Bueno, último capítulo. Aviso desde ya que no habrá epílogo, con esto concluyo mi fanfic corto. Espero que os haya gustado y pronto empezaré fanfic nuevo. De momento, me tomaré por lo menos una o dos semanitas de descanso y nos volveremos a ver.

Capítulo 5: Amor

Despertó cinco minutos antes de que sonara el despertador esa mañana. Había dormido poco, pero lo poco que había dormido, lo había hecho profunda y apaciblemente. Aunque claro, ¿quién no dormiría bien entre los fuertes y protectores brazos de Inuyasha Taisho? Después de que él le pidiera matrimonio tan precipitadamente, fueron a su apartamento. Era el primer hombre al que llevaba allí. Hicieron el amor primero en el sofá y luego en su cama. Ya era madrugada cuando ambos cayeron rendidos.

Quiso moverse. La pierna de Inuyasha fuertemente apostada entre las suyas, su brazo bajo su cabeza y su mano acunando su pecho desnudo no le dejaban muchas opciones de movimiento. Si se movía, él se despertaría. Así de sencillo. No tenía ni la más mínima oportunidad de salir de la casa e irse a trabajar sin despertarlo, y, aunque estaba deseosa de volver a besarlo y de recibir sus caricias, no quería tener que vivir lo que aún les faltaba. No estaba preparada.

La noche anterior no contestó, no le dijo si se casaría con él o no. Estaba muy confusa y él decidió darle un aplazamiento. Ese día tenía que darle una respuesta porque ese hombre no se merecía que lo mantuviera en vilo de aquella forma después de lo bien que la había tratado, y porque ella no podía continuar con esa incertidumbre por dentro. No se iba a casar con él. Inuyasha le estaba pidiendo demasiado. Le pedía que abandonara su puesto de trabajo y su país para irse a vivir con él a Londres. Le pedía que lo esperara durante semanas en soledad mientras que él estaba de viaje de negocios. Le pedía que renunciara a todo por cuanto había luchado a lo largo de su vida. Y le pedía que soportara a diario las noticias que publicarían sobre él, sobre ella y sobre las otras. Ella podía creer en su fidelidad, pero el resto del mundo la señalaría y se reiría de ella por ser la gran cornuda según las revistas.

El despertador sonó en ese momento. Alargó su mano para apagarlo e Inuyasha se removió a su espalda, despertándose. Lo quisiera o no, ya estaba hecho, y le tocaba enfrentarse a Inuyasha antes de ir a trabajar

― Buenos días.

Ella lo saludó de igual manera y se sorprendió cuando él le hizo girarse para darle un largo y placentero beso como saludo. Otra cosa más que echar de menos cuando él se fuera de su vida para siempre. Se lamentaba de haber ido a aquella discoteca porque, después de que él se fuera, añoraría cientos y cientos de cosas.

― ¿Te apetece que te lleve a algún sitio a desayunar?

La oferta la tentó, pero no podía aceptarla.

― Tengo que ir a trabajar, Inuyasha.

― Cierto, los niños no pueden esperar.

En efecto. Ella no podía abandonar a sus niños por nada del mundo. Así pues, se dirigió hacia la ducha. Su sorpresa fue tremenda cuando Inuyasha la siguió y la acompañó, aunque la sorpresa no duró demasiado. Su asombro inicial pasó a convertirse en puro deseo cuando él la acarició bajo el agua caliente. Sabiendo que esa sería la última vez en la que podrían estar juntos, se entregó por completo a él. Cuando al fin salieron de la ducha, le flaqueaban las piernas.

Se vistió con una falda de pana hasta las rodillas y una blusa color crema que le pareció que se ajustaba en exceso a su pecho. Después, preparó el desayuno. Inuyasha seguía cada movimiento sin quitarle ojo de encima, y se preguntó si su ropa le parecería aburrida o barata. Ella no era tan sofisticada como las mujeres que solían rodearlo. Desayunaron en silencio. Volvió a su dormitorio para hacerse una trenza francesa y se puso unas medias y unos botines antes de regresar al salón, donde él la esperaba.

