La historia NO ES MIA, es una adaptación deVICKY DREILING. Traducida por MR.

Los personajes por supuesto son de la fantástica S.M.

CAPÍTULO 05

El código de conducta de una sinvergüenza:

Nunca dejes a la bestia asumir el control.

Una densa niebla envolvía su cerebro. Su miembro tenso contra los límites de sus pantalones ajustados. Se consumía en llamas mientras la presionaba más cerca. Segundos antes de que la besara de nuevo, encontró su mirada. Los inocentes ojos chocolate que le devolvían la mirada lo barrieron como una gigantesca ola del mar.

Dio un paso atrás, respirando como un caballo de carreras. ¡Maldita sea! Había besado y tocado a Isabella.

Sus ojos tenían una expresión de asombro cuando se tocó los labios hinchados por sus besos. Probablemente nunca la habían besado antes. Su pecho ardía de vergüenza. Había perdido todo el control con la hermana de su mejor amigo. Condenada sea su alma al infierno.

Edward le dio la espalda y apretó los puños, tratando desesperadamente de someter su erección a fuerza de voluntad. Por amor de Dios, era su tutor. Emmet confiaba en él para protegerla. Y había fracasado miserablemente.

Los recuerdos de su padre acusándole hacía más de una docena de años hicieron eco en su cabeza. Eres un canalla inmoral.

Había demostrado que su padre tenía razón en varias ocasiones, pero nunca antes había tocado a una inocente. Sólo la peor clase de sinvergüenza se aprovecharía de una señorita joven y soltera.

Se acercó al aparador y vertió brandy en un vaso. Cuando bebió el licor, se quemó la garganta y le hizo lagrimear. La lujuria corriendo por sus venas poco a poco amainó, dejando un dolor embotado en su ingle.

¿Qué demonios le había poseído?

Recordó su ira creciendo por su negativa a tomar sus advertencias en serio. Entonces explotó, decidido a enseñarle una lección. Todo lo que hizo fue demostrar que no era mejor que Mike.

Dejó el vaso a un lado. Si alguien los hubiera interrumpido, no habría tenido más opción que ofrecerle matrimonio. No podía ni siquiera pensar en la reacción de Emmet.

Ahora mismo, tuvo que dejar a un lado la imagen de lo que podría haber sucedido y afrontar las consecuencias. Todo lo que podía ofrecer era una disculpa, pero las palabras huecas nunca podrían compensar lo que le había hecho.

Se volvió hacia ella, el rubor manchando sus mejillas le hizo sobresaltarse

—Te pido perdón. Esto no debería haber ocurrido.

Un brillo sospechoso le llenó los ojos, y volteó la cara como si no quisiera que lo viese.

—Yo... te lo permití.

Se despreció a sí mismo. Su primer beso debería haber sido suave y dulce, pero nunca tuvo la intención de besarla. Y ciertamente no contaba con el deseo que lo había consumido en el instante que sus labios se encontraron.

—No tienes la culpa.

Lo miró con una expresión miserable y apartó la mirada de nuevo.

Se acercó a ella queriendo ofrecerle consuelo, pero se detuvo en seco para no tocarla de nuevo.

—Yo soy culpable.

Después de pronunciar las palabras, recordó cuando había sorprendido a Emmet y a Rose en la biblioteca de Ashdown House hacía un año. En ese momento, había pensado que su amigo exageraba su culpabilidad. Ahora entendía exactamente cómo se había sentido Emmet.

Isabella soltó un suspiro entrecortado.

—No le contarás nada a mi hermano sobre nuestra indiscreción, ¿verdad?

La incertidumbre en su voz quemó su conciencia.

—Nada bueno resultaría de una confesión. —Las consecuencias arruinarían su amistad con Emmet y distanciarían a sus familias.

Isabella soltó el aliento como si sintiera aliviada.

Debería renunciar a ser su tutor, pero entonces tendría que explicar sus razones a Emmet. ¿Qué le diría? ¿Tu hermana se embriagó, y la castigué con un beso lascivo?

