta la pilló desprevenida. Seras parpadeó, insegura de estar escuchando bien. Soltó un ¿cómo? mientras el hombre ante ella se doblaba para buscar su chaqueta. Recibió una mirada plana.

—¿Qué quieres…? ¿A qué te refieres con eso? —trató de nuevo— ¿De qué manera estás interesado en ella?

El alemán se enfocó en meter los brazos en la prenda de vestir.

—Personal.

Eso era todo. Los nervios de la joven terminaron por ceder ante sus respuestas cortas. Ni siquiera la advertencia de Pip en su mente pudo amarrar su lengua.

—Encontré su fotografía —soltó, esperando una reacción. No se equivocó. Los ojos claros se volvieron hacia ella con rapidez, pero no se amedrentó—. Imagino que Walter te ayudó a conseguirla, o se la robaste —acusó, recibiendo un estrechamiento de ojos a cambio, pero ninguna palabra—. Lo que quiero decir es que no puedes acusarme por tener desconfianza. Quizás creas que ahora que mi Maestro no está puedes acercarte a ella sin problemas, sea lo que sea que busques con eso. Pero te estás olvidando de nosotros —levantó la cabeza para darle su mejor mirada de seriedad—. No dejaremos que le hagas daño, si esos son tus planes.

Dentro de ella, sintió a Pip responder con decisión.

El soldado avanzó un paso. Seras se obligó a no retroceder, pasara lo que pasara. En su interior, Pip se puso alerta, dispuesto a ayudar a su compañera. Pero lo único que llegó fue la voz profunda del alemán, con ese tono bajo que hasta unos instantes les era desconocido.

—No puedes protegerla sola.

La afirmación se sintió como una bofetada sobre su carne fría. Seras hizo un ruido ahogado, claramente ofendida.

—¿Perdón?

—No la salvaste de nosotros. Cuando ella cayó en manos enemigas no estuviste ahí para rescatarla.

Sus mejillas se tiñeron con ira y vergüenza. Apretó los puños a sus costados, luchando contra las palabras.

—Yo… ¡Tú! ¡Apareciste ahí y dijiste que la traerías! —ni siquiera se detuvo a pensar en sus palabras antes de que estas saltaran de su boca.

—Y confiaste en un enemigo —argumentó el hombre y Seras cerró la boca con un chasquido audible. El bastardo tenía razón. Después de todo, no había nada que la obligara a confiar en él en ese entonces. Sí, le había ahorrado la vida, pero bien podría haberse tratado de una trampa o algo así, y ella había caído tan fácil.

—Tienes razón —concedió, cruzando los brazos bajo su pecho—. No debería confiar en ti.

—Ya no somos enemigos.

Seras arqueó una ceja, esperando que continuara, pero nada más llegó. De pronto, una idea tomó forma en su cabeza, impulsada por los comentarios de Pip. Parpadeó con sorpresa, sopesando su teoría antes de verbalizarla.

—¿Buscas reemplazar al Maestro?

El hombre no respondió, pero algo en esos ojos le dijo que sus conjeturas no estaban erradas. Descruzó los brazos mientras el "¡Já!" de Pip resonaba en su cabeza. Las preguntas se arremolinaron en su lengua, luchando por salir todas a la vez.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Por qué? ¡No puedes! —por alguna razón se sentía molesta—. El Maestro volverá con nosotros un día —afirmó, segura de sus palabras.

Recibió una negación. El soldado la miró directamente a los ojos y ella pasó saliva inconscientemente. La seguridad en esa mirada era algo nuevo.

—No lo hará —dijo, y luego frunció el ceño—. Y si lograra encontrarse le tomaría una eternidad. Nuestra ama es mortal, no tiene todo el tiempo del mundo para esperarlo.

Nuestra. Seras masticó la palabra, encontrándola amarga y difícil de tragar. Al parecer el alemán estaba decidido a ser el nuevo as bajo la manga de Integra Hellsing.

—Ella puede esperarlo todo ese tiempo —masculló, aferrándose a sus esperanzas.

El hombre hizo un movimiento como si lo considerara, luego se encogió de hombros.

—Tal vez. Pero no su Organización.

—Yo puedo ayudar.

—Te estás repitiendo, Seras Victoria.

Seras apretó los puños con impotencia, hasta sentir sus uñas contra la palma. Le desagradaba, pero el hombre tenía razón. Cerró los ojos un momento para respirar profundo, como si de verdad lo necesitara. Ese fue el instante que Pip eligió para hacer acto de presencia. Sin ceremonias, con una sonrisa torcida rizándole los labios, su cuerpo emergió desde la extremidad arrancada y miró al alemán como quién mira a un crío que ha cometido travesuras.

—Entonces es oficial —dijo, soltando una risita. Seras soltó un resoplido molesto—. Estás aquí porque te gusta nuestra jefa, y mandaste todo a la mierda por seguirla.

Fue el turno del otro de cerrar la boca.

—No te estoy juzgando —agregó, levantando las manos—, ella tiene un encanto bastante interesante, si me lo preguntas. Pero la dama es importante —recalcó, toda sonrisa olvidada—, recuerda eso. No podemos quedarnos de brazos cruzados si de pronto comienzas a agitar tu cola de mega perro a su alrededor y esperas que no nos pongamos alertas. Olvidando toda tu mierda nazi de antes, has demostrado ser un buen soldado. Si te comportas, mignonette aquí dejaría de estar tan nerviosa.

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El cristal estaba frío al contacto con su frente, pero eso se sentía bien. Respiró hondo, tratando de ordenar las ideas en su cabeza. Había aceptado un trato con un hombre lobo. Uno perteneciente hasta hace poco a sus enemigos más odiados. ¿Por qué? Una parte de su cerebro le gritó que lo necesitaba; sin Alucard allí su Organización cojeaba. Otra parte más pequeña argumentó que le debía la vida, y otra se alzó protestando con un argumento lógico (que seguramente debía ser el que imperara en ella ahora): desconfianza. Y a pesar de toda esa amalgama de preguntas e inseguridades, ahí estaba ella, acogiéndolo.

Se giró para apoyar el trasero contra la pared y hurgó en sus bolsillos en busca de sus cigarrillos. Le había llevado un tiempo acostumbrarse a ellos en lugar de sus puros, pero no estaban tan mal. Casi sonrió ante la cajetilla brillante, haciendo una nota mental para agradecerle a Pip por su recomendación. Dejó que el humo corriera por sus pulmones mientras miraba su cama: sabía que la caja continuaba allí, esperando el momento en que la necesitara, ¿lo haría? No conocía la forma real del lobo, ¿sería demasiado grande, demasiado poderoso? ¿podría tomar su cabeza y su corazón antes de que él la matara? Dorothea había sido tajante: las balas de plata solo lo debilitarían; si quería acabarlo, necesitaba cortar su cabeza y luego perforarle el corazón. Era la única manera en que la bestia no volviera a la vida.

Se estremeció involuntariamente. Si la razón era la incertidumbre que el lobo le generaba como posible amenaza o por el hecho de ser él, era algo en lo que se negó a pensar.