― Te llevaré al colegio.

No, no podía llevarla al colegio. ¿Cómo iba a permitir que los vieran juntos cuando pretendía romper su relación? Bueno, si se podía considerar una relación lo que tenían.

― Inuyasha, tenemos que hablar.

― Eso no suena nada bien.

Inuyasha no era tonto. Él habría dejado a cientos de mujeres, y debía conocer muy bien el significado de sus palabras.

― No sé cómo empezar… ― musitó avergonzada.

― Vayamos a lo más sencillo. ― empezó él por ella ― A noche no me contestaste.

Directo al grano. Supuso que un hombre como él prefería la sinceridad absoluta y decidió complacerlo.

― No voy a casarme contigo.

Decirlo fue más doloroso incluso que pensarlo. Sintió que le faltaba el aire y algo le dolió en el pecho. Eso debía ser su corazón. No esperaba sentirse así después de pronunciar en voz alta aquellas horribles palabras. ¿En verdad no quería casarse con él? Sería tonta y una mentirosa si no admitiera que la idea de pasar el resto de su vida con él no le atraía, pero con quererlo no era suficiente. Tenía que haber mucho más que eso. Tenían que amarse. Además, no sabía si podía soportar llevar su tipo de vida rodeada de excesos y periodistas.

― ¿Por qué? ― insistió.

Era muy sencillo, podía decírselo.

― Pues porque… ― suspiró ― Porque dos personas deben conocerse mejor antes de casarse.

― Pues yo creo que tú y yo ya nos conocemos muy bien.

Se sonrojó ante lo que él estaba insinuando, y se retorció las manos nerviosamente.

― No me refería a eso…

― Ni yo tampoco, me has entendido mal. Me refiero a que yo ya siento como si te conociera de toda la vida.

Eso era muy bonito y muy dulce. Lamentablemente, no era suficiente.

― Creo que no lo entiendes, nosotros no…

― ¿Es que no entiendes que nunca le he pedido algo así a ninguna otra mujer? ― parecía enfadado ― Ni si quiera me lo había planteado hasta conocerte a ti. Ahora quiero casarme, estabilizarme y tener hijos, y quiero que todo eso sea contigo.

― ¿Hi-Hijos? ― balbuceó.

Sí que había logrado sorprenderla. Ella ni siquiera pensó en la parte de tener hijos cuando hizo una lista de todas las razones por las que no debían casarse. Siempre quiso tener hijos, se dedicaba a la enseñanza porque los niños eran su vida, los adoraba. Ahora bien, tener hijos en un matrimonio sin amor no era factible. Era innegable la atracción que sentían el uno por el otro, se llevaban muy bien, y estaba claro que había algo especial entre ellos, pero eso no era suficiente para criar a un hijo. Necesitaban más estabilidad que eso. El niño, además, necesitaría ver a su padre todos los días y no una vez al mes.

― No creo que funcionase… ― dijo al fin.

― ¡Tú no quieres que funcione! ― le recriminó.

― No pertenecemos al mismo mundo, Inuyasha. Yo no quiero dejar mi trabajo, ni a mis niños y tú quieres que me vaya a Londres contigo. ¿Para qué? ― lo encaró ― Tú te irás de viaje todos los meses, y yo me quedaré sola. Si tenemos un hijo, estará esperando conmigo a que su padre vuelva, y, cuando al fin lo haga, estará demasiado ocupado como para jugar con él.

― Si aceptaras ser mi esposa, delegaría más en mis empleados para poder estar contigo. ¿Crees en serio que te dejaría sola?

No podía creerlo. Sabía que eso era exactamente lo que ocurría siempre con la gente que pertenecía a los círculos en los que se movía Inuyasha. Nunca estaría en casa, y, cuando estuviera, en esas contadas ocasiones, no tendría tiempo para su familia. No podía esperar de él algo diferente.

