Disclαimer αpplied
Advertenciαs: Ligeros spoilers del manga y del spin off A choice with no regrets.
Adαptαción.
II
Adαptándose α lα muerte
Hijo de nadie, Levi jamás conoció a aquellos que lo arrojaron al mundo frío e inmisericorde ni nunca pudo recordar nada más allá del inicio de su vida en la olvidada Ciudad Subterránea.
Desde que tuvo consciencia de que estaba vivo, conoció el lado más crudo de la especie humana sin que nadie le concediera el derecho a protestar.
Muchas veces, emulando a la anciana ciega que, a veces, compartía con él un trozo de su mohosa hogaza de pan, Levi oraba. Pero nadie le respondió. Entonces comprendió que aquel dios debía ser sordo y pensó que si esa deidad no escuchaba a sus hijos, les correspondía a ellos defenderse del mundo.
Recostado contra la pared de una casona olvidada, veía sin ver cómo la vida pasaba lentamente frente a sus ojos, inmutable. Tenía hambre y sus labios resecos de sed le reclamaban una gota de agua, pero eso no parecía importarles a los demás mortales. Ellos, al igual que él, vivían preocupados por robarle al tiempo un segundo más para regalárselo a sus míseras existencias.
El pequeño Levi no conseguía entender a los adultos. ¿Quién era ese tal Rey del que hablaban con tanta reverencia? ¿Por qué tenían tanto pavor a la amenaza de aquellas criaturas llamadas titanes?
A veces, solo a veces, esbozaba una media sonrisa al recibir una respuesta desdeñosa de algún adulto. Después de todo, ¿qué más daba si afuera existían monstruos devoradores de hombres? Ellos ya tenían terribles demonios contra quienes pelear día tras día: ellos mismos.
Ya convertido en adulto, Levi había visto el rostro de la muerte en numerosas ocasiones. La infligía a veces, huía de su implacable guadaña, o en ocasiones, era solo testigo mudo e impotente de la fragilidad humana ante la Parca.
—¡Hermano mayor! —El grito de Isabel y la solemne despedida de Farlan lo seguirían hasta el final de los tiempos, como los tañidos de campanas sonando a réquiem.
«La elección que hice en aquel momento… estaba mal.»
Y sus muertes eran su culpa. Solo suya. Se miró las manos, las mismas que segundos antes habían soltado las cuchillas y sostenido entre ellas la cabeza de Isabel, y una horrible sensación de inmundicia lo invadió. No era la inmundicia propia de una casucha infestada de ratas. Eran los rastros de un alma contaminada e imposible de volver a recuperar.
Erwin Smith lo observaba desde una distancia prudencial, recordando su primera vez. Fue el mismo dolor, la misma ira. Sin embargo, nada hizo para consolarlo. Sabía que aquellas muertes quedarían grabadas al rojo vivo en la memoria de su subordinado; y sabía también que aquel era el inicio de un nuevo caminar.
Por el bien de todos.
—Vámonos —le dijo—. Los titanes no tardarán en reagruparse.
—*—
—Levi —Erwin lo saludó desde el dintel de la puerta—, llegaron los nuevos reclutas.
—¿Y? —El cabo levantó una ceja. Que arribara otra manada de suicidas que idealizaban a la legión no era su asunto.
—Cuatro de ellos solicitaron enlistarse a tu nuevo escuadrón. Tienen muy buenas referencias de sus instructores en la academia.
Silencio.
—Hanji está de cacería, Levi —soltó Erwin antes de desaparecer de la puerta.
Levi suspiró, contrariado. Típico de Hanji: apenas llegaban nuevos alistados y ella, con una sonrisa de oreja a oreja, iba tanteándolos para arrastrarlos a sus investigaciones. Por un momento, pensó que las noches de aquellos pobres reclutas estarían minadas de los delirios de la científica.
—Está bien —dijo, sin darse cuenta que Erwin ya se había marchado.
