Hola, gente bonita que ha decidido darle una oportunidad a este fic.

Primero que nada, muchas gracias Itara, por la invitación al reto.

Y una disculpa por publicar tan tarde.

Advertencias: Muerte de un personaje, uso explícito de drogas, autolesiones, delirios (míos, todo hay que advertirlo), non-con. Y creo que ya.

Oh, y esto es crack, al grado de que parece que la única que usa drogas soy yo.

NO fomento el uso de drogas, ni mucho menos.

Ahora sí, ¡A leer!

Kuroko no Basket no me pertenece, alaben a Tadatoshi Fujimaki.


Without any faith
Without any light
Condemn me to live
Condemn me to lie
Inside I am dead


I

—Levanta las piernas.

La orden a penas si fue captada por su cerebro, sin embargo, antes de que se diera cuenta ya se encontraba con ambas piernas sobre los hombros delgados del contrario.

La habitación pequeña daba vueltas y sus ojos, para evitar pensar en el baile de los muebles, se encontraban fijos en la lámpara que pendía del techo. A lo lejos, como un eco, se escuchaba la música de la planta baja donde sus amigos se encontraban teniendo una fiesta casual de sábado por la noche. Y ellos, por supuesto, se encontraban en la recamara de alguien de la familia Akashi.

Kagami, echó la cabeza hacia un lado y mordió con fuerza su labio inferior cuando sintió una desconcertante presión en el ano. Dejó escapar un jadeo al tiempo que se aferraba a las sábanas en un intento desesperado por transmitir ese dolor punzante, que comenzaba a invadirlo gradualmente conforme el otro se abría paso entre el anillo de músculos.

—Relájate, cariño — pidió el otro, acariciando la piel de sus firmes muslos, y rozando con la otra mano la cabeza de su miembro, embarrándolo de pre-semen.

Kagami, obedeció tan pronto como se las arregló para volver a manejar su respiración. Además de la ayuda que le proporcionó el chico con el que estaba también servía. Recibió una decena de besos húmedos en su vientre y la cara interna de los muslos. Suspiró y balbuceó algunas incoherencias, como hacía cuando el alcohol se empecinaba en crear genocidios neuronales. Sus manos recorrieron una piel lampiña y tonificada, inclusive en su penoso estado mental, podía asegurar que el sujeto era más pequeño que él, incluido lo que le colgaba entre las piernas, sin embargo, el grosor y la longitud no era algo que le importara a Kagami, después de todo, lo importante era saber usarlo.

Emitió un grito gutural, uno que rasgó sus cuerdas vocales y ardió al ascender por su garganta hasta vocalizarse. Después fue quietud. Inclusive le pareció que parte de la borrachera se había esfumado "mágicamente", y fue consciente de algunos cuantos detalles más: como que la habitación olía a marihuana, pero estaba convencido de que ese olor no era su culpa, y que el cuarto era uno de los tantos en la mansión Akashi que nadie usaba. Las cortinas de las amplias ventanas estaban abiertas y a través de la bruma de su consciencia fue capaz de ver por el cristal las luces que iluminaban el patio trasero, ahí donde estaba la piscina y de dónde provenía la música que hacia vibrar los cristales, una que por cierto no le gustaba. Luego, su cerebro se centró en el chico entre sus piernas. No podía ver su rostro con claridad, pues la única luz del lugar era la que entraba de los reflectores de fuera, y por la posición y demás, el juego de sombras jugaba en favor del chico. Aunque tampoco importaba mucho, Kagami no era precisamente de las personas que se fijan en el físico para acostarse con alguien, de hecho sólo le importaban dos cosas: la primera y más importante era que fuera hombre, y la segunda igual de importante era que usara preservativo. El problema en ese instante, y que no llegó a ser procesado, era que precisamente sus sentidos se encontraban embotados y la consciencia luchaba el séptimo round para seguir funcionando medianamente decente, o lo más que se le pareciera. Por lo que, básicamente, sólo estaba seguro de uno de los dos requisitos, y eso no lo recordaría hasta después.

La primera embestida fue lenta pero profunda, y Kagami fue capaz de sentir como el explorador abría un sendero por tierra inexplorada, terreno virgen. Sintió su propia tensión, esa que se oponía a la fuerza invasora, y dolía. El dolor se superponía a lo que debería ser placer delirante.

