Eran como dos pequeñas bolas de pelo temblorosas, suaves e hiperactivas. Astoria las miró con el corazón lleno de alegría, incapaz de creerse las palabras de su padre.

Son de pura raza, con un pedigrí inmaculado y un brillante árbol genealógico. Espero que sepáis cuidarlos bien.

Ella asintió enérgicamente y miró a su hermana, quien no parecía tener el más mínimo interés en los animales.

Yo no quiero ninguno. Son criaturas chillonas y malolientes, devuélvelas —afirmó, esgrimiendo una profunda mueca de desprecio.

¡No, padre! —exclamó ella, poniéndose en pie—. ¡Yo si quiero tenerlos!

Daphne, se van a quedar y ambas cuidareis del vuestro —aclaró él con firmeza—. Así aprenderéis a ser responsables.

¡Pero yo no…!

Silencio, Daphne, sólo hazlo.

Ella frunció el ceño, claramente molesta, dio un paso y agarró a uno de los mininos, de brillante pelaje blanco, sin mucho cuidado. Astoria se compadeció del pobre animal y, en cuanto su hermana hubo abandonado la habitación, abrazó al gato restante, tiznado de un color marrón cobrizo.

Yo cuidaré de ti —dijo, sonriente.

Los días dieron paso a las semanas y el animal crecía con alegría y vigor. Astoria le cuidaba con sumo cariño, peinaba su pelaje cada día y se aseguraba de que tuviera los ojos, de un color anaranjado, libres de legañas. Lo alimentaba siempre que el animal lo pedía y jamás lo dejaba sólo si podía evitarlo. Sin darse cuenta, aquel pequeño animal se había convertido en su confidente, en su amigo, alguien con quien compartir los días nublados y las horribles noches de tormenta.

Sin embargo no todo era alegría en la casa. Daphne había cumplido su amenaza y su pequeña cría no había podido sobrevivir más de una semana. A ella no le afectaba lo más mínimo la pérdida pero no soportaba el hecho de que sus padres le pusieran a Astoria de ejemplo. Cada vez que las palabras "deberías haberlo hecho como Astoria" salían de la boca de alguno de ellos su corazón se inflamaba de odio. No podía soportar el hecho de que su hermana pequeña fuera mejor que ella en algo, en lo que fuera, aunque sólo fuera en cuidar animales domésticos.

Por eso actuó como actuó y por eso ocurrió lo que ocurrió. Pues aquel fatídico día de otoño cambiaron dos cosas; Daphne marcó con sangre su posición primogénita eternamente superior, y Astoria convirtió su corazón en una oscura piedra de carbón. Porque jamás olvidaría el cuerpo inerte de su gato, antaño tan lleno de vida, tirado en el suelo. Ni tampoco la caja de veneno para ratas en la mano de su hermana.

Nunca podrás superarme, Astoria, que te quede bien claro. Siempre a mi sombra, ¿entiendes? Siempre a mi sombra.

Esas palabras, afiladas como cuchillos, nunca podrían abandonar sus recuerdos.

ooOOoo

Fue el silencio angustioso lo peor de todo aquello. Aún no había recuperado la sensibilidad de sus extremidades por lo que no notaba nada, caminaba a ciegas. No sentía la sangre caliente correr ni el tacto afilado del cuchillo. Nada.

Entonces algo la abrazó. De pronto se vio arrinconada por un cuerpo cálido y convulsionante que no dejaba de apretarla, como si temiera que se fuera a escapar. Poco a poco abrió los ojos y lo que en un principio parecía ser una mancha borrosa y difusa se transformó en él. De pronto su esencia llegó a ella, reconoció la calidez de su cuerpo y la frialdad de sus ojos.

—Draco —murmuró, desconcertada—. Draco, ¿estamos muertos?

Pero él no respondió, sino que miró detrás de ella, serio. Hermione siguió la dirección de su mirada y entonces lo vio.