.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Levi, sin desviar la mirada del expediente que estaba leyendo.
—Petra Ral, señor. Escuadrón 102 —respondió la joven rubia sentada frente a él.
—¿Procedencia?
—Trost, señor.
—Del Muro Rose, ¿eh? —El cabo desvió la vista de los papeles por un momento. Su mirada indiferente se posó en la muchacha—. ¿Por qué alguien que vivió su vida entera protegida dentro de los muros, y que califica para ser miembro de la Policía Militar, quiere salir al exterior?
Petra se echó ligeramente para atrás, a causa de un reflejo involuntario. Era cosa bien sabida que el cabo tenía la capacidad de intimidar con solo una mirada.
—No tengo todo el día, chiquilla —urgió el hombre y Petra sonrió tímidamente antes de contestar:
—Porque me sentía asfixiada, señor. El cielo de mi jaula es demasiado estrecho.
El cabo soltó la pluma por un momento y volvió a mirarla a los ojos. Si acaso su respuesta lo había impresionado, Petra Ral jamás lo supo. Levi se perdió por un instante en sus recuerdos olvidados, en una escena que creía enterrada en lo más profundo de su mente:
De aquel niño flacucho y enfermizo no quedaba nada. Levi había crecido lo suficiente como para defenderse solo. Había aprendido a vivir como un pillo, y si acaso se oía de una hogaza de pan o un trozo de carne desaparecido, los habitantes de la Ciudad Subterránea no dudaban ni por un instante que los responsables eran él y los dos críos que lo acompañaban.
El día en el que conoció el exterior y pudo por primera vez aspirar el aire de la ciudad, fijó su vista en el cielo en el momento exacto en que pasaba una bandada de aves. Las siguió atentamente con la mirada hasta que sus ojos chocaron contra los muros.
—Es solo una maldita jaula —suspiró—. Los humanos vivimos en una jodida ratonera.
Y echando un último vistazo al ave rezagada de la bandada, volvió al subsuelo. Farlan e Isabel debían estar esperándolo con aquella sorpresa que, desde hacía varios días, decían que le estaban preparando.
Levi se llevó la humeante taza de té a los labios y alistó de nuevo su pluma.
—Mañana empiezan las pruebas de combate cuerpo a cuerpo —le dijo a la muchacha—. Ahora retírate a tu barraca.
Y Petra, con los ojos brillantes por la alegría contenida, se irguió de la silla y lo saludó solemne, llevando el puño a su corazón, mientras que en el fondo brincaba como una niña con un dulce nuevo.
—*—
Desde la muerte de sus «hermanos», Levi se había encerrado a sí mismo en un egoísmo que a muchos les resultaba incomprensible y hasta desagradable. Se había corrido la voz de que había sido un vulgar matón en el pasado, y que Erwin lo había reclutado en contra de su voluntad. Sin embargo, poco o nada le importaban aquellos rumores, siempre y cuando lo dejaran tranquilo encerrado en su sempiterna soledad.
Nunca hablaba de Farlan e Isabel ni de su pasado en la ciudad que lo vio nacer. Ni siquiera con Erwin, y este tampoco ponía el dedo en la llaga. Nadie mejor que él sabía que hablar del pasado hacía que volviera a doler de nuevo.
Llevado por la rabia contenida, se había jurado a sí mismo que acabaría con ellos, que libraría a la humanidad de aquellos devoradores de sueños y que despertaría a los humanos de su letargo. Isabel y Farlan lo habían querido antes, y él se encargaría de cumplirle sus sueños.
El tiempo hizo que aquella rabia se disipara dando lugar al hombre de cabeza fría en el que se había convertido. Todavía tenía presente su objetivo primo, pero terminó por comprender que la ira no lo llevaría a ningún lugar. Todo lo contrario, se impondría ante él como un obstáculo.
