El determinismo no se encadena

Iban pocos horas de comenzada la mañana cuando Armin escuchó el timbre de su departamento y levantó los ojos de su libro.

En la puerta estaba Mikasa, puntuar como siempre aunque la visita fuera más bien informal. La sorpresa del psicoanalista no fue menor cuando vio a su amiga a la cara. En verdad era espantosa: ojerosa, demacrada y depresiva. Aunque no creyera en el aura, pensó que en aquel momento tendría un color más oscuro que el negro. Entre otras cosas, su desalineada y poco femenina ropa la delataba de pies a cabeza.

—Buen día Armin— dijo ella luchando contra su bostezo.

—Buen día Mikasa. Pasa por favor.

La invitó a su oficina personal donde residía todo su material de trabajo, en una cálida y bucólica ambientación que invitaba a relajar a cualquiera.

Preparó té y le invitó galletas, y cuando se aseguró de que su salud estuviera en óptimas condiciones, decidió indagar en el problema de Mikasa.

—¿Y cómo sigue todo?

—Fatal— declaró Mikasa sorbiendo lentamente su té. —Armin: te pediré discreción respecto a esta charla. No quiero que Rivaille sepa que estoy aquí.

—¿Por qué?

—La otra vez un viejo psiquiatra amigo vino a casa ofreciéndome ayuda, y él se enojó. Mucho. Parece odiar a todo tipo de psicólogo. Cree que de alguna forma van a lavarme el cerebro para que me olvide de él.

—Pero… creí que lo que tú buscabas era el consejo de un amigo, no una visita con un profesional. Por lo menos esa fue la impresión que me dejaste cuando hablamos por teléfono.

—Sí es verdad— dio otro sorbo y quedó pensativa.

Armin decidió hablar entonces.

—Mikasa, sé de sobra todo lo que te está pasando, y créeme que he pensado en ello intentando analizarlo lo más objetivamente posible, pero, como amigo y, modestia aparte, experto en la materia, quisiera preguntarte algo respecto al problema.

Ella giró su cabeza completamente desganada, probablemente por el sueño, y eso fue suficiente para otorgarle su permiso para hablar.

—¿Tú cual crees que es el problema real?

—¿El problema real? ¿A qué te refieres?

—¿Piensas que de verdad es un crimen condenable… tu "relación" con Rivaille? O crees que el verdadero problema es la "repercusión social" que esa relación provoca.

—Mmm, no soy tan buena hablando técnicamente como tú.

Armin suspiró, buscando palabras más humanas.

—Haber… más simple: ¿sientes culpa porque admites que cometiste un error? ¿O sientes odio y rencor por la gente que te condena sin entenderte? ¿Dónde está, según tú, el verdadero problema?

La nueva claridad de la pregunta dejó paralizada a Mikasa, inmersa en la ambigüedad. En verdad, no se había puesto a pensar detenidamente en eso. Lo que Armin quería saber, o lo que ya sabía y quería que se diera cuenta, tenía sentido: ¿De verdad creía que había hecho algo malo y se merecía un castigo? ¿O no lo creía realmente y solo temía al peso de la ley?

—Yo… creo que… bueno…

Ante su vacilación, el profesional entendió más que suficiente.

—Me parece, Mikasa, que tu verdadero problema es que no puedes definirte: ¿Eres culpable, o una inocente mártir? Tú misma no sabes que pensar, y mientras sea así, no sabrás cómo enfrentar la situación.

El silencio que se produjo luego indicó con seguridad que las palabras de Armin habían logrado penetrar en la conciencia de Mikasa, dándole una solución simple, sin darle ninguna solución concreta al mismo tiempo.

—Creo que tienes razón— le sonrió ella de lado con desgano, pero agradeciendo sus palabras—, ¿sabes? Estaba pensando en empezar de nuevo. Ir limpiando mi imagen poco a poco con pequeños actos. Debería hablar con mis compañeros de trabajo. Con Eren. Pedirle una disculpa.

—¿Una disculpa? —De repente Armin se vio confundido—, ¿por qué?

—Ah, eso no lo sabías. Hace unas semanas Rivaille le dio una fea golpiza a Eren, para… "marcar su territorio"—contó avergonzada intentando hacer sonar menos bochornoso al incidente.