Él había cometido un grave error, pero eso no cambiaba su responsabilidad como su tutor. En todo caso, debía apretar las riendas para garantizar que ella se mantuviera lejos de los problemas.

—Todavía tenemos que resolver el problema del fiasco de anoche. Ella unió las manos en un firme apretón y se enfrentó a él.

—Ambos cometimos errores de juicio, pero los olvidaremos.

Examinó su inocente expresión un largo rato, no confiaba en ella.

—Para evitar problemas en el futuro, expondré mis expectativas. Ella frunció el ceño.

—¿Qué?

—Como tu tutor, es mi deber aclarar las normas de antemano. Ahora, regla número uno: no puedes aceptar ninguna invitación hasta que yo la apruebe.

Ella murmuró algo en voz baja, pero se negó a dejar que lo disuadiera.

—Regla número dos: No más de una copa de vino o jerez.

—¿Se me permite contar el número de brandy que tú bebes? —dijo ella, elevando la voz. No la dejó distraerle.

—Regla número tres: Ningún flirteo.

—¿Planeas coser mis labios?

Ignoró su sarcasmo.

—Regla número cuatro: voy aprobar todas tus parejas de baile de antemano.

—¿Tienes planes de hacer una audición? —dijo con voz muy dulce. Su réplica insolente le irritó.

—Me equivoqué al besarte, pero eso me lleva a la regla número cinco: Si algún otro hombre lo intenta, debes darle una bofetada y luego informarme, así podré matarlo.

Ella puso los ojos en blanco.

—No soy una niña, y no me gustan las reglas.

—No he terminado —dijo—. Regla número seis: no tendrás nada que ver con Mike.

—¿Cómo voy a evitarlo si es el hermano de Jessica?

—Yo lo mantendré alejado —dijo. Ella hizo un sonido de exasperación.

—La siguiente regla la sé, me atarás con una correa.

—Siempre y cuando sigas las reglas, no habrá problemas. Ahora, esta noche, voy a escoltarte con mi tía al salón literario de Lady Morley. —Lo último que quería era perder una noche escuchando petimetres leyendo versos empalagosos, pero no tenía otra opción. Después de la debacle de la noche anterior, no se atrevía a volver a confiar en Isabella.

—Hace mucho tiempo que mi madre me metió en la cabeza las buenas maneras —dijo. Evidentemente, anoche habían volado de su cabeza.

—Si deseas permanecer en Londres durante el resto de la temporada, es mejor que sigas las reglas —dijo—. No habrá más oportunidades, mi niña.

—No soy tu niña. No, y nunca lo sería.

Edward se posicionó cerca del aparador en el abarrotado salón de Lady Morley y bebió una copa de brandy mientras observaba a los invitados deambular. Naturalmente, una media docena de jóvenes rodeaba a Isabella. Trató de decirse a sí mismo que eran jóvenes, intimidados por su belleza, y por lo tanto, inofensivos. Pero eran hombres. En el segundo que ponían los ojos en una mujer bonita, sus instintos primitivos tomaban el control, y su cerebro evocaba una imagen… una imagen desnuda.

El fuego encendió su sangre ante el pensamiento. Apretando los puños, se movió a rescatar a Isabella de esas miradas lascivas. Pero Lord Morley, un hombre corpulento, de mejillas rojizas, se le apareció dando tumbos. Edward dio un paso hacia un lado, derramando su brandy, apenas evitando una colisión. Dejó a un lado el vaso y sacó un pañuelo para secarse la manga húmeda.

Con aire altanero, Isabella se fue acercando a él, sus cejas delgadas elevadas.

—Apestas como una cervecería. ¿Cuánto brandy has bebido? Guardó el pañuelo.

—No estoy borracho. Ella se burló.

—Una prueba más de tu hipocresía.

—Has violado la regla número tres.

—Refresca mi memoria —dijo.

—No coquetear —gruñó. Ella resopló.

—Hablé con esos caballeros un breve instante. Son muy simpáticos.