― Veo que en verdad te creíste todas las necedades que decían aquellas revistas…

Se había enfadado mucho con ella. No pretendía enfadarlo, ni ofenderlo de aquella manera. Sus palabras la hirieron en lo más profundo de su alma. No quería que acabaran de esa forma.

― No, yo no…

― ¡Basta! ― dio por zanjada la discusión ― No quiero escuchar más excusas baratas.

― ¡No son excusas! ― se defendió.

― ¡Sí que lo son! ― la rebatió ― ¿Crees que estoy ciego? Veo con mucha claridad lo que te ocurre. Te niegas a admitir lo que sientes por mí, lo que hay entre nosotros, y no haces más que buscar excusas para no enfrentarte a la realidad.

¿Era eso verdad? ¿Estaba buscando excusas para no hacer frente a lo que quiera que estuviera sucediendo entre ellos dos? Y de ser así, ¿por qué lo hacía?

― Aquella maldita noche en la que nos conocimos eras virgen, y ¿sabes qué me dice eso? ― le preguntó sin esperar respuesta alguna ― Que no tienes ni idea de lo que está sucediendo. Me dice que nunca has tenido un novio, ni una relación real con nadie, y que te escondes en tu apartamento todos los fines de semana para asegurarte de que nadie pueda tocarte nunca.

En su cabeza admitió que todo aquello era cierto. Su único "novio" fue Houjo y no tuvieron una relación estrictamente real. No se podía llamar una relación a ir un par de veces al cine, salir a comer una hamburguesa y darse un único beso totalmente insatisfactorio. Era cierto que nunca se divertía. Evitaba salir con sus amigas porque temía conocer a algún hombre, y, por una vez que algo importante le sucedía, escondía la cabeza bajo tierra como un avestruz.

― En vista de tu inexperiencia voy a darte otra oportunidad.

¿De qué estaba hablando? ¿Qué se había perdido?

― Tienes suerte de que sea tan sumamente paciente, y de que esté tan interesado en ti porque cualquier otro hombre te hubiera mandado a la mierda.

Desde que lo conocía, nunca lo había escuchado hablar de esa forma tan grosera y tan agresiva. En verdad estaba furioso con ella.

― Hoy estaré en la oficina hasta las ocho de la tarde. Tienes hasta entonces una oportunidad de ir a verme y arreglar las cosas, Kagome.

― ¿Y si no voy? ― preguntó temerosa.

― No me quedará más remedio que entender el mensaje y dejarte en paz. No volveremos a vernos nunca.

¿Fue a ella a la única a la que esas palabras le sonaron demasiado punzantes? Nunca era demasiado tiempo para cualquier persona, y no sabía si estaba dispuesta a aceptar un nunca. No quería que terminaran tan enfadados entre ellos, ni que su relación se estropeara hasta tal punto. ¿No había forma de que pudieran ser amigos? Ella se tragaría sus celos cuando viera en las revistas alguna fotografía suya con otra mujer y ya está. Podrían llegar a un acuerdo, pero, a juzgar por su mirada, no aceptaría menos que tenerla por esposa.

Él le lanzó una última mirada dolida, y se volvió para salir de su apartamento con la cabeza gacha. Le hubiera gustado tener alguna palabra de consuelo que decir en ese momento, mas disculparse no le pareció una buena idea. Entonces, hizo una de sus acostumbradas tonterías.

― No iré a tu despacho, Inuyasha.

Él se detuvo en el umbral de la puerta al escucharla, cuadró los hombros, y se marchó.

Estuvo dándole vueltas al asunto desde que salió de su casa hasta que llegó al colegio, y mientras daba sus clases. Nunca estuvo tan despistada durante la clase de francés como para que un alumno tuviera que corregirla. A la siguiente hora, mandó a sus alumnos de segundo que se pusieran a dibujar porque no estaba lo bastante concentrada como para dar la clase. Cuando llegó el recreo, ya estaba machacada por completo.