Detrás de su perenne expresión de indiferencia, su voz impersonal y sus palabrotas al filo de cada frase, sus hombres sabían que podían confiar ciegamente en el cabo. Levi no era un hombre de explayarse en palabras de halagadoras o sonreír diciéndoles que lo estaban haciendo bien. Sus palabras justas a menudo eran ácidas, especialmente con Hanji (en un intercambio de insultos que la científica tomaba sumamente divertida, mencionado la manía por la limpieza del cabo como una rareza aún más extraña que su propia fijación por los titanes); pero sabían que eso era suficiente. El cabo era parco, y ellos habían terminado por adaptarse a su escueta manera de ser.
—Hmpf. Petra, te falta mucho para ser como yo —se ufanó Aruro, observando a la muchacha levantarse con dificultad del pasto donde la había tumbado—. La próxima vez…
—La próxima vez deberías cerras la boca, Aruro —sentenció Levi, cruzándose de brazos. Y en una fracción de segundo, Petra lo derribó con una patada baja que lo hizo aullar de dolor y morderse la lengua. La joven sonrió con suficiencia; el escuadrón estalló en carcajadas.
—*—
Levi se preocupaba, a su extraña manera, por los miembros de su escuadrón; lo demostraba con acciones más que con palabras, en especial con Petra Ral. La genuina respuesta, que esta le había dado el día de la entrevista, lo había sorprendido gratamente. Empero el cabo sabía que era una mujer de armas tomar. Su amable modo de ser, su carácter conciliador y su apariencia frágil contrastaban enormemente con su fiereza en el campo de batalla. La chica era menuda, lo cual la hacía tan ágil como un gato pequeño y tenía la capacidad de acoplarse al equipo de forma rápida y coordinadamente.
A veces, le recordaba vagamente a Isabel, pero distinta. Ambas compartían la mirada soñadora y la preocupación por su bienestar. Sin embargo, lo que a Isabel le sobraba de impulsiva, Petra lo tenía de centrada y comedida. La muchacha parecía escudriñar en sus pensamientos porque le regalaba una sonrisa en el momento exacto. Sus dedos a veces se rozaban ligeramente contra los suyos, como al descuido, transmitiéndole el pedacito de candidez que los demás habían olvidado en el buró. Cuando se encontraban en los pasillos, o en alguna de las habitaciones del cuartel, los ojos de Petra brillaban, y aunque él no lo demostrase, sentía a la muchacha diferente.
—¿Sucede algo? —le preguntó un día, cuando la joven le llevó su taza de té y Levi notó un ligerísimo temblor en sus manos.
Ella negó con la cabeza, colocando la taza cuidadosamente sobre el escritorio rebosante de papeles.
—Nada, señor. Me encuentro perfectamente.
—Eso no es cierto, Petra —la contrarió.
La muchacha hipó un poco y soltó todo aquello que la agobiaba desde la mañana:
—Es mi padre, señor. Nuestra casa se encuentra en Trost. Le envié una carta y no me contestó. Temo que durante el ataque…
—No te preocupes —la interrumpió Levi—. Hanji ha hecho un informe del distrito donde vives y sabemos que tu padre está bien. Los titanes no llegaron a atacar la zona.
Petra suspiró de alivio.
—¡Cabo! —Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de la muchacha—. Gracias, muchas gracias, señor.
—Es nuestra obligación, Petra. Solo espero que tu padre no coja alguna enfermedad; todavía hay cadáveres regados por la ciudad. —El hombre se llevó la taza a la altura de los labios, dispuesto a tomar el primer sorbo de la infusión.
—Sabe una cosa, señor —susurró Petra con voz muy baja—. Si no fuera usted tan severo, lo habría abrazado en este preciso instante.
La taza quedó suspendida en el aire. Levi intentó volver a llamarla, pero la joven ya había desaparecido tras la puerta. El cabo podría jurar que oyó una risita en la distancia.