—Bien, oh. —Por el rabillo del ojo, vio que Mike, Jessica y Alice se dirigían hacia ellos. Sabía que Mike utilizaba a su hermana como excusa para involucrar a Isabella en una conversación. Decidido a frustrar al desalmado, Edward tomó el brazo de Isabella y la arrastró lejos de ellos.

—Suéltame —dijo.

Su mano se aferró con fuerza sobre los dedos de ella.

—No.

Ella miró por encima del hombro.

—Lo has hecho a propósito. Bueno, eso era evidente.

—Te llevo con mi tía.

—¿Después qué? ¿Tiene planes de encerrarme?

—No me tientes.

Cuando Edward pasó a los cachorros que habían coqueteado con ella antes, les dirigió una amenazante mirada de ni siquiera miréis a mi pupila. Sonrió con maldad por sus expresiones paralizadas, seguro que ahora mantendrían las distancias.

Un sentimiento de satisfacción hinchó su pecho. Ahora tenía el control completo de la situación. Por supuesto, probablemente se volvería completamente loco de aburrimiento mientras escoltaba a Isabella y su tía por la ciudad. Pero no iba a renegar de su promesa a Emmet.

Cuando llegaron con su tía, un delgado anciano, con poco pelo se acercó con una taza de té.

—Qué amable de su parte, Señor Carlise—dijo Esme—. Y aquí está mi sobrino y Lady Isabella.

Mientras Esme hacía las presentaciones, Edward se preguntaba dónde había encontrado a Carlise. Una vez más su tía coleccionaba extraviados dondequiera que fuese.

Lady Morley dio unas palmadas y pidió a todo el mundo encontrar asientos para que el evento literario comenzara. Edward se sentó junto a Isabella, preguntándose cuánto tiempo durarían las lecturas de poesía. Su tía había mencionado una cena de medianoche. Sacó su reloj, y con un gemido interno vio que eran sólo las nueve y cuarto. ¡Qué aburrida manera de pasar la noche!

Isabella se acercó más a él, llenando su cabeza de un ligero aroma floral. Demonios. Este asunto de ser tutor aturdía su cerebro.

—Si estás tan ansioso por irte, vete —susurró—. Tu tía y yo podemos volver a casa en un coche de alquiler.

Guardó su reloj.

—Me hieres. Y yo que pensé que deseabas mi compañía. Ella resopló.

Lady Morley sonrió.

—Ahora vamos a comenzar. Lord Mike ha accedido amablemente a leer uno de los sonetos de Shakespeare.

Edward bufó.

Isabella le dio un codazo.

—Deja de actuar como un alumno caprichoso —dijo en voz baja. Sonrió.

—¿Debo hacerlo?

—Silencio.

Mike se dirigió a la chimenea, abrió un pequeño libro encuadernado de cuero, y miró directamente a Isabella.

—¿Y si te comparo con un día de verano?

—Que original —murmuró Edward.

Isabella le golpeó fuertemente la mano con su abanico.

—Ouch —gritó, sacudiendo la mano dolorida interrumpiendo la voz monótona de Mike.

—Edward, granuja —dijo Lady Morley, con afecto en su voz—. ¿Te comportarás?

Le guiñó un ojo.

—Trataré de enmendar mis pícaros modales.

Cuando estallaron las risas, Mike entrecerró los ojos.

—Voy a empezar desde el principio para que podamos experimentar el verso como estaba destinado a ser escuchado.

Sin duda Shakespeare daba vueltas en su tumba ante la perspectiva. Mike se aclaró la voz.

—¿Y si te comparo con un día de verano? Eres más preciosa y…

Lord Morley, quien se había quedado dormido en el sofá, roncó. Su mujer le dio una patada en la espinilla. Él se irguió, mirando alrededor con los ojos desorbitados.

—¿Qué? ¿Qué?

Los hombros de Edward se estremecieron, sabiendo que el siguiente verso le daría dificultades a Mike.

La mandíbula de Ramsey rechinó, pero obstinadamente continúo su lectura.

—Fuertes vientos sacuden... —Su rostro se acaloró mientras hacía una pausa. Isabella se llevó la mano a la boca.