—¿Peleaban por ti?

Mikasa asintió con la cabeza mirando el piso sonrojada.

—Y bueno, Eren no es del que deja pasar estas cosas así como así. Casi… podría justificarlo.

—¿Justificar qué cosa? —El rubio seguía sin entender.

Mikasa lo miró fija y seriamente como si le estuviera hablando a un retardado.

—Que nos haya delatado.

Ahora fue Armin el que guardó silencio mirando a su invitada. Evidentemente, pensó Mikasa, algo no le cerraba.

—¿Crees que Eren, haya buscado desquitarse con ustedes dos intentando manchar su imagen pública?— preguntó Armin poco convencido de sus palabras, tanto que hasta hizo a Mikasa dudar de las propias.

—¿Y quién más si no?— dijo ella sonriendo como si fuera la obviedad más grande del universo. Aunque para su amigo no fuera así.

Armin meditó en silencio buscando palabras adecuadas para decir lo que tenía en mente.

—Mira, no es por defenderlo ni nada. También fue mi amigo pero no se portó muy bien que digamos. Pese a todo, llegué a conocerlo lo suficiente como para saber, que no es del tipo que "ajuste cuentas" como si fuera un adolescente.

—…No te entiendo.

—Mira Mikasa— vio al techo notablemente agotado—, sabes tan bien como yo que desde que a Eren le explotó en la cara lo del jueguito de "las multi-novias" su credibilidad descendió hasta el suelo. Siendo así, dudo mucho que un simple chisme o rumor como el suyo pueda funcionarle como arma contra ustedes. ¿Soy claro? Ese no es su estilo.

—Entonces si estás diciendo que no fue él— reafirmó Mikasa mostrando su sorpresa.

—Tal vez, pero tal vez no. Sólo te digo que lo veo poco probable.

Tras esa declaración, los dos reflexionaron silenciosamente por su parte en lo que el té se terminaba.

Cuando todo acabó, Armin acompañó a Mikasa a la salida, deseándole suerte, un buen día en el trabajo, o por lo menos uno normal, y sobretodo mucha voluntad.

Mientras le sostenía abierta la puerta, habló por última vez.

—Mikasa.

Ésta se volteó.

—¿Si?

—Habla con Rivaille, todo lo que hablamos hoy. No se guarden secretos. Si lo haces porque tienes miedo de cómo podría reaccionar, están flaqueando nuevamente ante un hombre. Recuerda que por sobre todo, sigues siendo una autoridad para él. No te dejes maltratar.

—En nunca me ha maltratado— dijo sintiéndose casi ofendida.

Armin suspiró y la saludó con una mano en la sien al estilo militar.

Una vez cerrada la puerta, la mujer se la quedó mirando.

—Ni lo hará— reafirmó con completa seguridad en sus palabras.


Ya a media tarde Rivaille se encontraba en medio de su prueba de velocidad en clase de deportes. A lo lejos un grupo hacía abdominales en parejas y otro elongaba isquiotibiales, mientras junto a él otros cinco varones se preparaban sobre la línea de largada y, a lo lejos, su profesor en el otro extremo con un silbato en la mano.

Cuando sonó, no le resultó ningún desafía sacarle cuatro metros de ventaja al segundo que llegó detrás de él a la meta. Un muchacho que sostenía un cronómetro dijo:

—Nueva marca, Rivaille: 10,8 segundos.

—Excelente Ackerman— lo alabó su profesor— ¡TODOS! Ya pueden irse. No lleguen tarde a su próxima clase, nos vemos en próximo martes— y tras eso, desapareció luego de palmearle el hombro al favorito de la clase.

Los vestuarios estuvieron prontamente abarrotados y Rivaille se sorteó entre sus compañeros para llegar a su casillero. En general, con excepción de algunos muchachos que le eran completamente indiferentes, se había acostumbrado hacía poco a recibir miradas desaprobadoras y para nada agradables a donde quiera que fuera. Desde luego poco le afectaba que la mayoría fueran de tipos a los que les caía mal por motivos más que conocidos, como haberlos superado en deportes, lucha, algunas materias, o con las chicas.

Se ataba los cordones con una pierna arriba del banco de madera cuando Auruo apareció de la nada y apoyó su bolso junto a su pie.