En la sala de profesores se encontraban sus amigas, Houjo y algún profesor más. Houjo intentó disculparse con ella por lo sucedido anteriormente, pero ella no tenía ganas de hablar con él. Se sentó con sus amigas y las escuchó hablar. En realidad, a penas escuchaba lo que decían. Antes de que terminara el recreo, fue al cuarto de baño de los profesores, y se mojó su acalorado rostro por todas sus preocupaciones. ¿Por qué le afectaba tanto la idea de saber que nunca volvería a verlo? Ella rechazó su oferta de matrimonio. Ella lo dejó. No entendía ese sentimiento de culpa que apenas le permitía moverse, ese dolor en el pecho, su estómago encogido. ¿Acaso estaba enamorada?

Nunca había estado enamorada, sólo había leído acerca de ello en las novelas, y nunca le pareció algo real porque nunca lo había vivido. ¿Se podía amar tanto a una persona como para estar dispuesto a interponerse entre él y una bala, por ejemplo? Pensó en Inuyasha en esa situación, y, sorprendentemente, ni siquiera dudó en su respuesta. ¡Claro que lo haría! Era Inuyasha, SU Inuyasha, y ella había cometido la mayor estupidez de toda su vida.

― ¡Soy tonta!

Se llevó las manos a la cabeza, agobiada por el rumbo que tomaban sus pensamientos, y apretó los dientes, furiosa. Cuando abrió los ojos, sus alumnos la observaban boquiabiertos. Ninguno de ellos entendía su reacción, y ella estaba tan ausente de su clase que ni se había percatado de que hacía tiempo que volvieron del recreo. Se disculpó con sus alumnos y alzó la mirada hacia el reloj de la pared. Eran las doce. Los niños terminaban sus clases a las doce y media. Inuyasha dijo que estaría en su despacho hasta las ocho de la tarde así que podría pillarlo. Tendría que suplicar mucho y arrastrarse, pero era justo lo que se merecía por ser tan tonta.

Inuyasha tenía razón en todo. Tal vez, en ese momento, su relación les pareciera complicada de llevar, y lo era, pero ellos dos juntos lograrían encontrar su propia estabilidad. ¡Lo lograrían! Se casaría con él si aún estaba dispuesto a aceptarla, y tendrían no un hijo, sino que muchos hijos. Ella sabía que su padre jugaría con ellos. Inuyasha no abandonaría a sus hijos, ni a ella.

En cuanto sonó la campana, salió corriendo de la clase, adelantando a todos sus alumnos. Ni siquiera se despidió de sus amigas, y sólo se paró para fichar en secretaria antes de marcharse de allí. Corrió por las calles de Boston mientras rebuscaba en su bolso la tarjeta que Inuyasha le había dado. En la tarjeta estaba apuntada su dirección y sus números de teléfono de Londres. Inuyasha le había apuntado por detrás su dirección y sus números de teléfono provisionales en Boston. Reconoció aquella calle y aquel edificio en cuanto lo leyó. Allí era donde se encontraban las grandes oficinas de la ciudad. Todo el mundo conocía el distrito financiero.

Entró a la carrera, haciendo caso omiso del guardia de seguridad que la seguía, y entró a tiempo en el ascensor antes de que las puertas se cerraran y el guardia pudiera atraparla. Las otras personas subidas al ascensor la miraron con extrañeza. No obstante, ella estaba demasiado jubilosa como para prestarles atención. Marcó la planta escrita en la tarjeta y se deshizo la trenza mientras esperaba. Se azuzó el cabello como una adolescente y se desabrochó el abrigo. Ojala Inuyasha pudiera perdonarla.

Al salir en esa planta, se escondió tras una maceta. Había una secretaria y un trabajador justo frente al gran despacho en el que debía encontrarse Inuyasha. Esperó pacientemente, y, cuando ellos dijeron de irse a comer, se apretó contra la pared para no ser vista. Ellos bajaron en el ascensor y ella al fin pudo dirigirse hacia su despacho.

