LOS COLORES DE UNA SOMBRA

by Silenciosa

KUROKO NO BASUKE

KagaKuro

Disclaimer: Kuroko no Basuke no me pertenece. Todo lo que hago lo hago por y para el disfrute de mi jodida imaginación y la de aquellos que me leen. Nada más.

Advertencia: En este fic habrá contenido BoyxBoy (tema adulto), lenguaje ordinario (insultos)y referencias a spoilers del manga/anime.


CAPÍTULO I.

«La sombra es un color como lo es la luz, si bien menos brillante.

La luz y la sombra son solo la relación ecuánime entre dos tonos.»

Paul Cézanne.

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Fue al inicio del atardecer cuando Kuroko se lo preguntó.

—Kagami-kun, ¿ha pensado en lo que hará una vez acabe el instituto?

La pregunta hecha en su habitual keigo había sido formulada alzando con calma la mirada, como si se le ocurriera de pronto. Después de lo vivido en los últimos meses, Kagami Taiga sabía con certeza que en Kuroko Tetsuya no había cabida a preguntas caprichosas sin que hubiera algún tipo de meditación previa. Era obvio que no se trataba de una pregunta que se le acabara de pasar por la cabeza. Este tipo de actitud era propia de alguien espontáneo como Kagami, pero no del exacerbado formalismo de Kuroko.

Su voz poseía la misma inflexión cáustica y monocorde de siempre, carente de emociones. Kagami denotó esta vez cierta curiosidad encubierta en Kuroko, que solía reaccionar así cuando costosamente intentaba sacar a la luz pensamientos en exceso deliberados. Para esta ocasión, no necesitó tener la perspicacia de Koga o Izuki para reconocer que dicha pregunta había estado un tiempo en Kuroko, rondando dubitativa, una y otra vez bajo su lengua.

Ambos estaban sentados a la mesa de la cocina de su apartamento, uno enfrente del otro. Apartando brevemente la vista, Kuroko tomó la taza con ambas manos y bebió un discreto trago de té sencha. A excepción del rugir de motores proveniente de los vehículos que transitaban por la calle y el sonido de los trenes de la línea metropolitana que pasaban de vez en cuando, en los alrededores reinaba la calma, agradable y pacífica, a falta de pocos días para el arranque de la primavera.

El suelo de la cocina estaba recubierto por tablas de vinilo que mantenían la calidez en la planta de los pies desnudos de Kagami. Aunque estuvieran a mediados de marzo, sentía calor. Tenía la calefacción puesta a un nivel adecuado, pero estuviera en la estación que fuese, su cuerpo actuaba siempre como una fuente de irradiación perpetua de energía cuando era encerrado entre cuatro paredes. Los calcetines que había llevado puestos debían estar ahora tirados en alguna parte. Personalmente se consideraba alguien meticuloso para con sus cosas pero, a veces, había días en los que ser un desorganizado a tiempo completo era una opción irreversible. Este era uno de esos días.

Kagami llevaba remangado hasta los codos el suéter negro de algodón que tenía puesto. En cuanto pudiera se desharía de él, al igual que había hecho con los calcetines, e iría a por una camiseta holgada y cómoda. Pensando en esto, se merendó de un bocado el enésimo daifuku de fresa de la merienda, vaciando el plato que había servido para los dos junto al té. Era una merienda tardía y no pasaría demasiado tiempo hasta que encendiera la vitrocerámica y se enfrascara en preparar la cena. Vio que Kuroko, en cambio, solo había mordisqueado uno de los daifuku sin tan siquiera terminárselo, comiendo del mismo modo que lo haría un pajarillo. Por lo visto, a su compañero de equipo le ocurría algo y estaba buscando la forma de sacar a coalición el tema. Kagami suspiró hondo, debía ser paciente con Kuroko y sus silencios.