Ella, Astoria Grengrass, se encontraba petrificada en su posición, sin dejar de temblar. Sus ojos, antaño suspicaces, no reflejaban otra cosa que no fuera terror, el más profundo de los terrores. Y, en frente suya, estaba el pequeño elfo. Su cuerpo escuálido convulsionaba y de sus enormes ojos no cesaban de surgir lágrimas amargas. Pero, lo que llamó la atención a Hermione fue lo que el elfo empuñaba, lo que hundía en el estómago de su ama.

—Mi ama —balbuceó Humy, apoyando la frente contra ella—. Mi amita Astoria…

Ella abrió los labios pero, en vez de palabras, un líquido negruzco surgió de ella, se deslizó por la comisura de sus labios y cayó, manchando la nuca del elfo.

—Mi amita no puede vivir, mi amita no merece vivir —repetía el ser.

Hermione quiso acercarse, consolar al elfo, pero Draco la detuvo. Negó con firmeza y ella no necesitó replicar.

Poco a poco las piernas de Astoria perdieron firmeza y ella cayó hacia atrás, desplomándose en un sonoro golpe seco. Su cuerpo comenzaba a tiznarse de un color oscuro, de sus párpados brotaban lágrimas negras y su boca se movía, desesperada, intentando exhalar las últimas bocanadas de aire.

Entonces, en un último esfuerzo, ella se giró y los miró. El blanco de sus pupilas había sido sustituido por oscuro carmín y su hermoso iris verde ya no era más que una fina línea prácticamente inexistente. Alzó la mano entre temblores y la extendió hacia ellos, como si quisiera alcanzarlos. Pero de pronto su espalda se arqueó y de entre sus labios surgieron cientos de gritos desgarradores e incomprensibles, ahogados por el líquido fétido que no dejaba de salir.

Hermione se obligó a no apartar la mirada, apretó sus manos en torno a los brazos del rubio y aguantó sin permitirse el respirar hasta que el cuerpo de aquella mujer dejara de moverse, hasta que el último quejido fuera suspirado, hasta que su corazón al fin se rindiera al veneno.

Y, cuando el sonido que produjo su brazo al caer reverberó entre las paredes, cuando su pecho no volvió a subir y sus ojos miraron sin ver a la nada; una cómoda calma se instaló en su pecho. Se sintió culpable de ello, pero la culpabilidad era algo tan menudo en comparación al bienestar, que poco le importó.

Se deshizo del abrazo de Draco y caminó hacia el elfo.

—Humy yo…

—Humy hizo desaparecer el cuchillo de su mano antes de que hiriera a sus amigos —susurró él, acuclillándose junto al cuerpo de su ama—. Humy sólo quería salvarla pero entonces entendió que, hiciera lo que hiciera, una de las dos tendría que morir… Humy no eligió a su ama, Humy no hizo prevalecer el apellido de la familia a la que cientos de años de generaciones de los míos han servido… Humy decidió salvar una hija de muggles a la que apenas conocía —añadió, deslizando sus manos por la tibia piel de Astoria, hasta llegar a donde la empuñadura del cuchillo brillaba a la luz de las antorchas—. Humy ha incumplido la primera regla que todo elfo doméstico debe seguir, poner a los amos siempre en primer lugar; por encima de la vida de los demás, de la familia, de la propia.

—Escúchame, has hecho lo que debías, nadie podrá culparte ni hacerte daño porque nosotros vamos a protegerte, ¿de acuerdo? —afirmó Hermione.

Humy sonrió con tristeza y, en un movimiento rápido, extrajo el cuchillo del estómago de Astoria.

—Humy ha hecho lo que debía —concedió, girándose hacia ellos—. Pero Humy debe pagar por sus actos… Humy no es lo suficientemente fuerte como para seguir viviendo… Humy debe acompañar a su ama, en esta vida y en la otra.