—¿Qué hay, viejo? ¿Todo bien?

—Sí. ¿Y tú?

—Claro.

Continuó con el otro pie en tanto que su amigo se rascaba la nuca y vacilaba.

—¿Pasa algo Auruo?

—Emm, bueno, no sé cómo decirlo.

—¿Es malo? —se detuvo para prestar atención.

—Depende.

—Ya, ¿qué mierda pasa? —lo increpó de frente demandando que hablara claro.

Auruo jugó con sus dedos, nervioso, sin poder sostenerle su mirada de asesino y susurró para ser discreto:

—Hay unos chicos aquí de junto, hablando de ti… bueno, no de ti específicamente— miró a ambos lados asegurando que nadie lo oía y habló más bajito—: de tu madre.

Instintivamente Rivaille arremetió hasta el recodo del pasillo formado por la pared de casilleros, sin cambiar su seria y desafiante expresión y sin molestarse en esquivar a nadie. Fue seguido de cerca por su amigo en plan de vigilarlo y atenuar una posible tormenta; teniendo en cuenta que él tenía la culpa en caso de desatarla.

Antes de doblar por el recodo a las derecha que dirigía a otro pasillo, Rivaille se frenó y resguardó pegado a los casilleros al escuchar con demasiada claridad el apellido "Ackerman" a las perdidas entre el bullicio de los varones del vestuario.

—¿El enano ese que se cree Bruce Lee?

—Sí. Su mami es una bomba.

—Oye ya… ¿esta buena? ¿No es muy vieja?

Rivaille pegó la cara al duro y frío metal donde aferro las uñas. Detrás de él Auruo traspiraba de los nervios.

—Yo y Nick ya la vimos una vez, ¿recuerdas esa pista de hielo en el centro comercial?

—Mi hermano la conoció en una discoteca. ¡Es una perra!

—Si ese pendejo se la está cogiendo de verdad, la putita esa no sabe de lo que se pierde. Te juro que le rompería ese culo gordo que tiene por detrás hasta que sangre.

—Si claro…

—¡De enserio! ¡Lo haré!— dijo el muchacho muy seguro de sí mismo, contento de obtener la atención y la admiración de sus compinches, cuando de repente sintió una mano tomarlo con fuerza desde atrás por el hombro y girarlo.

Lo siguiente que vio fueron cuatro dedos apretados dirigirse hacia su cara a la velocidad del sonido, y luego, una explosión de dolor que se extendió por toda su cabeza con la intensidad de un volcán en erupción, y al final, oscuridad y silencio.

El grupo de chicos a medio vestir que lo rodeaban tardaron varios segundos en comprender lo que estaba pasando. Un segundo estaba riendo y bromeando respecto al culo de una zorra y al siguiente un golpe seco interrumpía repentinamente lo que su amigo estaba diciendo, dejándolo en silencio.

Todos miraron el cuerpo diplomado en el piso, aún con sus sonrisas grabadas en la cara, y al percibir la presencia de un hombre bajito con postura de toro en medio de todos ellos, sus expresiones se borraron de inmediato por unas que vacilaban entre el desconsiento, el repudio y el horror.

—¡Rivaille!— el grito de Auruo se escuchó lejos en la cabeza de todos en esa escena, apenas perceptible y poco relevante.

—Maldito… —masculló otro chico que recibió su parte justo en la quijada que lo mandó a chocar estruendosamente de espaldas contra su casillero abierto.

La pelea se desencadenó en un abrir y cerrar de ojos y, a una distancia segura de allí, Auruo observó como mero espectador la mejor representación de Zeus contra los Titanes que haya visto en su vida.


En el supermercado había una cantidad infernal de gente. Mikasa se puso en la fila con su carrito pidiendo disculpas por los pies que pisaba o arrollaba sin querer, y llevando además una serie de productos que no cabían en su chango haciendo equilibrio entre sus brazos. La fina avanzaba; no demasiado rápido, ni tampoco demasiado lento, pero lo hacía. En los altavoces generales se escuchaba una insoportable canción del estilo infantil que anunciaba las ofertas y sus horarios de expiración, interrumpidos recurrentemente por la voz de una mujer que llamaba a tal o cual empleado a determinada caja. El bullicio era impresionante y ni sus propios pensamientos era del todo claros en medio del ruido.