A diferencia de él, Kuroko iba abrigado adecuadamente ante los diez grados marcados fuera. Solo se había desprendido del abrigo al estar encendida la calefacción dentro del apartamento. Kuroko seguía observándole en espera de alguna respuesta. Usando sus blancos aunque masculinos dedos, Kuroko revolvía el té con la cucharilla, como si jugueteara, en un intento por disipar su camuflada curiosidad y que ya había sabido captar Kagami, quien contempló las puntas de esos dedos sin saber qué responder; su conciencia se había vuelto roma. Daba la impresión de que, nuevamente, Kuroko estuviera desembrollando los hilos invisibles que los ataban a ambos desde el día en que se conocieron. Los desembrollaba de forma sutil, eliminando los nudos con esmero y tirando estratégicamente de estos sin vacilar ni una sola vez, como si fuese consciente de que lo hacía y que aguardaba a que él, Kagami, tirara de ellos. Pero Kagami no sabía de cuál hilo invisible tirar. Y eso le sumía en una gran confusión. Había cosas en Kuroko que escapan aún de su entendimiento. Quería comprenderlo más y mejor, pero por mucho que lo deseara no hallaba otra manera. En resumen, y sin divagar más de la cuenta —aunque Kagami Taiga era proclive a ello—, Kuroko venía a significar para él la cara oculta de la luna. Nadie sabe qué esperar de esta pues nunca se mostrará visible.

Nada más hubieron finalizado las clases de primer año, inaugurándose el escueto mes vacacional, el equipo de baloncesto de Seirin prosiguió con las sesiones de entrenamiento, sesiones que paulatinamente seguían ascendiendo en dureza. Aida Riko no había paliado en exigencia con cada uno de los jugadores, y todo por haber sido proclamados ganadores de la ansiada Winter Cup; la victoria más merecida e inolvidable para el joven equipo de Seirin. Riko no quería que se durmieran en los laureles y abusaran de la agradable sensación tras ganar el torneo de invierno, sino que los estaba preparando a conciencia para la cada vez más próxima Inter High.

Kuroko había cumplido los diecisiete en enero, por lo que era unos ocho meses mayor que él. Diferencia de edad que, vista físicamente, parecería todo lo contrario. A Kagami se le antojaba que lo más normal sería que ellos vivieran eternamente entre los dieciséis y dieciocho años. Cumplir los diecisiete y luego los dieciocho; después de los dieciocho, cumplir de nuevo los dieciséis. Eso sí tendría sentido ya que volverían a jugar otros tres años en la Escuela Media Superior, Kōtōgakkō, y no tendría que preocuparse acerca de qué diablos hacer con su vida. Kagami aún necesitaba tiempo y, aunque todavía había de por medio algo menos de dos años de margen en los que ir pensando cómo organizar su futuro, una significativa parte de él ya comenzaba a asumir lo rápido que pasaba el tiempo. Había finalizado el primer año de instituto en Seirin en un abrir y cerrar de ojos. ¿Acaso Kuroko estaba sintiendo el mismo temor que él debido a esa especie de cuenta atrás sin remedio que los empujaba hacia la edad adulta?, ¿de ahí al origen de esa pregunta formulada por Kuroko? Tal vez, quizá. Con Kuroko, Kagami tuvo siempre que echar mano de términos condicionales y preguntas retóricas.

Siguió contemplando los movimientos de la mano de Kuroko con la cucharilla, imbuido totalmente en sus pensamientos, en silencio. No hablaba porque no sabía qué responder. Así que contempló su propia taza, en la que aún quedaba un poco de té, ya tibio, que empezaba a enturbiarse.

—¿Y bien, Kagami-kun?

Kagami alzó el rostro de nuevo, se llevó la mano hacia la parte anterior de la cabeza y se rascó teatralmente, demostrando que no sabía con certeza cómo responderle. Los ojos de Kuroko que seguían contemplándole atentamente habían ganado hermetismo. Un hermetismo infranqueable, que no iba a ninguna parte. A veces, sin razón aparente, Kuroko clavaba sus ojos en él de esta forma y cada vez que ocurría le embargaba una inusitada sensación de inquietud.