La segunda estocada fue igual de dolorosa y menos lenta, sentía que se estaba desgarrando. Y gritó con la sucesión de estocadas lentas cuyo propósito era transformarse en placer. Kagami, que siempre había sido activo, jamás se imaginó que fuera así el ser pasivo, suponía que para un hombre cuyo gusto por tener algo dentro el trabajo se limitaba a abrir las piernas y jadear, gemir y pedir por más. Pero no era así y Kagami estaba arrepentido de haberse dejado convencer para cambiar los papeles, de hecho, pensó en todos los chicos con los que se había acostado y no pudo evitar tener un chispazo de culpabilidad. Él no era tranquilo, ni cariñoso, y básicamente se arrojaba de cabeza, lubricaba y dilataba, sí, pero no era delicado ¿Cuánto les habría dolido a los otros? ¿Por qué no se quejaban? Entonces pasó.

El tesoro del punto P fue hallado y él creyó que el universo explotaba en un pequeño big bang. Se estremeció de pies a cabeza y el ardor, el dolor y su propia resistencia se volvieron placer. No porque repentinamente todo eso hubiera mutado a placer, sino porque todas las sensaciones se entremezclaban y creaban un equilibrio precario que amenazaba con hacerlo correrse sin más.

Las embestidas eran profundas dada su posición y el chico sabía moverse. Hacia movimientos circulares, salía de golpe y le creaba un jadeo, entraba con fuerza y él gritaba. Sus manos soltaron las sábanas y se cerraron sobre su pene. Acariciaba sus testículos y subía y baja con la otra mano sobre la extensión. Las caderas le dolían, la piel de las caderas del otro chocaban contra sus nalgas. El frenesí del momento ascendía vertiginosamente. Una vorágine de más, más rápido, más duro, más y más y más. Kagami, desechó su culpabilidad por sus pasados amantes y se perdonó el haberse perdido de una sensación tan placentera como esa.

— ¿Quieres darte vuelta?

Y aunque la frase medio gritada y jadeada, había sonado a pregunta, Kagami simplemente sintió como el chico salía de él y bajaba sus piernas. Luego, él mismo le ayudo poniéndose a cuatro y colocando las nalgas al aire. Ofreciéndose descaradamente. Al carajo el orgullo de activo-anti-versatilidad.

Kagami, marco su ritmo necesitado con sus caderas en ese momento en que podía moverse. Y el otro le dio cuanto quiso. Con brío y un inusitado cariño, tan fuera de lugar que por un momento descoloco a Kagami, no lo suficiente como para olvidarse que en ese momento eso era simple y llanamente sexo. Uno que bien podía entrar en su ranking privado de "Las cinco folladas más inolvidables", esa clase de noches que gustosamente volvería a repetir. O por las que se molestaría en preguntar por el nombre del contrario.

Un gruñido más potente y una serie asesina que atacó su próstata lo hizo terminar. Su miembro expulsó los millones de espermatozoides contenidos en su semen. Escucho al contrario soltar una maldición, una musical maldición, con tonito cantarín y todo. No lo sintió llenándolo y tampoco sintió que se apartara de él, que saliera. Sólo fue el peso muerto del chico en su espalda, aún dentro, aún duro, con su respiración agitada y la piel sudorosa de un firme pecho contra su propio sudor, pegajoso.

Kagami, cedió al sueño, a la bendita inconsciencia del periodo refractario. Simplemente cerró los ojos y se dejó llevar por las grandes manos de Morfeo, a un mundo de brillos estelares, brumas multicolores y demás.

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.

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Un grito, la luz del impertinente Sol entrando a raudales por la ventana cuyas cortinas yacían abiertas de par en par como si disfrutaran de ver a las personas sufrir por el molesto sol en una mañana de resaca, un golpe en su cadera y el sonido de un quejido junto al de algo que se cayó. Eso fue el despertador personal de Kagami, la mañana siguiente a la fiesta de aniversario de Akashi Seijurou con Furihata Kouki y sus cuatro años de noviazgo.

Abrió con furia sus ojos rojizos y contempló con desagrado el desastre que era la habitación. Un camino de ropa se extendía desde el umbral de la puerta hasta los pies de la cama, la mesita de noche de su lado de la cama yacía plácidamente derrumbada sobre la alfombra, una botella de vodka brillaba con la mitad de su contenido aún dentro de ella y a juzgar por la mancha de la alfombra la otra mitad embriagaba el material que cubría el piso. Aún persistía un olor inconfundible a tabaco y tenía la vaga sensación de otro olor muy identificable.