En eso, siente una vibración inusual en su cadera y se percata de que, a pesar de no escucharlo por razones obvias, su celular está sonando.

Intenta recargar en un brazo solo lo que comparte entre los dos, se acomoda la cartera sobre el hombro y con una mano libre se palmea la cadera para buscar la entrada del bolsillo donde guarda su celular, al tiempo que la fila avanza y debe usar su pelvis para impulsar su carrito.

—¡Hola! —grita moderándose por encima del alboroto.

¿Señora Ackerman? —una voz se oye lejana del otro lado.

—¡Sí! —se le hace imposible contestar sin gritar.

Lamento molestarla. Soy el director Tougo Minako del Instituto Medio Nakahatsu.

Mikasa sintió como su corazón daba una explosión y enviaba sangre fría a todas sus células.

Solicitamos su presencia en la institución para hablar de Rivaille Ackerman, lo más urgente posible.

Helada como estaba en el lugar, con la mirada perdida y una señora de doscientos kilos empujando su espalda para que avance, cerró los ojos y suspiró.

—¿Qué pasó?


A esa hora de la tarde los pasillos del colegio tenían un aspecto desabrido, gris y lúgubre. Eso o el humor que llevaba Mikasa lo potenciaba.

Todo olía a lavandina y otros productos baratos para pisos. Por las ventanas entraba la luz pero no despertaba la luminosidad de ese lugar tan muerto. Parecía que avanzaba en cámara lenta cuando las puertas de los salones pasaban a sus costados.

El silencio también era inquietante. Supuestamente todos los alumnos ya deberían haberse ido para la hora. Si alguien moviera una silla en el otro extremo del edificio seguramente se escucharía con claridad.

Mikasa observó el descolorido traje blanco y negro que esa mujer que la guiaba traía puesto; su mente estaba tan en blanco que cabían ideas como lo desteñidas que estaban las raíces de su cabello rubio, o el piolín que sobresalía del borde de su falda de tubo.

Finalmente hubieron llegado al final de un pasillo que doblaba a la derecha y ya no tenía salida. A ambos lados de ese corto tramo había filas de sillas contra la pared que constituían la sala de espera del despacho del director.

La secretaria que la guiaba se quedó a un lado en cuanto estuvieron allí, haciendo énfasis con su silencio en la figuro que yacía sentada en una silla en el fondo, cabizbaja y fantasmagórica.

Mikasa inspiró profundo y se acercó caminado con calma hacia Rivaille, sin poder ver más que el pelo desordenado y sucio de su cabeza gacha. Llevaba puestos los pantalones y zapatos del uniforme, pero aún conservaba su chomba deportiva blanca.

En cuanto el chico se percató de su presencia, levantó la cabeza más rápido de lo que Mikasa hubiera creído que lo haría por su semblante y la miró con ojos desorbitados.

Había sangre en el cuello de su chomba que resaltaba sobre el blanco. También la había en la comisura izquierda de su labio, y arriba, sobe su pómulo.

Rivaille la observó mudo durante casi un minuto, juntó las manos sobre el regazo de piernas abiertas y volvió a agachar la cabeza, como si diera por sentado que hablar era innecesario.

Al ver como juntaba las manos y entrelazaba los dedos Mikasa reparó con más detenimiento en sus nudillos, pelados, sangrados, ardientes y destruidos, y se llevó las manos a la cara para cubrirse con ellas.

—Señora, si fuera posible, ¿convencería a Rivaille de que deje a la enfermera hacer su trabajo? —habló la secretaria detrás de ella y Mikasa volteó a verla. —La aparta violentamente cuando trata de acercársele.

—¿Me daría la caja de primeros auxilios? —solicitó Mikasa.

La secretaria lo meditó y luego desapareció para volver al rato con una caja blanca adornada con una cruz roja sobre la tapa que le extendió a Mikasa.

—Gracias— dijo la morena y se acercó hasta quedar en cuclillas frente al chico.

Este levantó la cara enérgico viendo como ella acercaba un algodón húmedo con alguna sustancia a sus ojos, y de inmediato golpeo su mano con la cara externa de su brazo, apartándola.

Mikasa no se inmutó con esta acción y volvió a acercar el algodón pese a la mirada incómoda de Rivaille, que una vez más la apartó.