—Esto... —balbuceó Kagami—. Pues la verdad es que no lo sé. ¿Tú...?, ¿tú ya tienes pensado lo que vas a hacer?

Kuroko disintió negando con la cabeza sin ejercer movimientos bruscos al mismo tiempo que entrecerraba un poco los párpados para después volver a abrirlos y analizarle visualmente, con la misma intensidad que antes, tal y como si estuviera listo para tirar de nuevo de los hilos invisibles. ¿De cuál tiraría esta vez? Kagami solo podía esperar al siguiente movimiento, al siguiente pase inadvertido de Kuroko y que solo él podía interceptar.

Kuroko dejó de remover el té con la cucharilla. Luego lanzó una ojeada al reloj que colgaba en la pared. En cuanto miró al reloj se escuchó el lejano traqueteo del tren de las cinco. Kuroko lo volvía a perder deliberadamente; hoy tampoco regresaría a casa.

«No insista, Kagami-kun. Ya le he dicho que no tengo ninguna desavenencia familiar», esta era la típica frase que usaba Kuroko cuando le preguntaba obstinadamente acerca de si tenía algún problema en casa al ser consciente de la asiduidad con que poco a poco se estaba quedando a dormir en su apartamento, apoderándose de la habitación de invitados que tenía libre. No es que le molestara tenerlo en su apartamento, pero le preocupaba pensar que Kuroko estuviera pasando por problemas de índole familiar. No había nadie mejor que Kagami para entender lo incómodo que uno puede llegar a sentirse en un hogar problemático. Hacía tiempo que había desistido en preguntarle a Kuroko sobre este tema al recibir prácticamente la misma respuesta y optó por buscar la información que necesitaba por otros medios. Sabiendo de la amistad que tenía Kuroko con su excompañero de juego, Aomine Daiki, fue el primero a quien se le ocurrió preguntar. Solo tuvo que ir hasta la única cancha de baloncesto instalada en Meguro —barrio en el que vivía Kuroko, así como sus amistades Momoi y Ogiwara— y dar enseguida con el paradero de la antigua luz de Teikō que también vivía por allí cerca.

Después de insultarse y tener algunos piques jugando en la cancha, a Aomine le sorprendió su pregunta acerca de la situación familiar de Kuroko. Según palabras de Aomine, Kuroko contaba con una familia atenta y cariñosa que se preocupaba mucho por él. Cuando este le preguntó a qué había venido esa pregunta, Kagami solo se limitó a encoger de hombros y decir que tenía curiosidad, que Kuroko nunca hablaba de su familia y que ni siquiera sabía dónde vivía exactamente. Aomine no dijo nada más al respecto. Más bien, parecía ser que se traía algo entre manos y sabía algo que no le quiso contar. Kagami lo presintió y no le hizo ninguna gracia.

Lo importante era que, al menos, el motivo de que Kuroko actuara más extraño de lo normal y se quedara en su apartamento no era debido por problemas familiares. Kuroko tenía una buena familia, cosa que Kagami nunca había podido decir de la suya. El sinónimo de «familia» para Kagami era bienestar económico y un par de llamadas formales al mes con sus padres divorciados. Su padre, aunque vivía a un par de manzanas de allí, los negocios solamente le permitían una visita fugaz cada tantas semanas. Aparte de los temas laborales, su padre había vuelto a casarse; la nueva esposa no era mala persona —a Kagami le caía bien, era muy agradable— y estaba embarazada, por lo que pronto sería el hermano mayor de un niño o niña que apenas vería. Kagami sentía que lo mejor era estar al margen de este nuevo vínculo familiar creado por su padre y en el que no quería formar parte. Por otro lado, su madre permanecía instalada en Los Ángeles con su nueva pareja, un compañero de trabajo. Debido a los kilómetros de distancia y al trabajo, su madre no podía visitarle, pero se preocupaba por él, le llamaba todos los días instigándole a que regresara junto a ella, que Japón era un lugar gris y que tendría más oportunidades de alcanzar su sueño como jugador de baloncesto en Estados Unidos. Kagami ya no era ningún niño, tal vez no podía considerarse aún un adulto, pero se sentía capaz de tomar sus propias decisiones. Su deseo se centraba ahora exclusivamente en seguir jugando al lado de Kuroko y hacer que Seirin se hiciera con el título de la Inter High. A diferencia del cegador brillo que desprendía en la cancha, en la vida de Kagami Taiga había una latente oscuridad que le recordaba que nunca había formado parte de una familia.