Entonces, antes de que ninguno de los presentes pudiera reaccionar, las manos del elfo se movieron en un golpe fuerte y certero. La hoja afilada atravesó su delgado cuerpo de parte a parte y creó un reguero de sangre oscura que manchó de rojo el sucio trapo.

—¡Humy! —chilló Hermione, agarrándolo antes de que el ser se precipitara contra el suelo—. ¡Humy, vamos, no te rindas! ¡Vive, Humy, te mereces una vida libre y feliz! ¡HUMY, POR FAVOR!

Pero él no respondió, esbozó una amplia sonrisa y cerró los ojos lentamente. Hermione abrazó el sangriento cuerpo del elfo contra ella, balanceándolo con suavidad como si se tratara de un bebé, dejando escapar gritos de dolor y terror a partes iguales. Percatándose al fin de lo que había ocurrido aquella tarde, que Astoria estaba muerta y que un pobre elfo doméstico inocente había seguido su misma suerte.

—Hermione, levántate. Levántate como siempre haces.

Ella alzó la mirada, anegada de lágrimas y lo miró.

—No quiero… No quiero hacerlo otra vez, no puedo cargar con más muertes, Draco, no más muertes inocentes.

—Humy ha muerto como un elfo libre, ¿no te das cuenta? Tú le has hecho libre y has permitido que se reúna con su padre. Respeta sus decisiones, respeta su sacrificio y levántate, Hermione, levántate otra vez porque esta no será la última vez que tengas que hacerlo —afirmó, extendiendo su brazo hacia ella.

Hermione se percató de que el brazo de Draco temblaba, de que él también tenía miedo, que él también tenía dudas. Pero estaba en pie, seguía adelante. Asintió, apoyándose en él para levantarse, aún con Humy en brazos.

Los tres bordearon el cadáver de la mujer con suma frialdad, condenando el recuerdo de que aquella horrible mujer al más cruel de los olvidos. Draco fue el último en salir y, antes de hacerlo, se permitió mirarla por última vez. Ahora, pálida y ensangrentada, Astoria no parecía más que una pequeña niña de porcelana, débil y rota. Su verdadero aspecto, su verdadera esencia.

—Draco, ¿nos vamos? —inquirió Theo a su espalda.

—Sí, vayámonos de aquí —respondió él, girándose para cerrar la puerta tras de sí. Sellando al fin sus miedos, acallando al fin sus remordimientos.

ooOOoo

Kingsley Shacklebolt alzó la mirada al horizonte. La luz del sol comenzaba a iluminar su despacho, vaticinando el fin de una larga noche. Ojeó de nuevo la hora en su reloj de pulsera y suspiró, ya habían pasado muchas horas desde que Draco se internó en la casa y no había recibido respuesta alguna. ¿Y si no lo conseguían? ¿Y si, por fuerza de cabezonería, acababa perdiendo a los tres? ¿Podría perdonárselo?

Fue entonces cuando lo vio; una luz azulada traspasó sus ventanas y se posó sobre su escritorio, materializándose en un dragón de enormes fauces.

—Estamos en el jardín trasero, necesitamos tu ayuda.

No necesitó escucharlo dos veces ni tampoco preguntar, agarró la varita con rapidez y giró sobre sí mismo, desapareciéndose.

Las milésimas de segundo que duró el viaje se le hicieron eternas y, cuando al fin sintió el frescor de la hierba recién cortada bajo sus pies, abrió los ojos. Ante él se levantaba la imponente mansión de los Grengrass, silenciosa y curiosamente apagada. Frunció el ceño y, sin esperar más, comenzó a andar hacia el jardín trasero. A medida que se aproximaba los latidos de su corazón parecían adquirir mayor fuerza y su respiración se aceleraba. Entonces, cuando vio a las tres personas junto a la fuente de piedra, se paró en seco.

Lo primero en lo que se percató fue su estado, parecían cansados tanto física como psicológicamente. Theo portaba una mirada perdida, Draco apretaba fuertemente la barbilla y Hermione… Hermione llevaba en sus brazos lo que parecía ser un bulto sangrante.