—*—
Todo había terminado. La misión había fracasado estrepitosamente. Podía oír las campanadas a lo lejos, anunciando que la esperanza vertida en ellos por la humanidad había fracasado. Y sabía de buena cuenta que los mismos que los habían despedido con vítores en la mañana, los recibirían con indignados abucheos. Y con justa razón.
Levi era un hombre hecho a pulso por la vida y estaba acostumbrado a los golpes y reveces. A las despedidas. Soportó estoico los insultos de la multitud desesperanzada. Frente a él, comandando la caravana de supervivientes, iba Erwin Smith, solemne como quien se sabe condenado y asume su destino con la cabeza en alto. Tras suyo llevaban a Eren, herido en cuerpo y alma, acompañado por aquella muchacha, Ackerman. En el fondo, Levi comprendía al muchacho, aunque este no lo supiera. Sabía que el chico se sentía responsable por la muerte de sus subordinados. Como él, había apostado perdido a costa de vidas humanas.
Y aunque toda su vida había aprendido que mantener la cabeza fría en situaciones como aquella era esencial para supervivir, nada lo había preparado para enfrentar al hombre que tenía frente a él, con la frente arrugada por la preocupación, ojos nerviosos y manos sosteniendo un trozo de papel.
—Cabo Levi, quería hablar con usted antes de que mi hija me viera. Gracias por cuidarla, soy el padre de Petra…
Adelantó sus pasos, incapaz de ver a los ojos a aquel hombre que seguía hablando a viva voz de su única hija. ¿Cómo decirle que ella ya no estaba? ¿Con qué palabras explicarle que su cuerpo se pudría a merced de los titanes en un campo abierto? ¿Cómo hacerle entender que el brillo de la vida se le había escapado de sus ojos y que del futuro brillante solo quedaban recuerdos y una capa rasgada y teñida de sangre?
Por primera vez, Levi no tuvo respuesta a aquellas preguntas ni las palabras acudieron a su auxilio.
—*—
Bajó las escaleras lentamente. Apretaba los dientes a causa del dolor en su herida y murmuraba maldiciones por lo bajo. Hanji le había advertido que no valía la pena; que ella no hablaría. Mas no le importó en absoluto. Debía verla de nuevo.
—¿Por qué, Annie? —Levi reconoció la voz del soldado Arlert de inmediato. Con sumo cuidado, se pegó a la pared para que el chico no lo viera.
Armin golpeó los nudillos contra el cristal, como si aquello fuera suficiente para despertarla. El seco eco de los golpes inundó la celda subterránea.
—Por qué, Annie. ¿Qué te orilló a esto?
Levi no necesitó decir nada. Había oído suficiente. Arlert estaba preguntándose lo mismo. Volvió a subir las escaleras con lentitud, cruzó el cuartel de extremo a extremo; se encontró con Jean saliendo a hurtadillas de la habitación de Eren y oyó a Mikasa despedirse de él.
El té, que algún ordenanza se encargaba de dejarle, sabía amargo. Tan amargo como la muerte desde que ella había dejado de llevárselo en la oficina todos los días.
Tomando la taza entre sus manos, se preguntó si la ausencia le dolía. No era la primera vez que alguien moría bajo su mando y estaba seguro que tampoco sería la última.
—Todo esto es pura mierda, joder —masculló, escupiendo la infusión y apartando la taza.
El dolor volvió rápidamente a su herida, punzante e inmisericorde. Arrastrando la pierna, llegó a su habitación y se echó en la cama sin miramientos.
No supo cuánto tiempo había pasado mirando fijamente al techo ni si aquello fue efecto del sueño y de la pena.
—Cabo Levi, despierte.
Petra estaba sentaba al borde de su cama, vestida tal y como la vio por última vez. Levi se llevó las manos a la cara por inercia.
—Cabo —repitió la joven, esbozando una pequeña sonrisa—. Vine a despedirme de usted.
Levi parpadeó un par de veces. Ella no podía ser real.