Himuro Tatsuya y Alexandra García se molestarían si supieran que pensaba así. Tanto Tatsuya como Alex le habían dado siempre a entender que eran como una familia; una extraña y poco convencional, pero una familia a fin y al cabo. No obstante, al que consideraba su hermano ahora no estaba tanto en su vida como sí lo estuvo en Estados Unidos. Y, por su parte, Kagami no podía recriminárselo. Mientras que Himuro tenía su propia familia, sus amigos y al equipo de baloncesto del instituto Yōsen, Alex se encontraba a miles de kilómetros de distancia, siguiendo con su vida en Los Ángeles. Ella prometió visitarlos, tanto a Himuro como a él, cada vez que tuviera oportunidad.

Curiosamente, a pesar de ello, Kagami no se sentía solo.

Estaba Kuroko.

Siempre había estado Kuroko desde que puso un pie en Seirin.

«Y si no tienes problemas en casa, ¿por qué vienes aquí?; ¿qué intentas decirme, maldito Kuroko?; ¿no ves que me cuesta entenderte con esos silencios?», se preguntó para sí, sintiéndose confuso. Deseaba ir al grano y soltarle todas las preguntas de golpe; sin embargo, no sabía cómo afrontarlas. Podía preguntarle con franqueza: «Oye, ¿y qué hay de esos amigos raritos tuyos?; ¿por qué demonios vienes aquí para acompañarme? Si tan plena es tu vida ahora, si has recuperado todo lo que habías perdido, ¿por qué te empecinas a estar aquí? Que seamos compañeros de equipo y que juguemos codo con codo en la cancha no significa que tengas que estar aquí, en mi vida.»

«Si lo hago, si le dijera esto a Kuroko, seguro que lo echaría todo a perder», decidió finalmente. «Voy a ser paciente y esperaré a que él me diga lo que tenga que decirme a la cara. Por la forma en que está actuando, sé que no tardará mucho.»

Kagami tenía una cosa en mente lo bastante claro, no quería perderlo. Prefería callar y otorgar que perder a Kuroko.

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FIN CAPÍTULO I

Saludos. Aquí dejo publicada mi pequeña (y tal vez única) aportación al fandom de Kuroko no Basuke. Aún no me he visto/leído entera la serie, así que disculpad si puede haber algún error de por medio.

El título, «Los colores de una sombra», está tomado en una canción del mismo nombre perteneciente a una de las mejores bandas indie españolas que conozco, Love of Lesbian, una de las poquísimas canciones que he coreado, que me ha nacido cantarla a pleno pulmón en sus conciertos con el resto del público. Es recordarlo y se me ponen los pelos de punta adjunto a ese nudito extraño atado a la garganta; su música casi siempre me acompaña al escribir. Dicho tema me ha parecido tan acertado para lo que quería transmitir en esta historia que me ha inspirado muchísimo. Invito a escucharlo encarecidamente.

Creo que me hubiera sido mucho más fácil empezar a narrar desde el punto de vista de Kuroko, pero he optado por Kagami, que es donde yo me veo menos segura y apuesto por lo difícil. Aparte de que Kagami es mi predilección de KnB, dicho sea de paso .

Espero que os haya gustado este primer capítulo. Y, por supuesto, serán más que recibidos reviews agradables y que puedan ayudarme a mejorar.