Este es el fruto de mi repentina y renacida obsesión/fase fangirl con el personaje que, aunque de pequeña no me daba cuenta, más me gusta y el que más devoción y aprecio tengo de toda la saga porque siempre mi sexto sentido me decía que Draco Malfoy no era como se mostraba, yo confiaba en él. Así que me inspiré bastante en todo eso para crear a la protagonista, y por tanto, es un fic bastante 'personal' (principalmente este primer capítulo, los demás son pensamientos que aparecen en mi mente, influenciada por tantos fanfics de rating M, imaginándome cómo sería vivir de verdad esa 'experiencia' con él *-*)


Capítulo 1.

Esta es la historia de cómo una chica que se consideraba demasiado impura, con demasiados defectos e ínfimo autoestima, como yo, acabó viviendo aquel momento que llevaba esperando desde hacía 6 años. Puede que parezca la clásica historia de una adolescente enamorada de un chico que ella considera superior, y por tanto, lo único que puede hacer es soñar e imaginarse cómo sería que, por tan sólo un instante, él supiese de su existencia.

Mi nombre es Elisabeth Hardy, y soy estudiante del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Este es mi sexto año aquí, y aunque me siento muy a gusto con los de mi entorno, siempre he sido una Ravenclaw frustrada. Se suponía que el Sombrero Seleccionador, a pesar de mis cualidades externas totalmente contrarias, tendría en cuenta los objetivos y expectativas más profundas de mi interior, las cuales me hacían una digna Slytherin. Pero el primer día en aquel lugar… ahí estaba mi primera decepción: la casa equivocada. Al final me he acostumbrado, y con la ayuda de mis amigos y compañeros, me siento como en familia.

Lo único que me diferenciaba de ellos eran mis sentimientos escondidos. Aquellos que desde el primer día que ví a protagonista de mi historia, hace ya seis años, nunca mencioné ni confesé a nadie. Mi atracción inconsciente e inevitable hacia lo oscuro, la maldad, lo relacionado con el lado más tenebroso del mundo y todo aquello considerado la antítesis de la bondad, el buen hacer y esos valores que todos (o casi todos) los padres enseñan a sus hijos para crecer y convertirse en una "buena" persona el día de mañana, se hizo evidente en mi consciencia desde que mi atracción hacia esta persona se alargó más de una semana, más de un mes, dos meses, más de dos años, y hasta el día de hoy, seis endemoniados años.

Al principio era una inocente e inexperta niña de 11 años, con lo que me imaginaba que sería otro de tantos 'crushes' que tuve con otros chicos. Durante los siguientes tres años esperaba que solo duraría una temporada y que me olvidaría por completo de todo eso. Pero en mi cuarto año, comencé a percatarme de que esto ya iba un poco más lejos, que ya no era el típico enamoramiento de una preadolescente.

Mi vida la considero como un ente lleno de frustraciones y decepciones causadas por desmoronamientos de mis metas inalcanzables, lo que me causaba a menudo un sentimiento de tristeza y hastío que podría llegar a destruirme de no ser por el apoyo de mis amigos, o 'familia' de Hogwarts, y aquel chico.

El simple hecho de verlo pasar por los pasillos por la mañana, causaba en mi un efecto tan positivo que conseguía reanimarme y darme fuerzas suficientes para seguir adelante un día más. Obviamente, él no tenía ni la menor idea de ello. Ni él, ni nadie. Nunca fui capaz de confesar que yo, una insignificante Ravenclaw, estaba totalmente enamorada de Draco Malfoy. Aquel popular personaje al que todos odiaban o temían. Aquel arrogante, maleducado y egocéntrico Slytherin que siempre era el objetivo de todas las miradas de temor y odio. Aquel cuya personalidad era tan compleja que pocos lo podían soportar.

Yo, en cambio, debía de ser por mi instinto de atracción hacia ese tipo de personas o ambientes, tenía a este, digamos, carismático individuo, en otro concepto muy (muy) distinto al del resto de estudiantes de Hogwarts. Externamente me mostraba como todos los demás, pero internamente me odiaba cada vez que salía de mi boca algún comentario despectivo hacia la única razón que tenía para sonreír en aquellos días en los que todos estamos mustios y apagados, susceptibles y malhumorados, en los que todo te sale tan mal que empiezas a creer que la suerte te ha abandonado.

A pesar de no conocerlo, ni menos haber mantenido una conversación, ni siquiera estar en el mismo entorno, podría hacer una tesis sobre todo lo que mi mente había elaborado y razonado sobre Malfoy mediante mi observación minuciosa de todos y cada uno de sus aspectos posibles de apreciar a simple vista. Estaba convencida de que no podía ser la única persona de ese colegio que se había percatado de que sólo por su aspecto físico y sus rasgos más resaltables, este chico no podía pasar desapercibido ni en medio de la multitud, de que era el único ser que, a pesar de estar en el siempre lleno Gran Comedor, se podía diferenciar claramente del resto de los comensales. ¿Es que no había nadie que podía darse cuenta de eso?

Su aspecto entre angelical (nada acorde con su personalidad, lo admito) y puro (cosa que tampoco era cierta por lo que descubrí más adelante) era tan evidente, que me ofendía el hecho de que nadie lo hubiese dicho en algún momento. Mientras que la mayor parte de los estudiantes era como yo, de tez blanca pero morenos y de ojos oscuros, la minoría se dividía entre caucásicos nórdicos, pelirrojos y de otras etnias, lo suyo era prácticamente inclasificable. No entendía cómo demonios su familia había conseguido que, generación tras generación, su pelo rubio platino tan claro como la luz se transmitía de padres a hijos como una reliquia familiar. Ni siquiera los más rubios del colegio alcanzaban tal grado de claridad. Cuando esto no parecía suficientemente llamativo, no podían faltar unos ojos claros de un color azul grisáceo que resaltaban a simple vista de su pálida y blanquecina piel, y que hacían que no pudieses apartar la vista de ellos debido a su máximo brillo y expresividad. Recuerdo que mi primer año fue duro por culpa de esto. Una niña como yo, y de tan temprana edad, no estaba ni acostumbrada ni preparada para semejante imagen. Imagen que a medida que ascendimos de curso, se convirtió en un alto y atractivo chico de 17 años.

Durante todo ese tiempo, entre rumores y relaciones "oficiales", se podían citar con los dedos de una mano, a todas las chicas que habían tenido una relación sentimental con dicho personaje. Lo cual no me enfurecía, ni menos me provocaba odio sino admiración por aquellas afortunadas chicas que, por su aspecto infinitamente mejor que el mío, conseguían captar la atención de la persona a la que mi corazón estaba entregado en gran medida. No me sorprendía el hecho de que nunca, en todos esos años, me hubiese premiado, aunque fuese por un descuido durante unas milésimas de segundo, con una mirada dirigida a mí. Aunque no estaba muy obsesionada por ello, me sentía acomplejada por mi aspecto, ya que ni tenía un aspecto que pudiese llegar a resaltar o alzar mi físico. Mi figura, por llamarla de alguna forma, era penosa. No se podría decir que estuviese fuera de mi peso, pero ese no era el físico adecuado a mi complexión, a mi modo de ver, y por tanto, falta de esperanzas, asumí que nunca, nadie, llegaría a hacerme saber de algún modo, que yo podía resaltar en algo.