Edward reprimió la risa y se deslizó en la silla. Esta noche resultaba ser mucho más entretenida de lo que había esperado.

Mike logró recitar el resto del soneto. Al terminar, Lady Morley se precipitó a la chimenea.

—Lord Mike, gracias por su conmovedora interpretación.

Mike se alejó hacia el aparador, se sirvió una copa de coñac, y lo bebió de un trago.

Dos caballeros más leyeron a Garret Wyatt y Marco Donne, respectivamente, Edward contuvo un bostezo más de una vez. Entonces, uno de los cachorros se acercó a Lady Morley. Con una brillante sonrisa, ella informó a todos que el señor C

Jacob Black deseaba leer su propia poesía.

El cachorro larguirucho se sonrojó mientras sacaba un papel doblado de su chaqueta. Fingió una expresión lánguida, una que debe haber pensado que era adecuadamente poética.

—Se titula La Dama de los rizos iluminados por la luna.

Edward ahuecó la mano en el oído de Isabella.

—Las cosas van animarse ahora —susurró.

—Eres incorregible —murmuró—. Es un joven muy agradable. Jacob respiró profundamente y dijo:

—La luna brillaba sobre sus rizos castaño chocolate. Por su belleza, las estrellas la declaran divina. Edward se acercó y apartó un mechón del oído de Isabella. Ella lo miró.

Jacob se detuvo para colocar su mano sobre su pecho.

—¡Ay! Mi corazón está lleno de aflicción.

—¿Es esta la parte donde se secan las lágrimas con un pañuelo? —susurró Edward.

—Shhh —dijo Isabella —. Te va oír.

Jacob bajó el papel y miró al techo como suplicándole un poder superior.

—¡Oh, diosa lunar, toda mi sueños sobre ti yo te otorgo!

Un puñado de aplausos siguieron. Los amigos de Jacob sonrieron burlonamente dándose codazos unos a otros. Sin duda tenían la intención de burlarse despiadadamente del mal poeta.

Después de otras cuatro lecturas aburridas, Lady Morley, se acercó de nuevo a la chimenea. Edward esperaba que fuera el momento para tomar un refresco.

Lady Morley sonrió con dulzura.

—Lord Cullen, tal vez le interese leer un verso o dos. Le sonrió.

—Muy bien. Voy a recitar mi favorito. Había una vez una señora con una inclinación por el whist, que bebían tanta cerveza que pi…

—Eso será más que suficiente, granuja —dijo Lady Morley.

Una hora más tarde en el ruidoso comedor, Isabella se reunió con Alice y Jessica en un rincón, lejos de otros invitados. Edward se sentó ante una mesa, engullendo emparedados. Satisfecha que no se preocupara, Isabella se volvió hacia sus amigas y les habló acerca de las reglas.

Jessica hizo una mueca.

—Ese diablo.

Alice suspiró.

—Es llevar las cosas demasiado lejos. Estoy segura que va a ceder una vez que se dé cuenta de que estás cumpliendo con las conveniencias sociales.

Isabella cambio de opinión sobre decir a sus amigas que ya había roto todas las reglas de conducta, cuando había caído en sus brazos. Había devuelto cada uno de sus besos y caricias como si fuera una... una cortesana. Los recuerdos calentaron su cara. Desplegó su abanico agitándolo para enfriar sus mejillas.

—Necesito vuestra ayuda con el siguiente capítulo del panfleto. ¿Cómo debe una dama volverse irresistible para los caballeros?

—Lady Esme mencionó implícitas promesas de… eh… seducción —dijo Jessica en voz baja.

Alice negó con la cabeza.

— Isabella, no debes incluir consejos indecentes.

Isabella ignoró la advertencia de Alice.

—Supongo que la dama podría dar al caballero una mirada sugerente. ¿Qué os parece?

Los labios de Alice se separaron.

—Creo que tus escrúpulos se han ido de vacaciones.

Estaba claro que Alice desaprobaría todas las ideas, así que Isabella dirigió sus preguntas a Jessica.

—¿Qué más puede hacer una mujer para seducir a un hombre?