― ¡Inuyasha!

Al abrir la puerta, descubrió, decepcionada, su asiento frente al gran escritorio vacío. Él no estaba. A lo mejor también había bajado a comer. Podía esperarlo.

― ¡Qué interesante!

Desvió la mirada hacia un sofá a la derecha y vio a un hombre cuyo rostro le resultó extrañamente familiar. Le restó importancia a su instinto, lanzándole alertas en ese momento, y vio a aquel hombre como una oportunidad de saber dónde estaba Inuyasha.

― Disculpe, ¿sabe por casualidad dónde se encuentra Inuyasha Taisho?

― ¿El banquero? ― le preguntó él en respuesta.

Asintió con la cabeza consternada. Estaba en su despacho, debía saber muy bien de qué estaba hablando ella.

― Está reunido, vendrá en un rato.

Respiró aliviada al escucharlo. Inuyasha no había adelantado su viaje, ni había faltado a la oficina, ni la estaba evitando. Lo esperaría, y, en cuanto llegara, suplicaría perdón. Le gritaría, si hacía falta, que él tenía razón en todo y que lo amaba. Así de sencillo. Mientras pensaba en su gran plan, el hombre que le había dado la información, se acercó a ella, y estiró el brazo para cerrar la puerta tras ella, aprisionándola entre su cuerpo y dicha puerta.

― ¿N-Nos conocemos? ― preguntó nerviosa.

¿De qué le sonaba esa cara?

― No todo lo que a mí me gustaría… ― sonrió y la contempló con lascivia ― Pero eso se puede solucionar.

…..

No sabía decir si estaba enfadado, triste o desesperado. Kagome no lo quería. La única mujer en toda su vida de la que se había enamorado no quería saber absolutamente nada de él. Si incluso parecía horrorizarle la idea de que tuvieran hijos juntos. Su reputación y las falsedades escritas en aquellas revistas lo precedían, y Kagome había preferido ocultarse en su apartamento y hacer como que nunca se habían conocido. Él no podía olvidar tan fácilmente.

Kagome era especial, lo supo desde el primer momento en que la vio bailando en aquella discoteca. Supo que ella no era como las demás. Cuando se marchó sin dejarle ninguna pista para poder volver a contactar con ella, supo otra cosa. Kagome no buscaba a un hombre rico a el que aferrarse en aquel lugar. Cuando la encontró y vio que era una adorable maestra de escuela, se le derritió el corazón. Kagome era toda la inocencia y bondad que él siempre había deseado, todo aquello con lo que había soñado. Ahora que al fin la encontraba, se le escurría de entre los dedos. Si ella le diera una oportunidad de demostrarle lo mucho que la amaría durante el resto de su vida.

Podía comprender que no lo quisiera. Su fama lo precedía. Se arrepentía tanto de las cosas que le dijo en su apartamento. Estaba furioso porque ella lo rechazaba, y se comportó como la clase de idiota que siempre había criticado. Incluso hubiera suplicado si creyera que con eso iba a conseguir que Kagome le diera otra oportunidad. La muchacha se mantuvo impasible hasta su partida, y le dejó bien claro que no lo buscaría. Era momento de ir aceptándolo.

Nunca era demasiado tiempo. ¿Cómo pudo decir eso? Ni siquiera tenía una fotografía de ella para poder recordarla. Nada que atrajera a su memoria su recuerdo, y, tal vez, fuera mejor así. Se había enamorado y había perdido. Así era el amor. Quizás no debió presionarla tanto como lo hizo. Kagome no quería irse de Boston, no quería dejar su colegio, y no quería a un hombre que llevara demasiado trabajo sobre su espalda. Quería un hombre que la amase y atendiese las veinticuatro horas del día, y lo merecía.