—¿Qué demonios ha pasado? —inquirió, llamando su atención.

—Se ha acabado —respondió Draco.

—¿Habéis matado a…?

—No, nosotros no, pero él sí —aclaró Hermione, mostrándole el cuerpo inerte del elfo.

Kingsley frunció el ceño, no se esperaba algo parecido.

—Esto no está bien —murmuró—. No nos convenía que el autor del homicidio se suicidara. Si ya de por sí sería difícil hacer creer al juzgado que un elfo doméstico ha matado a su ama, imagínate si encima el "presunto autor" está muerto.

—¿Y qué se supone que debemos hacer? —espetó Theo.

—No os podéis quedar aquí, seguro que van a por vosotros en cuanto se sepa que Astoria ha muerto, sobre todo a por ti, Draco. Y ni si quiera yo podré impedirlo.

—Pero no podemos volver a exilio, no va a funcionar de nuevo.

—Lo sé, Nott, necesitáis que alguien os esconda… Alguien de confianza.

—¿Crees que podríamos contactar con Blaise? —aportó Draco.

—Lo dudo mucho, Blaise prácticamente ha desaparecido del mapa.

—Escuchadme, tengo un primo en Etiopía que podría esconderos, pero tendríais que iros ya, no hay tiempo para despedidas ni equipajes, en cuanto los padres de Astoria se percaten de que su hija ya no está removerán cielo y tierra para encontrar a los culpables, no importa que no hayáis sido vosotros.

—Espera, espera, ¿por qué harías algo así, Kingsley? —increpó Draco con sumo recelo.

—Mira, Malfoy, sé que piensas que miré a otro lado cuando sucedieron las revueltas, pero no fue así. Sé que no entiendes lo que significa ser ministro pero no importa. Dumbledore siempre cuidó de ti, ¿lo sabías?, siempre confió en que enmendarías tu camino y yo me negaba a creerlo. Por eso hicimos una apuesta y me comprometí a que, si algún día de verdad cambiabas, yo haría todo lo posible por ayudarte en ello. Así que ya lo sabes, Malfoy, siempre cumplo mis promesas.

Draco intercambió una mirada de sorpresa con Theo, incapaz de acabar de creerse sus palabras.

—Será mejor que usemos un traslador para hacer el primer tramo, no será conveniente que uséis los aeropuertos del país. Os mandaré la dirección por lechuza en cuanto haya contactado con mi primo.

—De acuerdo, iré a prepararlo todo con Luna —concedió Theo antes de despedirse con una cabezada y desaparecerse.

—Bien, os dejo entonces.

Ambos observaron como Kingsleyrepetía la acción y abandonaba el lugar, dejándolos solos. Entonces Hermione se acercó a Draco y le cogió la mano. Él reaccionó con sorpresa ante su acción pero decidió guardar silencio y apretar su mano en respuesta.

—Vámonos, Draco, tenemos mucho que hacer.

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La lechuza de Kingsley no tardó más de cuarenta minutos en llegar y, cuando lo hizo, Hermione sintió un gran pesar en su corazón, uno que tenía la intención de quedarse. Sin embargo se obligó a mantener la calma y le tendió el sobre a Draco, quien lo aceptó en silencio.

A su derecha descansaba la maleta, ya hecha, y en frente de él una hoja repleta de disculpas y excusas dirigida a su madre. Hermione comprendía sus dudas, su nerviosismo, sabía que no era la primera vez que huía y que aquello le estaba haciendo enloquecer.

Suspiró, acercándose para sentarse a su lado.

—Draco yo… Quería decirte algo.

Él asintió, instándola a continuar.