—Coquetear —dijo Jessica. Isabella agitó la mano.

—Sí, pero necesito una idea que sea única. La mujer debe sobresalir entre un grupo de mujeres. ¿Qué puede hacer para ser original?

—La belleza triunfa sobre todo —dijo Alice con un toque de sarcasmo en su voz. Isabella miró a Alice emocionada.

—Acabas de resolver el enigma. La belleza puede ser la atracción inicial, pero la belleza por sí sola no va a mantener el interés de un caballero, particularmente uno que se resiste al matrimonio.

—Eso serían todos los caballeros —protestó Jessica. Isabella continuó.

—Se dice que Ana Bolena no era una gran belleza, y sin embargo hechizó a cada hombre de la corte.

—Ana Bolena no es alguien a quien emular. Era una mujer horrible, manipuladora que cometió adulterio con el rey —dijo Alice.

—Se llevó la peor parte del trato. —Jessica hizo un gesto con la mano cortando la garganta.

—De todos modos, sabía cómo jugar con los caballeros para hacer que la desearan —dijo Isabella —. Necesito incluir ejemplos específicos.

Los ojos de Alice se agrandaron.

—Ten cuidado. Lord Mike se acerca.

Isabella echó un vistazo a la mesa, temiendo que Edward interviniese, pero se había desviado para hablar con un grupo de caballeros. Se regañó mentalmente. ¿Qué le importaba lo que pensara? Hablaría con quien quisiera.

Cuando llegó Mike, hizo una reverencia.

—Lady Isabella, por fin, tengo la oportunidad de hablarle.

Jessica puso los ojos en blanco.

—Mike, ¿no ves que mantenemos una conversación privada?

Ignoró a su hermana y mantuvo su mirada brillante en Isabella.

—¿Puedo estar al tanto de vuestras confidencias? Soltó la primera cosa que le vino a la cabeza.

—¿Está interesado en la moda femenina?

—Estoy interesado en las mujeres, o debería decir en una dama en particular —dijo, su voz retumbando.

Dios mío. Edward había estado en lo cierto sobre las intenciones de Mike.

Isabella lanzó una mirada a Edward. Sin embargo, no había notado a Mike, pero pronto lo haría. La estuvo observando toda la noche y probablemente trataría de rescatarla de Mike y sus supuestamente perversas intenciones. Pero no tenía ningún deseo de permitir que la alejase de sus amigas.

Lady Boswood, la madre de Jessica, se unió a ellas y tomó el brazo de su hija.

— Jessica, te estaba buscando. Señorita Alice, hay algo que me gustaría discutir con usted también.

—Pero, mamá… —dijo Jessica.

—Haz lo que te digo —dijo Lady Boswood en un tono anodino.

Isabella las observó irse. Las maquinaciones de Lady Boswood obviamente suponían un problema, problemas casamenteros. Pero Isabella había evadido más de algún pretendiente no deseado y tenía la intención de hacer lo mismo ahora.

—Ha sido un placer, señor. Ahora, si me disculpa, tengo que hablar con Lady Esme.

—No se vaya todavía. —Le sonrió—. He esperado toda la noche para pasar unos momentos con usted.

¡Oh, Dios! No quería alentarle. Muchos caballeros la habían perseguido durante los últimos cuatro años, incluso siempre había embromado a cualquiera que se hizo demasiado ferviente. Había esperado que mermaran sus sentimientos, pero algunos caballeros eran olvidadizos.

—Es aún más hermosa que lo que recordaba —dijo Mike, su voz retumbando de cierta forma que ella sospechaba que era ensayada.

Ella arqueó las cejas.

—¿Tiene a menudo problemas de memoria, milord?

Él frunció el ceño.

—¿Disculpe?

—Me vio hace dos noches.

Se rió demasiado cordial.

—Quise decir más bella que el año pasado.

Comprendió, en aquel tiempo no le había prestado más que una fugaz atención.

—Estoy muy contento que fuera capaz de venir a Londres para la temporada —dijo—. Cuando Jessica me dijo que podría no venir por el confinamiento de la duquesa, no pude ocultar mi decepción.