Cuando la mujer vio que su brazo era apartado nuevamente, apoyó la caja en el piso y con su mano libre le dio una bofetada en la cara al chiquillo que se escuchó resonar por todos los pasillos como había supuesto que lo haría.

Rivaille quedó estático viendo a Mikasa shockeado, y ésta tomó una de sus muñecas con firmeza y procedió pasar el algodón con agua oxigenada por el labio del chico. Repitió esto mismo sobre su pómulo, y nuevamente en el labio al ver que éste no paraba de sangrar. Apoyó otro algodón limpio en su comisura y agarró la mano opuesta de Rivaille para apoyarla sobre la bolita blanca y mullida.

—Mantenlo ahí—fue todo lo que dijo.

Después de juntar los elementos de nuevo en la caja y devolverlos a la secretaria, la puerta de la oficina se abrió a medias y el cuerpo del director Tougo se asomó.

—¿Señora Ackerman?

—Sí.

—Ya pueden pasar.


—Hoy a las seis en punto de la tarde, horario en que la clase de deportes de tercer año culmina, hubo un incidente en los vestuarios para varones— explicó el directivo a ambas personas al otro lado de su escritorio, aunque fuera solo una la que lo necesitaba. —Según sus compañeros, y hablo de todos los presentes sin excepción, testificaron lo ocurrido sin cambiar la versión ni una vez: el estudiante Rivaille, aquí presente, arremetió contra un grupo de siete de sus compañeros de salón violentamente y noqueó a todos ellos, uno por uno. Los que presenciaron el hecho evitaron involucrarse, pero cada uno aseguro haber observado el desarrollo de la escena con "miedo"; "terror puro", palabras textuales de los alumnos.

Una vez finalizada la declaración, tanto el director como Mikasa miraron a Rivaille con la misma expresión tranquila pero seria e inquisidora.

—¿Puede explicar el porqué de sus actos, señor Ackerman? —preguntó el hombre.

Rivaille re remojó los labios resecos y partidos antes de hablar.

—Si quiere que sea moderado, diré que esos… "malnacidos", estaban insultándome, a mí y a mi… madre aquí presente. Pero, si prefiere que sea más específico, diré que estaban amenazando con una violación a Mikasa, y no voy a añadir los insultos que los oí decir.

La aludida permaneció más callada y pasmada que antes, y el director pensó en silencio.

—¿Y no podría haber alertado a las autoridades directivas cuando los escuchó?

Rivaille, cruzado de brazos como desde el principio, adquirió una postura más rebelde y despreocupada, desparramado sobre su silla.

—No es mi estilo, y lo sabe. Ambos lo saben— se atrevió a dirigirse a ambas figuras de autoridad—. Pero, creo que no habría servido de mucho. Es posible que lo hayan dicho en serio. De hecho no me extrañaría que solo lo dijeran para impresionar.

—¿Y entonces? —dijo el director.

—No es la amenaza lo que importa aquí, sino la intencionalidad de su charla— declaró molesto acercando su cara al escritorio del director, como si tuviera que hablar con claridad para que un bobo le entendiera. —Esos tipos, hablaban de Mikasa como de una puta— espetó más ofuscado aún y enfatizando a propósito en sus palabras—, y no creo que ningún castigo que usted pueda ponerles servirá más que mis nudillos en sus asquerosas caras de delincuentes, para hacer que se disculpen.

El directivo suspiró resignado.

—Entonces, básicamente, ¿está asegurando que no se arrepiente del hecho?

—No.

—¿Podría esperar afuera entonces?—disfrazó su orden como petitorio para Rivaille, quien lo miró fijo y se levantó bruscamente de su lugar para salir del despacho.

Sentado en la silla más próxima a la puerta, puedo escuchar desde afuera las voces amortiguadas y borrosas de Mikasa y su director hablar más seriamente.

—Señora las advertencias fueron hechas, no puede decir que no. Varias veces se pidió de buena manera una mejora en la conducta de su hijo, pero el mensaje, o llegó con distorsión, o no llegó. Rivaille sigue siendo el mismo chico conflictivo, violento y buscapleitos que era desde que iba a la primaria, según lo que mi antecesor me ha hablado sobre él. No sé qué estará haciendo usted para cambiar esto, pero me temo que no está funcionando.