—Sé que no siempre hemos tenido una buena relación, que incluso hemos llegado a odiarnos pero, eso ha cambiado. Aún no logro entender lo que tenemos, si es que tenemos algo, pero todo esto me ha ayudado en cierta medida. Creo que nos comprendemos, que hay algo que sólo nosotros entendemos, que sólo nosotros podemos aclarar. Y, ciertamente, voy a echarlo de menos.

—Yo también voy a echar de menos la brasa que me das con los temas de conciencia, Hermione —añadió él, sonriendo—. Lo que hemos pasado… No ha unido y no quiero que esa unión se rompa, nunca.

—No lo hará.

—No lo puedes saber —afirmó él—. Quizás conozcas a alguien más durante mi falta y puede que…

—Espera, espera, ¿eso que oigo son celos, Draco? —le espetó, divertida.

—Pues sí, lo son —concedió, haciendo que su sonrisa se borrara de un plumazo—. No quiero que nadie más te tenga, que nadie más te necesite.

—¿Necesite? ¿Qué quieres decir?

—Pregúntaselo a tu amiga Lovegood, es culpa suya.

—Pero no entiendo lo que…

—Hermione, sólo olvídalo, ¿de acuerdo? —rogó, poniéndose en pie.

Ella asintió, confusa, sin dejar de mirarlo. Pero Draco no dijo nada más durante las dos horas, sino que siguió recogiendo lo indispensable en silencio y, aunque Hermione no dejaba de pensar en sus palabras, tampoco hizo amago de preguntar. Simplemente no querría enturbiar sus últimos momentos juntos porque, en cierta manera, tampoco quería pensar en que aquellos eran de verdad sus últimos momentos juntos.

ooOOoo

El sonido de cuatro personas apareciéndose resonó entre las colinas tupidas de hierba. La quinta, sentada unos metros más allá, los observó mientras se acercaban; las miradas de incertidumbre, pesar y esperanza que portaban y sus pisadas, entre firmes y titubeantes.

—El traslador se activará dentro de unos minutos —comunicó en cuanto estuvieron cerca—, aseguraos de no perderlo.

Ellos asintieron y Luna, tendiéndole a la niña a Theo, cogió las manos de Hermione y tiró de ella, alejándola un poco del resto.

—Escucha, Hermione, tienes que venir con nosotros —susurró—. Nada te ata aquí y con nosotros puedes ser feliz… Los dos podéis ser felices.

—Luna, no puedo, alguien debe de quedarse aquí para asegurarse de que las cosas se calman, para permitiros la vuelta.

—Pero, ¿y si ya no hay regreso? ¿Por qué no empezar de cero, por qué no olvidar y volver a comenzar?

—Yo no quiero olvidar, Luna —afirmó, sonriendo—. Ni lo bueno ni lo malo.

Ella suspiró, soltando sus manos con pesar.

—No voy a insistirte, tengo muy claro que no cambiarías de opinión, ¿me equivoco? —inquirió, cruzándose de brazos—. Sólo te pido una cosa, que lo mires bien y me digas que no sientes nada. Sólo eso.

Hermione asintió y lo miró. Observó como su pelo rubio, el cual ya había alcanzado una longitud considerable, danzaba al viento. Observó su porte recto y firme a cualquier vendaval y esos ojos, esas piedras grises y frías, que tantas veces había morado en su interior. Exhaló un hondo suspiro.

—No puedo —concedió—. No puedo, porque estaría mintiendo. Lo siento, Luna.

Sin embargo la rubia sonrió, abrazándola con fuerza.

—No lo olvides pues, ¿de acuerdo?

Entonces, antes de que Hermione pudiera responder, la vieja cartera de latón comenzó a brillar con potencia.

—¡Luna, vamos! —exclamó Theo.

Ambas se acercaron corriendo al objeto y, mientras que Luna se abrazaba de la espalda de Theo, la castaña permanecía junto a Kingsley, obligándose a ser fuerte por mucho que le temblaran las rodillas. De repente, antes de que la onda de color azulado se cerniera junto a ellos, Draco se acercó a Hermione y, sin previo aviso, la abrazó de la cintura para atrapar sus labios con los suyos.