Sólo había intercambiado con él algunas palabras amables el año pasado cuando había visitado a Jessica. Sin embargo, afirmaba estar ansioso por su presencia en Londres. Había lidiado con más de una persona con mucha labia y reconocía la falta de sinceridad cuando la oía.

—Me halaga mucho, milord.

La miró con los ojos entrecerrados, el truco de un granuja.

—Eso es imposible, milady.

Decidió hacer una salida elegante.

—Discúlpeme, por favor.

Pareció decepcionado.

—¿La he ofendido?

Debía andarse con cuidado porque era hermano de Jessica.

—No, pero quiero…

El labio de Mike se curvó mientras miraba más allá de ella.

—Aquí viene el tonto.

Frunció el ceño y miró por encima del hombro para encontrar a Edward caminando a grandes pasos hacia ellos. Entonces registró el insulto de Mike. Le devolvió la mirada indignada, dispuesta a darle una respuesta mordaz, pero habló antes de que pudiera pronunciar una palabra.

—No se preocupe. No voy a dejar que se interponga entre nosotros —dijo Mike.

—Lord Mike, asume demasiado.

Edward se adueñó de su brazo.

— Isabella, ven conmigo.

—Bueno, bueno, si es el bufón de la corte —dijo Mike.

La mandíbula de Isabella cayó. Deliberadamente incitaba a Edward.

—¿Celoso? —dijo Edward. Mike se mofó.

—¿De un payaso?

Desconcertada, Isabella miró alrededor del comedor abarrotado. Hasta ahora, nadie había notado a los dos hombres amenazándose el uno al otro. Pero quería evitar la confrontación antes de que fuera más allá.

—Caballeros, les recuerdo que son invitados de Lady Morley —dijo—. Insisto en que dejen las disputas y vigilen sus modales.

Mike hizo una reverencia.

—Perdóneme, Lady Isabella. No quise angustiarla.

Pero tuvo la intención de provocar a Edward. La animosidad entre los dos hombres crepitaba en el aire. Por supuesto, no habría ninguna disputa si Edward le hubiera permitido manejar sus propios asuntos.

—Ríndete, Mike—dijo Edward—. Mientras tenga un último aliento en mi cuerpo, o hasta que se congele el infierno no tienes una sola oportunidad con ella.

Isabella no dijo nada mientras el transporte rodaba, pero Edward podía oír su respiración agitada. Estaba furiosa con él. No le importaba lo que pensara. Bajo ninguna circunstancia le permitiría asociarse con Mike.

Su tía se mantenía inusualmente silenciosa. Anteriormente, cuando se habían marchado, Esme había enarcado las cejas al ver el cutis ruborizado de Isabella.

El coche se detuvo por fin. Edward abrió la puerta y descendió. Después de ayudar a las mujeres a los escalones, se volvió hacia Isabella.

—Te haré una visita mañana.

—Vamos a tener una discusión esta noche —dijo—. Esme, ¿nos concedes privacidad en el salón?

—Ciertamente, querida —dijo.

Demonios. Isabella estaba intensamente indignada, pero no le importaba lo que pensara.

Siguió a las damas en la casa y subió las escaleras. Cuando llegaron al vestíbulo, su tía lo miró a través de su monóculo.

—Sé amable, Edward.

—No soy yo quien pisa fuerte —respondió. Isabella le miró furiosa.

Edward miró a su tía.

—¿No deberías unirte a nosotros por el bien de la decencia?

—Estoy cansada, y dudo que desees que mi criada sea testigo. —Después de esa declaración, su tía deambuló hacia la escalera.

Isabella fue hacia la Sala egipcia. Edward llegó primero. Cuando abrió la puerta, pasó por delante de él.

Apenas había cerrado la puerta cuando ella se dio la vuelta.

—Has ido demasiado lejos —dijo. Señaló el sofá.

—¿Nos sentamos?

—No. —Caminó de un lado a otro por delante de una momia de imitación, recordándole a su hermano, que tenía la tendencia a dar vueltas cuando estaba agitado.