No le extrañó para nada la declaración, lo raro era el silencio de su tutora. Ni una palabra de su parte, como si aceptara sumisamente toda crítica que pudiera hacérsele.

El viejo volvió a hablar tras el silencio.

—No quisiera tener que hacer esto, señora Ackerman. En verdad. Rivaille es un muchacho lúcido y brillante con un desempeño físico excepcional que ha llenado a nuestra escuela de prestigio tras el campeonato del año pasado. Pero… entiéndame. El psicopedagogo fue muy claro cuando dijo que Rivaille, tal vez, no tendría remedio nunca. Y tenemos siete demandas por gastos médicos de las familias de los muchachos. ¡Siete! ¿Quiere leerlas? …Cinco de ellos perdieron la mitad de los dientes, uno está hospitalizado y temporalmente ciego, según el parte médico inmediato. Entre los siete suman por lo menos 12 yesos en extremidades por rotura de huesos y ¡uno tiene un pulmón perforado por una costilla! De en serio este muchacho no me está dejando más opción.

El vacío que hubo luego fue como la resaca de las olas que precede a los tsunamis.

—Puede pasar cualquier día de la semana por el pase y certificado de estudiante de Rivaille. Estará disponible a partir de mañana en Administración. Desde mañana su hijo ya no es bienvenido en la institución, señora Ackerman. Lo lamento…


Volvieron a casa.

Todo parecía más muerto y decadente de lo normal; para Mikasa por lo menos, ya que para el principal victimario y su actitud, todo parecía estar completamente tranquilo y bajo control.

La mujer de la casa soltó su bolso en el piso justo al entrar, dando a entender que ya no tenía ganas de cargarlo ni un metro más, y se sacó los zapatos para caminar descalza hasta el sofá de la sala y desplomarse ahí.

Miró al techo con el dorso de su mano sobre la frente, preguntándose a sí misma que debería hacer ahora exactamente. Había miles de opciones de cómo reaccionar, pero a sus ánimos no le apetecía ninguna.

Escuchó ruidos en la cocina; Rivaille debería estar haciendo algo, con mucha insistencia, a juzgar por lo que oía.

Pasados unos minutos en que no se detenía, le entró inquietud por qué es lo que estaría haciendo, así que se levantó de mala gana para comprobarlo.

Lo encontró frente a la mesada picando cebollas de verdeo sobre una tabla. ¿Estaba cocinando? ¿Él?

—Deja eso ahí, yo lo haré.

—Ya empecé— contestó él cortante.

—¿Y qué? Puedo continuar. Ya, apártate— intentó acercarse a él.

—Quiero hacer la cena— profirió Rivaille levantando el tono.

—Cada vez que lo intentas quemas todo. Ya déjalo.

—Tengo que aprender—se giró para mirarla a la cara con rostro amenazador.

Mikasa hizo una pausa.

—¿Buscas más motivos para que te castigue?

—¿Más? ¿Acaso hay alguno?

—¿El que te hayan expulsado de la escuela no cuenta, acaso? —fingió sorpresa.

—Yo más bien me esperaba un "gracias", como mínimo. Te salvé de una banda de degenerados que te iban a violar— no pudo contener su vozarrón grave y estridente que Mikasa interpretó como amenaza.

—¡Hay por favor, Rivaille! —ahora sí la hizo enojar.

—¿Por favor? ¿Así vas a reaccionar cada vez que quiera defenderte por justas razones? ¡Lo que me hicieron es una injusticia y lo sabes!

—¡¿Qué mierda dices?! ¡Hospitalizaste a siete chicos de tu edad! Tenemos que pagarle los gastos médicos y ¿se supone que debo estar agradecida? — alzó los brazos y los arrojó de aquí para allá como hacía cuando se enojaba, volteándose para empezar a caminar por la cocina como de costumbre.

—¡Voy a buscarme otra escuela! Yo me encargaré. Tú no tienes que hacer nada.

—¿Ah sí? ¿Y cómo lo harás solo siendo menor de edad? —casi se burló de él.