Sintió en aquel beso todo lo que él había sido incapaz de decir con palabras, el miedo a lo desconocido y la esperanza de la calma. Notó con su lengua atacaba con fuerza, como aquel beso parecía ser más una batalla que un gesto dulce, como si quisiera que aquello jamás se fuera de su mente. Y, sin quererlo, lágrimas silenciosas corrieron por sus mejillas; correspondió con fuerza a su pasión y olvidó la presencia del resto. Sólo él, sólo ella. Nada más.

Pues cuando la calidez de sus labios la abandonaron, sintió un intenso frío posarse en su pecho. Draco acarició sus mejillas, borrando con cuidado el reguero de lágrimas y entonces sonrió.

—Volveré a por ti, Granger, no lo olvides —susurró en tono burlón—. ¿prometes esperarme?

—No pienso prometerte nada, Malfoy —le espetó ella.

—¡Vamos, Draco, que el traslador se va!

Él asintió y, rozando los labios de la castaña una última vez, agarró el hombro de Theo. Antes de que la luz azulada se los llevara, Hermione pudo verlo sonreír de verdad, no con amagos de medio lado o sonrisas burlonas. No, aquello era de alegría, aquello era real. Hermione no pudo sino corresponder su sonrisa con otra.

—¡Nos volveremos a ver! —advirtió él.

—Ya lo creo, Draco —susurró ella, observando como el parpadeo azulado se desvanecía en el aire—. Nos volveremos a ver.

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EPÍLOGO

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Las gotas de lluvia rebotaban con fiereza sobre la superficie del paraguas, deslizándose para de nuevo caer al suelo. La negrura de la tormenta sólo era interrumpida por la tenue luz de los farolillos y el sonido de sus pisadas sobre el suelo embarrado era lo único que sobresalía entre el rumor del agua cayendo.

La mujer, vestida completamente de negro desde el vestido hasta el sombrero, avanzaba con la mirada puesta en una de las lápidas, de piedra blanca y pulida, flanqueada por dos ángeles de gesto pesaroso cuyos ojos miraban al cielo sin poder alcanzarlo.

Poco a poco la lluvia fue amainando y cuando ella llegó junto a la tumba el agua ya no caía. Cerró el paraguas con un movimiento ligero y rápido y lo enterró en el suelo. Dirigió entonces sus manos al sombrero y, con suma delicadeza, lo desprendió de su cabeza, dejando que el rubio y sedoso cabello danzara al son de la brisa. En sus facciones, regias y perfectas, no había ni el más mínimo atisbo de tristeza, ni furia o desolación. No reflejaba nada, realmente. Por último alzó su barbilla, mirando con superioridad al trozo de piedra a sus pies, dejando escapar una suave risita monótona y sin esencia, practicada hasta la saciedad.

—Te lo advertí, hermanita —siseó—. Te dije que jamás podrías superarme y, aún así, como una necia lo intentaste, ¿ves cual ha sido el resultado? Tú estás muerta y yo sigo siendo la mejor. Menuda pérdida de tiempo, ¿no?

Como si esperase que la lápida le contestara, caminó a su alrededor con paciencia, deslizando sus dedos por las finas estatuas y la pulida superficie blanca.

—Pero, no sólo no has conseguido nada, sino que has hecho del apellido Grengrass una burla, ¡un chiste! —añadió, esbozando una mueca de desprecio—. Madre sigue defendiendo que te mató Draco y compañía y que luego huyeron como los cobardes que son, ¿sabes? Pero sé que es mentira, sé que tu muerte fue mucho más patética que eso… Sí, pero no me quedaré tranquila con las burdas excusas que han dado, no soportaré las miradas de incredulidad de sujetos mucho más inferiores que yo, ¿me oyes? ¡No permitiré que mi apellido pierda valor sólo por tu culpa, Astoria! ¡Porque yo voy a…!