Bajó del ascensor en su planta y vio la mesa vacía de su secretaria. Al consultar su Rolex comprobó que era la hora de comer, y pensó que su ayudante habría bajado con ella. Quizás él también lo hiciera, aunque no tenía demasiada hambre. Probaría a bajar a la cafetería a ver si le entraba el apetito allí.

― El correo… ― murmuró para sí mismo.

Había olvidado coger su correspondencia de la mesa de su secretaria. Se volvió de nuevo hacia el escritorio y agarró un par de cartas. Nada especialmente relevante, ni que requiriera su especial atención. Se dispuso a dirigirse de nuevo hacia el ascensor cuando escuchó un ruido procedente de su despacho. Sacudió la cabeza pensando que lo había imaginado cuando le llegó otro ruido más fuerte.

― ¿Qué demonios sucede ahora?

Se dirigió hacia la puerta de su despacho y la abrió con cuidado por si había algún ladrón. No vio a nadie. Extrañado, abrió más la puerta, y dio un paso al frente sobre la moqueta. Otro ruido. Provenía de detrás de su escritorio. Dio otro paso precario, creyendo que alguien estaba registrando sus documentos privados y sus pies se enredaron en algo. ¿Era un abrigo?

― ¡Estate quieta!

¿Qué estaba pasando allí? Era la voz de un hombre y parecía estar hablando con una mujer. Como a su secretaria y a su ayudante se les hubiera ocurrido la idea de… ¡No! No serían tan idiotas como para hacer algo semejante. Escuchó más ruidos. Parecía un forcejeo y, la voz de ese hombre, no era la voz de su ayudante.

― ¡No!

Reconoció esa voz femenina al instante. Aquella era la voz de Kagome indudablemente. Cuando vio asomar en una esquina de su escritorio una pierna de Kagome con su botín puesto pero con la media desgarrada, una neblina roja lo cegó. Alguien estaba forzando a Kagome.

― ¡Inuyasha!

Gritó ella en un sollozo. Corrió hacia ellos, rodeó el escritorio y agarró al hombre que se había echado sobre ella. Tiró de él, apartándolo de su mujer, lo giró y le dio un puñetazo en la mandíbula que le hizo gritar. Lo apartó de una patada bien lejos y contempló la mancha de sangre que acababa de aparecer sobre la moqueta. Aquel hombre era su antiguo cliente. El cliente que intentó propasarse con Kagome en la discoteca. El cliente a el que había amenazado con meterlo en la cárcel. ¿Acaso no aprendía?

― ¡Desgraciado! ― le dio otra patada en el estómago ― ¡Te lo advertí!

Le escupió encima y se volvió hacia Kagome con la furia aún impresa en su rostro. Al verla encogida y temblorosa en el suelo, a él mismo se le encogió su propio corazón. Ese bastardo había reventado todos los botones de su blusa, tenía la falda levantada hasta las caderas y sus medias desgarradas de principio a final mostraban sus hermosas piernas. Se volvió de nuevo hacia su cliente, y le dio otra patada, furioso por lo que estaba viendo. Jamás perdonaría.

Se quitó su propia chaqueta y ayudó a Kagome a sentarse en su sillón para luego ponérsela sobre los hombros. Ella tembló sin dejar de llorar silenciosamente, y él la estrechó entre sus brazos, asustado por lo que podría haber sucedido si no hubiera tenido la idea de ir a buscar su correo. Su mujer violada, en su propio despacho, por ese desgraciado… El solo pensamiento lo ponía enfermo.

― Kagome, ¿estás bien?

Sabía que la pregunta era bien estúpida en esos momentos. Claro que no estaba bien.

― Creo que sí…

Tan típico de ella no querer preocupar a nadie. Decidió dejarlo estar por el momento ya que el shock debía de haber sido demasiado grande para ella, y la ayudó a levantarse con él. Ella se aferró a él con fuerza. Clavó los dedos en su camisa, temerosa de que fuera a soltarla en algún momento. ¡Estaba aterrada!