—Con mis títulos no será difícil encontrar una que quiera a una estrella juvenil, modestia de lado. ¡Relájate un poco Mikasa, y déjame hacer la puta cena!— le dijo Rivaille viendo como ella corría una silla de la mesa bruscamente para sentarse allí y tomarse la cabeza con las manos—. ¿Te has visto al espejo últimamente? —Mikasa levantó la vista, confundida—, todo ese estrés, todo ese miedo, toda esa incomodidad, te está destruyendo. ¿Hace cuánto que no duermes bien? Dime.

El tono que el impertinente muchachito había usado para hablarle le chocó a tal punto que podría haberse parado a abofetearlo allí mismo. En vez de eso, contó hasta diez mentalmente.

—Todo esto es tu culpa… —musitó.

—¿Qué? —preguntó Rivaille.

—¡Esto es tu maldita culpa! ¡No tienes derecho de acusarme de destrozar mis buenos hábitos si tú eres el instigador de toda esta locura!— se puso de pie para apuntarlo con el dedo índice y pinchar en el centro de su pecho con él.

—Mira Mikasa…— Rivaille relajó el semblante para hablar claro—, es inevitable que a cualquiera con un mínimo de sensibilidad le afecten cosas así, pero tú no tienes por qué hacerte cargo de los rumores ¿me entiendes?— la miró inquiridoramente—. Sean reales o no, si tu empiezas a verte cada vez peor es lo mismo que sentarte en el banquillo o confesarle al mundo que todas las idioteces que dicen son ciertas. ¡Sólo les permiten verte débil!

¡YO SOY DÉBIL! —lo desafió haciéndolo verla con claridad.

—…Y por eso debes dejarme protegerte— concluyó él, serenamente.

Mikasa se giró lentamente y empezó a caminar hasta el marco de la puerta, donde se sostuvo y apoyó la frente.

—Estoy cansada, Rivaille. Muy, muy cansada. Tengo sueño, me duele la cabeza, los ojos, no puedo respirar bien, no digiero toda la comida. Le hablo mal a todo el mundo, estoy irritable. Pasar las diecinueve horas del día despierta pensando en los mensajes en mi celular o los grafitis en las puerta, y las cinco horas de la noche soñando contigo, me está matando, me está volviendo loca…

Rivaille apretó los labios, sin saber que decir.

Finalmente, Mikasa desapareció por el pasillo y él no la detuvo. Quizá necesitaba tiempo a solas, y el necesitaba ensayar una disculpa de verdad, y no una que viniera con su marca registrada de "en lugar de mejorarla, cágala más".


No tenía ganas ni de dar un portazo al entrar en su habitación, así que sólo la dejó así y fue directo junto a la cama a quitarse la incómoda ropa. Tal vez en otro momento podría haberle parecido sedosa y holgada, pero en su estado actual todo se sentía como un traje de neoprene.

Se bajó el cierre de la falta y tiró de esta hacia abajo por sus piernas con violencia, arrojándola lejos. Se quitó la blusa forcejeando con ella, y le dio tirones a los ganchos de su sostén para solarlo, cosa que no le resultó nada fácil.

Bajó sus manos a su cintura para remover sus pantimedias de nailon, pero cuando fue a tomarlas con las manos, vio un agujero más abajo a la altura de su muslo, en la parte de adelante. Inspiró profundo, soltó el aire, y removió por completo su ya inservible prenda para arrojarlas a basura como los anteriores 20 pares que previamente había roto.

Entonces se volvió hacia sus cajones para buscar un camisón para dormir, y al caminar hacia él, una sensación extraña la invadió.

La familiaridad del suelo succionándola hacia abajo, el mareo desorbitante y la asfixia terminaron acabando con su conciencia, al caer el suelo.


Rivaille revolvía entre los trastos de cocina buscando una sartén donde dorar sus verduras cortadas cuando un golpe seco y amortiguado lo desconcertó de su tarea.

Seguido de eso, una sucesión de impactos sutiles pero constantes, justo sobre su cabeza, donde debería estar la habitación de Mikasa.

Su cara de sorpresa lo dijo todo, no había tiempo que perder en distracciones. Salió corriendo hacia la planta alta para socorrer a Mikasa en medio de otro ataque. El primero en años, según recordaba.


El vacío oscuro y silencioso se fue desvaneciendo palatinamente hasta que la luz volvió a invadirla.