—Debo estar volviéndome loco —masculló el hombre y Petra rió bajito.
—La señorita Hanji solía decir que usted nunca ha estado completamente cuerdo.
Levi soltó un bufido contrariado.
—Ella es la menos indicada para hablar de locura —dijo.
—Tiene razón, señor —asintió la muchacha.
—Tú moriste, Petra —comenzó él—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a despedirme, señor. Ellos me esperan —susurró la muchacha.
—¿Ellos quiénes? —preguntó.
—Usted lo sabe, señor: Aruro, Erld y Gunter.
Levi la miró. Ella sonreía con melancolía.
—Petra… —Las palabras se anudaron en su garganta como nunca antes—. ¿Sentiste algo en aquel momento? —Genial. Apenas soltó la pregunta se sintió un mocoso ridículo.
—No lo recuerdo, señor —respondió ella—. Fue demasiado rápido que ni siquiera pude darme cuenta. —Soltó un par de lágrimas—. ¿Sabe una cosa, señor? Me arrepiento de haber preocupado tanto a mi padre y de no haberlo a usted abrazado aquella vez. ¿Lo recuerda?—volvió a reír bajito, su mano cubrió su sonrisa y en sus pestañas oscilaban algunas lágrimas. Levi solo la observaba en silencio, todavía luchando por creer que era ella y no una ilusión. —Por favor, señor, dígale a Eren que nunca fue su culpa. Él no tiene por qué sentirse culpable. Ahora debo marcharme.
—¿A dónde? —cuestionó él, por inercia.
—Usted lo sabe, señor. El cielo de mi jaula es demasiado estrecho para mí… Adiós.
Levi abrió los ojos debido al haz de luz que se colaba por la ventana. Sí, todo había sido una vil jugarreta de su muerte. Los muertos yacen fríos en sus tumbas y jamás vuelven a despedirse de los vivos.
—¿Ya han terminado? —preguntó Erld.
—Obviamente no. Son demasiado lentos —protestó Aruro—. No se parecen a mí.
—Deja de ser tan pretencioso —lo reprendió Petra.
—¿Debemos irnos ya? —inquirió Gunter.
Petra asintió.
—Solo espero —Aruro se aclaró la garganta. — que cuando el cabo se reúna algún día con nosotros, deje un poquito de lado su cara de amargado.
Y los cuatro soltaron sonoras carcajadas que se mezclaron con los tañidos de las campanas que repicaban afuera del cuartel anunciando el comienzo de un nuevo día.
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«Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes. Los caracteres más sólidos están plagados de cicatrices.»
—Gibran Jalil.
—¿Se merece un review?
Bitácora de Jαz: Me vi Shingeki no Kyojin con un estoicismo que hasta Levi envidiaría. Escuchaba la banda sonora y analizando el contexto y a los personajes desde muchas aristas, incluso en el marco legal. Y en el capítulo veintidós del animé (después comencé a leer el manga) me fui (con el perdón del término) a la soberana puta. Estaba muy susceptible por la reciente muerte de mi viejo que ya se imaginarán cómo va la mano.
Levi es, en palabras de mi padre, un «hombre de calle», forjado por la experiencia. Hecho y derecho. Por eso me preocupa haber mantenido el IC o, por lo menos, no haber caído en exceso en el OoC.
Shippeo dolorosamente a este par, por obvias razones. Petra era de esos personajes entrañables a los que les tomás cariño sin darte cuenta, a pesar de ser un personaje secundario que estaba marcado desde el inicio. Ella era un personaje efímero (como Marco) que llegó, hizo catarsis en alguien y luego se fue (los fans de Game of Thrones me van a entender).
Como pueden ver, tomé como canon el spin off A choice with no regrets y omití totalmente al capitán Kenny y el apellido de Levi en la trama.
Editαdo el 20 de Octubre de 2014, lunes.
¡Jajohecha pevê!