Disclaimer: Ninguno de los personajes que aquí se presentan son de mi propiedad. Todos pertenecen a GRR Martin.
SANDOR
Sandor echó un vistazo al salón en el que se encontraba. Había bebido bastante, pero no lo suficiente para lo que le esperaba esa noche. Parecía que la gente se divertía. Todos lo pasaban bien. Todos menos él y su reciente esposa.
Sentada en la mesa de honor, a su izquierda, se encontraba el pajarito. Sansa Stark. Sansa Clegane a partir de ahora, tan blanca como el mismísimo Norte del que venía. Al rey Joffrey le había parecido gracioso que, ya que era hija y hermana de traidores, no quedara sin guardián ahora que él no iba a casarse con ella. ¿Y qué mejor guardián que su propio perro? Jodido idiota. Se encontraba sonriendo, al lado de su pajarito. Joffrey había hecho de su padre en la boda, como si la ceremonia en sí no hubiese sido demasiada vergüenza para ella.
Sin embargo, el asiento de su derecha estaba vacío. La reina Cersei no había querido participar de la broma de su hijo, así que se retiró lo antes posible, no sin antes beber en honor de los recién casados bastante más de lo que era necesario.
El perro del rey cogió la copa y la vació de un trago. Necesitaba mucho más vino. Giró un momento la cabeza hacia un lado en busca una doncella cuando vio como Joffrey pellizcaba la pierna de su nueva esposa por debajo de la mesa.
- ¿Tienes ganas del encamamiento, Sansa? -preguntó con esa voz empalagosa que le caracterizaba, con esa sonrisa que hizo que Sandor apretara los puños y tuviese que aferrarse a la silla para no romper de un puñetazo la nariz de su rey.
Si de algo le serviría a la chiquilla el matrimonio, sería para no tener que sufrir esas vejaciones nunca más. Joffrey pensaba que podría hacer lo que quisiese con ella, pero no iba a ser así. Ahora era su esposa, y de nadie más. No permitiría que fuera maltratada en plena corte delante de todo el mundo. Ahora era su mujer y se le respetaría.
Por supuesto, ella no lo sabía, y como era normal, el rey obtuvo la reacción que pretendía. La muchacha empezó a temblar de pies a cabeza. Nadie podía culparla, ¿quién iba a querer compartir lecho con él? Y no sólo eso: se suponía que iba a tener que perder la virginidad con él. Con un perro. La idea le daba ganas de reír, y lo habría hecho si su esposa no estuviera pasando tan mal rato.
El rey soltó una carcajada y se levantó deprisa, tirando la silla con su abrupto movimiento.
- ¡A encamarlos! -gritó a la multitud. Algunos invitados ni siquiera habían acabado de comer. Tampoco es que le importara, no eran más que lameculos invitados por el rey a la humillación de la joven Stark. Era una buena forma de hacer ver que la traición conllevaba un futuro lleno de horrores. El horror de esta chiquilla era él.
Aun así, la gente pareció compartir la alegría de su rey y se oyeron gritos de júbilo mientras algunos hombres se acercaban a su joven esposa, que apenas había probado bocado. Ninguna mujer tenía el valor suficiente para acercarse a él. Justo cuando el primero de los hombres echaba mano de su pajarito, le apartó de un manotazo.
- Sé llevar a mi propia esposa a la cama. -para afianzar su postura, se levantó de la silla despacio, de esa forma imponía más y además no perdía el equilibrio debido al vino.- Si necesitáis ver a una mujer en pelotas, buscaros a otra. Si no podéis follaros a vuestras chicas sin ayuda, lo siento por vosotros.
El rey soltó una risotada mientras él cogía a la pobre niña del brazo con todo el cuidado del que fue capaz y empezó a arrastrarla a la que ahora sería su nueva habitación.
- ¡Y traedme vino! -gritó antes de salir del salón donde todos le miraban estupefactos.
La amabilidad del rey no conocía fronteras, así que, además de una nueva esposa, le había conseguido una nueva habitación en la que al menos entraba una cama de matrimonio. No era gran cosa, pero tenía baño y seguro que más cosas que él no entendía, pero su mujer necesitaba.
Era difícil pensar en la joven Stark como suya. No es que no hubiera fantaseado con ella alguna vez. De hecho, había pensado en ella mientras estaba con un par de putas en el Lecho de Pulgas. No sabía qué era lo que le atraía tanto de la muchacha, pero no podía evitarlo. Y ahora la tenía para él. Sólo para él. Y tenía que cumplir sus labores de esposa.
Abrió la puerta para su pajarito, que se detuvo nada más cruzar el umbral. Sandor cerró tras ellos y justo cuando iba a empezar a hablar, llamaron con unos cuantos golpes suaves.
-¡Como seáis alguno de vosotros, os juro que os sacaré las tripas! -dijo mientras abría la puerta con violencia sólo para encontrarse con un sirviente tembloroso con un pellejo de vino entre las manos. Sin decir nada más, lo recogió y le cerró la puerta en las narices. Al parecer había asustado a su frágil esposa que, encogida, temblaba de pies a cabeza. Echó un buen trago, intentando serenarse.- Será mejor que bebas, pajarito. Calmará tus nervios.
Sin decir nada más, le dejó el pellejo en las manos y fue al borde de la cama a sentarse. Desde ahí podía verla tranquilo. Seguía pálida. Quizás el vino conseguiría subir algo de color a sus mejillas. Su nuevo vestido marcaba su figura y ése pensamiento hizo que comenzara a excitarse.
- ¿Piensas quedarte en la puerta todo el rato? Acércate, y trae el vino. Yo también lo necesito. -vio como el pajarito revoloteaba hasta estar frente a él y extendió la mano, para que cogiera el vino.
- N-no pretendía in-incomodaros, mi señor. -titubeó su pequeña esposa.
Dejó pasar el "mi señor" por esa vez. Quería tranquilizarla, no ponerla más nerviosa. Sandor echó otro trago de los largos antes de levantarse y colocar una mano sobre su hombro, despacio, para no asustarla, aunque lo consiguió igualmente y notó cómo ella se alejaba unos centímetros, sin poder evitarlo.
- Ahora eres la mujer con el marido más feo de todo Poniente. Deberías estar orgullosa, pero no tienes que temer. Nadie volverá a hacerte daño. Si lo hacen, les mataré. Todos me temen. Tú no debes hacerlo. Simplemente cumple con lo que se espera de una esposa y nos llevaremos bien, pajarito. Ahora bebe.
Y sin añadir nada más, llevó la piel de vino a sus labios y miró su garganta mientras tragaba. No hizo ningún movimiento más para tocarla ahora que estaba bebiendo, aunque se moría por hacerlo. No quería que se ahogara en su propia noche de bodas. La deseaba y no iba a dejar que nada le estropease ese momento.
Cuando creyó que ya había bebido suficiente para ser una damita de la corte, apuro él mismo el pellejo y se limpió con el dorso de la mano.
- Seguro que estás deseando acabar con esto. Desnúdate y métete en la cama.
Se dio la vuelta y se sentó en el que sería su borde del lecho, para no tener que ver la cara de horror que sin duda había puesto al oír sus palabras. Pero ¿qué podía esperar? Él no era uno de los caballeros de sus historias, que salvaban a la dama y tan sólo pedían un beso a cambio. Mientras se quitaba las botas, su cabeza andaba a vueltas con un pensamiento: él era una bestia. Un monstruo que iba a acabar con la pureza de una niña inocente.