—Creo que es bastante difícil tener una discusión cortés con un blanco en movimiento —dijo arrastrando las palabras.

Se detuvo, sus faldas girando alrededor de sus tobillos.

—Estoy muy molesta contigo.

—¿En serio? —dijo—. ¿Qué he hecho exactamente para justificar tu ira?

—Lo sabes muy bien. Pensé que te liarías a puñetazos con Mike en el comedor de Lady Morley

Al ver a Mike hablando con Isabella, su temperamento casi estalló. El recuerdo de las depravaciones que Mike había dispuesto en una fiesta hacía mucho tiempo inundó el cerebro de Edward. Quería plantar el puño en la cara del patán por atreverse a acercarse a Isabella.

—No voy a permitir que Mike se te acerque.

Se señaló a sí misma.

—Eso es decisión mía, no tuya.

—Regla número seis: mantente alejada de Mike. Lo voy hacer, te guste o no. —El desagradable incidente reciente, en el club, reforzaba su creencia que Ramsey no había cambiado nada.

—Al diablo tus reglas —dijo.

—¿Das la bienvenida a sus atenciones? —dijo, alzando la voz.

—Si lo hago o no, no importa. Se acercó hasta ella.

—Con toda seguridad me importa.

—¿Crees que porque eres mi tutor tienes el derecho a controlarme?

—Tengo derecho a protegerte —dijo. Especialmente de Mike.

—No necesito tu protección, y con toda seguridad no te quiero encima de mí como un marido… celoso.

Él no estaba celoso.

—No estuve encima de ti.

—Oh, sí, lo hiciste. Esta es mi cuarta temporada. ¿Cómo crees que rechacé los avances no deseados antes de que vinieses?

—Tu hermano —dijo.

—Nunca vigiló todos mis movimientos. Nunca.

—Me engañaste en ese baile. ¿Qué esperabas? Una risa triste se le escapó.

—Me tratas como si fuera una niña. Abra sus ojos, milord —dijo, extendiendo los brazos—. Soy una mujer adulta.

Su invitación resultó ser demasiado tentadora para ignorar. Su mirada recorrió lentamente su cuerpo. Cuando hizo el orden inverso en su inspección, se demoró en sus pechos antes de encontrar sus ojos.

—Ya lo veo.

Ella se ruborizó.

—Eres impertinente.

—Me has pedido que te mirase. —Claramente, no tenía idea de cómo los hombres eran de susceptibles a la sugestión, sobre todo cuando involucraba mujeres hermosas. Por supuesto, nunca le admitiría eso a ella—. Ten cuidado de no provocar un fuego que no seas capaz de apagar

—murmuró.

Ella entrecerró los ojos. Luego le agarró de las solapas.

—¡Oh, señor! Estoy tan asustada. Por favor, soy una chica virtuosa. Le ruego que no me viole…

—Silencio. Los condenados criados te van a oír.

Soltó su levita.

—Cuidado con lo que dices.

Él resopló.

—Ahora te quejas.

—Admítelo. Desearías no haber accedido nunca a ser mi tutor —protestó.

Habían llegado a un callejón sin salida. De alguna manera que tenía que hacerle entender.

—Vamos a sentarnos y hablar de una manera racional.

Se unió a él en el sofá, sentada tan lejos como le fue posible.

—Te di motivos para desconfiar de mí en la fiesta, pero no podemos seguir así.

—La confianza se gana —dijo—. Te advertí que te mantuvieras alejada de Mike y rompiste mi confianza otra vez esta noche.

—Él me arrinconó, y no quise causar una escena. Edward le dirigió una mirada severa.

—¿Cómo voy a saber qué dices la verdad? Ella puso su puño en su corazón.

—Estoy siendo honesta contigo. A pesar de lo que piensas, tengo un montón de experiencia en desalentar avances no deseados. Si me hubieras permitido manejar a Mike, podría haberle disuadido fácilmente.

—Soy tu tutor. Es mi deber velar por tu bienestar.

—Al enfrentarte a él, sólo lo has puesto más decidido.