Pero sin duda lo que se llevó las palmas de la mañana, las fanfarrias y el premio mayor fue Kise Ryouta. Con su delgado pero bien formado cuerpo exponiéndose ante sus ojos como Dios lo trajo al mundo, tenía las mejillas rojas y se abrazaba a sí mismo como si estuviera a punto de romperse. Le miraba con sus orbes doradas anegadas de incredulidad y miedo. Kagami, necesitó de un par de segundos más para poder procesar lo que la escena significaba, lo que elocuentemente contaba. Entonces fue su turno de morderse la lengua para no gritar y evitarse la migraña de la resaca en niveles supremos.

—No me jodas — musito Kagami, entrecerrando los ojos y pellizcándose disimuladamente por si eso era sólo un sueño —. Esto tiene que ser una puta broma ¿cómo diablos terminamos así?

Kise, no contestó, se limitó a mirarle con ojos perdidos. Y a Kagami, le hubiera dado igual el haber despertado con cualquiera, fuera su mejor amigo, la vecina o la mamá de quien fuera, realmente no le importaba, el problema era que se trataba de Kise. Ryouta, el chico más caliente que hubiera visto, con una personalidad extrovertida y burbujeante, la persona por la que muchos matarían por tener a su lado. Ryouta, el que lloraba cuando creía que nadie lo veía, el chico que se refugiaba en porros todos los días, el mismo que permitía que los demás lo usaran como les placiera, porque estaba roto y acostumbrado al dolor. La única persona a la que curiosamente, Kagami Taiga, jamás deseó herir. Le recordaba a él. Su aire taciturno, la melancolía de su mirada profunda y engañosa, la belleza de sus actos banales, todo lo que escondía en sus palabras. ¡Eran tan similares! Que a Kagami la idea de ver como Kise se autodestruía le parecía insoportable. Acostarse con Kise le pareció asqueroso, no por él, sino por sí mismo.

Pero en ese momento, era él quien le había usado, sin importar las circunstancias era él quien se había acostado con Kise. Uno más que contribuía al retorcido concepto de sexo que tenía, otro que se sumaba a la lista de los que se aprovechaban de su cuerpo. Y eso era lo que le jodía.

—Kise — llamó, con voz suave y modulada, manteniendo a raya sus deseos por arrojarse a través de la ventana. —Esto nunca sucedió ¿Entiendes?

El aludido terminó de vestirse, entre sus manos ya sostenía una caja de cigarrillos que contenía de todo menos tabaco. Kagami, bufó al tiempo que desviaba la mirada, incapaz de mirar al chico por más tiempo.

Ryouta, agacho la cabeza y dejó que el flequillo rubio le cubriera los ojos dorados, como miel u oro fundido en su pupila. Miró a Kagami y las ganas de llorar volvieron con mayor fuerza. Cierto que llevaba meses en ese estado de caída personal, estaba tocando fondo, había llegado al punto de simplemente buscar en su desesperación cualquier sentimiento que lo hiciera sentir vivo. El dolor, la humillación, el sufrimiento, eran más efectivos que las palabras de apoyo que le decían sus amigos, más reales que las miradas de compasión que le dedicaban cuando creían que él no lo notaba. Era mil veces mejor ese placer de lastimarse a sí mismo, porque se negaba a dejar que nuevamente alguien tuviera el poder de herirlo y romperlo más, para eso mejor lo hacía él.

Sin embargo, los orbes carmín de Kagami eran diferentes. No tenían pena, había asco en ellos, odio, dolor, y no eran para él. Taiga, no fingía, era sincero, honesto. Y era, por sobre todas las cosas, lo único que quedaba de él.

Eso los hacía diferentes del resto.

Eran muñecos, títeres abandonados a su suerte al fondo del ático, esperando a que el polvo del olvido terminara por sepultarlos. Eran tristes despojos de un amor abrasador que culmino antes de tiempo. Porque él ya no estaba.

«No sucedió»

Reverbero en su cabeza, como un eco lejano. Kise, asintió y salió de la habitación.

Kagami, no se planteó la posibilidad de irle a buscar en la posterioridad. No quería. No podía. Porque tenía miedo. Y el miedo era un instinto básico que lo mantenía con vida. Acercarse al rubio era peligroso. Simplemente él no se dejaría arrastrar por esos ojos que eran iguales a los de él.


En este capítulo se hizo uso de un fragmento de la canción S.O.S Anything but love de Apocalyptica. Que obviamente no me pertenece.

Fic de capítulos cortos, y de duración también corta.

¿Adivinan quién no esta?

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P.D. Ya sé que debo actualizaciones, sólo no me maten u_u

Cuídense.