― Taisho…

¿Podría ser legal matar a ese bastardo?

― ¡Márchate! ― le gritó ― ¡Y por tu bien espero no volver a verte nunca!

El hombre se fue levantando con dificultad hasta que sus rodillas temblorosas consiguieron mantenerlo en pie. Le dirigió una mirada cargada de odio, y tuvo la osadía de sonreír al observar los temblores del cuerpo de Kagome. En verdad quiso matarlo. Todavía no sabía cómo pudo retener aquel impulso asesino.

― ¿Vas a perder el negocio de tu vida por esa mujerzuela?

― ¿El negocio de mi vida? ¡No eres tan importante! ― se burló ― Estás loco si crees que voy a tener algo que ver contigo cuando te has atrevido a intentar mancillar a la mujer a la que amo.

― ¿Amor? Eres débil Taisho…

― No, soy mucho más fuerte que tú. ― aseguró ― Te lo advierto, si alguna vez en tu vida vuelves a cruzarte en mi camino, lo lamentarás. Por el momento, me conformaré con hundir tu asquerosa e ilegal empresa.

Por fin ese desgraciado fue verdaderamente consciente de las consecuencias de sus actos. Se marchó sin causar más problemas, con la esperanza de que no fuera a cumplir su amenaza. Lo que ese hombre despreciable no sabía, era que Inuyasha Taisho siempre cumplía sus amenazas.

En cuanto salió de su despacho y cerró la puerta, le levantó el mentón a Kagome y limpió sus lágrimas. Ya no parecía tan aterrorizada como minutos antes, pero todavía estaba muy intranquila. Sintiendo que él mismo estaba a punto de perder el control, ocultó su rostro en el hueco de su cabeza y su hombro, y la estrechó entre sus brazos como si temiera que fuera a evaporarse. Las lágrimas contenidas le escocían en los ojos. Había faltado tan poco para que le hicieran algo horrible a Kagome.

― Jamás volveré a dejarte sola, Kagome. ― prometió ― Te protegeré.

Ella asintió con la cabeza contra su hombro.

― Ya nunca podrás librarte de mí. ― juró.

― No quiero librarme de ti… ― musitó ella ― Te amo, Inuyasha.

Y aquellas fueron las palabras más maravillosas que había escuchado en toda su vida. Kagome lo amaba, lo quería a él, y no se trataba de una broma. Ella nunca sería tan cruel, y mucho menos después de todo lo acontecido.

― Kagome… ― musitó conmovido.

― Sé que soy poca cosa y que no puedo esperar que tú también me ames, pero…

― ¡Espera!

Impidió que continuara diciendo esas cosas, y la apartó de él lo suficiente como para mirarla a los ojos. ¿En serio creía que él no lo amaba? ¿No era evidente que estaba loco por ella?

― ¡Kagome, despierta! ― le ordenó ― ¿Por qué eres la única persona incapaz de ver que beso el suelo que pisas?

― No entiendo…

― ¡Te amo, tonta! ― le aseguró.

A ella se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. Se puso de puntillas y lo besó. Él volvió a estrecharla entre sus brazos y correspondió a su beso, fascinado por la vuelta de la magia. No había nada en ese mundo que quisiera o necesitara más que a Kagome Higurashi.

― Quiero casarme contigo, Inuyasha. ― musitó ella contra sus labios.

― Me has robado el placer de volver a pedírtelo…

Se volvieron a besar durante unos minutos. Después, salieron del despacho cogidos de la mano para ir a comer algo mientras discutían qué iban a hacer con sus vidas. Decidieran lo que decidiesen, lo harían juntos y encontrarían su propio equilibrio. Era curioso lo fácil que resultaba enamorarse a primera vista de una persona y lo difícil que era asumirlo y dar un paso adelante. Lo que ellos tenían muy claro, es que cuidarían su relación de principio a fin para que nada, ni siquiera ellos mismos, volviera a separarlos nunca.

FIN