Mikasa abrió los ojos lentamente, dejando que sus sentidos volvieran a funcionar situándola en tiempo y lugar, sin sobresaltos. Estaba recostada sobre su cama, semi-desnuda, de costado, y ya poco se veía de la luz del día a través de la ventana.

Con una mano se refregó los ojos, y automáticamente algo cálido aunque áspero se deslizó sobre su cintura, rodeándola.

De un sobresalto se giró en el lugar para encontrarse de frente con Rivaille, recostado junto a ella, mirándola seriamente pero sin abrir la boca ni para un absurdo "buenos días". No lo era, claro, pero habría sido un lindo detalle tras un ataque; siempre lo era.

Estaba vestido, de pies a cabeza con excepción de los pies, descalzos. Movía su mano sobre su vientre ahora boca arriba, sin dejar de mirarla.

—¿Cuánto tiempo dormí?— preguntó ella.

—Lo usual— respondió él despreocupadamente.

—¿Es muy tarde?

—No.

Se incorporó en el lugar usando los codos, y vio hacia atrás como él seguía en su posición.

—¿Y la cena?

—En pañales. Te hice caso.

Mikasa se indignó, diciéndole adiós a su comida de esa noche.

Aunque, con el cansancio que arrastraba, poco le importaba.

—Perdona, pero… tenía que cuidarte— se disculpó él.

—¿…?

Ella se sentó colocando las piernas del mismo lado, y las manos descansando sobre su regazo.

—No me iba a pasar nada.

—…Lo sé. Pero es tan bonito mirarte dormir. Podría hacerlo por toda la eternidad.

Sus tiernas y para nada preparadas palabras sacudieron en vientre de Mikasa, y como si fuera la primera declaración, se sonrojó un poco escuchándolo. Se tapó la cara, más por indignación que por vergüenza.

—Hay no me vengas con una de esas Rivaille. Peleamos hace tan solo unas horas, te expulsaron, tuve un ataque.

Cuando se destapó la cara, tenía el rostro de Rivaille a centímetros del suyo. Tentador.

—Por favor. No me hagas esto… —suplicó mientras él acariciaba su mentón con un dedo. —Es cruel.

—Te guataba…

—Me gusta, pero…

Los labios del muchacho sobre su cuello e hicieron soltar aire de golpe y contener la respiración.

—Me dijeron que el determinismo no puede encadenarse— susurró Rivaille acariciándole los hombros y bajando a los brazos—, el determinismo solo sucede y ya— acompañó con sus labios que besaron sobre el inicio de los pechos de Mikasa—. Y nosotros somos deterministas, Mikasa— soltó un pezón de sus labios para subir de nuevo a verla a los ojos, angustiada, sonrojada y débil ante él. —Aunque éste fuera el precio a pagar, yo estoy determinado. ¿Y tú?

Esperó en silencio su respuesta, pero ésta no se hizo rogar.

Mikasa estaba ardida, demandante y necesitada de amor, de cariño, de calor y de la perfecta y deliciosa piel de Rivaille. Y eso la llevó arremeter contra los labios ajenos, involucrando lenguas, dientes, uñas y brazos. Sus piernas enroscándose en una masculina y delgada cintura, y sus dedos desprendiendo desconsideradamente las ropas.

Porque por más hambre, sueño, cansancio o estrés que pudiera llevar soportando semanas que parecían eternidades, lo más insufrible y doloroso para Mikasa era no tener a Rivaille entre sus brazos, entre sus piernas, y dentro de su corazón donde se metía cada vez más profundo con cada gemido de su nombre.


No me disculparé por la demora porque ya es un clásico xD No hay escusas y solo deben saber que empecé las clases. Pero no dejaré esto, hasta terminarlo, desde luego.

Quiero mandar un saludo como la última vez, a Abaddon DeWitt, de quien tampoco he tenido noticias en los últimos meses, pero que su desaparición me inquietó. Leal: no sé qué pueda estar sucediéndote, pero ojalá puedas solucionarlo, ya te haces extrañar.


Bueno solo queda una aclaración:

*Bruce Lee en un conocido artista marcial y actor japonés.


Espero que les haya gustado y no me maten cuando decidí moderarme con lo del lemon xD Pero tienen otras cosas en compensación ;) creo…

Entonces, nos vemos la próxima vez!

Los quiere, Yui~