—No lo entiendes. Es un maestro manipulador. —Y mucho peor. Ella estudió su rostro.

—¿Por qué odias tanto a Mike?

—Tengo una buena razón, y eso es todo lo que necesitas saber.

—¿Qué ha hecho que sea tan terrible?

No podía contarle la historia asquerosa de Mike.

—Vas a tener que confiar en mi palabra. Inclinó su cuerpo hacia él.

—¿Crees que soy demasiado delicada para conocer los detalles?

—No voy a ensuciar tus oídos. —Había estado sorprendido por la depravación que presenció hacía muchos años en la fiesta de la casa de campo. Una noche entró en salón de billar, sólo para descubrir a Mike follando a una mujer en la mesa de billar frente a una multitud de hombres animándolo. Él entrecerró los ojos y salió de allí.

Isabella lo miraba con ceño.

—Es hermano de mi amiga. Si le hiciera un desaire, sería como dar una bofetada a la cara de Jessica.

—Mantente alejada de él —insistió.

—¿Crees que se abalanzaría sobre mí? —preguntó con incredulidad. Su mandíbula se cerró de frustración.

—Quiere apaciguarte. Gradualmente te atraerá a su red si no tienes cuidado.

—¿Todavía crees que soy una ingenua colegiala?

Miró sus hermosos ojos color marron.

—Eres joven e inexperta.

—¿Crees que no he aprendido nada de la sociedad?

Midió sus palabras.

—Has vivido una existencia resguardada. Tu hermano te ha protegido por buenas razones. Hay hombres y mujeres que son mucho más mundanos, que se aprovecharían de tu inocencia. —Había aprendido la lección de la manera más difícil.

—Dame el crédito de tener el suficiente sentido para evitar los estafadores.

No entendía lo vulnerable que la hacía su falta de experiencia. Hacía mucho tiempo, había pagado un alto precio por su propia ingenuidad. Tendría que vivir con las consecuencias en silencio durante el resto de su vida.

—Edward, ¿qué es lo que te preocupa?

—Tengo un problema —bromeó.

—Me lo puedes decir —dijo.

No podía decírselo, literalmente, no podía revelar esos eventos a nadie.

—Mi confesión tomaría semanas, meses, quizás años.

—No lo dudo —dijo, sonriendo.

Incluso si quisiera desnudar su alma, no podía. Porque había otra persona involucrada, alguien de quien nunca podría hablar.

Buscó sus ojos. Apartó la mirada, incómodo con su escrutinio.

—Te inquieta que me suceda algo malo —dijo ella.

—Le prometí a tu hermano protegerte de los sinvergüenzas.

Ella arqueó las cejas.

—¿Te incluye eso?

Sus palabras traspasaron un lugar desolado dentro de él. Apartó la mirada, pero su corazón pareció bajar a su estómago mientras recordaba aquel fatídico día en que su padre lo enfrentó. El tiempo dio marcha atrás, y una vez más, su mundo estaba destrozado a su alrededor. Su pecho ardía de nuevo con miedo, recordó la vergüenza en la acusación indignada de su padre. Podría haber soportado el remordimiento de no ser por el miedo que había condenado a un inocente a una vida de sufrimiento.

—Edward—preguntó Isabella tentativamente.

Contuvo el aliento al comprender que había dejado caer la máscara. Por costumbre, plantó una sonrisa en su rostro y meneó las cejas.

—Cuidado con el lobo feroz que está al acecho en el salón.

Ella levantó las manos.

—Oh, qué miedo.

Deberías tenerlo.

—Será mejor que me vaya.

Se levantó con él. Edward le hizo un guiño mientras hacía una ridícula reverencia.

La risa ronca de Isabella reverberó por toda su columna vertebral. Él mantuvo su sonrisa hasta que salió de la habitación. Sólo entonces dejó caer la máscara de payaso.

Edward es un granuja incorregible y ahora le salta el sentido moral por Isabella, bueno veremos como sigue :D

Gracias por leer, por los favoritos y alerta y por supuesto por los comentarios :D

XOXO