Pero sus palabras fueron interrumpidas por el sonido de otros pasos acercándose. Daphne se irguió, soberbia, y se alejó de la tumba al verlo llegar.

—Me alegra verte, Gregory, hace mucho tiempo desde la última vez, ¿verdad?

El recién llegado, escondido tras una enorme gabardina marrón y una tupida bufanda, asintió, fijando sus negros ojos en ella.

—Desde lo sucesos en la mansión Parkinson, creo recordar.

Ella asintió, complacida.

—Supongo que tengo que darte el pésame, ¿no? —añadió, cabeceando en dirección a la tumba.

—Es de esperar pero, tal y como me conoces, no creo que tengas que molestarte —afirmó, desenterrando el paraguas de su lugar—. Ven conmigo, amigo mío, tenemos mucho que planear.

—Acaso tienes intención de empezarlo ahora, ¿no crees que es muy precipitado? —inquirió, acompañándola.

—No habrá momento mejor, Goyle, y más aún cuando mi querida hermana ya lo ha empezado. Ahora nos toca a nosotros, ¿no crees? Juntos acabaremos lo que ella no fue capaz de concluir y, te lo aseguro, triunfaremos donde ella fracasó.

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SEGUNDA PARTE: MAGICAE (buscadlo en mi perfil que poner links en fanfiction es un pestiño)

Bueno, aquí tenéis el final… *sigh*

Creo que este es el primer longfic que he acabado y ahora mismo no sé como sentirme; pues estoy feliz y a la vez me duele un poco. Creedme cuando os digo que he disfrutado un montón escribiendo este Dramione y que el hecho de tener que acoplarme a 20 capítulos me ha ayudado a sintetizar y concluir; a que todo tenga sentido a pesar de lo rápido que parece ir. Y sí, he crecido un montón con "El precio de la libertad" así que espero seguir creciendo mucho más con su segunda parte (sí, leéis bien, habrá segunda parte). Eso sí, antes de comenzar a subirla me tomaré un merecido descanso (si no os importa xD) para poder clarificar mis ideas porque tengo muchas ilusiones en la continuación y planeo que será mucho más compleja (y larga) de lo que fue esta.

Bueno, antes de meterme con los agradecimientos individuales, quisiera agradecer a todos/as los que me leen, es un honor teneros al otro lado de la pantalla y me alegra un montón haber podido contar con vosotros/as prácticamente desde el principio. Así que, si no es mucho pedir, nada me alegraría más que saber vuestra opinión de la historia completa, al fin y al cabo, la habéis puesto en favoritos/seguidas por algo, ¿no? Realmente me ayudaría mucho como escritora y me alegraría el día.

En fin, dejando eso a un lado, voy con los agradecimientos individuales:

A aRiElLa 95, Jaina-Mx, Giselle Lestrange, mary-animeangel, HojaDePapel, Caroone, Arysia; quienes me han acompañado prácticamente desde mis humildes inicios y que con pocas palabras (o amenazas) siempre me alegraban el día. Gracias, muchas gracias por estar ahí; por permanecer a mi lado.

Personas comoArualle, kokhove o lectores "guest" que con sus comentarios esporádicos me han dejado claro el "estoy aquí y me gusta lo que haces" y, que puedo decir, gracias por ello.

Por último a mis lectoras más "nuevas", a Lily Joanne Granger, Ginevre, Pauli Jean Malfoy y Eruve ; a quienes he adorado desde el primer instante que decidieron alegrarme el día y las que me han acompañado hasta el final, ¡no puedo parar de agradecéroslo sí es que es imposible!

Así que ya sabéis, os espero a todas en la segunda parte (cuando la tenga ya avisaré, tranquilas) y realmente deseo que seáis tan felices como me habéis hecho a mí… Ale, ya dejo el melodrama, venga.

¡Un besote enorme!

*Aru*